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Las Penas del joven Werther

Werther es un joven alemán que marcha lejos de su hogar llorando la separación de una amiga y
conoce a Carlota, una mujer de la queda profundamente enamorado nada más conocerla. El
problema principal con el que se encuentra el protagonista es que Carlota está comprometida con
Alberto, quien se encuentra lejos de su casa.

Conforme va pasando el tiempo, Werther y Carlota van haciéndose inseparables y nace entre ellos
una profunda relación (amistosa para ella, de amor para él). Sin embargo, al fin llega el día en que
Alberto regresa a casa para casarse con Carlota. Es entonces cuando Werther siente la desolación
y la angustia que le provoca el ver como la mujer a la que ama va a casarse con un hombre que no
la merece tanto como él.

El libro está escrito en forma de diario y de cartas que Werther dirige a su hermano Guillermo y,
en ocasiones, a su amada Carlota, contándoles todas las cosas que le van sucediendo y todos los
sentimientos que va experimentando.

30 de agosto

Desdichado! ¿Acaso no eres un necio? ¿Acaso no te engañas a ti mismo? ¿Qué significa toda esa
pasión delirante, sin fin? Sólo tengo plegarias para ella; en mi imaginación no aparece otra figura
que la suya y todo lo que hay en el mundo lo veo sólo en relación con ella. Y eso me procura unas
horas tan felices… ¡hasta el momento en que tengo que volver a separarme de ella! Cuando he
pasado dos o tres horas sentado a su lado, deleitándome con su figura, con sus modales, con la
expresión celestial de sus palabras, y todos mis sentidos, poco a poco, han ido excitándose, y todo
se ensombrece ante mis ojos, y no oigo apenas nada, siento como www.lectulandia.com - Página
49 si un asesino me agarrara por el cuello; entonces mi corazón, latiendo violentamente, intenta
dar aire a mis oprimidos sentidos aumentando aún más su confusión… ¡Wilhelm, muchas veces no
sé si estoy en el mundo! Y, en ocasiones, cuando la melancolía me domina y Lotte me permite el
mísero consuelo de llorar mi angustia sobre su mano… ¡tengo que irme, tengo que salir!, y
entonces me marcho y empiezo a vagar por los campos. ¡Trepar una escarpada montaña es
entonces mi alegría, abrir un camino a través de un bosque infranqueable, a través de los zarzales
que me hieren y las espinas que me desgarran! ¡Así me siento algo mejor! ¡Algo! Y, cuando
cansado y sediento me tumbo en algún punto del camino, a veces en plena noche, cuando la luna
llena se alza sobre mí y me siento sobre un árbol achaparrado buscando algún alivio a las heridas
plantas de mis pies, ¡entonces me quedo dormido a la luz del crepúsculo, en medio de una calma
mortecina! ¡Oh, Wilhelm! La solitaria morada de una celda, el hábito de crines y el cilicio [46]
serían bálsamos por los que mi alma se consume. ¡Adiós! Para esta miseria no veo otro final que la
sepultura.

La amigdalitis de Tarzan – Alfredo Bryce Echenique

Esta novela es la historia de un prolongado desencuentro amoroso. El de un hombre y una mujer


que se aman pero que son separados por los avatares de la vida (quizá sólo por un momento de
indecisión junto a un semáforo de París). Pero quedan las cartas, los encuentros a uno u otro lado
del Atlántico y la certeza de un sentimiento que se sabe fuerte y mutuo, es la síntesis de esta
historia cuyo entusiamos sentimental y literario ha llevado a muchos lectores a considerarla la
novela más viva de Bryce Echenique.

