Está en la página 1de 5

LOS NIÑOS NO SIEMPRE FUERON NIÑOS1

Gustavo Leyes2

Diversos autores coinciden en señalar que la niñez, tal como la entendemos y


conocemos hoy, no existió siempre. Mucho se ha escrito acerca del tema, aquí solo
pretendo sintetizar las ideas clave que permitan visibilizar y entender los cambios que
se produjeron a lo largo del tiempo hasta llegar a la actual concepción de infancias.
En los remotos tiempos prehistóricos, la descendencia humana era un hecho
puramente biológico. El individuo al nacer era sencillamente una cría, y se diferenciaba
de los adultos por su estado de extrema indefensión y por el tamaño.
En el periodo paleolítico inferior (la más antigua etapa de la llamada Edad de
Piedra, desde el 2.500 millones de años A.C hasta el 100.000 A.C), eso empezó a
cambiar gracias al lenguaje. Los adultos y las crías ya no se diferenciaban solamente
por el tamaño, sino porque los adultos poseían conocimientos y experiencias que
fueron logrando con el tiempo (dominio del fuego, construcción de casas y de
herramientas, técnicas de caza, etc.) y que debían transmitir a los recién nacidos.
Puede decirse que desde entonces, para sobrevivir, a la especie humana no le basta
con tener descendencia, sino que también requiere de una transmisión cultural a sus
crías; el lenguaje hace posible esa transmisión.
Las crías empezaban a ser consideradas “hijos”, y los adultos se ocuparon de
enseñarles lo que sabían, incorporándolos a todas las tareas. Los hijos participaban de
igual a igual con los adultos en las actividades y rituales de su tribu. Además, los
padres empezaron a ver en sus hijos una forma de trascender a la muerte, es decir, a
entender que cuando mueran, sus hijos ocuparán sus lugares. También en esta etapa
hallamos los primeros juegos, que tenían forma de dramatizaciones o simulaciones en
las cuales los hijos pequeños jugaban a cazar fieras imaginarias, mientras que las
hijas recogían frutos, cuidaban el fuego y realizaban tareas que deberán cumplir una
vez adultas.
La antigüedad no fue fácil para la infancia, al contrario.
En Roma existía la figura del “Pater familias” (padre de familia), que era
considerado el jefe de la casa y, podríamos decir, dueño de sus hijos y esposa. En la
sociedad romana, el niño, para vivir, debía nacer dos veces: la primera, al salir del

