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La Vida
El primer problema de preguntar por la vida considerada en sí misma, es que la vida no es una cosa
ni tampoco algo de las cosas. Para el ente vivo, la vida no es un accidente que pueda poseer o no.
Para este sujeto, perder su vida significa morir, es decir, dejar de ser en absoluto. Que Berno muera
significa precisamente que ya no hay más Berno. En términos clásicos, vita in viventibus est esse:
en los vivientes, su vida es su mismo ser. Por eso, más que tener vida, el animal es su vida.
Esto significa que la vida es un grado del ser. Vivir no es una mera propiedad de ciertas cosas que
están vivas, sino el particular modo en que éstas son. Ciertamente, vivir es más que sólo ser, y una
sustancia viva es más que una inanimada. Pero ¿en qué consiste este modo de ser?
Las ciencias biológicas, por su parte, siguiendo un modelo eminentemente descriptivo, han
identificado una serie de propiedades comunes a todo ente vivo, entre las cuales suelen contarse:
- nutrición, proceso en virtud del cual la sustancia es capaz de asimilar e incorporar la
materia de un objeto externo a su propio organismo;
- evolución, proceso vital en virtud del cual transita desde formas de organización menos
complejas a formas más complejas y autosuficientes;
- autoconservación, es decir, la ordenación de su actividad vital hacia su propio ser,
incluyendo mecanismos de autorreparación, en un proceso ininterrumpido de
restablecimiento de un equilibrio dinámico que nunca se alcanza de modo definitivo;
- reproducción, capacidad de comunicar su propia forma generando nuevos individuos de la
misma especie,
- y organización. Esta última parece ser la fundamental y más interesante. Un organismo es
un todo compuesto por partes funcionalmente diversas unidas por la ordenación de su
respectiva actividad a un fin común, que es el bien del propio sujeto 1.
Las partes de un organismo se distinguen en virtud de su función propia. Esta función, a su
vez, se ordena al fin del todo, cuyo bien propio se comunica a cada una de sus partes. De
este modo, cada órgano contribuye al bien de los demás y recibe de ellos lo necesario para
su propia actividad. En cuanto partes, los órganos existen en y por el todo; por eso, si una
parte falla, todo el organismo se enferma; y si éste muere, todas las partes mueren con él.
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Análogamente, llamamos organización a todo aquello que, sin tener unidad sustancial, cumple con esta
definición.
En un organismo, el todo está en cada una de las partes según su propio modo y medida
(más intensamente en los órganos vitales, menos en aquellos secundarios).
Estas diversas propiedades (y todas las demás que se puedan distinguir) permiten identificar, ahora
desde una perspectiva rigurosamente filosófica, lo propio de la vida, es decir, lo propio del ente
vivo en cuanto vivo. Se trata del movimiento inmanente, es decir, del acto que tiene su principio y
su término en el propio sujeto. Veámoslo por contraste.
El movimiento trascendente o transeúnte es aquel que, comenzando en un sujeto, termina fuera
de éste, en otro diverso. Consiste en mover y ser movido, y es propio de toda sustancia corpórea.
La ciencia que lo explica es la física, y particularmente la mecánica.
El movimiento inmanente, en cambio, consiste simplemente en moverse a sí mismo, es decir, en
ser principio de la propia actividad. El ente vivo no sólo mueve y es movido, sino que, sobre todo,
se mueve. En virtud de este movimiento inmanente, la sustancia se dispone a sí misma respecto de
su propia entelequia, que, como vimos, es su forma sustancial pero también la plena y perfecta
realización de su ser específico. Por eso, las formas más perfectas de movimiento inmanente, como
el pensar o el querer, no son movimientos en sentido propio, sino actos segundos que perfeccionan
inmediatamente a la sustancia.
La sustancia se conoce por su operación. Conocemos la vida por el movimiento. Pero la vida no es
movimiento (perfección segunda), sino aquella perfección primera capaz de causar un movimiento
espontáneo y ordenado. La vida es el modo de ser que causa el movimiento inmanente.
Y si la vida es un modo de ser, el principio de la vida deberá ser aquello que da el ser a la sustancia
corpórea: su forma, a la cual llamamos alma.
2. El alma
La forma de la sustancia viva es aquello que anima sus diversas partes. De allí el nombre alma, que
significa forma viva, principio vital de la sustancia corpórea viva.
Aristóteles enuncia dos definiciones reales de alma, según los dos modos de considerar la
composición esencial de la sustancia corpórea.
