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Se cumple inexorablemente, tal como señaló Marx, que la clase que detenta el
poder en la sociedad, detenta también el control cultural y los aparatos
educativos.
Aparatos que son el campo de batalla que consolida el tipo de sociedad que se
quiere reproducir y perpetuar.
Nietzsche: “Llegará un día en que la gran política trate sobre todo de problemas
de educación”
[…] más allá de todo saber, más allá de todo conocimiento, lo que está en juego
es una lucha de poder. El poder político no está al margen del saber, está
imbricado en el saber. (Michel Foucault)
Tal es la razón por la cual el sistema educacional se impone, con una fuerza por
lo general irresistible, a los individuos.
Que los estudiantes salgan de la institución escolar no sólo preparados para las
funciones que habrán de desempeñar en el contexto social (socialización
funcionalista) sino, y sobre todo, que salgan bien compenetrados con la
concepción del mundo, el tipo de hombre y el sistema social más acorde con la
ideología que sustentan.
No tiene, pues, por qué extrañarnos que sea la escuela el instrumento social por
medio del cual se consolida en la sociedad la división de clases tan
profundamente diferenciadas, por no decir antagónicas. Los que logran escalar
los últimos peldaños de la pirámide escolar VS. Aquellos que se ven forzados y
condenados a permanecer en las bases.
Es la división entre los que tienen estudios y los que no los tienen, marca
indeleble para diferenciar “los buenos de los malos.”
La escuela hace política no sólo por lo que dice sino también por lo que calla; no
sólo por lo que hace sino por lo que no hace.