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Fecha 15-12-1831
Valor nominal 3.000.000
Precio de emisión 65 %
Suma recibida 1.860.000
Fecha 10-8-1832
Valor nominal 3.000.000
Preco de emisión 75.50 %
Comisión 2%
Suma recibida 2.115.000
Fecha 15-9-1833
Valor Nominal 3.000.000
Precio de emisión 82.5 %
Comisión 2%
Suma recibida 2.400.000
Fecha 15-3-1837
Valor nominal 1.000.000
precio de emisión 95 %
comisión 3 %
Suma recibida 925.000
Fecha 3-8-1837
Valor nominal 2.000.000
precio de emisión 95 %
Comisión 3 %
Suma recibida 1.850.000
Fecha 20-1-1846
Valor nominal 2.000.000
Precio de emisión 95%
Comisión 2 %
1.860.000
los Torlonia de Roma
y los Parodi de Genova
Total de escudos Valor nominal 14.000.000 Suma recibida 11.010.000
Frases son éstas, que parecen tomadas del lenguaje simbólico y ocultista de la masonería y
del judaismo. Es indudable que, como dice Antonio Brambila, después de diez años, que
han transcurrido desde la iniciación del Vaticano II, estamos ya en posesión de datos
suficientes y manifiestos para poder calificar esa reunión desastrosa y ese pontífice, que ha
mantenido en permanente cambio todas las estructuras, todos los dogmas, toda la liturgia,
toda la moral, toda la disciplina de la Iglesia, con una habilidad indiscutible, pero no la
suficiente, para evitar que todos los verdaderos católicos se den cuenta de la trampa
mortal, que les han puesto. Ya sabemos por sus acciones, por sus discursos, sus encíclicas
y por los pésimos frutos del Vaticano II lo que significa precisamente el "misticismo" de
Paulo VI. Es él, el que, por encima de todos, debe ser considerado como el autor,
inspirador y ejecutor infatigable de esa "autodemolición", que significa y es el Vaticano
II. Es él, quien ha llevado a la práctica los ocultos planes de la Sinagoga de Satanás y de
las logias masónicas.
Por eso, el interés que demuestra por la juventud, aún por los hippies, en cuyas inexpertas
manos quiere poner los destinos de la Iglesia, para llevar adelante y asegurar así su actual
victoria. Desde los primeros años de su sacerdocio Juan B. Montini ocupó puestos
importantes en los negocios de la Iglesia, que le dieron la oportunidad para trabajar
secretamente por los intereses del judaismo, su verdadera nacionalidad y religión. Muy
conocidas son en Italia las ocultas relaciones de Mons. Montini y del Arzobispo Montini
con los dirigentes del comunismo y de la masonería de Italia; y los archivos vaticanos
seguramente tendrán anotadas las cordiales recepciones que Paulo VI ha dado en su
palacio a los jefes del comunismo internacional, de las logias más secretas y peligrosas y a
los dirigentes del sionismo mundial.
Es Juan B. Montini el hombre que debe ser considerado como el dirigente intelectual y el
ejecutor habilísimo, que pudo llevar, en unas cuantas y tumultuosas sesiones del Concilio
Vaticano II, la confusión más espantosa al seno mismo de la Iglesia, reservándose la
acción del postconcilio, para hacer él mismo, con sus Motus Proprios, sus Sínodos
democráticos y su actividad dirigente, la fusión progresiva de la Iglesia con sus mortales
enemigos. Hay en el Sacro Colegio, en la actualidad 13 cardenales de origen judío, entre
los cuales están los que cuentan con el mayor apoyo y confianza de Paulo VI, los posibles
papables. El Motu Proprio por el que eliminó del futuro Cónclave a los ancianos
cardenales, que, a pesar de sus méritos, de su ciencia, de su virtud y de la claridad de su
mente, han sido eliminados por la previsora mano del papa Montini, hizo a un lado los
posibles obstáculos.
