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2El propósito de este trabajo es explicar algunos aspectos del desarrollo de ese
particular género de fotografías en la Argentina durante la segunda mitad del siglo
XIX y la primera década del XX, a fin de contribuir a un mayor conocimiento, no
sólo de un tipo de retratos en particular sino también de las complejas relaciones
entre muerte, imagen e identidad que caracterizaron a la cultura de ese período.
4En el actual territorio argentino, ese marco cultural cobró visibilidad a fines del
siglo XVIII con la emergencia de la burguesía liberal porteña y su protagonismo
político, cristalizado en la Revolución de 1810. Entre ese momento y la
constitución del Estado nacional medio siglo más tarde, el poder del retrato como
inscripción visual de los individuos se vería potenciado por las expectativas
políticas que le otorgaba una institucionalidad aún incipiente, donde la creación de
una iconografía oficial estaba en proceso (Munilla 1999). Como afirma Gabriel
Peluffo para el Uruguay, “la esfera pública y la privada constituyen […] dos
extremos de un tejido socialmente continuo” y el retrato aportaba el “paradigma
de un individuo depurado, ajeno a los desbordes del cuerpo y la personalidad, en
momentos en que la sociedad requería una severa codificación ética del espacio
público” (Peluffo 1996: 202).
2 Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Tribunales Civil, A-55 1846-1847, núm. 16. Agradezco a (...)
10Por supuesto, esa ambigüedad de lazos entre imagen y referente es una de las
cosas que la fotografía –imagen mecánica, “objetiva y transparente” según los
criterios predominantes en la época (Dubois 1986; Guerra 2009a)– pondría
fuertemente en cuestión desde la década de 1840; pero fue a través de prácticas
subordinadas a esta misma forma de producción de retratos como la fotografía se
insertó en la tradición precedente.
3 ¿Es así realmente o la palidez de la modelo, la mirada “apagada”, el cuerpo algo caído estarían más (...)
11En ese sentido, el retrato de María Luisa Lacasa de Suárez (Fig. 1) resulta un
excelente ejemplo. Pintado hacia 1854 y atribuido a Jacobo Fiorini, la mujer
aparece en principio tan “viva” como sor Puyal y cualquier otro retratado en la
misma situación: sentada erguida, mirando al observador y sosteniendo un libro y
un pañuelo;3 sin embargo, también en ese caso el cuadro fue pintado post-
mortem: más exactamente, a partir de un daguerrotipo que le fuera tomado tras
su muerte en 1854 y que se conserva, como la pintura, en el Museo Isaac
Fernández Blanco.
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Figura 1 - Jacobo Fiorini. María Luisa Lacasa de Suárez. Óleo sobre tela, ca. 1854. Núm.
Inv. MIFB001915. Colección Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco.
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
12La distancia entre la crudeza del daguerrotipo –fondo neutro, plano cerrado
sobre el busto de la muerta– y la atemporal escena reconstruida por el pintor
ilustra la falta de aura que para sectores de gusto más conservador tenía, aún, la
fotografía, “sirvienta” de las artes incapaz de reemplazar a la pintura (Baudelaire
1859, citado in Dubois 1986); pero también anticipa –al poner de relieve las
diferencias entre uno y otro dispositivo– algunos de los problemas que, a la larga,
la impersonal objetividad de la cámara tendría para un género como ese, tan
ligado a la evocación privada de lazos afectivos.
Ciudadanos, patriarcas y angelitos
13El procedimiento seguido en el retrato de la señora Suárez no fue un caso
aislado, como lo muestra el primer aviso de un daguerrotipista que ofrecía en
Buenos Aires retratos de muertos:
4 La Gaceta Mercantil, abril de 1848 Buenos Aires. El fotógrafo era Tomás Helsby, activo desde 1845 ( (...)
[…] para los que lo requieran los hace de difuntos. La ventaja de esto siendo que […]
después se puede copiar a la conveniencia del pincel, guardando así perfectamente las
facciones y dándoles el aspecto de la vida.4
5 A modo de referencia: por un retrato pintadopost-mortem que le llevó tres meses de trabajo, Annat (...)
14En las décadas siguientes, la mayoría de los fotógrafos incorporaron ese servicio
como uno más, que se popularizó a medida que la asequibilidad 5 y modernidad de
la fotografía la imponían en el gusto de la burguesía media y alta. El retrato de
muertos fue practicado por precursores como Christiano Junior y Adolfo Alexander,
así como por importantes estudios que trabajaron entre los siglos XIX y XX, como
Witcomb y Vargas, en Buenos Aires, o Fernando Paillet, en Esperanza, provincia de
Santa Fe (Bécquer Casaballe & Cuarterolo 1983; Príamo 1990).
