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Que Significa El Trabajo Hoy Cambios y PDF
Que Significa El Trabajo Hoy Cambios y PDF
Cambios y continuidades
en una sociedad global
Ana Cárdenas, Felipe Link y Joel Stillerman
(editores)
Agradecimientos 13
I. Introducción 15
Oportunidades perdidas:
Negociación colectiva y distribución de ingresos en Chile 109
Gerhard Reinecke y Maria Elena Valenzuela
13
I.
Introducción
Introducción:
¿Qué significa el trabajo hoy?
17
(containerization), el desarrollo de las tecnologías de computación y
comunicación en tiempo real (por fax, teléfono celular e Internet), la
ampliación de la infraestructura de transporte terrestre a través de la
construcción de autopistas y el abaratamiento de costos de los viajes por
avión permitieron la fragmentación de los procesos de manufactura a
nivel global a través de la subcontratación, facilitando así la movilidad del
capital y el abaratamiento de los costos de salarios a cargo de las empresas.
La desregulación de la industria financiera es otro factor importante para
explicar el aumento en la internacionalización de las inversiones a partir
de los años 70 (Harvey 1989; Hummels 2007; Gereffi et al. 2002).
A nivel global, las empresas intentaron enfrentar este nuevo escena-
rio a través de distintas estrategias. Por un lado, algunas emularon el toyotis-
mo como modelo que integra las empresas subcontratadas con la empresa
matriz, reduce los tiempos y recursos perdidos en procesos de producción
y da amplias responsabilidades a los trabajadores en relación a los procesos
de producción y el control de calidad (Womack et al. 1990; Elam 1994;
Tomaney 1994; Ferraz 1992; Kochan et al. 1997; Humphrey 1993). Otras
empresas organizaron cadenas productivas o redes globales para reducir
los costos de producción y captar utilidades en la empresa matriz (Castells
2004; Gereffi et al. 2002; Berg 2005; Harrison 1994). Algunas organiza-
ciones intentaron implementar “Prácticas Laborales de Alto Desempeño”
(PLAD), las que implicaron renovar sistemas de gestión, invertir en nuevas
tecnologías e innovaciones de proceso y producto (Combs et al. 2006).
Los trabajadores en Chile vivieron estos cambios en un contexto
sociopolítico específico. Desde el Gobierno del Frente Popular (1938-
1941) hasta el golpe de Estado de 1973, el Estado chileno inició una
política de industrialización por la vía de la sustitución de importaciones,
la que intentó desarrollar una base industrial interna, a través de inver-
siones directas desde el Estado y protecciones para productores domésti-
cos. Esta política se llevó a cabo a través de una alianza entre trabajadores
urbanos, miembros de las clases medias y empresarios apoyados por el
Estado. Junto con el establecimiento de políticas que promovieron la
industrialización, con la excepción de los gobiernos de González Videla
(1946-1952) e Ibáñez del Campo (1952-1958), los gobiernos de la épo-
ca desarrollaron una serie de leyes y programas que ampliaron los de-
rechos de los trabajadores, incluyendo la implementación del Código
del Trabajo de 1931 (Drake 1978; Garretón 1989). Al mismo tiempo,
el Estado desarrollista se constituyó paulatinamente en un importante
empleador de la fuerza del trabajo en el país, tanto en el marco de las em-
presas estatales como de la administración pública (Filgueira y Geneletti
1981; Arellano 1985).
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El modelo de desarrollo vigente desde 1930 hasta 1973 sufrió un
cambio radical después del golpe de Estado de 1973. Como reacción al
Gobierno de la Unidad Popular y la polarización social de los años 1960,
la dictadura militar (1973-1989) reprimió a militantes de izquierda, pro-
hibió las huelgas y suspendió las negociaciones colectivas. A partir de
1975 implementó políticas neoliberales como la devaluación del peso,
la privatización de la mayoría de las empresas nacionalizadas durante el
Gobierno de Allende, la liberalización del comercio y la descentralización
y privatización de importantes servicios públicos como la educación y la
previsión de la salud y la jubilación. Estas políticas provocaron el quiebre
de muchas empresas, la reestructuración de las restantes empresas, la re-
ducción del empleo público y la pérdida de muchos beneficios de parte de
la mayoría de los trabajadores (Drake 1996; Campero y Valenzuela 1984;
Martínez y Díaz 1996).
En este contexto, uno de los pilares fundamentales de la imple-
mentación de las reformas neoliberales fue la promulgación entre 1979 y
1982 de un nuevo Código del Trabajo, conocido como el Plan Laboral.
Estas reformas tuvieron un sello específico y radical que resultó de la
estructura y las orientaciones ideológicas impuestas por la dictadura, así
como de sus formas autoritarias de proceder. La serie de leyes promulga-
das en este contexto tuvieron distintos efectos, pero los más importantes
tienen que ver con la fragmentación de los sindicatos; la eliminación de
la ley de inamovilidad y el abaratamiento de los costos de despido; la en-
trega a los empleadores del derecho a modificar los contratos de trabajo
para ampliar las responsabilidades de los trabajadores individuales; la eli-
minación de la negociación por rama (que existió de hecho o por decreto
en ciertos sectores antes de 1973); la eliminación de beneficios históricos
como la participación en las utilidades y la creación de un tope máximo
para la indemnización por años de servicio; un límite máximo de 59 días
para las huelgas y la capacidad de los empleadores de contratar trabaja-
dores de reemplazo después de un mes en huelga; la ampliación de las
facilidades para subcontratar personal y la prohibición de negociación co-
lectiva y huelgas para los trabajadores temporeros —un cambio que tuvo
un efecto especialmente negativo para trabajadores agrícolas, marítimos
y de la construcción— (Campero y Valenzuela 1984; Ruiz-Tagle 1985;
Vega Ruiz 2001). En consecuencia, el trabajo remunerado en Chile se ha
vuelto crecientemente “precario”, es decir, carece de regulación laboral o
esta solo reconoce parte de los derechos laborales mínimos asociados a
un trabajo decente, situando a los trabajadores en una situación de ines-
tabilidad laboral, restricción de sus derechos de organización y represen-
tación colectiva de sus intereses, y marginación parcial o total respecto a
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la seguridad social (Castel 1997; OIT 1998; Wormald y Ruiz-Tagle 1999;
Kalleberg 2000; Sehnbruch 2006).
Con el retorno a la democracia en Chile, los gobiernos de la
Concertación (1990-2009) se concentraron en pagar la “deuda social”
con el objetivo de reducir las altas tasas de pobreza acumuladas durante
la dictadura. Sus políticas se centraron en aumentar el sueldo mínimo e
invertir en educación, salud y capacitación de los trabajadores. Como re-
sultado, además del crecimiento sostenido de la economía (salvo durante
la crisis asiática de 1998 a 2000), las tasas de pobreza se han reducido y
los sueldos reales promedio han aumentado (CEPAL 2011). Sin embargo,
la desigualdad de ingresos entre el primer y último quintil se ha manteni-
do prácticamente igual desde 1990 (Martínez y Díaz 1996; Ramos 2009;
Sehnbruch 2006; CEPAL 2011)1.
En este período también se realizaron reformas al Código del
Trabajo en 1992, 2001 y 2007, las que mejoraron en alguna medida las
condiciones de trabajo. Sin embargo, se han mantenido los elementos
centrales del Código del Trabajo heredados de la dictadura, especialmen-
te la facilidad con la cual los empleadores pueden despedir y subcontra-
tar a trabajadores y mantenerlos con contratos temporales durante varios
años (en el marco de vacíos legales y la falta de suficientes capacidades de
fiscalización del Estado), negándoles así importantes derechos como la
posibilidad de negociación colectiva y huelga. Por tanto, actualmente la
mayoría de las personas económicamente activas trabajan sin contrato in-
definido y no tienen acceso a los derechos y beneficios que corresponden
a trabajadores con ese tipo de contrato (OIT 1998; Wormald/Ruiz-Tagle
1999; Henríquez 1999; Frank 2004; Berg 2005; Haagh 2002; Sehnbruch
2006).
La actual legislación laboral ha facilitado también la racionali-
zación de las empresas, proceso que se ha implementado a través de la
incorporación de tecnologías de la información y comunicación, el au-
mento en el número de tareas a ser desarrolladas por los trabajadores y,
con ello, una intensificación del trabajo y la eliminación de los tiempos
muertos y stocks excesivos en los procesos de la producción como medida
para enfrentar procesos crecientes de globalización. Así, durante los años
90, las empresas tendieron a adoptar elementos de sistemas de gestión “de
1 Durante el período 2000-2008 el PIB per cápita y el salario medio real tuvieron una
tasa media anual de variación de 3,1 y 1,6, respectivamente. Asimismo, en el período
2002-2006 la variación de la pobreza fue de -6,5. Por último, el índice de Gini se man-
tuvo prácticamente constante entre los años 1990 y 2009, alcanzando este un valor de
0,554 y 0,524, respectivamente (CEPAL 2011).
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punta” a nivel internacional para aumentar la productividad sin incluir
otras dimensiones de tales sistemas —la estabilidad en el cargo, mejores
beneficios y la posibilidad de capacitación—. Desde 2000 en adelante
algunas empresas empezaron a utilizar técnicas de este tipo para mejorar
la capacidad competitiva de la empresas, pero estos cambios ocurrieron a
nivel de la gerencia, los supervisores y empleados con altas calificaciones,
mientras los trabajadores tuvieron pocas posibilidades para desarrollar
sus capacidades y participar en el mejoramiento de los sistemas produc-
tivos (Echeverría y Herrera 1993; Geller y Ramos 1997; Ramos 2009;
Berg 2005; Martínez y Díaz 1996).
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del trabajo es que esta se ha visto dificultada por la dispersión y fragmen-
tación laboral asociadas a la subcontratación y constitución de diferentes
entidades legales para una misma empresa. Sin embargo, los trabajadores
de la misma categoría dentro de una empresa han tendido a desarrollar una
suerte de confianza mutua que hace tolerable su trabajo (Díaz et al. 2006;
Palacios 2011).
La comprensión de los procesos contemporáneos de construcción
de las identidades individuales y colectivas en la esfera del trabajo implica
considerar, adicionalmente, diversos cambios ocurridos en otras esferas
de la vida social. Al respecto, la transformación del consumo, producto
de la liberalización comercial y la ampliación del acceso a crédito formal,
ha contribuido a que segmentos de la fuerza laboral desarrollen sus iden-
tidades también como consumidores. En el caso chileno, este cambio
está relacionado con los cambios en el sector retail/crédito y la mercan-
tilización de los servicios que antes fueron administrados por el Estado
(como la educación, la salud, la vivienda y la jubilación). En este sentido,
las políticas neoliberales han obligado a los ciudadanos a funcionar como
consumidores (Moulián 1998; PNUD 2002; Cox et al. 2006; Stillerman
2004; Tironi 1999; Tinsman 2006; Van Bavel y Sell-Trujillo 2003; INE
2008). Adicionalmente, los partidos tradicionales de centro-izquierda,
que tradicionalmente se aliaron con las organizaciones sindicales y po-
pulares, han tendido a transformarse desde partidos de masas a partidos
mediáticos sin fuertes programas ideológicos o de políticas públicas. En
consecuencia, los políticos tienden a presentarse hoy más bien como pro-
veedores de servicios que como líderes que representan una visión de la
sociedad (Roberts 1998).
Actualmente, el análisis de las experiencias e identidades de traba-
jadores en distintos ámbitos se ha llevado a cabo desde diversos puntos
de vista. En una primera línea se han realizado diversos estudios de caso
de trabajadores de distintos sectores, donde se ha examinado la evolu-
ción histórica de la organización de la producción, sus identidades co-
lectivas ligadas tanto al trabajo como a las organizaciones sindicales y
su resistencia a los procesos de flexibilización en las empresas u otras
faenas de trabajo (véanse los capítulos en Winn 2004a; Vergara 2008;
Stillerman 2005; Palacios 2011). Estos autores han documentado el di-
fícil, frustrante y limitado proceso de reorganización de los sindicatos
bajo la dictadura y los gobiernos de la Concertación; el impacto de la
reforma de las políticas de vivienda en las identidades obreras, las que
anteriormente se construían a nivel de barrio o campamento minero; las
tensiones entre el aumento de participación de las mujeres en el trabajo
remunerado, su creciente autonomía económica y la complejización de
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las relaciones de pareja y familia; los quiebres en las identidades colectivas
de los trabajadores dentro de la misma empresa o holding en el marco de
los procesos de subcontratación y formación de grupos negociadores no
sindicalizados; el sentido de incertidumbre y miedo que siente la mayoría
de los trabajadores frente a la pérdida posible del trabajo remunerado; los
efectos en la salud física y emocional resultantes de la intensificación de
los ritmos de trabajo; el auge del individualismo entre los trabajadores en
función de la transformación de los sectores de retail y crédito para los
consumidores; y los procesos —incompletos— de expansión del sindica-
lismo en sectores que han crecido, como la agricultura, la silvicultura, el
comercio y los bancos.
Una segunda línea utiliza la teoría de la individualización desarro-
llado por Beck, Beck-Gernsheim, Bauman, Giddens y Lash para anali-
zar las transformaciones de las identidades basadas en el trabajo. Estos
autores, mirando fundamentalmente a Europa de finales del siglo XX,
plantearon que la universalización de la educación, los avances del Estado
de bienestar y los cambios en la estructura de la familia han reducido la
influencia de las identidades “tradicionales” de género, familia y clase en
la construcción de las identidades individuales. En este contexto, los indi-
viduos hoy día no cuentan con las instituciones sociales que predefinieron
y estandarizaron los comportamientos de las personas en las diversas es-
feras de la vida, debiendo ellos mismos definir y construir reflexivamente
su propia identidad. En el caso del trabajo remunerado, este se constitu-
ye en un referente normativo y espacio experiencial más complejo para
la construcción de las identidades subjetivas y colectivas (para miradas
generales sobre este concepto en Chile, véase PNUD 2002; Palacios y
Cárdenas 2008; Cárdenas 2010). A partir de este concepto, varios auto-
res destacan el proceso incompleto de erosión de las identidades antiguas
y el aún incompleto proceso de construcción de identidades nuevas. En
este sentido, Díaz et al. (2006) plantean, a partir de entrevistas con traba-
jadores de distintas empresas, que el trabajo sigue siendo una importante
base identitaria, independientemente de la empresa particular en que se
desempeña la persona. Además, los sujetos construyen identidades en
el trabajo relacionado con su actividad y sección particular en la cual se
desempeñan, dada la diversidad de empleadores, contratos y condiciones
de trabajo que coexisten dentro de un solo lugar de trabajo. Asimismo, las
mujeres se sienten más autónomas por el ingreso que perciben (Guzmán,
Mauro y Araujo, 1999; Guzmán y Mauro 2004), mientras los hombres
han perdido la identidad “dada” de ser proveedores (Olavarría 2001,
2002). En su análisis de distintas empresas medianas y grandes, Ramos
(2009) destaca también que los trabajadores disfrutan hoy en día de un
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trabajo más interesante que antes, pero que produce más estrés, tiene
pocas recompensas y les genera una sensación de incertidumbre.
Como se puede apreciar, la incipiente literatura sobre subjetividad,
experiencia y trabajo en Chile ha generado resultados interesantes. Sin
embargo, aún falta mucha investigación para entender los complejos y
dinámicos cambios en este ámbito. Los capítulos de este libro actualizan
los análisis estructurales de trabajo, tanto al nivel global como en Chile,
y profundizan los análisis vigentes sobre los significados del trabajo en
Chile, Brasil y la región. Específicamente, reivindican la centralidad del
trabajo como categoría de análisis para comprender los cambios sociales
y culturales en el contexto global actual. La esfera del trabajo, que desde
algunas investigaciones de los años 90 (Offe, 1992; Rifkin, 1996) sufrió
un fuerte desplazamiento hasta ser reducida como variable dependiente
de sexo, raza, familia, política, cultura u otra, vuelve a tener vigencia para
interpretar las tendencias actuales en el funcionamiento y estructuración
de la sociedad.
En este escenario, las razones que justificarían una respuesta posi-
tiva y radical a la tesis de la pérdida de centralidad del trabajo deben ser
matizadas en cuanto a la vigencia del trabajo remunerado como articulador
de la vida cotidiana, indicador de las diferentes formas de estratificación
social y referente de incipientes y nuevas identidades. Como se muestra
en los distintos capítulos de este libro, actualmente el trabajo, en su nueva
arquitectura y complejidad, tiene un rol central en el desarrollo de las ca-
racterísticas socioculturales de la sociedad actual, transformándose en un
buen indicador de las distancias sociales. En consecuencia, el desafío actual
está en actualizar la investigación centrada en el trabajo, repensando sus
categorías y comprendiendo su nueva morfología (Antunez 1995).
Arne Kalleberg analiza los orígenes del trabajo precario, su carácter, sus
consecuencias para los trabajadores y la sociedad, las políticas públicas
que pueden proteger a los trabajadores y una agenda de investigación
sociológica sobre el trabajo precario. Kalleberg plantea que el avance
global del trabajo precario es un resultado de la globalización, los rápidos
cambios tecnológicos, las políticas neoliberales y la entrada al mercado
de trabajo global de los trabajadores del ex-bloque soviético, China, e
India, hecho que duplicó el tamaño del mercado laboral mundial. El
trabajo precario existe en los sectores formal e informal, en todas las
áreas de la economía y a través del mundo. El autor sugiere que es muy
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improbable que el avance del trabajo precario se detenga y, por tanto, es
importante generar políticas públicas de “flexibilidad con seguridad”, es
decir, flexibilidad en la contratación y despido para los empleadores y
seguridad social para los cesantes. La generalización del trabajo precario
a través del mundo obliga a los sociólogos a repensar el trabajo y las
políticas públicas para así ayudar a generar ideas en pos de un nuevo
contrato social. En suma, Kalleberg nos da una visión comprensiva de la
naturaleza del trabajo precario y cómo los investigadores pueden ayudar
a mejorar la protección que entregan a los trabajadores.
Kirsten Sehnbruch analiza las definiciones y consecuencias en
torno a la calidad del empleo, considerando la ampliación del concepto
e incorporando innovadoras variables al análisis. Ante la diversidad de
definiciones y la insuficiencia de la “tasa de desempleo” como indica-
dor central en el estudio del mercado laboral, Sehnbruch propone in-
cluir algunas dimensiones contenidas en el índice de desarrollo humano
y en el enfoque de capacidades desarrollado por el economista Amartya
Sen para lograr un diseño que describe de mejor forma la calidad del
empleo en Chile. De esta manera, entendiendo el empleo, en palabras
de la autora, como “el principal vínculo entre crecimiento económico y
los niveles individuales de bienestar”, la actualización en el estudio de
la calidad del empleo aporta elementos importantes a ser considerados
por las políticas públicas con miras a reducir la inequidad y mejorar las
condiciones del trabajo en un mercado laboral que pretende integrarse al
mundo globalizado.
Felipe Link analiza la distribución geográfica de los distintos gru-
pos socio-ocupacionales en el Área Metropolitana de Santiago (AMS), en
relación a los cambios en la estratificación social chilena. El autor estudia
la reestructuración económica de Chile dentro del contexto regional de
liberalización de las economías y precarización del empleo. Link muestra
un crecimiento de los grupos medios en los últimos años en Santiago,
al contrario de los planteamientos sobre dualización social. Sin embar-
go, a través de un análisis a nivel de zonas censales, encuentra que esta
medianización de la población oculta otros procesos de desigualdad y
precarización que son evidentes en la distribución de la población del
AMS. Específicamente, se observa una concentración espacial de grupos
homogéneos en términos ocupacionales y de logro educativo que coin-
cide con una fragmentación territorial. Esta nueva forma de segregación
contribuye al aislamiento de las personas con trabajos precarios y limita
sus posibilidades de movilidad ascendente. En suma, este capítulo nos
muestra cómo los patrones de distribución de residencia pueden afectar
la estratificación de los grupos socio-ocupacionales, aportando así una
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forma novedosa de combinar los análisis de segregación urbana con los
estudios de trabajo.
Claudio Ramos estudia los efectos que han tenido las nuevas prác-
ticas de trabajo y de gestión en Chile, tanto sobre el desempeño organi-
zacional como sobre los trabajadores. Específicamente, el autor analiza
el impacto de las “Prácticas Laborales de Alto Desempeño” (PLAD), las
“prácticas de reflexividad gerencial”, de “reflexividad de los trabajadores”
y de “racionalidad reductora” sobre la empresa y sus trabajadores. A partir
del estudio de 200 empresas medianas y grandes de los rubros manu-
facturero y de servicios, Ramos concluye que estas nuevas prácticas de
trabajo y de gestión tienen un impacto ambiguo. Es así cómo estas han
permitido que las empresas en Chile mejoren su desempeño, pero al mis-
mo tiempo no muestran, por ejemplo, un claro avance en relación a la
autonomía e incorporación de los conocimientos al trabajo. Asimismo,
dichas prácticas han favorecido un incremento en la satisfacción laboral y
en el sentido de seguridad en el trabajo por parte de los trabajadores. Sin
embargo, al mismo tiempo han producido una intensificación del mismo
y un consecuente deterioro en la salud de los trabajadores.
Gerhard Reinecke y María Elena Valenzuela exploran la relación
entre salarios, distribución del ingreso y negociación colectiva en Chile.
Los autores describen el escenario actual, dado por un fuerte aumento de
desigualdad salarial y una regresiva distribución del ingreso, señalando la
debilidad de los sindicatos y de la negociación colectiva chilena como uno
de los factores que puede explicar y eventualmente mejorar esta situación.
Entendiendo las dificultades para llevar a cabo reformas en este ámbito,
el trabajo de Reinecke y Valenzuela propone algunos ajustes mantenien-
do el actual sistema de negociación colectiva. Entre otras medidas, se
propone: reducir el mínimo de trabajadores para la formación de sindica-
tos en las pequeñas y medianas empresas; unificar las diferentes entidades
legales que pertenecen a un mismo conglomerado empresarial; y eliminar
la opción de reemplazos a los trabajadores en huelga, entre otras medidas.
A partir del análisis de diversos datos estadísticos los autores destacan la
importancia de esta dimensión en el análisis de la desigualdad en Chile y
la responsabilidad que debería tener el Estado en igualar las capacidades
de negociación entre las diferentes partes involucradas para mejorar la
distribución de los frutos del trabajo.
Joel Stillerman analiza la evolución histórica de las identidades
colectivas y formas de protesta obrera de la empresa metalúrgica de
MADECO S.A. El autor se enfoca en la transformación del espacio y su
impacto en los trabajadores de MADECO entre el período del Estado
de Compromiso (1938-1973) y la época neoliberal de la dictadura, los
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gobiernos de la Concertación y la Alianza Por Chile (1973-2011). Su
análisis utiliza la conceptualización de la “producción del espacio” de
Henri Lefebvre (1991), así como la ideas del “re-escalamiento del Estado”
de Neil Brenner (2004). El autor complementa estas teorías estructurales
con modelos que dan cuenta de los modos cómo las personas participan
en la “producción del espacio” y la construcción de un “sentido de lugar”,
así como estas se apropian del espacio para protestar. Stillerman plantea
que los “espacios keynesianos” favorecieron el desarrollo de fábricas
y lugares de residencia y ocio concentrados en barrios en las ciudades
grandes, lo que permitió la construcción de un “sentido de lugar” en el
caso de los obreros de MADECO. Los bajos “costos de tiempo-distancia”
entre los obreros y sus aliados en la municipalidad y el Congreso
permitieron a los madequinos “saltar escalas” para aliarse con ellos. Los
“espacios neoliberales”, en contraste, provocaron una fragmentación de
los espacios de producción, residencia y ocio a través de la flexibilización
de la producción, la división de las municipalidades, la transformación del
sistema de subsidios para las viviendas y cambios en el sector comercial.
Estos cambios provocaron la pérdida del “sentido de lugar” en la zona
cerca de la empresa. Esta pérdida se expresa en el hecho que las huelgas
realizadas bajo la dictadura y los gobiernos de la Concertación los obreros
no construyeron alianzas en el barrio o con autoridades del Gobierno.
El autor concluye que para entender las identidades colectivas de los
trabajadores y sus formas de acción colectiva es necesario analizar “la
producción del espacio” y su “apropiación” por los actores colectivos.
María Elena Valenzuela y Solange Sanches centran su análisis
en el trabajo doméstico, la ocupación que concentra al mayor número
de mujeres tanto en Chile como en América Latina y el Caribe. Al
respecto, analizan los principales cambios ocurridos en relación a esta
forma de trabajo, tanto en la composición de su fuerza de trabajo como
en sus condiciones laborales. Asimismo, reflexionan en torno a las nue-
vas identidades que emergen al respecto en un contexto de creciente
organización sindical del sector y de la búsqueda de una mayor igual-
dad de género en la sociedad chilena contemporánea. La información
disponible les permite concluir que el trabajo doméstico en Chile ha
disminuido su importancia en el empleo total del país y se ha consti-
tuido en una ocupación de mujeres adultas provenientes de sectores de
menores ingresos. Al mismo tiempo, destacan el incremento de su nivel
educacional, el que es consistente con el aumento que ha tenido la es-
colaridad en esta sociedad en las últimas décadas. Por último, el trabajo
doméstico realizado “puertas afuera” se constituye en su principal mo-
dalidad de desempeño. Las autoras concluyen que dichos cambios están
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impactando la identidad laboral de estas trabajadoras, siendo especial-
mente destacable su progresiva organización colectiva y su consecuente
visibilización en el espacio público.
Ximena Díaz y Amalia Mauro reflexionan en su capítulo acerca
de la relación entre salud mental y trabajo desde una perspectiva de gé-
nero. Mediante un estudio cualitativo basado en entrevistas a informan-
tes claves y la realización de grupos de discusión con trabajadores(as)
correspondientes a distintas ocupaciones y sectores económicos, anali-
zan específicamente a tres grupos: trabajadoras agrícolas de temporada,
operadores(as) de centros de llamada y obreras subcontratadas en una
industria alimenticia. Al respecto, concluyen que en el caso de estos tres
grupos las personas trabajan bajo excesivas demandas físicas y mentales,
tienen escasas oportunidades de aprendizaje y desarrollo y suelen contar
con un escaso reconocimiento y un trato autoritario por parte de sus je-
faturas. Dichas condiciones de trabajo se ven reforzadas a su vez por las
tensiones que suelen vivir principalmente las trabajadoras en su hogar
y en relación a la conciliación entre trabajo y familia. En este contexto,
emergen los lazos de compañerismo como un factor que aminoraría di-
chas tensiones.
En su capítulo, Sarah Gammage analiza cómo las sociedades en-
frentan los costos del trabajo reproductivo no remunerado, específicamen-
te el cuidado de niños, personas enfermas y adultos mayores. Revisando
datos sobre América Latina en un contexto comparado, ella demuestra
que las mujeres latinoamericanas asumen la mayoría de las tareas repro-
ductivas de cuidado infantil y del hogar. La desigualdad por género en
la distribución de estas actividades resulta de estereotipos sociales sobre
el rol “natural” de las mujeres como “cuidadora”. La especialización de
las mujeres en el trabajo reproductivo les impide participar en el trabajo
remunerado a la par con los hombres y también se les quita a estos la
oportunidad de participar en la crianza de sus niños. Como la sociedad en
su conjunto no valoriza el trabajo reproductivo, la mayoría de las personas
asume estos costos en forma privada. El no reconocimiento social de estas
tareas tiene costos para la sociedad, porque significa que muchos niños
no recibirán los beneficios de la lactancia o un cuidado de buena calidad.
La autora entrega ejemplos de políticas públicas en distintos países de
licencia pre y posnatal, cuidado infantil y subsidios para la jubilación de
las mujeres que han criado sus niños. La difusión de estas políticas a otros
países de la región podría ayudar a las sociedades a enfrentar mejor estos
desafíos. En suma, su capítulo hace visible los costos de la reproducción
social y nos da importantes ideas de cómo las sociedades en su conjunto
deberían y pueden asumir aquellos costos.
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En el artículo de Sandra Leiva se realiza una revisión del concepto
de “empleo clásico/normal”, así como de los diversos tipos de empleos
que han venido siendo conceptualizados en el marco de los procesos de
flexibilización del mercado laboral. Al respecto, la autora centra su aten-
ción en el “empleo autónomo dependiente” y estudia la evolución que ha
tenido esta forma de trabajo a partir de los casos de Chile y Alemania
según el criterio del most different systems design, es decir, considerando las
importantes diferencias de ambos casos en sus condiciones y la presen-
cia común del fenómeno del empleo autónomo dependiente. Mediante
el análisis de la Estructura de la Clasificación Internacional Uniforme
de Ocupaciones (ISCO-88) de la OIT e ISCO 88 (COM) de EUROSTAT,
Leiva concluye que ambos países presentan un perfil distinto de trabaja-
dores autónomos dependientes. Mientras en el caso de Chile priman los
técnicos y los profesionales de nivel medio, en el caso de Alemania esta
categoría está conformada principalmente por profesionales científicos e
intelectuales. Asimismo, la mayor cantidad de trabajadores autónomos
dependientes se ubicarían en este último caso. La autora destaca los desa-
fíos metodológicos para continuar avanzando en el conocimiento de esta
categoría de trabajadores, categoría que también está tensionada por los
tenues límites conceptuales que la configuran.
Helia Henríquez realiza una revisión histórica y conceptual del
trabajo a domicilio, destacando aquellos elementos que hoy en día per-
sisten y aquellos que hoy emergen al interior de la sociedad chilena con-
temporánea. Al respecto, la autora destaca la creciente importancia del
trabajo a domicilio en el sector de los servicios y el comercio, así como en
su progresiva presencia de los servicios profesionales. Al mismo tiempo,
Henríquez da cuenta respecto a la variedad de condiciones laborales en
el marco de las cuales se desempeñan los(as) trabajadores(as) a domicilio,
proponiendo que es precisamente dicha heterogeneidad la que dificulta-
ría la construcción de una identidad única en el marco de esta forma de
trabajo.
Ana Cárdenas analiza las perspectivas y estrategias de teletrabaja
dores a domicilio en cuanto a sus esfuerzos por redefinir subjetivamente
el trabajo en el marco de su biografía, cotidianeidad e identidad, en
relación a las instituciones del trabajo, la familia y el ciclo vital. Según
la autora, el perfil de los teletrabajadores ha cambiado en los últimos
años. Antiguamente, el trabajo a domicilio consistía en actividades de
producción industrial de textiles y calzados realizadas principalmente por
mujeres. La autora estudió un grupo nuevo de profesionales (hombres
y mujeres con y sin hijos) que utilizan tecnologías de información y
computación (TICs) para realizar servicios para empresas y el Estado
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que requieren un nivel más alto de educación formal. En su capítulo,
Cárdenas hace un aporte a la teoría de la individualización de Beck
y otros a través del uso de distintas teorías dentro de la sociología de
orientación subjetiva. Estas teorías se refieren a los modos en que los
individuos reproducen o se desvían de las etapas “normales” del ciclo
vital, como ellos conducen las tareas de la vida cotidiana y el trabajo
identitario que realizan para construir biografías coherentes. Cárdenas
sintetiza estas perspectivas bajo el concepto de “trabajo de integración”
—cómo los individuos intentan integrar su biografía, vida cotidiana e
identidad—. A partir de entrevistas da cuenta de una serie de tensiones
experimentadas por los teletrabajadores, que tienen que ver con la
definición del trabajo, su relación con la vida familiar y el ocio, el manejo
de los riesgos y el reconocimiento social de trabajos atípicos. En este
sentido, los teletrabajadores desarrollan distintas estrategias para reducir
sus riesgos y programar sus vidas en una suerte de “autoracionalización”.
Cárdenas concluye su análisis con la observación paradojal que la búsqueda
de autonomía de parte de algunos profesionales a través del teletrabajo
intensifica los procesos de precarización actualmente en curso.
Ricardo Nóbrega estudia las consecuencias personales del trabajo
en los inmigrantes bolivianos en Sao Paulo, Brasil. Ante un escenario
de transformaciones económicas y migración internacional creciente,
Nóbrega reconstruye las trayectorias de riesgo, precariedad e incertidum-
bre asociadas al trabajo de los inmigrantes bolivianos, principalmente en
la industria textil. El autor pone de relieve, entre otros elementos, la im-
portancia de las remesas generadas en el país de destino y enviadas al país
de origen como motor de dinamización económica. En este contexto, las
posibilidades de acumulación material para los migrantes parecen ser el
único argumento para soportar los efectos colaterales de subordinación y
explotación laboral a los que son sometidos. Nóbrega da cuenta de estos
procesos y concluye con la esperanza de una mejor integración social de
los migrantes a la vida de la ciudad.
Lorena Godoy, Antonio Stecher y Juan Pablo Toro proveen un
análisis interesante de las formas de sociabilidad de trabajadores de su-
permercados y las implicancias de estas formas de interacción para el
ejercicio de la ciudadanía en el trabajo. Ellos critican el planteamiento de
algunos autores en relación a la reducción de las formas de sociabilidad
de los trabajadores en el trabajo flexible. Además de encontrar que la so-
ciabilidad cotidiana entre los trabajadores sirve como una forma de apo-
yo mutuo que les permite lidiar con un trabajo de muy baja calidad, los
autores analizan hasta qué punto la sociabilidad puede servir como base
para la construcción de identidades y prácticas colectivas en el trabajo.
30
Ellos encuentran que los trabajadores tienen una percepción ambivalen-
te: reconocen que tienen acceso a derechos básicos de un contrato y otros
beneficios, pero sufren de mucho maltrato en el trabajo, el que soportan
solo gracias al compañerismo de sus pares. Estos trabajadores difícilmen-
te puedan lograr desarrollar un sentido de pertenencia con el trabajo por
el alto nivel de rotación, la operación de las empresas estudiadas a través
de distintas razones sociales, la competencia entre los trabajadores in-
centivada por la empresa y la mala imagen social de ser “un trabajador
del supermercado”. Por último, la única instancia de acción colectiva es
el sindicato, aunque los trabajadores lo ven más como una organización
que defiende sus intereses y soluciona sus problemas individuales, que
como una fuente de identidad colectiva y acción contestataria. En con-
secuencia, los autores entienden la sociabilidad en el trabajo solo como
una base potencial de ejercicio de ciudadanía en el trabajo. Este capítulo
nos da varias pistas interesantes para investigaciones futuras que puedan
indagar en las posibles relaciones entre las relaciones sociales informales
y la acción colectiva en el trabajo.
Esteban Romero analiza las identidades basadas en el trabajo a
través de datos del World Values Survey entre 1990 y 2000. Su estudio se
diferencia de las investigaciones de la individualización que plantean que
los procesos a nivel de las instituciones tienen su reflejo en las identidades
de los individuos. Para desarrollar su argumento, Romero utiliza el aná-
lisis de componentes principales para construir tipologías de identidad a
partir de las actitudes individuales expresadas por los participantes en las
encuestas del World Values Survey. En su análisis, Romero da cuenta que
entre 1990 y 2000 las actitudes hacia el trabajo de los individuos que par-
ticipan en el mercado laboral se han agrupado en dos polos opuestos, los
que clasifica como el modelo de la individuación, que describe a personas
que tienen una visión instrumental hacia el trabajo; y la individualiza-
ción/el bricoleur, que describe a las personas que buscan la autenticidad
o la realización personal a través del trabajo. Sus resultados nos sugieren
que las identidades ligadas al trabajo en Chile son diversas y pueden su-
frir cambios muy bruscos a través del tiempo. Además nos muestra el
valor de analizar las identidades de trabajo a partir de los discursos de los
sujetos.
Finalmente, el artículo de Juan Pablo Toro, Antonio Stecher y
Lorena Godoy explora los “sentidos del trabajo” y la calidad de vida labo-
ral en trabajadores de supermercados en Santiago de Chile. El supermer-
cado se presenta como un buen escenario para el análisis de las diferentes
formas de organización del trabajo que se superponen en la realidad chi-
lena, al combinar técnicas de control y división, asociadas a los modelos
31
taylorista y fordista, con características postfordistas en la gestión del tra-
bajo. En este contexto, la calidad de vida laboral está condicionada, según
los autores, por elementos objetivos y subjetivos del entorno laboral, los
que posibilitan o dificultan la sociabilidad entre los trabajadores y que,
por lo tanto, contribuyen a configurar las identidades en torno al tra-
bajo. En este contexto y a través de un estudio cualitativo de entrevistas
semiestructuradas, los autores caracterizan diferentes formas identitarias
al interior de este espacio de trabajo, característico de la sociedad actual.
Entre otras, se destaca la presión y falta de reconocimiento de “las ca-
jeras”; la alta rotación, movilidad y menosprecio en “los reponedores y
aseadores”; la identidad de oficio predominante en panadería, carnicería
y fiambrería, etc. Los autores concluyen que existe una gran cantidad
de factores que influyen en la constitución de un sentido del trabajo, di-
ferente en muchos aspectos del individualismo y la competitividad que
destaca la literatura, siendo en este contexto la sociabilidad un elemento
compensatorio ante las malas condiciones laborales.
Para concluir esta serie de reflexiones sobre los significados del
trabajo hoy en día, se incluyen los comentarios de dos eminentes soció-
logos del trabajo en Chile: Guillermo Wormald y Guillermo Campero.
Además de reflexionar sobre los trabajos incluidos en este libro, los dos
investigadores utilizan sus décadas de experiencia de investigación sobre
el trabajo en Chile para proponer una agenda de investigación futura a
partir de los hallazgos y preguntas generadas por los capítulos del libro.
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37
II.
La transformación del trabajo
en un contexto global
Globalización y trabajo precario:
Desafíos para la sociedad y la sociología1
Introducción
41
trabajadores y sus familias, los gobiernos y las empresas. Esta forma de
trabajo tiene consecuencias de gran alcance, no solo para el trabajo, sino
también en otros ámbitos: a nivel individual (por ejemplo, el estrés y la
educación), en los ámbitos social y cultural (por ejemplo, para la fami-
lia y la comunidad), y por último, promueve la inestabilidad política. El
trabajo precario habitualmente entrega a los trabajadores garantías so-
ciales y legales muy limitadas o nulas, tiende a ser muy inseguro, ofrece
sueldos muy bajos y expone a los trabajadores a altos riesgos de salud.
Actualmente, estas consecuencias tienden a afectar a los trabajadores
tanto del Norte Global como del Sur Global. En términos generales, es
más probable que las mujeres tengan empleos precarios que los hombres,
imponiendo por tanto el trabajo precario un desafío importante para el
logro de la igualdad de género.
Los sociólogos tienen buenas herramientas para explicar, iluminar
y aportar en la confección de las políticas públicas con respecto a la na-
turaleza y las consecuencias del trabajo precario. A su vez, el crecimien-
to del trabajo precario obliga a los sociólogos a repensar muchos de sus
supuestos y conceptos sobre el carácter del trabajo, los trabajadores y los
lugares de trabajo.
42
mercados de trabajo para atraer inversiones, aumentar la producción
y generar más empleo.
Muchos de estos cambios a nivel macro se identifican con los pro-
cesos que incorporan el “neoliberalismo” dentro de las sociedades. El neo-
liberalismo es tanto una postura ideológica como un grupo específico de
ideas sobre los mercados y los Estados que generan una serie de políticas
económicas y sociales y otras políticas sobre temas afines que destacan el
mercado, la disciplina fiscal, el intercambio del comercio, la liberalización
de los mercados financieros y las políticas de inversión, la desregulación
de las actividades del Estado, la descentralización de las agencias estatales,
la privatización de empresas públicas y un papel reducido para el Estado
(Portes 1997). En la práctica, las ideas neoliberales se han fortalecido a
través de algunas políticas públicas análogas que también aumentan el
trabajo precario a través de los intentos de limitar los programas estatales
de bienestar social, descentralizar las relaciones laborales y debilitar los
sindicatos, reducir los impuestos y derechos pagados por las empresas y
priorizar la disciplina fiscal por sobre las políticas sociales. Estas políticas
han intensificado el uso del trabajo precario y han facilitado el desman-
telamiento de los programas de seguridad social que podrían aliviar la
inseguridad que experimentan los trabajadores.
El avance de la globalización ha encaminado un proceso de re-
estructuración espacial del trabajo a escala global. El aumento de la
conectividad entre las personas, las organizaciones y los países, que
se hizo posible con los avances tecnológicos, ha hecho relativamente
fácil el movimiento de los bienes, el capital y las personas dentro de
los países y a través de las fronteras internacionales a una velocidad
cada vez más rápida. Los avances en las tecnologías de la información
y las comunicaciones han permitido a los capitalistas ejercer control
sobre procesos laborales descentralizados y geográficamente dispersos.
Además, la entrada a la economía global de China, India y los países
que formaron parte del bloque de la ex-Unión Soviética durante los 90
ha duplicado el tamaño del mercado de trabajo a nivel global, procesos
que cambiaron aun más el balance de poder desde el trabajo hacia el
capital (Freeman 2007).
El sector de los servicios también ha adquirido un rol de mayor
centralidad en la economía. Este fenómeno ha cambiado la composición
ocupacional, lo que se refleja en la disminución de los trabajos manuales
y el crecimiento de las ocupaciones en los servicios que perciben altos y
bajos ingresos. Además, ha disminuido la importancia de las organiza-
ciones burocráticas. Las fronteras entre las organizaciones se han hecho
más porosas, mientras las redes entre las organizaciones han tomado más
43
importancia. Por último, los sindicatos han disminuido en los Estados
Unidos y en muchos otros países del mundo.
Es importante tener presente que la precariedad que se asocia al
trabajo no se determina solamente por el carácter del trabajo, sino a través
de las relaciones entre el trabajo y otros factores económicos, culturales,
históricos y sociales como, por ejemplo, las políticas de bienestar social.
Como el trabajo precario también se refiere al grado de protección so-
cial entregado a los trabajadores, el significado social del trabajo precario
también depende del nivel de riesgo que se asocia con el trabajo. Por
ejemplo, la presencia de políticas de seguridad social comprensivas para
los cesantes y los trabajadores con contratos y condiciones de trabajo irre-
gulares reducirían los riesgos sociales asociados con la cesantía y el trabajo
irregular en comparación con una situación donde estas protecciones so-
ciales no existen. Desgraciadamente, en muchas sociedades el trabajo no
solo se ha vuelto más precario, sino que las políticas de seguridad social
también se han limitado o reducido.
44
como por ejemplo: (1) la disminución del tiempo que un trabajador tiene
el mismo empleador; (2) el crecimiento de la tasa de cesantía de largo
plazo; (3) el aumento en las formas de trabajo irregulares, como los traba-
jos temporales o con contratos definidos y la subcontratación a través de
agencias de suministro de mano de obra temporal o empresas consultores
y (4) el traslado de los riesgos de los negocios desde los empleadores hacia
los empleados.
Reinecke (2006:21) se refirió a Chile durante los 90:
“Las empresas utilizan con frecuencia la subcontratación y agencias
de suministro de mano de obra temporal y estas formas de contra-
tación ofrecen a las empresas grandes un mecanismo para disminuir
sus responsabilidades de gestión de recursos humanos… En térmi-
nos generales, la calidad del empleo en las empresas subcontratadas
es peor que trabajos similares en las empresas matrices”.
45
diversas actividades, combinando trabajo a tiempo parcial, trabajos sin
contratos formales, trabajo sin remuneración y actividades voluntarias.
El trabajo en la economía informal tiende a ser precario, porque los
trabajadores habitualmente no reciben las mismas protecciones sociales
que los trabajadores del sector formal. Los niveles de inseguridad de
distintos tipos de trabajo informal pueden variar e incluso algunos tipos
de trabajo informal son relativamente estables y su permanencia se
garantiza a través de redes duraderas de personas que mantienen entre
ellos relaciones sociales de confianza.
La informalidad es especialmente relevante para América Latina.
Todos los países latinoamericanos han experimentado una expansión de
su sector informal y las consecuencias de su impacto sobre los beneficios
sociales percibidos por la población. Reinecke (2006: 20-21) plantea que
durante los ‘90 el empleo informal aumentó en América Latina, lo que
se ve reflejado en el creciente porcentaje del total de los trabajadores que
laboran por cuenta propia o en microempresas. Además, comenta:
“Mientras los niveles de informalidad en Chile son más bajos que la
mayoría de los países de América Latina, entre 1990 y 2003 la tasa
de empleo informal como porcentaje de la actividad económica no
disminuyó y desde 1990 el porcentaje de los trabajadores en empre-
sas formales que tienen contratos escritos y que reciben previsión
social ha bajado”.
46
a raíz de la globalización de la economía y los rápidos cambios tecnológi-
cos. Además, el contrato de género que sirvió como base para la relación
de empleo estandarizado se ha disminuido por la creciente entrada de las
mujeres al mercado de trabajo remunerado y los cambios en las relaciones
de género de los últimos 25 años (Vosko 2010). En la época actual se ha
hecho imprescindible un nuevo contrato social que tome en cuenta las rea-
lidades cambiantes creadas por el trabajo precario.
2 Los otros cuatro tipos de seguridad elaborados en el informe de la OIT (2004) son:
seguridad en el mercado de trabajo (la oportunidad para conseguir trabajo); seguridad
del empleo (la presencia de protecciones suficientes en contra de la cesantía y los
despidos arbitrarios); seguridad de trabajo (la capacidad de continuar una actividad
ocupacional específica a raíz de garantías para mantener las fronteras entre distintos
oficios y calificaciones mínimas para trabajos); y seguridad en relación a la salud y los
accidentes (buenas condiciones de salud y seguridad en contra de accidentes).
47
en seguridad de representación y el lugar 55 de 138 países en la seguridad
de capacitación.
Un nuevo contrato social que reconozca las consecuencias de los
sistemas de empleo polarizados y precarios en Chile y en muchos otros
países industrializados debería intentar lograr tres objetivos principales:
(1) proveer a los trabajadores de la seguridad económica que los proteja
de las consecuencias del trabajo precario; (2) garantizar a los trabajadores
los derechos de representación y negociación colectiva; y (3) asegurar la
capacitación y preparación de los trabajadores para poder conseguir tra-
bajos de buena calidad. En su conjunto, es probable que estas tres formas
de seguridad también incentiven a los empleadores a crear más trabajos
de buena calidad y desincentiven la creación de trabajos de baja calidad.