"Todo lo que viene sucediendo en la Iglesia, escribe en la revista española "¿QUE
PASA?" Aurelio Roca, es una consecuencia lógica de las tácticas del "acercamiento al
mundo" y de la "renovación de las estructuras" con adaptación a los "SIGNOS DE LOS
TIEMPOS". Ha bastado se ponga en circulación una deformada interpretación del
"pacifismo" —fundamentándola en las innovaciones del último Concilio— y se ejerciesen
unas presiones bien orquestadas dentro de ciertos sectores vaticanos, que gozan de todas
las inmunidades, para que Paulo VI se decidiese a disolver, sin nostalgia, la Guardia
Noble, la Guardia Palatina y la Gendarmería pontificia, salvándose de esta disolución un
contingente de la Guardia Suiza muy mermado en sus efectivos, ejerciendo funciones
estrictamente ceremoniales. Las disueltas Guardias Palatina y Guardia Pontifica tenían a
su cargo el mantenimiento del orden público en todo el territorio y, sobre todo, la
cuidadosa vigilancia del incalculable tesoro artístico, religioso y documental, que en el
Vaticano se ha ido acumulando en calidad de patrimonio de la Iglesia Universal, lo que
equivale a decir, de todos los católicos. Los últimos informes —publicados en los últimos
años del glorioso pontificado de Pío XII— que hacían referencia a un período no muy
extenso, señalaban que la hoy disuelta Gendarmería Pontificia había evitado 527 robos y
frustró 211 intentos de atentados perpetrados por anarquistas, locos o revolucionarios de
todo pelaje y plumaje, poseídos de una acusada vocación iconoclasta, los cuales, mediante
múltiples procedimientos, habían intentado dañar, destruir o robar, obras escultóricas,
pictóricas, documentales o murales de la Basílica de San Pedro, de la Capilla Sixtina, de la
Biblioteca Vaticana u otras dependencias de la sede pontificia. El salvaje atentado,
perpetrado por el húngaro Laszlo Toth contra la célebre escultura de Miguel Ángel "la
Piedad", no es sino la lógica consecuencia de haber enviado a Nueva York esa preciosa
escultura, para diversión del turismo y la lenta, pero segura autodemolición que lleva a
cabo el pontífice infiltrado Juan B. MONTINI.
He citado este incidente, porque es revelador, porque es simbólico: para mí el atentado a
la "Piedad" de Miguel Ángel no es sino una representación tangible de lo que el Vaticano
II y los dos últimos pontífices han hecho y están haciendo en la Iglesia. Porque nadie
puede sospechar siquiera la significación, la utilidad y el terrible peligro de un Concilio,
influenciado y controlado por los judíos. Su significado, su conveniencia, su grave
amenaza estaban en el asalto masivo contra la Iglesia, por un concilio desconcertante y
democrático, que revivió de un modo o de otro todas las antiguas herejías, a título de
"aggiornamento", de "ecumenismo", de "diálogo", de progreso, para destruir así insensiblemente
nuestros dogmas, nuestra moral, nuestra liturgia y la disciplina de la Iglesia tradicional y
apostólica. La debilidad y poco éxito, con que los antiguos infiltrados en la Iglesia (la
infiltración judaizante ha sido un mal, desde los tiempos apostólicos, para destruir la obra
de Cristo) habían tratado de realizar sus perversos designios, fracasaron, porque sus
ataques se habían concentrado en un dogma, en una religión; habían sido inspirados por
pequeñas ambiciones, de estrecha proyección. Pretendían tan sólo sembrar la duda o la
herejía en contra de una verdad de nuestra fe, principalmente contra la divinidad de Cristo
y la Virginidad de María Santísima. El plan montiniano fue grandioso, a no dudarlo, ya
que estaba masivamente dirigido contra todas las verdades de la fe, en escala mundial,
apoyado por un concilio y por un Papa, encaminado, sobre todo, a la tangible destrucción
de las cuatro notas características de la verdadera y única Iglesia de Jesucristo.
Todo favoreció la realización de este plan diabólico: la facilidad de comunicaciones, la
rapidez para escribir y para imprimir la ingente literatura preconciliar y conciliar, en la que
el veneno se difundió por todo el mundo, las múltiples infiltraciones que, en todos los
niveles, eclesiales y laicales, se dedicaron a la satánica tarea de desorientar, a título de
obediencia, de veneración a nuestros jerarcas y al papa, a los católicos, que firmes en
la fe, sabían descubrir y denunciar esas falsas derechas, más nocivas, más desorientadoras,
que los mismos descarados enemigos. La infiltración trabajó y trabaja a gran escala, bien
financiada, bien aconsejada y bien disfrazada de sumisión filial, de "ecumenismo", de "Muro"
de las lamentaciones, de "GUIA", con su ambición continental. ¡Ay, los Abascal, los
Salmerón, los Plata, los Octavios, los Aviles, los Alvarez Icaza, los Quiroga y tantos otros,
como hoy vemos, que, por defender a Paulo VI, han traicionado a Cristo y a su Iglesia!
