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Cuerpo, Lo Otro. José Antonio Mejía Coria
Cuerpo, Lo Otro. José Antonio Mejía Coria
Resumen
La esencia del presente texto ronda en torno al pensamiento que desde el psicoanálisis de Freud y
Jaques Lacan fue vertido hacia la posibilidad de pensar el cuerpo. Se realiza un recorrido por la
diversidad del transitar sobre el lugar del cuerpo en psicoanálisis, para arribar a los litorales de la
crueldad y la estética. Cuerpo habitáculo de síntomas e identificaciones. Cuerpo como lo más
desconocido, borde que hace litoral con los efectos de la crueldad y el vaciamiento mediante una
singular (po)ética.
El cuerpo pensado como eso que de lo real padece de significantes. Un padecer en el sentido de
no poder ser nombrado desde ninguna opción que provenga del lenguaje. Cuerpo estructurado en
función de identificación, cuerpo especular. Cuerpo bordeado por los efectos de lenguaje,
bordeado, nunca nombrado. Cuerpo como imposible de ser nombrado en su totalidad. Este
exceder el lenguaje permite abordar la condición de radical alteridad que el cuerpo representa: el
cuerpo como la diferencia radical ante la razón, ante el pensamiento. El cuerpo como Gestalt, y
como exceso incapturable por la función de las formas. El cuerpo como representante de esa
rasgadura inicial: además del planteamiento del psicoanálisis es importante retomar la tesis
artaudiana del cuerpo sin órganos. Resquebrajamiento de las formas. Cuerpo Otro.Es complejo
vérselas con el cuerpo que es desplante anti epistémico. El cuerpo que quiebra coyunturas, y
hace junturas donde no las hay. El cuerpo desplante. Ante tanto implante. El cuerpo que es
desconocimiento. El cuerpo que etcétera. Preguntas sin respuesta ¿Qué es el Cuerpo? ¿Qué es el
Otro? Desde el abordaje psi se abre una de tantas brechas para pensar el cuerpo como posibilidad
de otredad. Intento de respuestas: El cuerpo como aporía de la razón, vertido Otro como promesa
de saberes. De conocimientos. El Cuerpo, lo Otro: “Lo Otro de occidente es el cuerpo, que ha
sido reconocido (o mapeado) por sus aparatos de conocimiento y reciclado (o diseñado) por sus
dispositivos dietético-sanitarios. El cuerpo es lo Otro porque se le ha disciplinado, se le ha hecho
obedecer a un componente no corporal, no material, que recibe diferentes nombres (alma, mente,
espíritu, conciencia, pensamiento, idea, imperativo categórico, ley, etcétera) pero que tiene por
rasgo distintivo su no mortalidad”1. El otro de Occidente es el cuerpo: lugar por nombrar,
disciplinar e inscribir los denominados saberes de las nombradas ciencias de lo humano. Quizá la
articulación por el lado de la poesía de lo abyecto nos permita acercarnos a ese indefinible
cuerpo vinculado a ese indefinible Otro.
“El lenguaje del cuerpo no puede ser silenciado. El cuerpo tiene un lenguaje propio que se
despliega en una elocuencia que no usa palabras.”
La poesía intenta atrapar el residuo que las palabras no alcanzan a capturar, aunque está
advertida de que es tarea imposible. Poesía y cuerpo, anudadas como cuerpo poesía.
“Hablar sobre el cuerpo es entonces hablar sobre la gramática, y no sobre el organismo” (Zopke,
1977, p. 26).
Asimismo, plantea Zopke2: El sujeto tal como Freud lo engendró en infinitas noches de genio, es
un cuerpo trazado por la gramática. Hay razones para admitir –dice- una represión, originaria
(Ur) una primera fase de la represión, consistente en que el representante psíquico (representante
ideativo) de la pulsión, ve negada su entrada en la conciencia. Con ello se produce una fijación.
El representante correspondiente subsiste desde aquel momento en forma inalterable, y la pulsión
permanece ligada a aquel. En resumen a una Vorstellung-Repräsentanz se le recusa (Versagt) su
acceso. El inconsciente se estructura a partir de este dispositivo matricial.