El caso de Dinamarca grafica el hecho que es posible que un tra-
bajador tenga una relación precaria con algún empleador a la vez que
alcance un alto nivel de seguridad en el mercado de trabajo. En ese país
los trabajadores tienen poca seguridad en un trabajo específico, pero su
seguridad en el mercado de trabajo es relativamente alta al recibir los ce-
santes mucha protección y ayuda para encontrar nuevos trabajos (además
un seguro de cesantía, educación y capacitación). Este sistema famoso de
“seguridad flexible” combina “reglas flexibles de contratación y despido
para los empleadores y un sistema de seguridad social para los trabajado-
res” (Westergaard-Nielsen 2008: 44). Este ejemplo de seguridad flexible
nos da motivos para ser optimistas respecto a que se pueden construir
políticas públicas para enfrentar los problemas de la precariedad.
Los cambios en la naturaleza del trabajo, los lugares de trabajo y las rela-
ciones del empleo que se analizaron más arriba generan desafíos para los
sociólogos y los investigadores de las relaciones industriales que quieren
explicar estos fenómenos y ayudan a desarrollar políticas públicas eficaces
para enfrentar las consecuencias de las transformaciones del trabajo.
48
sobre aquellos basados en las relaciones sociales (MacNeil 1985). Los
contratos basados en las transacciones reducen los derechos de ciuda-
danía de los trabajadores dentro de las organizaciones y permiten que
el poder del mercado y demandas basados en el estatus se vuelvan más
importantes como claves de las negociaciones locales. Las investigacio-
nes sobre las relaciones laborales permiten dar cuenta de las emergentes
formas de trabajo en las organizaciones, así como aquellas basadas en las
redes de relaciones sociales. De hecho, puede ser provechoso analizar las
empresas como “nexos de contratos” (por ejemplo Aoki et al. 1990). El
crecimiento de las agencias para el suministro de trabajadores temporales
y las empresas consultoras han creado relaciones triangulares que aún no
se entienden completamente entre estas organizaciones, sus empleados y
las organizaciones que compran estos servicios.
Estos cambios organizacionales —la reducción masiva del personal
(downsizing), la redefinición del contrato psicológico y el creciente énfasis
de parte de las empresas en el uso de la flexibilidad numérica— sugieren
que a los trabajadores no les conviene estar ligados a una sola organización.
Hacen falta más investigaciones sobre cómo los cambios en la organización
del trabajo podrían afectar a las trayectorias laborales de las personas, por-
que aún sabemos poco sobre muchos aspectos de estas dinámicas.
49
movimientos sociales o una teoría sobre las fuentes del poder (Webster
et al. 2008). Los modelos de la “fusión” entre los movimientos sindicales
y otros movimientos sociales —como los movimientos de las mujeres, los
inmigrantes u otras organizaciones con bases en las comunidades— pro-
bablemente tendrán más éxito que los movimientos que solo tienen sus
bases en el trabajo (Clawson 2003). Esta probabilidad refleja los cambios
en las bases de la movilización política desde las identidades basadas en
los roles económicos de las personas (como por ejemplo las clases socia-
les, la profesiones y el lugar de trabajo) que facilitaron el desarrollo de
los movimientos sindicales, hacia las identidades basadas en la etnia, el
género, la edad y otros rasgos personales (Piore 2009).
50
Repensando el espacio
El avance de la globalización ha destacado la necesidad de integrar el
espacio a las investigaciones sobre el trabajo. Ha crecido la importancia
de la geografía y el espacio como dimensiones de los mercados de trabajo,
las relaciones laborales y el trabajo (Peck 1996). El espacio incluye varias
dimensiones, desde la escala local hasta la escala global. La creciente im-
portancia del espacio a los fenómenos relacionados con el trabajo obliga
al investigador a ampliar su unidad de análisis para incorporar el contexto
ampliado de las relaciones de empleo. El contexto relevante para cada
investigación depende de su objeto de estudio: el espacio se puede defi-
nir como la ciudad y la comunidad, la nación, una región que incorpora
distintos países o el mundo entero. La fusión de los movimientos sindi-
cales con los movimientos sociales con bases en la comunidad destaca la
creciente importancia de la ciudad o la comunidad —en vez que el lugar
de trabajo— como la base social para la organización de los movimientos
de los trabajadores en el futuro (véase, por ejemplo, Turner y Cornfield
2007).
Conclusiones
51
tremenda oportunidad hoy en día para aportar en la formulación de las
políticas públicas a través de la explicación de cómo factores de gran al-
cance en los ámbitos de la cultura y las instituciones generan la inseguri-
dad y la desigualdad. Tales explicaciones servirían como un primer paso
hacia la confección de políticas públicas que logren enfrentar las causas y
las consecuencias de la precariedad y reconstruir el contrato social.
Los cambios estructurales que han resultado en relaciones de tra-
bajo y empleo precarios no están fijados por siempre y no son conse-
cuencias irreversibles e inevitables de las fuerzas económicas. El grado
de la precariedad varía entre las organizaciones en países como Chile y
depende del poder relativo de los empleadores y los empleados, así como
del carácter de sus contratos psicológicos y sociales. Además, la gran va-
riedad de soluciones desarrolladas por distintos regímenes de empleo a
través del mundo, en relación a la flexibilidad y la seguridad, ponen de re-
lieve las potencialidades que las fuerzas políticas, ideológicas y culturales
puedan influir en la organización del trabajo, además de la necesidad de
soluciones globales para el problema del trabajo precario.
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53
Iii.
Reestructuración de la producción,
el trabajo y sus consecuencias
sociales en Chile
La calidad del empleo en Chile:
Teoría y medición
Introducción
1 La autora agradece la invitación de los editores de escribir este capítulo, que esta basa-
do en Sehnbruch (2006). Correo electrónico: ksehnbruch@gmail.com
57
una metodología para medir la calidad del empleo, terminado con una
discusión de las conclusiones que se pueden desprender de ella.
2 La OIT define como sector informal a los trabajadores de casa particular, los familiares
no remunerados, los independientes sin educación terciaria, y aquellos trabajadores en
empresas de menos de cinco empleados. Previamente, la definición incluía a trabaja-
dores en empresas de hasta diez empleados.
58
el impacto de las condiciones laborales en los indicadores de bienestar
individual3.
Así, cualquier discusión sobre la calidad del empleo cae en un vacío
conceptual dentro de la literatura del desarrollo, porque todos los enfo-
ques consideran que el empleo es un tema secundario, el cual se solucio-
nará con el desarrollo de otras áreas. El caso de Chile durante las últimas
décadas demuestra que la práctica puede llegar a ser muy diferente de la
teoría. Aun con altas tasas de crecimiento económico, que redujeron la
tasa de cesantía, y con mejoras substantivas en los indicadores sociales,
los problemas de la calidad del empleo no se han resuelto. De hecho, se
puede argumentar que han empeorado.
Aunque en muchos sentidos los enfoques de desarrollo humano en
la literatura —como por ejemplo el enfoque de capacidades de Amartya
Sen— son diametralmente opuestos a las teorías de desarrollo basadas
en el Consenso de Washington, tienen un aspecto en común: tampoco
consideran el mercado laboral en forma explícita. Por ejemplo, el enfoque
de capacidades discute mucho sobre como las políticas sociales y la inver-
sión en el capital humano han generado una mayor capacidad de generar
ingresos (Dreze y Sen 1989 y 1995). Implícito en estos ejemplos, está la
idea de que el capital humano —sea consecuencia de una inversión en
salud o en educación— le permitirá al individuo insertarse en el mercado
laboral y, de esta forma, generar mayores ingresos u otros aspectos valo-
rados (valued functionings).
En todos los países el empleo es el mecanismo principal que genera
las capacidades individuales. Sin embargo, esto es particularmente cierto
en los países en desarrollo, que generalmente carecen de un verdadero
estado de bienestar que pueda garantizar niveles mínimos de ingresos, y
por tanto, prevenir la pobreza, especialmente durante cualquier tipo de
crisis personal o de la economía.
En América Latina, particularmente en Chile, donde las estruc-
turas de los servicios sociales están mayoritariamente privatizadas, los
beneficios a los que tiene derecho el trabajador dependen, sobre todo,
de sus condiciones laborales y de la estabilidad que logre. Por ejemplo,
un contrato formal significa que el trabajador contribuye a un seguro
de salud, un seguro de desempleo, así como al sistema previsional.
3 Esto es cierto en libros de texto en las áreas de estudios de desarrollo y economía, así
como en publicaciones de instituciones internacionales de desarrollo. Véase, por ejem-
plo, UNDP (1998). Una notable excepción a esta regla son algunas publicaciones de la
OIT. Aunque tanto Sen como otros analistas han escrito acerca del mercado del trabajo
en relación al enfoque de capacidades, ellos también se refieren principalmente a temas
de empleo versus desempleo.
59
Adicionalmente, tiene un seguro de accidentes e invalidez, derecho
a representación a través de sindicatos, protección legal en caso de
infracciones del Código del Trabajo, permisos de maternidad, salas
cuna y horarios de trabajo regulados. Si el contrato es de largo plazo e
indefinido, esto además genera el derecho a indemnizaciones en casos
de despido y a mayores beneficios en caso de cesantía4.
Dada la estructura de la legislación laboral en América Latina,
los trabajadores sin contratos escriturados no tienen derecho a ningu-
no de los beneficios enumerados anteriormente y, por tanto, dependen
de los servicios sociales mínimos del Estado en tiempos de crisis. Por
ahora, los trabajadores por cuenta propia también están excluidos de
todos estos beneficios a menos que ellos voluntariamente contraten
seguros privados, lo que, en Chile al menos, pocos optan por hacer5.
Los trabajadores con contratos atípicos (a tiempo parcial, plazo fijo o
por obra o faena) son vulnerables por sus frecuentes períodos de des-
empleo con bajas prestaciones monetarias en caso de cesantía.
4 Los trabajadores chilenos que han suscrito un contrato indefinido y que son despedi-
dos por causas no atribuibles al trabajador tienen derecho a una indemnización de un
mes de salario por año de servicio con cargo al empleador.
5 Es probable que esta legislación cambie a futuro y que se les obligue a los trabajadores,
por cuenta propia, a cotizar.
60
rrollados. En estos últimos, sin embargo, esta norma nunca correspondió
a la situación de la mayoría de los trabajadores, ya que siempre ha existido
un amplio sector que se ha denominado como “informal”, en el que las
relaciones contractuales siempre se han alejado mucho de esta norma.
Dadas las múltiples similitudes entre los problemas de la pobre-
za y el empleo, y sus conexiones con el crecimiento económico y el
bienestar humano, tiene sentido explorar la extensa literatura sobre el
desarrollo humano para buscar enfoques que puedan aplicarse al em-
pleo. Con mucho, el enfoque teórico más sofisticado para el desarrollo
humano es el enfoque de capacidades del economista Premio Nobel
Amartya Sen6.
Este es el enfoque que también constituye la base teórica del Índice
de Desarrollo Humano, que propone una medida multidimensional de
los niveles de vida que va más allá de la estadística básica del PIB per
cápita. En 1999, Mahbub Ul Haq, el iniciador del Índice de Desarrollo
Humano (IDH), propuso el primer análisis multidimensional de la po-
breza. Escribió: “Necesitamos una medida del mismo nivel de vulgaridad
del PNB —solo un número— pero una medida que no sea tan ciega a los
aspectos sociales de la vida humana como es el PNB” (UNDP 1999: 23).
Utilizar el Índice de Desarrollo Humano y el enfoque de
capacidades como punto de partida para nuestro debate sobre la calidad
del empleo nos brinda un marco teórico, así como un ejemplo de un
indicador que a pesar de combinar solamente las variables más básicas, ha
iniciado un amplio debate sobre las prioridades de desarrollo y, en última
instancia, dio lugar a una nueva generación de mediciones e indicadores
de desarrollo humano7.
6 Sehnbruch (2006) argumenta en detalle por qué el marco teórico escogido debe ser el
enfoque de capacidades, el cual también constituye el fundamento teórico de los indi-
cadores de desarrollo humano. De los enfoques discutidos anteriormente, debería ser
el preferido debido que es el más comprehensivo y más estudiado, como lo demuestra
la gran cantidad de literatura secundaria que ha generado.
7 Aunque el Índice de Desarrollo Humano original combinaba cuatro variables (PIB per
cápita, longevidad, mortalidad infantil y educación), una serie de indicadores adicio-
nales se han creado desde entonces agregando o extendiendo los criterios de desarrollo
humano. Ver Informes de Desarrollo Humano 1990-2008.
61
capacidades es sumamente sencilla: el enfoque propone que la meta
principal del proceso de desarrollo de un país tiene que ser la expansión
de las capacidades de la población para lograr “ser” y “hacer” cosas va-
loradas; “to achieve valuable ‘beings’ and ‘doings’”, usando el lenguaje de
Sen (véase: Sen 1984, 1989, 1992, 1999). En esta sección veremos la
aplicación de este enfoque para este mercado.
Si ahora aplicamos este marco teórico al mercado laboral, veremos
que el empleo se puede considerar de la misma forma (Sehnbruch 2006,
2007). Un empleo se puede considerar como el bien al que una persona
tiene acceso. Si puede convertir ese bien en una funcionalidad que va-
lore, depende de sus propias necesidades y circunstancias. Por ejemplo,
una persona puede trabajar, pero no generar los ingresos suficientes para
no caer en la pobreza, o bien, una mujer con hijos puede tener acceso a
un trabajo, pero si no tiene quién cuide sus hijos no podrá acceder a él.
Entonces, por más que sea importante que un individuo tenga acceso a
algún trabajo, las características del empleo combinadas con las necesida-
des y características individuales determinan las capacidades que puede
generar para ella.
Como veremos en el análisis estadístico que sigue, las caracterís-
ticas de los trabajadores determinan el empleo que pueden conseguir. A
su vez, las diferentes funcionalidades que caracterizan un trabajo depen-
den de las condiciones laborales que ofrece, como el tipo de contrato, el
salario, el acceso a sistemas de seguro social y la jornada laboral, entre
otras cosas. Por ejemplo, el estar empleado con un contrato a plazo fijo
generalmente no otorga la capacidad de generar ingresos estables en el
tiempo. O trabajar sin un contrato escriturado no permite estar cubierto
por los sistemas de seguridad social (seguros de salud, desempleo y el
sistema previsional).
Y, asimismo, las funcionalidades que genera un trabajo llevan a un
conjunto de capacidades que un individuo debiera valorar. Por ejemplo,
la capacidad de generar altos ingresos en el futuro, mantenerse ocupado,
encontrar un nuevo empleo rápidamente en caso de quedar cesante o
vivir adecuadamente con los propios recursos sin caer en la pobreza, son
capacidades que un trabajador debiera valorar. Finalmente, estas capaci-
dades deberían llevar al resultado deseado de un mayor nivel de bienestar
para el individuo.
Un indicador que provee datos sobre el mercado laboral desde la
perspectiva del enfoque de capacidades debería capturar el mayor núme-
ro factible de funcionalidades y capacidades laborales. Con este debate
conceptual en mente, debemos ahora pensar cómo construir un índice
laboral con los datos que están disponibles.
62
Un indicador de las funcionalidades de la calidad del empleo
63
continuación se revisará en detalle cada variable en su forma de medi-
ción y los motivos que llevan a incluirla en el índice según Sehnbruch
(2006).
Tabla Nº1:
Construcción del indicador de las funcionalidades del empleo
CASEN 1996,
Elementos de las Funcionalidades Laborales
2000, 2003, 2006
Menos de 1 año 0
1 – 5 años 1
Más de 5 años 2
Nivel de ingreso
Capacitación
Sí 1
No 0
Categorías de Calidad del Empleo, sumando los puntajes
Puntos
de las condiciones laborales de cada individuo
Muy baja 0-1
Baja 2-3
Media 4-5
Alta 6-7
Nota: las secciones que siguen explican por qué se han seleccionado estas variables y se les ha asigna-
do los diferentes puntajes en sus sub-categorías.
64
Aplicación del indicador de las funcionalidades laborales
65
empleo pareciera estancarse hacia el 2006, donde lo único que mejora en
forma sustantiva es el ingreso. Por el contrario, la categoría ocupacional
mejora marginalmente, al igual que la tenencia del empleo. En contraste,
el indicador de capacitación muestra un deterioro importante.
En paralelo, la Tabla 2 muestra la evolución de la calidad del em-
pleo utilizando la EPS para distintos períodos. La serie más larga permite
observar cómo la categoría ocupacional y la tenencia del empleo se ha
visto desmejorada desde principios de los 90 hasta el 2006. Luego, la serie
del 2002 al 2006 muestra un indicador de calidad del empleo que tiende a
estancarse hacia fines de este último año, cuando las mejorías en ingreso
compensan las caídas en las otras dimensiones.
Finalmente, la serie más comparable a la CASEN considera solo las
observaciones puntuales para los años 2002, 2004 y 2006. Nuevamente,
la imagen es la de un estancamiento con una caída en la calidad del em-
pleo hacia el 2006 y un empeoramiento en la tenencia de empleo para ese
mismo año.
El empleo asalariado ha crecido significativamente en los últimos
años de acuerdo a las cifras oficiales del INE. Esto puede ser un resultado,
en parte, de la mayor incorporación de las mujeres al mercado laboral y de
cambios en la legislación que propician el empleo asalariado (subsidios a
la contratación y/o a la capacitación).
Tabla Nº2:
La Calidad del Empleo (CASEN)
Categorías de Calidad
% % Cum % % Cum % % Cum % % Cum
del Empleo
Muy baja 23,15 22,15 23,93 23,93 26,02 26,02 25,56 25,56
Baja 34,27 59,42 36,74 60,67 35,47 61,49 38,78 64,34
Media 30,55 89,97 29,99 90,66 28,94 90,43 28,62 92,96
Alta 10,03 100,00 9,34 100,00 9,57 100,00 7,04 100,00
Total 100,00 100,00 100,00 100,00
Valor del indicador
3,17 2,83 2,79 2,72
primario
Categoría ocupacional 1,34 1,13 1,09 1,07
Tenencia del empleo 1,10 1,13 1,10 1,13
Ingreso 0,63 0,48 0,48 0,43
Capacitación 0,10 0,09 0,12 0,09
Tasa de desempleo 5,7 10,3 9,7 7,3
66
Conclusiones para las políticas laborales
67
Además, el mercado laboral no ha absorbido la sobreoferta laboral
que se manifiesta en las relativamente elevadas tasas de desempleo, bajas
tasas de participación y la baja calidad del empleo.
Estas conclusiones son muy inquietantes y deberían llevar a una
nueva visión de la política laboral en Chile, la cual mire más allá de la
tasa de desempleo para fijarse en qué tipo de trabajos estamos generando.
Además, necesitamos una política de crecimiento económico que
considere el empleo en forma explícita y que deje de confiar en que los
problemas laborales se resolverán solos.
Para este fin, el énfasis de la política laboral debería centrarse en
tres objetivos: Primero, se debe mejorar el capital humano de los tra-
bajadores con un sistema universal y comprehensivo de capacitación
permanente de mayor alcance que el sistema actual, con certificaciones
acumuladas, tanto de habilidades generales como específicas. Segundo,
es imprescindible una política de fomento productivo que se empeñe ex-
plícitamente en generar más empleos de mejor calidad. Tercero, se debe
mejorar la interacción entre la oferta y la demanda del empleo a través de
una reforma integral del Código del Trabajo, que lo adecue a la realidad
de un mercado laboral moderno integrado en un mundo globalizado.
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69
Transformación socio-ocupacional en Santiago:
Impacto territorial y dualización velada1
Introducción
1 Este capítulo se basa en los resultados de la tesis doctoral del autor: Globalización,
vulnerabilidad y riesgo en la nueva configuración socioterritorial del trabajo en el área me-
tropolitana de Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2010.
2 Sociólogo, Doctor en Arquitectura y Estudios Urbanos, Pontificia Universidad
Católica de Chile. Correo electrónico: felipe.link@uc.cl
71
su homogeneidad, aislamiento y polarización, en un contexto velado por
las tendencias hacia una medianización creciente de la población.
72
trabajadores expuestos, ahora individualmente, a los riesgos propios de
esta nueva etapa de desarrollo del modelo.
Con la globalización se consolida el modelo neoliberal de acumu-
lación, que se reestructura y actualiza en función de una nueva escala
global, profundizando sus consecuencias sociales, tanto sobre la forma
de organización de la producción y el trabajo como sobre el territorio.
Específicamente, dichas consecuencias tienen que ver con los procesos de
dualización y polarización social en el nuevo escenario, que se expresan
de diferentes maneras según el contexto nacional que las alberga.
Así, no solo en Chile y América Latina, sino también en los países
centrales de Europa y en Estados Unidos, proliferaron los diagnósticos
en torno a la transformación y precarización del empleo con consecuen-
cias en la transformación de la ciudad. Sassen (2001:161) señala que:
“los principales cambios en la organización de la actividad económica
en los últimos quince años también han emergido como una fuente de
inseguridad económica general y, particularmente, de nuevas formas de
pobreza centradas en el empleo”, refiriéndose específicamente a tres pro-
cesos: a) creciente desigualdad en la capacidad de producción de los di-
ferentes sectores económicos y la consiguiente capacidad diferenciada de
obtención de ingresos de los trabajadores; b) tendencia a la polarización
y precarización del empleo; c) producción de una marginalidad urba-
na asociada al nuevo proceso de crecimiento económico (Sassen 2001).
En este sentido, y en relación al caso de las ciudades latinoamericanas,
Kaztman y Ribeiro (2008:21) señalan también que “una de las conse-
cuencias de la ampliación de las fronteras de la competitividad, fue el
aumento de la proporción de la población urbana para la cual el mundo
del trabajo perdió estabilidad. Bajo el impulso de los procesos de desin-
dustrialización, de reducción del Estado, así como de una acelerada in-
corporación de innovaciones tecnológicas en actividades muy distintas,
disminuyó la proporción de ocupaciones protegidas y estables y crecieron
las disparidades entre los ingresos y las tasas de desempleo y subempleo
de trabajadores de alta y baja calificación”. Por su parte, para el caso de
Santiago de Chile, De Mattos et al. (2005) constatan un radical proce-
so de reestructuración económica con consecuencias de terciarización y
desindustrialización, donde a pesar de observar una ligera reducción de
la desigualdad en la distribución del ingreso, así como una significativa
reducción de la pobreza y de la indigencia, señalan la persistencia de una
situación de acentuadas desigualdades sociales.
En este contexto, uno de los ámbitos donde se expresan con ma-
yor fuerza las consecuencias del ajuste descrito parece ser el mercado
de trabajo, a través de la segmentación y flexibilización del empleo.
73
Por lo tanto, la “sustentabilidad social” del modelo se ve dificultada por
una serie de factores asociados como son, entre otros: la proliferación
de empleos precarios en el sector terciario, la exigencia de producti-
vidad sin mayores beneficios a los asalariados, la pérdida de poder de
negociación colectiva, etc. (Programa Chile Sustentable, 1999). Las
consecuencias sociales de este proceso en Chile y América Latina, son
descritas por diferentes autores como un proceso contradictorio, que
por un lado redujo el trabajo industrial y por otro, aumentó el trabajo
precario, fragmentando aun más a una clase trabajadora heterogénea
(Antúnez 1995).
Es decir que, a pesar de las diferencias y particularidades propias
de los diferentes contextos y escenarios de la reestructuración, parece
existir un consenso en torno a la emergencia de un proceso de indivi-
dualización de los riesgos propios del desarrollo, así como a la aparición
de consecuencias en la esfera de la vida cotidiana, asociadas fuertemente
a la transformación de la producción, el trabajo y del entorno urbano
contemporáneo.
74
embargo, esta caracterización general parece ocultar procesos internos
en la evolución de la estructura socio-ocupacional, que tienen que ver
principalmente con su precarización. Así, el mercado de trabajo chi-
leno presenta actualmente una serie de características en este sentido,
donde destacan el alto desempleo juvenil, la baja participación femeni-
na, la alta rotación laboral, la temporalidad de los contratos de trabajo,
la inseguridad en el empleo y las dificultades en la inserción laboral,
especialmente de jóvenes y mujeres (Gatica y Romaguera 2005). En
general, dadas estas características de vulnerabilidad sociolaboral, se
pierden, en palabras de Ruiz-Tagle (2000:17), “elementos integrativos
fundamentales, como son, los ingresos, identidad social, legitimidad y
reconocimiento social, contactos e integración a redes, participación en
acciones colectivas, etc.”.
Se observan también consecuencias sobre la forma que asume la
estructura social. Es decir, además de las “consecuencias personales” de
los procesos de modernización capitalista (Sennett 1999), de vulnerabi-
lidad, riesgo, individualización y exclusión social, cambia la forma de la
relación entre los diferentes grupos sociales asociados al trabajo y, por lo
tanto, cambia la manera de entender y generar las diferentes clasifica-
ciones e interpretaciones acerca de la distribución social de los grupos
en el espacio. En este sentido, se ha expandido la utilización de una cla-
sificación socioeconómica que no da cuenta de una estructura de clase
más compleja. Siguiendo las diferentes corrientes en el estudio de la es-
tratificación social, Portes (1995) señala la complejidad de la estructura
de clases latinoamericana, diferenciando entre clases: dominante, técnico
burócrata, proletariado formal, pequeña burguesía informal y proletaria-
do informal. Esta estructura aparece como consecuencia del ajuste y la
reestructuración. En palabras del autor: “El patrón emergente parece ser
que los altos costos de la política de ajuste económico recayeron sobre la
clase inferior del sector moderno, y que se adoptaron formas de ajuste
similares en toda la región” (1995:117). Estas consecuencias y la con-
centración espacial de la clase trabajadora en los asentamientos de bajos
ingresos generarían movimientos sociales de reivindicación de derechos
de integración en diferentes ámbitos (Portes 1995). Por lo tanto, las con-
secuencias reales del ajuste tienen hoy día mayor relación con la convi-
vencia social en la ciudad, más que con una lucha por la apropiación de
los medios de producción.
Para el caso chileno, León y Martínez (2007) señalan un tipo de
desigualdad, como resultado de la reestructuración, con consecuencias
de largo plazo más allá de las “obvias diferencias cuantitativas en las ca-
pacidades de consumo presente”. Para estos autores surgen “barreras a
75
la movilidad que dan origen a conjuntos típicamente diferenciados, por
razones adscriptivas, no solo en sus probabilidades de reproducción, sino
también en estilos de vida y ethos cultural” (León y Martínez 2007:303).
Es decir, que el impacto de la reestructuración en Chile bajo los efec-
tos de la globalización afecta no solo las características socioeconómicas
de la población, sino que afecta también a la forma de la estratificación
social basada en el trabajo. La matriz de categorías sociales de León y
Martínez (2007) va más allá de “las meras construcciones analíticas de
estratos socioeconómicos, basados en variables continuas como el ingreso
o la educación”. Las conclusiones de estos autores tienen que ver con: a)
un distanciamiento de la clase obrera de los sectores medios; b) un mejo-
ramiento de los ingresos laborales de las categorías de trabajadores inde-
pendientes en comparación con las posiciones asalariadas; c) un cambio
en la composición social de la pobreza, lo que provoca un distanciamiento
interclasista con movilidad social horizontal y no vertical, que impide el
salto de un estamento a otro (León y Martínez 2007). Este diagnóstico y
las consecuencias de estos procesos en la ciudad tienen que ver, finalmen-
te con la marginalización y el “aislamiento social de los pobres urbanos”
(Kaztman 2001).
En la misma línea de análisis de la evolución en la estratifica-
ción social chilena, Torche y Wormald (2007:339) señalan que “el paso
de un modelo sustitutivo de importaciones, liderado por el Estado, a
otro abierto, basado en la competencia en el mercado y liderado por los
privados, afectaron la estructura social y las oportunidades de vida de
las personas provocando marcados contrastes en la sociedad”. Basados
en una adaptación del esquema de clases de Goldthorpe, Torche y
Wormald (2007) concluyen que la estructura ocupacional chilena “ha
tendido a reproducir relaciones de servicios y contractuales en ocupa-
ciones definidas como formales, traduciéndose en el fortalecimiento de
la clase de servicio y de los segmentos asalariados o dependientes en
ocupaciones calificadas y no calificadas (…) se ha expandido la clase de
los pequeños empresarios acorde con la reducción de las ocupaciones
en el aparato estatal (…) debilitando el componente clasista en la nueva
estructura” (Torche y Wormald 2007:383). Sin embargo, a pesar de lo
anterior, y de la misma manera que en el estudio de León y Martínez
(2007), se constata que si bien la movilidad total es significativa dada
la reestructuración, esta es de “corta distancia” y no implica un ascenso
significativo en el estatus socioeconómico de las personas.
76
Impactos territoriales de la transformación económica
77
medianización creciente a una escala macro de observación y análisis del
territorio.
78
Gráfico Nº1:
Tipologías socio-ocupacionales en zonas censales del AMS
79
El grupo o “classe” N°4, generado por el análisis de clasificación,
corresponde al 29,28% de las zonas censales y muestra una constitu-
ción dada principalmente por trabajadores no calificados y operarios.
Lo que muestra esta descripción es cómo cada uno de los cuatro
grupos está constituido por un determinado número de zonas censa-
les, que se agrupan y distribuyen con predominancia de ciertas cate-
gorías socio-ocupacionales en su interior. Se trata de una distribución
bastante homogénea y segmentada para cada grupo, con fronteras
bien definidas y de difícil acceso para categorías diferentes a las cons-
tituivas de cada tipo.
La representación en el territorio mediante sistemas de informa-
ción geográfica (SIG), de los cuatro tipos socioespaciales basados en la
categoría ocupacional, generan este mapa del AMS en 2002.
Como se puede observar, el resultado muestra claramente la co-
herencia de las características de cada grupo en relación con su ubica-
ción histórica en el AMS, específicamente los grupos más altos de la
jerarquía ocupacional desplegados en el llamado cono de alta renta de
Santiago.
Sin embargo, la clasificación generada por la construcción de ti-
pologías muestra también el surgimiento de algunas zonas no tradicio-
nales. Principalmente dos fenómenos, lo que Sabatini, Cáceres y Cerda
(2001) llaman la dispersión espacial de la élite y lo que De Mattos et al.
(2005) constataron como “la progresiva expansión de los grupos medios
en el área central (…) la fuerte disminución de los distritos ‘obreros’ en
prácticamente toda la mancha urbana (…) y la expansión generalizada
en la ciudad de la presencia relativa de los trabajadores del comercio y
servicios”.
80
Mapa Nº 1:
Distribución de tipologías en el AMS
81
polarización, homogeneidad y aislamiento, que vale la pena analizar con
mayor detalle.
A continuación se presentan algunos gráficos de distribución de
atributos complementarios, considerados importantes para comprender
las características de cada tipología ocupacional. Cada gráfico muestra
la distribución de las zonas censales, caracterizadas según su distancia
a la media de las siguientes variables: calidad de la vivienda; presencia
de dirigentes y profesionales; obreros; trabajadores no calificados; nivel
de educación universitaria; y cesantía. Es decir, cada punto en el grá-
fico corresponde a una zona censal, donde su color representa las ca-
racterísticas mencionadas en términos de distancia a la media del área
metropolitana.
Gráfico Nº 2:
Distribución de variables complementarias 1: Calidad de la vivienda
82
Gráfico Nº 3:
Distribución de variables complementarias 2: Dirigentes y profesionales
Gráfico Nº 4:
Distribución de variables complementarias 3: Obreros
Los obreros son una de las categorías más concentradas, como se pudo
observar, específicamente en el grupo 3 y a diferencia de alguna presencia
de dirigentes y profesionales en otros cuadrantes, los obreros práctica-
mente no traspasan la barrera de las coordenadas negativas del eje hori-
zontal, es decir, hacia los grupos 1 y 2. Esto significa que los territorios
83
de las clases dirigentes y profesionales no son permeados por los obreros.
Sí contienen una cierta diversidad social y específicamente, una buena
cantidad de trabajadores no calificados. Es decir, son territorios con una
cierta tendencia a la dualización social en su escala interna, lo que no se
refleja en el análisis macro del AMS.
Gráfico Nº 5:
Distribución de variables complementarias 4: Trabajadores no calificados
84
Gráfico Nº 6:
Distribución de variables complementarias 5: Educación universitaria
Gráfico Nº 7:
Distribución de variables complementarias 6: Cesantes
85
De la descripción anterior se desprende un cierto apoyo a las teo-
rías de polarización social, dada la homogeneidad y concentración de las
categorías inferiores a escala metropolitana, así como la diversidad con-
trolada de los grupos superiores. La ciudad aparece fuertemente segmen-
tada a gran escala y con una diversidad interna que refleja la forma de la
estratificación social chilena, en el sentido de barreras a la movilidad.
Conclusiones
86
modo más o menos turbio, enmascarado por un “efecto de naturalización”
que es necesario develar a través de formas innovadoras de investigación
social.
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88
Nuevas prácticas de trabajo
y sus ambivalentes efectos sobre los trabajadores
Introducción
Como parte de los cambios ocurridos en este país, ha tomado forma —so-
bre todo en los últimos quince años— una transformación sustantiva en
las empresas, en sus formas de organizar el trabajo, que responde a los in-
tentos por adaptarlas al nuevo marco socioeconómico e institucional en
que deben desenvolverse. Diversas investigaciones han ido dando cuenta
de la magnitud de estos cambios y su grado de difusión, y los han ido ca-
racterizando, buscando mostrar las pautas emergentes (Abramo, Montero
y Reinecke 1997; Montero 1997; Espinosa & Damianovic 2000; Aguilar
2003; Echeverría et al. 2004; una revisión con perspectiva global se encuen-
tra en Ramos 2009). Menos estudiados, en cambio, han sido los efectos o
resultados que tipos particulares de prácticas provocan en las empresas y en
sus integrantes. A lo más se tienen algunos estudios de casos que reportan,
de manera muy ilustrativa, pero más bien impresionística, los efectos para
los trabajadores (por ejemplo, Espinosa & Morris, 2002).
Al respecto, ese es el foco de este capítulo. Nuestro objetivo está
en el análisis de los efectos que tales cambios organizacionales están
teniendo. En particular, atendemos a dos conjuntos de impactos. Por
un lado, a aquellos referidos al desempeño organizacional —tales como
el mejoramiento en productividad y calidad—, y que corresponden a
resultados explícitamente buscados por los directivos de las empresas al
adoptar las nuevas prácticas. Por otro lado, a los efectos en los trabajadores,
89
en aspectos tales como su salud, sentido de seguridad y satisfacción
laboral, no buscados deliberadamente.
Los cambios aplicados pueden agruparse en conjuntos con una
coherencia interna distintiva. Consideraremos específicamente cuatro
tipos de ellos. Para el primero, mantendremos la denominación que in-
ternacionalmente se ha hecho habitual: “High Performance Work Practices”
(Prácticas Laborales de Alto Desempeño). Es un conjunto sistemático de
medidas que se fundan en la involucración de los empleados de la empre-
sa, a las cuales se les atribuyen una serie de efectos virtuosos, tanto para la
organización como para sus integrantes.
El segundo y tercer conjunto de cambios involucran la aplicación de
la “reflexividad” sobre la realidad de la organización, la cual está asociada
al proceso de “aprendizaje organizacional”. Esta reflexividad involucra la
aplicación de una mirada investigativa, escudriñadora, sobre el trabajo, pro-
cesos y actividades normales de la empresa. Involucra el desarrollo de una
“meta-perspectiva” y de una auto-observación organizacional. La “reflexi-
vidad” y la capacidad de auto-observación son aspectos fundamentales para
la construcción de complejidad de los sistemas sociales (Luhmann 2002).
Este es un elemento que, en un marco más general, algunos autores han
destacado como central en la fase de modernidad avanzada o tardía, la cual
constituiría una “modernidad reflexiva” (Giddens 1990; Beck, Giddens y
Lash 1997). En tales prácticas reflexivas hemos diferenciado entre una re-
flexividad gerencial, aplicada a un nivel más global, con una perspectiva en
que sobre todo se mira a la organización en su conexión con el entorno, y
una reflexividad llevada a cabo en el núcleo operativo de la organización2,
involucrando directamente a los empleados de la empresa, y con una mira-
da primariamente interna. A esta segunda forma podemos llamarla tam-
bién “reflexividad de los trabajadores”.
Un cuarto conjunto de cambios es uno que podría decirse es la cara
opuesta de las PLAD —así al menos ha sido planteada por algunos inves-
tigadores como Pfeffer (1997)— y se caracterizan por buscar el aliviana-
miento de la organización, reduciendo empleados o eliminando recursos
considerados prescindibles. Aludiremos a estos cambios con el nombre
de “racionalidad reductora”3.
90
Entonces, considerando esos diferentes tipos de cambio nuestra
pregunta es por sus efectos, para la empresa y para los trabajadores. ¿Se
están logrando los resultados proclamados internacionalmente? ¿Cuáles
son los principales beneficios de estos cambios? ¿En qué aspectos no se
está logrando lo buscado? ¿Están los trabajadores resultando tan benefi-
ciados como las empresas?
Para intentar dar respuesta a tales interrogantes nos hemos apoya-
do en dos muestras de empresas medianas y grandes, de los rubros ma-
nufacturero y de servicios. La información corresponde a 200 empresas y
proviene tanto de sus gerentes como, en el caso de 32 de tales empresas
que fueron estudiadas en profundidad, de 673 trabajadores que laboran
en ellas.
91
Ledford 1998). El nombre mismo de High Performance Work Practices es
propiamente de los años 90.
El calificativo de “alto desempeño” incorporado en la denomina-
ción de estas prácticas es tan solo un supuesto, una declaración anticipa-
da, fruto del convencimiento en su utilidad que han tenido sus promo-
tores, apoyados en evidencias casuísticas e impresionistas. En el camino,
sin embargo, ha habido numerosos esfuerzos para probar empíricamente
las potencialidades declaradas y se han ido sumando evidencias, por lo
general favorables.
Los principales componentes de estas prácticas, según los investi-
gadores que las han estudiado (Pfeffer 1998; Appelbaum et al. 2001), se-
rían: (a) la existencia de equipos autodirigidos y descentralización, con la
respectiva promoción y desarrollo de la autonomía en los integrantes de la
organización; (b) el creciente desarrollo de habilidades en los trabajadores
y la entrega de un entrenamiento extensivo; (c) una amplia distribución
de información a los empleados sobre el funcionamiento de la empresa y
el mejoramiento de la comunicación, vertical y lateral; (d) El empleo de
compensación contingente al desempeño, entregada fundamentalmente
a grupos o unidades organizacionales.
Pfeffer (1998) también enfatiza la seguridad en el empleo y la
contratación selectiva de nuevo personal. Esa seguridad es una base im-
portante para las inversiones en recursos humanos, para aprovechar el
entrenamiento entregado y para garantizar los compromisos recíprocos
entre empresarios y trabajadores. La selectividad en la incorporación a la
empresa, por su parte, aumenta la probabilidad de ajuste de los nuevos
empleados con las orientaciones de la organización. No todos los autores
incluyen, sin embargo, estos elementos como definitorios de las PLAD.
Pueden considerarse, quizás, como condiciones coadyuvantes antes que
propiamente un componente de ellas. Así, aquí nos remitiremos a los
cuatro elementos indicados.
Racionalidad reductora
Las anteriores prácticas se oponen sustancialmente, en su orientación y
principios subyacentes, a otro conjunto de cambios que ha adquirido gran
popularidad, especialmente entre los accionistas de grandes empresas4:
la reducción y alivianamiento de la organización, buscando reducir al
máximo sus costos. En la forma que ha predominado en la aplicación
4 Al menos esto es algo ampliamente constatado en las compañías de USA (cf. Useem
1996; Pfeffer 1998).
92
de este enfoque, los empleados de la organización son considerados
fundamentalmente como un costo y, así, los empleados son uno de los
principales focos de reducción. Como contrapartida, en estas empresas,
tiende a incrementarse el personal subcontratado y temporal.
En este tipo de cambios el personal es considerado como un re-
curso altamente movible. Muchas actividades se externalizan y se apela
a una importante cantidad de trabajadores temporales. En consecuencia,
se enfatiza la existencia de un nuevo tipo de relación de empleo (Cappelli
1997) más flexible, y se valora la “empleabilidad”. La subcontratación y
el uso de personal contingente permite a la empresa moverse con agi-
lidad ante los cambios en la demanda, en la competencia o frente a las
oportunidades de negocios. Esta lógica de funcionamiento acarrea, por
otra parte, el debilitamiento del vínculo recíproco entre las personas y las
organizaciones para las cuales trabajan.
Se podría decir que las PLAD y la racionalidad reductora represen-
tan lógicas antagónicas. Desde la perspectiva de las PLAD, las reducciones
de personal, planteadas como política sistemática de flexibilidad, produ-
cen importantes riesgos para la empresa. Junto con los empleados que se
van, se pierde la experiencia y habilidades, en muchos casos específicas
para esa empresa, que tenían tales empleados. De tal forma, valiosos stocks
de conocimiento tácito pueden perderse irreversiblemente. La cultura de
la empresa, cuyo principal sustento está en la memoria de las personas,
se debilita. Aumentan los accidentes laborales. El nuevo personal es más
descomprometido. Todo esto puede llegar a generar lo que Pfeffer llama
“espirales de desempeño decreciente”, de las cuales después resulta difícil
escapar.
Reflexividad organizacional
Un elemento muy central en las potencialidades transformadoras de las
PLAD, que estimamos es necesario destacar, es la incorporación de reflexi-
vidad en la organización. Esta involucra asumir, de modo sistemático, el
examen sobre las actividades normales y sobre los criterios y supuestos
subyacentes. Para tal fin se apela al conocimiento tácito que los integran-
tes de la empresa tienen sobre ella a partir de su experiencia previa. Este
es un elemento que ha sido reconocido como fundamental en los mejo-
ramientos logrados por las empresas japonesas (Kenney & Florida 1993;
Nonaka & Takeushi 1995).
La implementación de procedimientos y estructuras que posibili-
tan la reflexividad es compleja, y son diferentes los desafíos y obstáculos
que se enfrenta para desarrollarla a nivel gerencial y a nivel del núcleo
93
operativo. Así, puede diferenciarse entre los procesos que ocurren a esos
dos niveles. La reflexividad gerencial tiende a mirar la organización des-
de una perspectiva más global, en el cuadro de sus interrelaciones con el
entorno. La reflexividad que ocurre en el núcleo operativo, por su parte,
se enfoca en la revisión de los procesos internos, de la organización y de
las prácticas de trabajo, requiriendo una participación amplia de los inte-
grantes de la empresa.
Así, tenemos cuatro tipos de nuevas prácticas laborales y de gestión,
con lógicas peculiares, cuyos efectos y repercusiones buscamos discernir.
94
Parker & Slaughter 1988; Barker 1993; Graham 1995; Rinehart 1997).
Aunque también existen diversos estudios que han considerado muestras
más amplias y un análisis más sistemático y cuantitativo de los condicio-
namientos (por ejemplo, Berggren 1992; Appelbaum, 1997; Appelbaum
et al., 2001; Batt, 2004). Los resultados obtenidos en tales investigacio-
nes permiten variadas conclusiones e interpretaciones. Ha habido abun-
dancia de información que señala una fuerte intensificación del trabajo,
mayor presión de los pares y efectos perjudiciales sobre la salud. Por otra
parte, otros datos muestran satisfacción con las nuevas formas de trabajo
e incremento en la motivación. Es díficil hacer un balance final, de tipo
general, que sea categórico, sin especificar contextos específicos. Además,
estudios específicos sobre las PLAD y sus efectos han sido básicamente
realizados en países de industrialización avanzada5. Así, poco se conoce
sobre su eventual efectividad en otros contextos. Aquí buscaremos avan-
zar en esa perspectiva, en referencia a las empresas medianas y grandes de
variados sectores, tanto manufactureros como de servicios, en el contexto
chileno.
En Chile, estas prácticas ya llevan varios años implementándose.
Es relevante, por tanto, indagar qué se está específicamente haciendo y
con qué efectos. Esto último es lo que abordaremos: las repercusiones
sobre el desempeño organizacional y sobre los trabajadores.
En cuanto al desempeño organizacional, consideraremos la in-
fluencia que las nuevas prácticas puedan tener sobre la productividad de
los trabajadores, calidad del producto o servicio y eficiencia de los pro-
cesos. En cuanto a los trabajadores, atenderemos a los eventuales efectos
de los cambios sobre la presión de trabajo que experimentan, su salud,
satisfacción y sentido de seguridad laboral.
La influencia que tengan los cambios organizacionales sobre los
trabajadores no es directa. Establecer las mediaciones o los procesos a
través de los cuales ocurre tal influencia es tarea compleja. Aquí mo-
delaremos tal influencia considerando un set de variables mediadoras.
Mirando los cambios organizacionales desde la perspectiva de los traba-
jadores, ellos les llegan a través de las alteraciones en la organización y
características del trabajo. Es así, a través de esta experiencia laboral, que
los cambios organizacionales tienen su impacto en ellos. Tales ajustes en
el trabajo son los que influyen directamente en la satisfacción laboral, la
salud, el sentido que tengan de ser tratados con equidad, la percepción de
seguridad que desarrollen, etc. De tal forma, consideraremos al respecto
95
tres variables mediadoras: (1) la autonomía en la toma de decisiones en
materias referidas directamente al trabajo; (2) la variedad de tareas que
se realizan en el puesto; y (3) la oportunidad de uso de conocimientos y
desarrollo de tales conocimientos en el trabajo. Tales características del
trabajo son modificadas por los cambios organizacionales y, a su vez, ellas
afectan, positiva o negativamente, a los trabajadores.
Métodos
Muestra
La investigación está referida a las empresas medianas y grandes, de los
rubros manufacturero y de servicios. La información proviene de dos
muestras. La primera está constituida por 32 establecimientos que fue-
ron estudiados en profundidad, incluyendo entrevistas a gerentes y focus
groups y encuesta a trabajadores. La segunda es una muestra de 168 esta-
blecimientos, en los cuales se aplicó una encuesta a los gerentes. La pri-
mera muestra es la que permite hacer un análisis que relaciona cambios
en las prácticas laborales y de gestión en las empresas —informadas por
los ejecutivos— con efectos en los trabajadores —informados por ellos
mismos6.