¿Dónde está la UNIDAD de la Iglesia? No existe en la doctrina; no se da en los
Sacramentos, en la liturgia; no en la moral de circunstancias, en la moral subjetiva; no
existe siquiera en la disciplina. Los obispos, con su colegialidad y su corresponsabilidad,
minaron la autoridad papal; el mismo Montini con el falaz engaño de la Iglesia de los
pobres, de la vuelta a la pureza de las fuentes, buscaba en realidad el proceso de
desintegración, planeado en los antros del judaismo, de la masonería, del comunismo.
Hay división en todas partes, hasta en el hogar cristiano, que había sido la fortaleza de
nuestras santas tradiciones.
¿Dónde está la SANTIDAD de la Iglesia? Hoy nada es pecado; en los pulpitos gritan esos
curas traidores que el único pecado es el pecado comunitario. En lo demás, todo es
permitido, todo es lícito, con tal de que se haga con amor. Las comunidades religiosas,
salvas pocas y honrosas excepciones, están en plena decadencia, en un estado agónico, en
franca descomposición ideológica y moral, como lo vimos en la tremenda condenación
del caso del Seminario de Montezuma; como lo denuncia la opinión pública, que, con
razón, se escandaliza al ver a los religiosos en los sitios vedados, no digo ya a los
religiosos, sino a cualquier católico de moral y decencia. Ahora el santo es juzgado como
anormal y como loco, como un enfermo mental, que debe ser internado en una clínica
psiquiatra.
La CATOLICIDAD de la Iglesia fue sustituida por "ese ecumenismo", invención satánica,
que ha paralizado las verdaderas conversiones, que ha multiplicado las apostasías, que está
haciendo tremendos e irreparables estragos en la fe de muchísimos buenos católicos. El
mandanto del Divino Maestro "Id y predicad", "id y evangelizad", fue cambiado por el
mandato montiniano: "Id y dialogad"; y el diálogo nefando nos ha llevado a equiparar la
Iglesia con las sectas, con las religiones paganas, hasta llevar a Paulo VI a sentarse en el
CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS, al lado de los herejes, apóstatas y carentes
de toda verdadera religión, para pronunciar un discurso lamentable, absurdo, injurioso
para la VERDAD REVELADA, vergonzoso para la Iglesia fundada por el Hijo de Dios.
¿Y la APOSTOLICIDAD? Se rompió el hilo permanente de la tradición apostólica; ya
nadie acepta ni toma en cuenta los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia; ya la
voz del Magisterio de los Papas y Concilios anteriores perdió para esos innovadores el
carisma de la infalibilidad, de la inmutabilidad, de la universalidad. La Iglesia Católica
empezó, para esos falsos hermanos, con Juan XXIII, con Paulo VI y con el Vaticano II.
Lo que hace unos veinte años condenó Pío XII es loque ahora Montini acepta, difunde,
defiende, aunque en sus discursos, de vez en cuando, se lamente, repruebe o parezca
reprobar, y aun finja un llanto de dolor, ante la subversión triunfante en la Iglesia. El y
solamente él es el culpable.
No ha habido oposición ninguna; las voces que en el Concilio se levantaron valerosas
para protestar y luchar contra el asalto de la fortaleza, fueron pronto calladas: a unos, con
el pretexto absurdo y diabólico de la edad, se les arrojó de sus Sedes; a otros se les
convenció dolosamente con promociones indebidas al cardenalato; y los que siguieron
dando la batalla se encontraron bloqueados por la incomprensión, por las calumnias, por
la difamación, por la pobreza (ésta sí verdadera, no de nombre, como la de los
progresistas, los de auto, de diversiones y de mujer). La prensa católica cayó en sus
manos, por no mencionar a la prensa comercial y profana, como la "cadena De García
Valseca" en nuestra patria, a la que la voz melosa y traicionera de un jesuita, el P. Escalada,
obligó al coronel, so pena de la "excomunión" y de la condenación eterna, a despedir o
silenciar a los defensores de la ortodoxia. Es verdaderamente descarada esa entrega de la
mayoría de periódicos y revistas, que en manos de la judería o de sus satélites, han cerrado
sus puertas al defensor de la verdad, para abrirlas al de las "Sumas y Restas", el doblemente
traidor, de España y de México, a los GENARITOS, a los Ochoa Mancera, a los Moya
García, a los Mugenburg.
