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TITULO: El remedio y la enfermedad.

COLUMNISTA: Antonio Caballero

FUENTE: Revista Semana

FECHA: 2016/04/30

PROPOSITO: Reconocer que la prohibición de las drogas es el verdadero


problema.

SINTESIS:

Luego de 60 años de guerra entre los dirigentes políticos y las drogas lo único que
ha logrado es que se consuma en mayor variedad y aumente la muerte sin cesar
y la corrupción que genera su prohibición. Ya medio siglo de prohibición y en
consecuencia de mafias criminales: criminales no por violar la prohibición, sino por
todos los asesinatos y sobornos que se necesitan para violarla–, donde debe
solucionarse el asunto.

Pero esa legalización de la droga por la cual no quiere abogar Santos, ni nadie
que tenga responsabilidades políticas, es justamente la única política que puede
empezar a resolver el problema. No el problema del consumo de drogas, que es
efectivamente un problema de salud pública y de libertad individual: un problema
de civilización. Sino los muy numerosos problemas que nacen de la ilegalidad de
las drogas.

Explicaba Ehrlichman que Nixon tenía dos enemigos: la izquierda que se oponía a
la guerra de Vietnam, y los negros. Como no se los podía condenar ni por ser
negros ni por protestar pacíficamente contra la guerra, el gobierno decidió “asociar
a los ‘hippies’ con la marihuana y a los negros con la heroína, y criminalizar ambas
cosas”. Y preguntaba: “¿Que si sabíamos que estábamos mintiendo sobre las
drogas? Claro que sí”.

VOCABULARIO:

Empecinados:Se aplica a la persona que se mantiene firme en una opinión o


actitud a pesar de las razones o las dificultades que pueda haber en contra.

Punitivo: Del castigo o que implica castigo


PALABRAS CLAVES:

-Esa legalización de la droga por la cual no quiere abogar Santos, ni nadie que
tenga responsabilidades políticas, es justamente la única política que puede
empezar a resolver el problema.

-mafias criminales: criminales no por violar la prohibición, sino por todos los
asesinatos y sobornos que se necesitan para violarla

-El problema es el remedio, no la enfermedad.

-“Como no se los podía condenar ni por ser negros ni por protestar pacíficamente
contra la guerra, el gobierno decidió “asociar a los ‘hippies’ con la marihuana y a
los negros con la heroína, y criminalizar ambas cosas”.

ASPECTO CRÍTICO

La guerra y las drogas pueden considerarse como los dos problemas más grandes
por los que Colombia tiene por que solucionar obligación, la legalización de estas
mismas podría dar una posible solución a ambas, posible porque todo depende de
la aceptación social que se le dé a esta, de que sirve que sea legal las drogas de
tipo natural si siempre se va a rechazar o juzgar estas personas porque
consuman, pero es necesario que solo se pueda consumir en algunos sitios
igualmente respetando el espacio de los otros. En esta columna de Alfredo Molano
Bravo también nos demuestra que desde los inicio se asoció la marihuana como
mala para poder arrestar, generando un prejuicio que ha llevado consigo hasta
nuestros días.

SERGIO DANIEL ARIAS C.

HISTORIA I
El remedio y la enfermedad
Por ANTONIO CABALLERO

Esa legalización de la droga por la cual no quiere abogar Santos,


ni nadie que tenga responsabilidades políticas, es justamente la
única política que puede empezar a resolver el problema.
Deberían haber aprendido algo los dirigentes políticos del mundo al cabo de casi 60
años de fracasos de la guerra contra las drogas: cada vez se producen y se
consumen más variadas y en mayor cantidad, y aumentan sin cesar la muerte y la
corrupción que genera su prohibición. Pues no: no han aprendido nada. Como lo
acaban de reiterar en la “sesión especial” de la Asamblea General de la ONU en
Nueva York, siguen empecinados en que esa guerra es buena. Y en que es dentro de
sus pautas, dictadas en las convenciones internacionales de hace más de medio
siglo –medio siglo de prohibición, y en consecuencia de mafias criminales:
criminales no por violar la prohibición, sino por todos los asesinatos y sobornos
que se necesitan para violarla–, donde debe solucionarse el asunto.

