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Republica y Republicanos PDF
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6
Primera Edición, 2008
Republicanos y republicanismos
Juan Álvarez-Cienfuegos Fidalgo
Marina López López
Coordinadores
ISBN 970-9836-13-7
Impreso en México
7
ÍNDICE
Presentación
Primera Parte:
REPUBLICANOS
Segunda Parte:
REPUBLICANISMOS
9
Republicanos y Republicanismos
PRESENTACIÓN
11
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Primera Parte
REPUBLICANOS
¿CAÍDA TEOLÓGICA O SALTO A LA COMUNIDAD POLÍTICA?
ENSAYO DE SOCIODICEA
Uno de las tesis más originales planteadas por la Ética de Spinoza radica
en la explicación del origen de las afecciones sociales. Estas afecciones
están orientadas a encontrar pautas con las cuales una multitud demo-
crática puede conmutar el derecho individual, derecho encarnado en el
“ingenio”, el cálculo de utilidad o los deseos que se dirigen hacia
formas de existencia que no tienen otro curso que el del “egoísmo
posesivo”. Ellas se despliegan, a partir de una determinación de nuestra
naturaleza y operan en dos niveles: por un lado está la búsqueda de
asociación con aquellos que se avienen con nuestra propia naturaleza,
es decir, otros individuos ávidos de esperanzas y proclives a temores
comunes, y, por otro lado, radica en el descubrimiento de una especie
de pudor frente al derecho arbitrario del estado natural, el de una
individualidad basada en el desenfrenado juego de los apetitos. El tema
es relevante porque se introduce de la mano de la filosofía política de
Spinoza y porque abre una serie de reflexiones sobre la constitución del
espacio social; lo es también por la estrategia que adopta Spinoza para
presentarlo y porque aporta una versión nada convencional sobre el
origen del derecho civil. La afección social por excelencia es la justicia.
A partir de ella se establecen muchos de los criterios que determinan las
reglas inmanentes a una comunidad decidida a vivir según leyes. La
reflexión de Spinoza introduce valoraciones inéditas en la tradición de
la filosofía política clásica de cuño democrático, como la libertad, la
justicia, la piedad pública; sobre todo porque le confiere al consenso
afectivo la facultad de crear el espacio de lo social.
El trance por el que se accede al derecho civil a menudo ha
confundido a los intérpretes de Spinoza con juicios que parecen más
próximos a Rousseau o a Hobbes: consiste en presentar la vida social
como un momento en que la voluntad individual se somete a un poder
soberano y convierte a sus portadores en súbditos de una soberanía
todopoderosa que funciona como una máquina de poder, ajena a cual-
quier forma de asentimiento sobre los afectos que deben orientar a las
pasiones políticas primarias. La lectura contractualista de la obra de
Spinoza ha oscurecido la relevancia de una tesis que aparece en la
proposición 37 de la Cuarta Parte de la Ética y que nada tiene qué ver
21
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1
Spinoza, Etica, Madrid, Editorial Trotta, traducción de Atilano Domínguez, 2000, Cuarta Parte, pr. 37,
Esc. 2, p. 210. En lo sucesivo citaremos este libro con su letra inicial.
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lación que soporte la definición del bien y del mal, tampoco habría una
noción trascendental de pecado.2 Aquí, como en otros conceptos, a
pesar de que acude a nociones tradicionales, les confiere un significado
distinto al que convencionalmente tenían. El significado religioso y
metafísico contrasta con una idea que, sin indicio de paradoja,
introduce un reconocido tópico democrático: la constitución delibe-
rativa de la multitud. Ser sujeto de una imputación no emana de la
condición de haber nacido —de una falta original—, sino del hecho de
desobedecer una regla nacida del consenso.
Se destaca particularmente el papel político que tiene la noción
de pecado antes y después de su definición civil, pues el spinozismo
exhibe el vínculo que tiene con la convivencia política entendida como
una búsqueda de la utilidad común. Sin embargo, las explicaciones
spinozianas sobre ese concepto tienen algo en común: buscan esta-
blecer lo que es el bien, o los bienes, de una comunidad política y,
sobre todo, puntualiza los mecanismos para definirlos. La edad de los
profetas, la de los metafísicos o la de la razón no se distinguen en los
móviles con los cuales se busca fortalecer la mutua seguridad de los in-
dividuos de una comunidad; se distinguen entre sí por los medios que
disponen para asegurar los vínculos sociales. La explicación de este
tópico ofrece, como es de esperarse, una visión inmanente de los
dispositivos de formación del bien o de los bienes de una sociedad polí-
tica, la forma particular en que aparece la búsqueda de utilidad. Por
tanto, la “hermenéutica del pecado” no se dirige hacia cuestiones como
la corrupción humana, la desobe-diencia del primer hombre o el pro-
blema de la naturaleza del alma; se desplaza, más bien, hacia la pre-
gunta: ¿quién legisla sobre el bien y el mal en la esfera de la vida social?
La explicación profética del pecado nace de la dualidad propia
del prejuicio antropocéntrico y de la tensión bajo la cual se orientan
esas categorías: por un lado está el celo ceremonial con el que se
“conquista” la protección de Dios y, por otro lado, las faltas en el culto;
ambas, en la explicación spinoziana, están referidas a fenómenos
“misteriosos” de la Naturaleza y al premio o castigo por ella prodigada.3
2
La noción de pecado, tanto como la de ciudad, no tienen ningún significado teológico. No hay ciudad de
Dios, sino única y exclusivamente una ciudad construida humanamente, en los límites que cualquier cosa
humana queda instaurada. La ciudad no es un objeto a revelar sino un espacio a construir, con medios y
procedimientos que están al margen de toda forma de profecía. Como dice Ferdinand Alquié: “La ciudad
no posee ningún valor trascendente” (Le rationalisme de Spinoza, Paris, PUF, 1981, p. 253). Esta
aseveración hace constatar que Spinoza reserva la noción de mal para un uso exclusivamente político.
Pecar contra la ciudad no compromete la “salvación del alma”, pero sí la salvación de la ciudad.
3
Ese es el tenor expositivo de la Ética. El tema de la naturaleza como el horizonte de las cosas necesarias
se contrapone a la idea de una naturaleza madrastra y nodriza: “¡Mira, por favor, a dónde ha llegado
finalmente la cosa! Entre tantas ventajas de la Naturaleza tuvieron que encontrarse con no pocas
desventajas, a saber, tempestades, terremotos, enfermedades, etc.; y entonces afirmaron que todo esto
23
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sucedía porque los Dioses estaban irritados por las injurias recibidas por los hombres o por los pecados
cometidos en su culto”. E. Primera Parte, Apéndice, p. 69.
4
Ignorar a la naturaleza consiste en ignorar como se forman nuestros apetitos: “Y debieron formar estas
nociones para explicar la naturaleza de las cosas, a saber, bueno, malo, orden, confusión, caliente, frío,
hermosura y fealdad; y, como se consideraban libres, surgieron estas nociones, a saber, alabanza y
vituperio, pecado y mérito”. E. Primera Parte, Apéndice, p. 71.
5
Tomamos en su sentido literal este término (socio-diké), es decir, la justicia instaurada por la vida
social. John Elster y Pierre Bourdieu le dieron al término un significado aproximado al que hay
conceptualmente en Spinoza. No se trata de un término acuñado por Spinoza, pero su significado es justo
en el contexto del problema que queremos plantear: la fundación de la vida social en función de afectos
que nacen de los consensos de la multitud.
24
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6
Tratado teológico-político, traducción de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza Editorial, 1986.
Prefacio, p. 73. En lo sucesivo será citado por su abreviatura: TTP.
7
E., Cuarta Parte, pr. 54, Esc., p. 219.
25
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sus usos sociales y, por otro, a las supersticiones que se cultivan desde
la profecía, es decir, el dispositivo ideológico de la obediencia política
o, más aún, de la servidumbre.
La admiración es irracional. Si en algo no se doblega la filosofía
de Spinoza frente a la tradición filosófica clásica, es en vincular a la
razón con la admiración, pues ésta es el caldo de cultivo de todo
aquello que provee al vulgo de superstición. Quizá el problema más
grave que identifica al vulgo como amenaza y como recurso político de
los tiranos. Los filósofos griegos lo aceptaban también, pero a
diferencias de éstos, Spinoza no aprobaría que un pathos febril anteceda
y prepare el advenimiento de la razón. La admiración bien puede
conducir al terror. ¿Cómo es que la noción de vulgo permanece invaria-
blemente adosada a recursos irracionales para suscitar alabanza y
vituperio? Estas cuestiones las conduce a una todavía más fundamental
¿Cómo contener las pasiones del vulgo para volverlo gobernable?
