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Cristología
Séptimo Semestre
Sebastián Gamboa Morales
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Nace y es educado en una familia religiosa que a los ocho días lo circuncidan y que a los
cuarenta lo presentan en el templo. Cuando tiene la edad apropiada acompaña a sus padres a
Jerusalén y los sábados asiste a la sinagoga. Es seguro que, desde niño, aprendió las oraciones
que rezaban los judíos y es seguro que esas oraciones se rezaban en su casa. Su existencia
histórica se realiza en una cultura religiosa en la que la presencia de Dios aparece por todas
partes. Jesús se deja empapar por esta cultura. El Dios de los judíos es un Dios trascendente.
No pertenece a nuestro mundo, tiene su mundo propio. Pero a lo largo de una extensa historia
de muchos siglos ha protagonizado la liberación del pueblo elegido.
En las diversas encrucijadas por las que van pasando el pueblo judío, Dios se hace presente
para conducirlo con misericordia por los caminos de la historia. Jesús de Nazareth pertenece
a la historia y a la cultura judía, al pueblo elegido y que vive desde esta fe su historia.
En esta cultura y en esta historia el talante de Jesús le lleva a conocer a Dios y a dejarse
conocer por él. Su carácter bueno y sincero y su experiencia personal de Dios le llevan a rezar
las oraciones de los judíos con un tono muy personal. No acierta en orar sólo por fuera, no
se queda contento cumpliendo las normas y rituales de los fariseos, él quiere ir al fondo en
su oración y esto lo lleva a ser crítico con una serie de prácticas piadosas que no están en la
línea de un Dios que libera a los pobres, sino en la línea de un Dios que esclaviza con sus
leyes, tal como estas son presentadas e interpretadas por lo fariseos.
Jesús se iba de vez en cuando al monte a solas por la noche para orar (Mc 6,46).
En una ocasión estuvo cuarenta días y cuarenta noches solo en el desierto y luego fue
tentado por el mal (Lc 4,1).
En otra ocasión, subió con tres testigos al monte (tabor) y se traspuso (Mt 9,2).
De que de vez en cuando levantaba los ojos al cielo y bendecía a Dios o le daba
gracias (Mt 11).
En la cruz tuvo un grito desgarrador diciéndole al Padre su soledad (Mt 27,46).
En el huerto de los olivos aquella noche, la última de su vida terrena, le pidió al Padre
compasivo y misericordioso que pasara de él cáliz de su Pasión y de su Muerte (Lc
22, 39).
Bibliografía
Rodríguez, Francisco, “Jesús, relato histórico de Dios”, Madrid, Ed. San Pablo, 1995.
Capítulo 5: “La oración de Jesús” pp. 95-102.