Querido Juan Manuel


Se ha interrumpido por completo el circuito. Debido a varias cosas.
En
primer lugar, me robaron tus cartas. Bueno, me las robaron porque
guardo la
colección entera en un bolso inmenso y unos espantosos gorilas
(tamaño y
color, quiero decir) me asaltaron en la calle, quitándome el bolso, mi
lindo
anillo de brillantes que era de mi abuela, unos collares de oro que
tenía
puestos, y un reloj. ¡Imagínate qué barbaridad! Me dio tanta cólera
que salí
corriendo tras ellos, y por suerte, porque mientras ellos corrían se
les cayó mi
billetera que tenía mis documentos. Por lo menos no perdí los
documentos.
Pero me quitaron bastantes cosas. Llamé a la policía pero no han
podido
encontrar nada. Esto desde hace ya meses. Lo único que me
dijeron es que
estaba loca de correr detrás de ellos y que por suerte no los
alcancé.
Efectivamente no hubiera podido hacer gran cosa contra tres
negrotes
horribles. Pero ya tú sabes que con cólera no piensa una en eso.
Sólo tenía
ganas de pegarles.
Bueno, por lo menos no me pasó nada, personalmente, aunque
perdí
bastante. Hay gente que sale peor, o sea que además de robarles
también les
pegan o algo. En este caso, más bien era yo la que tenía ganas de
pegar. En
esto pasó el mes de agosto, y entre todas las cosas que se
perdieron se fueron
tus cartas. Me desconsolé tanto que me quedé muda, por lo menos
epistolarmente.
Ahora, para comenzar de nuevo, quisiera saber si al fin te llegó a
Lima un
libro de poesía de D. H. Lawrence que te mandé con una pareja de
gringos.
Por tu silencio al respecto, parece que eso también se perdió.
Lástima grande
porque era un lindo libro y muy completo y que por ahí, muy como
quien no
quiere la cosa, terminaba hablando de nosotros, como si el señor
Lawrence
nos hubiera conocido desde niños. Fíjate nomás que nos compara
con los
elefantes, mi querido Juan Manuel. Y fíjate también que tiene un
montón de
razón, porque nos describe igualitos, ya sólo nos falta la trompa.
Con qué
derecho y con qué sabiduría, aunque esto último es más bien un
reconocimiento a don David Herbert.
¿Cómo terminó tu estadía en Lima y cómo fue tu regreso a Francia?
¿Y en
qué caminos andas? Estoy atrasadísima de noticias. Te cuento lo
mío, que no
ha variado mucho desde que te escribí la última vez, salvo por lo de
tus cartas
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adoradas y adorables y las últimas joyas que quedaban en la
desgraciada
historia de mi familia, creo.
Todavía estoy aquí en California. Con trabajo ahora y los niños ya
hablando inglés, pero siempre con grandes dificultades de
adaptación y una
soledad de la puta madre. Hace ya tanto tiempo que no le veo la
pálida cara a
la soledad que casi la había olvidado, pero ella siempre la espera a
una a la
vuelta de la esquina.
Sin embargo, no tengo mucho tiempo para pensar en todo esto.
Corro y
corro y corro todo el día. En la mañana corro a dejar a los niños al
colegio,
corro a la oficina, corro en el trabajo, corro para almorzar, recoger a
los niños
en la tarde, llegar a casa, bañarlos, hacer la cena, limpiar o medio
limpiar la
casa, acostar a los niños. Y entonces ya estoy tan cansada que
corro y me
acuesto a leer y a dormir. Realmente, no es un panorama de lo más
exaltante,
y como podrás imaginarte, no sé si va a durar mucho este asunto de
la Gran
Independencia. Es más bien una Gran Joda, pero en cierta manera
me siento
más tranquila, y a veces me divierto mucho también de ver cosas
nuevas y por
un momento me siento ya casi tan bien como Tarzán en el momento
de tirarse
al agua.
Pero, hoy por hoy, pienso seriamente si no sería mejor simplemente
volver
a casa en San Salvador, con o sin guerra. O incluso volver con y
donde
Enrique en Chile, con o sin Pinochet. Por qué diablos termino
saliendo
siempre yo disparada de todas partes si en Chile el de izquierda —y
apenas—
era Enrique y en El Salvador el platudo de derechas —y del todo,
ahora sí—
era sólo un tío mío, antipático e invisible en la familia, además.
Enrique sigue en Chile, ya sabes que tuvo que volver cuando se
enfermó
su mamá, que sigue mal y en tratamiento. Él hizo una exposición de
sus
fotografías, hace poco, y dice que está buscando empleo en la
universidad
pero que todavía no se le presenta nada. Parece que quisiera
recuperarnos. El
pobre. También ha de sentirse solo, aunque allá en su país tiene a
su familia y
muchos de sus amigos y exposiciones y aprecio. Todo eso cuenta y
estoy feliz
de que haya regresado a su tierra, adonde las cosas tienen siempre
más
sentido.
Escríbeme por favor. Me gustaría mucho recibir tus cartas y verte si
vienes
de nuevo por aquí pronto. Decías que en febrero vas a viajar a
Texas.
¿Todavía está en pie ese viaje? Porque lo que es tú y tus canciones
siempre
acaban en los lugares más insólitos.
Vieras, hermano y amor mío, cómo he estado de bien y de optimista
y de
repente todo cambió hace muy poco, hace como diez días que se
me desinfló
el ánimo y no logro salir de lo que parece ser una depresión, yo que
creía que
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estaba exenta de esos males. Me gustaría correr y encontrar un
lugar seguro,
en vez de correr y correr para estar siempre en ningún lugar.
Ahora estoy viviendo en Oakland, donde ocurrió el asalto, pero
busco un
lugar mejor y espero encontrarlo. Mejor escríbeme a la oficina,
porque por lo
menos en este trabajo sí que voy a seguir. Ojalá que se me quite
pronto esta
horrible mufa.
No te me pierdas, por favor. Te abrazo y te recuerdo,
Fernanda Tuya