Muchas de las páginas de los tratados políticos de Spinoza causan la
impresión de que tenía más temor por el vulgo que por los propios
tiranos, pues “el vulgo no tiene moderación alguna, que causa pavor, si
no la tiene”.8 La respuesta está justamente al origen de la explicación
spinoziana de los pecados. Al mismo tiempo que identifica las razones
político-teológicas del pecado, desvela el entramado de vínculos que
tiene con una explicación imaginaria de la naturaleza; la mistifica y la
hace intervenir como el objeto de la maravilla, su pathemata.9 Es en este
punto donde Spinoza encuentra muchos motivos para sentenciar las dis-
torsiones que el vulgo hace de la naturaleza como los desastres, las
calamidades, lo fasto y nefasto en la vida personal y colectiva.
Si el vulgo es lo más alejado de la razón, evidentemente que el
contenido y la forma de los discursos destinados a su disuasión tienen
por objeto fundamental a la obediencia. La filosofía ofrece respuestas
sobre causas próximas, mientras que la profecía ayuna de explicaciones
y se nutre de fábulas destinadas a hacer prosperar a la voluntad de
delirar. Así pues, la noción vulgar de pecado presenta: a) Una visión
desarticulada en la que se acepta que la naturaleza es una fuente de
premios y de castigos. La visión patética —cruel o milagrosa— de la
8
Aunque la cita que aparece en el Tratado Político (traducción de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza
Editorial, 1986) es de Tácito, Spinoza la suscribe plenamente en el Cap. VII, 27, p. 171. En lo sucesivo
citado como TP.
9
“Pero quizá arguya alguno que existen en la Escritura muchísimos hechos que no parecen poder
explicarse de ningún modo por causas naturales; como que los pecados y las súplicas de los hombres
pueden ser causa de la lluvia y de la fertilidad de la tierra, o que la fe pudo curar ciegos, y otras cosas
similares que se encuentran en los sagrados libros. Por mi parte, creo haber respondido ya a esto, puesto
que he probado que la Escritura no enseña las cosas por sus causas próximas, sino que, tanto en el orden
como en el estilo, narra las cosas de la forma que mejor puedan mover a los hombres y principalmente a
la plebe a la devoción”. TTP, Capítulo VI, p. 184.
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El modo de hablar antropomórfico no está motivado por fines racionales, pues obedecer sin pensar
forma parte de la forma más extrema de la imaginación y de la pasión: “Ni creo que sea necesario advertir
aquí que, cuando la Escritura dice que Dios se enoja con los pecadores y que él es juez que conoce,
decide y juzga las acciones de los hombres, habla al estilo humano y conforme a opiniones vulgarmente
aceptadas, porque no es su propósito enseñar filosofía ni hacer a los hombres sabios, sino obedientes”.
Correspondencia, Traducción de Atilano Domínguez, Madrid 1988, Carta 78, a Oldenburg, p. 404.
11
“De ahí que, el no aplacar con votos y sacrificios a esa divinidad, les parece una impiedad a estos
hombres, víctimas de la superstición y contrarios a la religión, los cuales, en consecuencia, forjan
ficciones sin fin e interpretan la Naturaleza de formas sorprendentes, cual si toda ella fuera cómplice de
su delirio”. TTP, Prefacio, p. 63.
12
“Por lo demás, tampoco los teólogos resuelven esta dificultad, cuando afirman que la causa de tal
impotencia [el ciego deseo] es un vicio de la naturaleza humana o el pecado que tuvo su origen en la
caída del primer hombre… hay que confesar que el primer hombre no tuvo la potestad de usar rectamente
la razón, sino que estuvo, como nosotros, sometido a las pasiones”. TP., Cap. II, 6, pp. 92.-93.
13
E., Segunda Parte, pr. 13, esc. p.87.
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3. Sátiros y filósofos
14
E., Segunda Parte, pr. 11, esc. p.86.
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15
TTP., Cap. VII, I, p. 195.
16
TP., Cap. 1, 1, pp. 81-82.
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17
Cfr., al respecto la obra de H. G. Hubbeling, Spinoza´s methodology, Van Gorcum & comp. N. V.,
Groningen, 1964, p. 22. Si bien Spinoza no es un nominalista a la manera de Occam, las cuestiones éticas
le ofrecen una oportunidad para criticar una forma particular de universalia, como las nociones de Bien y
de Mal.
30
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que se aleja de los ideales de perfección: “Pero, después que los hom-
bres comenzaron a formar ideas universales y a excogitar modelos de
casas, edificios, torres, etc. Y a preferir unos modelos a otros, ha resul-
tado que cada cual ha llamado perfecto a aquello que veía que
concordaba con la idea universal que él se había formado de esa cosa; e
imperfecto, por el contrario, a aquello que veía que concordaba menos
con el modelo por él concebido… pues tanto de las cosas naturales
como de las artificiales, suelen los hombres formar nociones univer-
sales, a las que tienen por modelos de las cosas… Cuando ven, pues,
que en la naturaleza sucede algo que concuerda menos con el modelo
que ellos tienen de tal cosa, creen que entonces la misma naturaleza ha
fallado o pecado, y que ha dejado imperfecta aquella cosa”.18
Idealidad y realidad son inconmensurables, para una ética
como la de Spinoza; refuta ese humanismo ampuloso porque está
constituido de ficciones que velan la esencia del hombre que enaltecen
y, sobre todo, porque tiene, finalmente, el mismo efecto del terrorismo
profético. Cuando los filósofos sustituyen a los profetas se convierten en
funcionarios de la humanidad, en la guardia nocturna de las buenas
costumbres, en sátiros y en mártires de los paradigmas. Al trascenden-
talismo de los humanistas Spinoza opone una rigurosa perspectiva
inmanentista de las afecciones. El mundo “en sí” es sustituido por un
mundo dominado por la perspectiva: las nociones de bien y de mal,
confrontadas en el contexto de lo que Spinoza denomina estado de
naturaleza, no pasan de ser sofismas que se quieren legitimar como
principios absolutos. Si en alguna parte Spinoza se desplaza como
pensador barroco, es en el desarrollo del concepto de estado natural: el
bien y el mal son definidos por la perspectiva que da la búsqueda de
utilidad personal, el ingenio entendido como una estrategia individual
frente a los otros. El estado natural es la muerte de las cosas en sí, lo que
carece de orientación paradigmática, lo que se gobierna con la fuerza
del ingenio. La prueba que ofrece Spinoza consiste en que lo que
llamamos bien, o mal, pueden cambiar de calificación; el tiempo vuelve
a las cosas, por lo menos en el estado natural, volubles y nada
consistentes, justamente porque dependen de nuestra perspectiva. La
segunda prueba es de tipo metodológico y se remonta a la idea de que
sólo podemos pensar a través de esencias y, por ello mismo, son
impensables: “Por lo que se refiere al bien y mal, tampoco ellos indican
nada positivo en las cosas, es decir, consideradas en sí mismas, y no son
más que modos de pensar o nociones que formamos y comparamos las
cosas entre sí. Pues una y la misma cosa pueden ser, al mismo tiempo,
18
E., Cuarta Parte, Prólogo, p. 184.
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19
E., Cuarta Parte, Prólogo, p. 185.
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Incluso la ficción del diablo como “fundamento del mal” es refutada desde el Tratado Breve
(Traducción de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza Editorial, 1990). Ahí Spinoza sostiene su
imposibilidad por medio de una especie de axioma que lo reduce a la nada. Ese axioma sería
exactamente opuesto al de Dios en la Ética: a una cosa infinitamente infinita le corresponde la necesidad
de la existencia; ahora bien, una cosa que no pose ninguna afirmación es imposible. De ahí que: “El
demonio es una cosa totalmente contraria a Dios y no tiene absolutamente nada de Dios, viene a coincidir
exactamente con la nada”. Cap. XXV, 1, p. 162.
21
Véase de nuevo E., Cuarta Parte, pr. 37, Esc. 2, p. 210. Por tanto, antes que una caída teológica
tendríamos un salto a la comunidad política; ésta es una referencia política y no un misterio sobrenatural.
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22
TP., Cap. II, 21, p. 103.
23
TTP., Capítulo XIX, p. 398-399.
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Cfr. TTP., Cap. IV, I, p. 137. El tema del arbitrio humano sobre cierto tipo de leyes aparece como una
posibilidad humana en vistas a dar normas de vida para la seguridad y la comodidad. Ese arbitrio
depende del hombre, o, más precisamente, de la naturaleza humana. Así, aunque Spinoza admite que sean
normas hechas a la medida de la seguridad de los miembros y en consideración de su utilidad, estas
normas dependen del poder de la naturaleza en general. Satisface así el carácter natural y humano de toda
ley civil que norma sobre el pecado.
25
TP., Cap. IV, 5, p. 124.
26
Seguimos aquí la opinión de Giuseppa Saccaro del Buffa Battisti, “Il consenso politico da Hobbes a
Spinoza” en Hobbes e Spinoza, Scienza e politica, Napoli, Bibliopolis, 1992. La autora italiana apunta las
dos formas en que aparece en Spinoza la idea de consenso (p. 276).
