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Rafael Saura

La Bicicleta

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Fue mi compañero Eugenio quien me hizo reparar en el abandono de
que era objeto aquella bicicleta. Algún gracioso probablemente el más
temprano descubridor de la orfandad del vehículo había enchufado en
uno de los puños del manillar un primer vaso de café de máquina usado, al
que, por puro mimetismo, le habían seguido muchos otros en el transcurso
de la última semana. Aquella pequeña gamberrada colectiva había
despertado la atención de mi amigo sobre la suerte del propietario de la
susodicha bicicleta; sin duda, un empleado de la veterana empresa de
construcción naval en cuyo recinto trabajábamos también nosotros.
Aquellos vasos de plástico blanco, encajados, uno tras otro, a ambos
lados del manillar, parecían sugerir que, por algún motivo, el dueño de la
bicicleta había salido sin ella de la fábrica y que no había regresado al
trabajo desde entonces.
Varios días más tarde, en el momento en que nuestro habitual paseo
en dirección a la máquina cafetera nos hacía pasar junto a la bici, mi amigo
tuvo una ocurrencia:
Aquí tienes una historia para otra novela me dijo, en referencia
a mi conocida afición por la escritura.
¿Una historia dices? Si la bicicleta pudiese hablar, tal vez podría
escribirla; aunque lo más probable es que ni aún entonces mereciera ser
contada.
Una bicicleta parlante sería un buen titular para el periódico
respondió riendo, pero yo me refería a la oportunidad que tienes de
contar lo que le ocurrió a su propietario.
Eugenio, no me tomes el pelo. Para iniciar cualquier relato es
necesario partir de algo. Aquí no hay nada.
Yo podría contarte la historia me dijo entonces.
No sé por qué me parece que me estás tomando el pelo.
Hablo en serio. Puedo hacerlo ahora mismo.
Ya comprendo repliqué sonriente. Tú sabes de quién es la
bicicleta en realidad, y también estás al tanto de lo que le ocurrió a su
dueño.
¿Si se tratase de ficción, pondrías por escrito el relato? me
preguntó, acto seguido.
Te lo diré después de escucharlo concedí, realmente interesado
en conocer la explicación que mi amigo parecía haber hallado para aquel
pequeño misterio.
En cuanto abandonamos el túnel donde se hallaba la máquina de
café, Eugenio dio comienzo a la narración prometida. Apartados ya del
bullicio de la gente que, luego de hacer cola, obtenía allí sus bebidas
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calientes, habíamos comenzado a caminar bajo los soportales del siglo
dieciocho que rodeaban la moderna oficina, donde ambos trabajábamos
como delineantes.
La bicicleta fue un obsequio paterno me dijo en primer lugar,
un regalo motivado por el ingreso de su propietario en la antigua escuela de
aprendices.
El modesto vehículo, junto al cual pasábamos precisamente entonces,
debía tener al menos cuarenta años. Aunque bien conservado, mostraba
señales inequívocas de haber recibido sucesivas capas de pintura, y las
ruedas, además del faro y la dinamo, parecían haber sido sustituidas en un
tiempo más reciente.
Si es así, el hombre debe ser de tu edad le dije, habrá entrado
en la empresa a los catorce y ahora tendrá cincuenta y cuatro.
Tiene cuarenta y tres años, igual que tú afirmó con
rotundidad. La bici era de segunda mano cuando se la regaló su padre.
De acuerdo, prosigue le dije, sorprendido por la seguridad con
que se expresaba.
Nuestro joven aprendiz vivía entonces con su padre en Doniños,
en la aldea que está encima del lago. Allí lo conocían como Paco. Aquí en
la empresa pronto empezó a correr por un mote.
Supongo que también conocerás ese mote. afirmé en tono de