La propuesta del presente texto es pensar el cuerpo vinculado con la poesía. Lo inconsciente
estructurado a partir del dispositivo matricial del representante psíquico que no puede acceder a
la conciencia.Inclusive podemos decir que sólo se puede hablar de cuerpo a partir de la poesía.
La primera fijación se ubica en el cuerpo, inscripción inicial. Inscripción por hallar. No sólo la
poesía de las palabras, sino la poesía como expresión. El cuerpo-poesía como posibilidad de
pensar las maneras en las que se hace un cuerpo. Podemos decir: la poesía está vinculada
1
Espinosa
Proa,
S.
2004,
Treinta
y
seis
tesis
sobre
la
alteridad
y
la
mortalidad
(Tesis
VIII).
En
No
hay
nada
escrito
[filosofía,
antropología,
estética].
Universidad
Autónoma
de
Zacatecas.
2
Zopke,
P.
(1977).
Fonología
del
cuerpo.
Sobre
la
palabra
y
el
lenguaje
en
la
psicosis.
Helguero,
Argentina.
directamente con el hacerse cuerpo. El cuerpo como ese poetizar-habitar. Cuerpo, habitáculo por
habitar. Poéticamente se habita el cuerpo.
El tiempo se desgarra y sólo el poeta puede detenerlo en una palabra. El poeta instaura, en el
devenir del acontecer, lo permanente4. La poesía es por ello la instauración del ser. El poeta en su
poesía nomina al ente para empujarlo a ser; nombra por vez primera al ente y allí, en el tiempo
detenido, el ente adviene al ser. El ente es el ser por la palabra; por la palabra poética. El ente en
tanto existente, está ahí, pero al ser nombrado por una palabra esencial, por una palabra poética
adviene al tiempo del ser. La palabra dona al ente la posibilidad de ser al liberarlo del mero
existente. De este modo, la poesía es el establecimiento del ser por la palabra.
El tiempo, esa máquina loca, opera desde el desgarramiento de las texturas, la desesperación del
poeta es esa tarea infinita de hacer de la desgarradura algo, algún efecto, la poesía se presenta
como la posibilidad de crear efectos, ese algo que nombre el espacio dejado por el tiempo que
transcurre, que no para. La poesía es la volcadura contenida de la desgarradura del ser. Allí, ante
la inminente desaparición del ser en la maquinaria del tiempo, la poesía produce efectos desde el
lugar del nombramiento desgarrado. El tiempo explota, el ser se disemina, la poesía se presenta
como textura de la dispersión. La poesía detiene, alarga, modula el ruido de la explosión del
tiempo. La poesía, nos comenta Morales5 “ella es la acción que muestra, que trastoca al ente para
hacerlo ser; es quien nomina las cosas, el mundo y los dioses. Así, la poesía es el soporte del ser
de lo humano, es lo que alberga el testimonio de pertenencia al mundo; es lo que permite la
instauración de la historicidad. La historia se sostiene en la poesía porque ella surge del dialogo
del ser con el lenguaje mismo”
3
Morales,
H.
(2003a).
El
sujeto
en
el
laberinto.
Ética
y
Política
en
Lacan.
Ediciones
de
la
noche,
D.
F.
México.
4
Morales,
H.
(2003b).
La
trenza
del
desasosiego.
En:
Deriva,
Nueva
Época
No.
15.
Ediciones
Deriva,
México
D.
F.
5
Morales,
H.
(2003a),
Ibíd.
Sin embargo vayamos a Freud6 y a Lacan7.
El encuentro frontal de Freud con las histéricas (específicamente en los escritos en Estudios
sobre histeria) es encuentro con el cuerpo arrastrado como superficie donde las histéricas
despliegan los ataques que no corresponden más a un campo de la función orgánica.
El telón de fondo del malestar del órgano dice otra cosa. El cuerpo silencioso-paralizado de la
histérica presenta un relevo: las palabras son despliegue revelador: las formaciones de lo
inconsciente, a manera de lapsus, sueños, olvidos, chistes o recuerdos olvidados, anudamientos
que descifrados se creía darían cuenta de lo que acotaba la función del cuerpo, aquello que hacia
padecer al cuerpo sería revelado por medio de las palabras.