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¿Encierra fines velados esa exégesis del pecado? ¿Se trata de una forma
amable de refutar el dogmatismo sobre el bien y el mal? Lo cierto es que
esa sagacidad típicamente spinoziana le permite refutar y construir
conceptos; crítica a las instituciones del viejo régimen y ayuda a definir
desde la democracia una nueva forma de instituir. La racionalidad y la
autonomía que nacen del consenso, ya sea para definir al pecado o para
cualquier otro tópico, radica en que en ella se construya esa duplicidad
que encarna una multitud democrática: que manda obedeciendo. El
spinozismo consagra al sensus communis —la capacidad para discernir
entre lo verdadero y lo falso como criterio de unificación de todos los
frutos del conocimiento— en el consensus communis —la capacidad
para crear vínculos entre hombres— en este curioso tema que puede
evocar temas de una teodicea, pero que visto con detenimiento, lleva a
temas como los de las obras de la razón. La autonomía de las
instituciones razonables son las que nacen de esa capacidad legislativa
que se puede dar una multitud para establecer el norte y el sur de las
acciones éticas; queda claro, por otro lado, que el sujeto de esa auto-
nomía no son las personas como tales sino los consensos.27 Sin
embargo, cabe señalar también la aparición de un tema adyacente al
del pecado: la invención de la justicia es también una suerte de
reconocimiento de “lo que es de cada quien”, “lo mío y tuyo exterior”.
Para fundar al Estado, Spinoza requiere echar mano a nociones como
las de pecado, pues es un instrumento concebido como una ficción útil
para contener pasiones. Los consensos sobre el bien y el mal son razo-
nables en función de los males que evitan, no porque contribuyan a
fundar el imperium óptimo. En efecto, una sociedad de la razón no
podría ser fundada sobre nociones que no tienen esencia, pues, como
sostiene Spinoza, el pecado es una noción extrínseca. Sin duda que son
las formas de moderación del ánimo las que pueden calificar a este o
aquel régimen como una manifestación de la razón o como algo que
sólo es razonable: la diferencia entre el régimen teocrático y el demo-
crático no radica en la noción de pecado sino en la forma en que se han
establecido: en el primero se recibe como un mandato externo impuesto
por unos cuantos al resto de la comunidad; la ley es, en este caso, una
forma de esclavitud que amenaza y que premia con lo más temido y
apetecido por el vulgo; en el segundo caso, el pecado ya no es instau-
rado como mandato de unos cuantos legisladores sino producto de un
27
“La sociedad peca, por consiguiente, siempre que hace o deja de hacer algo que pueda provocar su
ruina. En cuyo caso, decimos que peca, en el mismo sentido en que los filósofos y los médicos dicen que
peca la naturaleza. En este sentido, podemos decir que la sociedad peca, cuando hace algo contrario al
dictamen de la razón. Efectivamente, la sociedad es autónoma en sumo grado, cuando obra por mandato
de la razón. Y, por lo mismo, en cuanto obra contra la razón, se falta a sí misma o peca”. TP., Cap. IV, 4,
p. 122.
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TTP., Cap. IV, I, p. 138.
29
TTP., Cap. IV, I, p. 139.
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SADE Y LA POLÍTICA. EL DESASOSIEGO
DE UNA RACIONALIDAD REPUBLICANA SIN LÍMITES
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Bibliografía consultada
Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, Madrid, Cátedra, 1997 (original en francés,
1971).
Canfora, Luciano, Ideologías de los estudios clásicos, Madrid, Akal, 1991 (original en
italiano, 1980).
Ginzo Fernández, Arsenio, El legado clásico, Madrid, Universidad de Alcalá, 2002.
Ost, Francois, Sade et la loi, Paris, Odile Jacob, 2005.
Sade, Donatien Alphonse Francois, marqués de, Escritos Filosóficos y Políticos,
Prólogo y notas de Alfredo Juan Álvarez, México, Grijalbo, 1969.
Soboul, Albert, La revolución francesa, Madrid, Tecnos, 1994 (original francés, 1966).
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APUNTES PARA UNA “FENOMENOLOGÍA DE LA REPÚBLICA”
EN MARÍA ZAMBRANO Y EDITH STEIN
1. Introducción
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1
Javier San Martín ha mostrado mejor que nadie la influencia de la filosofía de Husserl en el pensamiento
de Ortega, así como las raíces fenomenológicas del pensador español que, a pesar de todo, nunca logró
arrancarse ni superar totalmente como afirmaba. He tratado, siguiendo a San Martín, igualmente este
tema. Para ello, me permito remitir a mi texto “Ortega, intérprete de Husserl” en Devenires, Revista de
Filosofía y Filosofía de la Cultura, Universidad Michoacana, Año VI, Número 12, Julio 2005.
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2
Para el análisis de la formación de María Zambrano, desde su infancia hasta los años anteriores a 1928,
sugiero consultar, de las numerosas biografías sobre la autora, la siguiente: J.C. Marset, María Zambrano.
I. Los años de formación, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2004, misma que constituye la primera
parte de una trilogía biográfica de María Zambrano en curso de publicación.
3
Es posible ver con claridad la génesis y el desarrollo de las ideas republicanas de María Zambrano en la
excelente “Cronología” que presenta Jesús Moreno Sanz a la edición completa de Los intelectuales en el
drama de España, a los que se agregaron algunos artículos más que no se encontraban ni en el texto de
1937, ni en el de 1977. Cfr. María Zambrano, Los intelectuales en el drama de España y escritos de la
guerra civil, Presentación de Jesús Moreno Sanz, Madrid, Editorial Trotta, 1998.
4
Cfr. mi ensayo titulado “El exilio y el transtierro. Visión filosófica de la expatriación en María
Zambrano y José Gaos”, en C. Revilla (editora), Claves de la razón poética. María Zambrano, un
pensamiento en el orden del tiempo, Madrid, Editorial Trotta, 1998, pp. 55-65, en el que se lleva a cabo
un análisis del exilio como categoría filosófica derivada de esa experiencia vital. El ensayo se centra en
las consideraciones zambranianas que se vierten en el magnífico texto Los bienaventurados. En ese
mismo libro puede consultarse en igual sentido el capítulo titulado “La cuesta de la memoria” de Elena
Laurenzi, quien remite igualmente a la “Carta sobre el exilio” escrita por María Zambrano en Cuadernos
49, (1961), p. 67, así como otros textos de importancia sobre esta temática en relación con sus ideas
políticas.
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5
Jesús Moreno Sanz, “Presentación” a ZAMBRANO, M., Los intelectuales en el drama de España, op.
cit., pp. 9-41, que es en realidad un precioso ensayo titulado “De la razón armada a la razón
misericordiosa”, y en la que Moreno da cuenta del tránsito que nosotros mismos hemos detectado desde
la razón instrumental, propia del surgimiento de la modernidad, hasta su original “razón poética”.
6
Carta a Rosa Chacel que María Zambrano le escribe el 1 de abril de 1956; citada por Jesús Moreno en la
Introducción a María Zambrano, Los intelectuales en el drama de España, op. cit., p. 17.
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7
Hay numerosas biografías sobre E. Stein en castellano y en otras lenguas; destaca la autobiografía de la
autora, publicada en español bajo el título de Estrellas Amarillas, para la Editorial de Espiritualidad,
Madrid, 1992, título original: Aus dem Leben einem jüdischer Familie, Friburgo, Herder Verlag, 1985.
Dentro de las biografías más recomendables en castellano tenemos Ch. Feldmann, Edith Stein. Judía,
filósofa y carmelita, Herder, Barcelona, 1988; W. Herbstrith, Edith Stein. En busca de Dios, Navarra, Ed.
Verbo Divino, Estella, 1987; Posselt, T.R. O.C.D, Edith Stein. Una gran mujer de nuestro siglo, San
Sebastián, Ed. Dinor, 1960; F. J. Sancho Fermín, Edith Stein (1891-1942) modelo y maestra de
espiritualidad (en la escuela del Carmelo Teresiano), Burgos, Ed. Monte Carmelo, 1997. Biografías de
Edith Stein en otros idiomas hay muchísimas. Por lo que respecta la escasa bibliografía en español que se
refiere a estudios filosóficos o trate sobre la filosofía steiniana, me permito remitir a mi libro: Eduardo
González Di Pierro, De la persona a la historia, México, Ed. Dríada-U.M.S.N.H., 2005; ahí mismo, en la
bibliografía final, se pueden ver las obras monográficas sobre la vida de Stein en otras lenguas, así como
la literatura filosófica especializada; pueden consultarse con provecho, además: E. García Rojo,
Presupuestos para una filosofía de la persona en Edith Stein: Teresianum 35 (1984), pp. 359-384. Del
mismo autor, La constitución de la persona en Edith Stein, Revista de Espiritualidad 50 (1991) pp. 333-
357.
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8
Cfr. E. Stein, Briefe an Roman Ingarden, Edith Stein Gesamtausgabe, Freiburg-Basel-Wien, Band IV,
Herder, 2001. Hay edición anterior en los Edith Stein Werke, Friburgo, 1991. Igualmente, hay edición
castellana a la que no hemos tenido acceso.