sorna.
Naturalmente. Aquí todo el mundo le llama Fitipaldi.
Ya no me cabe duda de que conoces al individuo. Me parece bien
que me cuentes su historia, pero no sueñes con que escriba la biografía no
autorizada de alguien vivo, y menos aún de un obrero de esta casa.
No te he dicho que lo conozca, y tampoco he afirmado que esté
vivo.
Está claro, no lo conoces. Sin embargo, se trata de un individuo
real llamado Fitipaldi. ¿Estoy en lo cierto?
Me temo que te equivocas, Rafa. Aunque Fitipaldi no existe en
realidad, sí es cierto que su verdadero nombre es Francisco.
Muy bien respondí riendo, Paco se llama Francisco, y aquí se
le conoce como Fitipaldi, a pesar de que no existe.
Eso es, exactamente dijo Eugenio, conteniendo a su vez la
propia risa.
Estábamos en los tiempos de su ingreso. Supongo que en el
momento de recibir su mote le apunté, invitándolo a continuar la
narración.
Su mote..., en efecto recordó mi amigo. Le pusieron ese
apodo precisamente a causa de la bicicleta. Supongo que no es necesario
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que te recuerde que, por aquel entonces, el brasileño Emerson Fitipaldi era
un famoso piloto de Fórmula 1.
Comprendo. respondí Le colgaron ese apodo porque el pobre
chaval tenía que venir de la aldea en una bici usada, mientras que los
señoritos de la ciudad venían caminando al trabajo.
Al trabajo no, a la escuela de aprendices, como te he dicho.
Aunque se encontraba en el interior amurallado de la empresa, la escuela
era eso, una escuela, aunque estuviese dedicada a formar futuros obreros.
»Le pusieron ese alias por lo que tú dices prosiguió relatando
Eugenio. Bueno..., la verdad es que le empezaron a llamar así a raíz de
su segunda caída. El muchacho bajaba a tumba abierta las cuestas de
Doniños a las seis y pico de la mañana camino de la escuela. La carretera
estaba fatal y, entre la noche, las prisas por llegar a la hora, la lluvia y la
gravilla suelta, terminaba por pegarse la torta en alguna curva y aparecía en
la empresa convertido en un eccehomo.
Por lo que veo, le pasaba como al ciclista Ocaña. Era muy rápido
pero no sabía andar en bicicleta.
Eso es, estaba siempre por el suelo, igual que Ocaña. Sin embargo
sólo era torpe para eso. Para los estudios, por ejemplo, era estupendo.
Si pretendes contarme la triste vida de un aprendiz de los setenta,
puedes ahorrarte el relato. Ya existen varios libros que tratan del tema.
La vida de Fitipaldi fue especial me dijo entonces con expresión
seria. Difícil y dura como la de muchos de sus compañeros pero,
incuestionablemente, singular y digna de ser escrita.
En aquel momento me vi tentado a decirle a Eugenio que, si aquella
vida hubiese sido tan singular como afirmaba, probablemente yo habría
oído hablar de ella, en una empresa donde los cotilleos de toda índole
corrían enseguida como la pólvora, a pesar de que fuésemos allí más de
seis mil trabajadores de plantilla. Sin embargo, recordando que, según sus
palabras, el tal Paco, Francisco, o Fitipaldi era invención pura en todo
cuanto fuese más allá de la posesión de aquella bicicleta, decidí callarme y
observar con interés la expresión grave, sin duda dramática en cuanto
que supuestamente fingida y escénica con la cual continuó acompañando
su relato.
Ya te he dicho que el hombre vivía en la aldea de Doniños, y sin
embargo todavía no te he explicado que nadie conoció nunca, en realidad,
el verdadero emplazamiento de su casa.
¿Cómo es eso posible? protesté En su carné de identidad
constaría forzosamente un domicilio. Su banco le enviaría a alguna parte
los recibos mensuales. De alguna manera había de estar censado.