96
La reflexividad gerencial incluye indicadores tales como el de-
sarrollo de actividades de planificación estratégica o benchmarking, y la
constitución de instancias gerenciales internas que llevan a un examen de
la organización en su relación con el entorno y la competencia.
La reflexividad en el núcleo operativo está medida a través de la
implementación en la empresa de actividades que permiten y fomen-
tan que los propios trabajadores revisen sus prácticas de trabajo y hagan
propuestas de mejoramiento. Dentro del índice también se incluyen in-
dicadores respecto a la cobertura de tales actividades y a la existencia de
estructuras de apoyo para su realización.
Respecto a los efectos en la organización, de interés para la empre-
sa, consideramos el mejoramiento global del desempeño organizacional,
el mejoramiento de la calidad del producto o servicio entregado, el me-
joramiento en la eficiencia de los procesos de producción o entrega del
servicio, y el mejoramiento en la productividad de los trabajadores.
Las medidas respecto a los cambios en las características del traba-
jo y efectos en los trabajadores se obtuvieron solamente en la muestra es-
tudiada en profundidad, y están basadas en la agregación de las respuestas
dadas, en una encuesta, por los trabajadores de cada empresa8. Tal como
en las preguntas por desempeño organizacional, lo que se pregunta y se
mide es la existencia de variación, en este caso en referencia a las caracte-
rísticas asociadas al trabajo.
En cuanto a los efectos finales sobre los trabajadores, la presencia
de síntomas que reflejan deterioro de la salud está medida a través de
seis indicadores que remiten a diferentes tipos de dolencias asociables al
trabajo. La existencia de presión de trabajo está medida a través de ítems
referidos tanto a la presión experimentada como a la posibilidad para
manejar y alterar ese ritmo. La satisfacción laboral está medida a través
de preguntas sobre satisfacción y otras sobre disgusto con el trabajo. El
índice de sentido de seguridad en el trabajo incluye preguntas sobre la
incertidumbre que sienten los trabajadores frente a la posibilidad de ser
despedidos.
97
Resultados. Incidencia constatada empíricamente sobre el
desempeño organizacional y los trabajadores
98
Gráfico Nº1:
Tipos de cambios implementados y mejoramiento en el desempeño
organizacional (Resultados de análisis de regresión múltiple)
MEJORAMIENTO
0.373*** GLOBAL
0.265***
0.373***
Reflexividad
PLAD
0.277*** MEJORAMIENTO 0.171* gerencial
* DE CALIDAD
0.373***
0.209**
0.445*** EFICIENCIA DE
* PROCESOS
Nota: En el gráfico se registran los coeficientes de regresión estandarizados: * p < 0.10; ** p < 0.05;
*** p < 0.01; **** p < 0.001.
99
variaciones en estas características10. En el Gráfico 2 están los resultados
obtenidos para el caso de la muestra de empresas estudiada en profundi-
dad, incluyendo las percepciones de los trabajadores sobre características
del trabajo y efectos11.
Gráfico Nº2:
Relaciones entre nuevas prácticas laborales, características del trabajo y efectos
en los trabajadores (Resultados de análisis de regresión múltiple)
DETERIORO
0.641***
SALUD
Autonomía *
PLAD 0.344*
0.175
0.373***
SATISFACCION
-0.301* LABORAL
0.414*
Racionalidad -0.247
reductora Variedad
0.327*+ PRESION
0.465** LABORAL
0.373***
*
0.445* 0.274*
*
0.373***
0.455**
SENTIDO DE
0.373***
Reflexividad en SEGURIDAD
0.333* Conocimientos
EN TRABAJO
núcleo operativo 0.661***
Nota: En el gráfico se registran los coeficientes de regresión estandarizados: * p < 0.10; ** p < 0.05;
*** p < 0.01; **** p < 0.001.
10 La encuesta a los trabajadores preguntaba tanto por incremento como por disminu-
ción o no variación en cada una de estas características. Los análisis aquí están referi-
dos al grado de aumento en la presencia de ellas, que era lo predominante.
11 Los modelos son significativos, con R2 entre 0.24 y 0.32.
100
complejas prácticas de reflexividad laboral. En contraste, la racionalidad
reductora muestra un efecto contrario, de reducción de la autonomía y
variedad; su lógica de cambio, aunque tenga repercusiones positivas sobre
la eficiencia de los procesos, no contribuye a hacer mejor el trabajo, más
bien tiende a empobrecerlo.
En contra de lo esperado, las PLAD no muestran un efecto con-
sistente de enriquecimiento del trabajo. Inciden sobre el aumento de la
variedad, pero no sobre la autonomía e incorporación de conocimientos.
Estos dos últimos efectos estarían siendo logrados fundamentalmente a
través de aquellas de sus prácticas que corresponden a la reflexividad en
el núcleo operativo.
101
de autonomía a la satisfacción laboral. El aumento de variedad, por su
lado, si bien aumenta la carga de trabajo, aparece contribuyendo a la
satisfacción de los empleados. La explicación habitual de esto —la cual,
además, la escuchábamos de los trabajadores mismos12 es que la mayor
variedad del trabajo lo hace más entretenido, evita la monotonía y facilita
concentrarse en la labor.
Finalmente, el cambio en el trabajo que parece provocar más efec-
tos positivos es el desarrollo de nuevos conocimientos en el trabajador.
Estos mayores conocimientos, si bien van asociados a mayores demandas
de trabajo, contribuyen a incrementar el sentido de seguridad laboral del
empleado. En un contexto de frecuentes despidos y aumento del em-
pleo contingente, el trabajador considera que los conocimientos son una
herramienta que lo hace más necesario y, al mismo tiempo, lo hace más
empleable en general. Este efecto sobre la seguridad es fuerte y significa-
tivo. Por otra parte, estos mayores conocimientos también contribuyen a
la satisfacción laboral.
Esto permitiría inferir que la reflexividad en el núcleo operativo,
la cual influye fuertemente en estos tres aspectos del trabajo, provoca,
entonces, efectos de variado signo para los trabajadores. No se trata de
prácticas que, como idealmente se proclama, produzcan exclusivamente
resultados benéficos. Por un lado hacen el trabajo más atractivo, valioso
e intrínsecamente motivante, aumentando la satisfacción laboral y con-
tribuyendo al sentido de seguridad. Por otro, al mismo tiempo, provocan
una fuerte intensificación del trabajo, una de cuyas derivaciones, en parte
asociada a la mayor complejidad y mayores demandas de las actividades,
es un aumento de síntomas psicosomáticos que señalan un deterioro de
la salud de los trabajadores. Serían dos caras de la misma moneda, cuyo
valor para el trabajador, por tanto, se hace paradójico.
Conclusiones
102
prácticas deberían estar estrechamente relacionadas. Esto podría estar
influido por las estructuras institucionales que rigen el mercado laboral en
Chile, en que son escasos e insuficientes los mecanismos para fomentar
y posibilitar el desarrollo de habilidades en los trabajadores (Haag 2002),
resultando una baja calidad del empleo (Sehnbruch 2006), y a que las
culturas organizacionales de las empresas no han sido favorables a la
involucración y participación de los trabajadores. En las empresas chilenas
es generalizada la inercia de pautas verticalistas y autoritarias (Ramos
2009). Esto es concordante con las características globales de la variedad
de capitalismo prevaleciente en Chile, la cual sería una “economía de
mercado jerárquica” (Schneider 2009), que incluye entre sus rasgos tener
trabajos de baja calificación y relaciones laborales atomizadas.
En otros países la reflexividad organizacional revela ser un elemen-
to importante en la efectividad de los cambios en la empresa, tal vez uno
de los fundamentales. En el caso chileno la reflexividad gerencial y la del
núcleo operativo están relativamente disociadas o, al menos, no suficien-
temente integradas. Son escasos o no adecuadamente exitosos los pro-
yectos de cambio organizacional que consiguen que los miembros de la
empresa se incorporen, de manera generalizada, a dinámicas de revisión y
mejoramiento sistemático de las actividades organizacionales, abordando
en ello desde los ámbitos de la estrategia corporativa y conexión con los
clientes y el entorno en general, hasta la organización del trabajo y labo-
res en el núcleo operativo; las actividades reflexivas, en cambio, tienden a
ocurrir de manera parcelada, como dinámicas separadas —a nivel geren-
cial y del núcleo operativo—.
Puede hipotetizarse que esa doble dinámica tiende a consolidar
una separación que está asociada a las mencionadas características ins-
titucionales propias de una economía de mercado jerárquica y a factores
socioculturales de la empresa referidos a distancia social y desconfianza
entre sectores ejecutivos y de trabajadores; estos factores constituyen obs-
táculos de importancia para el logro de una integración de la reflexividad
entre todos los niveles de la empresa y para el desarrollo de procesos de
aprendizaje colectivo.
De tal modo, los cambios organizacionales emprendidos muestran
su influencia en el mejoramiento del desempeño organizacional, pero
también, como hemos visto, afectan a los trabajadores y tienen un im-
pacto significativo en sus vidas. Mayor intensidad laboral y efectos per-
judiciales para la salud son dos importantes derivaciones de los cambios
llevados a cabo. Tales efectos eran también reiteradamente señalados por
los trabajadores, en entrevistas y sesiones grupales. Los análisis estadísti-
cos ratifican su relación con los cambios organizacionales. Por otro lado,
103
los mismos cambios, en algunas de sus facetas, contribuyen a una mayor
satisfacción laboral y a un mayor sentido de seguridad en el trabajo.
Los resultados negativos sobre los trabajadores conllevan un costo
elevado, al menos para una proporción significativa de ellos. Además una
gran parte de los trabajadores encuestados consideran que los beneficios
que obtiene la empresa con el mejoramiento en el desempeño organiza-
cional, el cual en medida importante está asociado al mejoramiento de la
productividad y renovado aporte de los trabajadores, no se manifiestan
en un incremento acorde en las recompensas económicas que estos reci-
ben. Esto genera un sentido bastante difundido de inequidad, de no estar
siendo adecuadamente compensados. Hay una generalizada apreciación
de injusticia respecto a la distribución de los beneficios de la empresa13.
Así, por un lado, las PLAD y las prácticas de reflexividad en el nú-
cleo operativo, junto con efectos positivos para el trabajador —en cuanto
a seguridad y satisfacción laboral— acarrean simultáneamente repercu-
siones negativas de intensificación del trabajo y deterioro o riesgo para
la salud. En parte, tales efectos estarían entremezclados de tal modo que
sería difícil obtener los beneficios sin tener que absorber algunos de los
costos. Podría pensarse que una distribución más proporcional, por parte
de los empresarios, de los beneficios económicos obtenidos como fruto
del mejor desempeño organizacional, podría ayudar a equilibrar mejor la
balanza, en términos objetivos y en la percepción de los trabajadores; pero,
de acuerdo a los datos, ese no estaría siendo, por lo general, el caso. Los
trabajadores no perciben que estén participando en forma equitativa de
las ganancias asociadas a la mayor productividad a la que contribuyen14.
En síntesis, las nuevas prácticas laborales y de gestión, especial-
mente aquellas asociadas a la reflexividad organizacional, están sirvién-
dole a la empresa chilena para mejorar su desempeño, aunque todavía con
limitaciones y vacíos, por ejemplo respecto al mejoramiento de la calidad.
Para los trabajadores, por su parte, aunque los cambios les producen me-
joramientos en su trabajo, también les están involucrando perjuicios que
no están suficientemente balanceados o contrarrestados.
13 Esta no es una mera apreciación subjetiva. Según datos del Centro Nacional de la
Productividad y del Instituto Nacional de Estadísticas, en el período 1990-2000,
mientras la productividad aumentó en un 4.3%, los salarios solo lo hicieron en un
3.2% (Fazio 2001: 226).
14 Estas percepciones de los trabajadores las hemos especificado y analizado en Ramos
(2009).
104
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107
Oportunidades perdidas:
Negociación colectiva y distribución de ingresos en Chile1
Introducción
1 Este artículo se basa en uno anterior, más detallado, publicado en Hayter (2011). Los
autores quisieran agradecer a sus colegas de la Dirección del Trabajo, quienes compar-
tieron su experiencia y datos.
109
especial atención en tanto estos cambios se han producido en un contexto
económico favorable.
En el caso de Chile, el deterioro en la distribución de ingresos
se debe a un aumento de la desigualdad entre trabajadores de ingresos
medios y trabajadores de ingresos bajos (el quinto decil de la distribu-
ción salarial comparado con el primer decil), en tanto la relación entre
trabajadores de ingresos altos y medios (el noveno decil comparado con
el quinto decil) ha experimentado pocos cambios (OIT 2008b). El débil
desempeño del mercado laboral ha tenido como resultado que a pesar
de un aumento del presupuesto social, el progreso en la distribución de
ingresos desde el retorno a la democracia ha sido extremadamente lento.
Más aun, a pesar del aumento de los ingresos promedio de los ocupados,
persiste un importante segmento de trabajadores con bajos ingresos, es-
pecialmente entre las mujeres (véase Valenzuela y Reinecke 2011).
Estos resultados del mercado laboral estarían relacionados con el sis-
tema de relaciones laborales chileno, que se rige por un Código del Trabajo
heredado (aunque con algunas reformas en la década de los 90 y en la del
2000) del Gobierno militar, y que impone varias restricciones a la nego-
ciación colectiva. Si se compara internacionalmente, Chile está dentro de
los países de América Latina donde la negociación colectiva tiene una baja
cobertura y los sindicatos son relativamente débiles. Es más, el sistema no
ha sido capaz de adaptarse ante el aumento de la subcontratación que ca-
racteriza la organización del trabajo y la producción en Chile2.
La debilidad de los sindicatos y la negociación colectiva en Chile es
probablemente una de las principales causas de la ausencia de avances en
la distribución de ingresos provenientes del trabajo. El presente capítulo
explora, por una parte, la relación entre salario y distribución del ingreso,
y por otra parte, la debilidad de los sindicatos y la negociación colectiva.
La siguiente sección (2) analiza en qué medida los recientes cambios en
la distribución del ingreso en Chile se deben a cambios en el mercado
laboral y las políticas sociales, respectivamente. Luego describiremos bre-
vemente el sistema de sindicalización y de negociación colectiva en Chile
y analizaremos la información disponible para caracterizar el perfil de los
trabajadores cubiertos en comparación con aquellos que están fuera del
alcance de la negociación colectiva (3). La sección 4 identifica algunas
2 Drake (2003) argumenta que la modestia de los avances en esta materia durante los
gobiernos de la Concertación es el resultado de un acuerdo implícito entre los partidos
de la coalición gobernante y los sindicatos, con el fin de dar estabilidad a la rede-
mocratización. De esta forma, los sindicatos mantuvieron su apoyo a la coalición sin
confrontar mayormente al Gobierno y, aunque recuperaron su capacidad de participar
y negociar libremente, no conquistaron mucho poder.
110
debilidades en las instituciones que regulan la sindicalización y la nego-
ciación colectiva que contribuyen a los resultados presentados anterior-
mente. Por último, la sección 5 concluye y presenta algunos elementos
para un posible programa de reformas.
3 Fuente: OIT en base a datos de MIDEPLAN (CASEN). Más recientemente, entre 2006
y 2009, y calculado sobre la base de los ingresos autónomos, el coeficiente de Gini au-
mentó desde 0.54 a 0.55, indicando un leve aumento de la desigualdad. Este desarrollo
estuvo probablemente influido por los efectos de la crisis económica mundial. Al com-
parar los ingresos monetarios, el Coeficiente de Gini permaneció en 0.53 ambos años,
demostrando no solo el efecto progresivo de las transferencias públicas sino también
la protección que estas entregan a los más pobres en períodos de crisis.
111
promedio, los ingresos relacionados con el trabajo se comportaron de
manera claramente regresiva, registrando aumentos muy por debajo del
promedio. Por lo tanto, los ingresos monetarios promedios de los hogares
del decil más pobre aumentaron 58,0% entre 1990 y 2006 (en términos
reales), mientras que los ingresos del trabajo aumentaron solo un 29,0%.
En suma, las mejoras existentes en la distribución del ingreso se
han debido exclusivamente a un aumento en los subsidios monetarios
para los deciles de ingresos más bajos, en lugar de una mejor distribución
de los ingresos del trabajo (para más detalles, véase Reinecke y Valenzuela
2011). Esta información apunta a un escenario en el que mejora la distri-
bución a través de transferencias, mientras que la distribución de los in-
gresos del mercado de trabajo, donde se genera la mayoría de los ingresos
del hogar, no mejora.
Un análisis de mediano plazo indica que desde 1990, en promedio,
la productividad laboral ha aumentado levemente más rápidamente que
los salarios (Reinecke y Valenzuela 2011). En términos de la distribución
funcional del ingreso, esto significa que la redistribución no ha favorecido
a los asalariados, contrariamente a las expectativas que hubo en el país a
la vuelta de la democracia en 1990. Cabe notar que el deterioro de la dis-
tribución de los ingresos del trabajo y el estancamiento de la distribución
funcional del ingreso se produjeron a pesar de un aumento sostenido del
salario mínimo real.
Detrás de la modesta mejora en la distribución del ingreso están,
por lo tanto, las políticas sociales. De hecho, el ingreso de los hogares
más pobres, incluyendo transferencias directas, subsidios y prestación
de servicios públicos, ha aumentado desde el retorno a la democracia.
De 1990 a 2006, el gasto social per cápita casi se duplicó (de US$365
dólares a US$709 dólares, en dólares de los EE.UU. al año 2000). En
2006, los subsidios monetarios representaron casi una cuarta parte
(23,4%) de los ingresos monetarios totales de los hogares, en el decil
más bajo, mientras que en 1990 los subsidios representaron menos de
la mitad de este porcentaje (11,1%). En el segundo (6,6%) y tercer
(4,1%) decil, esta proporción también es significativa y ha aumentado
en comparación con 1990 (Reinecke y Valenzuela, 2011). Si aparte de
los subsidios directos también consideramos las subvenciones a través
de la educación y salud pública, más del 60% del total de ingresos del
decil más pobre proviene de políticas sociales (MIDEPLAN 2007).
Si bien la brecha entre los salarios de hombres y mujeres se ha
reducido durante el mismo período, la brecha de género sigue siendo
considerable. Mientras que en 1990 el ingreso promedio mensual de las
mujeres representaba el 65,5% de los ingresos de sus pares hombres, este
112
porcentaje aumentó a 71,6% en 2006. Teniendo en cuenta los ingresos
por hora, los ingresos de las mujeres aumentaron de 71,6% a 87% en
relación a los ingresos de los hombres en el mismo período4.
113
Una visión estadística
20,1
20 19,5
18,2 17,3
16,9
15,5 15,6 15,7
15,4
15 14,9 14,3 13,8 13,6 14,6
14,0 13,2 14,8
14,9 14,7 13,6
Cobertura de
12,6
13,2 13,2 13,3 negociación
%
0
19
19 0
19 1
19 2
19 3
19
19 5
19 6
19 7
19
20 9
20 0
20 1
20
20 3
20 4
20 5
20 6
20 7
20 8
20
9
9
9
9
94
9
9
9
98
9
0
0
02
0
0
0
0
0
0
09
10
Año
114
La cobertura de la negociación colectiva dentro del empleo asalariado
también ha disminuido después del retorno a la democracia, alcanzando
su punto más bajo en 2004 con solo el 7,8%. Los datos correspondientes
a 2010 indican una cobertura de 9,8%, aún significativamente menor que
en la década de los 90, cuando la cobertura fue de alrededor de 15%. Si
bien estos datos subestiman la cobertura de la negociación colectiva (al
basarse en el supuesto de una duración promedio de los instrumentos co-
lectivos de dos años, cuando en realidad muchas empresas negocian por
períodos más largos), el dato corregido disponible solo para el año 2010
arroja una tasa más elevada de un 13,1%, pero todavía baja en compara-
ción internacional5.
Otros países de América Latina también han experimentado una
disminución en la negociación colectiva y las tasas de sindicalización. Sin
embargo, aun teniendo en cuenta esta tendencia regional, tanto la tasa de
sindicalización como la cobertura de la negociación colectiva en Chile
son bajos comparados con otros países de América Latina, especialmente
Argentina y Brasil.
Las cifras recientes de Chile no solo son bajas si se comparan in-
ternacionalmente, sino que también contrastan con los datos históricos
del país. Aunque la negociación colectiva a nivel de empresa siempre ha
sido dominante en Chile (a diferencia de muchos otros países de América
Latina, donde la negociación sectorial o por rama es más común), la ne-
gociación por rama amplió progresivamente su cobertura durante la dé-
cada de los 60 y principios de los 70. En 1971, alrededor del cuarenta por
ciento de los asalariados estaba sindicalizada y más de un cuarto estaban
cubiertos por la negociación colectiva, porcentajes mucho mayores que
durante los 90 y la década de 2000 (Reinecke 2000; Cortázar 1997).
5 En su serie histórica, la Dirección del Trabajo publica los datos de los instrumentos
firmados en cada año. En ausencia de información exacta sobre su período de vigen-
cia, los cálculos de cobertura se han basado en el supuesto de una duración promedio
de dos años. En los datos para el año 2010, la Dirección del Trabajo (2011) publica
por primera vez la información sobre los trabajadores cubiertos por los instrumentos
vigentes en una fecha determinada (30 de junio 2010), lo que implica una medición
mucha más exacta de la cobertura.
115
la distribución del ingreso en la medida que los trabajadores calificados
y aquellos con una integración más sólida en el mercado de trabajo ten-
drían más probabilidades de ser cubiertos por la negociación colectiva (y
por lo tanto conseguirían mejores condiciones laborales), aumentando la
brecha entre ellos y los trabajadores menos calificados o más precarios.
En la práctica, las experiencias en todo el mundo son casi tan di-
versas como sus normas e instituciones. Un hallazgo constante de los es-
tudios internacionales, sin embargo, es la correlación entre la negociación
colectiva y la distribución del ingreso. Cuanto mayor es la coordinación y
la cobertura de la negociación, menor es la desigualdad de ingresos den-
tro de una sociedad (véase Hayter y Weinberg 2011). Del mismo modo,
los estudios realizados por el Banco Mundial y la OCDE han concluido
que una negociación colectiva más extensa está asociada con menor des-
igualdad salarial, una brecha menor entre los salarios de los trabajadores
calificados y no calificados, y una brecha menor entre hombres y muje-
res (Aidt y Tzannatos 2002; OCDE 2004).Un estudio reciente (Beccaro
2008) indica que la asociación entre cambios en la tasa de sindicalización
y el grado de desigualdad se puede haber debilitado, aunque la compa-
ración entre países sigue encontrando una asociación fuerte entre ambas
variables.
Desafortunadamente, los datos estadísticos para caracterizar a los
miembros de sindicatos y los trabajadores cubiertos por la negociación
colectiva en comparación con los que quedan fuera son relativamente es-
casos. La Encuesta Socio-económica CASEN incluyó la pregunta de si la
persona encuestada fue un miembro sindical una sola vez, en 1994. Solo
la Encuesta de Previsión Social contiene microdatos más recientes que
incluyen la variable de sindicalización.
De acuerdo con la información (más bien antigua) de la encuesta
CASEN, la tasa de sindicalización aumenta con la educación (años de edu-
cación formal), estabilizándose para aquellos que tienen más de 16 años
de escolaridad. El vínculo entre la educación y la sindicalización existe
para los hombres y las mujeres. El reciente estudio de Landerretche, Lillo
y Puentes (2011), en base a los datos de la Encuesta de Previsión Social,
también confirma la correlación entre nivel educativo y sindicalización.
Esto, de acuerdo con las consideraciones teóricas de la OIT (2008a), po-
dría causar que la sindicalización y la negociación colectiva influyeran
en la distribución del ingreso “de manera equivocada”, es decir, aumen-
tando los salarios de los trabajadores calificados más que el de los no
calificados.
Sin embargo, otro hallazgo del análisis de los datos de la encues-
ta CASEN de 1994 es que los salarios promedio son más altos para los
116
trabajadores sindicalizados que para los trabajadores no sindicalizados,
solo hasta el grupo que tiene 13 a 15 años de educación, mientras que
para los trabajadores más educados los salarios son más altos entre aque-
llos no sindicalizados. Los sindicatos, por lo tanto, logran comprimir la
estructura de salarios: los trabajadores sindicalizados con bajos niveles
de educación formal ganan más que sus homólogos no sindicalizados,
mientras que aquellos con altos niveles de educación ganan menos.
Usando métodos econométricos, Landerretche, Lillo y Puentes
(2011) concluyen que si bien en todas las categorías los trabajadores sindi-
calizados ganan salarios promedios más altos que sus pares no sindicaliza-
dos, este efecto es especialmente fuerte entre los trabajadores de menores
ingresos, con lo cual los sindicatos tienen el efecto de comprimir la distri-
bución salarial y contribuir a una distribución menos desigual.
Aunque es común que los trabajadores de las empresas más peque-
ñas tengan más dificultades para establecer o integrarse a los sindicatos
que aquellos en empresas más grandes, esta brecha es particularmente
pronunciada en Chile. Mientras que, según una encuesta de 2008, solo
el 0,7% de las microempresas y el 2,9% de las pequeñas tenían un sindi-
cato activo, este porcentaje se elevó al 22,8% en las empresas medianas
y 54,1% en las grandes empresas (Dirección del Trabajo, 2009). Una vez
más, esto significa que la cobertura está sesgada hacia los trabajadores
que estarían entre aquellos con mejores salarios, incluso en ausencia de
sindicatos.
117
Tres insuficiencias institucionales: exclusiones legales, negociaciones
fragmentadas, conflictos no regulados
Incluso en el contexto de un sistema en el cual el principal nivel de ne-
gociación son las empresas individuales, el sistema chileno tiene ciertas
insuficiencias específicas que debilitan la negociación colectiva. Más aun,
estas insuficiencias tienen un efecto particularmente negativo en los tra-
bajadores y trabajadoras que tienden a tener bajos ingresos, limitando,
por lo tanto, el eventual impacto positivo que podría tener la negociación
colectiva en la distribución de ingresos.
En nuestra opinión, la primera insuficiencia consiste en exclusio-
nes legales innecesarias que limitan la capacidad de los trabajadores para
negociar colectivamente (véase Ministerio del Trabajo y Previsión Social
2008).
Así, tenemos que: (1) el número mínimo para la creación de un
sindicato es de 8 trabajadores, lo que en la práctica excluye a la mayor
parte de los trabajadores de microempresas de la posibilidad de unirse a
un sindicato, aun cuando en teoría existe la posibilidad de unirse a un sin-
dicato supra-empresa; (2) los trabajadores con contratos de aprendizaje o
de plazo fijo también están excluidos de la negociación colectiva. Si bien
este tipo de exclusiones opera también en otros países, su relevancia es
especialmente fuerte en Chile, donde estos tipos de contrato alcanzan a
más de la quinta parte de los asalariados con contratos de trabajo escritos;
(3) finalmente, los trabajadores del sector público están fuera del ámbito
del Código del Trabajo y no tienen derecho a unirse a un sindicato, aun
cuando pueden unirse a asociaciones y en los hechos participan en paros
laborales.
La segunda insuficiencia dice relación con la entidad legal de los
empleadores al momento de negociar con sus trabajadores. Muchas em-
presas negocian como una sola empresa con sus proveedores y clientes,
pero se fragmentan en una multitud de diferentes entidades legales al
lidiar con sus trabajadores6. Esto les permite evitar negociaciones a nivel
de empresa. Comúnmente, las entidades legales que manejan el pago de
remuneraciones son diferentes a las que manejan las utilidades, lo que
sitúa a los trabajadores en una débil posición negociadora. En el comercio
minorista (retail), por ejemplo, los trabajadores tienen que negociar con
el empleador de una sola tienda en lugar de negociar con el supermer-
cado o cadena de tienda de departamento como un todo. Los esfuerzos
de coordinación sindical han tenido cierto éxito inicial en los últimos
6 Véase Ministerio del Trabajo y Previsión Social (2008) y López (2008) para una do-
cumentación detallada de casos de fragmentación empresarial.
118
años y los dirigentes sindicales en el retail siguen trabajando a favor de
negociaciones más allá del establecimiento individual. En una empresa
importante del retail, la sede negocia un acuerdo marco con el sindicato
y, si bien formalmente los procesos de negociación colectiva en cada una
de las tiendas se mantienen independientes, el nivel de beneficios se basa
en este acuerdo marco. Sin embargo, los sindicatos aún no han logrado
obtener negociaciones a nivel de estos conglomerados empresariales o
sectores en forma sistemática, un objetivo que es difícil de lograr dentro
del marco legal actual.
Si bien el uso y abuso de diferentes entidades legales dentro de un
grupo empresarial fue objeto de discusión en el Consejo Asesor Presidencial
de Trabajo y Equidad (Espinosa 2007), no ha habido mayores cambios
hasta el momento y el proyecto de ley presentado por el Gobierno sobre
el tema ha sido considerado insuficiente por el movimiento sindical. El
único límite a la fragmentación empresarial se establece en la Ley de
Subcontratación (2006), que busca armonizar la relación formal de em-
pleo con la efectiva supervisión de los trabajadores. La combinación de
la creciente fragmentación empresarial con la legislación que permite la
existencia de varios sindicatos en una misma empresa contribuye al pe-
queño tamaño promedio de los sindicatos en Chile (87 trabajadores por
sindicato en 2010), a pesar que este indicador ha subido algo desde 2004
cuando el tamaño promedio de un sindicato era de solo 72 trabajadores.
En 1991 el tamaño promedio de un sindicato era de 91 trabajadores7.
En tercer lugar, el marco del Código del Trabajo no abarca todos
los procesos de negociación y un enorme número de conflictos laborales
de hecho ocurren fuera del ámbito de la ley. Entre 2007 y 2009, por
ejemplo, 56.971 trabajadores participaron en huelgas legales. En el mis-
mo período, seis veces más trabajadores (350.584) participaron en paros
laborales de facto o huelgas fuera del ámbito del Código del Trabajo en el
sector privado (véase Dirección del Trabajo, varios años). Como ejemplo,
se pueden mencionar los paros de actividades de trabajadores de subcon-
tratistas en la industria minera. Estos trabajadores sentían que no habían
participado suficientemente en el reciente boom de la industria debido a
los altos precios del cobre. Dado que el sistema de la ley laboral no les
permite negociar colectivamente, armaron alianzas a través de varios sub-
contratistas de modo de organizar paros de facto como una respuesta fuera
del ámbito de la ley. El hecho que estos conflictos ocurran en el contexto
7 Basándose en datos de la Dirección del Trabajo, existen otros factores que pueden con-
tribuir al pequeño tamaño promedio de los sindicatos en Chile, tales como debilidades
en el liderazgo y las capacidades de gestión de los dirigentes sindicales.
119
donde grandes empresas mineras se rehúsan a negociar cuando no hay
presión por parte de los trabajadores afectados lleva a situaciones más
proclives a la violencia física que a paros legales (véase López 2008).
El predominio de paros fuera del alcance de la legislación laboral
es, en parte, el resultado de restricciones existentes en la definición de
quienes pueden participar en negociaciones colectivas. También se pue-
den identificar otros factores (Ministerio del Trabajo y Previsión Social
2008, pág. 26), tales como limitaciones en los temas que se permite ne-
gociar —el Código del Trabajo explícitamente excluye todos los temas
que sean parte de las facultades del empleador para dirigir y organizar la
empresa— y rigideces en el proceso de negociación, según establece la
ley. Las diferentes etapas en el proceso de negociación están reguladas de
manera extremadamente detallada en cuanto a tiempo y orden exactos.
El alto número de conflictos fuera del marco legal es un peligro, no solo
desde el punto de vista de la equidad, sino que también menoscaba la
eficiencia económica dado que conflictos no regulados tienden a inte-
rrumpir la actividad económica de manera más fuerte y menos predecible
que las huelgas legales.
120
Conclusiones y posibles pasos para reformas
121
subcontratadas por empresas de mayor tamaño, el servicio doméstico o
los trabajadores por cuenta propia. Propone la reconversión del sindica-
lismo histórico en uno que ponga el acento en los grados de distancia
entre los sectores sociales y sea capaz de identificarse con el proceso de
integración social.
La debilidad de la negociación colectiva y la falta de confianza en
las relaciones laborales también han limitado la aplicación de respuestas a
la reciente crisis financiera internacional. A pesar de la creación de polí-
ticas innovadoras, el ámbito y escala para la implementación de medidas
que buscan compartir la carga de la crisis en el más amplio sentido (tan-
to entre empresas y trabajadores como entre trabajadores) sigue siendo
limitado.
Para mejorar la distribución se necesitan reformas en varias áreas
de políticas públicas, incluyendo políticas sociales, educacionales y regu-
latorias del mercado laboral. Se debe reconocer, sin embargo, que el gasto
público significó una importante contribución para los deciles más bajos
de la distribución de ingresos. Si bien aún hay espacio para progresar al
respecto, este sin duda debería ir mano a mano con un acuerdo social en
cuanto al financiamiento de políticas públicas más sólidas a través de
mayores ingresos tributarios.
En el ámbito de la regulación del mercado laboral, la tarea de
las instituciones laborales es facilitar resultados que estén en línea con
nociones socialmente creadas sobre lo que es justo y las habilidades de
las empresas para pagar. Muchas veces la negociación individual entre
trabajador y empleador no va a cumplir con este objetivo. En efecto, la
negociación colectiva está hecha para enfrentar esta situación y muchas
regulaciones laborales reflejan la visión de que empleadores y trabajado-
res tienen un poder de negociación desigual y que, careciendo de políticas
públicas al respecto, esto puede llevar al poder monopsónico del emplea-
dor con el consiguiente desmedro de los trabajadores.
Es, por lo tanto, la labor del Estado igualar la capacidad negocia-
dora entre las partes y así amparar una mejor distribución de los frutos
del trabajo. La negociación colectiva es un instrumento clave que in-
fluencia el funcionamiento del mercado laboral, por lo que sería sabio
pensar en reforzar tanto la cobertura como el contenido de la negociación
colectiva.
En este contexto, aun manteniendo el sistema actual de negocia-
ción descentralizada (basada en la empresa), el impacto positivo de la
negociación colectiva podría fortalecerse a través de reformas en las áreas
con deficiencias descritas en la sección anterior: (1) en cuanto a las exclu-
siones legales, el número mínimo de 8 trabajadores podría ser reducido
122
para facilitar la formación de sindicatos en micro y pequeñas empresas.
Además, se podría revisar la participación de trabajadores con contratos
de plazo fijo en los procesos de sindicalización y negociación colectiva;
(2) la fragmentación excesiva de los procesos de negociación a través de
diferentes entidades legales empresariales, bajo el mismo dominio y lle-
vando a cabo el mismo tipo de actividad económica, podría enfrentarse
limitando este tipo de fragmentaciones o definiendo los criterios para
asignarles una identidad única para efectos laborales en el caso de varias
empresas del mismo conglomerado; (3) la opción que hoy plantea la legis-
lación nacional para contratar reemplazantes durante la huelga debilita el
funcionamiento de este mecanismo y puede ser una de las explicaciones
del bajo nivel de conflictos que terminan en huelga. Eliminar esta opción
pondría a la legislación chilena en línea con la de la mayoría de los países;
(4) se podrían revisar las rigideces de los requisitos procesales del Código
del Trabajo para la negociación colectiva, otorgando mayor libertad a los
actores sociales para ajustar los procesos de negociación a las necesidades
de la empresa. Además, podrían eliminarse las limitaciones legales inne-
cesarias que dicen relación con el ámbito y temas a tratar en los procesos
de negociación colectiva. Por otro lado, la calidad de la negociación colec-
tiva podría verse enriquecida estableciendo requisitos más detallados para
el intercambio de información entre gerencia y sindicato.
Finalmente, otro aspecto que merece atención son los beneficios y,
especialmente, los acuerdos de repartición de utilidades, los que pueden
contribuir a una distribución más justa de los frutos del trabajo entre
empleador y trabajador. Actualmente, la ley permite a los empleadores
reemplazar el elemento variable con un bono fijo calculado como un
múltiple del salario mínimo. Esto convierte los bonos en otro elemento
dentro de la remuneración fija, lo que no cumple con su objetivo original
de asegurar que los trabajadores y trabajadoras reciban parte de los éxitos
económicos de la empresa.
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125
Espacio, identidad y conflicto entre los obreros metalúrgicos
de Madeco S.A. (1945-2011)
127
Se propone aportar a esta discusión a través de un análisis geográ-
fico de la evolución de las identidades obreras en la empresa MADECO
S.A. durante el período 1944-2011. El estudio se basa en más de cien
entrevistas en profundidad con trabajadores, gerentes y directores de la
empresa, oficiales del Gobierno, parlamentarios y dirigentes sindicales
nacionales; un año y medio de observación participativa con obreros ju-
bilados y activos de la empresa; y revisión de documentos impresos de la
empresa, el sindicato industrial, los partidos políticos, distintas agencias
gubernamentales y periódicos de la época.
La elección de MADECO como caso de estudio no es arbitraria; la
empresa nos da una óptica interesante para considerar estos procesos. En
1944, los hermanos Simonetti (dos artesanos italiano-chilenos) la funda-
ron. Desde 1966 hasta 1971 dos ingenieros dirigieron la empresa a partir
de su asociación con dos multinacionales, CEAT y General Cable. Estas
empresas se asociaron con MADECO para construir una fábrica para ma-
nufacturar cables telefónicos en Antofagasta. Desde 1971 hasta 1973, el
Gobierno de la Unidad Popular intervino la empresa y dio las facultades
a ingenieros del Gobierno y trabajadores para co-administrarla. A par-
tir de septiembre de 1973, distintos oficiales militares desarrollaron una
cruenta intervención en la empresa. En 1979, el Grupo Luksic compró la
empresa; hoy en día es uno de los 70 grupos económicos más grandes del
mundo. Actualmente, MADECO es un holding con filiales en Argentina
y Perú, y es el accionista más grande de Nexans, una elaboradora de ca-
bles francesa. Como semielaboradora de cobre, la empresa fue impor-
tante para las políticas de industrialización a través de la sustitución de
importaciones por su rol como abastecedora de los sectores de la minería,
la construcción y la energía eléctrica (Stillerman 1998, 2005; MADECO y
subsidiarias 2012).
Hasta 1973, la ubicación de la empresa en la comuna de San
Miguel fue un factor central que contribuyó al desarrollo del sindicato
industrial. En la época de la posguerra fue una de las comunas más indus-
trializadas de Santiago. Funcionó como base de operaciones de la dinas-
tía Palestro, tres hermanos que jugaron un papel importante dentro del
Partido Socialista desde los años 30 hasta el golpe militar, manteniendo
control de la municipalidad y la representación parlamentaria de la zona.
El sindicato industrial jugó un rol significativo dentro de la comuna y
la Federación Metalúrgica antes de 1973 y fue un importante referente
dentro de la oposición democrática y el movimiento sindical bajo la dic-
tadura (Stillerman 1998, 2005).
En este capítulo se plantea que la “producción del espacio” (Lefebvre
1991), las “geografías del Estado” (Brenner 2004) y la apropiación de
128
espacio por los trabajadores (Tilly 2000) juegan un rol central en la
conformación y evolución de las relaciones industriales; la construcción
de las identidades laborales; y las causas, las formas y las consecuencias
de las movilizaciones sindicales. Los “espacios keynesianos” producidos
desde el Gobierno del Frente Popular (1938-1941) hasta el golpe militar
tuvieron una lógica de concentración espacial del Estado, la industria,
las zonas de residencia y el ocio, que permitieron la construcción de un
“sentido de lugar” (Miller 2000; Gieryn 2000), un elemento central en
las identidades de los madequinos y un factor que facilitó su exitosa
movilización sindical. Los espacios neoliberales construidos a partir del
golpe militar de 1973 tuvieron una lógica de dispersión geográfica de la
inversión; descentralización de las funciones redistributivas del Estado;
destrucción de los lazos entre los sindicatos y los oficiales de Gobierno
y/o partidos; y la fragmentación del trabajo, las zonas de residencia y el
ocio. Esta lógica de descentralización debilitó el “sentido de lugar” entre
los madequinos, fracturando así sus identidades colectivas y frustrando
sus intentos de movilización colectiva.
Sin embargo, durante los dos períodos, cada huelga realizada por
el sindicato tuvo una organización espacial distinta, producto de la co-
yuntura política y las estrategias de apropiación del espacio utilizado por
el sindicato, los actores políticos y la empresa. Por tanto, el análisis de la
“producción del espacio” en el largo plazo tiene que combinarse con la
investigación de las estrategias espaciales de los actores en el corto plazo
para poder entender las lógicas de conflicto industrial. Por ende, el espa-
cio es una dimensión central de las estructuras materiales, simbólicas y
políticas del capital, el Estado y los trabajadores.
129
espacios concebidos, que después se implementan como espacios percibi-
dos, generando así nuevos espacios vividos. Los empresarios y el Estado
intentan construir “espacios abstractos” —espacios homogéneos y frag-
mentados diseñados para facilitar el control de territorios y la acumulación
del capital—. Dos ejemplos de “espacios abstractos” son las autopistas y
el mercado global. La tendencia de los espacios abstractos de invadir los
espacios vividos e erradicar sus particularidades provoca intentos de los
habitantes de construir “contra-espacios” que protegen el espacio vivido.
Una limitación del modelo de Lefebvre es que minimiza el rol de
los actores subordinados en la “producción del espacio” (Herod 1994),
tema que se propone tratar en este capítulo. Aplicamos además los con-
ceptos de “lugar” y “escala”. El “lugar” se refiere a los espacios habitados
y dotados con significados por los grupos humanos. Los habitantes y
usuarios de un espacio específico le atribuyen un “sentido de lugar” —lo
llenan de significados que les da un sentido de pertenencia a aquel espa-
cio (Routledge 1993; Miller 2000; Gieryn 2000)—. La “escala” se refiere
al nivel o alcance de la acción de un grupo, organización o institución.
La “escala” puede ser tan pequeña como un cuerpo humano o tan grande
como el planeta. Sin embargo, la escala es una construcción social sujeta
a los resultados de conflictos simbólicos y políticos, de tal manera que los
actores a veces optan por “saltar escalas” o por funcionar a múltiples esca-
las a la vez (Miller 2000; Marston 2000; Smith 1992; Herod 1994).
Por último, Brenner (2004) desarrolla el concepto de las “geografías
del Estado”. Plantea que los “Estados keynesianos” y los “Estados neoli-
berales” desarrollaron distintas políticas urbanas, regionales y nacionales
de desarrollo económico y organización administrativa. Los primeros in-
tentan homogenizar el espacio construido a nivel nacional. En contraste,
bajo los segundos hubo un re-escalamiento del Estado con la creación de
una sinergia entre la escala local y la escala global, provocando intensas
desigualdades entre distintas zonas metropolitanas y regionales y un rol
distinto para el Estado nacional.
En este análisis se emplean tres conceptos de alcance intermedio.
De este modo, las “rutinas espaciales” se refieren a las actividades repe-
titivas y cotidianas que ocurren en lugares determinados. Los costos de
tiempo y distancia refieren a la cantidad de tiempo necesario para que los
actores organizados puedan alcanzar a los aliados y/o los blancos de su
movilización. Por último, los “espacios seguros” son “lugares” donde los
grupos subordinados están libres de represión desde el Estado u otros
actores poderosos que permiten su sobrevivencia y la planificación de las
movilizaciones (Tilly 2000; Sewell 2000).
130
Los espacios keynesianos en MADECO (1945-1973)
1 A partir de este acápite, la discusión se basa en los análisis de Stillerman (1998, 2003,
2004 y 2005).
131
industrial y la dificultad de encontrar un trabajo similar en una empresa
parecida. Esta expectativa fue realista; el único despido masivo que ocurrió
antes del golpe militar fue en 1956, el que provocó la huelga más violenta
en la historia de la empresa.
La lógica de concentración espacial y permanencia en el lugar del
trabajo se complementó con el desarrollo de infraestructura y servicios
promovidos por el sindicato industrial. El sindicato fue formado por di-
rigentes de la empresa MADEMSA. Este aprovechó su participación en
las utilidades de la organización para construir una gran sede sindical,
al que se agregó posteriormente un colegio, un gimnasio, un policlínico,
una biblioteca, una cooperativa de consumo y un centro de veraneo en el
litoral central. El sindicato también ofreció el gimnasio para el uso de los
pobladores de la comuna.
Los obreros también participaron en la “producción del espacio”.
La organización concentró una gran cantidad de actividades recreativas
en la sede, con equipos de deporte organizados por sección de trabajo
(que sirvieron para levantar candidaturas sindicales), actividades cultu-
rales, aniversarios, olimpiadas y charlas políticas. La cooperativa fue una
fuente de solidaridad durante las huelgas, pero también cimentó la de-
pendencia de los trabajadores de su empleador, porque muchos de los
productos vendidos fueron manufacturados por MADEMSA y las compras
se les descontaron a los obreros por planilla salarial.
La ubicación de la empresa fue provechosa para la organización
sindical, porque los obreros encontraron importantes aliados en los her-
manos Palestro, quienes dominaron las máquinas del Gobierno local por
cuatro décadas. Activistas exaltados y leales, los hermanos apoyaron al
sindicato. Mario, el diputado, intervino en los debates parlamentarios
a favor de los obreros de MADECO y MADEMSA, y su hermano Tito, el
alcalde, los acompañó durante las huelgas. De hecho, dos regidores de la
comuna habían sido dirigentes sindicales de MADECO y MADEMSA. Fue
tanta la identificación de los hermanos con la comuna que los obreros y
sus familiares se acuerdan de haber vivido en “la comuna brava” o la “co-
muna roja”. Las conexiones del sindicato con la familia Palestro fueron
sobrepuestas con sus relaciones con parlamentarios y líderes sindicales a
nivel nacional, hecho que fue facilitado por la ubicación de la empresa
en la capital. Los bajos “costos de tiempo-distancia” permitieron a los
madequinos saltar a la escala nacional. Un ejemplo de este fenómeno
es el hecho que varios parlamentarios de centro e izquierda apoyaron al
sindicato durante todas sus negociaciones colectivas.
