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Era una fría tarde de invierno.

Abundantes gotas de lluvia comenzaban a caer haciendo charcos en las calles de la grandiosa
ciudad del Vaticano.
Muchos italianos pasaban con rapidez tratando de resguardarse de la lluvia, refugiándose bajo los
tejados o pisos superiores de los edificios. Los que no llevaban paraguas corrían para tratar de
mojarse lo menos posible.

De entre todas las personas que caminaban por aquellas calles, hubo una que llamaba la atención.
Un joven caminaba con total tranquilidad, como si no le importase mojarse. Era un muchacho alto,
de cabello oscuro y ojos castaños y su forma de andar parecía indicar una actitud de demasiada
tranquilidad, casi patosa.
La chaqueta que llevaba estaba calada por completo, pero a él eso no parecía importarle. Parecía
como si la lluvia pese a que le caía encima, no le mojase.
El muchacho siguió caminando hasta detenerse frente a un pequeño escaparate de una tienda de
reliquias. Allí, enfrente del cristal, se quedó observando todas las antiguas reliquias que habían... su
vista se dirigía a una en especial, más no se veía exactamente a cual.
Su mirada era algo cálida al observar aquel pequeño objeto que su cuerpo tapaba.
Echó un vistazo al interior de la tienda mirando a ver si había alguien en ella o se había marchado
ya el anciano que la dirigía.

Al comprobar que estaba cerrada (quizás era debido al horario o al tiempo que estaba haciendo) el
muchacho suspiró y se alejó del cristal, volviendo a caminar por aquella calle cada vez mas
encharcada y llena de agua.

Se detuvo junto al paso de peatones esperando a que pudiera cruzar; con tal mala suerte de que un
coche pasó a rápida velocidad y provocó que el charco que había enfrente de donde se encontraba
él, lo mojase aun más de lo que ya estaba. Sin embargo, el muchacho no hizo ningún gesto, como si
no lo hubieran mojado o no hubiese sentido nada. El hombre del coche se disculpó más el chico no
le hizo caso y caminó como si no hubiera pasado nada.

Finalmente, llegó hasta su destino, La Basílica de San Pedro, uno de los lugares más majestuosos e
importantes hablando en el sentido cultural y que al caer la noche se convertía en algo realmente
hermoso.
Su majestuosa altura y sus esplendidos santos que se encontraban en la zona superior rodeando la
cúpula de la torre, hicieron que el chico quedase anonadado ante tanta belleza. Muy poca gente
podía apreciar las cosas como él lo hacía... y aquella vista por la noche, era una de sus preferidas.
Lentamente, caminó hacia el centro del exterior de la basílica, observándolo todo con detalle; hasta
que se detuvo. Se dio la vuelta y me observó fijamente y saliendo en su rostro una pequeña sonrisa.

-¿Qué es lo que haces aquí? ¿Por qué llevas siguiéndome toda la tarde?
Me sonrojé ante aquellas palabras
-¿Como has sabido que...?- me quede callada y mi rostro enrojeció aun más.
El volvió a sonreír y se acerco hasta mí. Colocó su mano encima de mi cabeza y acarició mi cabello
con suavidad.
-Simplemente lo sabía. No me has contestado Annette- pronunció mi nombre con lentitud
haciendo que sintiera que tenia que decirle la verdad si o si.
-Yo... siento que vas a desaparecer, no sé porque pero siento eso... que vas a coger y a irte y
que no podré hacer nada para evitarlo. - repliqué con lentitud bajando el rostro y mirando mis
pies.
Oí como reía un poco y me aferraba contra el sujetándome entre sus brazos.
-Tonta, no te voy a dejar sola, no ahora que estamos a punto de descubrir que fue lo que hizo
que perdieras la memoria
Suspiré al recordarlo; tenía razón. Habíamos llegado tan lejos que no pensaba echarlo por la borda
por un sentimiento que tenía. Además, confiaba en Marco. Estaba completamente segura de que no
abandonaría a horas o días de descubrir lo que me había sucedido.
Asentí con la cabeza y lo miré a los ojos. Estábamos tan cerca que nos movíamos un poco más y
nuestros labios se rozarían. Siempre lo había considerado una persona atractiva y misteriosa al
mismo tiempo, alguien con quien poder hablar de todo.
Marco me sonrió y me dio un leve, suave y cálido beso en la cabeza.
Mis mejillas se tornaron de color rojo y bajé la cabeza riéndome de forma nerviosa.
-Mm... Bueno, ¿que hacemos aquí?- pregunté finalmente tratando de que en mi voz no se notase
el nerviosismo.
Marco dudó unos segundos antes de hablar. Cogió mi mano y me hizo andar con rapidez.
-Sígueme.