En el orden de la composición de materia y forma, el alma es forma del cuerpo organizado. Como
vimos, la organización es el peculiar modo de unidad de aquello cuyas partes son funcionalmente
diversas. Pues bien: la forma es el principio organizativo, aquello que hace que estas partes tan
diversas constituyan una sola cosa. En virtud de la forma, cada una de las partes del organismo
está virtualmente (es decir, por su vis o fuerza, por su actividad propia) presente en todas las
demás. Cuando el animal muere, cuando pierde su forma, las diversas partes, si bien siguen
igualmente localizadas, ya no conforman un único todo, y por lo tanto se descomponen, es decir, se
separan.
En el orden de la composición de potencia y acto, el alma es acto primero del cuerpo que tiene la
vida en potencia. El primer acto de la sustancia es ser; el primer acto de la sustancia viva, es vivir.
Aquello a lo cual actualiza, es decir, a lo cual anima el alma, es un cuerpo que tiene la vida en
potencia. Esta potencialidad no significa que haya un cuerpo sin vida que es cronológicamente
anterior a la sustancia viva; significa que, para que haya vida, la materia debe estar dispuesta de tal
modo que sea apta para recibirla y conservarla, es decir, debe estar organizada. Por eso, quitarle la
vida a un animal consiste siempre en destruir partes de su cuerpo en una medida suficiente como
para impedir su organización en el todo, haciendo que este cuerpo sea incapaz de sustentar la
vida.
Como toda forma, el alma es también principio perfectivo y principio de unidad de la sustancia viva.
Y así como la materia es principio de limitación y de composición, la forma viva, por su parte,
siendo el modo más perfecto de la forma sustancial, es simple e inmaterial en grado eminente. En
virtud de estas propiedades, el alma está presente en cada una de las partes de la sustancia viva,
ordenando la respectiva actividad al todo del cual son partes.
Esta perfección del alma admite diversos grados, los cuales determinan, a su vez, los diversos
grados de vida, que son, al mismo tiempo, grados de inmanencia, de perfección, de unidad y de
inmaterialidad de la misma sustancia viva. El primero de estos criterios, del cual derivan los demás,
es la inmanencia.
De cuanto se ha dicho, resulta claro que los grados de vida no pretenden ser una división de la
fauna. En otros términos, la vida vegetativa no es la vida propia de las plantas, sino la de todo
aquello cuya vida se limita a las funciones vitales básicas. De hecho, todo animal ejecuta, según su
propio modo, funciones vegetativas. Así, por ejemplo, son funciones vegetativas de Tito Livio
digerir, respirar o la circulación de sus sangre, ninguna de las cuales puede ser atribuida a un
vegetal. Y todos nosotros reducimos nuestras funciones a aquellas puramente vegetativas cuando
dormimos.
En realidad, los grados de vida son un aspecto mínimo de un principio metafísico mucho más
amplio, que es fundamental para comprender la naturaleza del mundo creado, al cual podemos
denominar principio de continuidad de los entes o de jerarquía ontológica. En síntesis, esto
significa que el orden del mundo, en cuanto manifestación parcial y limitada de la inagotable
riqueza del Ser, exige una multiplicidad graduada de entes, en la cual:
a) cada nivel adquiere su perfección propia mediante su natural subordinación al superior, de
cuya perfección participa, de modo que
b) lo más perfecto de cada nivel consiste en una cierta semejanza participada del superior.
En este esquema, las formas inferiores de vida son casi inanimadas, las formas superiores de vida
vegetativas son casi sensitivas y el mismo conocimiento sensible es una cierta participación
limitada e imperfecta del verdadero conocimiento, que es el conocimiento intelectual. Y en fin, el
mismo hombre está constituido como una frontera u horizonte entre el mundo material y el
mundo espiritual, de modo que es, simultáneamente, el más perfecto de los animales y el más
imperfecto de los espíritus posibles.
Según este mismo principio, cada uno de de los tres grados de vida que hemos distinguido, asume
y perfecciona todo lo propio del nivel inferior, realizando sus actos propios de modo más perfecto.
Así, por ejemplo, en virtud de su intelecto, la misma sensación del hombre es más perfecta que la
de cualquier animal, aún la de aquellos que poseen sentidos mucho más agudos. Un gato
ciertamente ve mejor que un hombre, pero un hombre, siendo inteligente, ve mucho más.