La conformación industrial de la comuna también influyó en
la auto-identificación de los obreros y empleados de la empresa. En la
132
posguerra, San Miguel era una de las comunas más industrializadas de
Santiago, pero la mayoría de las empresas eran pequeñas, salvo unas pocas
como MADECO y MADEMSA. Los obreros y empleados de esas empresas
ganaban por sobre el promedio de sus pares en el sector industrial (de
hecho a mediados de los años 1960, los obreros de MADECO ganaban
salarios más altos que la mayoría de los obreros industriales del país). Se
enorgullecían con su auto-definición como “los burgueses” y “los mineros”
de San Miguel. A su vez, se dedicaron a formar sindicatos en la zona.
La huelga de 1960
En mayo de 1960 los sindicatos industriales de MADECO y MADEMSA
se adhirieron a un paro nacional llamado por la Central Única de
Trabajadores (CUT) para protestar la política de reajuste salarial del
Gobierno conservador de Jorge Alessandri. Los obreros de MADECO
además quisieron mejorar su indemnización por años de servicio después
del despido masivo de 1956. Como el Gobierno postergó por varios
meses la tramitación del reajuste salarial, se atrasaron las negociaciones
colectivas y por tanto fueron prohibidas las huelgas. En este contexto,
los obreros de MADECO y muchas otras empresas realizaron huelgas
ilegales; así, la ilegalidad de la huelgas permitió a las empresas contratar
a rompehuelgas.
En la huelga de MADECO el “espacio vivido” fue una herramienta
central para la acción colectiva de los madequinos. Usaron la población
como “espacio seguro” para preparar peleas con rompehuelgas y carabine-
ros. Cuando los carabineros lograron controlar las poblaciones MADECO
y MADEMSA, las esposas de los obreros usaron la imagen de su rol tradi-
cional para engañar a carabineros y rompehuelgas:
“Todos los días caía gente nuestra presa... Hubo que cambiar de
táctica, y aquí... las mujeres de los trabajadores de MADECO entra-
ron a jugar un rol muy importante. Porque a ellas carabineros no
podían hacer nada... eran mujeres que pasaron por Ureta Cox hacia
133
adentro cuando salían los rompehuelgas... Llevaban una bolsita de
harina y tiraban harina en la espalda a los rompehuelgas. Tú sabes
que la harina es muy difícil sacársela. Entonces, en la Gran Avenida,
estaban equipos... de tres o cuatro personas, trabajadores de MA-
DECO, esperando, y todos [los] que venían con harina en la espalda
los seguíamos: subimos la micro con ellos de tal manera que la pelea
se trasladó a diferentes partes de Santiago”.2
Con esta táctica, los obreros utilizaron las “rutinas espaciales” del uso
de transporte público por los rompehuelgas, para seguirlos a los micro-
buses y pegarles cuando bajaban. Esta táctica también les permitió usar
los buses y otras zonas de la capital como “espacios seguros”. Además,
los huelguistas usaron sus sedes sindicales y el zanjón al frente de la po-
blación como espacios seguros para atacar a los rompehuelgas y defen-
derse en contra de los ataques de carabineros. Los obreros aprovecharon
sus alianzas con los hermanos Palestro, la cooperativa, negocios locales
y otros parlamentarios para ganar su libertad de la cárcel y negociar una
arbitración especial que les permitió volver a sus trabajos. Su ubicación en
la capital les permitió “saltar escalas” al nivel nacional para ganar el apoyo
de varios parlamentarios.
134
que le permitió exportar productos con poco valor agregado y recibir
utilidades muy altas. Según ellos, estos subsidios no ayudaron el desarrollo
de la economía nacional ni a los obreros de la empresa. Otro diputado
comentó que otras empresas grandes ofrecían la misma indemnización
que pedían los obreros de MADECO, razón por la cual MADECO debería
estar también en condiciones de ofrecerlo a sus obreros. Estos discursos
destacan unas características de los espacios keynesianos: los gobiernos
que desarrollan este tipo de espacios del Estado intentan homogenizar las
condiciones económicas a través del país y privilegian el desarrollo de una
economía nacional protegida en vez de una economía que se desarrolla
según los ritmos de la economía mundial.
La victoria del sindicato en la huelga de 1965 trasladó el con-
flicto entre la empresa y los trabajadores desde la mesa de negociación
colectiva y la calle hacia la faena del trabajo. Los obreros utilizaron
tácticas informales para frustrar los intentos de los nuevos gerentes de
racionalizar la empresa a través de un aumento del ritmo de trabajo.
En 1969, la empresa vendió las casas de la población a las familias de
madequinos. Esta decisión permitió que los trabajadores jubilados o
despedidos se permanecieran en sus casas y que los obreros tuvieran
la opción de vender sus casas, comenzando el proceso de dispersión
geográfica de los obreros más antiguos (Stillerman 1998; véase también
Klubock 2004; Vergara 2008).
135
fueron militantes comunistas (Winn 1986 describe un caso distinto). Sin
embargo, los obreros que apoyaron la Unidad Popular usaron sus lazos
familiares en el campo para apoyar la candidatura de Allende.
Bajo el Gobierno militar, los obreros compraron casas a través del subsidio
estatal, provocando una dispersión de los lugares de residencia. Además,
los gobiernos de Pinochet y la Concertación dividieron los municipios,
separando así asentamientos pobres de barrios habitados por personas de
clase media (Greaves 2005). En este sentido, San Miguel fue dividido
en varias municipalidades, dejando a la mayoría de los pobres en San
Joaquín, San Ramón, La Granja y La Cisterna. Esta división convirtió
a San Miguel en una comuna de clase media y aisló a los madequinos.
Mario y Tito Palestro estuvieron en el exilio en Escandinavia y Venezuela
hasta la vuelta de la democracia, cuando Mario fue elegido diputado en
su antiguo distrito y ocupó ese cupo durante un período (1990-1994). A
nivel del sindicato, la cooperativa de consumo quebró a principios de los
80 y el sindicato dejó de administrar el colegio. La ampliación del retail y
el crédito en los 90 permitió el desarrollo de un modelo de ascenso social
que compitió con la identidad y acción colectiva. Ambos cambios llevaron
136
a una pérdida del “sentido del lugar” que había servido como una base
para las identidades colectivas de ser “madequino” y “sanmiguelino”.
A pesar de la represión desde 1973 hasta 1978, los obreros usaron la in-
fraestructura y las actividades del sindicato (el jardín infantil, el parque
veraniego y las actividades deportivas) como “espacios seguros” para po-
der recuperar sus identidades colectivas. Estas actividades permitieron la
elección de dirigentes sindicales que se opusieron a la dictadura. A partir
de 1978 y hasta el fin del Gobierno militar, intentaron usar el sindicato
como un “espacio seguro” para realizar reuniones con sindicatos de dis-
tintos lados de Santiago y desarrollar talleres culturales con el objetivo de
recuperar el “sentido del lugar” perdido después del golpe.
En relación a estas estrategias, los dirigentes del sindicato opta-
ron por organizar a las “escalas” municipal y metropolitana, en contras-
te a otros dirigentes que crearon organizaciones nacionales, cada una
con su propia identidad partidaria. Los dirigentes de MADECO obser-
varon que los obreros tenían miedo de hablar de la política y además
creían que la mejor forma de reconstruir el movimiento sindical sería
construir y fortalecer sindicatos de planta. Por tanto, en 1982 organi-
zaron una conferencia para conmemorar el 1 de mayo, que se realizó
en la sede del sindicato de los obreros de MADECO con la asistencia de
137
300 personas, incluyendo a dirigentes de sindicatos de distintas zonas
de la capital.
Los dirigentes sindicales de MADECO siguieron apoyando a sindi-
catos de planta en San Miguel durante la dictadura, mientras las organi-
zaciones nacionales de los trabajadores convocaron las protestas naciona-
les a favor de la democracia a partir de mayo de 1983. Estas diferencias
de estrategia dan cuenta de la importancia de conflictos dentro de los
movimientos sociales sobre la “escala” adecuada para desarrollar la acción
colectiva.
La huelga de 1983
Con las nuevas directivas instaladas en el sindicato a partir de 1979 los
obreros empezaron a criticar despidos masivos y la reducción de bene-
ficios que ocurrieron después de modificaciones en las leyes laborales.
Durante la recesión de 1982-1983 el sindicato levantó una huelga de 59
días, la máxima duración permitida por la ley. Cuando realizaron la huel-
ga en 1983 se dieron cuenta que los disminuidos “costos de tiempo-dis-
tancia” favorecieron a los carabineros: estos encerraron a los huelguistas
en el sindicato, pegando y deteniendo a aquellos que intentaron marchar
en la calle o enfrentar a rompehuelgas:
“Fuimos a Vicuña Mackenna donde estaban llamando a los rompe-
huelgas... fuimos como 200 trabajadores y ahí habían más de cinco
mil... para postular a la empresa MADECO... Los carabineros... se
lanzaron contra el grupo, con palos, patadas y detuvieron a más de
80, 87 trabajadores... Allá nos pasaron por el CNI... interrogatorios,
golpes... y de ahí para adelante... nosotros no nos podíamos acercar-
nos a la empresa para que no entraran los rompehuelgas porque la
empresa estaba rodeada de carabineros... Esa huelga en realidad fue
ganada por los carabineros, entonces nos redujeron a nosotros en
nuestro reducto, en el sindicato”.3
3 Entrevista con Héctor Velásquez Díaz, 9 de marzo de 1995. Velázquez fue dirigente
del sindicato desde 1981 hasta su muerte, en 2003.
138
La huelga de 1993
En 1992, dos años después de la elección del presidente Aylwin, los ma-
dequinos quisieron arreglar cuentas con la empresa por haberles quitado
beneficios a fines de la dictadura. En esa instancia utilizaron la primera
reforma laboral bajo la democracia que les permitió demandar a la em-
presa por el no pago de gratificaciones. En 1993 realizaron una huelga
para mantener su demanda en contra de la empresa. Esta formó grupos
negociadores no sindicalizados entre obreros, empleados y supervisores
para presionar a los sindicatos a retirar su recurso legal. Los sindicatos
de empleados y supervisores retiraron la demanda, pero el sindicato de
obreros persistió.
En esta huelga, un grupo de trabajadores más jóvenes protagoni-
zó tácticas de movilización reminiscentes de las protestas nacionales de
1983-1986. A contrario de las otras tres huelgas anteriores que se coor-
dinaron desde la sede sindical, en esta oportunidad los huelguistas usaron
la oficina de la Federación Nacional Metalúrgica, que fue un patrimonio
antiguo del sindicato de obreros y que estaba ubicada al frente de las ofi-
cinas administrativas de la empresa, como un “espacio seguro”. Además, a
pesar que Mario Palestro volvió a ser elegido al Congreso por el período
de 1990 a 1994, no figuró como aliado destacado de los huelguistas y
tampoco tuvo un rol importante el alcalde de San Miguel. El traslado de
la sede del Congreso a Valparaíso en 1985, el cambio de estrategia de los
partidos de centro e izquierda de la Concertación hacia la búsqueda de
consensos nacionales (Roberts 1998), la división de los municipios bajo la
dictadura (Greaves 2005) y el hecho que la mayoría de los obreros vivían
fuera de San Miguel, hicieron menos relevante para el sindicato aliarse
con el alcalde o algunos parlamentarios.
Los obreros intentaron intimidar a la gerencia, generando ruidos
con tarros, cornetas y gritos, y tirando piedras a los buses que llevaron a
los rompehuelgas a la empresa:
“93 fue… una huelga violenta. Desde el primer día la gente se paro
en la planta y no dejo entrar a nadie... O sea, era molestar... tocá-
bamos los tarros todo el día, pitos, tarros, durante las 24 horas...
Pienso que la empresa esperaba una huelga así ‘tranquilita’, ellos allá
y nosotros acá”.4
139
de los mandos medios en la noche para cortar la luz y cortar los neumá-
ticos de los camiones de la empresa de forma clandestina.
Los obreros ganaron la huelga después de una marcha simbólica
frente al Palacio de La Moneda, mientras los directivos de la empresa
MADECO se reunieron con inversionistas estadounidenses en el Hotel
Carrera (que pertenecía en ese momento al Grupo Luksic), ubicado al
frente de la Moneda. Los huelguistas utilizaron los bajos “costos de tiem-
po-distancia” para poder simultáneamente “saltar escalas” desde el nivel
local hasta las “escalas” nacional e internacional. De este modo, ellos in-
tentaron influir a un Estado que decidió no intervenir en las negociacio-
nes colectivas, pero que fue vulnerable a las críticas desde un movimiento
sindical que había apoyado la transición democrática. Simultáneamente,
los obreros intentaron actuar en la “escala” global, porque el Grupo Luksic
ya funcionaba en ese plano. En este sentido, los obreros intentaron en-
frentar el “reescalamiento” del Estado (su descentralización) y de los ca-
pitales nacionales (su reorganización a nivel global).
Después que se terminó la huelga, la gerencia ofreció un bono
a los miembros de los grupos negociadores no-sindicalizados. Como
respuesta, un grupo de obreros del sindicato dieron vuelta sus bandejas
en el casino de la empresa, realizando un “viandazo”, una táctica de-
sarrollada por obreros de las minas de El Teniente y Chuquicamata a
finales de los 70 (Campero y Valenzuela 1984; Klubock 2004). Aunque
ellos intentaron usar el casino como un “lugar seguro”, la gerencia iden-
tificó a cuarenta participantes en la protesta y amenazó demandarles
por daños realizados a la empresa si no se renunciaran a sus puestos.
En 1995, el sindicato ganó su demanda en la Corte Suprema, pero la
empresa usó recursos legales para postergar el pago hasta 2001, cuando
llegó a un acuerdo con los sindicatos de los obreros y los empleados para
pagar solo el 60% de su deuda a aquellos trabajadores integrados en la
demanda5.
140
distintas empresas. No obstante el hecho que la ley permite la formación
de un sindicato inter-empresa en esta situación, los dirigentes de la planta
de tubos quisieron apropiarse de la infraestructura del sindicato, porque
laboraban en la empresa MADECO. Los dirigentes de la planta de cables
—que ya pertenecía a Nexans— intentaron negociar con sus contrapartes
y cuando esas negociaciones fracasaron, ellos demandaron a los dirigentes
de la planta de tubos. Los dirigentes de Nexans ganaron la demanda y sus
socios accedieron a los edificios y servicios del sindicato, pero el conflicto
entre los dos grupos aún queda pendiente. La empresa “saltó a la escala
internacional”, provocando divisiones entre los obreros a la “escala” de la
fábrica6.
Conclusión
141
división de los municipios y fragmentó el trabajo a través de la apertu-
ra de la economía y las reformas laborales que permitieron la división
de las empresas en distintas unidades ubicadas en diferentes lugares
y la división interna de las empresas a través de la subcontratación.
Consecuentemente, la dictadura logró producir “espacios abstractos”
que casi no dejaron posibilidades para la defensa de “espacios sociales”
por parte de los obreros y otros actores sociales. Durante los años 80, los
obreros de MADECO intentaron reconstruir el “sentido de lugar” desde
la sede sindical, pero no pudieron contrarrestar la fragmentación del
trabajo, la residencia y el ocio.
Cada huelga realizada por los madequinos refleja estos cambios
de largo plazo, pero a su vez sigue la lógica de su coyuntura específica.
Durante la huelga ilegal de 1960, los obreros y sus esposas utilizaron
su conocimiento de las “rutinas espaciales” del barrio para enfrentar a
rompehuelgas y carabineros y defender sus puestos de trabajo. A su vez,
lograron saltar escalas hasta los niveles municipal y nacional por los re-
ducidos “costos de tiempo-distancia” que los separaba de sus aliados po-
líticos. En la huelga legal de 1965, los obreros se hicieron escuchar en
el “espacio seguro” del Congreso, donde los parlamentarios utilizaron el
conflicto para debatir el modelo de desarrollo nacional en Chile. En la
huelga legal de 1983, los limitados “costos de tiempo-distancia” entre
carabineros y huelguistas permitió a los carabineros encerrar a los huel-
guistas en la sede sindical. La represión hizo imposible llevar el conflicto
al público. Por último, en la huelga legal de 1993 los obreros funcionaron
de forma simultánea a las escalas local, nacional e internacional, para po-
der enfrentar la empresa desde distintos ángulos. Esta estrategia refleja la
poca relevancia del barrio y las alianzas con oficiales de Gobierno en la
época neoliberal.
Los espacios keynesianos y neoliberales implican distintas relacio-
nes entre trabajo, residencia y tiempo libre. Cada modelo espacial da dis-
tintas oportunidades para que las empresas y los trabajadores produzcan
y apropien el espacio. Los espacios materiales y simbólicos son fuentes de
identidad y frentes de batalla por el control del trabajo y los lugares de re-
sidencia y ocio. Por tanto, para entender las relaciones entre el espacio, la
identidad y la acción colectiva de los trabajadores es necesario desarrollar
una conceptualización del espacio que da cuenta de su centralidad en las
relaciones entre empresas y trabajadores.
142
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145
Iv.
Precarización, flexibilidad
y calidad de vida
Trabajo doméstico e identidad:
Las trabajadoras domésticas remuneradas en Chile
Introducción
149
de reproducción social de responsabilidad de las mujeres en la familia
(Valenzuela y Mora 2009).
En las últimas décadas ha evolucionado tanto la naturaleza del tra-
bajo doméstico como su identidad y valoración social. En Chile, el ma-
sivo ingreso de mujeres de mayor nivel educacional a la fuerza de trabajo
ha generado un aumento de la demanda, en tanto las mujeres jóvenes que
antes ingresaban al trabajo doméstico hoy tienen mayor educación y se
encuentran con una gama más amplia de oportunidades laborales. Aun
cuando en términos reales el incremento salarial ha sido superior al del
promedio de las ocupadas, el peso del trabajo doméstico en la ocupación
femenina ha disminuido en las últimas dos décadas y se ha convertido en
una ocupación que desempeñan pocas jóvenes.
La modernidad también se ha hecho sentir. Las viviendas son más
pequeñas y las familias valoran más su intimidad. Las trabajadoras, por su
parte, no están dispuestas a hipotecar su vida personal. Como resultado
de esto, la gran mayoría de las trabajadoras lo hace puertas afuera. En el
marco de este proceso de cambios permanece la complejidad de una re-
lación de interdependencia entre trabajadora y empleadora, que conlleva
dimensiones afectivas y marca una identidad laboral particular.
Son justamente estos factores los que están impulsando un cambio
en esta identidad. A pesar de que es un trabajo que se realiza de manera
aislada, la gran mayoría de las trabajadoras se encuentra con otras en los
trayectos diarios entre su casa y su lugar de trabajo. Se han creado de esta
manera nuevos espacios de socialización y generación de identidad colec-
tiva. Además, una serie de modificaciones legales ha ido equiparando sus
derechos a los del resto de los asalariados, que ha llevado al creciente re-
conocimiento del trabajo doméstico como una categoría profesional con
derechos laborales. En este proceso, un hito fue la adopción en junio de
2011 del Convenio 189 de la OIT sobre trabajo doméstico, que estableció
estándares laborales mínimos para este grupo, entregando una señal so-
bre el alcance de la normativa internacional a un grupo tradicionalmente
excluido.
Este capítulo analizará algunos de los cambios recién mencionados,
tanto en la composición de la fuerza de trabajo que se ocupa en el servicio
doméstico, en sus condiciones laborales, así como el contexto social y eco-
nómico que ayuda a entender este proceso. Busca, así, investigar las nuevas
identidades que se producen en el trabajo doméstico remunerado en el país
en un contexto de creciente organización sindical del sector y de la búsque-
da por igualdad de género en la sociedad chilena.
150
¿Qué es el trabajo doméstico?
151
trabajo no valorado, que no produce una identidad reconocida socialmente
como productora de un relato sobre sí misma.
Los actores sociales involucrados en el trabajo doméstico son mu-
jeres en su enorme mayoría. De un lado están las trabajadoras y del otro
están otras mujeres, pero de condiciones sociales diferentes. El ambiente y
proximidad, además de los estereotipos de lado a lado, tornan la relación
mucho más compleja que cualquier otra relación laboral (Alonzo 1996).
Por una parte, es una relación de interdependencia, en que ambas
partes se necesitan. La ausencia de los servicios cotidianos para cubrir los
requerimientos de cuidado de la familia pone en evidencia que la autono-
mía de las personas depende del trabajo de otros, para cumplir incluso las
necesidades más elementales. Se trata de un servicio altamente persona-
lizado, realizado por una persona ajena a la familia, pero en una relación
que conlleva dimensiones afectivas y emocionales. Por otra parte, es una
relación de poder que involucra a una trabajadora y una empleadora, pero
también una relación de poder que involucra a hombres y mujeres. La con-
tratación de una trabajadora doméstica permite paliar los conflictos por la
repartición del tiempo que destinan ambos miembros de la pareja al trabajo
doméstico. Es por lo tanto una vía privada para enfrentar la persistencia de
la tradicional división sexual del trabajo y la consiguiente sobrecarga que
enfrenta la creciente proporción de mujeres que se han incorporado a la
fuerza de trabajo. La ausencia de los hombres en este universo es ilusoria,
ya que ellos son los que reciben los cuidados.
La relación laboral es compleja y eso también incide en las dificul-
tades que enfrenta la trabajadora en la formación de una identidad laboral
clara. Sus representaciones mezclan la sumisión, la estigmatización y la
desvalorización de la trabajadora y, al mismo tiempo, y contradictoria-
mente, la intimidad, la complicidad, la protección y la rivalidad. De tal
modo, junto a un universo dominado por señales familísticas, materna-
listas y paternalistas, está también el discurso sobre los derechos contrac-
tuales y sociales, su pertenencia al sector trabajador.
En la constatación de esta especificidad una de las primeras con-
secuencias es que la figura de la “empleada de casa particular”1 pierde
sus contornos claros como una trabajadora y como una ciudadana con su
propia vida y necesidades. La identidad de las familias —su casa, su vida
cotidiana— sigue, de esta forma, preservada, pero no la identidad y la
vida personal de la trabajadora, que se define en función casi exclusiva de
su profesión y de su dedicación a un existir de otras personas.
152
¿Quiénes son las trabajadoras domésticas?
Gráfico Nº1:
Participación del empleo doméstico en el total de la ocupación femenina
Chile – 1990-2009 (en %)
153
financiera en el país. En efecto, el servicio doméstico muestra una alta
elasticidad frente a los ciclos económicos, siendo uno de los sectores más
afectados cuando las familias de ingresos medios y altos deben restringir
sus gastos. Es posible, por lo tanto, que esta caída se haya revertido, al
menos parcialmente, en el período de recuperación.
Las mujeres en el servicio doméstico pertenecen a los sectores de
menores ingresos y tienen, por lo tanto, también niveles más bajos de esco-
laridad que el promedio de las mujeres ocupadas. A pesar de esto, casi un
tercio tiene al menos educación secundaria completa. Además, se observa
una mejoría de sus grados escolares, que sigue la misma tendencia de cre-
cimiento de la escolaridad del conjunto de las mujeres en Chile, donde el
nivel educacional de las mujeres viene aumentando a tasas más elevadas
que el de los hombres. Esto se expresa principalmente a través de la dis-
minución entre 2000 y 2009 de las trabajadoras con muy baja educación
(hasta 5 años de escolaridad) y el aumento de quienes han completado los
12 años de educación obligatoria, como se puede ver en el Gráfico 2.
Gráfico Nº2:
Distribución de las trabajadoras domésticas, según años de estudio
Chile – 2000-2009 (en %)
154
En la actualidad, la gran mayoría de las trabajadoras se desempe-
ña bajo la modalidad “puertas afuera”, modalidad que presenta una nítida
tendencia de crecimiento en las últimas dos décadas. En contraposición, la
modalidad puertas adentro sigue perdiendo peso relativo (véase Gráfico 3).
Además, principalmente en Santiago y otras ciudades de mayor tamaño, ha
aumentado el número de trabajadoras que prestan funciones en diferentes
hogares, por día o por hora, en algunos casos en tareas de un mayor nivel
de especialización. Además de permitir una mayor separación entre la vida
laboral y personal y fuertemente asociado a este fenómeno, estas nuevas
modalidades han dado lugar a un creciente reconocimiento del carácter de
“trabajadoras” y sujetos de derechos laborales de quienes se desempeñan
remuneradamente en este tipo de tareas, en contraposición a la situación
anterior de total dependencia de las familias.
Este fenómeno tiene un impacto importante en la dinámica iden-
titaria de las trabajadoras domésticas, posiblemente en la forma cómo
se perciben como trabajadoras y ciudadanas, además de su sentido de
autonomía, pues su grado de dependencia —económica, de sociabilidad e
incluso afectiva— de los empleadores sufre una disminución expresiva.
Gráfico Nº3:
Personas dedicadas al empleo doméstico según modalidad
Chile – 1990-2009
155
desconocimiento de las trabajadoras y también de los empleadores y
empleadoras sobre sus derechos y obligaciones.
La existencia de contratos firmados, aunque prevista en la ley, está
directamente vinculada a la modalidad de contratación —pues las trabajado-
ras puertas adentro tienen promedios de contratos firmados sustantivamente
más altos que las que trabajan puertas afuera— (véase Cuadro 1).
Cuadro Nº1:
Trabajadores domésticos según tenencia de contrato y modalidad de trabajo
Chile – 2009 (en %)
156
su remuneración al salario mínimo nacional, estableciendo al mismo
tiempo que este sería el valor pecuniario a recibir, o sea, no permitiendo el
descuento de prestaciones en especie, han constituido un factor favorable
para la mejoría de los salarios de las trabajadoras domésticas. Además,
el salario mínimo mensual nacional ha sido definido como la menor
remuneración imponible para estas trabajadoras.
Del mismo modo, a pesar de los efectos de la crisis mundial en el
período 2006-2009, las remuneraciones en el servicio doméstico presen-
tan un indiscutible incremento: para las que trabajan puertas adentro, el
crecimiento real —descontada la inflación del período— de los ingresos
mensuales promedio fue de 24,3%, y para las trabajadoras puertas afuera
fue de 47,5%.
A pesar de esto, los salarios son todavía bajos y quienes se desem-
peñan en jornada de 36 horas o más logran un promedio mensual que ex-
cede levemente el valor del salario mínimo. De tal modo, sería necesario
mantener por un largo período esta tendencia de crecimiento de su poder
adquisitivo para lograr ingresos adecuados.
Gráfico Nº4:
Promedio mensual de los ingresos de la ocupación principal
de trabajadores domésticos
Chile – 2009 (valores de 2009)
157
de inserción, ocupan un 4,1% de los puestos de trabajo puertas afuera y
llegan al 5,9% en el trabajo puertas adentro. De tal modo, y aunque puede
haber un subregistro respecto a las trabajadoras migrantes, queda claro
que su participación es bastante pequeña en el conjunto de los puestos de
trabajo doméstico en el país.
158
de las actividades de evangelización, la Federación trabajó, con el apoyo
de la Iglesia y bajo el liderazgo del sacerdote Bernardino Piñera, para pro-
mover los derechos laborales de las empleadas y su reconocimiento social.
Esto marcó un giro en el quehacer de la Iglesia en este ámbito, que había
estado marcado hasta esa fecha por la entrega de servicios, capacitación
y educación religiosa a niñas y mujeres pobres para que accedieran a un
trabajo honorable en el servicio doméstico.
La Federación dio lugar a un activo movimiento que llegó a tener
más de 4.000 miembros y fue el germen de un nuevo liderazgo. Junto
a las transformaciones que vivió la Iglesia en el período posterior al
Concilio Vaticano II, se produjo una mayor politización de las trabaja-
doras y una parte de sus dirigentas, las que adoptaron el discurso de la
Unidad Popular y reivindicaron el carácter laboral de su trabajo. En este
marco, la diputada Carmen Lazo alcanzó a presentar una propuesta de
reforma legal que no alcanzó a ser discutida ante el cierre del parlamento
a raíz del golpe de Estado en 1973.
Las organizaciones de trabajadoras perdieron fuerza durante el pe-
ríodo del Gobierno militar, pero no desaparecieron. En los últimos años
han recuperado un mayor liderazgo y se agruparon en la Coordinadora
de Organizaciones de Trabajadoras de Casa Particular, con el fin de par-
ticipar en la discusión de los textos que culminarían en el Convenio 189
y elaborar un petitorio con sus principales demandas.
159
Esta reflexión parece hecha a la medida para las trabajadoras do-
mésticas: como grupo social, como grupo profesional, como mujeres y
en su calidad de miembros de sectores desprotegidos. El proceso que
ellas han iniciado apunta al reconocimiento de una identidad personal y
también colectiva, lo que remite al proceso y a los actores. Sin pretender
agotar el tema, sino solo añadir algunos puntos a este debate, es posible
imaginar que es necesario construir un discurso — sobre sí mismas como
personas, como mujeres y como trabajadoras— que encuentre eco en la
sociedad. Además de eso, hay que hacerse reconocer por el Estado y sus
instituciones, convirtiéndose así en sujetos de políticas públicas y de de-
rechos que se plasmen en leyes.
Por eso algunos hechos recientes, como el crecimiento de la orga-
nización de las trabajadoras, los cambios en la legislación nacional que
han tendido a equiparar sus derechos con los del resto de los asalariados y
algunas experiencias de políticas públicas nacionales, son tan importantes
para la generación de una identidad que logre superar la estigmatización
de la ocupación. En este ámbito, es de gran relevancia la adopción en
junio de 2011 del Convenio 189 sobre trabajadores y trabajadoras do-
mésticas de la OIT.
La organización de las trabajadoras domésticas guarda todavía
relación estrecha con la organización de las mujeres y con la discusión
pública que estas vienen promoviendo de la esfera privada. No es casua-
lidad que las organizaciones de trabajadoras domésticas han establecido
estrechas alianzas con las organizaciones feministas en muchos países de
la región. Es cierto que las trabajadoras domésticas siguen enfrentando
toda suerte de dificultades para su organización: para reunirse y estable-
cer redes, por la dispersión y aislamiento en sus lugares de trabajo; de
mantenimiento financiero de sus organizaciones. Sin embargo, la movili-
zación que han desarrollado en los últimos años es prueba de que, pese a
todas estas dificultadas, hay cambios sociales que las mueven en dirección
a una identidad colectiva.
Chile ha realizado en los últimos años importantes cambios en la
normativa legal sobre el trabajo doméstico, tales como la equiparación
del menor sueldo del servicio doméstico con el salario mínimo nacional,
la reposición del fuero maternal y la regulación sobre el descanso en días
feriados. Estas nuevas medidas denotan un avance en la mirada que les
reservan los poderes públicos, pues son reglas que apuntan para la consti-
tución una situación de igualdad respecto al resto de los trabajadores asa-
lariados, además de reforzar a estas trabajadoras como sujetos de las polí-
ticas públicas de protección al trabajo y al acceso a la seguridad social.
160
Algunas de estas metas son justamente las que propone el nue-
vo Convenio 189 sobre los trabajadores y trabajadoras domésticos y la
Recomendación 201 que lo acompaña5, en la perspectiva de construir
para las trabajadoras y trabajadores domésticos una situación de tra-
bajo decente en igualdad de condiciones con el resto de las categorías
profesionales. Esta es la primera vez que las normas internacionales del
trabajo se aplican a un sector laboral considerado parte de la economía
informal6. Esto ubica al trabajo doméstico remunerado en el espacio
público, regido por las instituciones y normativa pública, no más al ar-
bitrio de decisiones privadas. Reconoce por esta vía, aunque indirecta-
mente, la contribución de este trabajo a la sociedad y el aporte de todas
las actividades relacionadas al cuidado y a la esfera de la reproducción
para su funcionamiento.
De esta manera, se confiere a las trabajadoras domésticas otra
identidad pública y colectiva, la de trabajadoras con derechos y en busca
de mejores condiciones de vida y laborales. Las perspectivas pasan en-
tonces al terreno de la ratificación del Convenio por parte de los países
en un acto soberano que los compromete con la reorganización de sus
legislaciones y políticas para adecuarse a sus directrices.
Trabajo doméstico, desigualdad social y de género y pobreza están
fuertemente relacionados. Enfrentar este fenómeno requiere aumentar
el grado de escolaridad de las trabajadoras, mejorar sus condiciones de
trabajo, promover en todos los ámbitos la igualdad de derechos entre
hombres y mujeres —y las reformas necesarias para asegurarlos—, pero
además se requieren reinterpretar, socialmente, los elementos simbólicos
que atribuyen un significado inferior a las tareas femeninas y al trabajo
de la mujer. Esto es un requisito indispensable para superar la dicotomía
y jerarquización con que se estructura la división sexual del trabajo en la
sociedad y la posición de subordinación que asumen las mujeres, especial-
mente en ocupaciones como el trabajo doméstico.
5 Los textos integrales del Convenio n.189 y de la Recomendación n.201 están disponi-
bles en: http://www.ilo.org/ilolex/spanish/convdisp1.htm y http://www.ilo.org/ilolex/
spanish/recdisp1.htm.
6 Disponible en: http://www.oitchile.cl/noticias.php?id=408
161
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162
Reflexiones sobre la salud mental y el trabajo en Chile:
Análisis de casos desde una perspectiva de género1
Introducción
1 Este artículo es parte del proyecto “Research, policy and practice with regard to work-
related mental health problems in Chile: a gender perspective”, Centro de Estudios de
la Mujer y Universidad de Ottawa, 2007-2012.
163
En el país, la gran mayoría de las enfermedades laborales son rotu-
ladas como “enfermedades comunes”, generando un enorme subregistro
de las enfermedades ocupacionales y particularmente, de las mentales. En
este contexto, un propósito central del estudio del Centro de Estudios de
la Mujer y la Universidad de Ottawa fue explorar las vinculaciones entre
trabajo y salud mental e identificar los mecanismos por los cuales puede
ser dañada la salud mental de trabajadores y trabajadoras.
El estudio cualitativo, cuyos resultados presentamos, consistió en
la realización de 30 entrevistas a informantes claves y 10 grupos de discu-
sión con trabajadores(as) de distintas ocupaciones y sectores económicos.
Aquí haremos referencia a tres de esos grupos: trabajadoras agrícolas de
temporada, operadores(as) de centros de llamada y obreras subcontrata-
das en una industria alimenticia.
Se concluyó que estos grupos trabajan presionados por excesivas de-
mandas físicas y mentales, tienen poco control sobre la forma de trabajar,
escasas opciones de aprendizaje y desarrollo, insuficiente reconocimiento y
reciben un trato autoritario por parte de jefaturas. Empero, el trabajo cons-
tituye un valorado espacio de sociabilidad entre compañeros/as. Se consta-
taron asimismo conflictos de tensión, tiempo y comportamiento entre vida
laboral y vida privada, particularmente en las mujeres.
“Vivimos en la incertidumbre…”
164
años ha sido el incremento de las demandas o exigencias físicas y menta-
les en el trabajo, concepto desarrollado por Karasek (1979) en su modelo
de tensión psíquica o de demanda/control. Este sostiene que los riesgos
de sufrir problemas de salud mental derivan de la combinación de alta
demanda con bajo control en el trabajo.
Los testimonios de los(as) trabajadores(as) de los grupos conside-
rados en este artículo revelan que trabajan presionados por altos niveles
de demandas cuantitativas, los que se expresan en intensificación de los
ritmos, asociados a exigencias de altas metas de producción, salarios ba-
jos, variables y estrictos sistemas de vigilancia. Las asalariadas agrícolas
de temporada que trabajan en embalaje (packing) deben ajustar su ritmo
de trabajo al de la cinta transportadora. Mientras esta corre, seleccionan
y clasifican la fruta según su calidad, preparan las cajas y empacan. Los
salarios variables según kilos de fruta embalada o recogida por las tra-
bajadoras de huerto las inducen a autoimponerse un acelerado ritmo de
trabajo: “trabajas a presión todo el día, el jefe no nos puede ver paradas”.
Este trabajo se realiza bajo condiciones ergonómicas y ambientales de-
ficientes, como ruido excesivo producido por las cintas transportadoras,
barro, frío en el huerto, calor en el verano, posiciones forzadas e incómo-
das y exposición a agroquímicos. Hay sometimiento a penurias adiciona-
les, como fuentes de estrés y cansancio.
Los(as) operadores(as) de call center también señalan que su trabajo
es intenso, debido a altos niveles de cumplimiento de metas exigidos por
las empresas —medidas en el número de minutos que permanecen los
interlocutores en el teléfono o en el número de llamadas atendidas—, y
de las cuales depende el salario mensual final: “Cuando se desconectan
pierden minutos que no se les pagan”. Para garantizar el cumplimiento
de metas y pérdida de tiempos muertos, los supervisores ejercen adicio-
nalmente un control permanente: “No puedes ni ir al baño”. Este grupo,
además, está sometido a una fuerte carga emocional derivada de lo que es
la esencia de su trabajo: la atención a clientes que “exigen soluciones in-
mediatas a sus problemas, se enojan e insultan”. Como en el caso anterior,
la tensión por demandas psicológicas aumenta por las precarias condi-
ciones de aislamiento entre cabinas telefónicas, lo que genera ambientes
ruidosos que obligan a un alto nivel de concentración permanente.
Las obreras industriales subcontratadas también trabajan exigi-
das por metas de producción excesivamente altas, difíciles de cumplir,
asociadas a salarios bajos y variables que inducen a la autoimposición
de intensos ritmos de trabajo. Aun así, las supervisoras ejercen contro-
les estrictos para eliminar pérdidas de tiempo y evitar el alejamiento del
puesto de trabajo. “Vamos al baño y el guardia nos controla, entró a las 9,
165
salió a las 9 y cuarto, y todo eso queda registrado en un cuaderno”. Este
grupo destaca, además, otros dos factores que afectan su ritmo de trabajo
e incrementan la tensión: i) recibir órdenes contradictorias que atrasan el
trabajo y ii) no reemplazo del personal que se ausenta, lo cual aumenta la
carga laboral, porque las metas se mantienen invariables. Además de estas
condiciones de trabajo adversas, con frecuencia laboran horas extraordi-
narias. Las jornadas de trabajo, tanto de este grupo de trabajadoras como
de las asalariadas agrícolas, se extienden en varias horas debido a las exi-
gencias de trabajo doméstico y de cuidado de sus hogares. Intensidad del
trabajo y extensas jornadas confluyen en un proceso que puede provocar,
a mediano o largo plazo fatiga, insomnio, estrés, trastornos del estado de
ánimo (ansiedad, angustia, depresión), de adaptación y finalmente ausen-
tismo laboral.
Autonomía en el trabajo
Esta segunda dimensión del modelo demanda/control se refiere al “con-
trol” o margen de libertad para tomar decisiones de cómo hacer el trabajo
y al “aprendizaje activo” o posibilidad de desarrollar habilidades, aprender,
poner en juego la creatividad e iniciativa individual. Esta es considerada
una de las dimensiones que más influye en el bienestar mental. Por el
contrario, un trabajo poco creativo, monótono, provoca sentimientos de
inutilidad y baja autoestima (Derriénnic et al. 2002).
En los tres casos presentados, los niveles de autonomía son muy
débiles. Los trabajos son monótonos y repetitivos, las rutinas están pre-
fijadas, los trabajadores y trabajadoras se limitan a cumplir tareas o pro-
tocolos establecidos, no disponen de autonomía para modificar horarios
o hacer pausas fuera de las horas de colación o destinar tiempo a inter-
cambios sociales. Sin embargo, la idea de “autonomía” fue muy valorada
por las personas entrevistadas. En las discusiones de grupo se destacó que
más importante que el sueldo es sentirse bien tratado, poder realizar su
trabajo con relativa autonomía, al ritmo propio, poder retirarse cuando
uno termina, sin sentirse perseguido(a).
Las asalariadas agrícolas de temporada que trabajan en los pac-
king repiten sin parar —salvo la pausa para almorzar— infinitas veces y
cada vez más rápido las mismas operaciones. Los controles tienen como
propósito asegurar la repetición constante de un proceso acotado a ta-
reas inmutables que deben realizarse en un período corto de tiempo para
cumplir metas establecidas. Las trabajadoras de huerto disponen de una
relativa mayor autonomía. Al menos pueden sentarse, descansar. Los lí-
mites a la autonomía son las instrucciones precisas sobre cómo hacer el
166
trabajo, la rutina de las tareas y las metas de producción establecidas:
“Tienes que hacer siempre lo mismo como si fueras máquina”.
Los operadores telefónicos deben recibir las llamadas en orden de
llegada y responder de acuerdo a protocolos establecidos invariables: “(…)
tienen 2 minutos y medio para atender al cliente, te hacen saludarlo de
una manera que te demoras medio minuto, despedirte de una manera que
te demoras un minuto, cualquier cosa cinco minutos más, y entregarle
la solución…”. Las evaluaciones mediante grabaciones ocultas controlan
que el proceso se realice sin alteraciones.
El trabajo que realizan las operarias se caracteriza por ser monóto-
no y cansador. Consiste en clasificar y meter en cajas un número exacto
de bolsitas de yerbas, cerrar y envolver. Trabajan permanentemente de
pie, estáticas, haciendo movimientos repetitivos con brazos y manos. No
pueden detenerse para descansar. Representa la modalidad clásica del
trabajo fordista de producción en serie.
No obstante, una mayor autonomía en el trabajo puede contribuir
a una mayor intensificación del trabajo y nivel de estrés, generado por
la obligación de los asalariados de manejar ellos mismos el compromiso
entre exigencias contradictorias de rapidez y calidad (Hamon-Cholet &
Rougerie 2000). Esta situación la ilustran muy bien los obreros de una
industria que inició el año 2001 un proceso de reestructuración en la
organización de la producción, el que implicó introducción de tecnología
de producción automatizada, despido de numerosos trabajadores y “cam-
bio de un proceso manual a un proceso mecanizado”. Una de sus conse-
cuencias fue la intensificación del trabajo generada por un incremento de
tareas asignadas a los operarios y el aumento de demandas de iniciativa y
creatividad. Del rol de operario se pasó a “ser un profesional de la máqui-
na”. Desde la perspectiva de la salud mental los cambios fueron percibi-
dos como negativos, porque la presión por la mayor carga de trabajo pesó
más que los aspectos positivos: “El cambio fue traumático, es un sistema
más complejo, más difícil de manejar y es más estresante...”.
Soporte social
Investigaciones de Karasek y Theorell posteriores a 1979 mostraron
la incidencia de una tercera dimensión en el modelo de demanda-
control: el “soporte social” en el trabajo, al que se le reconoce un rol
amortiguador en la interacción entre las dos dimensiones anteriores y
un factor determinante del equilibrio emocional. Un mal ambiente social
es una de las condiciones del trabajo más estresante y menos saludable.
La dimensión alude al “apoyo de los compañeros”, entendido como el
167
grado de integración social, emocional e instrumental, al trabajo en
equipo, apoyo en la realización de tareas y lazos de asociatividad, entre
sus rasgos más importantes, y al “apoyo de los superiores”, que implica su
disponibilidad para resolver problemas, dar consejos, confianza y crédito
a los empleados(as), formar equipos y mantener una comunicación fluida
con el personal (Vézina 2007).
Efectivamente, los testimonios recogidos destacan que el trabajo
es un espacio de sociabilidad y, en el caso de las mujeres, de distensión de
las preocupaciones domésticas y de apoyo en el trabajo mismo: “Cuando
terminamos le ayudamos a la Julia, que es un poquito más lenta”. Las asa-
lariadas agrícolas señalan que sus malas condiciones de trabajo se com-
pensan con la sociabilidad que se desarrolla entre ellas en el trabajo: “Se
crea un ambiente de amistad, hay algo muy gratificante en eso”.
Por otra parte, los lazos de compañerismo son también un soporte
esencial para tolerar malas relaciones con las jefaturas. “(…) si nosotros
trabajáramos con el puro jefe yo creo que estaríamos todos en el manicomio
(…)”. Es decir que, a pesar de la tendencia a la fragmentación impulsada
desde las nuevas formas de organización del trabajo, las que introducen
fuertes competencias y rompen solidaridades entre trabajadores(as), el tra-
bajo sigue siendo un espacio de sociabilidad fundamental para los sujetos.
No obstante, este conjunto de lazos de cordialidad y amistad no da lu-
gar a marcos asociativos que contengan intereses colectivos compartidos.
Se interponen muchos obstáculos. Entre otros, la inestabilidad laboral y
la alta rotación que impiden la formación de colectivos permanentes; es-
trictos sistemas de vigilancia ejercen control sobre las interacciones entre
compañeros(as) de trabajo y prácticas antisindicales que se resumen en
amenazas y castigos a quienes aparecen interesados en formar, integrar o
liderar sindicatos. Por otra parte, los sentimientos de vulnerabilidad y te-
mor, derivados de la posibilidad de perder el empleo en un contexto que
se percibe de mucha incertidumbre laboral, inhiben cualquier iniciativa de
acción colectiva (Díaz et al. 2005).
Esfuerzo y reconocimientos
Esta dimensión fue aportada por el modelo de equilibro “esfuerzo-re-
conocimiento” de Siegrist (1996). El esfuerzo en el trabajo es parte de
un contrato basado en la reciprocidad social, donde las recompensas se
proporcionan en términos de reconocimiento, respeto, salario y oportu-
nidades en la carrera profesional. Los contratos de trabajo a menudo no
proporcionan un intercambio simétrico entre el esfuerzo y las compen-
saciones, lo que provoca emociones negativas y reacciones sostenidas de
168
estrés (Toro, Ansoleaga 2007). Esta dimensión se vincula, entonces, muy
estrechamente con el valor que se le asigna a la calidad de las relaciones
con los superiores y que en los tres grupos fue calificada negativamente.
La percepción de recibir malos tratos, ser víctimas de diversas formas de
hostigamiento y discriminación, fue uno de los temas más recurrentes en
todos ellos. Los testimonios expresan sentimientos de frustración, triste-
za y rabia referidos al uso arbitrario de la autoridad en las empresas refle-
jado en malos tratos y no respeto a derechos. Surgen, al mismo tiempo,
demandas de respeto básico como persona y de reconocimientos como
trabajadores(as): “(…) se supone que si es un jefe tiene que saber tratar a
los trabajadores (…) nos trataba sumamente mal (…)”.