Podemos puntualizar, si bien, el síntoma, las formaciones del inconsciente comprometían para
Freud el cuerpo, en realidad el cuerpo no fue el asunto freudiano por antonomasia. Él tenía la
certeza de que una anestesia, una contracción del cuerpo podría ser solucionada descifrando el
jeroglífico que planteaba el sueño o la palabra olvidada, sustituida o reprimida.
Ante lo ya mencionado Freud se topa desde su misma elaboración teórica con dos cuestiones que
se imponen como límite al análisis: pulsión de muerte y repetición. Exactamente ahí donde el
análisis encuentra su límite es donde lo desconocido que es el cuerpo da cuenta de la
imposibilidad de ser capturado todo por el lenguaje, algo escapa, un resto, un algo. Lo que se
repite es la pulsión de muerte. Lo que se repite es el residuo que escapa a las palabras, este
residuo habita el cuerpo. Freud quiere escuchar, pero el cuerpo del goce le sale al encuentro.
Freud con su elaboración teórica introduce como ya se ha relatado, una fisura que no solo
corresponde a la misma elaboración freudiana, sino al mundo y al narcisismo del hombre. La
división que inaugura Descartes, el mente cuerpo, desde Freud el organismo tiembla, zozobra
pues es tomado por la pulsión produciendo un cuerpo afectado por el encuentro con lo sexual. El
6
Freud,
S.
(1896).
Estudios
sobre
histeria.
Obras
Completas.
Amorrortu,
Argentina,
2006.
7
Lacan,
J.
(1949).
El
estadio
del
espejo
como
formador
de
la
función
del
yo
(je)
tal
como
se
nos
revela
en
la
experiencia
psicoanalítica.
En
Escritos
1.
Siglo
XXI,
México,
2006.
sujeto del cogito está afectado de sexualidad, el sujeto piensa donde no es, es donde no piensa.
Freud, otra versión del sujeto, otra a-versión del sujeto como cuerpo.
La condición del sujeto es su corporeidad. Corporeidad como asiento de las representaciones que
lo constituyen.
El sujeto cartesiano es razón pura, es pensamiento, se constituye como yo-sujeto con la premisa
de haber pasado primero por el filtro de la razón.
El sujeto del cogito da cuenta que es imposible sostenerse sin cuerpo, pensado así la pulsión
desnaturaliza al organismo para volcarlo a través del encuentro con lo traumático sexual.
Pongámoslo claro, el sujeto del que podemos hablar a partir de Freud es el sujeto que “piensa”
con la pulsión. Freud plantea: la pulsión es acéfala.
Ante los males de época como la anorexia, la depresión, la rehabilitación de los cuerpos, parece
emergente abordar el término de la escucha desde las formaciones de lo inconsciente que ya
planteaba Freud hace más de cien años. Aunque hay diversas preguntas que se pueden articular a
lo ya planteado ¿con qué cuerpo no las tenemos que ver en estos tiempos? ¿habrá lugar para el
despliegue de las palabras, conflictos y develaciones sobre el sujeto que habitan el cuerpo?
Ante los discursos de moda que plantean ante todo un bienestar y una liberación del cuerpo
desde el imperativo medico: adormilamiento, medicación, operación-cirugía-corrección se
pretende dar cuenta precisamente de que si algo es trabajable, moldeable, controlable, es el
cuerpo.
Ante esto evidentemente es necesario seguir articulando, retomemos ahora algunas de las
puntualizaciones que Lacan plantea sobre el cuerpo.
En el texto “El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela
en la experiencia psicoanalítica”, Lacan8 plantea la conformación del sujeto no como una
implicación neurológica como matriz de partida del sujeto, sino fundamentalmente un hecho de
estructura. Este esquema atraviesa la mayor parte de la enseñanza de este autor.
Lacan comenta “el cuerpo es el Otro” (cuestión que de una u otra manera da cuenta precisamente
del título del presente texto), en esa misma época plantea: la sola visión de la forma total del
cuerpo humano brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuramente respecto al
dominio de su cuerpo real, el sujeto toma conciencia de su cuerpo como totalidad, hay un
establecimiento de dominio prematuro sobre la imagen.
Como ya planteamos la primera imagen le devuelve al sujeto una primera certeza de dominio
imaginario la cual es tensión con lo incontrolable del cuerpo real: esfínteres, reflejos, el cuerpo
vivido como fragmentación. La imagen devuelta por el espejo aún no puede ser pensada como
cuerpo.