Aunque quisiera no podía soltar su mano, así que eché a correr a donde él quería. Esquivamos unos
yacimientos que los arqueólogos al parecer habían descubierto hace poco y bajamos unas escaleras
antiguas hacia unos subterráneos.
Miré extrañada a Marco que sacaba una linterna de uno de sus bolsillos.
-Encontré esto en uno de los mapas antiguos que habían sobre Italia y todos sus yacimientos y
lugares de interés cultural y religioso.

Seguía sin comprenderlo, no entendía que hacíamos aquí. De pronto, mi mano derecha comenzó a
arderme como si me la estuviera quemando. Me retorcí de dolor y Marco rápidamente, cogió mi
mano entre las suyas y sopló con cuidado. Un aliento frió salió de su boca haciendo que la
temperatura de mi mano poco a poco volviera a su temperatura corporal de siempre. Él tenía aquella
extraña habilidad... era capaz de congelar las cosas únicamente usando su aliento, aunque no
siempre le funcionaba como quería. No sabía cómo había conseguido hacer eso, pero decía que
mientras pudiera ayudarlo que no se preocuparía por ello y que lo utilizaría.
Finalmente, cuando dejó de quemarme la mano, alzó mi manga para poder ver la causa de mi
quemadura.
El tatuaje que llevaba en forma de alas estaba volviéndose del color negro que generalmente tenía.
No recordaba cómo me lo había hecho ni lo que significaba; pero Marco, desde el primer día, había
estado convencido de que ese tatuaje junto a las letras escritas en lengua antigua tenían mucho que
ver con mi pasado y que serían la pista para descubrirlo. Pasó sus dedos por encima acariciándolo
muy suave y lento hasta que dejé de temblar y de sentir aquel calor.

-Esto prueba que estamos cerca. Venga, vamos, no te separes de mí

Asentí con la cabeza y cogí la mano que me tendía con fuerza, estrechando sus dedos entre los míos
como si nunca nos fuéramos a separar.
Echamos de nuevo a andar atravesando unos oscuros túneles que se abrían a nuestro paso; Marco
parecía saber en cada momento a donde teníamos que ir y pese a que me resultaba extraño, yo le
seguía sin decir nada. Al fin y al cabo, no podía contar cuantas veces me había salvado de peligros y
de situaciones en las que me había visto envuelta por culpa de mi pérdida de memoria. Todo ello
había provocado que lentamente, pese a que lo quisiera negar, me hubiera enamorado de él y no
quisiera jamás alejarme de su lado.
Volví a pensar de nuevo en lo que podría suceder si recuperaba mis recuerdos y temblé sin
remediarlo. Tenía miedo… uno de mis pensamientos era que cuando los recuperase tendría que
abandonar a Marco para siempre y no quería hacerlo, sin él estaba perdida, sola de nuevo y lo
necesitaba a mi lado.
Un apretujón en mi mano me hizo volver a la realidad; al parecer se había dado cuenta de cómo me
sentía y me había estrechado la mano con fuerza dándome a entender que no me preocupase, que
todo iba a salir bien. Giró un momento la cabeza y me sonrió, con aquella sonrisa que usaba para
hacerme olvidar de todos los problemas y transmitía confianza. Le devolví la sonrisa y él volvió la
vista al oscuro camino.