Algunos, cuando ya no están en el poder, descubren de repente que esa guerra que
libraron con entusiasmo era mala. Son conversos tardíos, como Gaviria en
Colombia, como Calderón en México, como Chirac en Francia. Otros en cambio,
que antes de llegar al poder creían que era una guerra mala, se convirtieron al
revés: como Barack Obama en los Estados Unidos. No sabemos qué pensaban antes
al respecto los gobernantes de países teocráticos, autocráticos o burocráticos, como
el Irán, la China o Cuba. Pero ahora, cuando mandan, sí se sabe: creen que la
guerra es buena en sí misma, aunque haya fracasado. Solo uno o dos –pájaros
raros– se han distinguido del rebaño por declarar, desde el poder, que esa guerra
perdida es mala: el presidente Juan Manuel Santos, de Colombia, y el expresidente
de Guatemala Otto Pérez Molina. El de Guatemala fue destituido casi de inmediato
y está preso, acusado de corrupción y del asesinato de un obispo. El de Colombia,
cautelosamente, ha venido recogiendo velas, espantado por su propia audacia. Y en
la conferencia de Nueva York que acaba de reconfirmar el apoyo universal a la
insensata continuación de la guerra perdida, Santos quiso dejar claro que su
postura no es la de “abogar por la legalización”; sino solo la de proponer nuevos
enfoques para la prohibición: el de la salud pública, que empieza a ganar terreno, y
el de los derechos humanos, que choca con el rigor punitivo de los países más
intransigentes. Y un tercero, en el cual sí se logró algún progreso en Nueva York y
en las discusiones preparatorias de hace uno meses en Viena: la flexibilidad con
que los diferentes Estados, sin llegar a denunciar las convenciones, pueden aplicar
sus compromisos.

Pero esa legalización de la droga por la cual no quiere abogar Santos, ni nadie que
tenga responsabilidades políticas, es justamente la única política que puede
empezar a resolver el problema. No el problema del consumo de drogas, que es
efectivamente un problema de salud pública y de libertad individual: un problema
de civilización. Sino los muy numerosos problemas que nacen de la ilegalidad de las
drogas. Porque, como dice el jurista Rodrigo Uprimny, investigador de Dejusticia,
“la verdadera discusión es si las convenciones son la fuente del llamado ‘problema
de las drogas’, pues la prohibición ha creado un mercado ilegal muy lucrativo,
controlado por las mafias del narcotráfico, y además ha marginalizado y causado
mayores daños a los usuarios”.

El problema es el remedio, no la enfermedad.

Hace un mes publicó la revista Harper’s una declaración del difunto John
Ehrlichman, brazo derecho del también difunto presidente Richard Nixon,
promotor en 1961 de la prohibición que todavía perdura. Explicaba Ehrlichman que
Nixon tenía dos enemigos: la izquierda que se oponía a la guerra de Vietnam, y los
negros. Como no se los podía condenar ni por ser negros ni por protestar
pacíficamente contra la guerra, el gobierno decidió “asociar a los ‘hippies’ con la
marihuana y a los negros con la heroína, y criminalizar ambas cosas”. Y
preguntaba: “¿Que si sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Claro
que sí”.

Eso explica la mentira de entonces, pero no las que hoy, olvidada aquella guerra y
cuando el presidente de los Estados Unidos no es Nixon sino un negro, siguen
esgrimiendo los líderes de todos los países de la Tierra. Así que cabe una pregunta
impertinente: ¿qué ganan con esa guerra perdida los gobernantes del mundo?
Porque los gobernados no ganamos nada.

Salvo los narcotraficantes, claro está.

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