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9
E. Stein, “Eine Untersuchung über den Staat”, en Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische
Forschung, Band VII, Halle, 1925.
10
E. Stein, “Beiträge zur philosophischen Begründung der Psychologie und der Geisteswissenschaften”,
en Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung, Band V, Halle, 1922.
11
María Zambrano, Los intelectuales en el drama de España, op. cit.,
12
María Zambrano, Persona y democracia, Madrid, Anthropos, 1988.
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13
En Edith Stein esta razón transita de la subjetividad trascendental husserliana hasta llegar, ya después
del proceso de la conversión, en una razón poiética que encuentra en la figura de Cristo su expresión
máxima.
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LAS PARADOJAS DE LA REPÚBLICA
Aproximación a la concepción arendtiana de la política
1. El problema de la definición
1
Hannah Arendt, “Arendt sobre Arendt” en De la historia a la acción, Barcelona, Paidos, 1995, p. 167.
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2
Más que de un método, podríamos hablar únicamente de una “necesidad” ante los sucesos del mundo. Y
la necesidad de comprender no es un método, sino una actitud no necesariamente filosófica (en el sentido
de que sea exclusiva de quienes se dedican a la filosofía), más bien es una urgencia de la vida misma.
Aquí está, precisamente, la dificultad para comprender el proceder arendtiano aunque sea obvio en sus
investigaciones. Comprender es, como afirma en Los orígenes del Totalitarismo, “un enfrentamiento
impremeditado, atento y resistente, con la realidad —cualquiera que sea o pudiera haber sido ésta”. Esto
no significa, sin embargo —y aquí la tranquilidad se siente con la investigación que Cristina Sánchez
Muñoz nos ofrece en su libro Hannah Arendt. El espacio de la política— que en la obra de Hannah
Arendt reine una ausencia de orden y sistematicidad. Ambos están presentes en un considerable grado de
complejidad.
3
Sobre esto cabe agregar que se alío al sionismo pero nunca perteneció realmente. Ingresó al grupo del
sionismo francés por invitación de Kurt Blumenfeld, quien era su presidente en aquellos años (1933), y
habían invitado a Hannah Arendt para que un judío que no perteneciera a la organización pudiera “hacer
una recopilación de todas las expresiones antisemitas del nivel bajo… todo eso que en el extranjero no se
conoce”. Cfr. Hannah Arendt, “¿Qué queda? Queda la lengua materna” en Ensayos de comprensión
(1930-1954), Madrid, Caparrós, 2005.
4
De la historia a la acción, op. cit., p. 169.
5
El vínculo entre la opinión de Hannah Arendt en la entrevista y Los orígenes… no es arbitrario. El
comprender es una actitud que Hannah Arendt adoptó desde el comienzo de su carrera filosófica (con la
tesis doctoral sobre el amor en san Agustín) y que no abandonó (en hasta La vida del espíritu, el texto,
según los especialistas, más filosófico de la autora). Si en algún momento tuviéramos la osadía de
61
Republicanos y Republicanismos
averiguar sobre el método filosófico de Hannah Arendt, que más bien nos sentimos tentados a decir que
se trataba de una actitud, nos parece, tendríamos que empezar por captar el sentido de la comprensión.
6
Hannah Arendt, Los orígenes del Totalitarismo, México, Taurus, 2004, p. 17. Las cursivas son mías.
7
La reticencia de Hannah Arendt a identificarse con los profesionales de la filosofía política parte de la
esencial hostilidad que existe entre la filosofía y la política, “entre el hombre como ser que filosofa y el
hombre como ser que actúa”. Una es la actividad contemplativa que se distingue desde Aristóteles de la
forma de vida activa, la que es propia del ciudadano y no del filósofo quien a través de la contemplación
alcanza a percibir las ideas de las cosas y las eleva a concepto. El hombre de acción, por el contrario, no
puede mantenerse, en orden de la naturaleza propia del mundo, estático en una realidad que cambia
constantemente.
8
Imprescindibles al respecto son dos textos que Hannah Arendt escribió sobre el Totalitarismo y sobre la
tradición filosófica: Los orígenes del Totalitarismo, por supuesto, y Karl Marx and the tradition of
Western political thought, cuyo primer objetivo era encontrar los elementos totalitarios en la obra de Karl
Marx. El resultado fue un impresionante diagnóstico sobre la tradición de pensamiento occidental que
iniciara en Grecia con Platón y Aristóteles.
9
Elizabeth Young-Bruhel, Hannah Arendt, Valencia, editions Alfons el Magnanim, 1993, p. 412.
10
Hannah Arendt hace una distinción de suma importancia respecto al comienzo del pensamiento
filosófico y la tradición de pensamiento occidental que, comúnmente, se ha tenido por un momento único:
“Hegel, por supuesto, fue animado a tener esta perspectiva [la histórica respecto al pensamiento
filosófico] porque pensó que la filosofía había iniciado realmente en Grecia con Platón y Aristóteles,
62
Republicanos y Republicanismos
quienes escribieron cuando la polis y la gloria de la historia griega estaba en su final. Hoy sabemos que
Platón y Aristóteles fueron más bien la culminación y no el inicio del pensamiento filosófico griego, que
comenzó cuando Grecia había alcanzado o casi alcanzado su clímax. Lo que se mantiene como algo
cierto, sin embargo, es que tanto Platón como Aristóteles se convirtieron en el comienzo de la tradición
filosófica occidental, y que en este comienzo, diferente del comienzo del pensamiento filosófico griego,
ocurrió cuando la vida política griega se aproximaba a su final”. Cfr. Hannah Arendt, Karl Marx and the
tradition of Western Political Thought, en Social Research, New York, summer 2002. El texto completo
pretendía un análisis sobre la carencia más significativa de Los orígenes…, y, sin embargo, nunca vio la
luz como tal. Este proyecto fue el punto de partida del que resultarían tres de las más importantes obras de
teoría política de Hannah Arendt: La condición humana, Sobre la revolución y Entre pasado y futuro. La
traducción del párrafo aquí citado es mía.
11
Elizabeth Young-Bruhel, op. cit., p. 410. Los términos en los que está planteada la cuestión son
sencillos pero no lo es la cuestión misma.
12
En este sentido podríamos colocar a Hannah Arendt en el conjunto de los pensadores realistas como
Maquiavelo, pero resistimos, aunque haya algunas similitudes.
63
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2. La razón y la república
a) Immanuel Kant
64
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13
Immanuel Kant, “Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor” en Filosofía de la
historia, México, F. C. E., 1979, p. 111
14
Ibíd., p. 105.
15
Ibíd., “¿Qué es la Ilustración?”, p. 25.
65
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16
En este punto, la noción arendtiana de espacio público está muy cercana a la de uso público de la razón
de Kant, aunque en el filósofo estemos acostumbrados a relacionar la razón con una facultad humana
cognitiva, desde mi punto de vista alude, y en primer término, a la capacidad de opinión, del juicio que
podríamos tener de la realidad. En el caso de Hannah Arendt, la pluralidad es la condición de la vida
política, del espacio público y de la libertad. Cfr. Hannah Arendt, La condición humana, Barcelona,
Paidos, 1993, pp. 22-23.
66
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b) El Marqués de Sade
17
Kant, Filosofía de la historia, op. cit., p. 106.
18
¿Por qué no habría de serlo si el mismo Kant anunció que la modernidad era una etapa de crítica?
67
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19
Al respecto, Hannah Arendt, al igual que el Marqués de Sade, percibe serías contradicciones: con la
renuncia a una existencia divina no se alcanzó ninguna afirmación de lo mundano; fue el individuo el
centro de todo. Según el Marqués de Sade, como veremos enseguida, legitima el uso de la razón
progresiva y ordenadora de la Ilustración.
68
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20
Vale la pena una nota a pie de página. Las bases de toda religión son dos: la ignorancia y el miedo. Si
haces dudar a alguien de la razón que tiene sobre algo, no puede pensar, pues su razón está perturbada. La
ignorancia se devela como el principio del miedo y, a la vez, “cuando se tiene miedo se deja de razonar”.
69
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70
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71
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21
Sobre esta distinción es sumamente clara la descripción que propone Sheyla Benhabib: el espacio
público “no es un espacio en ningún sentido topográfico o institucional: un municipio o una plaza de
ciudad donde la gente no ‘actúe en concierto’ no es un espacio público en sentido arendtiano. Pero un
comedor privado donde la gente se reúne para escuchar un Samizdat o en el que se encuentren unos
disidentes con unos extranjeros puede convertirse en un espacio público”. Sheyla Benhabib, “La paria y
su sombra, sobre la invisibilidad del las mujeres en la filosofía política de Hannah Arendt” en Fina
Birulés, El orgullo de pensar, Barcelona, Gedisa, 2001, p. 111.