Conforme íbamos avanzando un pequeño haz de luz se veía al fondo del camino, así que echamos a
correr para llegar hasta él. Al llegar, pudimos ver una enorme puerta alta y que parecía estar hecha
de cristal ya que la luz que entraba por una pequeña apertura en el techo, se reflejaba en ella e
iluminaba toda la zona.
Marco soltó mi mano y se acercó con precaución a la puerta. La tocó y leyó unos extraños símbolos
que estaban inscritos en ella.
-Ann, ven
Me acerqué hasta él y fijé mi vista en los símbolos que miraba fijamente Marco. Al observarlos,
lentamente las palabras se reagruparon y se transformaron en una pequeña frase perfectamente
legible.
-Marco, ¿has visto eso?- le pregunté señalando lo que acaba de pasar.- Los símbolos han formado
una frase
Marco me miró alzando una ceja extrañado y negó con la cabeza.
-Yo no he visto nada Ann. Prueba a leer lo que dice a ver lo que sucede.
Volví la vista de nuevo a las palabras que habían formado la frase y los acaricié con mi mano.
-“Corazón puro, abre la puerta del destino”- dije en español traduciéndola. Pese a que estaba en
un idioma desconocido para mí, había conseguido leerla sin ningún problema.
Marco observó atento, esperando a algo que pudiera suceder pero no ocurrió nada.
-Nada… prueba a leerlo en la lengua en la que está escrito- me sugirió.
Asentí con la cabeza; respiré hondo y pese a que estaba segura de que no sabía leerlo lo hice de
forma clara y precisa.

Cor putus, abre suus sua suum porta del fortuna

Un ruido se oyó al cabo de unos segundos de haberla pronunciado. La puerta brilló intensamente y
los rayos de sol iluminaron una pequeña zona, antes invisible para el ojo humano.
-Genial Ann. Lo conseguiste- Marco me sonrió y abrazó con fuerza. Yo únicamente podía asentir,
no entendía nada, pero si podía ayudar haría lo que estuviera en mi mano.
Nos aproximamos a aquel lugar y vimos una especie de túnel pequeño por el que podíamos cruzar
al otro lado.
Lo atravesamos y antes de llegar al final, mi tatuaje empezó a arder de nuevo. Esta vez, pese a que
Marco usaba su aliento para tratar de enfriarla no se detuvo aquel ardor… Solo podía significar una
cosa. Estábamos a punto de descubrirlo.
Nos miramos a los ojos y decidimos continuar. Al salir de aquel túnel, nos quedamos sorprendidos
al ver lo que había frente a nosotros.
Una pequeña ciudad se extendía ante nosotros. Aquello era increíble, los edificios eran antiguos,
parecidos a los de la antigua Roma, pero aun conservados en buen estado. No parecía que se
hubiera caído ninguno.
Miré fijamente a Marco que miraba el lugar sorprendido. Le di un suave apretón en la mano y
anduve hacia el interior de la ciudad.
Caminamos por las inmensas calles sin saber realmente a donde nos dirigíamos; me guiaba por el
dolor de mi tatuaje y por algo que en mi interior me decía que continuara.