Tiene que operar un segundo momento en el cual se da el reconocimiento por el Otro, quien pone
a girar la máquina de significantes que le otorgará al sujeto no sólo la ilusión de consistencia
imaginaria, sino el cuerpo simbólico. La huella simbólica que opera a partir del Otro es lo que da
cuenta de este anudamiento entre la pura especularidad y el registro de lo simbólico, soporte y
empuje, anudados en un esquema que Lacan propone como surgimiento del cuerpo como el
Otro, el cuerpo es el Otro.
Desde la publicación del estadio del espejo ya podemos avizorar la presencia de los tres
registros, Imaginario, Simbólico y Real ligados a la articulación lacaniana referentes al cuerpo:
además de los dos momentos ya planteados hay un tercero que atañe al cuerpo como
intraducible, cuerpo oculto, por fuera del campo del Otro, por lo tanto cuerpo no especularizable,
hablamos del cuerpo en el registro de lo real.
8
Lacan,
J.
Óp.
Cit.
Retomando lo ya dicho, el engaño narcisista hace de soporte al cuerpo imaginario, la imagen del
cuerpo devuelta por el espejo, fascinación, jubilo, el espejo devuelve una imagen ideal i (a)
completa, aunque no todo de lo real del cuerpo es capturado en dicha imagen. Hay un cierto
engaño de completud.
El cuerpo devuelto, confirmado a través del Otro que además autentifica la imagen, cuerpo
atrapado por la mirada de ese Otro, por su deseo; el Otro inscribe la huella significante que hace
emerger el cuerpo marcado por la falta: introducción de lo simbólico del cuerpo.
El pedazo de carne afectado por el lenguaje deja de ser el UNO, las palabras introducen una
escisión entre la carne y el cuerpo.
El cuerpo como renuncia a ser el objeto que daría cuenta de la existencia de la completud del
Otro. El cuerpo da cuenta de la imposibilidad de saturar la falta efectuada por el lenguaje.LA
EXISTENCIA DEL SUJETO DEL INCONSCIENTE ES PURAMENTE CORPORAL.
Al estar afectado por lo simbólico el cuerpo se vacía de goce, desde la palabra inscrita el deseo
acota la posibilidad de que el cuerpo goce-todo. El cuerpo al no poder decirse todo da cuenta de
la carencia de significantes que pudieses nombrar ese resto surgido del roce de las palabras con
la carne.
Hay un resto, imposible de ser capturado por el espejo, objeto no especularizable, objeto no
decible.
Ese objeto no especularizable es el objeto a. Ya mencioné que el cuerpo está vaciado de goce,
digamos “el goce abandona el cuerpo en el acto de ser mirado y dicho”, sin embargo, el objeto a
condensa parte del goce que ha escapado al sacrificio del cuerpo por su paso por el lenguaje: este
objeto “permite” el establecimiento de los síntomas, gozamos porque tenemos un cuerpo, mejor
dicho, gozamos porque un cuerpo nos con-tiene, para gozar hace falta un cuerpo nos plantea
Lacan en el seminario denominado Aún: acá el lenguaje es el que atempera el germen de goce
que como resto habita el cuerpo.
En la poesía, hay un empuje hacia el goce, y paradójicamente un con-tenerse ante el goce: ante el
límite impuesto por el lenguaje, el poeta se revela emprendiendo la tarea imposible de hacer
hablar al resto. En el acto poético hay un empuje hacia el goce, aunque el lenguaje atempera, la
poesía de la desmesura nada quiere saber de este empuje atemperante.
En la formación del fantasma, en el establecimiento del sujeto como efecto de dos movimientos:
por un lado, una alienación al lenguaje; y por el otro una separación del goce. Nos permite
pensar que el intento del poeta es arrebatarle al Otro ese goce sustraído por los efectos de la
alienación al lenguaje.
El poeta escribe, la escritura se presenta como huella del paso del lenguaje, capturado por el
cuerpo. El acceder al lenguaje, a la alteridad, plantea una renuncia, renuncia al goce El poeta en
su escritura expresa in-con-formidad ante ese arrebatamiento inicial.