Fiódor Dostoyevski

Pobre gente
La primera novela de Dostoievski, una espléndida historia de amor llena de patetismo que anuncia
todos los temas de su obra posterior. Dostoievski nos ofrece un soberbio retrato de la vida de la
gente humilde de la capital rusa a través de la correspondencia entre el modesto funcionario
Makar Alekséievich Dévushkin, ya entr ado en años, y su pariente lejana Varvara Alekséievna
Dobroselova, una joven huérfana a la que protege y por la que siente un amor presuntamente
paternal. Siendo vecinos, apenas se ven para evitar habladurías, por lo que se comunican casi
diariamente a través de cartas. En total, la novela consta de 31 cartas de Makar Alekséievich y de
24 de Varvara Alekséievna a lo largo de medio año hasta que la correspondencia se interrumpe
con motivo de la partida de la joven para casarse con un hombre al que no ama

Mi inestimable Varvara Aleksiéyevna:

¡Ayer me sentí yo feliz, extraordinariamente feliz, como no es posible serlo más! ¡Con que por lo
menos una vez en la vida usted, tan terca, me ha hecho caso! ¡Al despertarme, ya oscurecido, a
eso de las ocho (ya sabe usted, amiga mía, que, terminando mi trabajo en la oficina, de vuelta a
casa, me gusta echar una siestecita de una o dos horas), encendí la luz, y ya había colocado bien
mis papeles y sólo me faltaba aguzar mi pluma, cuando, de pronto, se me ocurre alzar la vista, y he
aquí que…, lo que le digo, que me empieza a dar saltos el corazón! ¡Ya habrá usted adivinado lo
que ocurría! Pues que un piquito del visillo de su ventana estaba levantado y prendido en una
maceta de balsamina, exactamente como yo otras veces hube de indicarle. Así que me pareció
como si contemplara su adorado rostro asomado un instante a la ventana y que también usted me
miraba desde su gabinetito, que usted también pensaba en mí. Y ¡cuánta pena me dio, palomita
mía, el no poder distinguir bien su encantador semblante! ¡Hubo un tiempo en que también yo
tenía buena vista, hija mía! ¡Los años no proporcionan ningún contento, amor mío! ¡Ahora suele
ocurrirme que me baila todo delante de los ojos! En cuanto escribo un ratito, ya amanezco al día
siguiente con los ojos ribeteados y lacrimosos, hasta el punto de darme vergüenza que me vea
nadie. Pero en espíritu veía yo muy bien, hija mía, su amable y afectuosa sonrisa, y en mi corazón
experimentaba sensación idéntica que en aquel tiempo, cuando la besé aquella vez, Várinka. ¿Lo
recuerda usted aún, mi ángel? ¿Sabe usted, palomita mía, que me parece verla en este instante
amenazándome con el dedo? ¿Será verdad, mala? La primera vez que vuelva a escribirme, me lo
ha de decir sin remisión y con detalles. Bueno, vamos a ver: ¿qué piensa usted de nuestra idea, me
refiero al visillo de su ventana, Várinka? Magnífica, ¿no es verdad? Cuando yo me siente para
escribir, o me acueste, o me levante, siempre podré saber así si usted me lleva todavía en el
pensamiento y se acuerda de mí, y también si está usted buena y alegre. Si deja caer el visillo,
querrá decir: «Buenas noches, Makar Aleksiéyevich, ¡ya es hora de irse a la cama!». Si lo vuelve a
levantar, será para decir: «¡Buenos días, Makar Aleksiéyevich! ¿Cómo pasó la noche, Makar
Aleksiéyevich? ¡Yo, gracias a Dios, estoy muy bien y muy contenta!». Ya ve usted, amiguita, qué
delicada resulta la idea. ¡De este modo no necesitamos escribirnos! ¿Verdad que está muy bien
pensado? ¡Pues he sido yo el inventor de esta idea tan sutil! ¿Y ahora, Varvara Aleksiéyevna, dirá
usted todavía que no tengo imaginación? Tengo que decirle aún, nena, que la noche última la he
pasado en un sueño, muy bien, contra lo que me esperaba, por lo que también yo estoy ahora
muy contento, sobre todo teniendo en cuenta que, por lo general, en una habitación nueva, por la
falta de costumbre, no se suele coger el sueño; por lo visto, no siempre pasan las
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enteramente…, tan, vamos, tan ligero de cuerpo y de espíritu…, tan alegre y despreocupado. ¡Es
que hoy también ha hecho una mañana…! Abrí la ventana, y entró por ella el sol a raudales,
rompieron a cantar los pájaros, impregnóse el aire de aromas de primavera, y toda la Naturaleza
revivió…; bueno, también todo lo demás estaba como es debido, exactamente como debe estar
cuando es primavera. ¡Con decirle a usted que yo me puse a soñar también un poquitín, claro que
pensando sólo en usted, Várinka! La comparaba mentalmente con un angelito del Cielo, creado
tan perfecto para alegría de los hombres y ornamento de la naturaleza. Y pensaba también que
nosotros Várinka, nosotros, los hombres, que pasamos la vida entre angustias y sobresaltos,
podíamos envidiar, por su despreocupada e inocente alegría, a los pajarillos del cielo…, y algo más
también, todo por este estilo, me parece. ¡Quiero decir, que sólo hacía esas comparaciones
remotas! Tengo aquí, Várinka, un librito en el que se habla de esas cosas, y todo se describe muy al
pormenor. Digo esto para que se vea que, aunque siempre discrepan las opiniones, ¿no es verdad,
querida Várinka?, ahora que es primavera, se le ocurren a uno exactamente ideas iguales de
placenteras y espirituales y fantásticas e idénticos ensueños de ternura. Todo el mundo se
muestra a nuestros ojos con un viso rosa. Por eso precisamente he escrito yo todo lo que
antecede. Aunque en su mayor parte lo he sacado todo del librito que le digo. En él expresa el
autor el mismo deseo que yo, sólo que en verso:

¡Oh, quién fuera un ave, un ave de rapiña!


El color purpura

Alice walker

Esta es la historia de dos hermanas norteamericanas de raza negra. Nettie


ejerce como misionera en África y Celie vive en el Sur de Estados Unidos.
Casada con un hombre al que odia y abrumada por la vergüenza de haber
sido violada por quien cree que es su padre. A lo largo de treinta años
ambas mantienen el recuerdo y la esperanza de reencontrarse y vuelcan
sus sentimientos en unas cartas conmovedoras. Pero la dramática
existencia de Celie cambiará cuando entre en su vida la amante de su
marido, una extraordinaria mujer llamada Shug Avery. Galardonada con el
Premio Pulitzer, esta novela ha sido llevada al cine por Steven Spielberg

Querido Dios:

Tengo catorce años. Soy. He sido siempre buena. Se me ocurre que, a lo mejor, podrías hacerme
alguna señal que me aclare lo que me está pasando. La otra primavera, poco después de nacer
Lucious, los oía trajinar. Él le tiraba del brazo, y ella decía: Aún es pronto, Fonso. Aún no estoy
bien. Él la dejaba en paz, pero a la otra semana, vuelta a tirarle del brazo. Y ella decía: No puedo.
¿Es que no ves que estoy medio muerta? Y todas esas criaturas. Ella se había ido a Macon, a que la
viera la hermana doctora, y me dejó al cuidado de los pequeños. Él no me dijo ni una palabra
amable. Sólo: Eso que tu mamá no quiere hacer vas a hacerlo tú. Y me puso en la cadera esa cosa y
empezó a moverla y me agarró los pechos y me metía la cosa por abajo y, cuando yo grité, él me
apretó el cuello y me dijo: Calla y empieza a acostumbrarte. Pero no me he acostumbrado. Y ahora
me pongo mala cada vez que tengo que guisar. Mi mamá anda preocupada, y no hace más que
mirarme, pero ya está más contenta porque él la deja tranquila. Pero está demasiado enferma y
me parece que no durará mucho.

Querido Dios:

Mi mamá ha muerto. Murió gritando y maldiciendo. Me gritaba a mí. Me maldecía a mí. Estoy
preñada. Me muevo con lentitud. Antes no vuelvo del pozo, el agua ya se ha calentado. Antes no
preparo la bandeja, la comida ya se ha enfriado. Antes no arreglo a los niños para ir al colegio, ya
es la hora del almuerzo. Él no decía nada. Estaba sentado al lado de la cama. Le cogía la mano y
lloraba y repetía: No me dejes, no te vayas. Cuando lo del primero, ella me preguntó: ¿De quién
es? Yo le dije que de Dios. No conozco a otro hombre y no supe qué decir. Cuando empezó a
dolerme y a movérseme el vientre y me salió de dentro aquella criatura que se mordía el puño, me
quedé pasmada. Nadie vino a vemos. Ella estaba peor cada día. Un día me preguntó: ¿Dónde está?
www.lectulandia.com - Página 7 Yo le dije: Dios se lo ha llevado. Pero se lo había llevado él. Se lo
llevó mientras yo dormía. Y lo mató en el bosque. Y matará a este otro, si puede.

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