Finalmente, llegamos hasta un pequeño templo que había en el centro de la ciudad. Al parecer era el
sitio más importante de aquel lugar por la posición en la que se encontraba construido.
Al acercarnos a él, una luz nos recorrió y envolvió en ella. Seguimos tratando de caminar y al pisar
el último escalón antes de la entrada al templo; nuestras ropas habían cambiado.
Nos detuvimos y observamos ambos con rostros extrañados y perplejos. Mi cabello rubio antes en
una cola, estaba ahora suelto y con ondulaciones, recogido arriba del todo en una cinta dorada de
piedras preciosas. La ropa había pasado a ser un vestido blanco de una fila tela muy liviana de color
blanco sin mangas y cuyo escote finalizaba en una V. En las manos tenía unos aros a los que se
enganchaban unas finas telas que llegaban a la parte de atrás del vestido. Además, mis deportivas
habían sido sustituidas por unas sandalias romanas doradas. Di una vuelta sobre mi misma
admirando mis nuevos ropajes, eran hermosos y resaltaban algunas zonas de mi cuerpo, pero no
entendía que tenían que ver conmigo. Miré a Marco que me observaba maravillado, él también
había cambiado mucho. Su cabello oscuro era liso y su ropa había sido transformada por la de un
guerrero de la misma época que mi vestido. La verdad era que así estaba realmente atractivo puesto
que la armadura que llevaba le remarcaba los músculos; me quedé mirándolo fijamente. Marco se
volvió e intentó bajar las escaleras pero algo mágico no se lo permitió.
-No hay otro remedio, tenemos que continuar- me dijo.
Yo asentí con la cabeza y cogiendo su mano con la mía temblorosa, entramos en el templo que se
alzaba ante nosotros. Caminando entre las enormes estatuas, pude sentir como mi tatuaje poco a
poco ardía y me indicaba que siguiera hacia delante.
Llegamos hasta una estatua enorme; solté la mano de Marco y me acerqué a ella para leer la
inscripción que había debajo de los pies de la estatua.
-“Diosa Atenea (dîva Atenea) “– pronuncié en voz alta para que Marco lo supiera (ya que estaba
escrito en el idioma anterior desconocido)
Al instante de pronunciar aquellas palabras, un haz de luz salió de la estatua y la envolvió por
completo, haciendo que yo saliera despedida hacia atrás y cogida por Marco en sus brazos. La
estatua fue adquiriendo la forma de una persona como nosotros. Una hermosa mujer, de cabellos
negros y largos, vestida con ropas parecidas a las mías se apareció ante nosotros. En su hombro,
había un pequeño búho… La gran diosa Atenea, de la sabiduría pero también de la guerra.
Me observó fijamente y se quedó frente a nosotros.

-Vaya, veo que al fin habéis despertado. Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba-
pronunció con un tono de voz directo pero suave al mismo tiempo.

-¿Despertar? ¿A qué se refiere?- pregunté

Ella sonrió y se acercó hasta mi, acarició mi cabello y miró fijamente a Marco que estaba
sujetándome entre sus brazos, protegiéndome de lo que pudiera suceder.

-Es cierto, vosotros no recordáis nada de vuestros pasados- suspiró la diosa antes de bajar la
cabeza y pensar unos instantes.
-¿Nuestros pasados? – preguntamos ambos a la vez. Según tenía entendido Marco sabía
perfectamente de su pasado…o al menos eso me había contado.

-Pero, yo si sé de mi pasado. Mis padres murieron cuando yo era pequeño y me crié con mis
abuelos hasta ahora- respondió él. Esa era la versión que yo también conocía.

-Sí, eso es cierto. Pero no hablo de este pasado, si no de vuestro pasado inicial… Vosotros sois
las reencarnaciones de la diosa Helea y Marco de Grecia. Por eso tú has podido leer las
inscripciones de todos los lugares, porque ambos pertenecéis a la antigua Roma, lo que pasa
que Marco no tiene la capacidad de leerlo.- nos señaló Atenea cuando terminó de hablar.

Esto era una locura… ¿yo una diosa? Imposible. Reí sin poder evitarlo, si esto era una broma era
muy buena.

-Oh vamos, es una broma. Tu no le crees Marco ¿verdad?- pero al ver que el no respondía, si no
que daba vueltas en círculos pensativo y se tocaba algo que llevaba en el bolsillo me quedé perpleja.
– Vamos, ¿Le crees?- le cogí de las manos mirándolo absorta.

