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retóricas

en la literatura
de la violación
De la humillación a la venganza: retóricas de la violación en la literatura

Retóricas de la violación en la literatura

¿Cómo se ha representado hasta ahora la violación en nuestra tradición


literaria? ¿Bajo qué patrones y arquetipos hemos modelado nuestra idea
de "víctima normal"? ¿Qué respuestas y reacciones aparecen legitimadas
por las visiones morales que subyacen a estos prototipos de conducta?

La cultura de la violación se sostiene en el silencio de quienes callamos


ante los abusos, en la tibieza acrítica de quienes participamos en las
lógicas estructurales que hacen posible que ciertas agresiones sean
invisibilizadas. Se sustenta, también, en la literatura; en las palabras y los
marcos mentales; en las articulaciones culturales de nuestra imaginación.
No basta con acercarnos a la violación como hecho social: debemos
cuestionar las retóricas con las que la explicamos y nos la explicamos.

¿Cómo se ha representado hasta ahora la violación en nuestra tradición


literaria? ¿Bajo qué patrones y arquetipos hemos modelado nuestra idea
de "víctima normal"? ¿Qué respuestas y reacciones aparecen legitimadas
por las visiones morales que subyacen a estos prototipos de conducta?

No son preguntas banales. Las ficciones que consumimos determinan


nuestro universo imaginativo: desde los cuentos infantiles —plagados de
violaciones e imaginería sexualizada— hasta las novelas de consumo
masivo, estamos travesados por guiones culturales que nos ayudan a
orientarnos en el mundo. Son guías de acción y de valor.

Por eso, ante casos como el de la Manada, cuando nos vemos


sorprendidos por la perversidad de las ideas y retóricas que operan entre
los diferentes actores sociales —la mujer como presa, la víctima como
paria social que no puede rehacer su vida—, debemos mirar atrás y
cuestionarnos qué relatos culturales sostienen estas ideas.

I. El peligro de ser cazada: Calisto como arquetipo


Violación, culpabilización de la víctima y un triple castigo: humillación
pública, marginación y penitencia. No es extraño que, de entre las muchas
violaciones que forman parte de la mitología griega, la historia de Calisto
—en la formulación clásica que le dio Ovidio en sus Metamorfosis— haya
sido interpretada como arquetipo de cómo nos representamos
públicamente a las mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual.

Calisto era una de las cazadoras que acompañaba a la diosa Diana. Había
hecho voto de castidad y seguía las enseñanzas de la líder de su cortejo
con escrupulosidad. Sin embargo, Júpiter, el más grande de los dioses, la
descubrió un día tumbada en una pradera, "cansada y sin custodia".

"Cuando ella se disponía a contarle en qué selva había estado cazando,

se lo impide él con sus abrazos y se delata no sin culpa.

Ella, desde luego, por su parte y todo lo que podía una mujer

—¡ojalá lo hubieras visto, Juno! Hubieras sido más blanda—,

ella desde luego luchó; pero ¿a qué hombre podía vencer una muchacha,

y a quién podía vencer el supremo Júpiter?"


Pan y Selene, de Hans von Aechen

Pero el tormento no terminó con la violencia del acto, con la bruta


imposición del poder. Calisto, humillada y sola, trata de ocultar el crimen
cometido contra ella, pero Diana le arranca el vestido con el que la ninfa
quiera esconder su desnudez y descubre "la falta" en su cuerpo.
Desterrada de su cortejo, recibirá un segundo castigo: Juno —presentada
siempre como la iracunda y despechada esposa de Júpiter— la convertirá
en oso, para que sus antiguas compañeras la persigan hasta darle muerte.
En algunas versiones del mito, Júpiter interviene finalmente para salvar su
vida y condenarla a una exposición eterna: la transforma en una
constelación, la Osa Mayor.

