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Por Fabián Bosoer. Cuando Raúl Alfonsín ganó las elecciones del 30 de
octubre de 1983, sabía que nos internábamos –los argentinos y su gobierno–
en territorio inédito y desconocido. Veníamos de la dictadura y de la guerra,
ocho años de destino arrebatado que terminaron en el descalabro del régimen
militar y la derrota en Malvinas. La Guerra Fría recrudecía en el mundo,
Ronald Reagan llevaba a cabo su revolución conservadora en los EE.UU.
mientras intervenía en Centroamérica. Dictaduras militares imperaban en
Chile, Paraguay, Brasil y Uruguay. En ese contexto histórico y geopolítico, la
presidencia de Alfonsín representaría la génesis de una epopeya civilista en la
Argentina. La construcción de un relato colectivo, cimentada en la memoria
histórica, la experiencia y el aprendizaje de los fracasos democráticos previos
–en los años 60 y 70– y algunos principios –o fundamentos– éticos: el Nunca
Más al autoritarismo; no a la impunidad para las violaciones a los derechos
humanos; el pluralismo como valor fundante; la búsqueda de consensos y
compromisos en torno a objetivos comunes; volver a la Constitución, para
marchar hacia una democracia plena; retomar el camino interrumpido en
1930 y frustrado luego sucesivamente, en 1943, 1955, 1966 y 1976. Distintas
vertientes de pensamiento y tradiciones políticas tributaron a esa verdadera
revolución democrática. Lo acompañaban sus correligionarios de la UCR y
compañeros de lucha política del Movimiento de Renovación y Cambio.
Veteranos y jóvenes dirigentes del partido a los que se fueron sumando un
puñado de figuras provenientes de otros partidos, académicos, intelectuales y
economistas de extracción keynesiana. Entre el 30 de octubre y el 10 de
diciembre había que conformar un equipo de gobierno. Eran básicamente los
hombres de Illia, veinte años después, y algunos dirigentes y figuras más
jóvenes, con sólida formación académica o profesional pero sin experiencia
en la gestión pública. Enfrente tenía un peronismo derrotado y anclado en el
pasado, un sindicalismo a la defensiva, resistencias en las Fuerzas Armadas,
la Iglesia y los grupos de influencia de las elites conservadoras en otros
ámbitos de poder; el económico y el diplomático, la deuda externa y la
dependencia del financiamiento del FMI.
USINA DE IDEAS
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