Cabe señalar que el pretexto de este breve recorrido a través de algunos conceptos lacanianos es
telón de fondo que sirve para articular la siguiente cuestión ¿qué ha revertido el goce de una
manera evidentemente resonante en la poesía, específicamente la poesía artaudiana?
Comenta Lacan9 “el goce está prohibido a quien habla como tal”. El goce aparece como lo
interdicto. Lo prohibido es el goce para el cuerpohablante. Y sin embargo, lo interdicto, al
ocultar la atracción que promueve el objeto a, siempre es invitación a hacer de lo interdicto un
dicho más. No todo lo real entra en el dominio del Otro, algo escapa a la imagen virtual i (a) que
regresa el espejo. El goce está por fuera del cuerpo, al ser este goce otro.
9
Escritos
2.
Siglo
XXI,
México,
2006.
(p.
801).
10
Merleau
Ponty,
M.
(1945).
El
Cuerpo.
En:
Fenomenología
de
la
percepción.
Planeta-‐De
Agostini,
Barcelona,
España,
1985.
(p.
85-‐116)
una infinidad de relaciones de los que mi conciencia operaría la síntesis y en la que ella
implicaría mi cuerpo; yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en el
tiempo, soy del espacio y del tiempo y mi cuerpo se aplica a ellos y los abarca”.
El cuerpo es nuestro medio general de poseer un mundo. Ora se limita a los gestos necesarios
para la conservación de la vida y, correlativamente, pro-pone a nuestro alrededor un mundo
biológico, ora, jugando con sus primeros gestos y pasando de su sentido propio a un sentido
figurado, manifiesta a través de ellos un nuevo núcleo de significación: es el caso de los hábitos
motores, como el baile. Ora, finalmente, la significación apuntada no puede alcanzarse con los
medios naturales del cuerpo; se requiere, entonces, que este se construya un instrumento y que
proyecte entorno de sí un mundo cultural…La habitud no es más que un modo de ese poder
fundamental. Se dice que el cuerpo ha comprendido que la habitud es adquirida cuando se ha
dejado penetrar por una nueva significación, cuando se ha asimilado un nuevo núcleo
significativo (Merleau Ponty, ibíd., p 164).
La poesía, parafraseando a Morales (2003a), es el establecimiento del ser del cuerpo por las
palabras. Pero también cabe señalar que las palabras no alcanzan todas para decir al cuerpo. El
cuerpo escapa. La poesía es el transitar fecundo del sujeto por el borde de la desgarradura. El
cuerpo muestra lo insoportable de la desgarradura, las poesías son las que hacen perdurar la
desgarradura desde la detención del tiempo. La poesía es intento de contención del grito
inherente que habita el cuerpo.
Sigamos con la poesía, la poesía es ese habitar con otros. La alteridad es la pasión fundamental
del lenguaje. El atravesamiento por el estadio del espejo da cuenta de la poética que precede a la
palabra, la poesía está ligada radicalmente con la locura, locura de la imagen incontenible, del
espejeo descontrolado, del agujero en el cuerpo. La poesía hace de contenedor de esa dispersión.
La poesía revienta al yo para darle cabida al grito, al aullido del cuerpo.
La poesía se anuda a la locura por su función de llamar a la otra voz. La poesía es el lenguaje del
olvido, la letra de lo sofocado y la materialidad de lo heterogéneo; es la memoria de lo maldito.
Surge de este modo, en los tiempos modernos, una densidad poética que llama al desasosiego del
ser. Es su voz como grito, poema o grafiti.
Al igual que con la locura la poesía se articula al cuerpo por su función de convocar otras voces.
La poesía como el lenguaje de la dispersión del cuerpo. Comenta Derrida11 “la dispersión es lo
que no vuelve al padre”. Allí donde el espejo abarca la totalidad de la imagen, la poesía da
cuenta de la fractura de esa totalidad e intenta dar cuenta del resto, así sea necesario aventar el
cuerpo como intento de analogía con el resto. La poesía es la memoria del cuerpo fragmentado
ante la ilusoria totalidad-olvido presentado por la imagen. El cuerpo es el asiento del grito, el
habitáculo del poema, la residencia de la fractura que configura cualquier posibilidad de devenir.