Calisto es la cazadora cazada, y su tragedia concentra la idea de la


violación como amenaza constante. El mundo exterior es un espacio
inhabitable para la mujer: ¿qué hacía sola en medio del bosque? ¿estaba
siendo prudente? ¿Qué habrá de malo en su interior si fue tan fácil de
embaucar? ¿Se resistió lo suficiente?
II. El silencio del dormitorio: violación y conflicto social

"Y fue una noche, estando yo en mi aposento con sólo la compañía de una
doncella que me servía, teniendo bien cerradas las puertas, por temor
que, por descuido, mi honestidad no se viese en peligro, sin saber ni
imaginar cómo, en medio destos recatos y prevenciones, y en la soledad
de este silencio y encierro, me le hallé delante; cuya vista me turbó de
manera, que me quitó la de mis ojos y me enmudeció la lengua."

Este divertido episodio pertenece al capítulo XXVIIII de El ingenioso


hidalgo don Quijote de la Mancha. Divertido, sí, porque estamos ante una
comedia. El episodio de la violación de Dorotea, cuyo testimonio empieza
así, forma parte de un entramado de enredos cuya finalidad es deleitar al
lector. La joven está narrando cómo don Fernando la asaltó en su estancia,
después de que ella se negara a irse a la casa con él (un desdén que,
además, la misma Dorotea señala como "causa de avivar más su lascivo
apetito").
Dorotea, en un grabado de Gustave Doré

"Y así, no fui poderosa de dar voces, ni aun él creo que me las dejara dar,
porque luego se llegó a mí, y tomándome entre sus brazos (porque yo,
como digo, no tuve fuerzas para defenderme, según estaba turbada),
comenzó a decirme tales razones, que no sé cómo es posible que tenga
tanta habilidad la mentira que las sepa componer de modo que parezcan
tan verdaderas. Hacía el traidor que sus lágrimas acreditasen sus palabras,
y los suspiros su intención."

En la literatura del Siglo de Oro, y especialmente en la comedia, la


violación de la mujer es un tema asombrosamente recurrente. Como
explica Frank P. Casa, la violencia sexual es un tópico utilizado para
retratar a los personajes de alcurnia, mero motor narrativo para hacer
avanzar la trama: la violación como origen del conflicto social.

Tanto Aristóteles como Maquiavelo ya habían hablado de "los peligros de


la violación" en estos mismos términos. Es decir, habían hablado de los
peligros que un señor-poderoso podría sufrir por verse metido en una
disputa por haber abusado de la mujer de otro señor-poderoso. Hombres
que discuten con otros hombres: la perspectiva de la mujer es borrada de
la trama de la violación y, si se la incluye, como en el caso de Dorotea, es
para disfrute y escarnio, como lío de faldas.

Ya no son los peligros del mundo exterior los que amenazan a las mujeres.
Por el contrario, la soledad del dormitorio y el silencio de la víctima se
convierten en símbolos de la violación como fatalismo social. Ante la
agresión, solo se imaginan soluciones que permitan el acomodamiento y
reinserción de la mujer mancillada, pero nunca se repara en el aspecto
humano del crimen.

III. Un mundo enfermo: la violación como chivo expiatorio


El cuerpo de la mujer convertida en ofrenda, voluntaria o no, configura
otra de las representaciones más repetidas del tema de la violación.
Pensemos, por ejemplo, en Lucrecia. Ante la imposibilidad de seguir
viviendo tras la deshonra sufrida, decide suicidarse y pedir venganza
contra su agresor. Así, su heroico acto termina convirtiéndose en el
desencadenante de la caída de la Monarquía romana. Muerta Lucrecia,
vive la República.

En la Bíblia tenemos el caso parecido de Judith, quien, para salvarse a sí


misma y a su pueblo, cede ante los avances sexuales de Holofernes para
ganarse su confianza y terminar decapitándolo. Asimismo, en la mitología
nórdica, encontramos el caso de Freya, que es ofrecida por Loki y Odín a
un extranjero que promete construir a cambio un muro que los proteja de
trols y gigantes de hielo.