72
Republicanos y Republicanismos
Los espacios a los que alude la estructura del mundo, a pesar de que no
son fijos e inamovibles, tampoco pueden ser considerados como arbitra-
rios. Ciertamente, en nuestros días, las consideraciones arendtianas
pueden ser entendidas en términos utópicos, no en el sentido de que el
lugar de la política que ella describe sea realizable en el futuro o en un
lugar no terrenal, sino, peor aún, como lo que ha quedado en un pasado
demasiado lejano para ser recuperado. Pero, a pesar de que Hannah
Arendt recurre a las distinciones operantes en el mundo griego para
22
La polis griega no significó únicamente el establecimiento de un lugar fijo propicio para el encuentro
de los pares, pues un sitio sin seres humanos, aunque sumamente bello y agradable, no existe. La polis
era, fundamentalmente, el encuentro, la discusión y la realización de grandes hazañas por amor al mundo,
a “la ‘gran vida’ de la polis”; o sea, de los seres humanos juntos quienes son, en sí mismos, la posibilidad
de la libertad: “a donde quiera que vayas serás una polis”. Aquí puede entenderse también el hecho de
que no todos los griegos eran considerados ciudadanos, sino únicamente aquellos quienes eran capaces de
liberarse de las necesidades de sus cuerpos y salir al mundo de la publicidad del espacio político. Política
es aquí revelación espontánea de los mejores.
23
Vidas que corresponden a la labor o al trabajo pero no a la libertad que otorga la acción. Cfr. Hannah
Arendt, ¿Qué es la política?, Barcelona, Paidos, 1995.
24
La condición humana, p. 223. Respecto al punto, Hannah Arendt realiza otra distinción. El poder no se
entiende como el uso de la fuerza o la violencia, sino como lo que emana de la unión de los seres
humanos para discutir en torno a lo que es importante para mantener la comunidad, la pluralidad que la
constituye. Cfr. Hannah Arendt, “Sobre la Violencia” en Crisis de la República, Madrid, Taurus, 1999.
73
Republicanos y Republicanismos
25
No es, según nos hemos empeñado en creer, el glorioso y perfecto mundo griego cuya práctica de la
democracia no ponía en peligro la igualdad como uno de sus pilares. Hannah Arendt señala el más grande
de los vicios de la sociedad griega: “El vicio principal de toda sociedad igualitaria es la Envidia: el gran
vicio de la sociedad griega libre”, porque terminó por extinguir a la polis misma.
26
Sistematizadas por Aristóteles quien “distinguió tres modos de vida (bioi) que podían elegir con
libertad los hombres, o sea, con plena independencia de las necesidades de la vida y de las relaciones que
originaba… Esas tres formas de vida tienen en común su interés por lo ‘bello’, es decir, por las cosas no
necesarias ni meramente útiles: la vida del disfrute de los placeres corporales en la que se consume lo
hermoso; la vida dedicada a los asuntos de la polis, en la que la excelencia produce bellas hazañas y, por
último, la vida del filósofo dedicada a inquirir y contemplar las cosas eternas, cuya belleza no puede
realizarse mediante la interferencia productora del hombre, ni cambiarse por el consumo de ellas”. La
condición humana, p. 26.
27
La vita activa, la vida en tanto que se encuentra comprometida con hacer algo, se compone de tres
actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. La descripción más precisa sobre ellas inaugura el
tratado sobre la condición humana. Sus condiciones son la vida, el mundo y la pluralidad. Cfr. La
condición humana, pp. 21-22.
74
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a) Lo social
28
Según la perspectiva de Helena Bejár en El corazón de la república, Barcelona, Paidos, 2000.
29
Es un matiz que aparece desde Los orígenes del totalitarismo y, sin embargo, no de forma nítida. El
desarrollo sistemático de la distinción de estos dos espacios, al menos, aparece en La condición humana;
particularmente en el capítulo II, “La esfera pública y la privada”.
30
Entre las entrevistas que le realizaron a Hannah Arendt en el congreso organizado sobre su obra.
Hannah Arendt, “Arendt sobre Arendt” en De la historia a la acción, op. cit., 1995, p. 167.
75
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31
Ibíd., p. 152.
32
Ibíd., p. 153.
33
Ibíd., p. 154.
76
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34
La condición humana, p. 49.
35
La libertad dista mucho de pertenecer al individuo aislado. Cierto que cualquiera puede alegar sobre la
libertad de querer, pensar o imaginar lo que a cada quien le plazca, nada pone en duda la validez y verdad
de ninguna de las afirmaciones del alegato y, sin embargo, la libertad no se confunde con la subjetividad.
Es válido (y hasta deseable) querer y creer en lo que a cada uno le acomode, pero eso no significa que la
libertad se limite al espacio de la subjetividad.
36
Los orígenes del totalitarismo, op. cit., p. 375.
77
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37
La condición humana, p. 46.
38
En la experiencia griega, “la igualdad, lejos de estar relacionada con la justicia, como en los tiempos
modernos, era la propia esencia de la libertad: ser libre era serlo de la desigualdad presente en la
gobernación y moverse en una esfera en la que no existen gobernantes ni gobernados”. La condición
humana, p. 45.
78
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39
Ibíd., p. 57.
40
Aquí cabría, al margen de tendencia sexista alguna, pensar que el cabeza de familia no es
necesariamente un varón, sino quien asume la tarea de distribuir los bienes entre los integrantes de la
familia. En la antigüedad “resultaba evidente que el mantenimiento individual fuera tarea del hombre, así
como propia de la mujer la sobrevivencia de la especie, y ambas funciones naturales, la labor del varón en
proporcionar alimentación y la de la hembra en dar a luz, estaban sometidas al mismo apremio de la vida.
Así, pues, la comunidad natural de la familia nació de la necesidad, y ésta rigió todas las actividades
desempeñadas en su seno”. La condición humana, p. 43.
41
La condición humana, p. 42.
79
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80
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45
Un asunto que ya estaba señalado en el Marqués de Sade: las leyes “están escritas en el corazón de
todos los hombres y basta con interrogar ese corazón para descubrir su fuerza”. Cfr. la parte que
corresponde al Marqués de Sade en este escrito.
46
Ibíd., p. 343.
47
Ibíd., p. 372.
48
Ibíd., p. 374.
81
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49
Ibíd., p. 364
82
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50
La condición humana, p. 254.
51
Aunque la equiparación que hacemos aquí no es del todo correcta. La autonomía del sujeto en la
filosofía de Kant tiene su espacio de realización en el “uso público de la razón”, no en sentido
epistemológico, sino político. Kant ya alude, no bajo supuestos análogos, a la noción de pluralidad de
Hannah Arendt. En este sentido, nos parece, encuentra legitimidad y coherencia la interpretación y
observaciones que hace Hannah Arendt al pensamiento kantiano, según Arendt la filosofía política del
filósofo está contenida en la Crítica del Juicio y no en la Crítica de la Razón Práctica, donde se
encuentran, más bien, las consideraciones morales de Kant. Cfr. Hannah Arendt, La vida del espíritu,
Madrid, C. E. C., 1984.
52
Los orígenes del Totalitarismo, p. 343. El problema de la república es la discriminación.
53
El deseo de inmortalidad que llevó a los hombres a encontrar la gloria, al consto de su propia vida
(colocar aquí la interpretación de El Banquete)
83
Republicanos y Republicanismos
resolver los problemas de economía y, según nos indican los hechos, los
problemas de esta naturaleza crecen cada vez más.54
En función de estas indicaciones, podemos afirmar que ni la
política ni la libertad son posibles en el ámbito social. La pluralidad, el
hecho de la igualdad y distinción de que son capaces los seres huma-
nos, no sólo se entiende como lo propio de los individuos de un pueblo,
sino que funciona de modo idéntico entre las naciones. Sin la multipli-
cidad de diferencias culturales que constituyen al mundo es imposible
pensar siquiera en un eje normativo del derecho internacional.
54
Al respecto es sumamente propositiva la opinión que tenía Hannah Arendt del planteamiento de Marx:
“The result of this process of course, has not been the elimination of all other occupations, but the
reinterpretation of all human activities as laboring activities”. Hannah Arendt, “Karl Marx and the
Traditional of Western Political Thought” en Social Research, an international quarterly of social
sciences, V. 69, no 2, summer 2002.
55
Hannah Arendt, La tradición oculta, Barcelona, Paidos, 2004. p. 34.
56
Desde la perspectiva de Hannah Arendt, la desnacionalización y aparición de apátridas inherente a la
Declaración de los Derechos humanos, representa una de las “justificaciones”, innecesarias, del
Totalitarismo en la Europa central durante el siglo XX: no era ilegal matar a quienes ya no existían
porque ningún país reclamaba sus vidas.
84
Republicanos y Republicanismos
Notas conclusivas
57
Aquí seguimos las indicaciones de Hannah Arendt en el tomo II de Los orígenes del totalitarismo. Los
hechos a los que nos referimos aparecen también en La condición humana, y a los que ya hemos hecho
referencia aquí: la conquista de América, la Reforma y la invención del telescopio. Cfr. La condición
humana, pp. 277-278.
85
Republicanos y Republicanismos
58
La idea central de Sobre la revolución es que mientras que la república francesa se centraba en la
igualdad social, la república norteamericana lo hacia sobre la igualdad política.