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La casa paterna, donde siempre se encontró domiciliado, existe
todavía en Doniños. Cualquiera, incluso tú, puede ir a verla. Sin embargo,
nadie ha creído jamás que Paco haya habitado aquella ruina.
El hogar de su padre era una ruina repetí sonriendo. Se
trataba de una tapadera para ocultar el verdadero domicilio del muchacho.
No es correcto hablar en pasado en este caso replicó Eugenio.
La casa continúa allí y el padre de Paco está vivo, aunque tenga ya casi
ochenta años. Sin embargo, he de darte la razón en que siempre pareció
tratarse de un domicilio tapadera para ambos.
Sigue, sigue... le animé, observando que efectuaba una pausa,
probablemente con objeto de permitirme intervenir de nuevo. El rostro de
Eugenio continuaba sin expresar el menor signo de que estuviese hablando
en broma.
La casa, que debe tener doscientos años, como mínimo, apenas
cuenta con las paredes y el tejado prosiguió mi amigo. El suelo es de
tierra; el hogar de granito donde en otro tiempo se hizo la comida, llevaba
años sin ser usado cuando yo visité el lugar y, lo que resulta más elocuente,
es que allí ni siquiera existen camas verdaderas; tan sólo un gran montón de
paja vieja donde me resisto a creer que duerma nadie en estos tiempos.
Me dices que has visitado la casa. comenté.
Así es. La curiosidad me impulsó a ello, hace un par de años. La
puerta estaba abierta y en su interior no había nadie.
La curiosidad de comprobar, sobre el terreno, la realidad de tu
propia historia aventuré. Supongo que se trató de eso.
Las habladurías me llevaron a realizar esa pequeña investigación
privada. Espero que me guardes el secreto.
Naturalmente le respondí con deliberada afectación. Jamás le
comentaré al inexistente Fitipaldi que has entrado en su casa de Doniños;
porque supongo, además, que la tal casa tampoco gozará de existencia real
en este mundo.
En este último punto te equivocas. Al igual que existe Doniños,
también goza de entidad real la casa.
Pero... ¿Y el secreto? ¿No me has pedido que te escriba ese relato?
¿Pretendes acaso que nunca se publique?
El relato no tiene por qué mantenerse en secreto ahora que
Fitipaldi ha fallecido. Mi allanamiento de morada, sin embargo, no es
conveniente que aparezca por escrito.
Comprendo le respondí. Temes terminar en la cárcel de los
cuentos.
Por favor, explícame eso. Ahora soy yo quien no te entiende
dijo entonces Eugenio.
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Con esa afirmación tuya: acabas de decirme que visitaste la casa,
has penetrado como personaje en el relato. Supongo que eres consciente de
ello.
Como personaje... Sólo si me citas con mi verdadero nombre.
Sea como fuere, ese personaje corre el riesgo de tener problemas,
en el cuento, por haber penetrado en esa casa sin permiso, ¿me sigues?
Te sigo.
Pero el Eugenio real no ha penetrado de verdad en la vivienda ¿me
equivoco?
Te equivocas me respondió. La he visitado realmente. Se
trata de una casa de verdad que está en Doniños.
Pero no existe Fitipaldi argumenté, algo exasperado ni su
padre, supongo.
Eso no impide que yo exista, ni que haya una casa en Doniños
cuya cocina está en desuso. También la bicicleta es real, además de
pertenecer al cuento, Si se te ocurre prenderle fuego con gasolina, tanto en
la realidad como en la historia, te verás metido en problemas.
Ahora comprendo respondí, pensando si a mi amigo se le habría
aflojado últimamente algún tornillo.
¿No sé si te vas haciendo con el relato? me dijo a
continuación Jamás, en la vida real, me había puesto a contar una
historia como ésta.
¿En la vida real? le interrogué, absolutamente desconcertado.
Es que, en cierta ocasión, tuve que contarle una historia al propio
Fitipaldi; pero ese es otro asunto.
Por lo que observo, te estás permitiendo el lujo de entrar y salir del
relato según te apetece. Supongo que eso mismo puedes hacerlo con
cualquiera.
No es infrecuente que, en la literatura, un autor haya conocido, en
persona, alguno de sus personajes. No veo, por tanto, motivo para no
incluirme como parte de la trama.
Tienes razón, pero creo que te olvidas de que tu protagonista no ha
existido, y que, en consecuencia, no has podido conocerlo le discutí.
Tampoco tú lo has conocido y, no obstante, has entrado en
contacto con él, a través de su bicicleta.
He tenido alguna relación con su bicicleta, sí; pero no con él, dado
que, según afirmas, ha muerto.
Ahora está muerto. Tienes razón, pero, a estos efectos, no me
parece importante, dado que antes tampoco existía.
Por favor, Eugenio. Céntrate un poco en la narración, o me vas a
volver loco le rogué.
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Al parecer, Fitipaldi tuvo dos padres, en principio. afirmó mi
amigo sin alterar la expresión de su rostro.
Ante aquella afirmación me eché a reír sin disimulo.
¡El colmo! ¿Cuántos padres llegó a tener al final? pregunté entre
carcajadas.
Es que... balbució mi amigo, Paco era un hijo de puta.
Creí morir de risa al escuchar aquella nueva frase suya. Cuantos
empleados caminaban en aquel momento por la calle del recinto fabril
volvieron su cabeza para observarnos. Sentí vergüenza. Mis carcajadas me
parecieron impropias, dado que estábamos en horas de trabajo.
¡Era un cabronazo! afirmé tratando de contener la risa Su
padre le regaló la bicicleta, aunque “en principio” había dos padres. Ya me
lo explicarás cuando tengas tiempo. Tiempo en la vida real, naturalmente.
He querido decir que su madre era una puta, no que el fuese un
cabronazo. Esa fue la razón de que “en principio” hubiese dos hombres que
ejercían como sus padres. Cuando ingresó en la empresa, sin embargo, el
parecido físico con uno de ellos había determinado ya la renuncia del otro;
aunque en el registro civil estuviese inscrito como descendiente del falso.
Entonces... ¿quién le regaló la bicicleta?
El auténtico, el que no llevaba su apellido. En realidad la bicicleta
había pertenecido a su otro padre.
El que llevaba su apellido... supongo.
Eso mismo. El falso, aunque verdadero desde el punto de vista
legal, le vendió la bici al genuino, antes de que éste se la regalase al
muchacho.
Entiendo.
Fitipaldi y sus dos padres vivían, en el momento del ingreso del
chico en esta empresa, en el prostíbulo de su madre: un lupanar de aldea al
que, mayoritariamente, acudían hombres de campo. Ese era el motivo del
secreto.
Resulta difícil creer que ese secreto haya durado cuarenta años
objeté yo.
No es necesario que tú lo creas; bastará con que convenzamos a
los lectores del relato.
Pero... ¿Ocurrió de verdad? ¿Logró engañar a todos sobre su
origen, durante todo este tiempo? le interrogué.
Consiguió hacerlo hasta hoy por la mañana.
Supongo que eso es así porque tú acabas de participármelo.
Exacto. Aunque, en realidad, nadie pudo saberlo en todo este
tiempo porque yo no lo había imaginado todavía.

