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El cambio climático global está impulsando una agricultura que debe ampararse cada vez
más en la tecnología para prevenir los efectos de plagas, enfermedades, heladas, sequías y
daños por sol en los cultivos. En Chile, el Sistema Agroclimático FDF-INIA-DMC se ha
constituido en una herramienta importante para lograr este objetivo.
En el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en
inglés), de 2007, se despliegan algunos datos alarmantes: a partir de 1993, el nivel del mar creció en 3,1 mm en
promedio al año en lugar del ritmo de 1,8 con el que venía subiendo en las dos décadas anteriores. Desde 1978 los
hielos marinos árticos han bajado 2,7 % por decenio. Durante el mismo periodo, en el hemisferio norte el área cubierta
de nieve disminuyó desde los 40 millones de kilómetros cuadrados a menos de 36 millones.
Esto cambiará la forma en que vemos el mundo agrícola actual. En Brasil bastan un grado y 15 mm más de lluvia en
promedio al año para impactar la producción de café; un aumento de tres grados, de plano la acabará. “Todo indica que
la agricultura se va a desarrollar, probablemente, en un clima un poco más hostil, más variable e inestable”, sostiene
Fernando Santibáñez, ingeniero agrónomo, doctor en bioclimática y profesor de la Universidad de Chile. Por eso, habrá
que estar preparados. Un paso fundamental en esta dirección, es el establecimiento de una red agroclimática que
permita a los agricultores comprender mejor el clima y sus cambios para anticipar los riesgos y tomar medidas. En
nuestro país ya hay una que funciona. Se llama Sistema Agroclimático FDF-INIA-DMC: Agroclima.cl.
En los últimos treinta años los costos relacionados con riesgos climáticos se han disparado. Si en la década del
cincuenta apenas llegaban a los 11 billones de dólares en todo el mundo y en el decenio de 1976 a 1985 habían subido
a US$ 24 billones, lo que ha ocurrido después ha sido una escalada exponencial: pasó a US$ 88 billones en la
siguiente década hasta los US$ 495 billones en la actualidad. Casi seis veces más.
En Chile las principales fuentes de riesgo climático son heladas, ondas de frío, sequía, granizo, viento, ondas de calor y
tormentas. “Lo preocupante es que todas estas eventualidades, salvo las heladas, van a aumentar”, afirma Santibáñez.
Las sequías, si bien podrían disminuir en los extremos austral y norte, es probable que se intensifiquen en la zona
central. “Las cuencas debieran cambiar su estacionalidad: tener más correntía en invierno y menos en el verano. Si a
eso le agregamos la competencia del agua entre la agricultura y la energía, hay grandes tareas por hacer en el
mejoramiento de la gestión hídrica en Chile”, agrega este investigador.
El que los eventos climáticos se agudicen, explica Laura Meza, experta de la Organización de las Naciones Unidas para
la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), no sólo afectará la producción de los cultivos, sino
también su estabilidad, el suministro en la cadena de alimentos y el precio. Esto último ya se está presenciando. En
parte por la explosión del poder adquisitivo y el aumento demográfico de los países emergentes, como también por las
consecuencias del cambio climático, los valores de los alimentos han tendido al alza en los últimos años: el precio de
los granos es entre 70 % y 100 % más elevado que en la década del noventa y no hay indicios de que esta tendencia
se vaya a revertir.
Las plagas, los patógenos y las malezas causan la pérdida de más del 40 % del suministro mundial de alimentos. Pero
podría ser peor. Con el cambio climático, las plagas extenderían su distribución geográfica y los patógenos alcanzarían
mayores tasas de reproducción. Las malezas y las plagas aumentarían su frecuencia, se adaptarían mejor y hasta
podrían tener mayor cantidad de ciclos por temporada. Eso es lo que, por ejemplo, ha ocurrido con el tizón de la papa
en el sur de Chile, que en los últimos años ha aumentado su agresividad.
“Es la enfermedad más importante de la papa en el mundo. Comienza como una pequeña mancha acuosa, que bajo
condiciones de alta humedad empieza a producir esporulación. A medida que las condiciones son favorables, se
multiplica en forma exponencial y empieza a matar a las plantas. En los últimos años también está atacando tallos, lo
que hasta hace una década no se veía”, explica Ivette Acuña, ingeniera agrónoma y fitopatóloga de INIA Remehue. En
la temporada 2006-2007 atacó al 90 % de los papales de la zona sur, con una severidad
de daño de entre 40 % y 100 %. Sin embargo, para la temporada 2009-2010 la
severidad bajó: si bien hubo casos que presentaron un daño total, hubo otros en que
éste alcanzó sólo al 5 % de los cultivos. ¿La clave? La implementación de un sistema
de alerta temprana, basado en las mediciones del Sistema Agroclimático FDF-INIA-
DMC.