59
“Sobre la violencia” en Crisis de la república, op. cit., p. 114.
60
El absurdo que demuestra el Marqués de Sade.
86
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87
Segunda Parte
REPUBLICANISMO
EL REPUBLICANISMO MEXICANO
FORMACIÓN DE LA REPÚBLICA
Preámbulo
91
Republicanos y Republicanismos
1
Forma de organización política en el que una persona tiene derecho, por vía hereditaria, a reinar como
cabeza de un estado con carácter vitalicio.
2
El gobierno se sustenta en un pacto celebrado entre una autoridad central o nacional y unidades
autónomas locales más pequeñas, los estados por lo general bajo los términos de una constitución. El
gobierno federal en ningún caso se atribuye poderes individuales de esos estados, ya que cada uno es libre
y soberano en su régimen interior, pues cuenta con una constitución adecuada a sus problemas y
necesidades.
3
En ésta las divisiones territoriales se denominan departamentos, provincias o condados, tienen
autonomía política y económica limitada por el gobierno central y son regidos desde el centro a través de
distintos mecanismos de carácter administrativo.
92
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4
Gilberto Argüello, “El primer medio siglo de vida independiente (1821-1867)” en Enrique Semo
(coord.), México. Un pueblo en la historia, vol. 2, México, Universidad Autónoma de Puebla, Editorial
Nueva Imagen, 1983, p. 93.
93
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5
Helena Béjar, El corazón de la república, Barcelona, Paidós, 2000, p. 26.
94
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6
http://www. htsipuebla.gob.mx/micro1/constituciones.htm
95
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7
Idem.
96
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8
Benito Juárez, “Carta a mis hijos”, en Documentos discursos y correspondencia. Tomo 1, Capítulo I;
selección y notas Jorge L. Tamayo, edición digital Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva; versión
electrónica para consulta, Aurelio López López, edición especial de la UAM-Azcapotzalco para la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; México, 2005.
9
En 1822 llegó al país Joel R. Poinsset, expulsado después por Iturbide pero que regresa como enviado
oficial de Estados Unidos en 1825 que intriga para extender las fronteras de éste país sobre territorio
mexicano, aprovechándose de los liberales mexicanos, dada la buena fe de éstos y su admiración por el
país del norte, modelo anticolonial, republicano y federal. Este Poinsset organiza la logia yorkina y se
iscuye activamente en la política interna para obtener ventajas territoriales. Cfr. Argüello, op. cit., p. 110.
97
Republicanos y Republicanismos
A lo cual decía Cosío Villegas, “La paz se apetecía para que la ley fuera
el medio único de zanjar cualquier conflicto; también como el deseo
10
Argüello, op. cit., p. 131.
11
Manuel María Zamacona comenta la proclama: “Hubiera sido de desearse que el mismo tacto en cuya
virtud ha explotado el gobierno tan felizmente lo pasado para la redacción de su Manifiesto, le hubiera
inducido a despejar un poco más el porvenir, al tocar las dificultades que nos lo tienen medio cerrado y
que están siendo una embarazosa herencia de la situación que acaba de pasar. Nosotros y el país nos
sentiríamos aliviados de un engorroso peso si en la primera palabra del Presidente a la República
Restaurada, hubiese apuntado la solución definitiva de la cuestión sobre responsabilidades por infidencia.
En Cosio Villegas, Historia Moderna de México. La República Restaurada, México, Editorial Hermes,
1959, p. 113.
98
Republicanos y Republicanismos
De todo esto resulta algo que debe destacarse pues fue clave en la
configuración de la Nación y en lo que después desembocaría en las
nuevas perspectivas y posiciones que darán paso al estallido de la Revo-
lución Mexicana, el establecimiento de una nueva Constitución en 1917
y finalmente al México Moderno y contemporáneo. Me refiero al juego
de acciones y reacciones de las dos posiciones ideológico-política que
definirán en gran medida la nueva fisonomía del país; la de los conser-
vadores y los liberales.
En cuanto a los conservadores, amen de lo ya dicho, sus aspi-
raciones e ideales fueron: Religión Católica oficial, Iglesia privilegiada,
fueros, ultramontanismo rígido; monarquía o siquiera centralismo,
oligarquías gobernantes, tradicionalismo, como normas. Mientras que
por el lado de los Liberales: Estado y enseñanza laicos; igualdad,
República federal, democracia, antitradicionalismo o progresismo,
serían las normas.13
Quizá uno de los aspectos más esenciales que muestra la
diferencia o distancia que hubo entre uno y otro grupo, fue la manera
de referirse y relacionarse con la Iglesia Católica. Debido sin lugar a
dudas a la posición preponderante que la iglesia tuvo durante la colo-
nia. Las enormes riquezas como el profundo influjo espiritual hicieron
que la “Iglesia constituyera una poderoso aglutinante de hombres e
ideas” siendo al mismo tiempo el núcleo en que se condensa la ideolo-
gía conservadora y el “nervio de la acción antiliberal. El Patronato, la
libertad de expresión, la enseñanza laica, todo lo que era arrebatar a la
Iglesia sus posiciones, vino a ser lo qué mas lucha costara al liberalismo,
12
Cosio Villegas, op. cit., p. 82.
13
Raúl Carranca y Trujillo, “Liberales y Conservadores”, en Ernesto de la Torre, Lecturas Históricas
Mexicanas, Tomo IV, México, UNAM, 1999, p. 228.
99
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14
Raúl Carranca y Trujillo, op. cit., p. 230.
15
Ibíd., p. 232.
100
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16
Ibíd., p. 233.
17
Ibíd., p. 234.
101
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102
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18
Cámara de Diputados, Diario de los Debates, 12 de septiembre de 1912. Discurso del diputado
Francisco Pascual García.
103
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19
François-Xavier Guerra, México. Del Antiguo Régimen a la Revolución, traducción Sergio Fernández
Bravo, México, Fondo de Cultura Económica, 6ta. reimpresión, 2001, p. 33.
20
François-Xavier Guerra, op. cit., p. 58.
104
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106
REPUBLICANISMO. LAS AMBIGÜEDADES DE LA LIBERTAD1
1. Desfases
República y monarquía
1
Este texto fue expuesto en una sesión del Seminario de Filosofía Política de la Universidad Michoacana
de San Nicolás de Hidalgo (abril, 2006). Los comentarios que mereció y que agradezco contribuyeron a
su formulación actual, aunque como siempre, la responsabilidad es de quien lo escribe.
107
Republicanos y Republicanismos
Para él, esta última podía conducir a la injusticia y a que los pobres
atentaran contra la propiedad de los ricos (L. VII, I, 205).
La república no es, entonces, sinónimo de democracia. Y como
la concibe y la practica la antigüedad romana, la res pública es un
compuesto mixto que da cabida a distintas modalidades de organi-
zación y representación. Como lo revelan ya en los albores de la moder-
nidad las obras de Bodin (1993: Libro 1, 91, libro II, 179) y de Hobbes
(1984: t. I, 179 y 187), para que haya república basta con que se
sostenga el principio de soberanía y se persiga la dirección pública. En
la idea de república que estos dos autores sostienen el soberano es uno
y está representado por la figura del monarca. Aunque también, en la
variedad de formas de organización admitidas, la soberanía puede ser
delegada y depositada en los poderes formalmente constituidos, o en
uno de ellos, por encima de lo cual la república sigue siendo una.
De ahí, del polimorfismo unitario de la república, surge la pertinencia,
en las reconstrucciones actuales de izquierda, de señalar que lo que se
reivindica es un republicanismo democrático y un concepto específico
de libertad sin dominación. Y de ambas fórmulas resulta igualmente una
deducción obligada sobre la que insiste una interpretación moderna:
república y monarquía son incompatibles. Esta caracterización no es la
de Philip Pettit —autor estadounidense de un discurso neo-republi-
cano— que ensambla la república y la forma monárquica cuando cita
este fragmento de Montesquieu: “Inglaterra es una nación donde la
república se esconde tras la forma de monarquía” (Pettit, 2002, 2). En
esa frase coexisten las dos formas de gobierno aunque se piense que el
constitucionalismo, esencial a la república, impediría a la forma monár-
quica el uso arbitrario del poder.
Más claro, en la versión citada, la forma republicana es desli-
gada de las experiencias dictatoriales, absolutistas, confesionales, y de
las filosofías utilitaristas, liberales y comunitarias o populistas. Se la
desvincula de las manifestaciones autoritarias a pesar de que, en rea-
lidad, el nombre “república” ha figurado en la denominación oficial de
estados religiosos, aristocráticos, monárquicos y dictatoriales. En el
Republicanismo (Pettit, 1999) se cita un fragmento de Tom Paine contra
la monarquía: “Es poder arbitrario en manos de una persona individual;
en el ejercicio del cual, ella misma, y no la res publica, es el objeto”. La
república, se dice, debe atender al bienestar y a la visión del público
(1999: 83, 263).