En un estudio del CEM (Mauro et al. 2008) la mayor parte de las
personas encuestadas opinó que no recibía por su trabajo las retribuciones
que merecía y un tercio señaló los bajos salarios como uno de los aspectos
más insatisfactorios del trabajo, siendo las mujeres quienes se declararon
más insatisfechas en este aspecto.
169
Asimismo, los testimonios recogidos destacan experiencias de conflic-
tos basados en la tensión que aluden a la incompatibilidad de roles en
tanto el cumplimiento de roles en un espacio impide el cumplimiento
en el otro. La inflexibilidad horaria (entendida como flexibilidad para
las empresas), salarios determinados por rendimientos, horas extraordi-
narias de trabajo, conducen a un compromiso excesivo de tiempo desti-
nado al trabajo remunerado, que genera un conflicto debido a requeri-
mientos simultáneos de doble presencia en ambos espacios. Las mujeres
en empleos precarios y hogares con pocos recursos monetarios sufren
conflictos de tiempo y tensión simultáneamente. No tienen tiempo para
hacer las tareas domésticas ni para estar allí cuando su presencia es
necesaria. Una entrevistada lo expresa claramente: “Como dueñas de
casa, como mamás, ir al campo a trabajar requiere un esfuerzo muy
grande física y psicológicamente”. El problema es más agudo para mu-
jeres que trabajan en turnos cuyos horarios son asincrónicos con la vida
familiar y social. Las mujeres profesionales o ejecutivas señalan menos
conflictos de tiempo y más de tensión, porque pueden suplir mediante
contratación de trabajo la realización de tareas domésticas, pero no así
la resolución de problemas, la cercanía a los hijos o pareja, o la atención
a problemas emocionales, entre otros.
Los conflictos basados en el comportamiento se refieren a patrones
de comportamiento estimulados en un ámbito que dificultan los compor-
tamientos deseados en el otro. En los tres grupos considerados se destacó
la influencia que tienen las experiencias vividas en el espacio laboral sobre
los comportamientos que se despliegan en la vida privada. En general,
predomina la percepción de que el trabajo remunerado es solo una parte
de la vida, pero muy importante, y que irradia al resto de la misma. Es
decir que si a uno le va bien o mal en el trabajo, andará bien o mal en la
vida en un sentido más general. Hombres y mujeres cuentan que al final
de sus jornadas están tan agotados y absortos en las responsabilidades
laborales que tienen dificultades para conectarse con sus familias, amigos,
con el descanso o la recreación: “Yo lo que hacía era llegar a mi casa, ir
a encerrarme una hora a mi habitación, fumarme un cigarro, relajarme,
para cortar el estrés, y después salía” [Mujer].
Conclusiones
170
al mismo tiempo, nuevas formas flexibles de acumulación capitalista, la
revolución informática y tecnológica, han dado lugar a una nueva gene-
ración de riesgos —los riesgos psicosociales— a los cuales se asocia el
incremento de patologías mentales en trabajadores(as) chilenos(as). El
estudio exploratorio cualitativo que realizamos con diversos grupos de
trabajadores(as), de los cuales seleccionamos tres para exponer en este
artículo, se basa en el modelo de tensión psíquica o de demanda/control/
soporte social de Karasek y Theorell (1990) y el modelo de equilibro “es-
fuerzo/reconocimiento” de Siegrist (1996).
Entre las conclusiones más relevantes se puede señalar que los tres
grupos trabajan presionados por altos niveles de demandas cuantitativas,
lo que se expresa en extensas jornadas e intensificación de los ritmos
bajo estrictos sistemas de vigilancia; y por demandas cualitativas —al-
tos niveles de concentración y atención—, todo esto en un contexto de
condiciones muy aflictivas del puesto y ambiente de trabajo. Asimismo,
los testimonios revelan niveles muy bajos de autonomía o control. Los
trabajos son monótonos y repetitivos, las rutinas están prefijadas y los(as)
trabajadores(as) no disponen de autonomía para modificar horarios o ha-
cer pausas fuera de las horas de colación, condiciones que se asocian con
sentimientos de inutilidad y baja autoestima.
Respecto al soporte social, se evidenció que el trabajo es un espa-
cio de sociabilidad, amistad y compañerismo, y para las mujeres uno de
distensión de las preocupaciones domésticas. Por otra parte, los lazos de
compañerismo son también un soporte esencial para tolerar malas rela-
ciones con las jefaturas. Las relaciones con los superiores fueron califi-
cadas negativamente. Fueron recurrentes los testimonios que hablan de
malos tratos, hostigamiento y discriminación.
Finalmente, este estudio puso énfasis en una dimensión esencial
para estimar la calidad del trabajo y el empleo, y que ha sido poco incor-
porada en los estudios sobre este tema: la interferencia del trabajo con
la vida familiar o equilibrio trabajo/familia, un riesgo psicosocial más.
Los conflictos de tiempo, tensión o comportamiento afectan mayorita-
riamente a las mujeres, quienes son responsables del trabajo doméstico
y de cuidado en Chile, pero afectan en mayor medida a las mujeres en
empleos más precarios y pobres que cuentan con recursos muy limitados
para resolver los conflictos y tensiones entre ambos espacios.
171
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173
Identidades y mercados laborales:
La economía del cuidado y el papel del Estado
Introducción
1 Agradezco a George Irvin, Marta Rangel, Claudia Robles y Kirsten Sehnbruch por
sus valiosos comentarios en versiones anteriores.
175
margen de nuestro nivel de educación, nuestras calificaciones o nuestro
estatus social y económico.
Como observa Seguino (2007), la perpetuación de estas normas y
estereotipos hace que los hombres y las mujeres internalicen como legí-
timo el sistema actual de desigualdades en las diferentes esferas, lo que
contribuye a la percepción de que el orden de género, tal como se observa,
es “natural” o “esencial”. Por tanto, el proceso de cambiar, modificar y
evolucionar estas normas y expectativas es sumamente lento y prolon-
gado. Sin embargo, estas normas y expectativas no son fijas por siempre
y pueden responder a los incentivos y al contexto sociolaboral, lo cual
puede ser influenciado, a su vez, a través del diseño e implementación de
mejores políticas y programas (Bianchi et. al. 2000; Bittman y Matheson
1996; Seguino 2007). Sin duda, al comienzo del siglo XXI es urgente
que el Estado contribuya a estos cambios con el desarrollo de políticas
sociales y laborales que favorezcan la equidad de género (CEPAL 2010;
Williams 2009: Sen 1999).
A lo largo del siglo XX y al comienzo de este siglo, el feminismo y el
discurso de igualdad y de derechos ha propiciado ciertos logros innegables
para la igualdad de género. El movimiento internacional de las mujeres
ha tenido un impacto formativo, impulsando la instauración de la Década
Internacional de la Mujer de las Naciones Unidas (1975-1985), la que
dio lugar a cuatro conferencias importantes sobre la mujer en el Distrito
Federal en México en 1975, en Copenhague en 1980, en Nairobi en 1985
y en Beijing en 1995. Estas conferencias fortalecieron y expandieron el mo-
vimiento internacional de mujeres y destacaron el papel protagónico de las
organizaciones de las mujeres y la legitimidad de los objetivos de igualdad
de género en el escenario de la política internacional.
Durante el siglo XX, los indicadores estadísticos sobre el bienestar
de la mujer y la igualdad de género muestran marcadas mejoras (United
Nations 2000, 2005). Las tasas de mortalidad materna han caído. De
igual forma, las tasas de participación de las mujeres en el mercado labo-
ral han subido y las brechas salariales por sexo y de segmentación laboral
se han reducido. Además, a través del mundo más mujeres ocupan cargos
políticos que antes (Ibíd.). No obstante estos logros, las brechas de géne-
ro permanecen tanto en el mercado laboral como en las esferas política
y pública.
En América Latina, como en muchas otras regiones del mundo,
se observa una importante diferencia entre la participación de la mujer
y el hombre en las actividades productivas y reproductivas. A lo largo
del continente, la tasa de participación en la actividad económica de la
176
mujer es 54%, comparada con 79% de los hombres2. En México, Costa
Rica, El Salvador y Nicaragua, las diferencias en las tasas de participación
de hombres y mujeres exceden el 30% (CEPAL 2007a). En Guatemala y
Honduras, los hombres muestran tasas de participación 25% mayor que
las mujeres (CEPAL 2007a).
En contraste, si examinamos las tareas domésticas nos damos
cuenta que las mujeres se encargan de la mayoría de las actividades de
“reproducción” social, las labores de cuidado de niños, personas enfermas
y adultos mayores, además de la mantención del hogar (CEPAL 2007b).
En 98,1% de los hogares urbanos y en 99,1%, de los hogares rurales, las
personas que se dedican exclusivamente a las tareas domésticas son las
mujeres (CEPAL 2007b)3. Las mujeres realizan dos tercios de la carga de
trabajo dentro del hogar, mientras los hombres, se encargan de solo un
tercio aquellas actividades. Como muestra el Gráfico 1, en Bolivia, Chile,
Guatemala y Nicaragua las mujeres dedican más tiempo al trabajo no
remunerado dentro de la casa que los hombres. Además, la suma total de
las horas trabajadas en labores domésticas y en el trabajo remunerado es
mayor para las mujeres que para los hombres.
Gráfico Nº1:
Horas dedicadas al trabajo remunerado y no remunerado
14
12
Horas de Trabajo Diario
10
6.9
6.7 1.8
8 7.6
7.5 8.2 7.6
6 7.8
4 7.9
6.0
5.1 4.3
2 3.3 2.6 2.8 2.1
0
Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres Hombres Mujeres
2 Estas cifras están calculadas para 17 países en América Latina, ponderadas por la
población a la edad legal para poder trabajar (CEPAL 2007a).
3 Datos calculados para adultos mayores de 15 años en 15 países de América Latina
(CEPAL 2007b).
177
La desigualdad por género en la distribución del trabajo remunerado
y no remunerado, dentro y fuera del hogar, tiene el resultado que las
mujeres trabajen, en promedio, una hora y media más por día que los
hombres4. Las diferencias no terminan allí, sino que se manifiestan en
una marcada segmentación laboral, que contribuye a brechas salariales
por género que desfavorecen a la mujer a lo largo del continente. Por
ejemplo, entre los trabajadores urbanos en América Latina, las mujeres
ganan alrededor del 83% del sueldo masculino por hora (Milosavljevic
2007). Si se controla por los niveles de educación formal de los traba-
jadores con más de 13 años de escolaridad, las mujeres urbanas ganan
el equivalente de 72% de los ingresos de los hombres por hora (Ibíd.)5.
Para los trabajadores no calificados independientes en sectores urbanos,
la razón de ingresos por sexo en el continente oscila entre 44% de los
ingresos masculinos en México y 75% en El Salvador (CEPAL 2007a).
Para el 2009 se estima que el costo directo de la desigualdad por gé-
nero de participación y remuneración igualitaria en el mercado labo-
ral ascendió a aproximadamente 4% del PBI total en América Latina,
lo cual equivale a unos US$160,7 mil millones expresado en precios
corrientes6.
No obstante, las normas y expectativas sobre los roles de género
no son inalterables. Se observa que paulatinamente, a través del tiem-
po, estos roles están cambiando y las tareas domésticas y de cuidado
de niños no son la responsabilidad exclusiva de las mujeres. Varias
investigaciones académicas analizan el vínculo entre el empleo de la
mujer, el costo del cuidado de los niños y el tiempo invertido en las
tareas reproductivas del hombre y la mujer. Bianchi et. al. (2000),
encontraron que en los Estados Unidos, entre 1965 y 1995, los hom-
bres incrementaron su participación en las tareas domésticas. De igual
forma, Coverman y Sheley (1986), en su análisis de datos estado-
unidenses, encuentran que hay mayor participación de hombres en
las tareas de cuidado cuando los hijos están pequeños. Alvarez-Miles
178
(2006) analizó la decisión de las mujeres de buscar trabajo remune-
rado en España y determina que el incremento de horas en el trabajo
remunerado para la mujer también se asocia con un aumento de la
participación de los hombres en el trabajo reproductivo dentro de la
casa. García et. al. (2011), en sus análisis de cinco países europeos,
encuentran que el incremento en la participación de las mujeres en el
trabajo remunerado implica una reducción en sus horas dedicadas al
ocio y al trabajo no remunerado doméstico, pero no en las horas dedi-
cadas al cuidado de los niños. Mientras los hombres han mantenido el
tiempo que dedican al trabajo remunerado, han aumentado las horas
que se dedican al cuidado de los niños y al trabajo no remunerado en
casa. Freeman y Schettkat (2005), en su análisis de datos de uso de
tiempo en Canadá, los Estados Unidos, Holanda, Suecia y el Reino
Unido, encuentran que, a través del tiempo7, las mujeres redujeron el
tiempo que dedican al trabajo no remunerado en casa e incrementa-
ron su trabajo remunerado. En contraste, los hombres incrementaron
el tiempo dedicado al trabajo no remunerado en casa y redujeron la
cantidad de horas trabajadas en el mercado laboral.
Igualmente, se observa que hay mayor participación de hombres
en el trabajo no remunerado en casa en América Latina y sobre todo en
el cuidado de niños durante los últimos años. Karina Batthyany (2009)
documenta la participación de hombres y mujeres en las actividades de
cuidado infantil en Uruguay en 2007 utilizando la encuesta de uso de
tiempo. Ella destaca que muchas de estas actividades de cuidado no son
la responsabilidad exclusiva de las mujeres, sino que los hombres están
participando activamente en el cuidado infantil. Sin embargo, las mu-
jeres siguen realizando el grueso del trabajo de cuidado infantil (véase
Gráfico 2).
Pese a estos cambios paulatinos, todavía hay mucho camino por
recorrer para lograr que la distribución de las tareas reproductivas y pro-
ductivas por género sea más equitativa tanto en América Latina como en
otras partes del mundo. Como se resalta en el libro “Trabajo y Familia” de
la OIT y PNUD (2009:15): “Hoy las mujeres comparten con los hombres
el tiempo de trabajo remunerado, pero no se ha generado un proceso
de cambio similar en la redistribución de la carga de tareas domésticas.
Tampoco se ha producido un aumento significativo en la provisión de
servicios públicos en apoyo a estas tareas; ni se ha logrado reorganizar la
vida social”.
7 Los períodos estudiados varían entre diez y treinta años, dependiendo de la disponi-
bilidad de datos.
179
Gráfico Nº 2:
Distribución porcentual de la participación de mujeres y varones en las
actividades del cuidado infantil, Uruguay, encuesta de uso de tiempo, 2007
120
100
21.3 23.7 27.3 27.4
35.4
80 42.5
Porcentaje
60
0
Bañar o Ayudar con Dar de Llevar a la Llevar de Jugar
vestir las tareas mamar o de guardería, paseo
escolares comer jardín
infantil o
escuela
Mujeres Hombres
180
Los padres y en particular las madres, pagan la mayoría de los
costos directos e indirectos de la crianza de la nueva generación (Folbre
2008; Crittenden 2002). No obstante, los empleadores, el Estado y la
sociedad en su conjunto obtienen beneficios importantes a raíz de esta
inversión de amor, afecto y cuidado (Folbre 1994). Los hijos crecen,
aprenden, entran el mercado laboral, generan valor agregado, pagan im-
puestos y participan en la sociedad. La reproducción de la fuerza laboral,
de individuos sanos, felices, productivos y que aportan a la sociedad es
una tarea imprescindible. A la sociedad le interesa asegurar que los niños
crezcan bien, porque la sociedad alcanza mejores resultados en términos
de la educación de su fuerza laboral, enfrenta una reducción en los gastos
sociales por la reducción del uso de drogas y el crimen y captura “rentas”
en términos de mejor productividad económica y cultural. Por tanto, es
sorprendente encontrar sociedades en donde esta tarea no está subsidiada
o donde garantizar condiciones óptimas para la reproducción de la fuerza
laboral no es una prioridad para las políticas de bienestar social.
Dado el carácter interdependiente de las economías remuneradas
y no remuneradas, y destacando el hecho que no hay una distribución
igualitaria de los costos y beneficios de tener hijos, Himmelweit (2002)
subraya que las políticas públicas que no toman en cuenta el trabajo
parental, arriesgan consecuencias no-intencionadas y potencialmente
económicamente ineficientes, incluyendo el deterioro potencial de
la calidad de las actividades no remuneradas de cuidado. Un ejemplo
clave de los beneficios de los bienes y servicios entregados en la tarea
de cuidado infantil es el amamantar, un servicio de cuidado que genera
beneficios tanto privados como públicos. Smith e Ingham (2005) citan
a la Academia Americana de Pediatría (1997), que estableció, mediante
una investigación epidemiológica en poblaciones en países desarrollados,
que la terminación temprana de la lactancia de los niños está asociada
con un riesgo significativo, pues estos contraen un número mayor de
enfermedades crónicas y agudas (American Academy of Pediatrics
1997). Además, como establecen Smith e Ingham (2005), la lactancia
infantil mejora la función cognitiva del bebé y está asociado con mejores
resultados de salud y un aumento en su función inmunológica. Asimismo,
la lactancia está asociada con una menor incidencia de cáncer del seno en
la madre.
Smith e Ingham (2005) analizan varios ejemplos de estudios que
han calculado la contribución económica de la lactancia infantil para las
se han caído por debajo de las tasas de reemplazo a través de Europa y en muchos de
los países de la OCDE. Veáse http://data.worldbank.org/indicator/SP.DYN.TFRT.IN.
181
cuentas satélites en varios países9. Estos autores observan que, mientras
para muchas personas puede ser ofensivo imputar un precio para la leche
materna y los servicios de amamantar, negarse a hacerlo sugiere que este
acto no tiene valor, lo cual contribuye a que las políticas sociales y labo-
rales siguen subvalorando las actividades de cuidado infantil. Por cierto,
la no valoración de estos bienes y servicios en términos estrictamente
económicos y la fusión de estas actividades con la identidad femenina
y con una visión “esencialista” de este rol como un deber de la mujer,
exime a la sociedad de la responsabilidad de asegurar que las políticas
sociales y laborales evolucionan para poder facilitar que la mujer pueda
cumplir un rol de cuidadora y de trabajadora, si ella así lo elige10.
Como observa Folbre (2008:178), “la disyuntiva entre los costos
privados y los beneficios públicos de la crianza exitosa de niños produce
resultados que son a la vez ineficientes e injustos, y requiere que se piensa
de una forma más creativa sobre el diseño institucional”. En este libro ella
plantea una pregunta fundamental: “¿Quién debe pagar por los niños?”.
Esta pregunta se puede extender y ampliar de la siguiente forma: “¿Quién
debe pagar los servicios de cuidado?” y “¿Cómo podemos socializar estos
costos?”
Sin duda, hay una necesidad de mejorar el diseño de las políti-
cas laborales y de bienestar social para fomentar una mejor distribución
de las tareas de reproducción social entre hombres y mujeres y una me-
jor distribución de los costos entre los padres y la sociedad. Felizmente,
hay ejemplos de sistemas exitosos a lo largo del mundo que nos ofrecen
pautas para poder modificar los incentivos existentes para fomentar una
mayor equidad en el trabajo remunerado y no remunerado y mejores re-
sultados en términos de la distribución de los costos y beneficios privados
y públicos de la reproducción social (OIT 2010).
Diseñar políticas de licencia pre y posnatal que conceden el dere-
cho de una ausencia pagada del trabajo para hombres y mujeres duran-
te los primeros meses de vida y de lactancia facilita la distribución más
equitativa de las tareas de cuidado infantil y asegura beneficios públicos
de larga duración. Por ejemplo, en Dinamarca, padres de recién nacidos
9 Las cuentas satélites buscan crear un marco para vincular ciertos aspectos de la vida
económica y social a las cuentas nacionales, imputando valores para expresar los
bienes y servicios producidos en términos comparables con las cuentas nacionales.
Unos ejemplos comunes son cuentas para el medioambiente, turismo o el trabajo no
remunerado.
10 La subvaloración de los costos fijos de la participación laboral y la importancia de las
labores de cuidado deja en una situación particularmente vulnerable a las mujeres jefas
de hogar y los hogares monoparentales.
182
reciben un total de 52 semanas de licencia dividas entre 18 semanas de
licencia materna, 2 semanas de licencia paterna y 32 semanas de ausencia
parental, que se puede dividir entre los padres y de la manera que ellos
quisieran. La municipalidad donde residen los padres les paga un benefi-
cio durante su ausencia del trabajo de 90% de su sueldo para trabajadores
manuales o 50% de su sueldo para trabajadores no manuales a partir del
2010. Si el acuerdo colectivo de los padres trabajadores estipula que reci-
birán su sueldo completo, el Gobierno paga directamente a sus empleado-
res como compensación parcial y los empleadores pagan la diferencia. De
manera similar, el sistema sueco ofrece 14 semanas de licencia materna y
aproximadamente 2 semanas de licencia paterna. Además, ofrece 18 me-
ses de ausencia parental para cada empleado que cumple los requisitos del
programa11. Desde julio de 2008, las parejas que comparten la ausencia
parental reciben “un bono de equidad de género” de hasta 3.000 SEK por
mes dependiendo de su salario (Ray 2008). Después, el sistema garantiza
a los padres el acceso a guarderías subsidiadas, altamente reguladas, con
mucha inversión estatal en la calidad del servicio entregado. Padres con
hijos menores de ocho años pueden reducir sus horas de trabajo hasta 25
por ciento.
De igual forma, implementar políticas de cuidado de niños que
faciliten el acceso a guarderías o den subsidios para el costo del cuida-
do ayudaría a aminorar la carga económica que representa el cuidado
de niños para las familias y facilitar la participación laboral, sobre todo
para la mujer. Por ejemplo, el desarrollo de servicios de cuidado de ni-
ños y educación tiene una larga historia en México. A partir de los años
70, el Instituto Mexicano de Seguridad Social (IMSS) ofreció guarde-
rías para mujeres que tenían seguro social. Desde 2001, la Secretaría
de Educación Pública hizo provisiones para la educación parvularia.
Ese mismo año se hizo obligatoria la educación pre-escolar para ni-
ños entre 3 y 5 años de edad. Por último, desde 2007, la Secretaría de
Desarrollo Social (SEDESOL) creó un sistema de guarderías de bajo
costo para mujeres trabajadoras que no tenían acceso al Seguro Social
(Colinas 2008; Staab y Gerhard 2010). Las evaluaciones realizadas so-
bre el programa de SEDESOL confirman que la presencia de guarderías
contribuye a la disminución de la pobreza y a reducir las barreras de
entrada al mercado laboral para mujeres trabajadoras de bajos recursos.
Sin embargo, mientras los efectos en el empleo han sido comprobados,
11 Para calificar para esta ausencia pagada tienen que haber trabajado por lo menos seis
meses en su actual puesto de trabajo o doce meses durante los últimos dos años con
diferentes empleadores.
183
el programa enfrenta el desafío significativo de asegurar la calidad de
los servicios de cuidado de niños, especialmente dado el hallazgo que
los servicios de cuidado de mejor calidad están asociados con el lo-
gro de mejores y más estables empleos para las mujeres trabajadoras
(SEDESOL 2009).
Desde 1991 existe otro programa similar en Guatemala: Hogares
Comunitarios. Este también intenta estimular la oferta de servicios de
cuidado y facilitar la participación laboral de mujeres de escasos recursos,
sobre todo en sectores urbanos. Un grupo de padres elige una mujer del
barrio para ser la cuidadora principal para un grupo de hasta diez niños
por tiempo completo. Los niños reciben cuidado, estímulos cognitivos
tempranos y alimentación. El programa entrena a las cuidadoras y les
entrega un subsidio por cada niño destinado a su buena alimentación,
higiene y cuidado. El Instituto Internacional de Políticas Alimentarias
(IFPRI) realizó una evaluación del programa y encontró que funciona
bastante bien, focalizando bien sus recursos hacia la población objetiva
(familias de escasos recursos en las cuales las mujeres son el sostén prin-
cipal), y recibiendo los niños un cuidado adecuado y una alimentación
sana. Además, Ruel et. al. (2002) documentan que las madres beneficia-
rias tenían una mayor probabilidad de tener empleo asalariado, con me-
jores sueldos y beneficios comparado con las madres que utilizaban otros
servicios de cuidado o mecanismos informales de cuidado.
En su conjunto, el objetivo principal de estas políticas y programas
laborales debe ser mejorar las oportunidades para las mujeres de con-
seguir un trabajo decente, bien remunerado, con todos los beneficios y
derechos garantizados por ley. Sin embargo, mejores oportunidades de
empleo para las mujeres a la vez incrementarían el costo de oportunidad
de tener hijos y el cuidado de los hijos. Estos programas deben buscar re-
conciliar la vida laboral con la vida familiar, acomodando las necesidades
de ambas esferas.
Además, los mismos programas y políticas laborales que buscan
reconciliar mejor la vida familiar con la vida laboral y facilitar el cuidado
de los niños pueden reducir los costos individuales asociados con el tra-
bajo de tiempo parcial, tanto para hombres como para mujeres. Bardasi
y Gornick (2008) concluyen que los costos en términos de sueldos redu-
cidos y menores garantías y beneficios para el trabajo a medio tiempo,
sobre todo para la mujer, son menores en Suecia comparado con Canadá,
Alemania, Italia y el Reino Unido, un hecho que se puede atribuir a sus
políticas laborales con respecto al cuidado.
184
Género, protección social y cuidado
185
and Pensions 2006). Por último, en Suecia, para calcular la historia la-
boral de cada persona, se acredita cada año que esta ofrece servicios de
cuidado de infantes, enfermos o ancianos para que califiquen para una
pensión estatal.
Conclusiones
186
la oferta de tales servicios. La provisión de beneficios de maternidad
y paternidad a través de sistemas de seguro social —en contraste con
programas ligados a empleadores individuales— ayudaría a redistribuir
los costos de la reproducción social entre hombres y mujeres y transferiría
la responsabilidad por el pago del salario durante la licencia pre y posnatal
a un “pool” de riesgo y seguridad más amplio. Asimismo, esta medida
reduciría los costos de reclutamiento de las mujeres jóvenes para los
empleadores, socializando mejor la eventualidad de la maternidad y
paternidad y asegurando protección para padres e hijos. Reconocer los
años invertidos en el cuidado, tanto del hombre como de la mujer, ayudaría
a cerrar las brechas de acceso a pensiones no contributivas, fomentaría
servicios de cuidado y contribuiría a que la sociedad valore y socialice
mejor los beneficios del cuidado.
Adicionalmente, vale la pena observar que los países que han lo-
grado estabilizar tasas de fertilidad a niveles que aproximan las tasas de
reemplazo o revertir las tendencias a la baja12 han desarrollado una gama
de políticas y programas para reconciliar la vida familiar y el empleo13.
Generalmente, estas políticas y programas consisten en la entrega de ser-
vicios de salud universal para niños, un piso de protección social que
incluye la entrega de buenos servicios de salud pública, licencias paga-
das de maternidad y paternidad, incentivos para redistribuir los costos de
cuidado entre hombres y mujeres y menores castigos financieros para el
trabajo de medio tiempo en el sistema de impuestos.
Por último, estas políticas y programas deben estar diseñados
para fomentar la elección libre del rol de cuidador(a) y/o trabajador(a)
remunerado, según lo que el individuo quiere y buscar eliminar los costos
asociados con la dedicación exclusiva al cuidado infantil. Esto cobra más
sentido al pensar en las recomendaciones de Sen (1999), quien asevera
que lo más importante para poder asegurar el bienestar es la “libertad
substantiva”, lo que implica garantizar las “capacidades” para que un
individuo escoja la vida que él o ella valore. Por ende, estas políticas y
programas deben garantizar una libertad substantiva para cuidar y
trabajar buscando reconciliar la vida familiar con la vida laboral, tanto
para hombres como para mujeres.
12 Las tasas de fertilidad han subido en los últimos años en Bélgica, Dinamarca, Holanda,
Noruega, Italia, Suecia, Suiza y el Reino Unido. Véase http://data.worldbank.org/in-
dicator/SP.DYN.TFRT.IN.
13 Véase Ray (2007) para un resumen de estas políticas en 21 países de la OCDE.
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190
Trabajadores autónomos dependientes en Chile y Alemania1
Introducción
191
reconocido la OIT en varios de sus estudios e informes (OIT 2005). La
cantidad de trabajadores ubicados en la “zona gris” ha aumentado y los
estudios recientes suponen que esta categoría de trabajadores seguirá
creciendo hasta el punto que se podría constituir en un modelo del
futuro mundo laboral. Cuáles son las características de los trabajadores
autónomos dependientes ubicados en esta zona gris y en qué tipo de
ocupaciones se ubican preferentemente, es el foco principal de este texto,
tomando como ejemplo Chile y Alemania.
En la primera parte se revisará el empleo clásico o normal y varios
tipos de empleo que se apartan de esta normativa. Posteriormente se ex-
plicará en qué consisten los trabajadores autónomos dependientes. En
tercer lugar se hará referencia a los trabajadores autónomos dependien-
tes en Chile y Alemania. En seguida se analizarán datos que identifican
ocupaciones en esta categoría de empleo en ambos países. Finalmente se
presentarán las conclusiones.
192
particulares. A continuación se revisará brevemente en qué consiste el
empleo clásico y cuáles son las principales formas que se apartan de él.
Empleo precario
193
inestable, en segundo lugar, un empleo es precario si existen pocas posi-
bilidades de los trabajadores de controlar sus condiciones de empleo, en
tercer lugar, si hay carencia de protección social, y por último, un empleo
de bajos ingresos. Por su parte, Leiva (2006, 2000) destaca fundamental-
mente tres dimensiones: dimensión económica, dimensión de estabilidad
y dimensión de seguridad social. Para comprender mejor esto, se hará
referencia a algunas formas de empleo que presentan precariedad en al-
gunas de estas dimensiones. Un empleo de plazo fijo se considera ines-
table, pues al vencerse el plazo de vigencia del contrato se corre el riesgo
de quedar desempleado. Esta forma de empleo presenta, por lo tanto, una
precariedad en la dimensión de la estabilidad, aun cuando se le reconocen
derechos sociales y laborales. Un empleo independiente carece de dere-
chos sociales y laborales, y por lo tanto presenta una precariedad en la
dimensión social. Por último, con independencia de la forma de empleo,
si se reciben muy bajos ingresos por la tarea desarrollada, se habla de pre-
cariedad económica. Varias de las formas de empleo existentes distintas
al empleo clásico, como la subcontratación (Leiva 2009, 2011), como el
trabajo a plazo fijo, entre otras, presentan por lo tanto precariedad en una
o varias dimensiones.
Sector informal
4 La expresión de sector informal fue acuñada por primera vez para referirse al empleo
en Kenya, al constatar que ciertos empleos no eran registrados por el Gobierno (OIT,
1972).
5 Se conocen tres enfoques teóricos del sector informal: el enfoque de la racionalidad
productiva (PREALC 1981), el enfoque jurídico (De Soto 1987) y el enfoque de la ra-
cionalidad de mercado (Portes, Benton y Castells 1989). Para más detalles ver Pollack
y Jusidman (1997) y Tokman (2001).
194
alternativa de sobrevivencia. Esta es la situación en los países en desarro-
llo y la historia de América Latina, en que los seguros de desempleo son
inexistentes o insuficientes. El sector informal comprende las categorías
ocupacionales de personas ocupadas en pequeñas empresas6, trabajado-
res por cuenta propia7, familiares no remunerados y trabajo doméstico
(Pollack y Jusidman 1997; Ruiz-Tagle 2000; Tokman 2001).
Pueden realizarse varias críticas al concepto de sector informal.
Una de ellas se refiere a las pequeñas empresas como indicador de sector
informal. Las pequeñas empresas no son forzosamente el sector menos
productivo de la economía. Cuando el concepto de sector informal por
primera vez se aplicó a los países en desarrollo, eran los pequeños empre-
sarios predominantemente, tecnológicamente anticuados e improducti-
vos. Hoy día esto ha cambiado (Leiva, Sperberg y Koob 2002). Piénsese,
por ejemplo, en las empresas de servicios computacionales o en otras pe-
queñas empresas que trabajan con tecnología de punta y son por ende
altamente productivas. Por su parte, Martínez y Díaz (1996) cuestionan
la categoría por considerarla demasiado heterogénea y se refieren a un
nuevo trabajo informal. El sector informal es una categoría muy hete-
rogénea, en la cual el ingreso de ciertos segmentos puede ser superior al
de aquellos empleados en el sector formal. Además, no están claros los
límites de la informalidad. Existe una gran variedad de empresas forma-
les, que operan como entidades legales y pagan impuestos, que todavía
operan con relaciones laborales informales. Ellas emplean a trabajadores
sin contrato, en razón del débil rol del Estado en materia de regulación
del mercado laboral. Por otra parte, algunas empresas formales utilizan
trabajadores a domicilio en la industria textil, lo que se da en varios sec-
tores de la economía, como la industria agroexportadora, la minería y la
pesca (Martínez y Díaz 1996).
La OIT se hizo cargo del aumento de la diferenciación del sector
informal y propuso el concepto de economía informal (Infante 2011).
En su 90° Conferencia en 2002 la OIT (2002) cambió el enfoque y
utiliza desde entonces la noción de economía informal. La informali-
dad incluye a trabajadores con baja productividad y/o que laboran en
condiciones precarias. Mientras que el concepto de sector informal es-
taba referido a una escasa productividad y bajos ingresos, la economía
informal centra su atención en trabajadores desprotegidos y con bajos
ingresos (Infante 2011).
195
Se ha asimilado la informalidad con la ilegalidad, conceptos dis-
tintos, aunque relacionados (Tokman 2001). Se entiende el concepto de
sector formal como el trabajo asalariado, en el que se cumple la legalidad,
incluyendo en ello pago de impuestos, contratos de trabajo y cotización
previsional. Varios investigadores han dado cuenta de trabajos asalariados
que no cumplen totalmente estas condiciones, refiriéndose a relaciones
informales dentro de la formalidad (Tokman 2001, Martínez y Díaz,
1996). En efecto, Tokman (2001) plantea que no todos los trabajos en el
sector formal son completamente legales, ni que todas las ocupaciones en
el sector informal son completamente ilegales o improductivas. Existen
áreas grises, caracterizadas como aquellas que cumplen parcialmente
ciertos requisitos legales. Se trataría de trabajos formales con un cierto
componente de informalidad. Estas áreas grises se encuentran tanto en el
sector formal como en el informal.
Puede afirmarse entonces que los empleos ubicados en el sector
formal, que no cumplen con todos los requisitos legalmente establecidos
o que reciben un salario insuficiente, tienen un componente de informa-
lidad. Algunos autores incluso hablan de una informalización del sector
formal8 9. En este sentido, algunos conceptos teóricos dan cuenta de la
variedad de situaciones que se presentan dentro de los empleos formales.
Como ejemplo de ello pueden mencionarse los conceptos de baja calidad
del empleo y exclusión del mercado laboral.
196
calidad es un empleo estable y que permite acceder la seguridad social.
Otros factores que se consideran son las condiciones y el medio ambien-
te de trabajo, las remuneraciones, las posibilidades de capacitación, ac-
ceso a la organización sindical y a la negociación colectiva (Ruiz-Tagle
2000; Infante 1999; Valenzuela y Reinecke 2000). Wormald y Ruiz-Tagle
(1999) entregan datos acerca de trabajadores del sector formal en empleos
de buena y de mala calidad; existirían “nuevas formas de exclusión social
marcadas por la generación de empleos de baja calidad tanto dentro del
sector formal como informal de la economía” (Wormald y Ruiz Tagle
1999: 40). Para estos autores, los empleos de baja calidad son aquellos
que perciben bajos ingresos así como aquellos que tienen jornadas labo-
rales demasiado cortas o demasiado extensas. Algunos trabajadores expe-
rimentarían una exclusión institucional: aquellos que no tienen contrato
de trabajo, los que están excluidos de la salud, los que no tienen cotiza-
ciones provisionales y los que no han tenido acceso a capacitación en lo
últimos doce meses (Wormald y Ruiz Tagle 1999). Por otra parte, otros
autores (Leiva 2004; Leiva, Sperberg y Koob 2002) analizan la exclusión
de los empleos de buena calidad, entendiendo por tales los empleos en
el sector informal así como los empleos en el sector formal que carecen
de contrato laboral. Sehnbruch (2006, 2004) examina también los em-
pleos de baja calidad, pero a diferencia de los autores mencionados arriba
no realiza una distinción dicotómica entre empleos de buena y de mala
calidad. La investigadora construye un índice basado en cinco variables:
ingresos, cobertura social, estatus contractual, estabilidad en el empleo y
capacitación recibida. De acuerdo a la puntuación obtenida, la calidad del
empleo se clasifica en muy baja, baja, mediana y alta.
197
trabajadores, y no tienen por ello asociados derechos laborales ni socia-
les. En una categoría intermedia se ubican los trabajadores autónomos
dependientes. Estos trabajadores realizan la misma labor que sus pares
contratados, tienen las mismas exigencias, tales como cumplir con una
determinada jornada de trabajo en las dependencias de un empleador,
horarios fijos de entrada y de salida, reciben las mismas instrucciones que
estos. Aunque tienen los mismos deberes, carecen de iguales derechos: no
tienen seguridad social y no están sujetos al ordenamiento laboral. Esto
último implica que no tienen vacaciones pagadas ni derecho a indemni-
zación en caso de despido. A los trabajadores autónomos dependientes en
Chile se les conoce normalmente como “trabajadores a honorarios”. Cabe
advertir que no todos los trabajadores a honorarios son los que aquí se lla-
man trabajadores autónomos dependientes, sino una clase muy especial
de ellos: los que trabajan cumpliendo los requisitos de los trabajadores
asalariados y que sin embargo son tratados legalmente como si fueran
independientes.
El problema se presenta cuando no resulta tan claramente si a
los trabajadores se les puede catalogar de trabajadores asalariados o de
independientes, originándose lo que se ha dado en llamar una “zona
gris” (Leiva 2006; Todaro 2006; Yáñez 2004). Los trabajadores autó-
nomos dependientes, o trabajadores en la zona gris, es una categoría
que no corresponde a un trabajo asalariado, pero tampoco a un trabajo
independiente. Debido a que la existencia de una zona gris es un fe-
nómeno mundial, organizaciones internacionales han llevado a cabo
investigaciones en varios países sobre esta materia. La OIT (2005, 2003)
y la Unión Europea (Perulli 2003) vienen estudiando este problema
desde hace varios años. En el caso de la Unión Europea sus resultados
se hicieron conocidos por los investigadores de las ciencias del trabajo
a través del Informe Supiot (1999). A su vez, la OIT encargó estudios
nacionales a numerosos países; el estudio de Chile, por su parte, fue
llevado a cabo por la Dirección del Trabajo (Feres, Henríquez y Ugarte
1999). En Europa Perulli (2003) llega a resultados similares a Supiot
respecto de esta zona gris.
El problema de la zona gris ha sido investigado en nuestro país
también desde el punto de vista jurídico (Ugarte 2006, 1999; Albornoz
2001). El concepto jurídico que marca la frontera entre los trabajadores
asalariados y los independientes es el de la dependencia (Feres, Henríquez
y Ugarte 1999). En efecto, una relación laboral se constituye como tal en
cuanto el trabajador tiene una relación de dependencia o subordinación
con su empleador (Albornoz 2001). Si esta dependencia o subordinación
está ausente, entonces la relación no constituye una relación laboral, sino
198
civil o comercial. La persona ocupada no está protegida por las leyes del
Código Laboral, por cuanto esta no tiene la calidad jurídica de trabajador.
El gran problema es, por tanto, determinar en qué casos se da esta rela-
ción de dependencia entre el trabajador y el empleador y en cuáles no.
Los países fueron elegidos según el criterio del most different system design
(Przeworski 1970), según el cual se consideran dos casos que se diferen-
cian lo más posible en sus condiciones, sin embargo presentan un mismo
fenómeno. En este caso el mismo fenómeno es el trabajo autónomo de-
pendiente. Aunque se trata de dos países con contextos sociopolíticos tan
diversos, en ambos es posible observar este mismo tipo de trabajadores.
La condición de casos que se diferencian lo más posible la presentan
Chile y Alemania, pues estos países contrastan fuertemente en la orien-
tación de su política social: mientras Chile puede ser catalogado como
un país neoliberal (Esping-Andersen 1996), Alemania es considerado un
país corporativo (Esping-Andersen 1990).
Cabe tener presente que los mercados laborales representan la fa-
ceta constitutiva de la política social (Lessenich 1995, 1996), esto es, la
política social entendida en un sentido amplio. La faceta constitutiva de
la política social se refiere a la regulación estatal del mercado laboral, la
cual crea el marco institucional para una distribución individual de opor-
tunidades. La configuración del mercado laboral da la pauta para una
posterior corrección a través de políticas sociales estatales11. Las configu-
raciones de los mercados laborales en Chile y en Alemania se diferencian
en extremo: Mientras que el mercado laboral chileno es altamente des-
regulado, el mercado laboral alemán ofrece una fuerte regulación estatal.
En este aspecto se cumple de igual modo el criterio comparativo del most
different system design.
Los trabajadores autónomos dependientes han sido apenas es-
tudiados en Chile. Una investigación de este tipo de trabajadores es la
realizada por Leiva (2006), que compara los trabajadores autónomos de-
pendientes en Chile y Alemania. Se encuentra, además, una referencia a
este tipo de trabajadores en Caamaño (2004), aunque bajo una denomi-
nación diferente: falso trabajo autónomo, “que no son sino formas de tra-
bajo subordinado que se disfrazan o encubren como trabajo autónomo”
11 Por ello, la configuración del mercado laboral en un país puede ser llamada como la
política social anterior a la política social (Lernhardt y Offe 1977).
199
(Caamaño 2004: 7). En Alemania a los trabajadores autónomos depen-
dientes se les llama “Scheinselbständige”, cuya traducción es “trabajadores
aparentemente independientes”, haciendo alusión al mismo fenómeno:
son tratados como trabajadores independientes a pesar de que en realidad
son trabajadores dependientes12. Como se trata de un encubrimiento de
una relación laboral, no pueden ser identificados cuantitativamente con
propiedad, sino que solamente puede hacerse una aproximación a partir
de los datos estadísticos existentes.
Cada país tiene su propia manera de identificar a los trabajadores
asalariados y a los independientes, aun cuando responde a la misma ló-
gica y los mismos principios generales. En el caso de Chile, se utiliza el
criterio jurídico de subordinación o dependencia para delimitar entre uno
y otro. Alemania utiliza fundamentalmente los criterios de dependencia
personal y riesgo empresarial para determinar si los trabajadores pertene-
cen a una u otra categoría13 (Leiva 2006). Son estos criterios los que de-
ben ser probados en el caso de los trabajadores autónomos dependientes,
de manera que al aplicarlos jurídicamente se establecería que estos tra-
bajadores son en realidad trabajadores subordinados. La falsa autonomía
podría así ser develada.
200
es de 35.593.800. Dentro de estos, 1.624.900 son trabajadores autóno-
mos dependientes. El porcentaje de trabajadores autónomos dependien-
tes representa un 4,6% de los trabajadores independientes15. Cabe tener
presente que estos datos deben ser comparados con cierta reserva, debido
a la diferente metodología que se utilizó para identificar a los trabajadores
autónomos dependientes en cada país.
Se entregan a continuación datos de ocupaciones de Chile y
Alemania en los cuales se encuentra un porcentaje significativo de tra-
bajadores autónomos dependientes. Se utilizará, en el caso de Chile, la
Estructura de la Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones
(ISCO-88)16, desarrollada por la Organización Internacional del Trabajo,
y en el caso de Alemania se hará uso de ISCO 88 (COM), de EUROSTAT,
que corresponde a la clasificación europea de ocupaciones desarrollada
por la Oficina Europea de Estadísticas, EUROSTAT. Se utilizan estas
fuentes en razón de su comparabilidad17.
La Estructura de la Clasificación Internacional Uniforme de
Ocupaciones distingue diez grandes grupos ocupacionales: 0 Ocupaciones
militares; 1 Directores y gerentes; 2 Profesionales científicos e intelec-
tuales; 3 Técnicos y profesionales de nivel medio; 4 Personal de apoyo
administrativo; 5 Trabajadores de los servicios y vendedores de comercios
y mercados; 6 Agricultores y trabajadores calificados agropecuarios, fo-
restales y pesqueros; 7 Oficiales, operarios y artesanos de artes mecánicas
y de otros oficios; 8 Operadores de instalaciones y máquinas y ensambla-
dores y 9 Ocupaciones elementales.
Se examinaron las ocupaciones de ambos países de acuerdo a tres
dígitos, identificando de esta manera los subgrupos ocupacionales que
mayor porcentaje de trabajadores autónomos dependientes presentaron.
De acuerdo a la cantidad de dígitos en las ocupaciones, se distingue entre
grandes grupos (un dígito), subgrupos principales (dos dígitos), subgru-
pos (tres dígitos) y grupos primarios (cuatro dígitos).
Los subgrupos ocupacionales más frecuentes en Chile, que
presentaron un mayor porcentaje de trabajadores autónomos depen-
dientes, son en primer lugar médicos (código 222), con un 13,6%; en
segundo lugar personal de enseñanza preescolar (código 332) con un
201
12,3%; en tercer lugar técnicos en ciencias físicas y en ingeniería (có-
digo 311) con un 11,5% y por último personal de aduana, impuestos
y similares de la administración pública (código 344), con un 10,1%
(Leiva 2006).
Por su parte, los subgrupos ocupacionales más frecuentes en
Alemania que mostraron un mayor porcentaje de trabajadores autóno-
mos dependientes son en primer lugar escritores, artistas plásticos y ac-
tores (código 245) con un 42,7%; en segundo lugar oficios artísticos, de
entretención y deportivos (código 347) con un 31,6%; en tercer lugar
otros profesionales de la enseñanza18 (código 235) con un 28,4% y por
último barrenderos y ocupaciones similares (código 911), con un 26,2%
(Leiva 2006).
Al analizar los subgrupos ocupacionales de ambos países, en
los que se puede encontrar una mayor cantidad de trabajadores au-
tónomos dependientes, se observa que no se presentan coincidencias.
