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Módulo 2

Unidad 4
Lectura 4

Materia: Teoría de las Relaciones Internacionales


Profesora: María Cecilia Caro Leopoldo
4. El Liberalismo
En la presente unidad se analizarán los elementos doctrinarios principales
que el Liberalismo1 desarrolló, asociados al propósito de impedir la
recurrencia de los conflictos: la Seguridad Colectiva, la Indivisibilidad de la
Aplicando el esquema de Paz, el papel de la Opinión Pública, y la importancia de la difusión y
análisis de Buzan y Little consolidación de la Interdependencia Económica, el Librecambio y las
(2000) visto en la Unidad 1, Instituciones Internacionales como garantías de la Paz y la Cooperación.
el Liberalismo (en su versión
clásica): Se han seleccionado cuatro textos centrales para lograr la visión integral
que se pretende de cada paradigma teórico. El primero de ellos, La Paz
 Combina explicaciones a Perpetua –publicado en el año 1795-, pertenece a I. Kant, y es un breve
nivel de la unidad y ensayo relativo a las condiciones para alcanzar la paz en la esfera
subunidad (características internacional. Su lectura es importante para identificar los orígenes de las
del Estado y cualidades de
sus instituciones) con otras
principales vertientes que se desprenden de la teoría liberal: el Liberalismo
relativas al nivel sistémico Republicano (Teoría de la Paz Democrática), el Liberalismo Institucional
(economía internacional, (Institucionalismo Neoliberal) y el Liberalismo Comercial (Enfoque de la
relaciones transnacionales). Interdependencia).
Los capítulos que se han incluido en esta unidad del libro La Crisis de los
 Se concentra en los sectores
político y económico. Veinte Años de E. H. Carr –publicado en el año 1939- por su parte,
corresponden al análisis que dicho autor realiza de los antecedentes
 Es una explicación que filosóficos e históricos que permitieron la consolidación de las ideas
utiliza variables relativas a centrales de este paradigma. Es al mismo tiempo una importante crítica a
procesos (relaciones las concepciones idealistas en aquellos aspectos en los que -al perder
comerciales, desarrollo de contacto con la realidad que intentaban explicar- se tornaron utópicas, y a
instituciones) y estructuras partir de ello, peligrosas en su aplicación a la política internacional.
(democracia como forma de
gobierno). El tercero de los textos que se incluye como de lectura obligatoria,
corresponde a la influyente obra de R. Keohane y J. Nye Poder e
Interdependencia Compleja. La Política Mundial en Transición (publicado
por primera vez en 1977), considerado como el intento más ambicioso de
desarrollar un esquema de análisis alternativo al Realismo para el estudio
de la política mundial hacia fines de los 70’. Este enfoque, articulado en
torno a los conceptos de interdependencia y relaciones transnacionales,
tomará como punto de partida la crítica al modelo estatocéntrico realista,
por desconocer las nuevas características de la política internacional,
asociadas con la emergencia de nuevos actores y nuevos tipos de
interacción, la pérdida de la importancia del poder militar y la
complejización y desjerarquización de los temas de la agenda.
Por último, la bibliografía de la unidad se complementa con un texto de G.
Sorensen: Liberalism of Restraint and Liberalism of Imposition: Liberal
Values and World Order in the New Millennium (2006) en el que el autor
analiza la emergencia y las características del orden internacional liberal
contemporáneo, destacando las dificultades para su consolidación. Su
lectura resulta altamente recomendable, no sólo por ser uno de los autores
liberales más prolíficos de los últimos tiempos, sino también por la lucidez
de su análisis sobre las antinomias y contradicciones propias del
pensamiento liberal en el siglo XXI.

1
Si bien la designación más adecuada para esta corriente de pensamiento es el término “Liberalismo”, en el
desarrollo del presente capítulo se utilizarán también y en el mismo sentido las expresiones “Idealismo” y
“Utopismo”, en cuanto que son las utilizadas por los autores que componen la bibliografía de la Unidad.

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4.1. Antecedentes. Contexto filosófico e
histórico.
El Liberalismo es un conjunto de principios filosóficos acerca de la
naturaleza humana y un núcleo de postulados teóricos que explican la
relación entre economía y política, o más precisamente, entre el Estado y el
mercado. Debido a estas características y su posterior evolución conceptual,
no existe una definición acabada del término “Liberalismo”; sin embargo, se
pueden identificar dos elementos siempre presentes en su núcleo de interés
central: la afirmación de la libertad del individuo y la defensa de la
economía de mercado, como medio de lograr el máximo de eficiencia, el
crecimiento económico y el bienestar individual.
El Liberalismo cree en un sentido indefinido de progreso social sustentado
en un discurso racional y en un proyecto moderno de emancipación,
entendida como la libertad de coerciones. De esta forma, privilegia –por
oposición a la visión realista- al hombre frente al Estado, a la armonía
frente al conflicto y a los valores frente a los intereses.
Como se verá en el apartado siguiente, a diferencia del Realismo -que fue
una visión que surge unida a la teorización sobre la política internacional-,
el Liberalismo es por el contrario una doctrina que surge en el ámbito
doméstico, y que luego se proyecta en el siglo XX al estudio de los asuntos
internacionales. Los orígenes de esta visión se remontan al Iluminismo del
siglo XVIII, conocido como el siglo de las luces. Durante este período, el
racionalismo se despliega como narrativa central contrapuesta a las
visiones teológicas o metafísicas propias de la Edad Media. El discurso
racionalista suponía que el hombre podía conocer a través del intelecto las
leyes de la naturaleza y por ende, controlar su destino de manera racional.
Esta visión se vio fortalecida con el crecimiento económico y social
producto de la revolución industrial.
En un nivel filosófico, los liberales poseen una visión optimista acerca de la
naturaleza humana y del ordenamiento social. Estiman que bajo las
condiciones adecuadas provistas por el Estado, la sociedad en su conjunto
puede progresar y la felicidad del hombre ser alcanzada. En efecto, la
armonía social y la cooperación entre los hombres no solamente son
deseables sino también posibles. El orden social se presenta como un
espacio público que se encuentra en estado de armonía relativa. Esta
armonía de la sociedad se sostiene en la racionalidad de sus integrantes que
buscando el bienestar individual, contribuyen al bienestar general. Adam
Smith es citado como el creador de la escuela del laissez-faire y uno de los
padres de la doctrina de la armonía de intereses, de la cual abreva
filosóficamente el Liberalismo. Para esta doctrina, el individuo, sin control
estatal (y aún inconscientemente), promueve los intereses de la comunidad,
ya que éstos son idénticos a los suyos (Carr, 2004).
En el plano económico, los liberales defienden la autonomía de la esfera
económica, que se ve reflejada en el concepto tanto analítico como
normativo de libre mercado. El mercado liberal es un espacio
autorregulado donde convergen las fuerzas de producción y donde el libre
juego de oferta y demanda establece el valor de los bienes, es decir sus
precios de mercado.
A estos antecedentes (racionalismo, individualismo y laissez faire), Carr
(2004) agrega los siguientes elementos doctrinarios:

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 Utilitarismo (J. Bentham): Plantea una ética racional en la que el Bien
es entendido como la mayor felicidad para el mayor número. Ello
determina un patrón ético de base amplia, ya que cualquiera puede
conocer el bien mediante un proceso racional, a partir del sentido
común.
 Infalibilidad de la Opinión Pública (S. Mill): De acuerdo con esta
doctrina, la mayoría siempre juzgará qué es lo correcto y actuará en
conformidad. De ello deriva una triple convicción: 1) la búsqueda del
bien es cuestión de un razonamiento correcto; b) a partir de la extensión
del conocimiento, todos razonaremos correctamente; y c) si razonamos
correctamente, actuaremos también correctamente. Estas convicciones
fueron trasplantadas al ámbito internacional por autores como
Rousseau y Kant, que entendían que la guerra era producto de un fallo
en el entendimiento: la razón demostraría lo absurdo de la guerra, que
no aporta ningún beneficio para nadie.
 La fe en el carácter pacífico de las democracias. Este punto será
analizado en el apartado siguiente.
Como se verá en el punto 4.2, estas ideas (propias del siglo XIX)
reaparecerán en el siglo XX en la política internacional, por impulso de los
Estados Unidos y su presidente W. Wilson. En palabras de Carr, Wilson
quien trasplantará “la fe racionalista decimonónica al terreno casi virgen de
la política internacional, y llevándosela consigo a Europa, la resucitará”
(Carr, 2004, p. 66).
Kant y el origen de las distintas versiones del Liberalismo
Muchos años antes del surgimiento del idealismo internacionalista, y en el
contexto histórico de la firma de la Paz de Basilea –que marca el primer
triunfo de las tropas republicanas francesas- Immanuel Kant proyecta un
plan de Gobierno en el que se concrete una paz permanente entre los
Estados.
Su Ensayo, titulado La Paz Perpetua, escrito en el año 1795, parte del
supuesto de que la paz entre los hombres no es una situación que surja de
manera espontánea, en cuanto que el estado de naturaleza es la guerra y por
ende, la posibilidad de hostilidades es permanente. En virtud de ello, son
los Estados los que deben bregar por la instauración de un orden que
propenda a la convivencia pacífica entre los pueblos. Dicho orden estaría
basado en condiciones a desarrollar en tres niveles: estatal, internacional y
transnacional, a los que se refiere el autor en cada uno de los tres artículos
definitivos de la sección segunda (Kant, 1994)2:
1) Primer artículo definitivo para la Paz Perpetua: “La constitución civil de
todo Estado debe ser republicana”.
En el plano doméstico, la superación del estado de naturaleza requiere un
pacto social capaz de generar un estado civil-legal basado en una autoridad

2 Para Kant, toda Constitución jurídica, por lo que respecta a las personas que están en ella, es:
1. Una Constitución según el derecho político (Staatsburgerrecht) de los hombres en un pueblo
(ius civitatis);
2. Según el derecho de gentes (Völkerrecht) de los Estados en sus relaciones mutuas (ius gentium);
3. Una Constitución según el derecho cosmopolita (Weltbürgerrecht), en cuanto que hay que
considerar a hombres y Estados, en sus relaciones externas, como ciudadanos de un estado
universal de la humanidad (ius cosmopoliticum). Esta división no es arbitraria, sino necesaria,
en relación con la idea de la paz perpetua. Pues si uno de estos Estados, en relación de influencia
física sobre otros, estuviese en estado de naturaleza, implicaría el estado de guerra, liberarse del
cual es precisamente nuestro propósito (Kant, 1994, p. 15).

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común. El fundamento de dicho estado, es una Constitución Republicana,
fundada en los principios de a) libertad de los miembros de una sociedad en
cuanto hombres; b) dependencia de todos respecto a una única legislación
común, en cuanto súbditos; y c) Igualdad de todos, en cuanto ciudadanos.
Tal constitución republicana es la base de la paz a nivel estatal, en cuanto
que implica –en virtud del principio de división de poderes y el gobierno
representativo- que son en definitiva los ciudadanos los que toman la
decisión de librar o no una guerra. Kant supone que siendo el pueblo el que
debe soportar las consecuencias negativas de toda guerra (de él surgen los
hombres para el ejército, los impuestos para sostener la contienda bélica, y
es él el que padece las ocupaciones, saqueos y matanzas del enemigo en
caso de resultar desfavorable el resultado de la contienda), difícilmente
decida a favor de ella. Por el contrario, en un régimen despótico, la guerra
se decide por los motivos más insignificantes, en cuanto que es una sola
persona –el déspota- el que tiene en sus manos tal decisión, sin que le
importe por ello la suerte de los que deben soportar las consecuencias.
2) Segundo artículo definitivo para la Paz Perpetua: “El derecho de gentes
debe fundarse en una federación de Estados libres”.
En el plano internacional al no haber una autoridad central, rige el estado
de naturaleza. De allí que para garantizar su seguridad, los Estados deben
propender a la creación de una Sociedad de Naciones fundada en el
Derecho de Gentes, similar a la asociación política que se da en el ámbito
nacional. El ingreso de los Estados a una constitución de estas
características no es algo fácil de lograr. A diferencia de lo que ocurre en el
plano doméstico, no hay una norma jurídica que obligue a los hombres a
salir del estado de naturaleza en el ámbito internacional. Sin embargo, la
razón condena a la guerra, por lo que Kant afirma que existe una especie de
obligación moral que exige la paz, susceptible de ser lograda a partir de un
pacto generador de una federación de pueblos que evite los conflictos y
frene las tendencias perversas.
3) Tercer artículo definitivo para la Paz Perpetua: “El derecho cosmopolita
debe limitarse a las condiciones de la hospitalidad universal”.
En el plano transnacional –centrado en el individuo-, la paz perpetua exige
el reconocimiento de un derecho para todos los hombres, de no ser tratados
de manera hostil en ninguna parte del mundo, derecho que se funda en la
posesión común originaria de la superficie de la tierra. El objetivo de este
reconocimiento apunta a garantizar las condiciones para el tráfico o
comercio entre los habitantes de los distintos Estados, con vistas al
desarrollo de relaciones legales y públicas. Esta idea, supone una
aproximación a una constitución cosmopolita, que actúe como
complemento del Derecho Político (en el plano doméstico) y el Derecho de
Gentes (en el plano internacional).
Estos artículos se complementan con la enunciación de las garantías de la
Paz Perpetua, fundadas en la misma naturaleza como tendencia o fuerza
componedora, que lleva a los hombres a vivir en armonía aún en contra de
su voluntad. Tales garantías operan a su vez en cada uno de los niveles
jurídicos enunciados, tal como se describe a continuación:
 Derecho político (ámbito nacional): Los hombres, guiados por la razón,
constituyen un Estado para evitar el conflicto permanente y organizarse
para la guerra, que está ínsita en su naturaleza. La naturaleza en este
plano, aprovecha las tendencias egoístas de los seres humanos para
generar una buena organización política –siendo la república la más