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Dos horas más tarde, Eugenio y yo salíamos nuevamente de la
oficina con objeto de tomar otro café junto a la bicicleta. En aquella
ocasión fue mi ansiedad la que me llevó a rogarle que prosiguiera con el
relato.
Lo extraordinario de la vida de Fitipaldi radica en cómo se las
arregló siempre para mantenerse al margen del las modas y el pensamiento
colectivo de cada época. Observa, por ejemplo que, hasta el final, continuó
con su vieja bicicleta como medio de transporte.
¿No llegó a sacarse el carné de conducir?
Ni tuvo jamás un televisor, ni contrajo matrimonio, ni vio jamás
un partido de fútbol completo.
Lo del matrimonio y el televisor estoy dispuesto a aceptarlo, pero
¿cómo puedes estar seguro de que jamás vio un partido completo? ¿Acaso
eres Dios..., para saberlo todo?
En realidad tengo esos datos por que él mismo tuvo a bien
participármelos en una conversación que sostuvimos. Aunque es verdad
que tengo poder sobre cuanto pudo ocurrirle a Fitipaldi. Como personaje
mío, puedo modificar su pasado para que el presente resulte ser como a mí
me convenga.
No estoy de acuerdo le rebatí a Eugenio. Existe algún hecho
sobre el que no puedes influir: la presencia de esa bicicleta, por ejemplo.
Fitipaldi posee entidad, en cuanto supuesto propietario de ella.
Tienes razón; hay incluso algunas otras ataduras que no me está
permitido pasar por alto. La coherencia es una de ellas.
Pues tengo la sensación de que no ha sido hoy el día que más
alarde has hecho de tal virtud.
Creo que te equivocas. Si te ciñes al relato observarás que cuanto
he dicho de nuestro hombre pudo haber ocurrido. No he pecado de
contradictorio al respecto, ni he mentido, a ojos de quien pudiese un día
leerlo. Cuando afirmo que no puedo pasar por alto la coherencia, me estoy
refiriendo a eso. Si el personaje no resulta creíble, el libro se cierra, y
Fitipaldi se esfuma.
La bicicleta nadie podrá quitártela, sin embargo.
Pero alguien podría quitársela a Paco afirmó mi amigo con
expresión desazonada. Otro autor podría sentar en ella a otro personaje.
Todo esto, si es que no se presenta el propietario auténtico.
El propietario en la vida real, quieres decir.
Ese mismo.
Si se presenta y no llegamos a conocerlo la historia no se verá
afectada.
¿Y si llegamos a saber quién es?
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Entonces probablemente influirá en nuestra percepción del
personaje, y el resultado final, en el libro, tendrá que ver con ello.
De modo que la novela será otra.
Eso nunca. La novela sólo puede ser una: la que finalmente
escribas.
»Ocurre como en el cine me explicó entonces. La película es el
resultado que tú ves en la pantalla. Aunque en la intención original del
director hubiese otra idea, la obra de arte es ese resultado, con sus actores e
interpretaciones concretas; con sus virtudes y defectos; fíjate incluso que
cuando llega a filmarse una nueva versión, pasado el tiempo, y alguien nos
pregunta si se trata del mismo film, enseguida respondemos: “Esta no es la
antigua, han hecho otra película”.
Justo en aquel momento, mientras pasábamos junto a la bicicleta,
llegó hasta allí el todo-terreno de los vigilantes jurados. El conductor del
vehículo y su acompañante ambos de uniforme se apearon, para
dirigirse directamente a la bici de nuestros devaneos. Sin cruzar palabra
con nadie le retiraron los vasos de plástico acumulados, introduciéndolos
en un cercano contenedor de basuras y, a continuación, uno de ellos
procedió a conducirla a la parte posterior del automóvil en que habían
llegado.
Impulsado por una curiosidad inmensa, me acerqué al coche, antes
de que hubiesen terminado de acomodar la bicicleta en su interior. Eugenio
me había seguido sin hacer comentarios.
Perdonen mi curiosidad me dirigí a los agentes. Esta bicicleta
llevaba días aquí, en aparente abandono. ¿Podrían decirme si ha sido
reclamada por alguien?
Creemos que llegó a la empresa a bordo de un barco senegalés que
estuvo haciendo reparaciones en el dique, hará unas tres semanas. Al
parecer, uno de sus tripulantes se acercaba a veces con ella hasta la
máquina de tabaco que se encuentra junto a la cafetera. Por algún motivo la
dejó en este lugar o, simplemente, olvidó llevársela cuando zarpó el buque.
Al menos, eso nos han comentado.
¿Y por qué motivo tardaron tanto en venir a retirarla? inquirí,
arriesgándome a recibir una respuesta cortante por su parte.
Ha sido el director quien finalmente dio la orden de quitarla de
aquí, a causa de los vasos. La imagen de la empresa, ya sabe... Aunque se
nos informó de su abandono hace ya días, decidimos aguardar, por si acaso
pertenecía a algún trabajador despistado.
¿Entonces no dieron ustedes crédito a quien les informó acerca del
tripulante africano?