La alusión a Maquiavelo indicaría que sólo la interferencia ar-
bitraria del soberano viola la libertad. La república se opone, entonces,
a la arbitrariedad del soberano pero no a la figura monárquica. No se
recuerdan, dentro de esta reconstrucción teórica, ejemplos como el de
Bodin que acepta, en Los seis libros de la República, la supremacía
108
Republicanos y Republicanismos
Democracia y república
109
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2
Es importante distinguir el libertarianismo estadounidense, que es ultracapitalista y neoliberal, del
anarquismo libertario del siglo XIX europeo que es anticapitalista. Existe información considerable sobre
la trayectoria del partido libertariano, su colaboración con el partido republicano de Estados Unidos y su
participación en la administración de G. Bush. Ver D. Boneau, “Democracia de mercado. Friedrich von
Hayek, el padre del neoliberalismo”.
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3
Agrego a la lista las relaciones de sumisión coloniales que no se tratan aquí, y que como la esclavitud de
los africanos, podía no causar ni problema de conciencia ni contradicción, puesto que su definición no
correspondía a la de individuos libres e iguales.
115
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Desenlace
3. Libertad y Dominación
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4
Los conceptos de Weber no son los de M. Foucault quien entiende por poder la acción sobre las
acciones de otros sin intervención física directa y sin anular su libertad; uno de los modos de ejercicio del
poder es la gobernabilidad. Mientras que dominación significa para él la imposición arbitraria de la
voluntad aún contra toda resistencia y reduciendo o aniquilando la libertad del otro. Para Foucault, la
dominación puede disminuir o desaparecer de una relación, mientras que las relaciones de poder no, éstas
sólo se gobiernan.
119
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5
En ¿Qué es la justicia?, Kelsen dice evocando a Marx, “un día sin el problema de la justicia significaría
que se ha rebasado el estrecho horizonte del derecho burgués”.
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5. Ética y Civilidad
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6. Normalización y Autonomía
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Obras Citadas
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Berlin, Isaiah, Cuatro ensayos sobre la libertad, Madrid, Alianza Editorial, 1998.
Bodin, Jean, Les six livres de la république, Paris, Le livre de poche, 1993.
Boneau, Denis, “Democracia de mercado. Friedrich von Hayek, el padre del
neoliberalismo”, en http://www.voltairenet.org/article123311.html>. Red de prensa
no alineados, 30 de enero de 2005.
De las Casas, Bartolomé, Historia de las Indias, volumen II, México, Fondo de Cultura
Económica, 1986.
Del Castillo, José Ignacio, “Republicanismo vs. democracia”, en Ideas, Revista virtual,
<http://revista.libertaddigital.com/articulo.php/404>, 15/12/2000
Doménech, Antoni, “Renda Basica i democracia a l’era de la globalitzacio”, en
http://www.ingresociudadano.org/publicaciones>, Barcelona, 25/04/2003.
- “La idea más revolucionaria de la historia es la democracia”, entrevista por Claudio
Martyniuk, El Clarín, España, 23/08/2003 bis.
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129
REPUBLICANISMO, VIRTUD CÍVICA Y DEMOCRACIA
Elisabetta Di Castro
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
1
Cfr. Q. Skinner, Liberty before Liberalism, Cambridge, Cambridge University Press, 1998 y P. Pettit,
Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999.
2
Para un desarrollo del enfrentamiento entre estas dos concepciones cfr. Elisabetta Di Castro,
“Liberalismo y republicanismo” en A. Velasco, E. Di Castro y M. J. Bertomeu (coords.), La vigencia del
republicanismo, México, UNAM, 2006.
130
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3
Cfr. F. Ovejero, J. L. Martí y R. Gargarella (comps.), Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y
libertad, Barcelona, Paidós, 2004.
4
Por lo que se refiere a las formas de gobierno, destacan los estudios realizados en la segunda mitad del
siglo pasado por Norberto Bobbio, los cuales fueron reunidos y publicados bajo el título La teoría de las
formas de gobierno en la historia del pensamiento político. Autor que curiosamente llegó a afirmar en
una entrevista que “En mi trayectoria como estudioso de la política nunca me he cruzado con el
republicanismo... Para mí… república es el nombre de la forma de gobierno opuesta a la monarquía o
principado… puede incluso emplearse ‘res publica’ como término genérico para designar el Estado,
cualquier Estado”. N. Bobbio y M. Viroli, Dialogo intorno alla repubblica, Roma-Bari, Laterza, 2001. p.
4.
5
Cfr. Aristóteles, Política.
131
Republicanos y Republicanismos
6
Cfr. N. Machiavelli, Il principe y Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio en Opere, vol. I, Turín,
Einaudi, 1983.
7
Cfr. C. Montesquieu, Del espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos, 1985.
132
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8
Cfr. M. Viroli, Reppublicanesimo, Roma-Bari, Laterza, 1999; y E. Di Castro, “Maurizio Viroli y el
republicanismo” en M. Lamberti y F. Visón (eds.), Italia a través de los siglos. Lengua, ideas, literatura,
México, UNAM, 2005.
9
Cfr. C. Montesquieu, Del espíritu de las leyes, op. cit., IV.5 y VIII.16
133
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10
Cfr. N. Machiavelli, Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, op. cit., I.16 y II.2
134
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11
M. Viroli, Repubblicanesimo, op. cit., p. 65.
12
Esto no tiene porqué implicar, como algunos han cuestionado, que la deliberación pública y política
deba ser el sentido único o más importante de la vida, que se tenga que participar siempre de manera
directa en innumerables e infinitas reuniones o volverse especialista en todas las cuestiones que puedan
surgir.
135
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Bibliografía
136
REPÚBLICA ELECTRÓNICA Y TELEDEMOCRACIA
Introducción
137
Republicanos y Republicanismos
La república electrónica
sociedad teledirigida, Barcelona, Taurus, 1997; Tomás Maldonado, Crítica de la razón informática,
Barcelona, Paidós, 1997; Pierre Lévy, Ciberdemocracia. Ensayo sobre filosofía política, Barcelona,
UOC, 2002; José Antonio Pérez Tapias, Internautas y náufragos. La búsqueda de sentido en la cultura
digital, Madrid, Trotta, 2003 y Linda Leung, Etnicidad virtual. Raza, resistencia y Word Wide Web,
Barcelona, Gedisa, 2006.
3
Cfr. Cass Sustein, República. Com. Internet, democracia y libertad, Barcelona, Paidós, 2003 y Antonio
Enrique Perez Luño, Ciberciudadanía o ciberciudadanía.com?, Barcelona, Gedisa, 2003.
138
Republicanos y Republicanismos
4
La hipótesis de la existencia de un tercer entorno infovirtual ha sido brillantemente elaborada por el
filósofo Javier Echeverría en Los señores del aire: Telepolis y el tercer entorno, Barcelona, Destino,
1999; correlativa a ella se encuentran las reflexiones sobre una tercera fase audiovisual de la cultura,
derivada de la consolidación de los medios electrónicos, presente en la obra del lingüista Raffaele
Simone, La tercera fase. Formas de saber que estamos perdiendo, Madrid, Taurus, 2001.
5
Rousseau denominaba república a una formación estatal regida por leyes surgidas de la voluntad del
pueblo soberano, ya se trate de una monarquía o un consejo: “Llamo república a todo Estado regido por
leyes, cualesquiera que sea su forma de administración, ya que sólo entonces es el interés público el que
gobierna, y la cosa pública se concreta en algo”. J. J. Rousseau, El contrato social, en Escritos de
combate, Madrid, Alfaguara, 1980, p. 432.
6
Félix Ovejero, José Luis Martí y Roberto Gargarella (comps.), Nuevas ideas republicanas.
Autogobierno y libertad, Barcelona, Paidós, 2004.
139
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7
Tomás Maldonado, Crítica de la razón informática, Barcelona, Paidós, 1997.
8
Pierre Lévy, Ciberdemocracia. Ensayo sobre filosofía política, op. cit.
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9
José Antonio Pérez Tapias, Internautas y náufragos. La búsqueda de sentido en la cultura digital, op.
cit.
10
Atendiendo a estos principios políticos republicanos Andoni Alonso e Iñaqui Arzoz han señalado un
conjunto de derechos reclamados al interior de una “república electrónica” entre los que podemos
destacar: el derecho de la ciudadanía a disfrutar de fuentes de energía renovable y al uso de diversas
tecnologías que garanticen su vida plena en las distintas dimensiones económicas (transferencias de
capital y dinero electrónico), médicas (nanotecnología y cirugías teledirigidas), sociales (acceso gratuito a
tecnologías interactivas) y culturales (libre producción y expresión); el derecho a una formación
informática básica y diferenciada; el derecho al acceso a conexiones abiertas a Internet; el derecho al uso
de software mínimo y gratuito (procesadores de textos, correo electrónico, navegadores, buscadores y
otros); y, finalmente el derecho a ser protegido de la tecnovigilancia. Cfr, Andoni Alonso e Iñaqui Arzoz,
Cibergolem, La quinta columna digital. Antitratado comunal de hiperpolítica, Barcelona, Gedisa, 2005.