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eficiente en este sentido- que los contenga y evite su mutua destrucción.
De esa manera, las personas son obligadas a someterse a leyes coactivas
y a ser buenos ciudadanos por el temor a la guerra, aún cuando no sean
moralmente buenas.
 Derecho de gentes (ámbito internacional): El derecho internacional
supone la existencia de múltiples Estados, entre los que la posibilidad
bélica está siempre presente. En virtud de la tendencia de todo Estado a
la dominación de los demás, la naturaleza separa a los pueblos
dotándoles de idiomas y religiones diferentes, para evitar así la
constitución de una monarquía universal.
 Derecho cosmopolita (ámbito transnacional): La naturaleza también
une a los pueblos mediante el espíritu comercial, que fomenta la paz. El
derecho cosmopolita no los protege contra la guerra, pero permite que
la mutua convivencia y el provecho económico los aproxime: el poder
del dinero inspira confianza y fomenta la búsqueda de soluciones
pacíficas.
La importancia de la Paz Perpetua para el Liberalismo reside en la
posibilidad de rastrear la conexión existente entre cada uno de los artículos
o condiciones planteados por Kant y las distintas versiones del Liberalismo,
que permanecen como corrientes de pensamiento consolidadas en la
actualidad.
Por una parte, tenemos a los liberales republicanos, que creen que la
democracia (o la república, en términos kantianos) y la paz van de la mano.
En segundo lugar, los liberales institucionalistas creen que la cooperación
puede aumentar y los conflictos disminuir si se tejen redes de instituciones,
acuerdos y normas que regulen el comportamiento entre los Estados.
Finalmente, encontramos a los liberales comercialistas que creen que la paz
es el resultado del comercio y la interdependencia entre los pueblos.3.
Las conexiones entre las distintas perspectivas del Liberalismo y las
proposiciones de Kant se sintetizan en el cuadro siguiente:

PROPOSICION FUENTE DE NIVEL DE VERTIENTE


AUTORIDAD ANALISIS TEORICA

Estados Republicanos Constitucional Unidad estatal Liberalismo


(Régimen Republicano
político) (Teoría de la Paz
Democrática)

Federación de Estados Derecho Sistema Liberalismo


internacional Internacional Institucional
(Institucionalismo
Neoliberal)

Derecho Cosmopolita Transnacional Individuo Liberalismo


Económico
(Teoría de la
interdependencia)

3
Si bien en la teoría estas tres perspectivas han sido desarrolladas de manera separada, en la práctica
van de la mano: si poblamos el mundo de democracias, si hacemos que esas democracias sean
interdependientes entre sí y al mismo tiempo converjan en acuerdos por áreas de interés, el mundo será
más estable y pacífico.

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4.2. Principios y conceptos
fundamentales: Paz, Democracia,
Librecambio, Seguridad Colectiva y
Cooperación Internacional.
A continuación, se expondrán los principios fundamentales que componen
el Liberalismo clásico. Se aclara al alumno que la exposición será realizada
en base a las argumentaciones de Carr (2004), por lo que en cada caso, irán
acompañadas de las consiguientes críticas que desde el realismo se le
realizaron a cada uno de tales principios, en virtud de su fracaso al ser
llevados a la práctica durante el período de entreguerras.
El interés común en la Paz
Políticamente, la doctrina de la armonía de intereses, popularizada por la
Escuela del laissez faire, señala que toda Nación tiene un interés idéntico
en la paz, de allí que cualquier Estado que desee perturbarla actúa de un
modo irracional e inmoral. Esta idea del interés común en la paz, sostenida
por los escritores anglosajones a partir del supuesto de que la paz no
beneficiaba a nadie, sería para los idealistas un factor suficiente para
inducir a las naciones a la paz.
Carr (2004) señala que discursivamente, esta argumentación ayudó
durante el siglo XIX a políticos y escritores a no enfrentar las divergencias
de intereses entre los Estados por-status quo y aquellos que deseaban
cambiarlo, hasta que tales diferencias en el siglo XX se tornaron imposibles
de conciliar, transformando el interés común en choque de intereses, como
se verá a continuación.
Democracia y Opinión Pública
La visión decimonónica de una democracia liberal basada en ciertos
principios racionales a priori, que sólo debían ser aplicados en otros
contextos para producir resultados similares, dominó el mundo tras la
primera guerra mundial. En efecto, señala Carr (2004) que en un número
limitado de países, la democracia liberal del siglo XIX había tenido un
brillante éxito, en cuanto que sus supuestos coincidían con la fase de
desarrollo alcanzada por dichos países.
Sin embargo, cuando las teorías de la democracia liberal fueron
trasplantadas mediante un proceso meramente intelectual a un período y a
países cuyo nivel de desarrollo y necesidades eran completamente distintas
a las de la Europa occidental del siglo XIX, la esterilidad y la confusión
fueron la consecuencia inevitable. En palabras de Carr, “las democracias
que se sembraron por el mundo mediante el acuerdo de paz de 1919 fueron
el producto de la teoría abstracta, no echaron raíces y se marchitaron
rápidamente” (2004, p. 67).
El trasplante a la esfera internacional de la liberal en la opinión pública no
corrió mejor suerte. De acuerdo con Carr (2004), esta doctrina contenía
una doble falacia: 1) que la opinión pública tiende siempre a prevalecer en
el largo plazo; y 2) que la opinión pública es siempre correcta. Wilson
impregnará la Conferencia de París con estas ideas, señalando que una vez
desarmados los enemigos, la razón (entendida como opinión pública)
también desarmaría a los aliados. Creía que el arma más fuerte de la