-Ann… ahora todo tiene sentido, por eso cuando le preguntaba a mis abuelos ellos me
respondían que no sabían lo que había sucedido en verdad. Por eso al ver este collar en
aquella tienda, me vino a la mente muchos recuerdos relacionados contigo y con el pasado-
dijo sacando el objeto que al parecer era el que había estado mirando en el escaparate. El collar
reaccionó ante mí y de sus manos fue a parar a mi cuello donde quedó puesto como si siempre
hubiera estado ahí.

-Ese collar se lo regalaste cuando os jurasteis amor eterno a pesar de que sabíais que os
tendríais que enfrentar a la ira de tu padre por haber elegido a alguien como él. – respondió
Atenea señalándome. Mi mente era un caos y algo en su interior hizo que mi cerebro comenzase a
recordar y aquel tatuaje que llevaba ardiera como nunca antes lo había hecho.
Marco me cogió entre sus brazos, apretándome con fuerza contra él. Mis recuerdos comenzaron a
fluir como imágenes siendo capaz de recordar todo lo que había pasado… todo lo que habíamos
sufrido para estar juntos y a lo que habíamos renunciado y la promesa que habíamos hecho de que
en cada generación nos buscaríamos hasta poder estar juntos.
Cuando todo se calmó, alcé mis ojos para mirar a la diosa y suspiré más calmada.

-Está bien, lo comprendo. Nos hemos reencontrado al fin después de 2000 años. ¿Pero qué va
a suceder con nosotros a partir de ahora?

Marco al oír mis palabras me apretujó contra él con el objetivo de no soltarme.


Acaricié sus manos con las mías entrelazándolas. Atenea sonrió al ver que nuestro amor no había
cambiado con los años y que él seguiría protegiéndome pese a todo.
-No os preocupéis. Vosotros seguiréis juntos a partir de ahora, os habéis convertido en
inmortales; así que a partir de ahora podréis estar juntos. – Respondió Atenea con suavidad y
con una dulzura que no creía que pudiera tener una diosa.
Mi rostro estaba iluminado por una gran sonrisa y me abracé con fuerza a Marco. Había recuperado
mis recuerdos y podría estar con él a partir de ahora… Eso era lo mejor que me podía haber pasado
en la vida.

-Gracias, muchas gracias Atenea- le respondí con una gran felicidad cogiéndola de las manos.
-Velaré porque vosotros estéis bien donde quiera que vayáis. Hasta que nos volvamos a ver, mi
querida sobrina- respondió dándome un beso en la frente y desapareciendo. La estatua volvió a ser
la que era de enorme y nuestras ropas volvieron a ser las de antes.
Me quedé mirando la estatua y me giré para ver a Marco que miraba al suelo. Quizás el no deseaba
estar conmigo. Me acerqué a él con lentitud y acaricié su rostro. Él cogió mi mano con la suya
entrelazando nuestros dedos y besándolos. Su otra mano cogió el collar que estaba colocado en mi
cuello en forma de corazón y dos hilos y lo apretó con fuerza.

-Ahora entiendo por qué no dejaba de mirarlo, porque me resultaba tan importante. Ahora
comprendo por qué nunca pude dejarte sola. Por qué esperé tanto por ti. Por qué te quiero
tanto- susurró antes de atraerme hacia él con ternura y coger mi rostro entre sus manos.

Mis ojos, cuyas lágrimas de felicidad caían de ellos, se cerraron lentamente mientras el rostro de
Marco se acercaba al mío. Nuestros labios se rozaron, creando un beso lento, suave, deseado por
muchos años y que a partir de ahora nos daríamos siempre que quisiéramos pues estábamos juntos y
siempre lo estaríamos. Pues, tras muchos años de espera, finalmente nos habíamos encontrado y ya
nunca nos alejaríamos.

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