Judith y Holofernes, de Caravaggio


Una versión más elaborada de este motivo la podemos descubrir en Tess,
la de los Urberville, la novela de Thomas Hardy, que no por casualidad fue
relanzada en forma de novela erótico-romántica tras el éxito de Cincuenta
sombras de Grey. Sin embargo, en ella nos encontramos con una historia
de acoso y agresión sexual: su adolescente protagonista es violada
mientras duerme.

A partir de ese momento, su vida se convertirá en un infierno consistente


en purgar "la culpa" de su pecado original. El ejemplo de Tess es utilizado
como crítica a la doble moral victoriana, precisamente porque la
construcción de la novela nos revela que la joven adolescente sirve de
víctima propiciatoria, de chivo expiatorio de una sociedad enferma. Tess
es sacrificada para suprimir el conflicto: si la culpa es de la mujer
seductora, de la campestre facilona, los hombres civilizados quedan
completamente libres de falta.

IV. Criada sexual: la violación como cultura

La parábola sobre la que Margaret Atwood construyó el universo distópico


de El cuento de la criada hace explícita una idea que nunca antes había
sido formulada con tanta fuerza en la literatura: nuestra cultura patriarcal
se asienta sobre la violación ritualizada de las mujeres.

Ya no es la lujuria o la moral depravada de un noble lo que origina el


abuso. No es posible tampoco culpar a una sociedad en descomposición.
El violador deja de ser el otro, la alteridad profunda, para inscribirse en la
normalidad: es el amable padre de familia, es el devoto religioso, es el
político preocupado por el bienestar de nuestro país. Violadores somos
todos, activa o pasivamente, como cómplices de un sistema que abandona
las mujeres al rol de criada sexual.
Y aunque la novela de Atwood no sea el primer caso de ficción que trata la
representación de la violencia sexual con consciencia crítica, lo cierto es
que el éxito de la adaptación de Netflix ha supuesto que su profundo
cuestionamiento del imaginario literario permee en nuestro lenguaje, en
nuestras metáforas, en nuestras retóricas.

La violación de Lucrecia, de Hans von Aechen

Ya no deberíamos poder representar la violación del mismo modo,


relegando las mujeres a un papel pasivo, convirtiéndolas en un cuerpo sin
voz. La violación como excusa para hablar de otras cosas, como motor de
la trama, como cómico enredo de faldas. Tampoco podemos pensarlas
como un utilitario mal necesario o chivo expiatorio, pues si algo enseña El
cuento de la criada es que la felicidad de una parte de la sociedad no
puede sustentarse en la explotación de una minoría.
Y luego está la ira, está la venganza. Hasta ahora, la culpable de la
violación era la víctima: incluso lo era triplemente, como nos enseña el
caso de Calisto. En el mejor de los casos, se aceptaba lo indecoroso del
comportamiento del agresor y se buscaba un arreglo o solución de
compromiso, que permitiera restituir la virtud pública de la agraviada.
Pero una representación crítica de la violación, como la de Atwood,
demanda que esta siempre esté conjugada con la venganza.

Por esto, la publicación de V y V. Violación y venganza, novela de Pilar


Bellver —que reinventa otra de las representaciones clásicas de la
violación, la que hace Ovidio en el mito de Filomela y Tereo—, es el mejor
colofón posible para cerrar este pequeño recorrido y apuntar hacia el
futuro.

"En el ideario de los hombres, a la mujer no le caben ni la ira ni la


venganza. Reivindicamos, pues, contigo, furiosa Filomela, nuestro derecho
a la ira y a la venganza. No porque ira y venganza sean loables, no por
tanto, sino por menos, porque nos son negadas."

FUENTE:
https://www.playgroundmag.net/lit/retoricas-de-la-violacion-en-la-
literatura_23749278.html

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