En efecto, en el caso de Chile se ubican los trabajadores autónomos
dependientes mayoritariamente en el nivel 3, correspondiente a los
técnicos y profesionales de nivel medio, mientras que en el caso de
Alemania estos trabajadores se encuentran en su mayoría en el nivel 2,
que corresponde a profesionales científicos e intelectuales. De acuer-
do a estos datos, puede afirmarse que en el caso de Chile los traba-
jadores a honorarios, que en realidad son trabajadores dependientes,
poseen una menor calificación que los trabajadores a honorarios que
son dependientes en Alemania.
Otra diferencia tiene relación con el porcentaje que representan los
trabajadores autónomos dependientes dentro de cada subgrupo. Mientras
en Chile no superan el 14%, en Alemania los cuatro subgrupos identifi-
cados representan entre un 26% y un 42%. Podría pensarse, de acuerdo a
estos datos, que en Alemania los trabajadores autónomos dependientes
están más difundidos que en Chile. Sin embargo, debido a la forma dis-
tinta en que se realizó la identificación de este segmento en ambos países,
no es posible a ciencia cierta llegar a esta conclusión.
202
Conclusiones
203
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207
El trabajo a domicilio que persiste y se renueva
209
No es evidente, pues, que la subordinación se haya aligerado. Pero
la atracción que hoy se subraya está basada en razones distintas, como
ampliación del espacio para la iniciativa técnica o mayor autonomía en
el uso del tiempo, lo que lleva a pensar que esta modalidad de trabajo se
agruparía con las estrategias individuales frente al hastío que produce la
fábrica, la oficina, la empresa, donde la exigencia y el control marcan la
vida, así como también el agotamiento, el estrés que provoca el desplaza-
miento diario por la ciudad congestionada. Cuánta libertad asegura esta
inserción laboral es un foco del mayor interés en la investigación que se
desarrolla hoy.
En los inicios
2 Marx, K., El Capital, México: Fondo de Cultura Económica, 1973, pág. 385.
3 Dos modelos de organización de trabajo a domicilio aparecen en El Capital (Maquinaria
y gran industria; 8.d). El moderno trabajo a domicilio: i) mujeres que trabajan en sus
propias casas, ellas solas o con sus niños; ii) mujeres que disponen de un local de tra-
bajo que forma parte de su vivienda, que reciben encargos de fabricantes y emplean a
un número de mujeres, muchachas y niños pequeños; son las Mistresses Houses (Ibíd.,
pág. 389).
210
tiempo el control del trabajo por parte del capital4, el trabajo a domicilio
fue incluido en esta normativa jurídica. Su protección fue menor respec-
to del salariado típico, en cuanto se excluyó a estos trabajadores de las
instituciones colectivas; no formaron parte del sindicato ni del contrato
colectivo y no han devenido realmente en actores laborales. La dispersión
de estos trabajadores y la ausencia de alguna figura legal para su actuación
colectiva han sido limitaciones graves para la eficacia de la ley, persisten-
temente vulnerada.
De modo que la mayoría de los trabajadores a domicilio negocia su
contratación uno a uno en el mercado; frecuentemente esta concurrencia
es una formalidad sin una negociación real.
En tiempos recientes
211
de las partes, al desconocer el empleador en los hechos la relación laboral
existente y forzar al trabajador a formalizar su nueva condición de “inde-
pendiente”, realizando las mismas tareas que ahora no tienen estabilidad.
Así, simplemente, la relación laboral de los trabajadores a domicilio se
precarizó en los hechos.
212
En los servicios financieros se realiza un trabajo similar. Para pro-
mocionar o vender productos de este rubro se requiere un conocimiento
técnico relativamente alto, ya que el funcionamiento mismo de las en-
tidades financieras es complejo y poco conocido por los clientes; no es
evidente qué ventajas obtendrán si toman el seguro, el crédito o el ins-
trumento de ahorro que el vendedor les ofrece. Es indispensable tener
experiencia y competencias para ventas difíciles que permitan vencer una
desconfianza normalmente fuerte8.
El proceso de trabajo en este campo puede ser decidido por cada
trabajador; la empresa da pocas instrucciones específicas para actuar, no
define rutinas ni las controla. Son los vendedores quienes diseñan y en-
sayan procesos, los ponen en práctica y asumen los riesgos de la experi-
mentación y del aprendizaje. La empresa no arriesga mucho ya que solo
paga el trabajo cuando se expresa en ventas. Más bien espera que los
vendedores incorporen factores personales que contribuyan a expandir la
productividad, objetivo permanentemente reiterado en el discurso y en
las actitudes empresariales.
También hay trabajo a domicilio en distintos campos profesionales,
como la comunicación o las ciencias sociales: publicidad, diseño, periodis-
mo, algunas fases de investigación, tratamiento estadístico o análisis de da-
tos. En contabilidad el trabajo a domicilio es más antiguo y muy frecuente.
Actividades de carácter administrativo, como ingreso de datos, digitación,
dibujo técnico y otros, se realizan también a domicilio9.
En el segmento de trabajadores profesionales cobra interés un tema
que recurrentemente se discute: en qué medida esta inserción laboral es una
elección y no “la única oportunidad laboral”, y cuán cierto es que abre paso
a una relación laboral menos desequilibrada con quien encarga el trabajo.
Esto sí instalaría una distancia con el trabajo a domicilio tradicional cons-
tituido en su grueso por personas con menor calificación y con opciones
mucho más limitadas en el mercado laboral, para las cuales siempre la sub-
ordinación ha sido dura. La interrogante no parece igualmente significativa
para los vendedores; las reiteradas quejas por malas condiciones laborales
que ellos formulan llevan a pensar que su inserción obedece más a escasez
de oportunidades que a libre opción10.
213
Esta expansión hacia nuevos ámbitos viene registrándose desde hace
buen tiempo, según acusaron varios estudios cualitativos realizados en distin-
tos países latinoamericanos entre los años 98 a 2000. También ha ocurrido
en Chile y así lo revelaron dos mediciones efectuadas en esos mismos años;
la primera, de 1997, mostró que en la Región Metropolitana el 45,2% de
los trabajadores a domicilio dependientes se desempeñaba en actividades de
servicios y comercio, mientras que el 44,7% lo hacía en actividades industria-
les; tres años después, la primera de estas categorías había subido a 56% y la
producción de bienes había bajado levemente a 43,1%.
La tendencia sugiere un vuelco respecto de esta modalidad de em-
pleo porque relativiza la fuerte asociación que antes tuvo con sectores
pobres de la población.
nació para dueñas de casa que tienen previsión por el marido, hacen las cosas de la
casa y en algún momento del día venden; es un juicio que señalaron las vendedoras de
tangibles por catálogo (Gálvez, 2005).
11 Dirección del Trabajo-INE (1997); Encuesta Suplementaria de Trabajadores a
Domicilio.
214
hace borrosa la línea entre la jornada laboral y el tiempo de descanso y
perturba gravemente la programación de sus días.
12 Ibíd.
215
procesos laborales y desentenderse de responsabilidad incluso frente a los
riesgos que estos crean. La ejecución en el domicilio de las trabajadoras
eleva notablemente la productividad, porque se sobrepasan los límites
legales de la jornada laboral. Las horas nocturnas, los días domingos y
feriados se integran al tiempo laboral, lo que es un punto clave del rendi-
miento de algunos trabajos, como el de ventas.
Más que una extensión de la jornada, lo que se produce es su con-
formación bajo otra lógica. La jornada pasa a ser una suma de tiempos
cortos, pero oportunos, no continuos, sino con intervalos. Hay situacio-
nes en que los momentos de trabajo deben ser planificados con precisión
a la hora que sea (para hablar con un gerente esquivo, por ejemplo), y en
otras ocasiones se debe estar a disposición sin límite de horario (como las
trabajadoras de aseguradoras de riesgos). El tiempo de trabajo penetra
toda la vida; no hay corte sino una conexión constante al trabajo. La per-
manencia en la propia casa facilita estas exigencias, pero al mismo tiempo
agobia la vida.
Cuando es una actividad cuya ejecución no exige relación con otros,
como las manufacturas, los informes o los estudios, la dueña de casa trabaja
a ratos, utilizando los tiempos libres que tiene en el tráfago del quehacer
doméstico. Las empresas no podrían utilizar esta suma de tiempos breves
si no los recogen a través del trabajo a domicilio. Si se mira globalmente,
se trata de una masa apreciable de tiempo que tiene bajo costo para el em-
pleador y precarias condiciones para las trabajadoras.
216
Luego, hay quienes desempeñan trabajo a domicilio por períodos
cortos o con jornadas breves para complementar un empleo principal o
para financiar estudios. Sin exigencias estrictas de rendimiento u horario,
el trabajador gradúa la intensidad del trabajo. En estos casos la relación con
la empresa es laxa, a distancia o incluso intermediada por un tercero.
Distinto es el trabajador a domicilio en ámbitos que exigen ma-
yor calificación. Aunque es competitivo en el mercado laboral, persigue
construir una carrera fuera de la dependencia típica del salariado. No es
un independiente propiamente tal; se vincula con las empresas, las bus-
ca y trabaja para ellas aceptando las especificaciones de los trabajos que
estas le encargan, pero los ejecuta afuera, con lo cual conserva la libertad
de definir los procesos de trabajo y de distribuir su tiempo. Cuánto más
calificados son estos trabajadores, más iniciativa pueden desarrollar y, en
algunos casos, las mismas empresas que les encargan el trabajo les abren
espacio para mantener, en aspectos técnicos, intercambio directo con sus
propios clientes.
Las diferencias dificultan, pues, construir una identidad única. Si
bien el antiguo y estable trabajador a domicilio del sector industrial tiene
menos peso, habría que preguntarse —y esto es una hipótesis— si los
vendedores no tienden a permanecer por años en la misma actividad,
pero rotando de empresa en empresa y “haciendo una carrera”. Y tam-
bién, a modo de hipótesis, interrogarse si los trabajadores a domicilio
en actividades profesionales no buscan prestar estos servicios de manera
relativamente estable a un número reducido de empresas.
Por otra parte, son muchos los trabajadores que se desempeñan a
domicilio por tiempos breves, por ratos cortos, como recurso a la mano
y están lejos de considerar este empleo como un peldaño para el ascenso;
un segmento en el que la identidad seguramente se construye en torno a
otra inserción laboral que se considera principal. Sobre las dueñas de casa,
es interesante interrogarse si emerge una aspiración laboral a un empleo
diferente, más formal, de mejor calidad, o si por el contrario, el trabajo a
domicilio satisface su aspiración laboral y refuerza el ancla al hogar.
217
La ampliación de los lugares de desempeño, que son muchos más
que el domicilio del trabajador, así como la ausencia de padrón para usar
el tiempo, que exige trabajadores permanentemente disponibles, son
transformaciones que elevan significativamente la productividad. En este
cuadro que revaloriza el aporte de esta modalidad de empleo al capital
vale preguntarse por el trato que regula esta relación laboral.
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218
Precarización laboral e individualización:
El caso de los profesionales teletrabajadores a domicilio en Chile
Introducción
En estas últimas décadas los estudios del trabajo, tanto en Chile como en
toda Latinoamérica, han orientado su atención sobre las reformas neo-
liberales y la reestructuración de las empresas para explicar el proceso
de precarización de las condiciones de trabajo en la región (Morgado
Valenzuela 1999; Tokman/Martínez 1999; Bensusán 2006; Tokman
2007). Al respecto, se ha concluido que los nuevos empleos son creciente-
mente “precarios”, es decir, temporales o no regulados contractualmente,
situando a los trabajadores al margen de la seguridad social (Ibíd.) En el
caso de Chile, el trabajo precario se ha expandido, tanto en aquellos sec-
tores que tradicionalmente han trabajado bajo dichas condiciones (la pe-
queña empresa, la fuerza de trabajo joven, femenina y menos calificada)
así como progresivamente también en la mediana y gran empresa (OIT
1998, Wormald/Ruiz-Tagle 1999). En este capítulo se pretende avanzar
en la reflexión sobre esta problemática a través de la presentación y dis-
cusión de algunos de los principales resultados de una investigación cen-
trada en mujeres y hombres profesionales que se han integrado al mundo
del trabajo a través de diversas formas de teletrabajo1 a domicilio en el
marco del proceso de creciente difusión de tecnologías de la información
y comunicación (TICs) en el país2.
219
Precarización de las condiciones de trabajo y nuevas formas de
trabajo a domicilio
220
Geneletti 1981; Arellano 1985; Franco/León 2010, entre otros), consti-
tuyéndose así en grupos sociales privilegiados, tanto en términos de sus
ingresos como en términos del alto estatus social alcanzado (Ibíd). ¿Qué
razones explican entonces la actual integración de profesionales en for-
mas de trabajo a domicilio?
En este capítulo se propone que el desarrollo actual del trabajo a
domicilio no puede ser explicado únicamente a partir de la consideración
de los cambios estructurales ocurridos en esta sociedad, pues en dicho
ejercicio analítico se concibe finalmente a los sujetos como observadores
pasivos y receptores de dichos procesos. Para avanzar en la comprensión
del proceso de precarización de las condiciones de trabajo es necesario
considerar también las transformaciones que han y están ocurriendo a
nivel institucional y subjetivo en el país. De hecho, las investigaciones
que han priorizado una perspectiva de este tipo ya han venido mostrando
una progresiva transformación de la familia nuclear y el orden tradicional
de género (Gubbins/Browne/Bagnara 2003; PNUD 1998, 2002, 2010) así
como de la trayectoria de vida (Guzmán/Mauro 2004, 2004a; Henríquez/
Uribe-Echavarría 2003) en esta sociedad.
221
formas de estandarización y dependencia institucional por parte de los
individuos (Ibíd.).
En el marco de esta teoría se ha recurrido en esta investigación a
diversos conceptos que se sitúan dentro de la sociología de orientación
subjetiva (Bolte 1997; Voβ/Pongratz 1997). Esta perspectiva pone su foco
de atención principalmente en las relaciones de constitución mutua entre
sujeto y estructura, específicamente en los momentos para la construc-
ción, la creatividad e innovación subjetiva al interior de las relaciones
sociales (Ibíd.).
Un primer concepto utilizado corresponde al “modo de afronta-
miento biográfico de la vida” (biographische Lebensbewältigung) (Böhnisch
2001). Este surge en el marco del proceso de transformación de la “tra-
yectoria de vida”, es decir, aquella institución social que ha regulado y pre-
definido diacrónica, secuencial y biográficamente la dimensión temporal
de la vida de los individuos mediante la fusión entre la edad cronológica
de la persona con su edad social (Kohli 1985, 2007). Al respecto, aquel
concepto se refiere a las lógicas de (auto)desarrollo y despliegue subjetivo,
las que pueden estructurarse de acuerdo a la “trayectoria de vida normal”
o divergir de esta (Böhnisch 2001). Específicamente supone a) el anhelo
subjetivo por mantener la capacidad de acción en aquellas situaciones de
la vida donde el equilibrio psicosocial de toda persona se ve amenazado
y b) la existencia de momentos críticos, donde dicho equilibrio, desde el
punto de vista del sujeto, no logra ser alcanzado y mantenido. Este con-
cepto tematiza entonces las acciones subjetivas relativas a la conservación
y restablecimiento del equilibrio psicosocial, así como sus límites en el
marco de su integración diacrónica, es decir, a lo largo de su vida.
Este estudio se ha apoyado teóricamente también en el concepto
de “modo de conducción de la vida cotidiana” (alltägliche Lebensführung).
Mediante este se buscó reconstruir y analizar las acciones y sentidos de los
sujetos en relación a su integración sincrónica, es decir, a su cotidianeidad,
pues esta aparece como uno de los espacios más problemáticos actualmente
en esta sociedad. Este concepto es relevante, ya que tematiza tanto la
cotidianeidad como las diferentes tareas (no solo el trabajo remunerado)
que las personas realizan a diario en las diversas esferas de la vida. Desde
esta perspectiva integrativa se puede entonces considerar “lo diferente, lo
conflictivo, lo separable” ( Jurczyk/Rerrich 1993: 23) que confluye y entra
en juego en el día a día de las personas, relacionando así “la totalidad de la
praxis social humana” (Voβ 1991: 200). Al respecto, este concepto asume
que, en un contexto de creciente individualización, la totalidad de las
relaciones humanas cotidianas deben ser regularmente vueltas a construir
y a reorganizar, pues estas responden a una determinada etapa de la
222
vida de la persona y a una cierta esfera social subjetivamente relevante
(Hildebrandt et al. 2000).
Se han considerado también los elementos teóricos correspon-
dientes al concepto de “trabajo identitario” (Identitätsarbeit) (Keupp et
al. 1999; Keupp 2005). Este plantea que las acciones identitarias que
emprenden las personas tienen “como condición y objetivo alcanzar la
coherencia” en la vida (Ibíd). En concreto, este concepto se refiere al tra-
bajo de síntesis identitario que los sujetos deben realizar para mantener
la autenticidad y el sentido, así como su capacidad de acción y de reco-
nocimiento social.
Por último, estos tres conceptos fueron vinculados teóricamen-
te en esta investigación bajo el concepto de “trabajo de integración”
(Integrationsarbeit) (Cárdenas 2010). Este se refiere a los diversos “traba-
jos”, específicamente tareas y esfuerzos que los sujetos deben desarrollar
para poder construir, organizar y preservar simultáneamente su cotidia-
neidad, su biografía e identidad en sociedades en proceso de individuali-
zación. Se buscó así ampliar el concepto de “trabajo” y con ello el concepto
de “integración”, considerando los procesos de transformación institucio-
nal y subjetiva en curso al interior de la sociedad chilena actual.
223
Sin embargo, dicha integración laboral no ocurrió principalmente al alero
del Estado chileno, sino que en el marco de la empresa privada. De hecho,
al interior de la muestra estudiada solo un único profesional trabajaba en
un ministerio del Estado chileno antes de comenzar a trabajar desde su
casa. Este teletrabajador correspondió precisamente al entrevistado de
mayor edad del conjunto de la muestra estudiada (63 años).
Para todas estas personas el teletrabajo a domicilio constituye su
principal actividad laboral. Este quiebre con la “trayectoria de vida nor-
mal” o “típica” de un profesional (usualmente hombre) en Chile se ex-
plica de manera diferenciada según la cohorte al cual pertenecen estas
personas. En el caso de la población mayor de 45 años, esta situación
ocurrió principalmente producto de los despidos acaecidos en el marco
de los procesos de reorganización de la empresa en que trabajaban, siendo
este resultado consistente con la literatura anteriormente mencionada.
Sin embargo, en el caso de los profesionales menores de 45 años, quienes
resultaron ser el grupo mayoritario en la etapa de selección aleatoria de
esta muestra, el tránsito hacia el “teletrabajo a domicilio” estuvo asociado
a una decisión propia: la renuncia a su trabajo. Este comportamiento no
es exclusivo de mujeres profesionales con hijos(as), como ha supuesto la
literatura especializada (Tomei 2001), sino que también de profesionales
hombres, tanto con como también sin hijos(as). Como se verá a con-
tinuación, el sentido subjetivo de dicha acción fue reducir las diversas
tensiones experimentadas por estos sujetos en relación a la institución del
“trabajo asalariado”. En el caso de los teletrabajadores despedidos, cierta-
mente teletrabajar constituyó una estrategia para mantener su capacidad
de acción en la esfera del trabajo y con ello asegurar la base material de
su cotidianeidad. Sin embargo y de acuerdo a sus relatos, su despido fue
vivido también como una oportunidad para intentar resolver las tensio-
nes experimentadas en relación al mundo del trabajo. Más aun, algunos
de estos teletrabajadores habrían incluso generado diversas situaciones
de conflicto en el espacio del trabajo para provocar su despido y lograr
resolver así dichas tensiones.
Por último, la construcción de estas modalidades telelaborales se
enmarca dentro de contextos familiares que reflejan, a su vez, un cues-
tionamiento simultáneo de otras dos instituciones modernas: el orden
tradicional de género y la familia nuclear. Las formas de vida familiar
predominantes dentro de este grupo corresponden a hogares uniperso-
nales, hogares conformados por convivientes y hogares monoparentales
encabezados por jefas de hogar. La pluralidad de tipos de familias obser-
vables al interior de los teletrabajadores adultos muestra también un dis-
tanciamiento de la trayectoria de vida “normal” y su etapa de la adultez.
224
Tensiones en torno al mundo del trabajo
225
regularmente. En este sentido, liberarse de este ahorro previsional signi-
fica también no someterse a una institución surgida en 1980 durante el
período de la dictadura militar en el país y que desde allí ha regulado la
trayectoria de vida de la población.
“(…) y como soy rebelde, porque soy de la época de la dictadura y no
tranzo con el modelo de las AFPs, es decir, no tolero que me digan
qué hago con mi plata y cuándo puedo usarla y cuándo quiero usarla,
no me dejen, mandé a la punta del cerro a la AFP el año 2001 (…)”.
(Sra. C., 36 años, traductora).
226
separados que deben conciliar su trabajo remunerado con los tiempos
de visita de sus hijos.
“Sí, de que yo tengo tiempo para, o sea, me puedo manejar los tiem-
pos para mi hijo en días de la semana y el fin de semana que estoy
con él, me lo trato de, trato de generar, de no poner cosas laborales
durante esos días. En cambio, cuando he estado contratado o más
fijo en una productora eso no lo puedo manejar (…) No, para mí
es ventajoso prácticamente en un 100%, ya que B. se va a mi casa y
muchas veces puedo continuar con mis trabajos mientras él duerme
o hace otras cosas”. (Sr. L., 38 años, comunicador audiovisual).
227
que la conformación y el despliegue de la individualidad en una sociedad
moderna ocurre “tanto con como también en contra de las estructuras
sociales” (Nassehi 1997: 129). En términos identitarios esto implica pre-
servar la autenticidad, es decir, la capacidad de posicionarse así como
de realizar y validar su proyecto de vida (Keupp 2003, 2005). Esta di-
mensión identitaria emerge como especialmente tensionante para estos
teletrabajadores, pues las empresas no solo controlarían y estandarizarían
los tiempos de trabajo —y con ellos los espacios de acción— de las per-
sonas, sino finalmente también su apariencia física (la forma de vestirse,
peinarse, etc.).
“Sí, para mí es super importante. O sea, algo que me cargaría es
ir disfrazado a la pega, ponerme corbata, pantalones, aparte que es
super cara la ropa (…) no me gusta disfrazarme. Hay ritos para los
que uno se disfraza para jugar, qué sé yo, cuando me casé, cuando
defendí mi memoria. Tiene también que ver con que la gente con la
que trabajas o con la que estás también te interesa que la otra perso-
na esté también cómoda. Entonces, si tú vas a ir a un evento donde
todos están vestidos formalmente, yo me sentiría incómodo, porque
haría sentir incómodo a los demás ir de otra manera, pero creo que
no podría trabajar en un ambiente donde todos los días tienes que ir
formal (…) Como me visto yo, no sé, como me siento cómodo. En
ese sentido soy un poco despechado para mis cosas y siento que no
me gusta que crean que voy a hacer un trabajo, porque voy bien ves-
tido. Al contrario quizás. Me gusta demostrar que puedo hacer un
buen trabajo a pesar de estar vestido así”. (Sr. A., 27 años, ingeniero
informático).
228
entonces a un tipo de trabajo “de segunda generación o semiautónomo
o según proyectos o creativo” (Bologna 2006: 147), es decir, aquel que
ofrece y proporciona servicios externos a las empresas y que pertenecen a
los estratos laborales propios del trabajo cognitivo y/o creativo.
Dichas labores se desarrollan mayoritariamente al margen de un
contrato de trabajo y contra entrega de una boleta (“boletear”), replican-
do con ello las condiciones de trabajo que han caracterizado al trabajo
a domicilio clásico: el “trabajo a trato”. Estas condiciones laborales son
predominantes al interior de estos teletrabajadores, pese a ser ellos, en la
mayoría de los casos, el ingreso principal de su hogar y tener hijos meno-
res de edad a su cargo.
En este contexto, estos profesionales construyen sus propias “estra-
tegias de autoaseguramiento”, siendo los ingresos percibidos por sus servi-
cios profesionales su principal pilar. Consecuentemente, estos profesionales
buscan incrementar y estabilizar sus ingresos mensuales para enfrentar las
variaciones en los servicios demandados por las empresas y su modalidad
de pago por trabajo realizado. Se espera así coordinar los diversos momen-
tos en que reciben el pago por los servicios realizados con el pago mensual
de la mayoría de sus las cuentas. En este sentido, su red social se constituye
en un recurso fundamental para asegurar una demanda estable de trabajo
y, con ello, de ingresos en el tiempo. Adquieren entonces relevancia no solo
las redes sociales con que contaban antes de comenzar a teletrabajar, sino
que también aquellas que logren construir y ampliar.
Estas “estrategias de autoaseguramiento” presentan matices según
género. Las teletrabajadoras, especialmente aquellas jefas de hogar a car-
go de sus hijos, prestan simultáneamente servicios desde su domicilio
a diversos empleadores para incrementar y estabilizar así sus ingresos
(“estrategias de trabajos múltiples”); los teletrabajadores tienden a inser-
tarse paralelamente, pero de manera secundaria, a un trabajo regulado
contractualmente para lograr un ingreso mínimo estable y acceder así a
la previsión social y a la salud. Dicho trabajo se desarrolla fuera de casa,
principalmente dictando algún curso por hora en alguna Universidad, por
ejemplo en escuelas de periodismo y traducción (“estrategias de formali-
zación del trabajo”).
Las “estrategias de autoaseguramiento” se fundan también en una
clara diferenciación entre los requerimientos de acceso a la salud y de
ahorro previsional. La mayoría de los teletrabajadores sí aportan al siste-
ma de salud, debido a que la salud es considerada una necesidad inme-
diata a ser cubierta. Dicha cobertura es realizada a través de su afiliación
a FONASA (Fondo Nacional de Salud del Ministerio de Salud) y no a una
Isapre (Instituciones —privadas— de Salud Previsional). En un contexto
229
de claro emprendimiento privado emerge entonces una progresiva de-
pendencia institucional de estos profesionales en relación al Estado. De
hecho, al interior de este grupo solo dos teletrabajadores están asegurados
a través de algún tipo de seguro privado, modalidad de aseguramiento
que podría emerger frente al no acceso a la seguridad social y a la salud
vía contrato de trabajo. En el caso del ahorro previsional, la mayoría de
estos profesionales actualmente no aportan al sistema de previsión social.
Al respecto, el tener que asumir progresivamente cada riesgo asociado a la
actividad laboral genera en algunos teletrabajadores incluso la sensación
de poder controlar todos los factores intervinientes en su seguridad social
futura. Como indicó un teletrabajador entrevistado, el ahorro previsional
está entonces “stand by”.
En consecuencia, el teletrabajo a domicilio implica ir asumiendo
diversos costos laborales. Sin embargo, estos no corresponden únicamen-
te a los costos de seguridad social, sino a todos aquellos costos asociados
a la producción del servicio (por ejemplo la tecnología para responder a
los requerimientos de las empresas empleadoras, un espacio en el hogar
para poder trabajar) y todos aquellos costos fijos y variables asociados al
ejercicio mismo de la actividad (electricidad, teléfono, tinta, etc.).
La construcción de estos modos de integración telelaborales im-
plica entonces un proceso paulatino de “autorracionalización” de estos
sujetos (véase Voß/Pongratz 1998). Este se despliega no solo a través de
sus acciones en la esfera del trabajo, sino también en la conducción de
su vida (véase Weber 1903/2003). El uso reflexivo y racional del tiem-
po (tiempo de trabajo remunerado, tiempo de trabajo no remunerado
—mantención del hogar y su abastecimiento, cuidado y educación de sus
hijos—, tiempo para relacionarse con un otro, etc.), es decir su cálculo,
planificación y delimitación, constituyen una de sus más claras manifes-
taciones, así como también uno de los desafíos cotidianos más complejos
para estos sujetos.
230
La incertidumbre en los ingresos suele tener como consecuencia el no
pago a tiempo de dichos costos y un endeudamiento temporal o a largo
plazo por parte de los teletrabajadores, arriesgando con ello su capacidad
de acción futura.
Una segunda tensión dice relación con las posibilidades de reco-
nocimiento social del teletrabajo a domicilio. En el marco de la insti-
tución social del trabajo asalariado el reconocimiento del trabajo en las
sociedades modernas no solo se construyó en torno a su carácter remu-
nerado, sino que en gran medida por su visibilización en el espacio de
la empresa. Complementariamente fueron invisibilizados, y con ello no
reconocidos, todos aquellos trabajos, remunerados y no remunerados, que
se realizaban al margen de la empresa, tales como el trabajo doméstico y
el trabajo a domicilio. Dentro de esta categoría de trabajo invisible se han
encontrado también aquellos trabajos que supuestamente no muestran
claros resultados y que articulan y finalmente permiten el desarrollo de
diferentes procesos de trabajo (Voswinkel 2010). Usualmente todas estas
formas de trabajo han sido desarrolladas por fuerza de trabajo femenina
(Ibíd.). El teletrabajo a domicilio estaría situado precisamente bajo dicha
categoría. Una manifestación clara de tal invisibilización sería el hecho
de que estos teletrabajadores son requeridos por amigos y familiares du-
rante la jornada de trabajo “normal”, pues consideran que ellos no están
trabajando. Frente a esta tensión, algunos teletrabajadores, en especial
hombres, han comenzado a constituirse en una EIRL (empresa individual
de responsabilidad limitada). Esta figura legal fue establecida a comien-
zos de los 2000 en Chile para permitir a las empresas unipersonales el
acceso a diversos beneficios tributarios. Sin embargo, dicho estatus legal
dotaría adicionalmente a estos profesionales de un elemento identitario
que alcanza hoy un reconocimiento significativo al interior de la sociedad
chilena contemporánea: ser emprendedor. Una situación similar ocurre
con el trabajo que realizan mayoritariamente los teletrabajadores hom-
bres de manera complementaria fuera de su casa. Bajo dicho modo de
integración intentarían asegurar no solo sus ingresos, sino también su
reconocimiento social en el espacio público.
Conclusiones
231
simultáneamente su cotidianeidad, su biografía e identidad. En el marco
del proceso de individualización de la sociedad chilena contemporánea,
los diversos modos de teletrabajo a domicilio emergentes darían cuenta
de un proceso de “subjetivación del trabajo” (Kleemann/Matuschek/Voß
1999; Lohr/Nickel 2009), donde los individuos intentarían redefinir
el vínculo individuo-trabajo para alcanzar una mayor autonomía y
autenticidad. Sin embargo, dichas acciones finalmente reforzarían y
profundizarían el proceso de precarización de las condiciones de trabajo
y abrirían nuevos desafíos para el reconocimiento social al interior de
esta sociedad.
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236
Una historia de inseguridad y riesgo:
Dimensiones materiales y subjetivas en la inmigración
boliviana hacia Sao Paulo
Introducción
237
El nuevo patrón migratorio —en los que se inserta la inmigración
boliviana— trae consigo nuevas interrogantes para una nación en cuyo
imaginario está la idea de receptividad y de mestizaje integrada y armó-
nica entre pueblos de los más diferentes orígenes nacionales y raciales.
En el tiempo presente, el ingreso de nuevos inmigrantes es restringido
e incluso criminalizado por los agentes estatales, lo que favorece el con-
tacto de algunos de los inmigrantes con actividades informales e incluso
ilegales, aunque mucho de lo que se considera ilegal e informal sea ínti-
mamente necesario e integrado a la economía formal.
En este trabajo, además de los aspectos económicos y legales re-
lacionados a esos flujos migratorios, abordaremos también cuestiones
que se relacionan con la experiencia subjetiva y el ámbito identitario, que
son de fundamental importancia para la comprensión de este fenómeno.
Destacaremos sobre todo, los aspectos derivados de la inseguridad y de la
vulnerabilidad experimentada por inmigrantes bolivianos en su trayecto-
ria en Sao Paulo.
Este capítulo resulta de una investigación que utilizó como fuentes
datos secundarios, observación directa y entrevistas en profundidad con
inmigrantes y liderazgos de la comunidad boliviana en Sao Paulo, las cua-
les fueron realizadas desde agosto hasta diciembre de 2008. El texto está
dividido en tres secciones. En la primera se aborda la coyuntura política
y económica en que ocurrió la actual ola de inmigrantes bolivianos y su
inserción en la economía local. En la segunda abordaremos sus condicio-
nes objetivas de vida, especialmente las relacionadas con el trabajo y la
vivienda. En la última sección hablaremos sobre los aspectos identitarios y
subjetivos de la experiencia de esos inmigrantes, en especial, los derivados
de su condición de indocumentados, los que favorecen la explotación y la
vulnerabilidad, así como la lucha por el derecho de permanecer en el país.
238
Entre las medidas que fueran adoptadas en 1986 para promover
esta Nueva Política Económica (instituida por el Decreto 21.060) estuvo
la privatización de las empresas estatales del sector minero, el que fue
históricamente el sector más dinámico y formalizado de la economía bo-
liviana. La privatización del rubro minero, junto con la caída de los pre-
cios del estaño en el mercado mundial, resultaron en la pérdida de 31.000
empleos (Wanderley 2009:165). Solamente la estatal COMIBOL redujo
sus empleados de 37.000 a 7.500 trabajadores (Klein 2011[2003]:245).
Esos cambios provocaron una significativa alteración en la estructura la-
boral de este país.
Aunque en la historia contemporánea boliviana representaban me-
nos del 3% de la población económicamente activa, los mineros eran los
trabajadores más sindicalizados y políticamente organizados de Bolivia
y responsables por la mayor parte del PIB del país (Santoro 2007:22).
Además, a pesar de las durísimas condiciones laborales, el trabajo en las
empresas mineras representaba una perspectiva factible de empleo estable
para los jóvenes bolivianos.
La extinción de estos puestos de trabajo significó una experiencia
radical de reconversión social para los trabajadores desempleados y sus
núcleos familiares, los cuales no tuvieron otra alternativa sino abandonar
las regiones mineras y migrar hacia las regiones rurales del país y hacia
la periferia de las ciudades. Gran parte de los que se fueron al campo
pasaron a dedicarse al cultivo de la hoja de coca, mientras los que se
fueron a las periferias de las grandes ciudades pasaron a dedicarse sobre
todo a actividades informales, especialmente en el comercio y en el área
de servicios. Según Wanderley, en los primeros años después de las refor-
mas, la tasa de desempleo urbano creció de 6% en 1985 a 10,4% en 1989
(Wanderley 2009:167).
En la periferia de las grandes ciudades bolivianas se desarrollaron
las condiciones para el proceso que se denominó diáspora boliviana, que
posee como principales destinos los siguientes países: Estados Unidos,
España, Argentina y Brasil (Ávila 2006, Ávila y Aramayo 2007, Hinojosa
2008, Caggiano 2005, Grimson y Paz Soldán 2000, Silva 1997, Freitas
2009, Nóbrega 2009). En particular, la migración de bolivianos hacia Sao
Paulo proviene principalmente de la ciudad de El Alto, situada en la re-
gión andina en los alrededores de La Paz. Es una de las regiones más
pobres de Bolivia, de población mayoritariamente aimara. En los últimos
años fue importante destino de la migración interna boliviana y por esa
razón tuvo un gran crecimiento poblacional: su población creció 105%
entre los años de 2000 y 2010 y alcanzó 960 mil habitantes, superando a
la capital La Paz (INE, 2011).
239
La emigración ocurre tanto por medio de redes sociales y familia-
res como por la acción de grupos que ofertan empleos en estaciones de
radio y en lugares públicos bolivianos, tales como las ferias libres. En el
primer caso, los trabajadores emigran siguiendo la trayectoria de fami-
liares y conocidos, los que facilitan la integración al país de destino y la
inserción en las redes económicas locales. En la segunda situación, los
trabajadores son reclutados en el país de origen y deben pagar adelantado
su pasaje, transporte y alimentos, o pagarlos posteriormente con trabajo
a su empleador.
Esta última situación favorece el establecimiento de la trata de per-
sonas, en que los trabajadores tienen sus documentos retenidos por sus
empleadores y son amenazados e impedidos de dejar el lugar de trabajo
hasta que paguen sus deudas. Como viven y comen en el propio trabajo y
sus empleadores les cobran cuanto quieran, esas deudas son crecientes y a
veces se tornan impagables (CMSP 2006).
En Sao Paulo la mayor parte de los inmigrantes bolivianos traba-
jan en talleres de costura que son propiedad principalmente de brasile-
ños, de coreanos y de otros bolivianos. Muchos de estos costureros son
inmigrantes indocumentados y trabajan irregularmente en oficinas de
costura informales, las que producen vestimentas para el mercado local
y nacional.
Del lado brasileño la coyuntura económica que favoreció la in-
migración boliviana hacia Sao Paulo tenía similitudes con la boliviana.
El país también experimentaba bajo crecimiento económico (e incluso
decrecimiento en algunos años), hiperinflación, endeudamiento interno
y externo, además de sufrir presiones de los organismos internacionales
para privatizar empresas estatales y abrir el mercado a los capitales y a las
mercancías extranjeras.
El país resistió durante años las investidas que buscaban la apertura
al mercado extranjero. Después de varios planes económicos fracasados,
en el inicio de los años 1990, durante el Gobierno de Fernando Collor
de Mello, se cambió el modelo de desarrollo brasileño. En contraste con
la política de incentivos estatales que fomentaban la sustitución de im-
portaciones en décadas anteriores, en los años 90 las políticas económicas
fueron orientadas por un marco neoliberal que pregonaba la apertura de
los mercados y la idea de ventajas comparativas en el comercio interna-
cional, lo que significó perjuicios para la industria brasileña de diferentes
sectores, así como un aumento de la importancia de la producción y de
la exportación de productos primarios en la economía nacional. Ese pro-
ceso se tornó más acentuado en los años siguientes y alcanzó su apogeo
en la segunda mitad de esta década, durante el Gobierno de Fernando
240
Henrique Cardoso, cuando hubo valorización de la moneda y crecimien-
to de las importaciones.
El sector textil y de vestuario —así como otros sectores económi-
cos, como el de los calzados— fueron especialmente impactados por las
nuevas tendencias económicas. En los años ´70 y ´80 hubo una transfe-
rencia de industrias productoras de mercancías con menor valor agregado
de los países centrales para los periféricos, donde las empresas se bene-
ficiarían de sueldos más bajos, legislación ambiental, laboral y seguridad
social más débiles, incentivos gubernamentales y movimientos sindicales
menos organizados. Bienes de consumo no-durables como los textiles,
que otrora fueron leading products de la Revolución Industrial del siglo
XIX, pasaron a ser producidos en países como China, India y Pakistán,
donde los bajos costos de producción posibilitaron que los precios de las
mercancías se tornasen más competitivos en el mercado internacional
(Wallerstein 2004).
Motivadas tanto por una búsqueda por costos de producción más
bajos como por un cambio en la cultura empresarial —que pasó a aso-
ciar especialización, ausencia de stock y estructuras productivas reducidas
con eficiencia— las empresas establecidas se especializaron en desarrollo,
marketing y distribución de productos y subcontrataron las actividades
menos rentables y más intensivas en el uso de mano de obra a otras em-
presas, muchas veces situadas en otros países. Esa forma de organización,
que caracteriza el “régimen de acumulación flexible”, también combina
elementos del capitalismo avanzado con formas antiguas de producción
apoyadas en el patriarcalismo y en el paternalismo comunitario (Harvey
1998 [1989]).
Con la dispersión global se formaron “cadenas globales de mercan-
cías”, que en el caso de los textiles eran “dirigidas por los compradores”
(buyer-driven chains). Estos pasaron a determinar las especificaciones de
las vestimentas, los precios pagados a los productores y los plazos de en-
trega de las mercancías pasarán a ser establecidos por los contratantes,
siguiendo una tendencia mundial (Gereffi 1994).
La industria textil brasileña, por su parte, fue concebida en el
comienzo del siglo XX con la finalidad de proveer el mercado interno
brasileño, que crecía con el aumento de la población y de su respectiva
demanda. Ella se benefició de medidas proteccionistas como impuestos
y prohibición de importaciones para que se desarrollase. En los años ´90,
con las facilidades proporcionadas por la apertura de importaciones, el
sector tuvo problemas en competir con los productos extranjeros y fue
necesaria su reestructuración para sobrevivir. Los empresarios, por todos
los medios, buscaron reducir costos de producción y también adaptarse
241
a las fluctuaciones del mercado para que se tornasen más competitivos.
También reordenaron la cadena de producción, que se volvió menos ver-
ticalizada, pasando a producir en pequeñas series para atender a “ciclos
del producto” cada vez más cortos, con frecuente utilización de subcon-
tratación y usando insumos provenientes de diversas partes del globo,
incluso a veces cesando enteramente la producción interna de los textiles
menos lucrativos. Eses cambios redujeron los empleos formales en este
sector de 180 mil en 1981 a 80 mil en 2000 (Kontic 2001; Lupatini 2007;
Silva 2009).
Los cambios en la estructura productiva y su búsqueda por costos
más bajos también tuvieron impacto en el mercado de trabajo del sector.
Se intentaron diversas estrategias para bajar los costos salariales, como
aprovechar incentivos fiscales en otras regiones del país donde la orga-
nización sindical era más débil (Lima 2009). Los empresarios también
intentaron, por diferentes medios, sustituir el sistema salarial con jornada
de trabajo fija, como determina la ley brasileña, por un sistema de pagos
por producción, variable según las demandas. Sin embargo, encontraron
dificultades.
La subcontratación entonces atendió a dos propósitos: permitió
que las empresas contratantes no fueran más responsables por la pro-
ducción material ni fueran responsables por la contratación directa de
los respectivos trabajadores. En realidad, la mayoría de las veces, esa
práctica solamente disimulaba vínculos laborales indirectos entre las
empresas y los obreros que muchas veces eran probados en el curso de
acciones judiciales y resultaban en indemnizaciones que beneficiaban a
los últimos.
La situación se volvió más favorable para los empresarios con el
empleo de inmigrantes en situación irregular. Así, les fue posible bajar
los costos de producción con trabajadores que recibían pagos más bajos
y, al mismo tiempo, evitar gastos con tributos, con la previsión social y
con pagos de indemnizaciones, una vez que en la práctica los trabajadores
extranjeros irregulares no tenían medios de beneficiarse de las mismas
garantías que los empleados brasileños (Silva 2009).
Los primeros contratados en el proceso de cambio del régimen
laboral fueron los inmigrantes coreanos, que ya estaban en Sao Paulo desde
los años ´70 y tenían experiencia previa en la producción de vestimentas
para el mercado popular, que históricamente fue en gran medida informal.
Muchos de los coreanos estaban irregularmente en Brasil y vivían y
trabajaban de forma igualmente irregular en talleres de costura análogos a
los sweatshops globales. Conforme los coreanos ascendieron socialmente,
pasaron a emplear bolivianos en la actividad de costura de ropas. Hoy
242
muchos de esos coreanos se dedican al marketing, desarrollo y distribución
de mercancías, actividades que, como mencionamos anteriormente, son
más rentables y de mayor valor agregado que la costura. Los bolivianos
pioneros que tuvieron éxito en la actividad los remplazaron y se volvieron
propietarios de talleres análogos, que ahora emplean a otros compatriotas
(Freitas 2009).
243
caliente, esta práctica favorece la diseminación de enfermedades infecto-
contagiosas como la tuberculosis.
Delante de tan malas condiciones de trabajo y de vivienda, así
como la intensa explotación, el riesgo de deportación y de malos tratos,
cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿qué explica la presencia de tantos bo-
livianos en Sao Paulo? Una primera tentativa de explicación se relaciona
con la diferente inserción de Brasil y de Bolivia en la división del trabajo
mundial. En su análisis del sistema-mundo moderno, Wallerstein (2004)
establece que la diferencia entre centro, periferia y semi-periferia mundial
ocurre de modo relacional y en razón de procesos productivos. Mientras
Brasil sea una nación de la semiperiferia mundial, ejercerá una centrali-
dad relativa frente a Bolivia. En especial su centro económico, represen-
tado por Sao Paulo. En la práctica, esto significa que Sao Paulo es una
economía más afluente, que concentra la mayor parte de las industrias y
de los servicios de mayor valor agregado en el país. Consecuentemente,
hay en ella una mayor producción y circulación de riquezas, bien como
mejores perspectivas de acumulación material.
Lo mismo se aplica a los sueldos. Para compensar el costo de vida
más alto y así garantizar la reproducción de la mano de obra local, el nivel
general de pagos en Sao Paulo es relativamente más alto que en Bolivia.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2009 el salario me-
dio mensual del sector privado boliviano fue 2.632 Bolivianos (valor que
actualmente es equivalente a US$377), mientras en Brasil los rendimien-
tos medios provenientes del trabajo para el mismo año según la PNAD
del IBGE fueron R$ 1106 (de acuerdo con la tasa de cambio corriente,
US$ 625) (INE 2009; IBGE 2009). Los sueldos mínimos actuales para los
dos países, en dólares estadunidenses, por su turno, respectivamente, son
US$97 y US$308.
Aunque las ganancias de los inmigrantes bolivianos sean más bajas
que la de los trabajadores brasileños, la asimetría económica entre los dos
países permite que el valor de los ahorros se torne relativamente más alto
cuando ellos se transforman en remesas. Así, surge para los trabajadores
bolivianos la posibilidad de realizar un pequeño ahorro que puede permi-
tir la compra futura de un inmueble, ayudar a familiares o establecer un
negocio propio, sea en Sao Paulo o en Bolivia. El salario nominalmente
mayor y la posibilidad —ilusoria o no— de acumulación material más rá-
pida que en Bolivia se transforma, de esta manera, en motivo de atracción
para estos trabajadores.
Ávila y Aramayo (2007) denominan la perspectiva de los bolivia-
nos ante la emigración de “La Cheqanchada”, expresión que en idioma
quechua significa “atajo” o senda alternativa. La emigración sería, por lo
244
tanto, un medio de acumulación material más rápido, una vía alternativa
de acumulación que de otro modo demandaría toda una vida de trabajo.
El autor resalta que muchos de esos ahorros se transforman en remesas
que son reinvertidas en bienes, actividades productivas en Bolivia e inclu-
so obras públicas, estimulando el desarrollo regional.