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Sociedad de las Naciones -y la base del nuevo orden internacional- sería
precisamente la opinión pública, entendida como el pensamiento de la
gente normal, sin privilegios, con patrones poco sofisticados sobre lo bueno
y lo malo.
La invasión de Japón a Manchuria demostraría que la opinión pública era
de poco fiar, y pronto la mayoría de los países –salvo los EEUU- se volcarán
a favor de las sanciones materiales como base del nuevo orden
internacional. Como señala Carr “la opinión pública no sólo no prevalece
con seguridad, sino que no siempre es correcta” (2004, p. 77).
Librecambio
Trasladada al nivel internacional, la perspectiva liberal de la economía
defiende el librecambio como fuente de beneficios mutuos y de
consolidación de relaciones pacíficas. Un mundo liberal, abierto al comercio
y a los intercambios de ideas y personas, crea las condiciones para el
diálogo y la cooperación y reduce los márgenes de irracionalidad de los
Estados.
Un punto central del pensamiento liberal en relaciones internacionales, y
que se vincula con la premisa del libre comercio, es el rol mínimo que deben
ejercer los gobiernos, como vigilantes nocturnos, en la esfera internacional.
El supuesto detrás de este argumento era que si los Estados daban libertad
a sus pueblos, los mismos conducirían sus asuntos de manera racional,
buscando siempre maximizar el bienestar y disminuyendo las posibilidades
de conflicto. En otras palabras, para los liberales la política tiende a dividir,
mientras que la economía tiende a unir a los pueblos.
Esta visión liberal de la economía internacional sirvió como el sustento
ideológico de lo que se dio en llamar el “siglo de paz”: los cien años que van
desde la derrota de Napoleón en Waterloo hasta la Primera Guerra
Mundial. Durante esta etapa, florecerán el comercio, las migraciones, y el
crecimiento económico, no solamente de los Estados europeos sino también
de los Estados Unidos y otros países del continente americano. Así fue
como utilitarismo y laissez faire sirvieron para dirigir el curso de la
expansión industrial y comercial en occidente (Carr, 2004, p. 66).
De acuerdo con Carr (2004), la idea del libre comercio internacional y su
correlato –la doctrina de la armonía de intereses- fueron sostenibles
mientras la producción y el crecimiento económico –sumados a los
procesos de migración y colonización- permitían adquirir nuevos mercados
y otorgar ciertos beneficios a la mayoría de la población, posponiendo así la
cuestión de clases y el conflicto social. Sin embargo, en el fondo estos
postulados liberales sólo beneficiaban a ciertos sectores dentro de cada
Estado (los que se vinculaban con el comercio internacional) y a ciertos
Estados (los más desarrollados, que exportaban sus productos
industrializados a los países más pobres).
En consecuencia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX surgieron
protestas sociales por las graves desigualdades sociales, y comenzó a cobrar
importancia el nacionalismo político y su versión económica llamada
mercantilismo. El libre comercio, poco a poco, fue cediendo ante las
políticas proteccionistas. Esto es, frente a un movimiento de laissez faire
para ampliar los alcances del libre mercado, sobrevino un contra-
movimiento que buscó frenar la independencia de la economía y
reincorporarla al ámbito de la política. Estas medidas proteccionistas,
combinadas con un mapa político europeo alterado, políticas exteriores

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imperiales y visiones nacionalistas, habrían de desembocar en la Primera
Guerra Mundial.
Como señala el autor que comentamos, la armonía de intereses que daba
sustento a las ideas económicas liberales ya había demostrado su falsedad
aún antes del auge del idealismo en el período de entreguerras: las
condiciones impuestas a los vencidos en los tratados de paz de 1919
demostraron que ya no se creía en la existencia de tal armonía. Este hecho,
sumado al crecimiento de los países asiáticos que comenzarán a competir
con los occidentales con sus exportaciones, la ausencia de nuevos espacios
libres para ser colonizados, el problema de los refugiados y el surgimiento
de los nacionalismos, producirán la ruptura del presupuesto básico del
utopismo. A partir de la segunda guerra mundial, ya no podrá creerse que
cada Estado, al perseguir el mayor bien para sí, contribuye al mayor bien de
todo el mundo y viceversa. En palabras de Carr, “la síntesis entre moralidad
y razón (que daba fundamento al utopismo) se hace insostenible” (Carr,
2004, p. 106).
Seguridad colectiva y Cooperación Internacional: la Sociedad
de Naciones
La Gran Guerra fue un hecho que impactó profundamente en la mente de
los políticos y pensadores. El “siglo de paz” se había desmoronado
abruptamente. La crueldad de la guerra había dejado millones de muertos y
heridos en combate, a los que se sumaban los millones de muertes
provocadas por los efectos laterales de la guerra: enfermedades,
hambrunas, miseria, etc.
De profunda inspiración idealista, los estudiantes de Relaciones
Internacionales del período de entreguerras creían que la experiencia de la
Primera Guerra Mundial había servido para conocer el peligro de perseguir
políticas estatales estrictamente basadas en el poder y en los intereses
nacionales.
Había llegado el momento de trasladar las ideas liberales con respecto a la
política doméstica al ámbito internacional. La política exterior de los
Estados, se creía, podía ser moderada, limitada e incluso disciplinada si se
establecían instituciones internacionales a tal fin. La guerra como
instrumento de política exterior podía eliminarse. Esta creencia en el
progreso del ordenamiento social, esta vez a escala global, encontró en el
Liberalismo la fuente de conocimientos y valores necesarios para repensar
las relaciones internacionales.
Como lo expresara E. H. Carr, las Relaciones Internacionales surgieron de
“(…) una guerra grande y desastrosa, y el objetivo mayor que dominó e
inspiró a los pioneros de la nueva ciencia fue impedir una repetición de esta
enfermedad en el cuerpo político internacional” (Carr, 2004, p. 40). Esta
visión optimista marcó profundamente la evolución de nuestra disciplina,
aunque luego fuera cuestionada por visiones más pesimistas o realistas del
orden internacional.
Al tomar como objeto de estudio a la política internacional, el Liberalismo
razonó que las causas de la Primera Guerra Mundial eran el producto de
una incorrecta forma de abordar las relaciones internacionales y que la paz,
entonces, era posible si la sociedad internacional diseñaba los mecanismos
institucionales adecuados para salir del círculo del eterno retorno del
conflicto armado.
El resultado de este proyecto fue la Sociedad de Naciones y su sustento
teórico el idealismo liberal. El objetivo que proponía Wilson, uno de sus