La red tiene hoy 222 estaciones automáticas que actualizan la información cada quince minutos. Es operada por FDF y
cuenta con el soporte de Innova Chile, el Ministerio de Agricultura y la Asociación de Exportadores (Asoex). Alcanza
una cobertura del 47 % de la superficie agrícola, y está activa en 13 de las 15 regiones del país (las excepciones son
Tarapacá y Magallanes). Alcanza un nivel de servicio de 95 %, desde la perspectiva de las estaciones activas, y el
portal www.agroclima.cl recibe un promedio de 900 mil visitas al mes desde once mil computadores distintos. La red
cuenta con una veintena de aplicaciones y apoya no sólo la gestión de empresas productoras y exportadoras, sino
también la de instituciones como el SAG con sus Sistema de Monitoreo de Plagas, que contiene una serie de
funcionalidades que permiten modelar variables del sector agrícola-ganadero para mejorar el sistema de vigilancia
temprana de plagas cuarentenarias.
La construcción de una red agroclimática como ésta ayuda a prevenir las consecuencias adversas que produce el clima
en los cultivos, como ocurrió con el tizón de la papa. “Los agricultores que usaron el sistema de alerta y que estuvieron
en capacitaciones en su difusión, lograron manejar la enfermedad y las pérdidas fueron muy bajas”, comenta Ivette
Acuña. La alerta advierte cuándo se libera el patógeno, lo que indica el tipo de pesticidas a aplicar y su frecuencia, de
forma que se evite que el hongo llegue a la superficie. “El uso exitoso de esta herramienta es necesario para contar con
un programa intensivo de capacitación en interpretación y uso eficiente de la información. La alerta temprana es una
herramienta clave del Manejo integrado de plagas”, agrega la agrónoma.
La red efectúa análisis meteorológicos y presenta modelos predictivos de los estados fenológicos de las principales
variedades de uva de mesa y manzano, y realiza también predicciones de plagas tales como la Polilla de la manzana.
Además lanza alertas de enfermedades de origen fungoso (oídio y venturia en manzanos, oídio y botritis en vides),
alerta sobre condiciones de golpe de sol en manzanos, heladas o riesgo de muerte de yemas.
La importancia de la información local
“La importancia está en los datos locales, que tienen que ser de la zona más cercana al predio donde estamos
trabajando y, además, debemos relacionarlos con la fenología de nuestro cultivo”, apunta Óscar Carrasco, académico
del Departamento de Producción Agrícola de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Chile. De esta manera,
señala, en los cerezos “podemos manejar la fenología de la planta para estimular artificialmente la acumulación de frío”,
dada la estrecha relación que existe entre este factor y el rendimiento. “Podemos forzar la caída de la hoja para
adelantar la acumulación de frío, con aplicaciones postcosecha de mezclas de urea con sulfato de zinc”, agrega.
Para la empresa Copefrut el uso de la información climática también es esencial. Con 7.500 ha de pomáceas, carozos,
kiwis y berries y un volumen de exportación que alcanza los nueve millones de cajas por temporada, la red les ayuda a
hacer pronósticos de fecha de cosechas y enfermedades, analizar desórdenes fisiológicos y obtener información para
aplicar nuevos productos en los cultivos. En Curicó, por ejemplo, donde está su mayor superficie de pomáceas, la red
les permite informar a los productores si en caso de lluvia se producen las condiciones para el desarrollo de venturia.
“Tenemos que estar muy seguros, primero, en los tiempos en los cuales estamos haciendo las aplicaciones de
productos que puedan afectar a las plagas y, segundo, aplicarlos cuando corresponde”, resume Luis Espíndola,
ingeniero agrónomo de la compañía. Hay también varios otros factores a tener en cuenta en el control de plagas, los
que se ven favorecidos por la existencia de una red de monitoreo climático: altas temperaturas provocan una mayor
evaporación de los pesticidas, mucho viento aumenta la deriva y las precipitaciones acortan la duración del producto
recién aplicado.
Éstas son algunos de los motivos que han incentivado a las autoridades para mejorar la red. La idea es ampliar la
cobertura en la superficie agrícola (llevarla a un 85 % a nivel nacional implicaría invertir en 200 nuevas estaciones) y
entregar servicios cada vez más específicos y que abarquen un público mayor, como ganaderos y productores de
hortalizas.