Según datos del Banco Mundial, Bolivia recibió US$1,064 billón
de dólares en remesas en 2009, cuantía que representa 6,1% de su PIB.
Los inmigrantes bolivianos en Brasil, según la misma fuente, enviaron
US$32 millones para su país natal en 2010 (World Bank 2011).
La posibilidad de ganancias más altas atrae incluso a trabajado-
res bolivianos calificados que no disfrutaban de buenas oportunidades
laborales en su país de origen. Las entrevistas indican que obreros es-
pecializados y hasta profesionales (como médicos e ingenieros) hoy se
convirtieron en costureros en Sao Paulo.
Como dice el boliviano Don Carlos Soto, presidente de la
Asociación de La Plaza Kantuta:
“(…) Para un boliviano, venir a Brasil es como un brasileño ir a los
Estados Unidos. (…) Los bolivianos están acostumbrados con una
vida dura... sus casas son muy sencillas y allá no hay trabajo para los
jóvenes”.
245
Silencio, miedo y desconfianza: movimientos de retracción ante el
otro por la indocumentación
246
conocimientos en la experiencia migratoria. Además de las cuestiones
materiales, significa también costos emocionales para los migrantes y sus
familias. Ávila y Aramayo (2007) utilizan la expresión “herida familiar”
para designar el sufrimiento causado por la separación y por el proceso de
constitución de la “familia transnacional”.
La indocumentación hace aun más difícil vivir en tierras ajenas.
Los riesgos y la incertidumbre se amplían en este escenario y los in-
migrantes se vuelven más dependientes y vulnerables a la dominación
patriarcal, que se aprovecha de la concepción de familia ampliada de los
bolivianos. Como nos dice Ruth Camacho, abogada del Servicio Pastoral
de los Migrantes de la Iglesia Católica,
“(…) Algunos de ellos vienen para ayudar un tío, pero el tío puede
ser un padrino, un conocido, un antiguo empleador con quien tienen
un vínculo de subordinación (…)”.
247
Residencia para los Nacionales de los Estados Parte del Mercosur, Bolivia
y Chile en 2009, los términos más favorables y los procedimientos menos
burocratizados de la Ley de Amnistía Migratoria de 2009 y la propuesta
de una nueva ley de extranjeros, bien como una postura menos represiva
del Estado brasileño en relación a los inmigrantes irregulares.
La resolución de los problemas concretos de los inmigrantes boli-
vianos indocumentados no significa solamente la concesión del derecho
de permanencia de esos trabajadores. Significa también un paso adelante
para la consolidación de instituciones y valores democráticos en Brasil, la
reafirmación de la dignidad humana y la profundización de una integra-
ción latinoamericana no solamente mercantil, sino que además beneficie
segmentos secularmente oprimidos de su población.
Consideraciones finales
248
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trabajadores de supermercados en Santiago de Chile
Introducción
253
sindicatos de estrategias de mayor acuerdo con la administración a nivel
de empresas, que si bien pueden ayudar a aumentar su membresía, tie-
nen negativos efectos para las coordinaciones y alianzas entre sindicatos,
tal como plantea Palacios-Valladares (2010). Como señala Drake (2003:
148), la evolución del movimiento sindical en Chile desde el retorno de
la democracia sería “la historia del debilitamiento del movimiento laboral
en su rol económico, en su posición institucional y en su poder político”.
Junto con ello, se advierte el desdibujamiento en los discursos sociales de
la figura del trabajador como sujeto de derechos y una representación del
trabajo más como desafío individual que como experiencia colectiva.
Los fenómenos mencionados obedecen a factores de distinta ín-
dole. Fuertes procesos de flexibilización laboral que dan lugar a entor-
nos laborales heterogéneos (donde coexisten formas diversas de empleo
en un mismo espacio laboral), cambiantes, inestables y en muchos casos
precarios; y un modelo empresarial de corte neomanagerial basado en la
competencia, la mercantilización de las relaciones laborales, la renovación
constante de procesos y productos, la apuesta por la polivalencia más que
por la especialización, la intensificación del trabajo y la responsabiliza-
ción individual (Yáñez 2004). Estas condiciones político-institucionales
conducen a un modelo de relaciones laborales que mantiene importantes
restricciones para la organización de los trabajadores, a lo que se suman
problemas del propio actor sindical (Espinosa, 2005; 2007). En el plano
cultural, se advierte la presencia de un nuevo perfil de la fuerza de trabajo,
que en su gran mayoría ingresa al mercado de trabajo sin la “herencia”
del mundo obrero tradicional trayendo consigo otras expectativas y pro-
blemáticas (Yáñez, 2004). Se trataría de una “cultura trabajadora más
dedicada al individualismo y al consumismo que a las identificaciones
colectivas y políticas” (Drake 2003, pág. 153).
En este escenario, diversos autores han planteado la tesis de que
una de las características de los nuevos contextos laborales flexibilizados
es la emergencia y preponderancia de formas de sociabilidad competi-
tivas, individualistas, frágiles y transitorias, con escasa capacidad de ge-
nerar identidades colectivas, sentidos de pertenencia y lazos asociativos
entre los trabajadores; lo que, a su vez, trae consigo un debilitamiento
de la organización sindical y del ejercicio ciudadano en el trabajo (Ezzy
2001; Sennett 2000).
El objetivo de este capítulo es discutir esta tesis de “la corrosión
de la sociabilidad” en base a los resultados de un estudio empírico
reciente, contribuyendo de este modo a una mejor comprensión sobre
las articulaciones entre trabajo y ciudadanía en el Chile contemporáneo.
El estudio fue llevado a cabo con trabajadores de Santiago de grandes
254
y modernizadas empresas de la industria del retail, que ha crecido
fuertemente en las últimas décadas (supermercados, tiendas por
departamento, tiendas para mejoramiento del hogar, etc.). Se trata de un
sector que emplea gran cantidad de jóvenes y mujeres, que implementa
diversas estrategias de flexibilización (externa: diversidad de contratos,
externalización de funciones; interna: jornadas de trabajo y sistemas de
remuneraciones flexibles, polifuncionalidad, círculos de calidad, equipos
de trabajo, sistema “justo a tiempo”, implicación activa de los empleados,
movilización de nuevas destrezas subjetivas, etc.) (Calderón 2006; Díaz,
Ruiz Tagle, Aguilar & Frías 1999; Gálvez, Henríquez & Morales 2009;
PNUD 2009; Ramos 2009; Soto 2008; Stecher, Godoy & Toro 2010)4.
Más específicamente, el objetivo del estudio fue describir y com-
prender las formas de sociabilidad que construían los trabajadores de las
salas de venta de una gran cadena de supermercados en Santiago, y ana-
lizar cómo dicha sociabilidad incidía en la percepción de calidad de vida
laboral y en las posibilidades de ejercicio de ciudadanía en el trabajo5. En
base a la evidencia recogida en una investigación previa (Díaz, Godoy,
Stecher 2005), el estudio partía de la hipótesis de que la extendida te-
sis de una radical ‘corrosión de la sociabilidad’ en los espacios laborales
flexibles no daba cuenta adecuadamente de los matices y tensiones de los
escenarios de trabajo y tendía a invisibilizar la presencia de vínculos de
solidaridad, apoyo y amistad que, a pesar de los cambios señalados, emer-
gían y eran altamente valorados por los trabajadores.
Presentaremos aquellos resultados referidos más específicamente
a la relación entre formas de sociabilidad y posibilidades de ejercicio de
ciudadanía en el trabajo. El estudio adoptó una definición amplia de
la ciudadanía —recogiendo de este modo críticas planteadas a ciertas
4 Aunque los grandes grupos empresariales que constituyen la industria del retail en
Chile no representan la totalidad del comercio minorista, constituyen un empleador
importante. En 2006 1,3 millones de trabajadores(as) estaban ocupados en el sec-
tor del comercio (19,7% del total de ocupados(as)) y específicamente el sector retail
concentraba casi 1 millón de trabajadores(as) (15% del total de ocupados(as) (Durán
& Kremerman 2008)). Del millón de trabajadores ocupados en el retail, cerca de
500.000 eran asalariados, de los cuales 40% era empleado directo de los grandes gru-
pos empresariales (Durán & Kremerman 2008, Gálvez, Henríquez & Morales 2009,
MIDEPLAN 2006). En 2006 el sector retail aportó el 21,7% al PIB nacional, siendo el
rubro de supermercados el de mayor contribución en términos de ventas (26%).
5 La investigación lleva por título “Construcción de vínculos sociales en un con-
texto de flexibilización laboral y sus implicancias para la calidad de vida y el ejerci-
cio de ciudadanía, de trabajadores y trabajadoras del sector comercio en Santiago de
Chile”. Contó con el apoyo de la Universidad Diego Portales (C.G. N° 090325008) y
se desarrolló durante los años 2007 y 2008.
255
concepciones más restringidas del concepto (Espinosa 2005) —, que
consideró tres dimensiones: (i) acceso y respeto en tanto trabajador
individual a los derechos laborales y los derechos fundamentales; (ii)
sentidos de pertenencia e identidad colectiva que se construyen en el
trabajo; y (iii) vínculos asociativos que permiten desarrollar formas de
acción orientadas a la promoción y defensa colectiva de los derechos en
el trabajo. De acuerdo con esta concepción, se asumió que la ciudadanía
requiere y se asienta en las relaciones e interacciones informales que
establecen cotidianamente las personas, en los ámbitos de encuentro
donde puedan cultivar lazos de confianza y cooperación en torno a
intereses comunes (Güell 2001).
El estudio
256
Resultados
Formas de sociabilidad
Los principales hallazgos respecto de las formas de sociabilidad que
emergen entre los trabajadores consultados son los siguientes.
Las relaciones de tipo interpersonal entre compañeros de trabajo
ocupan un lugar relevante en las experiencias laborales de hombres y
mujeres. Más allá de las dificultades y presiones que impone el contex-
to laboral para la emergencia de estas relaciones —heterogeneidad de
condiciones laborales (en la misma sala de venta laboran trabajadores
que tienen diferentes empleadores, contratos, jornadas, salarios), inten-
sificación del trabajo, extensas y cambiantes jornadas, control de las
jefaturas, presión de los clientes— la mayoría de entrevistados establece
relaciones de apoyo y confianza con sus compañeros. Más aun, estas re-
laciones constituyen una de las fuentes más importantes de ayuda en la
realización de las tareas, de reconocimiento y satisfacción en el trabajo;
es decir, tienen positivas implicancias en la percepción de calidad de
vida laboral de los(as) trabajadores(as). Si bien existen diferencias entre
los trabajadores de las distintas secciones respecto a la relevancia otor-
gada a las relaciones que establecen con sus compañeros —siendo ma-
yor en el caso de las secciones donde predomina el trabajo rutinario, con
estrecho control de las jefaturas, bajas recompensas, exiguo prestigio y
baja autonomía decisional (cajeras, reponedores, aseadoras) — global-
mente es posible afirmar que existe una trama de relaciones informales
de compañerismo, y eventualmente amistad entre los entrevistados, que
es fuertemente valorada.
“Con el encargado de panadería muchas veces es viernes en la tarde
y me dice: ‘pucha, sabes que necesito tal cosa ¿me la puedes pedir
tú?’. Así, bien informal, porque yo ya me conozco el tejemaneje y él
me lo pide así como por teléfono. Y yo podría decir que con él soy
amigo. Él se muestra siempre muy agradecido de lo que le he ido
enseñando, bastante respetuoso, y somos bastante afables, nos salu-
damos de mano y abrazo. Con mis compañeros de sección también”
(Encargado panadería, jornada completa, 28 años).
257
La ciudadanía posible en el trabajo
258
“Aparte de todo el estrés que puede haber, igual existe el compa-
ñerismo. Por ejemplo, yo estuve quince días con licencia, cuando
volví me preguntaron cómo estaba, me llamaban por teléfono (…)
mis compañeras de caja, de otras secciones, no creía que me querían
tanto” (Cajera, part time, 25 años).
259
cadena), lo que también dificulta la construcción de una identidad colec-
tiva transversal de los trabajadores. El segundo principio es el “proceso de
mercantilización” (Yáñez 2004), que introduce principios de mercado al
interior de las organizaciones —la competencia (fáctica o ficticia) entre
trabajadores como mecanismo para aumentar la productividad, la esti-
mulación de logros individuales, el reforzamiento de los méritos perso-
nales—, que favorecen la fragmentación de intereses colectivos. El tercer
principio es la “falta de instancias colectivas”. Ha habido una eliminación
de instancias recreacionales organizadas en el pasado por la propia em-
presa que reunían a trabajadores de distintos turnos, secciones y locales,
generando un sentido de pertenencia e identificación con un amplio co-
lectivo de trabajadores. La eliminación de estas actividades, junto con la
disminución de pausas dentro de la jornada de trabajo que permitían,
además del descanso, un intercambio más informal entre los trabajadores,
ha contribuido a acentuar una experiencia más individualizada y aislada
del trabajo; (iii) el temor a perder el empleo es uno de los elementos más
importantes que inhibe la generación de instancias de encuentro y la falta
de una organización colectiva más estable y permanente. “No llamar la
atención ni meterse en problemas” parece ser un leitmotiv para muchos
que ven en el despido una amenaza permanente; (iv) la devaluada imagen
social que reciben estos trabajadores de sus familias, amigos y conoci-
dos, que no contribuye a generar sentidos de identificación virtuosos y
positivos que remitan a un colectivo mayor. Algunas entrevistadas seña-
laban que los “trabajadores de supermercado” eran vistos como los más
explotados, de más bajo nivel social y cultural, de menor preparación.
Esta depreciada imagen que les devuelve la sociedad puede expresar cier-
ta sensibilidad social respecto de sus malas condiciones de trabajo. No
obstante, ello no es percibido por los trabajadores como una muestra de
comprensión o respaldo social, sino de conmiseración o lástima, que ali-
menta esta imagen social devaluada.
“Fuimos al médico y me preguntó la doctora ‘¿dónde trabaja usted?
Porque se ve súper cansada’ (…) y yo le dije soy reponedora de su-
permercado. ‘Ay, pobrecita —me dijo— sabe que le vamos a regalar
los medicamentos’ (…) Es la primera vez que me siento mal [de
que me digan] pobrecita (…) Yo creo que dentro del nivel social
somos los más mal pagados y pobrecitos por las jornadas laborales
que tenemos. Es una conciencia de todo el mundo que las jornadas
laborales que tenemos son infernales, que el Año Nuevo, Pascua,
Navidad, el comercio tiene que estar abierto” (Reponedora interna,
jornada completa, 34 años).
260
Lo señalado acentúa las dificultades para generar sentidos virtuosos de
pertenencia e identificación colectiva entre los trabajadores; permite en-
tender los acotados sentidos de pertenencia que generan con su grupo
de cercanos, el hecho que algunos se sientan más identificados y satisfe-
chos con sus particulares funciones u oficio que con el conjunto mayor de
personas con quienes desempeñan dichas tareas, y mucho menos con el
hecho de ser trabajadores de supermercados.
261
que ellas los van a defender (…) en cambio, cuando uno no está en
el sindicato, encuentro que uno está desprotegido, porque no conoce
sus derechos, no sabe quién lo puede ayudar y dice ‘y si hablo capaz
que me reten’” (Cajera, 25 años, jornada completa).
A modo de conclusión
262
desplegado; las mismas suelen remitir a identificaciones bastante
acotadas y cambiantes que parecieran dificultar la construcción de
sentidos de pertenencia y vínculos asociativos de más largo plazo y
mayor envergadura. De acuerdo con esto, es posible plantear que los
efectos de la sociabilidad cotidiana parecen ser mucho más positivos en
la calidad de vida laboral percibida por los(as) trabajadores(as) que en el
ejercicio de ciudadanía. Esta constatación empírica permite matizar y
problematizar la tesis de la“corrosión de la sociabilidad” en los entornos
laborales flexibles. Si bien parece ser que las formas de sociabilidad
que emergen en contextos como la sala de venta de un supermercado
no favorecen la construcción de fuertes y permanentes identidades y
formas de acción colectiva orientadas a la defensa de los derechos de los
trabajadores, esto no debe llevar a desconocer o invisibilizar la existencia
de tramas de relaciones de apoyo, amistad y compañerismo que son
altamente valoradas por los trabajadores y —como hemos señalado—
constituyen una de las fuentes de apoyo, gratificación y reconocimiento
más importantes dentro de la cotidianidad laboral.
Un segundo aporte tiene que ver con una comprensión de la ciu-
dadanía en el ámbito laboral desde una concepción integral y en estrecha
relación con la sociabilidad. Es decir, entender la ciudadanía como acceso
y respecto de derechos laborales y derechos fundamentales, como sentido
de pertenencia e identidad compartida y como vínculos asociativos que
conducen a acciones colectivas. Desde esta aproximación asumida por el
estudio, las redes de vínculos formales e informales que cotidianamente
construyen las personas cobran importancia como bases donde se puede
asentar la ciudadanía. Es esta sociabilidad la que puede ayudar a construir
sentidos de reconocimiento y de pertenencia, y eventualmente a generar
vínculos asociativos y formas de acción colectiva. Este tipo de aproxi-
maciones puede enriquecer los análisis que se desarrollen respecto a las
implicancias de las actuales formas de organización de la producción y
las relaciones laborales en el ejercicio de la ciudadanía en el trabajo, rele-
vando tanto aquellos aspectos relativos al acceso a derechos garantizados
por el orden jurídico (derechos laborales, derechos fundamentales), como
aquellas dimensiones de corte sociocultural (individualización, descolec-
tivización, cambios en la sociabilidad) que resultan también fundamen-
tales para comprender los límites, alcances y posibilidades del ejercicio de
la ciudadanía en el trabajo.
263
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265
John Wayne y la república del trabajo:
Reconfiguración de la identidad laboral en el Chile neoliberal
267
Mi intención en este artículo es determinar la extensión de la in-
dividualización, así como los beneficios y alcances del concepto para el
estudio de las identidades del trabajo. Me interesa destacar la individua-
lización no ya como fenómeno causal agregado, externo a las situaciones
de trabajo, sino como modelo explicativo de las identidades que emer-
gen desde los discursos que los individuos elaboran. De otro modo, y
a no ser que la identidad devenga en una unidad homogénea reflejo de
un mercado también homogéneo, inferir las identidades desde una in-
dividualización externa acarrea la falacia ecológica que explica las pre-
ferencias individuales desde una variable agregada constante con efectos
indeterminados. Por el contrario, la individualización, como modelo que
define una identidad construida por individuos localizados en situaciones
laborales específicas, abre las posibilidades para introducir modelos de
identidad alternativos.
Identidad e individualización
268
del riesgo. Es un fenómeno que, según Beck, liberaría al individuo (de
la clase, el estatus, los roles género, entre otros) para confrontarlo con
su propia biografía. El individuo deviene en la unidad de reproducción
y en este sentido deviene en un individuo reflexivo que asume tanto el
“hágalo-usted-mismo” como la autenticidad para con uno mismo (Beck
1992, 2000, 2002).
La individualización, sin embargo, no constituye necesariamente
un proyecto congruente sino que un proceso en disputa y cuya influencia
en los modelos de identidad no es necesariamente consistente. Puede
devenir hegemónico a pesar de las barreras de clase o género, o generar
un efecto solo secundario en los modelos de identidad en comparación
con variables que pareciesen superadas (como la familia o el género), pero
que resultan más significativas para la construcción de identidad (Skelton
2005; Wajcman y Martin 2001, 2002). Entendida de este modo, la in-
dividualización es un modelo de identidad cuyo contenido está sujeto a
disputas de validez, en que la autonomía constituye una posibilidad pero
no una certeza.
269
1981; OIT 1998). El giro revolucionario de la dictadura y los gobiernos
de transición no estuvo solamente en el retroceso institucional del trabajo
hasta entonces organizado a través de la figura del trabajo típico (Palacios
y Cárdenas 2008), sino también en su deslegitimación política.
Ya iniciada la transición a la democracia se introdujeron reformas a
la legislación del trabajo que pretendían corregir algunas desigualdades que
favorecían a los empleadores: se incrementa la indemnización por años de
servicio, limitándose las atribuciones de los empleadores; se extiende la li-
bertad sindical; se introducen disposiciones contra la discriminación y sobre
la responsabilidad de los empleadores en la contratación de contratistas y
subcontratistas. Sin embargo, estas reformas no implicaron una reformula-
ción del rol subsidiario del Estado (Nuevo Código del Trabajo, 1998). Si a
ello se le suman las características estructurales del mercado del trabajo, las
modificaciones legales a su institucionalidad tuvieron un alcance limitado.
Durante este período los sindicatos pierden representación disminuyendo
el promedio de trabajadores por sindicato desde 68.5 en l990 a 39.4 en el
año 2003 (Cárdenas 2005). El porcentaje de trabajadores laborando sin
contrato se incrementa desde el 17.6% en 1990 al 28.4% para el año 2000,
mientras la figura del contrato temporal se incrementa desde el 11.1% en
1994 al 19.9% en el año 2000 (CASEN 1990, 2000).
Tomando como contexto las transformaciones reseñadas con an-
terioridad, parte importante de las Ciencias Sociales asumió como con-
secuencia natural la emergencia de una nueva ética de trabajo en la que
coincidirían el consenso empresarial, una apología del ciudadano-con-
sumidor y del trabajador implicado y accionista, todos temas ya publici-
tados a fines de la década de 1980, pero que carecían entonces de legi-
timidad. El argumento de fondo se amparaba en la tesis que la sociedad
chilena habría experimentado una desinstitucionalización que explicaría
tanto el distanciamiento de los ciudadanos de la esfera pública como el
distanciamiento del trabajo respecto de sus anteriores imaginarios co-
lectivos. La conclusión respecto al mundo del trabajo se traducía en su
definición como un espacio útil solo para la prosecución de metas indivi-
duales. Según Abarzúa (1993), los cambios introducidos por la Dictadura
Militar en la institución del trabajo generaron una identificación con la
empresa antes que una comunidad o identidad de trabajo, a través de una
suerte de implicación ideológica con los valores de la misma, o por medio
de la sanción o el salario. Moulian apuntaba a que dichas transformacio-
nes explicarían la explosión de la idea de empresarialidad en el mundo
del trabajo entendida como la gestión de los trabajadores de sus propios
activos laborales (Moulian 1997, 1998). Las relaciones interpersonales
en la empresa se basarían en una relación de compañerismo meramente
270
formal, aparentando cercanía o amistad, pero limitadas a ser una forma
de expresión sin contenido afectivo (Rodríguez et al. 1999).
Ciertamente no toda la sociología asumió con pesimismo y como
un dato de la realidad el fin del trabajo. Los trabajos de De Laire (1999a,
1999b) consignan precisamente que la reorganización de los procesos
de trabajo no condujo necesariamente al vacío laboral, puesto que las
culturas obreras no constituyen conglomerados homogéneos. Stillerman
(2004) ha relevado la flexibilidad laboral como un proceso aún en disputa
con un mundo obrero que hace de la solidaridad de clase una estrategia
de resistencia frente a la modernización.
Sin embargo, no es hasta recién entrado el siglo XXI que las
Ciencias Sociales en Chile capturan el concepto de individualización,
fundamentalmente después del trabajo de Robles acerca de la exclusión
social de las mujeres jefas de hogar y la fractura de las estructuras familia-
res tradicionales. A partir de este estudio, Robles trazará una distinción
entre la individualización como un proceso de autoconfrontación del Yo
en sociedades que disponen de seguridad social al interior del Estado de
bienestar y la individuación como un proceso de autoconfrontación en
condiciones de trabajo precario y de exclusión propias de un capitalismo
periférico desregulado (Robles 1999).
Siguiendo la distinción elaborada por Robles, Figueroa (2003)
planteaba a partir de su estudio sobre desempleo que la individualización
en Chile se encontraría atada a un aspecto de este fenómeno como es
su realización en base a la participación de los mercados, haciendo del
esfuerzo individual la medida de valor. En términos similares, Palacios y
Cárdenas (2008) sostenían que la individualización en el trabajo se ex-
presaba fundamentalmente como precarización a través del incremento
de jornadas de trabajo temporales y relaciones laborales sin protección
social. El PNUD (2002) daba cuenta del carácter ambivalente de la indivi-
dualización, en que las identidades colectivas (de clase, religiosas o políti-
cas) han dado paso a una identidad en que el Yo se libera de las obligacio-
nes de la cultura tradicional y el autoritarismo, al tiempo que se enclava
en la búsqueda del éxito como medida de presentación de un individuo
que produce al margen de la cooperación; una individualización frustrada
(o individuación) que demanda autenticidad, pero desconfía del otro.
Metodología
271
países y que estudia una amplia gama de valores, intereses y actitudes. El
diseño de la encuesta corresponde a un muestreo probabilístico trietápico
de individuos mayores de 18 años. La encuesta ha ampliado su cobertura
considerablemente desde 1981 —cuando contaba con una muestra para
21 países— al 2005, con una muestra de 58 países.
El WVS toma como población a todo individuo independiente-
mente de su relación con el mercado del trabajo, ya sean desempleados,
jubilados, trabajadores a jornada parcial, jornada completa, estudiantes o
dueñas de casa. Para un análisis de las identidades del trabajo la encuesta
presenta por lo menos tres sesgos. En primer lugar, no considera a la po-
blación menor de 18 años y que sí participa del mercado de trabajo. En
segundo lugar, puesto que el cuestionario pregunta acerca de la principal
ocupación de los individuos, asume que la población que se define como
estudiante no participa en el trabajo remunerado. En tercer lugar, asume
que todo trabajo doméstico excluye situaciones de mercado. Para sub-
sanar estos sesgos sin incurrir en la administración de un nuevo instru-
mento, estimo una submuestra intencional no probabilística correspon-
diente a aquellos individuos que participan del mercado del trabajo, ya
sean cuentapropistas, trabajadores a jornada parcial o jornada completa o
desempleados. Es una submuestra no aleatoria, pero que utiliza unidades
de análisis que, aunque no sean perfectas, sí son más homogéneas (pobla-
ción trabajadora) que las del WVS tomado como conjunto.
El análisis de la encuesta se basa en un tipo particular de análisis fac-
torial conocido como análisis de componentes principales (ACP). La bondad
del método es que no asume un modelo estadístico subyacente, lo que lo
hace particularmente fructífero para un estudio con los límites de diseño ya
mencionados. Es un método que se ha usado profusamente para la estima-
ción de tipologías, puesto que pretende estimar la varianza de un conjunto
“p” de variables para reducirlas a un número “k” de componentes (Dunteman
1989). Ya Triandis lo utilizó para el análisis del individualismo y el colectivis-
mo, y Furnham para definir una ética del trabajo (Romero 2005). Así, como
los tipos heurísticos buscan reducir la complejidad, mi uso del ACP pretende
agrupar las intenciones individuales en modelos de identidad.
272
Es en este contexto que los individuos elaboran y significan su
concepto de trabajo al interior de las esferas de interés agrupadas en torno
a un vector que se explica desde el interés público (agrupado alrededor
de la política) y otro que se explica desde el interés privado (espacio de la
vida doméstica).
Mientras que el interés público, en importancia decreciente desde
el inicio de la transición a la democracia, está compuesto por la importan-
cia de la política, las amistades —como esfera mediata de confianza— y
el tiempo libre; el interés privado ya dominante entrado el siglo XXI se
explica por la importancia que los individuos le asignan a la familia, el
trabajo y la religión. Paralelamente, la misma participación de los mun-
dos público y privado cambia su distribución al interior de los modelos,
puesto que el ocio se desplaza finalmente desde su ubicación al interior
de la esfera de interés público al privado. El interés público se valoriza
como un espacio de conversación, pero no de deliberación. Es un espacio
en que la política convive con las amistades y el tiempo libre, mientras
que el mundo privado pasa a definirse por la familia, la religión y el tra-
bajo. En términos de significado, la individuación posicionó al trabajo
en el dominio de normas y roles convencionales del mundo familiar que
actúa también como fuente de recursos individuales. La esfera de interés
que valorizaba el espacio deliberativo de lo político, que con anteriori-
dad concentraba la atención de las preferencias individuales, es despla-
zada paulatinamente por la hegemonía, al menos discursiva, del interés
privado.
Tabla Nº1:
Análisis factorial: interés público (ipu) e interés privado (ipr)
Coeficientes y % de la varianza, 1990-2005
273
Identidad del trabajo
274
Para el año 1996 los componentes que emergen al momento de desta-
car los diferentes aspectos relevantes del trabajo están anclados en tres
modelos identitarios. El primer modelo se define por la suma de sus
elementos antes que por el peso específico de alguno de ellos. Lo defino
como un modelo de estatus que apela a una racionalidad valorativa en
que el prestigio y las relaciones de autoridad son las variables a destacar,
que expresan un interés por los beneficios (vacaciones) asociados con las
posiciones de poder (responsabilidad). El modelo individuado, en tanto
apela a una racionalidad instrumental que define el trabajo como ex-
presión monetaria y a individuos que, usando una expresión de Simmel,
decididamente evitan los compromisos (Wolff 1964). Es una identidad
que podría expresarse en un individuo que “marca tarjeta”, espera una
retribución y valora su espacio. El tercer modelo, que lo defino como
un modelo expresivo de identidad, busca en el trabajo un espacio para
la realización individual o crecimiento personal; un sistema de valores
que contiene elementos de individualización o postmodernización en
que la realización del Yo implica un deber de autenticidad para con uno
mismo (Beck, Beck-Gernsheim 2002; Inglehart 1997).
Tabla Nº3:
Análisis factorial
Identidad del trabajo, 1996
Modelo de Modelo Modelo
Status Individuado Expresivo
Buena paga -.128 .665 .077
Sin presiones .281 .570 -.015
Seguridad -.179 .548 .408
Empleo respetado .576 .041 .130
Buen horario .274 .680 .070
Oportunidad de tomar iniciativas .580 -.094 .386
Buenas vacaciones .596 .442 -.222
Sentir que se logra algo .162 .040 .797
Empleo con responsabilidad .635 .104 .350
Empleo interesante .332 .346 .490
Adecuado a las capacidades de
.581 .068 .011
cada uno
% de la Varianza 19.1 17.0 12.6
Método de extracción: Análisis de componentes con rotación Varimax
Fuente: Véase Tabla Nº1
275
Para el año 2000 las identidades del trabajo se explican a partir de tres
modelos que reinterpretan los modelos anteriores. El primer modelo con
mayor poder explicativo es el modelo bricoleur. La idea de un modelo
bricoleur fue originalmente desarrollada por Martin (1998) basándose
en el trabajo de Lévi-Strauss (1968) para referirse al perfil profesional
de un trabajador y que yo adapto para el análisis de las identidades. Este
modelo define a un individuo que apela al trabajo como una instancia de
conocimiento y experiencia que recoge la creatividad y autenticidad de la
individualización, en que la carrera laboral se imbrica con la realización
personal. El segundo modelo, usando la ya clásica distinción entre metas
y normas desarrollada por Merton (1968), lo defino como un modelo
ritualista que se escinde del modelo individuado del período anterior para
pasar a definir una identidad que se retira al interior del trabajo y cuya
valorización se realiza precisamente por sus beneficios fuera del mundo
laboral. El tercer modelo individuado en cierto sentido purifica el mismo
modelo del período anterior, pero explicado a partir de una racionalidad
instrumental tradicional anclada en la idea de mercados del trabajo esta-
bles. Es un modelo que busca beneficios absolutos y certezas individuales
en un contexto de desregulación. No es un modelo emprendedor puesto
que no arriesga, no moviliza sus activos ni persigue la realización del Yo
al interior del espacio de trabajo.
Tabla Nº4:
Análisis factorial
Identidad del trabajo, 2000
Modelo Modelo Modelo
Bricoleur Ritualista Individuado
Buena paga .115 -.012 .852
Sin presiones .161 .681 .092
Seguridad .116 .273 .676
Empleo respetado .533 .348 .100
Buen horario .176 .766 .044
Oportunidad de tomar iniciativas .633 .184 .119
Buenas vacaciones .156 .750 .138
Sentir que se logra algo .706 .003 .010
Empleo con responsabilidad .705 .235 .089
Empleo interesante .630 .209 .090
Adecuado a las capacidades de cada uno .544 .051 .072
% de la Varianza 22.5 17.6 11.4
Método de extracción: Análisis de componentes con rotación Varimax
Fuente: Véase Tabla Nº1
276
Conclusión
277
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280
Calidad de vida laboral y sentidos del trabajo
en operarios de supermercados en Santiago de Chile
Introducción
281
objetivo de este capítulo es mostrar la diversidad de sentidos del trabajo
que tienen cabida en este espacio y sus implicancias para la calidad de
vida laboral de los trabajadores, poniendo foco para ello en las formas en
que se manifiestan las identidades laborales y en las relaciones sociales
que establecen los trabajadores entre sí4.
De este modo se pretende aportar a la comprensión del proceso
a través del cual la transformación estructural objetiva de un escenario
laboral (producto de las tendencias modernizadoras y flexibilizadoras) se
traduce en cambios en la experiencia subjetiva y psicosocial del trabajar, y
en las formas de construcción reflexiva y narrativa de la propia identidad
psicosocial y laboral (Blanch, 2006).
Diversos estudios señalan el modo cómo los procesos de precariza-
ción laboral, desempleo y exclusión del trabajo, pero también las nuevas
formas flexibles de organización del trabajo, están debilitando el lugar
tradicional que este ha tenido como eje de procesos psicosociales como
el reconocimiento, la integración social y la construcción de identidades
(Beck 2000, Sennett 2000). Los trabajos de Yáñez (2004), Soto (2008),
López, (2008), Ramos (2009), Echeverría y López (2004), Díaz, Godoy
y Stecher (2005) dan cuenta de la presencia y las formas de estos proce-
sos para el caso de Chile y sus efectos en la experiencia de los trabaja-
dores y trabajadoras. Sin embargo, a pesar de los importantes cambios
que han implicado dichos procesos, la experiencia laboral sigue siendo
relevante para los trabajadores en la medida que esta (más allá de los
cambios socio-productivos) sigue constituyendo, por una parte, una de
las principales fuentes de reconocimiento, inserción social y soporte de
los proyectos de realización personal y familiar —el continuo expresivo
del trabajo— como, por otra, una experiencia altamente exigente, desgas-
tante, restrictiva e invasora de los otros ámbitos de la vida (la dimensión
instrumental del trabajo) (Hopenhayn 2001; Guzmán & Mauro 2004;
Morris 2002; Tolfo, Coutinho, Baasch & Cugnier 2011). Este signifi-
cado “tensionado” entre un polo positivo y otro negativo se ubica en un
lugar de este continuo dependiendo de los recursos simbólicos, culturales,
sociales y económicos de cada persona o grupo, y contribuye de manera
significativa a comprender los sentidos distintos atribuidos al trabajo por
parte de los hombres y mujeres trabajadoras.
282
Los sentidos del trabajo menos instrumentales y más cercanos a
su polo expresivo se sustentan en gran medida sobre la sociabilidad po-
sible en el entorno laboral así como sobre la posibilidad que ofrecen los
puestos de trabajo de configurar identidades laborales más o menos per-
filadas y socialmente valoradas, de modo tal que estos ámbitos de sentido
del trabajo resultan ser factores relevantes para apreciar la forma cómo
las personas viven su cotidianeidad en el ambiente laboral y cómo este
contribuye o no a su desarrollo integral y a su integración como sujetos
partícipes de la sociedad. Este campo de connotaciones de la vida laboral
es el que recoge el constructo de calidad de vida laboral, tal como ha sido
formulado por diversos autores (Segurado & Agullo 2002; Fernández
& Giménez 1988; Espinosa & Morris 2002). Este constructo incorpo-
ra componentes objetivos y subjetivos de las condiciones de trabajo que
confluyen para determinar diferentes niveles de satisfacción con la ex-
periencia laboral que hacen que los trabajadores se posicionen en una
situación de bienestar o malestar. De este modo, entendemos los senti-
dos del trabajo en los que ponemos foco en este capítulo —sociabilidad
e identidades laborales— como elementos subjetivos constitutivos de la
calidad de vida experimentada por los trabajadores.
Un recurso analítico pertinente, en pos de apreciar la calidad de
vida laboral en el supermercado, es la estimación del grado diferencial
de exposición a aquellas condiciones adversas que la literatura especia-
lizada denomina de “riesgo psicosocial” en las distintas secciones en las
que se organiza el trabajo en la sala de ventas. En ese ámbito de inves-
tigación destacan dos modelos teóricos que cuentan con amplio apoyo
y difusión, los de demanda / autonomía / apoyo social de Karasek y
Theorell (1990), y de desequilibrio esfuerzos / recompensas, de Siegrist
(1996; 2000). El primer modelo plantea que una organización del tra-
bajo caracterizada por alta exigencia laboral acompañada de baja au-
tonomía decisional produce tensión psíquica, la que se modera por la
presencia de apoyo social de compañeros y jefes. El segundo modelo,
por su parte, plantea que surge tensión psíquica cuando el trabajador
percibe que sus esfuerzos no son proporcionalmente retribuidos (reco-
nocimiento, salario, posibilidades de desarrollo). Ambos modelos han
reunido evidencia consistente para afirmar que los estados prolongados
de tensión psíquica afectan la calidad de vida de los trabajadores y son
predictores de sintomatología y enfermedades de diverso tipo. La perti-
nencia de este enfoque analítico resulta consistente para los objetivos de
este capítulo en cuanto las dimensiones de apoyo social y de reconoci-
miento guardan estrecha relación de proximidad, respectivamente, con
los conceptos de relaciones sociales en el trabajo y de identidad laboral,
283
aspectos constitutivos de la calidad de vida laboral sobre los cuales que-
remos poner acento.
Así, estamos comprendiendo la calidad de vida laboral como un
resultado de las condiciones objetivas y subjetivas del entorno laboral. Las
primeras refieren a aspectos físico-ambientales y estructurales, tales como
las formas de organizar el trabajo. Estas condiciones objetivas exponen a
los trabajadores de manera diferencial a riesgos psicosociales, posibilitan
o dificultan ciertas formas de sociabilidad entre ellos y dan lugar a expe-
riencias, sentidos e identidades laborales que contribuyen a configurar la
dimensión subjetiva de la calidad de vida del trabajo.
Para concluir esta introducción, señalamos que los conceptos pro-
puestos, así como el modelo de relaciones entre ellos, sitúa este capítulo
en la línea de los estudios de una psicología del trabajo y de las organiza-
ciones que se orienta —desde posturas crítico-hermenéuticas—, a com-
prender la experiencia laboral y a entender los procesos psicosociales que
configuran la calidad de vida en el trabajo. Ello de cierta manera distan-
cia el análisis que presentamos de aquella psicología laboral que, en sus
inicios, orientó predominantemente sus objetivos —con una perspectiva
positivista— hacia los aspectos económicos y adaptativos del comporta-
miento del trabajador (Quijano de Arana 1993).
Metodología
Resultados
Dos son los aspectos más relevantes que surgen del análisis de las entre-
vistas y que permiten comprender de una manera sintética las experien-
cias laborales que se dan en el medio estudiado.
En primer lugar, en relación a las condiciones de trabajo, se observó
que la sala de venta de un supermercado es un espacio internamente
284
diferenciado, donde la división por áreas especializadas (secciones
de verduras, cajas, carnicería, panadería, fiambrería, pescadería, etc.)
implica condiciones y experiencias de trabajo claramente distintas.
Por una parte, significan distintas funciones, salario y modalidades de
ejercicio del trabajo; por la otra, distintas posiciones en una jerarquía
de prestigio y reconocimiento social, distintos grados de autonomía,
oportunidades y modos diferentes de interacción con compañeros,
clientes y jefaturas. Incluso configuran identidades laborales de distinta
solidez y consistencia. Junto con ello, se presentan densas tramas de
sociabilidad informal que aparecen valoradas muy positivamente en
términos de apoyo, compañerismo y amistad, y que tienen un rol muy
significativo al momento en que los trabajadores evalúan su calidad de
vida laboral en el supermercado. Esta sociabilidad constituye un soporte
para enfrentar la demanda y presión del trabajo en un contexto donde
existe una conciencia de ser “explotado”, poco valorado y utilizado en
aras de la ganancia de la organización. Así, las relaciones con los otros
son una posibilidad de alivio ante la racionalización instrumental de
lo cotidiano, una posibilidad de establecer “mundos de vida” que, aun
siendo fragmentarios y discontinuos, resultan significativos en el marco
del predominio de las lógicas funcionales que impone la organización del
trabajo. Estas relaciones operan como un soporte cotidiano para hacer
del trabajo una experiencia más agradable y satisfactoria, para sentirse
apoyados frente a situaciones conflictivas y, en ocasiones, para facilitar la
articulación familia-trabajo.
En lo que sigue se hará una descripción más detallada de estos
dos hallazgos, dando cuenta de cuatro secciones del supermercado y del
modo como cada una de ellas supone particulares formas de experiencia
laboral y de calidad de vida laboral de sus operarios, aspectos que, como
veremos, están fuertemente ligados al tipo de sociabilidad y a las posibi-
lidades de afirmación de una identidad de oficio que tiene cada sección
en el espacio de la tienda.
285
emocional (Hochschild 1983; Leidner 1999; Du Gay 1992) y con más
control permanente por parte de la supervisión. A pesar de la proximi-
dad física, los contactos con sus compañeras son muy ocasionales y casi
exclusivamente de carácter funcional. El testimonio de una cajera ilustra
lo señalado:
“Un trabajo exigente, exigente y cansador psicológicamente. Te exi-
gen por ejemplo estar con la cara sonriente y siempre amable, y can-
sador en el sentido de los clientes que siempre pelean por todo, por
los precios… nosotros somos, como se dice, el rostro de la empresa,
porque todo lo que sale pasa por las cajas y uno tiene que estar ahí
sonriendo buenas tardes, buenos días y estar y poner la cara...” (Ca-
jera, part time, 25 años).
5 Nos referimos a las identidades en el trabajo tal como han sido tratadas por Dubar
(2001). Él distingue las identidades de oficio como las formas históricas más duraderas
de identificación colectiva en torno a un lugar en la estructura social jerarquizada. La
modernidad industrial y el desarrollo del capitalismo desplazan estas identidades de tipo
cultural y corporativo por el predominio de identidades instrumentales derivadas del
trabajo asalariado, de modo tal que la identidad de oficio se va constituyendo en cierto
modo como una identidad resistente, que luego, como resultado de la especialización
fordista, se revaloriza y reinstala como un vestigio de su sentido tradicional.
286
pasan todo el día sentadas. Opiniones que dan cuenta del desperfilamiento
y la falta de reconocimiento de este puesto de trabajo.
287
Lo interesante de este grupo es que permite ilustrar con claridad —por
contraste con cajeras, reponedores y aseadoras—, el modo cómo la perte-
nencia a diferentes secciones supone condiciones y experiencias laborales
muy distintas para los trabajadores de la sala de venta de un supermer-
cado, demostrando que actualmente ciertos entornos de trabajo flexibili-
zados se caracterizan por importantes grados de heterogeneidad y por la
coexistencia de diferentes lógicas laborales.
288
prestigio. Carniceros, panaderos, fiambreros, pescaderos, al estar dotados
de una marcada identidad de oficio, despliegan en su quehacer grados
de autonomía decisional que pueden convertir en virtuosas las fuertes
demandas de la tarea propias del entorno intensificado. Es posible hipo-
tetizar que algún grado de esta autonomía decisional se traspasa al resto
del personal de estas secciones, en tanto se cultiva al interior de ellas una
suerte de aprendizaje del oficio que tiene como objetivo —más o menos
ilusorio, considerando los índices de rotación— el convertirse algún día
en maestro. Tanto la disposición física de estas secciones como su orga-
nización sociotécnica generan permanentes posibilidades de interacción
intrasección sobre la base de las necesidades funcionales de trabajo en
equipo. El tratarse de puestos de mayor especialización, que requieren de
calificación, que otorgan un sentido e identidad de oficio y que propor-
cionan reconocimiento y una retribución económica relativamente ma-
yor, hace que las características mismas de la tarea de estos trabajadores
les provean de fuentes de satisfacción de las que carecen muchos de sus
compañeros de trabajo en el supermercado. En este contexto, la sociabili-
dad parece jugar un rol menos decisivo como factor de la calidad de vida
laboral, en relación a lo que sucede, como veremos, en secciones menos
especializadas y menos prestigiosas (cajeras, reponedores, aseadoras).
En el polo opuesto a los “maestros” del supermercado podemos
ubicar a la sección cajas. El trabajo de las cajeras se caracteriza por la
exposición a una demanda de tareas complejas que implican interacciones
múltiples (clientes y jefaturas, principalmente) para cuyo cumplimiento
deben ceñirse a procedimientos que no dejan espacio a la iniciativa
autónoma, donde las posibilidades de modificar los ritmos impuestos son
muy escasas o inexistentes, y donde están sometidas constantemente a una
supervisión estrecha. Todo ello configura un escenario de alto esfuerzo y
escasas recompensas en que las oportunidades de sociabilidad durante
la jornada laboral son muy raras, ya que las cajeras no pueden, sino
excepcionalmente, desplazarse y abandonar su posición. La inmovilidad a
la que están sujetas a lo largo de su turno hace que los contactos informales
que establecen sean predominantemente breves diálogos funcionales con
clientes y con compañeras más cercanas. Por otra parte, siendo una sección
de atención directa y permanente al público, el flujo de clientes determina
la menor o mayor intensidad del trabajo, así como las menores o mayores
posibilidades de establecer conversaciones más informales con colegas,
las que son valoradas en muchos sentidos como la única posibilidad de
apoyo y reconocimiento.