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principales propulsores, era constituir una organización internacional con
capacidad efectiva para disuadir potenciales Estados agresores. El
instrumento central para este fin fue lo que se dio en conocer como
“seguridad colectiva”, que se proponía como mecanismo destinado a
reemplazar el modelo tradicional de equilibrio de poder basado en alianzas
flexibles tendientes a evitar el predominio de un Estado por encima de los
demás.
Para ser efectiva, la seguridad colectiva debía contar con varios
requerimientos. El primero era que el uso de la fuerza para resolver
conflictos dejaría de ser una práctica legítima. Si en un juego de alianzas la
guerra era vista como un medio útil para obtener ventajas, en el sistema de
seguridad colectiva la guerra sería profundamente descalificada. El único
órgano con capacidad de autorizar el uso de la fuerza sería el Consejo de
Seguridad de la Sociedad de Naciones y con el solo objetivo de castigar al
Estado agresor. En otras palabras, el proyecto idealista afirmaba que la
guerra sería o bien un delito (de un Estado) o bien un castigo (de las
Sociedad de Naciones).
Segundo, de acuerdo al artículo 16 de la Carta, el Estado agresor quedaría
aislado diplomáticamente y todos los Estados estaban llamados a apoyar al
Estado agredido. Mientras el modelo de equilibrio de poder suponía que los
Estados se aliaban ya sea con el agresor o con el agredido de acuerdo a sus
propios intereses, la seguridad colectiva no daba lugar ni para la
neutralidad ni para el alineamiento con el Estado ofensivo. El interés
primero de los Estados debía ser rechazar la guerra y brindar apoyo al
Estado agredido. La lógica de este principio se basaba en pensar la paz
como algo que no era (ni podía ser) divisible: la guerra en un lugar del
planeta involucraba en esta asociación a todos los Estados.
Pero no fue necesario que pasara mucho tiempo antes de que el idealismo
wilsoniano fuera puesto en cuestión. Como observara E. H. Carr, “el
racionalismo puede crear una utopía, pero no puede hacerla real” (2004, p.
67). En efecto, la seguridad colectiva mostró sus deficiencias precisamente
en los casos en que más se esperaba su participación exitosa. El Congreso
de los Estados Unidos había votado en contra de formar parte de la
Sociedad de Naciones a pesar de que su principal defensor era el mismo
Presidente Woodrow Wilson. Esta ausencia de un poder en ascenso como
Estados Unidos marcó un debilitamiento institucional de la Sociedad desde
su primer día.
Como utopía liberal, el sistema de seguridad colectiva se basaba en la idea
de la armonía de intereses entre los Estados. Como mecanismo estratégico,
suponía que los Estados debían renunciar al uso de la fuerza militar para
alterar el status quo y debían reaccionar no en términos de sus intereses
nacionales sino en sintonía con los intereses de la comunidad internacional.
Como criterio de análisis, los Estados debían poder distinguir claramente
entre agresores y víctimas, condenar a los primeros y defender a los
segundos, tarea no siempre sencilla.
Cuando la importancia asignada a los ideales es demasiado alta, se corre el
riesgo de pretender que la realidad se ajuste a los designios de la razón. En
1931, Lord Cecil afirmaba en la Asamblea de la Sociedad de Naciones que
rara vez había habido “un período en la historia del mundo en que la guerra
parezca menos probable que ahora” (Carr, 2004, p. 76). Ocho días después
Japón comenzó con su campaña en Manchuria, Italia invadió Etiopía en
1935 y en 1938 Estados Unidos intervino en la crisis de Checoslovaquia. La

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Sociedad de Naciones no detuvo el rearme alemán, pensando que Hitler
estaría satisfecho sólo con esto.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue más trágica aún que la
Primera: más de cincuenta millones de muertes, lo que representaba casi el
2% de la población mundial de entonces. Si bien la Sociedad de Naciones
fue reemplazada por la Organización de Naciones Unidas, el Liberalismo
quedó desacreditado no sólo como perspectiva de análisis de Relaciones
Internacionales sino también como programa político.
La crítica central fue el énfasis del Liberalismo en la construcción de
instituciones internacionales sostenidas por el derecho internacional. El
exceso de una visión normativa o moralista había llevado a ignorar o
disminuir el peso que la realidad impone. El intento de construcción de una
ciencia de las relaciones internacionales basado en un deseo imaginario
acerca de cómo nos gustaría que fuese el mundo hacía que el deseo
prevaleciera sobre el análisis, la generalización sobre la observación y que
se descuidara el análisis crítico de los hechos y los medios disponibles
(Carr, 2004).

El desmoronamiento del proyecto de la Sociedad de las Naciones no fue


para Carr producto de los errores o la maldad de aquellos que se negaron a
hacerlo funcionar. Su fracaso significó por el contrario, “la bancarrota de los
postulados sobre los que se basaba” (2004, p. 80). Eran pues los principios
utópicos los que eran falsos o inaplicables; de allí que la utopía de los
teóricos internacionales tuviera tan poco impacto en la realidad.

4.3. El Enfoque de la Interdependencia.


Como se describió en el apartado anterior, luego de la Segunda Guerra
Mundial el Liberalismo quedó desacreditado como perspectiva de análisis y
como programa político en el ámbito internacional. Sin embargo, el embate
principal no fue contra toda la perspectiva liberal sino contra su lado más
utópico o idealista.
Entre 1962 y 1975, Estados Unidos se vio envuelto en la guerra de Vietnam.
Fue una guerra larga, costosa y de enorme impacto político en los Estados
Unidos. Al mismo tiempo, Estados Unidos, Europa y Japón debieron
soportar la crisis del petróleo instalada por los países de la OPEC al tomar
la decisión de aumentar, en repetidas oportunidades el precio del barril del
petróleo.
Estos dos eventos plantearon un serio cuestionamiento a la teoría realista.
Por un lado, Vietnam demostró que el poder militar de los Estados Unidos,
por más abrumador que fuera, no era suficiente para manejar los asuntos
mundiales. La crisis de la OPEC por su parte, hizo ver que la política
mundial se hallaba en transición hacia una era de mayor interdependencia
económica, cuyas soluciones no podían ser exclusivamente militares.
Los principales embates a la teoría realista provinieron de los llamados
enfoques transnacionales quienes plantearon la necesidad de un nuevo
paradigma alternativo al Realismo, comprensivo de actores distintos al
Estado, y al que denominaron de la política mundial, de la política
transnacional o de la sociedad global.