Este mundial y masivo asalto; ese éxito incuestionable de la subversión ha sorprendido a
los mismos enemigos, que nunca habían soñado en un triunfo tan completo, tan rápido y
tan universal. Y son los obispos, son los cardenales los grandes culpables. Porque, aunque
ya la infiltración era muy grande y Juan XXIII supo seleccionar a los que la "mafia" había
escogido para ocupar los puestos cardenalicios vacantes, así como los episcopados y
puestos de mando; sin embargo, no podemos negar que muchos de los Padres conciliares
fueron al Concilio con buena y sana doctrina, con la preparación necesaria para darse
cuenta del verdadero objetivo del Concilio Pastoral. La acción arrolladora de los
"expertos", el lavado cerebral que se hizo a los grupos episcopales y, sobre todo, las
directivas del Concilio (recordemos la frase de Rahner) hicieron que con apariencias de
una absurda e inadmisible democracia, Montini y su equipo llevasen adelante con rapidez
asombrosa el plan hábilmente preconcebido no tanto por el judaismo, sino por su aliado
el satanismo mismo.
Ningún Concilio, planeado en secreto, con el propósito de destruir la Iglesia, puede ser un
Concilio verdadero, en el que el Espíritu Santo enseñe a los hombres la verdad. Debemos
escoger: o el Concilio de Trento, el Vaticano I y todos los otros Concilios que les
precedieron fueron verdaderos Concilios, dirigidos por el Espíritu Santo, y en ese caso no
podemos estar de acuerdo con el Vaticano II, el Pastoral Concilio de Montini; o este
Concilio no es la obra de Dios, sino la obra de los enemigos de Dios. Porque, ni el
"aggiornamento", ni el "ecumenismo", ni el "pueblo de Dios", ni "la colegialidad", ni el "diálogo", ni
"libertad religiosa", ni la "exoneración de los judíos" es la voz de la Iglesia de veinte siglos.
Pero, hay una prueba más decisiva: "el pluralismo religioso", la nueva trampa,
excogitada por Maritain y por Montini, como la solución práctica para el establecimiento
de esa unidad en la desigualdad de creencias, de ritos, de moral, de disciplina, de
religiones. Mientras los católicos continuaban haciendo conversiones, un equipo de
sacerdotes, como el P. John Hardin, S. J., recorrían los países y daban conferencias a
sacerdotes, a seminaristas y a laicos, para convencer a todos de que, ante el peligro
nuclear, la paz estaba sobre todo; que para alcanzar esta imperiosa paz, era necesario
interrumpir el trabajo de hacer proselitismo católico, para dejar el campo abierto al
"pluralismo", en el que todas las religiones podían convivir pacíficamente en la más
estupenda hermandad. Era el secreto pacto que los católicos habían hecho con sus
mortales enemigos: los protestantes, judíos y hasta con los mismos masones y
comunistas.
No más apostolado de conversiones; debía cesar el proselitismo de los católicos; no el de
sus enemigos. Un nuevo lenguaje vino a sustituir el lenguaje de la tradición católica. Se
empezaron a oir frases blasfemas, como la última expresión de la verdad católica.
"Somos una sociedad pluralista", con autoridad casi dogmática, declaró el P. John
Courtney Murray, S. J. Con la interpretación del judío que dominaba en Roma, la paz para
Roma significó la paz con los judíos. No es la paz de Dios la que ha buscado nunca Juan
B. Montini, sino la paz del hombre, en la esclavitud del socialismo. Lo que ahora
debemos admitir los católicos es que Satanás y Cristo pueden ir del brazo, y entrar y salir
juntos en el Vaticano. El P. Courtney ya murió, como han muerto muchos de esos
activistas del Concilio, que hicieron en la Iglesia esa labor satánica. ¡Ya han sido juzgados
por Dios! Pero no ha muerto su escuela, ni su secta. El Cardenal John Wright, Secretario
de la Congregación del clero, en la primavera de 1971, en una entrevista que concedió a
un P. Dominico, editor de Priest Magazine, dijo: "Difícilmente puede ya sorprender a ninguno
de los que me siguen el concebir al "pluralismo religioso" como parte de la tradición católica".