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Si usted supiera cuántas historias se inventan en esta casa cada día,
no concedería valor a nada de cuanto se escucha.

Evidentemente, me has engañado le reproché a Eugenio después


de aquello. Sabes perfectamente que Fitipaldi acaba de morir ahora.
Cuando te dije que había muerto no mentía. Lo que ha ocurrido es
que ese guardia ha cambiado el pasado sin saberlo.
Una dosis excesiva de realidad no conviene a ningún relato
comenté. De todos modos nada impide que conozcamos el resto de la
historia. Por favor, continúa.
Me temo que la historia de Fitipaldi se ha chafado me
respondió. A lo sumo podría decirte que hace aproximadamente treinta
años, nacía en una aldea del Senegal un negrito llamado Touré quien,
andando el tiempo, acabaría robando una bicicleta en el puerto de Dakar...
Eugenio, necesito que me cuentes el resto de la otra historia le
dije. He decidido escribirla, a pesar de todo.
La verdad es que no tengo ni idea de cómo podía haber continuado
me respondió. Todo cuanto te he referido se me fue ocurriendo sobre
la marcha. Ahora ya sólo puedo pensar en el tripulante senegalés. Su
historia sí podría contártela sin problemas dijo, adoptando una vez más
su expresión seria, porque conozco de primera mano todo lo que
aconteció en su vida.

© Rafael Saura 2011

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