1
Documento elaborado para alumnos cursantes de “Psicología y Cultura Infantiles y Adolescentes”,
del Profesorado en Educación Física, y de “Sujeto de la Educación I”, del Profesorado en Inglés del IFD
Bella Vista, Corrientes, Argentina, 2014
2
Profesor en Ciencias de la Educación, especialista en Constructivismo y Educación. Docente del
IFD Bella Vista, Corrientes, Argentina.
vientre materno; la segunda, cuando el padre lo aceptaba y elevaba en sus brazos. Al
niño romano recién nacido se le posaba en el suelo. Correspondía entonces al padre
reconocerlo cogiéndolo en brazos; es decir, elevarlo (elevare) del suelo. Si el padre no
“elevaba” al niño, éste era abandonado, expuesto ante la puerta, al igual que sucedía
con los hijos de los esclavos cuando el amo no sabía qué hacer con ellos. Muchos
niños, y especialmente niñas, no eran elevados, y su destino era la muerte.
Es sabido también que los griegos, al igual que los romanos, acostumbraban
lanzar desde el monte más alto a los hijos indeseados y a los que nacían con alguna
enfermedad. O bien, abandonarlos para que lo coman los animales salvajes.
Con el surgimiento del Cristianismo se produjo un leve cambio, ya que la figura de
Jesús y la historia de su nacimiento representaron al niño como una divinidad.
Hubo en esta etapa una discusión interesante, acerca de si los niños eran
malvados de nacimiento por el pecado original, o por el contrario, eran buenos. Era un
problema serio, porque si es verdad que nacemos con el pecado original y morimos
antes de ser bautizados, pareciera que el infierno es un camino inevitable para estos
chicos. Luego de muchas discusiones, la iglesia consideró que los niños tenían un
alma que podía ser salvado, y por tener un alma, se prohibía que fueran asesinados.
En el año 374 el Estado consideró al infanticidio como un delito castigable con la pena
de muerte. Pero lo que esta ley castigaba era el maltrato extremo, que culminaba con
el asesinato de un niño; no castigaba los maltratos menores, ni las crueldades físicas y
psicológicas que padecían. Estos maltratos continuaron siendo aceptados.
La Edad Media también tiene sus particularidades. Recordemos que es una etapa
marcada fuertemente en todas sus facetas por la religión y el poder de la iglesia. La
gente consideraba seriamente la posibilidad de que existan brujas, hechiceros, y creía
mucho más que ahora en embrujos, posesiones demoníacas, pócimas para el amor,
etc. Y los niños no fueron ajenos a estas creencias.
En este periodo surge el concepto de “engendro”: se creía que el diablo, en su
afán de dominar la tierra, enviaba a sus hijos a este mundo, y lo hacía robando el bebé
de algunas mujeres embarazadas y reemplazándolos por su propia descendencia.
Entonces sucedía que una mujer podía quedar embarazada y dar a luz a un hijo del
diablo. Los candidatos naturales a ser considerados engendros eran los niños
inquietos, rebeldes, y también los que nacían con alguna deformidad física o retraso
mental. En el peor de los casos, estos hijos eran abandonados o asesinados. En el
“mejor” de los casos, podían ser mantenidos atados y vendados fuertemente durante
mucho tiempo, y exorcizados. Estas costumbres duraron hasta aproximadamente la
Reforma Protestante.
Otra creencia medieval interesante, que tuvo sus consecuencias, fue la de la
reencarnación. Muchos adultos creían que la persona, luego de fallecer, reencarnaba
en un recién nacido. Cuando el bebé tenía rasgos similares a los de una persona
recientemente difunta (“Tiene los ojos de la abuela”, por ejemplo), se veía al bebé no
como un nuevo miembro, sino como a la abuela con un cuerpo nuevo. Por supuesto,
el trato que recibía no era el correspondiente a un bebé, y se esperaba de él
conductas, comportamientos, y hábitos propios de la abuela.
Sin embargo, en este periodo se considera socialmente valiosos a los padres que
dan a luz a muchos hijos. Esto se debió a que el poder de los señores feudales era
mayor cuanto más súbditos habitaban sus tierras. Así, cuando las familias tenían hijos,
aumentaba su número de súbditos y con ello su poder frente a los otros señores. Las
leyes sobre infanticidio se hicieron más rígidas por los mismos motivos. Un niño
menos equivalía a dos súbditos menos: el niño y su asesino, que era ahorcado
públicamente.
Hasta el siglo XII, aproximadamente, en el arte pictórico no se observaban
diferencias entre un niño y un adulto, excepto por el tamaño. Así, los adultos y niños
eran retratados de manera idéntica (misma ropa, mismas poses, etc.) pero en
miniatura. Recién en ese siglo un artista, Durero, midió las proporciones físicas de los
niños en relación con la de los adultos, y empezó a diferenciarlos en sus pinturas.
Así, tanto en la prehistoria como en la antigüedad y el Medioevo, el lugar de la
infancia es un lugar secundario o casi inexistente. El mundo es un mundo adulto, en el