Dado que la poesía no se reduce a una articulación desde el puro orden simbólico, es pertinente
pensarla en su desmesura como ese efecto de roce de la carne. Roce que produce de la carne
cuerpo, roce que araña las tesituras de la imposibilidad surgida de la desmesura poética. El
cuerpo como habitáculo queda rebasado por la explosión poética.
O a la manera de Artaud:12
“Post-Scriptum13
¿Quién soy?
y apenas yo lo diga
como sé decirlo
inmediatamente
11
Derrida,
J.
(1999).
Dar
la
muerte.
Paidós
Ibérica,
Barcelona,
España,
2006.
12
Artaud,
A.
Post
Scriptum.
Selección
Poética.
verán mi cuerpo actual
estallar
y recogerse
un cuerpo nuevo
nunca jamás
olvidarme.”
La poesía es la espesura del lenguaje (Morales, 2003 b), espesura del lenguaje que habla de la
espesura de la diseminación del cuerpo. El cuerpo estalla en mil pedazos. Espesura: Mil densos
pedazos que la poesía intenta recoger y nombrar, uno por uno en el tiempo. En el intento de
detención del tiempo el poeta recoge fragmentos de esa diseminación inicial que es la poesía. El
cuerpo en el espejo sólo puede ser pensado a partir de la poesía.
Uno se hace un cuerpo, “bajo mil aspectos notorios, un cuerpo nuevo, en el que ustedes no
podrán nunca jamás olvidarme”, un cuerpo nuevo desde las palabras que dicen que se marca la
tesitura de lo inolvidable. Desde las palabras que operan la explosión que se dice una y otra vez.
Decires y capturas, lo que escapa es lo siniestro. Lo siniestro como sagrado. Lo sagrado como
bellamente terrible. Se deja de lado el lugar que incómoda las pretensiones de un saber todo. Lo
siniestro, lo diferente. La diferencia, aquello que escapa al decir, y por lo tanto es rechazado. La
diferencia que plantea el cuerpo-poesía es planteada por la espesura del lenguaje contaminado de
cuerpo.
Lo que no entra en el sistema de nominaciones preexistentes, lo que se debe desechar del
discurso, de cualquier ligazón con otro. El otro de occidente: la diferencia ante lo Otro (como lo
Uno). El Otro de occidente: la muerte (como devenir finitud). Finitud in-soportable ante la
promesa que del eterno fuese eterna infinitud.
Salto inevitable, es con Artaud y su corporeización de la desaparición del cuerpo como podemos
hacer enganche con las formas de actualización del cuerpo, y finalizar este breve recorrido,
Dumoiliè13
“Más acá del inconsciente regido por un sistema de interpretaciones que remite al sujeto y al
recinto cerrado de la lengua, existe una semiótica del cuerpo. Pero ella no puede constituirse
jamás en significación, lo más “propio” es lo menos comunicable; desde el momento en que
habla, ya no es el cuerpo”.
Pensar el cuerpo desde su diferencia radical nos acerca, una vez más a lo que Dumoilié14
menciona como “dos modos de la diferencia”, planteado a partir de Nietzsche y Artaud “por un
lado el cuerpo obsceno –aquel en que vivimos; por el otro, el cuerpo abyecto o puro –el “cuerpo
sin órganos”
Sea el cuerpo obceno, eso que habitamos y vivimos, o, sea el cuerpo sin órganos, cuerpo de la
abyección, podemos decir que si algo incomoda la historia de los tiempos es el cuerpo puesto en
la antesala de la diferencia como insoportable.
Cuerpo vaciado de cualquier significante que quisiera hacer mella desde la diferencia. Intento de
anular eso insoportable que pretende dar cuenta del cuerpo desde las palabras. El cuerpo sin
órganos que acaricia lo real desde el desconocimiento de la carne. Carcajada insípida ante este
imposible, lo ríspido del cuerpo es ese permanecer suspendido entre dos momentos: el cuerpo
como enunciado imposible, el cuerpo como enunciante imposible: “El cuerpo sin órganos es una
noción paradójica, todo, menos un concepto, algo irrepresentable15”
13
Dumoilié,
C.
(1992).
Nietzsche
y
Artaud.
Por
una
ética
de
la
crueldad.
S.
XXI,
México,
1996
14
ibíd.,
p.
142
15
Dumoilié,
ibíd.