Viene aquí muy oportunamente una crítica publicada en España contra uno de esos falsos
profetas, anunciados de antemano por la Sagrada Escritura, que, por desgracia, es un
miembro de la Jerarquía, de los que lentamente están siendo seleccionados para llevar
adelante el plan destructivo de la Iglesia:
"¿LA HEREJÍA DE LA TRADICIÓN? - Ha hablado un dignatario de la Iglesia. El
que hable una persona asi nos obliga a escuchar con la mayor atención, porgue ya los
católicos, que nos preciamos de serlo vamos formando mentalmente una especie de
fichero teológico-moral, para saber de quién podemos fiarnos, para recibir la verdadera
doctrina y quién puede ahora repartirnos el pan de la verdad en la fe y en la moral.
Bien; ha hablado una Jerarquía. ¡Santo Dios, lo que ha dicho! El le perdone los disparates,
más o menos proféticos, pero tremendos, que ha vertido. Suponemos que al haber
recibido, con la consagración episcopal, la plenitud del sacerdocio y los SIETE, sí, SIETE
Dones del Espíritu Santo, ha de haber ascendido a las alturas místicas propias de
especiales gracias celestiales y, sin embargo, o mejor dicho, por eso nos ha dejado
perplejos. Nosotros, los refractarios a la droga de la "adultez postconciliar",
conservamos el sentido común y unas migajillas de teología, que nos ayudan y sostienen
en esta lucha contra el poder de las tinieblas; apoyándonos en ambas cosas, vamos ahora
a exponer los motivos de nuestro asombro y perplejidad. Es el caso que, en esta Babel de
herejías consentidas (¿Por quién, sino por Paulo VI?), de ataques a los dogmas sagrados
de la religión católica, de "Nihil obstat", "Imprimí potest" e "IMPRIMATUR" inexplicables
en publicaciones de manifiesto error herético, de pastores consentidores de propaganda
abiertamente ofensiva a la moral y a la fe católica, y en plena publicación, tristemente
famosa del famoso documento de los 33, una dignidad de la Iglesia se ha dirigido a
nosotros, los fieles A LA TRADICIÓN DE LA FE Y DE LOS DOGMAS, tachándonos
nada menos que de herejes y de Iglesia paralela (no; no se refiere al IDOC ni a las
comunidades de base, ni a los subterráneos de la Iglesia; es a nosotros, señores, es a
nosotros. . .1 ). Y lo ha hecho precisamente con ocasión de hablar de los dos dogmas
atacados en el documento citado: LA ENCARNACIÓN DE CRISTO Y LA
SANTÍSIMA TRINIDAD. ¡Quién lo hubiera dicho! En vez de dirigirse a los verdaderos
herejes, a los que los obispos de todo el mundo, encabezados por graves advertencias y
admoniciones de Roma, han señalado, desautorizándolos y condenando sus doctrinas, se
ha vuelto airado contra nosotros y, como digo, nos ha tachado de HEREJES y lo ha
hecho con estas increíbles palabras: "Es casi como para hablar de la herejía de la
Tradición". El disparate es monumental, porque es imposible que exista una herejía de
la Tradición, como es imposible que se dé una herejía de la verdad Todos sabemos
que, para que haya herejía se necesitan estas dos cosas: 1a) La negación o el ataque a un
dogma de la fe católica y 2a) La pertinacia en sostener el error, después de ser advertido.
Ahora bien, ¿cómo se puede sostener que los defensores de la SANTA E INTANGIBLE
TRADICIÓN, por la cual la Iglesia Católica ha ¡do trasmitiendo la fe y los dogmas,
durante veinte siglos, hayamos incurrido en herejía precisamente por defender -y estar
dispuestos para hacerlo, hasta llegar a la entrega de nuestra propia vida TODOS LOS
DOGMAS, que hemos recibido de nuestra Madre la Iglesia Católica...?
"¿En qué se funda el Sr. Obispo al decir esto? . . . Pero sepa él y todos que no vamos a
ceder porque ES PRECISO OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES, y
cuando una jerarquía no habla en unión de todos los obispos y en COMUNIÓN CON
EL LEGITIMO PAPA, aunque nos diga que está hablando en esta forma, no tenemos
obligación de obedecerle y, es más, en ocasiones, faltaríamos incluso obedeciéndole.