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Si bien existen varios autores que se enrolaron dentro de este nuevo
enfoque, nos concentraremos en la explicación del modelo liberal de
interdependencia compleja de Keohane y Nye, por haber sido el intento más
ambicioso desde un punto de vista teórico e intelectual. Estos autores
parten de una crítica al modelo estatocéntrico que dominaba el estudio de
las relaciones internacionales, por ignorar las relaciones intersocietarias y la
importancia de los actores no estatales y sus conexiones con el sistema
interestatal.
Son elementos claves para comprender el enfoque:
 El concepto de relaciones transnacionales (que se diferencian de las
relaciones internacionales), constituidas por los contactos, coaliciones e
interacciones a través de las fronteras del Estado, o controladas por los
órganos centrales encargados de la política exterior. Estas relaciones
comprenden interacciones transnacionales (movimientos de ítems
tangibles e intangibles a través de fronteras estatales, cuando al menos
un actor no es un agente de gobierno u organización
intergubernamental) e interacciones transgubernamentales (entre
subunidades de diferentes gobiernos, a través de las fronteras).
 La noción de interdependencia (sobre la que se asienta el concepto de
relaciones transnacionales) referida a situaciones caracterizadas por
efectos recíprocos entre países o entre actores en diferentes países.
 La idea de Política Mundial, entendida como el conjunto de las
interacciones políticas entre actores significativos en un sistema
mundial, entendiéndose como actor significativo a toda organización o
individuo autónomo que controla ciertos recursos y participa en
relaciones políticas con otros a través de fronteras estatales. Tales
actores pueden desarrollar políticas exteriores privadas, que pueden
inclusive oponerse a las estatales.
Sobre la base de estos conceptos, los autores proponen un programa de
investigación que supone diferentes tipos de áreas de problemas, con tres
focos centrales de interés: 1) el análisis de las distintas áreas; 2) la
investigación de los actores transnacionales y transgubernamentales; y 3)
las relaciones entre las áreas de problemas.
Esta matriz de análisis de las relaciones internacionales (que fue presentada
en su obra Relaciones Transnacionales y Política Mundial de 1971) fue
criticada por presentar numerosas lagunas e insuficiencias, que los autores
intentarán salvar en su obra Poder e Interdependencia. La Política Mundial
en Transición. (1977). En ella, se proponen desarrollar un marco analítico
coherente para el análisis político de la interdependencia, distinguiendo dos
tipos ideales de política mundial: el tipo ideal realista y el tipo ideal de la
interdependencia compleja.
En un mundo que funcione bajo los supuestos realistas, argumentaban
Keohane y Nye (1988), los Estados viven en un contexto anárquico, su
interés es la seguridad, su objetivo es maximizar el poder y su recurso es la
fuerza militar. En un mundo realista los Estados se encuentran en
situaciones de conflicto latente y la cooperación no es imposible pero
limitada en sus causas y su desarrollo.
El tipo ideal de la interdependencia compleja es la imagen invertida del
mundo realista: la anarquía da paso a la coordinación de políticas, existen
otros intereses además de la seguridad, el poder se puede maximizar sin
afectar a otros, la fuerza militar se vuelve irrelevante para resolver
problemas y la cooperación no sólo es posible sino también deseable. En

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tanto tipos ideales, Keohane y Nye (1988) afirmaban que muchas
situaciones caerán en algún lugar situado entre ambos extremos. Con
frecuencia, el realismo sería más preciso para explicar los problemas
mundiales, mientras que en otros casos, la interdependencia compleja
proporcionará un mejor retrato de la realidad.
Keohane y Nye (1988) analizan el rol del poder, y se preguntan de qué
modo los contextos de interdependencia afectan la política exterior de los
actores involucrados. Para dar respuesta a este interrogante, distinguen
entre efectos de sensibilidad y efectos de vulnerabilidad. La sensibilidad
implica los costos de un cambio externo en un marco de políticas concreto,
mientras que la vulnerabilidad es entendida como el costo de ajustar la
política a una nueva situación (es decir, el costo de modificar las políticas
para enfrentar un cambio externo).
Cuando dos o más Estados conviven en un sistema de interdependencia,
cada uno es sensible a los cambios operados en los demás; de allí que los
Estados busquen adoptar decisiones que puedan disminuir los costos de ser
sensible a los demás. Por ejemplo, en 1971, frente al aumento de precios del
petróleo, Estados Unidos resultó menos sensible que Japón ya que
dependía en menor medida de la importación para satisfacer su demanda.
Cuando un Estado adopta decisiones para disminuir costos pero esos costos
perduran y se incrementan, entonces el Estado se ha vuelto vulnerable. En
palabras de Keohane y Nye la vulnerabilidad implica la “desventaja de un
actor que continúa experimentando costos impuestos por acontecimientos
externos aún después de haber modificado sus políticas” (1988, p. 28). De
este modo, es claro que la vulnerabilidad es más relevante que la
sensibilidad. Si la última es el contexto normal de la interdependencia, la
primera implica su desafío.
Las relaciones de interdependencia se dan un marco constituido por un
conjunto de normas y procedimientos que regulan los comportamientos de
los actores y controlan sus efectos. En este sentido, los regímenes
internacionales serían factores intermedios entre la estructura de poder en
un sistema internacional y la negociación política y económica que se lleva a
cabo en su seno.
A partir de los postulados descriptos, Keohane y Nye (1988) articulan su
modelo ideal de interdependencia compleja, cuyas diferencias con el
modelo ideal realista pueden ser apreciadas en el siguiente cuadro:

Modelo Realismo Interdependencia Compleja

Estado Canales Múltiples


Actor Principal
 Racional  Relaciones Interestatales
 Unitario  Relaciones Transgubernamentales
 Relaciones Transnacionales