Desborde dionisiaco: lo más insignificante (en tanto despliegue exorbitante de la dispersión)
colocado como posibilidad de significante disoluto, desde el no significar nada como uno.
Carcajada y paradoja “el cuerpo escribe, pero nunca se escribe16”. Unidad y dispersión, el cuerpo
no puede ser concepto. El concepto le da tiempo a la cosa. El cuerpo y el tiempo están
entretejidos, entre uno y otro aparece el sujeto. El cuerpo no es pura cosa por temporalizar, el
cuerpo es posibilidad de temporalizar.
Regresemos al dialogo con el texto artaudiano, no se puede habitar un cuerpo sin órganos, el
cuerpo es inmundo. Es imposible habitar. Esa es la queja que Artaud presentaba como
posibilidad de tejer otra manera de habitar: habitar no habitando. Artaud como el límite del
psicoanálisis, ya lo mencionábamos con la pulsión de muerte.
El cuerpo que explota cuando el órgano ya no da la nota para seguir tocando. El cuerpo que se
expande insensible hasta el hartazgo del pensamiento. El cuerpo que seduce las orejas, los ojos,
la boca. El cuerpo que escapa de ser puro ojo, pura oreja, pura boca. El cuerpo que se implanta
fuera del órgano. El cuerpo que responde nada cuando el otro cuerpo le roza las entrañas. El
cuerpo, más allá de las maneras de nombrar y de no nombrar. El cuerpo como des-ser. Como
desertar de las palabras, y de la cosa.
Hay algo que contiene la explosión inminente de los órganos, la imagen es el primer sostén,
proemio especular que permite dar el giro hacia el trazo que lo simbólico plantea como escisión
fundamental: el trozo de carne queda separado del cuerpo. A pesar de sostenerse en un registro
de lo simbólico, la noción de lo inconsciente es la que posibilita dar cuenta de la diferencia ya
planteada entre la carne y el cuerpo. Lo real también está afectado de inconsciente.
Cada época produce sus maneras particulares de pensar el cuerpo, el cuerpo que nos toca pensar
es lo insoportable de habitar el cuerpo. Por eso la trocería de cuerpos en las carreteras o en la
fosas.
16
ibíd.
¿Y Artaud? ¿Y el cuerpo sin órganos? La trocería no da posibilidad de bordear un vacío. La
trocería es avasallamiento desde lo real. En cambio, la apuesta artaudiana es la posibilidad de
articular a partir del vaciamiento del cuerpo: vaciamiento de órganos, ya no el vaciamiento de
goce por el lenguaje, sino el vaciamiento de lo sobreconceptualizado: el órgano, para Artaud
estorba. La crueldad es necesaria para dar cuenta del cuerpo.
Emparentado aunque difiriendo con la noción de pulsión de muerte que plantea Freud, Artaud
nos presenta el vaciamiento del cuerpo como necesario para poder partir hacia otra cosa, en su
caso, el teatro de la crueldad, en el caso que permite pensar Freud, la sublimación es la
posibilidad ante la inminencia de la pulsión de muerte. Creación, armazón de un cuerpo a partir
del cero, del vaciamiento de órganos.
“nuestro cuerpo no es objeto para un “yo pienso”: es un conjunto de significaciones vividas que
va hacia su equilibrio. A veces se forma un nuevo mundo de significaciones”. Para finalizar:
17
ibíd.,
p.
170.
Bibliografìa
1. Espinosa Proa, S. 2004, Treinta y seis tesis sobre la alteridad y la mortalidad (Tesis VIII). En
No hay nada escrito [filosofía, antropología, estética]. Universidad Autónoma de Zacatecas.
4. Morales, H. (2003b). La trenza del desasosiego. En: Deriva, Nueva Época No. 15. Ediciones
Deriva, México D. F.
6. Freud, S. (1896). Estudios sobre histeria. Obras Completas. Amorrortu, Argentina, 2006.
7. Lacan, J. (1949). El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos
revela en la experiencia psicoanalítica. En: Escritos 1. Siglo XXI, México, 2006.
8. Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En:
Escritos 2. Siglo XXI, México, 2006. (p. 801).
10. Dumoilié, C. (1992). Nietzsche y Artaud Por una ética de la crueldad. S. XXI, México, 1996.