En el caso de los operarios de la sección de vegetales la polifun-
cionalidad es experimentada en forma más naturalizada e incluso tiene
289
atisbos positivos, en tanto les permite poner a prueba distintas habilida-
des y destrezas. El hecho que en sus tareas deban combinar desde el des-
pliegue físico (cargar mercadería) hasta ciertas demandas mentales (llevar
la bitácora, el manejo de la balanza y el control de precios), constituye
una característica teóricamente deseable en el diseño de puestos (la cara
positiva de la polifuncionalidad). Cierto grado de autonomía en decidir el
orden y ritmo de algunas de las tareas y la supervisión relativamente dis-
tante configuran condiciones más favorables que las de otros trabajadores
del supermercado. En relación a la posibilidad de generar vínculos, la
misma autonomía relativa y el constante desplazamiento requerido para
el desempeño de sus tareas hace que el operario de verdulería despliegue
una sociabilidad amplia y gratificadora, tanto entre colegas de la misma
sección como de otras secciones. En cuanto al equilibrio entre esfuerzos
y recompensas, este puesto de trabajo llama la atención en tanto registra
una alta intensidad de exigencias físicas y mentales, no obstante, a dife-
rencia de otras ocupaciones al interior del supermercado, no se manifies-
tan en los relatos de estos trabajadores quejas especialmente fuertes en
cuanto a trato injusto o falta de reconocimiento.
Los reponedores, en cierto sentido, tienen una situación similar a
aquella de los operadores de la sección de vegetales, en tanto su puesto
de trabajo se caracteriza por una constante movilidad que les propor-
ciona frecuentes oportunidades para establecer relaciones interpersonales
informales. El hecho que sean en su mayoría jóvenes facilita que apro-
vechen estas oportunidades generando relaciones amistosas y cordiales
entre ellos, las que son muy valoradas y las que muchas veces se prolongan
fuera del trabajo. Por otra parte, las tareas que desarrollan les plantean
importantes exigencias físicas, de modo que parece ser el grupo de tra-
bajadores más expuesto a la fatiga muscular. Sin embargo, a diferencia de
quienes trabajan en la sección vegetales, la condición de estos trabajado-
res con bajo nivel de calificación los ubica en el estrato inferior del pres-
tigio al interior de la organización, objeto de un trato poco considerado
y de una supervisión estrecha, y escasa o ninguna autonomía decisional.
Estamos en presencia de un puesto de trabajo claramente marcado por
la asimetría entre esfuerzos y recompensas. En el caso específico de los
reponedores externos, las exigencias físicas y mentales del cargo se ven
aumentadas por el hecho de enfrentar cotidianamente las instrucciones
que emanan de hasta tres jefaturas distintas: la empresa que los contrata,
la jefatura interna del supermercado y el supervisor de la(s) marca(s) de
productos con los que trabajan.
Es interesante notar que en las secciones en las cuales los traba-
jadores están más expuestos a condiciones adversas —cajeras, vegetales,
290
reponedores, aseadoras—, el lugar asignado a la sociabilidad parece ad-
quirir mayor relevancia. Precisamente en puestos de trabajo cuyas fun-
ciones son rutinarias, algunos con fuerte presión de tiempo y demanda
física, con escaso o nulo espacio para ejercer autonomía decisional, y con
control estrecho por parte de supervisores, el tejido de relaciones gratas
entre compañeros se vuelve enormemente relevante como factor amorti-
guador, compensatorio de las insatisfacciones y molestias que provoca el
trabajo. Se trata de puestos de trabajo que, a diferencia de lo que sucede
entre carniceros, fiambreros y panaderos, otorgan bajas recompensas y
exiguo reconocimiento. Cajeras, reponedores y aseadoras reciben salarios
más bajos en relación a los que reciben carniceros o fiambreros, expresan
con frecuencia un sentimiento de subvaloración e incluso de menosprecio
y tienen identidades laborales más débiles y difusas.
De acuerdo con ello, los vínculos informales que establecen los
trabajadores entre sí juegan un rol compensatorio y mitigador —de allí
la figura de la sociabilidad como un bálsamo— frente a precarias y difíci-
les condiciones de trabajo, pudiendo hipotetizar que mientras peores son
estas, más centralidad adquieren en la valoración subjetiva que hacen los
trabajadores de sus empleos, las relaciones interpersonales que establecen
con los pares, la densidad y calidad de los vínculos que logran generar y
mantener.
Reflexiones finales
291
identidad de oficio que si bien están tensionadas por las formas flexibles de
organización del trabajo (polivalencia, polifuncionalidad, etc.) mantienen
un lugar en el espacio del supermercado y juegan un rol importante en la
calidad de vida de los trabajadores.
En tercer lugar, constatamos que así como la sociabilidad emer-
ge cumpliendo una función amortiguadora de las difíciles condiciones
laborales, especialmente en aquellas secciones de peores condiciones de
trabajo, de modo similar el prestigio asociado a la identidad laboral opera
como un factor compensador de las experiencias de desequilibrio entre
esfuerzos y reconocimiento en aquellas secciones que gozan de mejores
condiciones de trabajo.
En cuarto lugar, si bien en este reporte se han considerado las di-
ferencias que emergen por la pertenencia a las distintas secciones, no se
han tratado otros resultados del estudio que refieren a las diferencias de
género y edad en la experiencia laboral, que complejizan aun más el es-
cenario del trabajo en el supermercado y que serán consignados en otras
publicaciones del proyecto.
Por último, un comentario que resulta pertinente atendiendo al
carácter multidisciplinario de los trabajos reunidos en este libro, que invi-
ta a reflexionar sobre el significado del trabajo hoy: nos parece relevante
aportar a la comprensión de la subjetividad laboral con una mirada que,
proviniendo de la psicología social del trabajo, incorpora los factores es-
tructurales, las condiciones de trabajo y sus formas de organización y que
contribuye de esta manera a una apreciación compleja y no parcial ni
psicologizadora de los sentidos del trabajo y de la calidad de vida laboral
en un entorno flexibilizado. Creemos estar respondiendo así al llamado
que recientemente hacía una autoridad de primer nivel en la psicología
del trabajo y de las organizaciones, advirtiendo las limitaciones de las
corrientes principales de investigación en el área y convocando a los in-
vestigadores a ampliar la mirada hacia perspectivas más abiertas, a prestar
atención a lo dinámico más que a lo estable, a lo colectivo más que lo
individual, a los escenarios más que a los roles y a los impactos éticos
de la investigación por sobre una pretendida neutralidad (Roe 2009).
Consecuentemente con esa propuesta, tanto el enfoque y la metodolo-
gía utilizada en el estudio del cual se ha dado cuenta parcialmente aquí
aportan al esfuerzo de enriquecer y potenciar las herramientas analíticas
tradicionales de una psicología del trabajo que, sin perder su especifici-
dad, amplifica y complejiza su horizonte, abriendo oportunidades para el
diálogo interdisciplinario.
292
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294
Vi.
Reflexiones y agenda de
investigación
Cambios en el mundo del trabajo:
Desafíos para la investigación social en el Chile del siglo xxi
La riqueza de las ideas que se exponen en este libro resulta muy difícil de
comentar en unas pocas páginas. Por lo tanto, mi primera sugerencia
es simplemente una invitación para que el lector recorra sus diferentes
capítulos conforme a sus intereses particulares. Me parece que no quedará
defraudado.
No obstante lo anterior, en sus cuatro secciones los autores detallan
y profundizan diferentes aspectos y dimensiones de un fenómeno central
que podría sintetizarse como sigue: a partir de la década de los años 70
los cambios en el patrón de acumulación a escala mundial y el corres-
pondiente proceso de globalización que lo acompañan han producido
una profunda transformación en el mundo del trabajo, tanto en los paí-
ses desarrollados como en vías de desarrollo. Esta transformación tiene
como uno de sus ejes fundamentales la diferenciación y flexibilización
de las condiciones de trabajo, fenómenos ambos que han desafiado las
formas históricas de contratación, protección, acción e identidad de los
trabajadores.
Las formas concretas que asumen estos nuevos desafíos depen-
den de los arreglos institucionales que los regulan, el poder y capacidad
de negociación de los diferentes agentes sociales y las formas de inserción
en la economía global que impulsan los gobiernos y élites empresariales
en los diferentes países. En este sentido, Chile representa un interesante
caso de estudio.
La transformación de la sociedad chilena, en lo que Slater y
Tonkiss (2001) definen como una sociedad de mercado, ha sido un
297
proceso sostenido por cerca de cuatro décadas2. Él se inicia con un
drástico cambio en el marco institucional, impulsado “de arriba hacia
abajo”, soportado inicialmente en un Gobierno autoritario de inspiración
neoliberal y posteriormente en sucesivos gobiernos democráticos que
han legitimado los fundamentos, especialmente económicos, del nuevo
modelo de desarrollo. Estas características son relevantes al minuto
de evaluar el camino de modernización seguido3. En este período, la
sociedad chilena ha transitado hacia una sociedad de clase media que
valora el esfuerzo y trabajo individual como un vehículo privilegiado de
integración al consumo y movilidad social, predominantemente integrada
a una economía de servicios y con condiciones de trabajo crecientemente
diversificadas que han implicado la reproducción de nuevas formas de
inclusión y exclusión social. Las bondades del crecimiento han ido
acompañadas de las sombras de la desigualdad en la distribución de los
ingresos y en las condiciones de trabajo de los trabajadores, especialmente
los menos calificados. En esta línea, como bien lo muestran Reinecke
y Valenzuela en este volumen, el debilitamiento de las formas
de negociación colectivas y representación sindical han contribuido
decisivamente a reproducir estas desigualdades.
Dentro de este marco general quisiera situar la reflexión sobre el
mundo del trabajo que nos plantea este libro y los desafíos para una agen-
da de investigación futura. Para ello quisiera organizar mis comentarios
siguiendo la misma estructura que nos sugieren sus editores.
298
industrialización, por el contrario, fue un proceso “trunco”, estructural-
mente heterogéneo, fuertemente protegido y caracterizado por ritmos de
crecimientos con permanentes altos y bajos producto de una serie de
barreras estructurales (Fajnzylber 1983). En este sentido, la discusión
sobre el mundo del trabajo estaba referida a los problemas de estanca-
miento propios del desarrollo de un capitalismo dependiente y centrado
en la acción del estado como promotor del desarrollo. La novedad de es-
tas últimas décadas es que los problemas de segmentación y precarización
del mundo del trabajo están referidos a procesos de crecimiento y ajuste a
una economía de mercado global. En Chile hemos transitado desde una
economía organizada por el Estado a una coordinada por el mercado y el
capital privado. Por lo tanto, un primer foco de nuestras investigaciones
debiese ser las redefiniciones de la “viejas” formas de segmentación y
el surgimiento de otras nuevas a la luz de este proceso de transforma-
ción estructural e institucional. Asimismo, deberíamos analizar las con-
secuencias que la nueva sociedad de mercado global está teniendo sobre
la estructuración de la producción y el acceso a la ciudadanía social de los
trabajadores.
En esta línea, el trabajo de Kalleberg hace un aporte interesante
cuando pone el acento en las nuevas formas de trabajo precario que
emergen, tanto en la economía formal como informal. Asimismo, cuan-
do hace ver cómo el nuevo énfasis en la empleabilidad de los trabajado-
res va acompañado de una mirada que descarga sobre ellos parte de los
riesgos e incertidumbres de la empresa. De este modo, la nueva sociedad
de mercado no solo afecta las formas de segmentación del trabajo, sino
también las formas de entender la protección de los trabajadores.
Ella enfrenta un permanente trade off entre seguridad y flexibilidad, lo
que ciertamente hace necesario seguir investigando la mejor manera de
resolver este dilema (Rau 2012).
Ahora bien, una pregunta relacionada es si, en la mirada de los tra-
bajadores, estas nuevas “luces y sombras” ponen en juego la sociedad de
mercado o más bien la idea de un orden social fundado en mercados au-
toregulados (Muñoz 2007). Me parece que algunos datos recientes —por
ejemplo, la encuesta Bicentenario 2009— muestran más bien lo segundo
que lo primero. La mayoría de los entrevistados, de diversos estratos
sociales, señalan que valoran el esfuerzo personal como forma de pro-
greso y movilidad social. Sin embargo, al mismo tiempo, reivindican
una acción más decidida del Estado en pro de una mayor igualdad y
protección social. De esta manera el problema no parece ser la economía
de mercado que ofrece oportunidades de vida y progreso personal, sino
su falta de regulación que le hace perder eficacia social. Esto plantea un
299
nuevo desafío para la política pública y nos pone en la agenda de investi-
gación el estudio de las condiciones que posibilitan la construcción de un
nuevo pacto social bajo formas de integración a mercados de competen-
cia global que se apoyan en nuevas formas de flexibilidad laboral.
En esta misma línea, el trabajo de Gammage pone de relieve la
importancia de volver a reflexionar sobre el trabajo en un sentido amplio.
Las nuevas formas de acumulación basadas en empleos flexibles y mu-
chas veces precarios, la crisis de las formas tradicionales de las políticas
de bienestar vinculadas a la obtención de empleos estables y protegidos,
el envejecimiento relativo de la población en países como el nuestro y la
creciente incorporación de la mujer al mercado de trabajo son realidades
del mundo del trabajo hoy. En este nuevo escenario es fundamental
repensar el rol del Estado, el mercado y del hogar en la provisión de cui-
dado y protección social. De este modo se hace necesario revalorizar el
trabajo doméstico de hombres y mujeres, no solo como un aporte para la
reproducción de la fuerza de trabajo, sino también como un aporte clave
para redefinir el régimen de bienestar y el acceso de los trabajadores a la
ciudadanía social. Asimismo, como señala Valenzuela, una revalorización
del trabajo doméstico remunerado es fundamental para “reinterpretar, so-
cialmente, los elementos simbólicos que atribuyen un significado inferior
a las tareas femeninas y al trabajo de la mujer” en nuestra sociedad.
300
veces, es querida por los propios trabajadores que prefieren maximi-
zar ingreso presente que protección futura. Es aquí donde el Estado sigue
jugando un rol fundamental como proveedor y garante de un acceso
mínimo al bienestar social. En una sociedad desigual como la nuestra,
a mayor centralidad del mercado mayor necesidad que el Estado regule
su funcionamiento e intervenga a favor de los grupos de trabajadores más
precarizados.
Por otra parte, si bien en una sociedad compleja la integración
social es siempre parcial, -pues se está incluido en un sistema y ex-
cluido de otros- en una economía de mercado la exclusión en y del
mercado de trabajo genera un círculo vicioso de exclusiones en la medida
que el acceso al trabajo y al ingreso se constituye en la puerta de entrada
a los otros mercados. En este sentido, su funcionamiento y estructura-
ción condiciona de un modo esencial las formas de inclusión- exclusión
social. De aquí la importancia que adquiere preocuparse de las regula-
ciones institucionales y legales que permiten compatibilizar flexibilidad
sin precariedad. Ello debiese alentar la investigación de experiencias
comparadas capaces de iluminar nuestro propio desarrollo, distinguiendo
con mayor claridad entre aquellas fuerzas globalizadoras que impulsan
hacia un cierto “isomorfismo institucional” de aquellas otras que alientan
y permiten entender nuestras particularidades históricas y culturales. Una
interesante contribución en esta dirección son los trabajos orientados a
describir y analizar el funcionamiento de lo que algunos investigado-
res definen como las “economías jerárquicas de mercado” (Ross Schneider
2009).
Esta sección del libro es una muy buena ilustración de uno de los fenó-
menos más característicos del mundo del trabajo en una sociedad como
la nuestra: su acentuada heterogeneidad sociotécnica. Es por ello que
históricamente la CEPAL planteó que las economías del continente se
caracterizaban por una marcada heterogeneidad estructural.
Sin embargo, lo que en la mirada de la CEPAL asumía un carácter
estructural vinculado a la desigualdad en la difusión del progreso téc-
nico y sus frutos —según la conocida formulación de A. Pinto—, hoy
en día aparece más referida a combinaciones específicas de elementos
materiales y no materiales (por ejemplo sociales y culturales) que condi-
cionan y son redefinidas por el actuar de los propios actores. Por ejemplo,
la informalidad no es solo el resultado de una condición de pobreza y
301
exclusión social, sino también una opción que promueven algunas em-
presas modernas para maximizar su flexibilidad, la cual se ve robustecida
por una opción de los propios trabajadores por realizar emprendimientos
informales. Muchos de ellos ven en este tipo de actividad una forma de
emprender que les reporta ingreso e independencia. La propia distinción
formal e informal se ve desafiada por el surgimiento de “zonas grises”
compuesta por trabajadores y empresas que participan y combinan ambas
realidades.
En esta línea, los trabajo de Leiva, Henríquez y Cárdenas son espe-
cialmente iluminadores para mostrar la relevancia de categoría nuevas de
trabajo, como son los trabajadores autónomos dependientes o las nuevas
formas del trabajo a domicilio. La evidencia que aportan estos estudios
señala que estos nuevos tipos de trabajo están redefiniendo las relaciones
de subordinación y dependencia, los grados de autonomía y calificaciones
requeridas por los trabajadores, la duración y ritmo de las jornadas de
trabajo, entre otros aspectos relevantes. Y, lo que parece muy sugerente de
seguir analizando, es que no todas ellas pueden seguir siendo tipificadas
bajo un rótulo único y común de trabajo precario, sino que ellas también
necesitan ser estudiadas como opciones de “libertades riesgosas” (véase
Cárdenas en este volumen).
Por otra parte, también es un hecho que los fenómenos de
transformación de la organización del trabajo, característicos del mundo
moderno —fordismo, postfordismo, por ejemplo— se dan entre nosotros
de un modo particular. Los estudios en esta línea, como los de Ramos
y Toro et al. en este volúmen, retoman la preocupación de la sociología
del trabajo centrada en el impacto de la organización de los procesos de
trabajo sobre la empresa y sus trabajadores. Esta es un área muy prome-
tedora a la luz de los cambios experimentados por los procesos de acu-
mulación a escala global y la creciente complejidad de las nuevas formas
de acumulación.
Es interesante destacar que las prácticas de reestructuración pro-
ductivas impulsadas por las empresas como forma de adaptarse al nuevo
patrón de acumulación son variadas y no siempre congruentes —como
por ejemplo PLAD vs racionalidad reductora, según el análisis de
Ramos— lo cual genera efectos encontrados en los trabajadores. De este
modo el mayor acervo de conocimientos que requieren algunos empleos
permite mejorar la empleabilidad de algunos trabajadores. Sin embargo,
la contracara es el estrés, la intensificación del trabajo y la poca participa-
ción en las ganancias de productividad que ellos contribuyen a generar.
Por otra parte, estos estudios dejan planteada la necesidad de ana-
lizar la relación existente entre factores macrosociales —propios de los
302
arreglos institucionales y formas de valoración cultural— que estructu-
ran nuestra sociedad y las prácticas organizacionales asociadas a los pa-
trones de modernización de las empresas. En el trabajo de Ramos emerge
con claridad la necesidad de profundizar en el vínculo entre las formas de
capitalismo jerárquico que caracterizan las sociedades latinoamericanas
y las formas de gestión de los recursos humanos dentro de las em-
presas. En nuestro propio trabajo de investigación constatamos que los
patrones de modernización organizacional en algunas instituciones del
Estado tienen mucho que ver con formas de gestión verticales acorde con
una cultura organizacional burocrática y poco participativa (Wormald y
Cárdenas 2008; Thumala 2009).
En una línea similar, Díaz y Mauro concluyen que en el caso de
los trabajadoras agrícolas de temporada, operadores(as) de centros de
llamada y obreras subcontratadas en una industria alimenticia, ellos(as)
trabajan “presionados por excesivas demandas físicas y mentales, tienen
poco control sobre la forma de trabajar, escasas opciones de aprendizaje y
desarrollo, insuficiente reconocimiento y reciben un trato autoritario por
parte de jefaturas. Empero, el trabajo constituye un valorado espacio de
sociabilidad entre compañeros/as”. Esto último también se destaca en el
trabajo de Toro et. al.
El cuadro presentado en este libro en materia de reestructuración
del trabajo, prácticas de flexibilización y racionalización señalan un aba-
nico de posibilidades de adaptación de las empresas y los trabajadores
a las nuevas formas de acumulación. Junto con la precarización, se dan
nuevas formas de profesionalización. El mundo del trabajo se torna más
complejo y diverso, lo que obliga a concentrarnos en una mejor y más
acabada descripción de esta complejidad y su impacto en la experiencia
de vida de los trabajadores.
303
para reforzar la valoración del sindicato y el accionar colectivo de los
trabajadores.
En este sentido, el trabajo de Godoy et al. entrega evidencia de la
industria del retail que pone en cuestión la tesis que las nuevas formas
de trabajo produzcan, parafraseando a Sennett (2001)- una “corrosión
de la sociabilidad”. Por el contrario, los autores señalan que no obstante
los fenómenos de diferenciación y fragmentación existentes en el lugar de
trabajo, la mayoría de los trabajadores entrevistados establecen relaciones
de compañerismo y amistad entre ellos. Esta es una dimensión que, en
nuestra propia investigación emerge como un elemento más generaliza-
ble e igualmente significativo a la hora de analizar el rol del trabajo como
fundamento de cohesión social. Nuestros datos señalan que para un
número significativos de trabajadores urbanos, de diversa condición
social, el trabajo es un espacio central para establecer relaciones de amis-
tad4. En una línea similar, el trabajo esforzado emerge como una condi-
ción que comparten muchos trabajadores y el hecho de reconocerse como
trabajadores esforzados genera una valoración social común. En este sen-
tido, si bien hay una alta valoración del esfuerzo individual también existe
un reconocimiento del otro en función de ese esfuerzo compartido. “A
todos nos cuesta surgir y nos valoramos como iguales en este esfuerzo”.
De este modo, la sociabilidad que se desarrolla en el trabajo y el trabajo
esforzado son dos aspectos que contribuyen a reforzar la centralidad del
trabajo como espacio de vínculo y reconocimiento social, especialmente
entre aquellos que se autoidentifican como perteneciente a la clase media
o a la categoría de “los pobres”.
En el trabajo de Stillerman se trabaja de un modo muy sugerente la
importancia que asume el espacio —percibido, concebido y vivido— en
la organización, identidad y sentido de la acción social de los trabaja-
dores. El espacio juega un rol central en la construcción de identidad y
también en las acciones de resistencia de los obreros frente a la moderni-
zación y flexibilización de sus condiciones de trabajo. Los trabajadores
son herederos de una tradición, historia de solidaridad y luchas en
común que se actualiza en las condiciones de espacialidad y acumulación
de hoy. Lo interesante es que la construcción social del espacio alienta
formas de identidad, valoración cultural y formas de acción colectivas
4 Los datos a los que hacemos referencia provienen de una encuesta, realizada
el año 2010, a una muestra representativa de personas de diversa condición social en
las ciudades de Santiago, Valparaíso-Viña del Mar, Coquimbo y la Serena. Ello como
parte del proyecto (SOC-24) sobre cultura de integración y cohesión social, financiado
por CONICYT en su programa Anillos en Ciencias Sociales
304
que permiten contrarrestar la expansión de formas de individualización
propias de la expansión de una sociedad de mercado.
Finalmente, en un libro reciente, Echeverría (2010) señala la im-
portancia que adquieren los nuevos sindicatos de subcontratistas dentro
de algunas industrias dominadas por unas pocas grandes empresas (ej.:
forestales o CODELCO). A nuestro juicio, más allá de las transformacio-
nes en el marco institucional —como por ejemplo la nueva legislación
para regular el subcontrato del año 2007, que alienta la acción de estos
nuevos sindicatos—, ambos casos ejemplifican bien cómo la reaparición
de un empleador principal y relativamente estable —en estos casos las
grandes empresa forestales y del cobre— permite reagrupar a los tra-
bajadores en términos de intereses colectivos y hace reaparecer la figura
de la empresa como ente ante el cual negociar. En estos casos, la propia
estructura de la cadena que fragmenta el proceso productivo reunifica los
intereses de las partes segmentadas.
En suma, necesitamos estudiar en mayor profundidad las nuevas
formas de construcción de las identidades de los trabajadores. Existen
tradiciones, formas colectivas de construcción de los espacios vividos, for-
mas de organización del trabajo a través de cadenas de subcontratación
más o menos estables y nuevos ordenamientos legales que posibilitan la
organización y lucha de los trabajadores expuestos a severas condiciones
de flexibilización. Adicionalmente, la flexibilización de las condiciones
en el lugar mismo de trabajo no hace desaparecer los vínculos de socia-
bilidad entre los trabajadores. Estas son algunas evidencias que permiten
suponer que la nueva sociedad de mercado, junto con generar las condi-
ciones para la diferenciación y segmentación del mundo del trabajo, ge-
nera formas de resistencias a la extrema individualización y funda nuevas
formas de valoración y actualización de los vínculos sociales. Ello puede
llevar a la construcción de nuevas identidades y formas de acción colec-
tivas, lo cual no significa desconocer los procesos de individualización
propios de la emergente sociedad de mercado que, como bien enfatiza
Romero, también están presentes.
En síntesis, este libro es una invitación a reponer una agenda
amplia de investigaciones sobre la realidad del trabajo, en particular por-
que este mantiene intacta su centralidad como vehículo de integración y
cohesión social. En este sentido, mi reflexión final apunta a la necesidad
de centrar la investigación en torno a dos ejes fundamentales: en pri-
mer lugar, siguiendo la línea más clásica de estudios del trabajo iniciada
por Touraine y otros, es importante volver a interrogarse por el impacto
que las nuevas formas de acumulación y organización del trabajo están
teniendo en la identidad, racionalidad y formas de cohesión entre los
305
trabajadores. La evidencia que nos entregan estos y otros trabajos apunta
a que la creciente complejidad de la sociedad de mercado moderna se
refleja y asienta en una profunda diferenciación del mundo del trabajo.
Por lo tanto, más que asumir las divisiones conocidas y preexistentes en el
seno de la sociedad, debiésemos poner el énfasis en volver a describir las
nuevas situaciones sociales de trabajo. Específicamente, las condiciones
sociotécnicas de trabajo y su rol de agencia en la racionalidad e iden-
tidad de los trabajadores (Latour 2008). Esto sin desconocer que en
la estructuración de estas agencias participan trabajadores con diversos
recursos de capital, valores e identidades culturales que interactúan con
sus condiciones de trabajo para darle sentido a su experiencia laboral y a
las formas de vinculación con los otros. En suma, debemos volver a ras-
trear las pistas de lo social que emergen desde el mundo del trabajo
para poder avanzar hacia una reflexión teórica más amplia de nuestra
sociedad de mercado.
El segundo eje es el análisis del impacto que las nuevas formas de
acumulación a nivel global están teniendo sobre la calidad de vida y de-
rechos de los trabajadores. Las nuevas formas de producción (cadenas
productivas, redes de subcontratación y comercialización, expansión y
diversificación de los servicios) han ido acompañadas de una redefini-
ción de los arreglos institucionales que regulan estas nuevas realidades
en cada uno de nuestros países. Ello está teniendo una profunda reper-
cusión sobre las condiciones de vida y derechos de los trabajadores. La
más clara, hasta ahora, es una abierta desigualdad en las oportunidades
de vida de cada cual, producto de un desarrollo abiertamente segmenta-
do del mundo del trabajo y de la experiencia de vida de los trabajadores.
En este sentido debiésemos investigar cómo estas nuevas segmentacio-
nes productivas se combinan con formas de segmentaciones sociales,
culturales, espaciales y territoriales que afectan la cohesión social de
nuestras sociedades. En el marco de estas nuevas realidades se hace
crucial repensar el rol que le cabe a la empresa, la sociedad y el Estado
para contrarrestar las tendencias a la diferenciación y segmentación de
las oportunidades de vida que impone el funcionamiento de las nuevas
formas de competencia global y constitución de mercados autoregula-
dos. En tanto sociedad, necesitamos repensar la ecuación entre eficien-
cia productiva y eficacia social que está siendo redefinida por las nuevas
formas de competencia y trabajo a nivel global.
306
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307
¿Qué significa el trabajo humano hoy?
Reflexiones sobre un libro indispensable
309
Un mundo incierto
310
han ido adquiriendo internacionalmente una jerarquía estratégica como
concepto base de las propuestas sobre el desarrollo, en todos los países y
especialmente en los que se encuentran luchando por alcanzar mejores
niveles de vida y bienestar.
El punto fundamental que distingue a este concepto está en que
formula una relación sinérgica entre trabajo decente y un desarrollo pro-
ductivo, sostenible, sustentable, distributivo y competitivo. No es un com-
ponente adicional o agregado por motivos sociales o éticos —que sí los
incluye— sino que es una condición necesaria para lograr ese desarrollo.
Los países exitosos, las empresas exitosas, según la evidencia internacio-
nal, son aquellas en que esta sinergia es un hecho cierto y consolidado.
En el Informe “Por una Globalización Justa” de febrero 2004,
producido por la Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la
Globalización, a instancias de la Asamblea general de la ONU en sep-
tiembre de 2003, se recoge este concepto y lo sitúa en el corazón de las
políticas a seguir para que la globalización sea capaz de generar oportu-
nidades para todos. En los 2000 los organismos internacionales y mul-
tilaterales incorporan progresivamente esta orientación. Desde 2009 en
adelante es acogido también en instancias como el G -20 en Pittsburg
(2009) y Seúl (2010), en sus planteamientos sobre la crisis y su recupe-
ración, formulando la noción de crecimiento orientado a la generación
de empleo socialmente protegido. Esto muestra que los líderes políticos,
empresariales y sociales están siendo puestos a prueba para definir una
visión de futuro que incluya esta perspectiva.
El desafío del mundo del trabajo, y por tanto de las políticas de
desarrollo, es formular una estrategia para superar las evidencias dramá-
ticas conceptuales y empíricas que develó la crisis financiera y económica
mundial de 2008. Desafío que asuma el reto de redefinir las bases del
modelo de desarrollo que la produjo y, muy especialmente, de las reglas
del juego laborales que desorganizaron el sentido central del trabajo en el
progreso humano.
Lo que está claro, como lo ha señalado Joseph Stiglitz, es que no
se saldrá de la crisis con las mismas políticas que la produjeron. Todavía
persisten los impactos de la crisis de un modelo de globalización que se
instaló en los últimos 30-40 años, modelo que generó beneficios y nuevas
oportunidades para algunos países y sectores de las sociedades pero que
también profundizó la desigualdad, las brechas sociales, tecnológicas y de
oportunidades para acceder a mejores condiciones de progreso para las
mayorías.
La CEPAL lo ha señalado claramente en su documento “La Hora
de la Igualdad: brechas por cerrar, caminos por abrir”. Este documento,
311
publicado en mayo de 2010, expresa su visión de los procesos vividos en
las últimas décadas, examina la crisis y las alternativas de salida, ponien-
do el énfasis en la idea fuerza que la desigualdad en América Latina y el
Caribe resulta de los modos de desarrollo aplicados y destaca especial-
mente a la organización productiva y a la estructura y funcionamiento de
los mercados de trabajo correspondientes a esos modelos, como los ámbi-
tos donde tal desigualdad encuentra uno de sus principales orígenes.
Todo esto contribuyó —junto a factores locales históricos— a
generar profundos desequilibrios nacionales y globales que hoy se hace
necesario rectificar. Por ello esa rectificación tiene un núcleo central: el
mundo del trabajo. Porque la calidad del trabajo define la calidad de una
sociedad. Se trata de un concepto del crecimiento donde los necesarios
objetivos de mayor inversión, innovación, productividad y competitividad
se traducen también en mayores oportunidades de trabajo productivo, de
calidad y socialmente protegido.
Los caminos de salida de la crisis y sobre todo de la postcrisis, y
en general las nuevas formulaciones que se requieren sobre el desarrollo,
necesitan colocar esa visión en el centro de sus estrategias. Crecer con
desigualdad, fundar el desarrollo en la precariedad del trabajo no cons-
truye sociedades cohesionadas, equitativas y justas. Bien lo señala Oliver
Goldsmith, en su famosa obra The Desert Village, escrita en 1770, cuando
afirma “Mal le va al país, presa de inminentes males, cuando la riqueza
se acumula y los hombres decaen”. Cuestión que recoge contemporánea-
mente Tony Judt en su reciente libro Algo va mal, publicado en 2010.
El desafío es, en consecuencia, de gran magnitud.
La jerarquía que otorgó en las décadas pasadas la economía glo-
balizada y de orientación liberal y privatizadora a la competitividad in-
ternacional se ha traducido, en muchos casos, en políticas cortoplacistas
de reducción de costos, especialmente los asociados al trabajo y su pro-
tección social, para competir en mercados con alta fluctuación. Esto ha
hecho, como se observa en algunos estudios de los capítulos II y III, que
el mundo, y también América Latina y el Caribe, se hayan convertido en
sociedades más inestables. En el caso de esta última región, la inestabi-
lidad del crecimiento de largo plazo, si se mide por la evolución (varia-
ción) del producto bruto, dobla a la que se da en los países avanzados. Lo
mismo ocurre con la capacidad de consumo de las personas. En la región
no se instalaron capacidades suficientes para apoyar la demanda interna
ante los cambios cíclicos ni se desarrollaron, sino hasta la crisis de 2008,
políticas anticíclicas importantes.
Este contexto ha dado lugar a una menor capacidad para proteger
frente al desempleo. Más aun, en muchos países la política de ajustar
312
por el nivel de empleo frente a las fluctuaciones de los mercados ha sido
facilitada por reformas a la legislación laboral —cuestión que abordan
los autores del libro—, introduciendo mayor flexibilidad para despedir y
configurando nuevos tipos de contratos de trabajo con menos protección
que los de largo plazo y, en algunos casos, restringiendo la cobertura y
las competencias de las agencias fiscalizadoras de las leyes del trabajo y
limitando la negociación colectiva.
La consecuencia, sobre la cual hay evidencia en varios artículos
de esta obra, es el mayor desempleo y aumento de la rotación laboral en
economías que no ofrecen oportunidades amplias y estables de empleabi-
lidad. Tanto porque no se crean empleos suficientes, así como también
porque no existe una inversión en formación profesional y capital hu-
mano apropiado a economías en que los sectores que pueden generar
empleo productivo y de calidad son crecientemente más especializados y
tecnológicamente más complejos.
Por ello, aunque el desempleo puede durar, en promedio, para
América Latina y Caribe, menos tiempo que en economías avanzadas,
el reingreso a la ocupación es generalmente en situaciones más precarias
que antes y sin los seguros de paro que existen especialmente en Europa.
Un solo dato para resaltar la magnitud del desafío: en América Latina
y el Caribe el desempleo juvenil corresponde a un 13% de la Población
Económicamente Activa. Ello es casi tres veces más que la registrada
entre adultos. Además, en total 20% de los jóvenes no estudia ni trabaja,
y en ese universo, además, tal como se muestra en algunos escritos del
libro, el trabajo no remunerado de la mujer en el hogar no es considerado
como tal. Agreguemos a los jóvenes con trabajo precario, informal y bajos
ingresos y se configura una bomba de tiempo y el riesgo de una “genera-
ción perdida”.
Este, por cierto, no es un tema de cuantificación económica. Es
un tema de perturbación social. Porque si la economía no sabe cómo dar
empleo a los jóvenes, es una economía sin credibilidad que les quita el
piso para construir su futuro y le está fallando a nuestras familias y nues-
tras sociedades. O sea, no funciona. Pero, además de la desocupación, los
cambios en la estructura del empleo, generados en las últimas décadas,
contribuyen también a profundizar la incertidumbre y la precarización
del trabajo.
En efecto, la expansión del empleo terciario, que podía ser un me-
canismo de creación de empleos de calidad, en el caso de América Latina
y el Caribe y en gran parte del mundo emergente y avanzado incluso, se
ha desarrollado en sectores de baja productividad, constituyendo formas
de trabajo semejantes al subempleo. Aquí es también donde las formas de
313
contratos precarios, según se muestra en el estudio sobre los supermerca-
dos y en otros incluidos en los capítulos IV y V, constituyen una realidad
muy extendida. Y es aquí, igualmente, donde se concentra casi el 70% del
empleo.
Asimismo, la privatización redujo el empleo público y traspasó a la
iniciativa privada la generación de puestos de trabajo. El resultado no ha
sido alentador. Si bien ello colaboró a sanear los déficit fiscales, cuestión
necesaria para todas las economías que pretenden estabilidad en su creci-
miento, no constituyó una respuesta exitosa para lograr generar empleos
suficientes y de calidad. De hecho, una parte importante de los empleos
creados fueron en las áreas del sector terciario de menor productividad.
Es decir, con bajas remuneraciones, alta rotación y limitado acceso a la
protección social y la asociatividad.
Por otra parte, los ajustes en el empleo producen una circulación
de trabajadores desde sectores formalizados hacia el sector informal, ex-
presándose ello en ocupaciones por cuenta propia, en microempresas y en
los servicios domésticos. No hay aquí un “emprendimiento” productivo
importante, aunque sea informal. Lo que hay, salvo escasas excepciones,
es, otra vez, baja productividad, bajos salarios y desprotección. Una par-
te importante de los mecanismos de subcontratación, según los estudios
presentados en el Capítulo IV del libro, se aplica bajo condiciones de
informalidad.
También la introducción extendida y a menudo desregulada de ti-
pos de contratos como los de tiempo fijo, temporales, a tiempo parcial,
para jubilados, para mujeres, para jóvenes, promovió el trabajo precario,
es decir incierto, sin protección, mal remunerado y con costos bajos para
los empleadores, a menudo informales y carentes de personería jurídica.
Pero está también la situación de los trabajadores sin contrato, que son la
expresión máxima de la idea desreguladora y proclive a otorgar al merca-
do prácticamente en solitario la asignación de recursos humanos y mate-
riales. El caso presentado en el capítulo IV por Ricardo Nóbrega, sobre la
inmigración boliviana hacia Sao Paulo, muestran una de las expresiones
más duras de esta situación.
A estas transformaciones del mercado de trabajo se agregan proce-
sos sociales, culturales y demográficos universales que impactan también
a los mercados de trabajo. De una parte, la incorporación laboral de la
mujer y el envejecimiento de la población. Ambos procesos plantean nue-
vos desafíos de equidad, de formas de protección social y de relaciones
entre el mundo del trabajo y el mundo de la familia, que el diseño de las
estrategias seguidas por los modelos liberales privatistas no han logrado
resolver. Los escritos de Ana Cárdenas y María Elena Valenzuela en el
314
capítulo IV entregan evidencia empírica sobre estos procesos. También
los de Lorena Godoy y Juan Pablo Toro en el Capítulo V.
315
Reorientar las políticas de desarrollo con base en las nociones ex-
puestas requiere, en el contexto actual, conjugar dos cuestiones funda-
mentales: de una parte, cambios estructurales en el sistema productivo
que mejoren la productividad y generen empleo, con, por otra parte, la
elevación de los ingresos reales, la calidad y protección social de esos em-
pleos y la equidad en el acceso a los resultados del progreso generado; la
distribución más igualitaria del ingreso no es solo una materia de equidad
social. Si la concentración o la desigualdad son altas aumenta también la
potencialidad de inestabilidad económica.
Cada una de estas cuestiones tiene un sentido, pero ninguna se
desplegará positivamente sin la concurrencia de las otras. Idea central que
separa el concepto de un desarrollo con base en los conceptos formulados
anteriormente, de uno fundado en la creencia que el crecimiento, por sí
solo, sin contraparte de equidad, puede ser capaz de producir resultados
de progreso para la sociedad en su conjunto. La evidencia ha mostrado
crudamente que es esa perspectiva la que ha producido trabajo precario y
sociedades precarias.
Un factor fundamental para avanzar en esta orientación del desarro-
llo está en aumentar la capacidad de coordinación de las políticas públicas
y privadas a nivel internacional. Ello implica también revisar lo que puede
o debe ser mejorado en materia de regulaciones económicas y comerciales
internacionales. En ausencia de esta coordinación el riesgo de inconsisten-
cia entre políticas en un mundo globalizado puede ser muy alto.
La crisis de 2008/2009 mostró el enorme costo, en materia de po-
breza y desempleo, de los desbalances a nivel global. Las iniciativas para
revertir estos desbalances requieren también acelerar la cooperación a ni-
vel de las regiones y promover un compromiso global de cooperación.
316
sistemas de protección social para los más vulnerables que contribuyan
no solo a protegerlos frente a los infortunios, sino que les proporcionen
capacidades para elevar su capital social en la perspectiva de integrarlos
con oportunidades reales al mundo del trabajo productivo.
Más específicamente, la promoción de instituciones del mercado
de trabajo fuertes y eficientes es un requisito para un crecimiento balan-
ceado y sustentable. En particular, instituciones que hagan más inclusivos
los mercados de trabajo, facilitando la participación de los trabajadores
informales y de otros grupos marginalizados. Esto es especialmente im-
portante en los países que buscan recomponer mercados de trabajo muy
segmentados para orientarlos a una mayor integración.
Instituciones laborales bien diseñadas, con competencias claras y
capacidad de mejor cobertura del mundo del trabajo, permiten identifi-
car mejor los trade-offs y los trade-ins en materia de eficiencia, equidad y
dinamismo. Asimismo, permiten corregir tempranamente los errores de
política y seguir la evolución de los procesos económicos y laborales.
También es importante identificar adecuadamente los sistemas de
determinación de ingresos que contribuyan mejor, desde una perspectiva
macroeconómica, a sostener la demanda agregada y el crecimiento sus-
tentable y, desde una perspectiva microeconómica, colaboren a establecer
retribuciones salariales eficientes y equitativas.
En este campo la negociación colectiva tiene un importante papel
que jugar, a fin de proveer espacios de deliberación entre empleadores y
trabajadores que garanticen un marco de legitimidad social tanto a las
expectativas de ambos, como a que los salarios reales a nivel agregado
estén razonablemente alineados con la productividad, el nivel de empleo,
el comportamiento de la inflación y, en definitiva, con el nivel de progreso
que el trabajo y el emprendimiento están creando.
No hay que olvidar que el comportamiento de los mercados de tra-
bajo en materia de salarios está fuertemente vinculado con la distribución
del ingreso y en consecuencia con la generación o disminución de brechas
de desigualdad. Los salarios mínimos son parte de estos sistemas, pero
tienen la particularidad que, en este caso, resulta importante la participa-
ción del Gobierno y los mecanismos tripartitos.
Ello porque los salarios mínimos son parte de las políticas para
combatir la pobreza, así como también mecanismos para contribuir a
disminuir las asimetrías de poder de los trabajadores más jóvenes o menos
calificados en su relación con las empresas y en los procesos de integración
primera a los mercados de trabajo. Por lo mismo, estos salarios requieren
trabajar en estrecha vinculación con los sistemas de protección social,
tanto dirigidos a los trabajadores como para los dirigidos a los hogares
317
vulnerables. De este modo se hacen parte de una protección social que
invierte en elevar el capital social de las personas en condición de mayor
vulnerabilidad.
La negociación colectiva bipartita o tripartita, así como la sindica-
lización y la organización empresarial, son claves para que estos sistemas
funcionen apropiadamente. Existe evidencia empírica en diversos países
que indica una relación entre el declinamiento de la participación de los
salarios en el ingreso nacional y la baja de la sindicalización y la negocia-
ción colectiva. Igualmente en la vinculación negativa entre crecimiento
de los salarios y la evolución de la productividad.
Lo anterior ocurre especialmente, según han mostrado estudios
de OIT, allí donde la negociación ha sido radicada solo al nivel de una
empresa y/o donde la reestructuración económica ha promovido larga-
mente una extrema desagregación, descentralización o externalización de
actividades, lo que a menudo limita las posibilidades de sindicalización y
negociación colectiva.
A nivel más general, la ausencia de un entorno favorable al diálogo
social tiene a menudo efectos negativos sobre la gobernabilidad de los
procesos de cambio y reforma y resta legitimidad a la aplicación de polí-
ticas sobre las cuales existe más disenso que consenso.
La inversión en capacitación y formación profesional que eleve
y/o mejore las competencias de empleabilidad en mercados de trabajo
con alta movilidad es otra política esencial. Difícilmente habrá acceso a
mejores empleos si no se dispone de las calificaciones y el capital social
adecuado para ello. En estos casos lo más probable es una ruta de movi-
lidad hacia la precarización laboral. Pero, al mismo tiempo, la inversión
en competencias técnicas y sociales para el trabajo son un capital de las
empresas y este puede perderse si la rotación o movilidad es una práctica
equivocada y cortoplacista de ahorro de costos en los ciclos económicos,
y no de adecuación a mercados cambiantes.
En el ámbito de las micro y pequeñas empresas la adquisición de
competencias laborales y su preservación pueden hacer parte importante
de la diferencia entre el logro y el fracaso de estos emprendimientos. Por
ello las políticas dirigidas a fortalecer las capacidades de las Mypes en
todas las dimensiones necesarias y su encadenamiento con los sectores de
mayor productividad es también una política estratégica.
La definición de un piso básico de protección social de carácter
universal y garantizado es una política ineludible si todo lo anterior quie-
re llevarse a la práctica. Aquí, el concepto de solidaridad y de bien público
es fundamental y no puede anteponerse a ellos consideraciones ortodoxas
del utilitarismo económico.
318
En economías dinámicas y abiertas la tarea de incrementar el ac-
ceso al trabajo de calidad y profundizar la protección social para dismi-
nuir la desigualdad es ineludible. Como sabemos, frente a la crisis de
2008/2009 distintos países en la región y en el mundo actuaron privile-
giando políticas anticíclicas, de protección al empleo, a los salarios y a la
demanda interna, aplicando iniciativas de protección social que además
ayudaron a la reactivación de la demanda. Ello demostró ser una alter-
nativa exitosa, distinta de las estrategias seguidas anteriormente, que ac-
tuaron básicamente combinando ajustes fiscales y laborales con políticas
monetaristas.
Asimismo, ha quedado claro que este tipo de políticas requieren
sustentarse en políticas presupuestarias y tributarias acordes con las di-
mensiones financieras que ellas demandan.
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Acuerdos laborales que se refieren específicamente a la institucio-
nalidad laboral, las regulaciones legales, los sistemas de protección social,
las competencias en la toma de decisiones laborales de los actores de la
relación laboral, trabajadores y empleadores, así como de quienes están en
el trabajo autónomo o independiente formal e informal.
En fin, generar acuerdos o pactos supone una acción proactiva del
Estado, pero además de los actores sociales y políticos supone identificar
los procedimientos para promover la deliberación y para llegar a consen-
sos y reducir los disensos; supone también una lógica de gradualidad, que
impone objetivos y estrategias progresivas y acumulativas, y una observa-
ción rigurosa de los resultados alcanzados.
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