Agenda División entre Alta Política Ausencia de Jerarquías


y Baja Política

Fuerza Militar Relevante Menos Relevante

En primer lugar, si para los teóricos del realismo, el mundo está habitado
por Estados, la teoría de la interdependencia compleja afirma que otros

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canales conectan las sociedades. Además de las relaciones entre Estados,
existen relaciones transgubernamentales y transnacionales. Las primeras
suponen que los Estados muchas veces no se conectan como un todo con
otros actores. Las agencias de un gobierno mantienen relaciones con
agencias de otros gobiernos y muchas veces, estas relaciones no son
coherentes. Así, puede darse el caso de que mientras los ministerios de
economía de dos o más países intentan acordar la liberación de ciertos
productos, los ministerios de trabajo de esos mismos países intentan poner
trabas a la importación de productos.
La existencia de relaciones transgubernamentales contradice el postulado
realista de que los Estados son unitarios y se expresan con una sola voz. Así,
el interés nacional puede ser visto como un conjunto de intereses
subnacionales complejos y a veces contradictorios. En este sentido, algunos
teóricos liberales sostienen que la política exterior es el producto de
negociaciones y conflictos internos al Estado y no el resultado de una
evaluación del poder estatal en función de los otros Estados del sistema.
La existencia de relaciones transnacionales por su parte, cuestiona el
precepto realista de que el Estado es el actor central en la política mundial.
Keohane y Nye hacen referencia al auge de las empresas transnacionales y
el enorme poder que tienen para influir en los Estados, así como también al
desarrollo creciente de organizaciones y regímenes internacionales que
comienzan a influir y a poner límites en la acción externa de los actores
estatales.
El segundo principio de la interdependencia compleja es la ausencia de
jerarquías, y significa que en contextos de interdependencia, los asuntos de
seguridad no figuran al tope de la agenda de manera permanente. En pocas
palabras, el dilema de seguridad en situaciones de interdependencia
importa menos. Este principio se corresponde con visión liberal de los
objetivos prioritarios del Estado, en los que no es la seguridad sino el
desarrollo económico de sus pueblos lo que más importa.
Por último, la existencia de cada vez más temas en la agenda de los Estados,
la proliferación de canales de comunicación y la disminución de la
autonomía del Estado hacen que la fuerza sea menos relevante como medio
para resolver conflictos. De este modo, Keohane y Nye introducen el
concepto de poder por áreas temáticas: un Estado puede tener poder en un
área y ser débil en otra y al mismo tiempo encontrar dificultades para
trasladar el poder de un área a otra.
La Unión Europea, por ejemplo, tiene un poder económico que disputa el
liderazgo con los Estados Unidos, pero su poder político es menor y su
poder militar mucho menor aún. A la inversa, los Estados no negocian
acuerdos de integración o resuelven conflictos comerciales mostrando sus
capacidades militares. La fuerza militar poco puede hacer contra el cambio
climático o la desaparición de la biodiversidad. Tampoco puede hacer
mucho contra la inmigración, la pobreza o las crisis financieras
internacionales. Todos estos temas requieren tratamiento en distintos foros
regionales e internacionales en donde la cooperación es indispensable.

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4.4. El orden internacional liberal:
avances y desafíos subsistentes.
Con el fin de la Guerra Fría, surgieron grandes expectativas para los
partidarios del Liberalismo: el camino hacia la consolidación de un orden
mundial liberal pacifico y cooperativo, fundado en la democracia y la
globalización económica, parecía abierto y factible de ser recorrido.
La realidad sin embargo, indica que este camino no es tan fácil de recorrer
como los liberales optimistas predicen, en cuanto que existen tres
obstáculos fundamentales para ello: 1) el orden liberal a nivel global es muy
débil; hay muchos países que no cuentan con democracias liberales
consolidadas; 2) existe una contradicción en el pensamiento liberal relativo
al orden, que complica el progreso liberal; y 3) poderosas fuerzas políticas
persiguen el orden liberal mediante un camino alternativo plagado de
elementos no liberales (Sorensen, 2006).

¿Qué es un orden mundial liberal y cómo emerge?


!
Se entiende al Orden Mundial como un arreglo de gobernabilidad entre los
Estados. Un Orden Mundial Liberal, por su parte, es un orden mundial
permeado por valores liberales. Los valores liberales pueden resumirse en:
libertad, responsabilidad, tolerancia, justicia social e igualdad de
oportunidades. La cooperación entre sociedades democráticas a través de
organizaciones en el marco del derecho internacional y el respeto por los
derechos humanos, acompañada de un compromiso compartido con el
desarrollo económico son las bases para la paz mundial y la sustentabilidad
económica y ambiental.
Señala Sorensen (2006) que un orden liberal puede ser impulsado tanto
desde abajo como desde arriba. Los liberalismos sociológico y económico
hacen énfasis en la promoción desde abajo, mientras que los liberalismos
republicano e institucional ponen el acento en la promoción desde arriba.
 El Liberalismo sociológico recurre a la noción de que las relaciones
entre las personas son más cooperativas y eficaces para lograr la paz que
las relaciones entre los gobiernos.
 El Liberalismo económico argumenta que los actores económicos en un
mercado económico libre son las fuerzas más poderosas para lograr un
orden mundial liberal.
 El Liberalismo republicano está basado en la afirmación de que las
democracias son más pacíficas y respetan más la ley que otros sistemas
políticos. En particular, las democracias nunca libran guerras entre sí.
 El Liberalismo institucional enfatiza el rol de las instituciones
internacionales en la promoción de la cooperación entre los Estados.

¿Puede existir hoy un orden liberal?