141
Republicanos y Republicanismos
11
Constituirse como “ciberciudadano” consiste en participar activamente en la vida política de las
comunidades virtuales y estar motivado por un alto impulso de virtud cívica de intervención y
responsablemente cosmopolita. El ser repúblicano de los ciberciudadanos remite a una condición pública
y activa de participación interactiva, ya que el reconocimiento de la “república electrónica” funda la
posibilidad de una nueva ciudadanía virtual. Si con la república interactiva afirmamos un conjunto de
derechos colectivos es porque no se sobreponen a los derechos individuales, ya que se toma a la
cibernautas en tanto ciudadanos virtuales, cuyas virtudes cívicas de participación responsable y
cosmopolita fundan una inédita razón práctica republicana. Cfr. Antonio Enrique Perez Luño,
Ciberciudadanía o ciberciudadanía.com?, op. cit.
12
Los “ciberciudadanos” no son evidentemente republicanos de suyo, ya que deben ser formados en el
respeto a las leyes y en la actualización de las virtudes ciudadanas de participación activa. La república
electrónica ha de proponer leyes comunes, un nuevo régimen conforme a una constitución legal y dirigida
por los ciudadanos en su conjunto. La república electrónica exige una formación jurídica y supone a la
democracia como su forma de gobierno y unas leyes ante las cuales los ciudadanos son jurídicamente
iguales.
142
Republicanos y Republicanismos
La teledemocracia
13
La formulación original del término es autoría de Ted Becker con motivo de la discusión en los años
sesentas del potencial cívico de las nuevas tecnologías, desde entonces la discusión ha ido creciendo en
distintos ámbitos de la reflexión social, cultural y filosófica. Cfr. Bettina Martino, “posmodernidad, crisis
de representación y democracia electrónica” en Razón y Palabra, no. 22, mayo–julio 2001,
www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n22/22_bmartino.html
143
Republicanos y Republicanismos
14
Giovani Sartori, El homo videns. La sociedad teledirigida, Barcelona, Taurus, 1997.
144
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como ciudadanos activos, esto es, como agentes sociales de las nuevas
modalidades de participación democrática en línea.15
De tal manera, el concepto de “teledemocracia electrónica”
forma parte de las investigaciones sociales y estratégicas políticas sobre
la aplicación de las tecnologías de comunicación a las modalidades de
participación deliberativa, ya que incluso el amplio uso de las tecno-
logías interactivas en diversos sectores ha forzado a que los ciudadanos
participen con mayor rapidez y amplitud en problemas políticos y
sociales comunes. La cuestión teórica y práctica de la democracia elec-
trónica no consiste en determinar si es posible o necesaria, sino en
cómo va ha desarrollarse, en quién la organizará y con qué propósitos
políticos será empleada. Se trata de descubrir e inventar el potencial
ciudadano de las tecnologías interactivas bajo sus más diversas modali-
dades y acepciones como son: la “ciberdemocracia” y la “tecnopolí-
tica”, la “política vía satélite” y la “teledemocracia”, este último con-
cepto, quizás el más usado y extendido.16
Los defensores de la teledemocracia sostienen que las tecno-
logías electrónicas facilitan no sólo una participación política directa,
sino, además, una educación política de los ciudadanos más amplia,
que los involucra en las discusiones sobre los problemas públicos de su
comunidad. Existe entre los teóricos de la teledemocracia una profunda
convicción de que los ciudadanos tienen garantizada su participación
total y directa en las formas de gestión de las democracias modernas,
cuyo fracaso parcial se debe más a la ignorancia política de los ciudada-
nos y a la desigualdad en la distribución de recursos, que afecta la capa-
cidad de los individuos para integrarse a proyectos comunitarios. Tal
parecería que la teledemocracia electrónica ofrece una solución
operativa a los problemas de la democracia, abriendo la posibilidad de
una participación más abierta y comprometida.
De esta manera, se llega a sostener que la existencia de un
espacio ciudadano electrónico e interconectado resolvería algunas de
las principales dificultades de la comunicación ciudadana y la participa-
ción política, ya que los individuos y grupos sociales podrían participar
directamente con sólo disponer de un enlace en línea. Así, los proble-
mas como la disponibilidad del espacio social y político resultarían irre-
levantes o superados, ya que no sería necesario reunir físicamente a un
amplio grupo de individuos para hacerlos participes de una decisión
colectiva. Y de igual manera la disposición de la información pública y
política resultaría más rápida y accesible a través de las redes de comu-
15
Fernando Calderón (Coord.), ¿Es sostenible la globalización en América Latina? Debates con Manuel
Castells. Volumen I y II, México, FCE, 2003.
16
Tomás Maldonado, Crítica de la razón informática, Paidós, Barcelona, 1997, p. 26.
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17
Pierre Lévy, Ciberdemocracia. Ensayo sobre filosofía política, op. cit.
18
Theodore Roszac, El culto a la información. El folclore de los ordenadores y el verdadero arte de
pensar, México, Grijalbo, 1990.
19
Por el contrario, como sostiene Daniel Bougnoux, “suele preferirse el espectáculo, aunque sea terrible,
ver una guerra en lugar de un curso de historia, geografía o de economía…. Nadie ignora las
informaciones, pero nadie está obligado a comprenderlas. Conmoverse instantáneamente por todo, para
no ocuparse de nada. La masa afectada, excitada, pero en el fondo poco involucrada”. Citado en Bettina
Martino, op.cit.
20
Tomás Maldonado, Crítica de la razón informática, Barcelona, Paidós, 1997, p. 97.
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21
Giovanni Sartori, El homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, 1997.
22
Paul Virilio, Cibermundo. Una política suicida, Santiago de Chile, Dolmen, 1997, p. 73.
147
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Conclusión
23
Nestor García Canclini, Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad,
Barcelona, Barcelona, 2004, p. 181.
24
Linda Leung, Etnicidad virtual. Raza, resistencia y Word Wide Web, op, cit.
148
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149
EL CLARO DEL BOSQUE Y LA CIUDAD VIRTUOSA.
DOS FORMAS DE CONCEBIR LA SOCIEDAD
Y SUS FUNDAMENTOS
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152
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dad son las notas que presiden el vivir solos con El Solo. Es la ciudad la
que imprime en el alma del ciudadano esos derechos. Dicho de otra
forma, lejos del individuo aislado portador de unos derechos naturales
—según muchos exégetas su origen proviene de Dios— se halla el ciu-
dadano que se sabe y se siente miembro de una comunidad que le dota
de sentido.
La autonomía republicana también remite, en último término, a
la idea de libertad. Si la libertad del hombre de los bosques era la nega-
tiva, la libertad del ciudadano se acercaría a aquella otra del segundo
claro donde la razón no era tenida como la esclava de las pasiones, sino
como su freno y señora; además, la libertad republicana empuja a los
ciudadanos a participar activamente en las tareas políticas, de manera
que la libertad implicaría el autogobierno del ciudadano entregándose a
la comunidad. Pero el ciudadano da un paso más. Considera que la
verdadera libertad se cifra en la no dependencia de nadie, en la ausen-
cia de dominación de un ciudadano sobre otro. Uno podría imaginarse
el caso de un esclavo que tuviera libertad de movimientos para llevar a
cabo cualquier decisión que tomara, dada la benevolencia de su amo,
sin encontrar ningún obstáculo a su acción, con lo que se cumpliría la
condición de su libertad desde el punto señalado más arriba; pero, el
ciudadano preguntaría si es verdaderamente autónomo y respondería
con un no, puesto que no es independiente, no se autogobierna, no se
da a sí mismo la ley, en definitiva, a pesar de la benevolencia del amo,
su persona depende de él.
En el claro liberal del bosque la sociedad se sostiene primor-
dialmente por la capacidad constrictiva de las leyes, el estado de dere-
cho es la columna que la vertebra, en la comunidad, sin que esté
ausente el ordenamiento jurídico, desempeña un papel de capital
importancia la virtud cívica. El ciudadano conoce sus derechos, pero
sabe que si se es portador de ellos, también tendrá que asumir unas
responsabilidades, que la ciudad no es un mero centro comercial donde
como un cliente cualquiera puede ejercer el derecho a exigir; no, el
ciudadano es consciente de que sus derechos llevan aparejados unos
deberes. La consciencia de que por el hecho de ser ciudadano también
tiene unos deberes, que serían las capacidades que nos comprometen a
dedicar un tiempo y una dedicación al bien común de forma voluntaria,
es lo que hace que su conducta política no esté únicamente sujeta a la
obediencia de la ley, sino que siga una senda “más cálida”, como es la
virtud cívica. En efecto, la sociedad formada por ciudadanos es cálida
en la medida en que a la constricción externa de la ley se le suma la
voluntad de los ciudadanos de ir más allá de sus dictados y ponerse al
servicio de la comunidad; de tal forma, entonces, que la externalidad
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Nota bibliográfica
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