cual los hijos participan como futuros adultos, sin diferenciarse casi en nada de ellos.
Esto se observa también en la literatura. Coveney, en su libro The image of
Childhood, por ejemplo, descubrió que en la literatura inglesa anterior al siglo XVIII
casi no hay niños, y cuando los hay, jamás son protagonistas.
Recién en la etapa de la Modernidad, más precisamente en el Renacimiento,
empieza a considerarse al niño de manera similar a como lo hacemos en la actualidad.
En el siglo XVIII, con la Revolución Industrial, se produjeron cambios radicales
que afectaron la vida familiar. Hasta entonces, la casa y el trabajo permanecieron
unidos, ya que la mayor parte de la actividad estaba vinculada a actividades que
podían hacerse de manera doméstica. Pero la Revolución trajo aparejada la
construcción de fábricas, y el acceso a puestos de trabajo totalmente diferentes de los
anteriores. Gran cantidad de familias se traslada del campo a la ciudad, y empiezan a
trabajar en esas fábricas. De este modo, la casa y el trabajo se separan.
Estos cambios afectaron a los hijos. Empiezan a necesitar espacios propios donde
permanecer durante la ausencia de sus padres. Aparecen los cuartos de los niños, y
las plazas de juego... y la escuela. La infancia empieza a ocupar una consideración
especial por parte de los adultos, y a diferenciarse de éstos. Un ejemplo lo hallamos
en la vestimenta: aparece aquí la ropa para los niños, claramente distinta de la de los
adultos, y diferenciada en ropas para nenas y para varones. Se multiplica la
fabricación de juguetes y aumenta la literatura infantil.
Pero no hay que pensar que por esto, el trato a los niños mejoró radical o
racionalmente. Hasta 1815, robar o raptar un niño no era considerado delito, ya que
carecía de valor. En cambio, si el niño que se robó estaba vestido, el ladrón podía ser
condenado por el robo de las correspondientes ropas. En ese mismo período, muchos
delitos menores cometidos por niños de 7 años en adelante se castigaban con la
horca. En febrero de 1814, y en un solo día, fueron condenados a muerte cinco niños
por el Tribunal Central de lo Criminal, en Londres: Fowler (12 años), y Wolfe (12 años),
por robo en un domicilio particular; Morris (8 años), Solomons (9 años) y Burrell (11
años), por robar un par de botas.
Esta atención a la niñez implicó también el aumento de los controles de sus
actividades. Lo primero que se controló fue el juego: había que delimitar qué juegos
eran apropiados y recomendables y qué juegos no. En este período se halla la
histórica lucha contra la masturbación infantil, que se consideró un juego inapropiado e
indecente que debía ser erradicado.
Empezó a considerarse que los juegos apropiados eran aquellos que traían algún
provecho para el niño, es decir, aquellos que le enseñaban algo acerca de sus futuros
roles. Juegos como cocinas o planchas de juguete para las nenas, y herramientas o
armas para los niños, empezaron a hacerse populares.
Desde entonces, se asocia al niño con el juego. Más adelante, se descubrirá que
el juego es una forma específica de experiencia que le permite al niño apropiarse de
parte de la cultura en la que vive.
La escuela pasa a ocuparse de enseñar a los niños los conocimientos
elementales de las ciencias que intervienen en la Revolución Industrial. Se ocupa de
aquellos conocimientos que los padres no son capaces de transmitir. Gran parte de las
esperanzas y expectativas sociales se vuelcan en los niños, que son ahora objeto de
cuidado, cariño, y orgullo para los padres.
En pocas palabras, y a modo de conclusión, entonces, las concepciones de
infancia han variado a lo largo de los siglos, en vinculación con procesos y modos de
organización socioeconómica, formas y pautas de crianza, intereses políticos, ideas
pedagógicas, etc. Estas modificaciones en las concepciones trajeron aparejadas, por
lo general, pronunciamientos jurídicos acerca de sus derechos y su cuidado.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
1) VASEN, Juan Pablo. “Post Mocositos”. Extraído de
http://www.psiconet.com/foros/egp/postmocositos.htm
2) GILLHAM, B. y PLUNKETT, K. Desarrollo Infantil: Desde la concepción a la edad
escolar. Madrid, Morata, 1985. Cap. I
3) AA.VV. “La infancia, una construcción de la modernidad”. Extraído de
http:\\educacion.idoneos.com
4) CARASSAI, Mariana. “El niño del mañana. ¿Quiénes son los niños hoy?”. En
ConTexto Educativo. Revista Digital de Educación y Nuevas Tecnologías. Número 29, Año V.
Publicado en http://contexto-educativo.com.ar/2003/5/nota-02.htm y consultado el 31 de marzo
de 2012
5) ALZATE PIEDRAHITA, María Victoria (2001) Concepciones e imágenes de la infancia”.
En: Revista de Ciencias Humanas, Nº 28, 2001. Pp. 125-133. Pereira, Colombia. Publicado
en http://www.utp.edu.co/~chumanas/revistas/revistas/rev28/alzate.htm y consultado en marzo
de 2013.

También podría gustarte