!
Existen dos elementos importantes en un movimiento hacia el orden
liberal. Uno es el mejoramiento de las precondiciones básicas (sociedad
civil, democratización, instituciones, economía de mercado). El otro es el

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propio orden liberal, basado en las precondiciones mencionadas (Sorensen,
2006).
El primer aspecto ha experimentado importantes avances, aunque
subsisten importantes problemas: las conexiones entre las personas y las
sociedades se han diversificado, pero se han multiplicado las tensiones
producto de las inmigraciones; existe una aceptación prácticamente
universal de la economía de mercado, pero ésta ha generado o agravado en
muchos países la pobreza y el desempleo; la cantidad de democracias en el
mundo aumenta cada año, pero subsiste la debilidad institucional y las
restricciones a las libertades individuales en muchas de ellas; las
instituciones internacionales se consolidan, pero en función de los intereses
de las grandes potencias. Ello lleva a Sorensen (2006) a la conclusión de
que existe un orden liberal firme entre las democracias consolidadas en el
área atlántica, fundado en la interdependencia, las instituciones y los
valores comunes. Sin embargo, a escala global, el orden liberal es aún muy
débil. En él, la interdependencia, está menos desarrollada y genera costos
antes que beneficios; la institucionalización también es relativamente débil,
y lo más importante, si bien en teoría todos los Estados están de acuerdo
con los valores liberales, ello no se ve reflejado en un compromiso profundo
por llevarlos a la práctica.
Las antinomias liberales
El pensamiento político liberal, presenta una contradicción que se relaciona
con lo que significa para los individuos disfrutar de la libertad y de la buena
vida. Como señala Sorensen (2006), el concepto de lo que se entiende por
“libertad” es sin lugar a dudas controvertido. Esta contradicción permite
distinguir dos conceptos de Liberalismo.
La libertad en la tradición liberal clásica, es una esfera individual de
autonomía, de no interferencia de ningún tipo por parte de las autoridades
estatales, o en otras palabras, una libertad negativa. El núcleo central, son
los derechos de propiedad: la libertad, es un derecho que emana de la
propiedad en la propia persona. Por eso el Liberalismo clásico implica
fundamentalmente un Liberalismo de restricción: hay una esfera de acción
que pertenece sólo a la persona y una interferencia en esa esfera de libertad
sólo puede ser justificada con el propósito de prevenir daños a otros.
El Liberalismo moderno por su parte, señala que una protección
incondicional a los derechos de propiedad provoca la degradación de
amplios sectores sociales, y conspira contra otros valores liberales tales
como la justicia social y la igualdad de oportunidades. Por ello proponen un
concepto de libertad positiva, que es sólo posible bajo ciertas condiciones:
un adecuado sistema de salud, recursos económicos, educación, etc. Para
ser libres, los individuos deben tener más que libertades negativas y el
Estado debe hacerse cargo de proveer esas condiciones a todos. Es por esto
que el Liberalismo moderno expresa fundamentalmente un Liberalismo de
Imposición, que requiere de intervenciones activas por parte del Estado
para asegurar las condiciones propias de la libertad real.
Ambos liberalismos han competido y proyectado sus valores en el plano
internacional: el Liberalismo de restricción se ha manifestado en la
promoción del derecho internacional, de las instituciones internacionales y
de una irrestricta economía liberal de mercado. El Liberalismo de
imposición por su parte, ha sido evidente en la política exterior
intervencionista de los Estados Unidos –con el justificativo de luchar contra
la amenaza comunista- durante gran parte del siglo XX; en la asistencia
financiera, técnica y política dada a los países surgidos del proceso de

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descolonización; en las diversas intervenciones humanitarias por parte de
las potencias occidentales en los llamados Estados fallidos; en los
regímenes de asistencia a los países pobres y en las políticas económicas
domésticas del mundo desarrollado que aún hoy implican desviaciones del
libre mercado.
En síntesis, puede afirmarse que el Liberalismo de imposición es necesario
para la resolución activa de los problemas relativos al sub-desarrollo, la
falta de libertad, la ausencia de Derechos Humanos, etc. Se trata de una
política liberal activa para garantizar y extender los beneficios de la
democracia y el libre comercio al mundo. En este sentido, existe un
consenso general respecto a que el Liberalismo de restricción no resulta
suficiente para enfrentar los graves problemas existentes; sin embargo,
Sorensen nos advierte que el Liberalismo de imposición puede ser
“demasiado” (2006, p. 264).
Por ejemplo, en la esfera económica, si bien el Liberalismo de imposición
puede ser una protección contra las fallas de mercado, simultáneamente
introduce fallas en la política que pueden ser igual de graves, producto de la
manipulación de los mercados. En términos más generales, puede inclusive
conducir al autoritarismo, ya que un Liberalismo intervencionista implica
saber qué es lo que los demás deben querer (Sorensen, 2006).

Resumiendo parecería que el Liberalismo de restricción no alcanza,


en cuanto no permite lidiar efectivamente con los vastos problemas de las
angustia humana, y es por lo tanto una receta para la inacción. El
Liberalismo de imposición por su parte, puede ser demasiado, en
cuanto que amenaza con socavar los valores liberales que busca
promover; es potencialmente una receta para los excesos en la acción.
Esta es la esencia de la contradicción existente en el Liberalismo.

Conclusión: un orden liberal balanceado


El Liberalismo de imposición tiene sus propios límites: la política
intervencionista y unilateral norteamericana posguerra fría se ha debido
enfrentar a los altos costos derivados de guerras prolongas e infructíferas en
términos de dinero, vidas y pérdida de legitimidad interna. Ello ha
debilitado por su parte la capacidad de la superpotencia para ejercer
políticas de soft power a nivel mundial
El Liberalismo de restricción por su parte, también tiene sus límites: no
puede promover los objetivos liberales de libertad, bienestar, seguridad y
orden de una manera efectiva. A pesar de sus grandes avances durante el
siglo XX, persisten graves problemas en numerosos Estados y regiones del
planeta (pobreza, violación de los derechos humanos, desigualdad). Los
Estados débiles y pobres son incapaces de enfrentar tales flagelos
basándose en un mero Liberalismo de restricción.
Se requiere en definitiva, de una vía media que evite los excesos de los
extremos liberales: para los partidarios del Liberalismo de restricción, se
trata de evitar la inacción y la aceptación pasiva del sufrimiento humano;
los promotores de un Liberalismo de imposición por su parte, deben
encontrar caminos que permitan que sus acciones no conduzcan a
resultados no liberales y políticas ilegítimas, minando así –en lugar de
promover- los valores básicos liberales.

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Bibliografía Lectura 4
 CARR, E. H. (2004). La Crisis de los Veinte Años. Madrid: Ediciones de
La Catarata. Capítulos 3 y 4.
 KANT, I. (1994). Sobre la Paz Perpetua. Madrid: Tecnos.
 KEOHANE, R. y NYE, J. (1988). Poder e Interdependencia. La Política
Mundial en Transición. Buenos Aires: GEL. Capítulos 1, 2 y 8.
 SØRENSEN, G. (2006). Liberalism of Restraint and Liberalism of
Imposition: Liberal Values and World Order in the New Millennium.
International Relations, 20(3), 251-272.

www.uesiglo21.edu.ar

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