6 Hasta los primeros años del siglo XX, el servicio fúnebre se reducía al traslado de la casa del mue (...)
15En la mayor parte de las fotografías se observa una fuerte continuidad con el
estilo de composición, escenografías y convenciones de pose que suele hallarse en
los retratos de personas vivas. Madres agonizantes rodeadas de sus hijos,
solemnes paterfamiliae acostados en su lecho (Fig. 2), amigos visitando al
enfermo; niños, en fin, en brazos de sus madres (Fig. 3) o durmiendo
plácidamente en sus sillitas o cunas (Fig. 4): la función del retrato como recreador
de los vínculos familiares y de la condición socioeconómica de los individuos
persiste tras el último suspiro. El hogar y la familia –refugios de la libertad
individual y el mundo afectivo del burgués (Hobsbawm 1987)– son también sede y
gestores respectivos del velorio,6 y el marco íntimo de contención que preserva la
dignidad de la muerte, la que a su vez opera metonímicamente, confirmando la
honorabilidad de la vida precedente. Así, el traje oscuro que asoma bajo las
sábanas entreabiertas de la cama de Álvarez (Fig. 2) capitaliza el valor testimonial
de la fotografía para dejar claro que hubo quien se ocupara de prepararlo y
vestirlo. Si bien es cierto que en otro trabajo (Guerra 2009b) analicé el uso de
esos procedimientos de connotación (Barthes 1992) en la construcción heroica de
la muerte de figuras públicas –como el ex Presidente Domingo F. Sarmiento,
sentado post-mortem en su silla de trabajo–, su aplicación se extendió también,
con variantes, a los particulares.
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Figura 3 - Christiano Junior. Madre con bebé difunto. Fotografía sobre papel, ca. 1875.
9 En 1890 la tasa de mortalidad infantil en Buenos Aires era del 182‰ (unas 15 veces el valor actual) (...)
16Otro punto que se debe hacer destacar son los retratos póstumos de niños. En
los archivos estudiados,7 predominaron notablemente durante un período que
coincidió con los años de auge del género, por razones atribuibles a diversos
factores: el más evidente, la carencia de otros retratos (Príamo 1990; Ruby 1995).
Las décadas de 1870 y 1880 marcan una etapa en la expansión social del retrato
fotográfico en la que los niños no son todavía un tema habitual, lo que obedece a
razones tanto técnicas como culturales. Por un lado, la falta de procesos
instantáneos de toma que comenzarían a difundirse recién en esos años,
permitiendo, como anunciaba Christiano Junior en 1875, “sacar retratos de
criaturas inquietas y traviesas”;8 por el otro, el proceso, gradual y complejo, por el
que los niños fueron cobrando relevancia en cuanto sector con necesidades
específicas y entidad como individuos, durante los siglos XVIII y XIX (Ariès & Duby
1991; Szir 2008). En una sociedad donde las muertes de niños eran un hecho
estadísticamente habitual,9 todo parece combinarse de manera que se crea la
necesidad –y la posibilidad– de dejar algún recuerdo de un miembro de la familia
cuyo paso por ella había sido tan breve.
18En esas fotos, las convenciones del retrato fotográfico burgués se articulan con
una compleja herencia de motivos provenientes de la tradición pictórica. Al motivo
virreinal iberoamericano del niño coronado (Montero 2008), cuya presencia en
territorio argentino queda por verificar, se suman esquemas que remiten a un
extenso imaginario occidental de pietàs, madonnas e imágenes de niños
y putti dormidos, como lo sugieren las figuras 3 y 4. Aunque no hubo en la
Argentina de ese período publicaciones especializadas al estilo de las
norteamericanas, donde los fotógrafos intercambiaban abiertamente consejos y
experiencias sobre el arte de retratar muertos (Ruby 1995), los procedimientos
como los que recomendaba en 1855 el neoyorquino Nathan Burgess para crear la
imagen del “infante dormido, en cuyo rostro la sonrisa traviesa de la inocencia a
veces persiste, incluso, tras la muerte” (Burgess 1855), fueron moneda corriente
entre los fotógrafos locales.
21La explicación más común para ese fenómeno, señalado por Príamo (1990) y
confirmado hasta ahora por mi propia recolección, suele ser la que recurre al “tabú
de la muerte” (Ariès 2000) y otros términos similares que denominan la actitud
general de rechazo que la cultura de masas del siglo XX ejerció respecto de estos
temas. El problema con estas hipótesis es que dejan sin atender un aspecto
central del problema: si hubo un cambio cultural de tal magnitud como el señalado
por Ariès, ¿cuáles fueron, en todo caso, las consecuencias de esas
transformaciones en las condiciones de recepción del dispositivo fotográfico que
pudieran provocar el abandono de un género? Y sobre todo, ¿qué
rasgosinherentes al dispositivo fotográfico pudieron atentar, en las nuevas
condiciones de consumo de imágenes propiciadas por la industria de masas del
siglo XX, contra lo que Walter Benjamin (1989) llamaría el “aura” de esas
fotografías? ¿En qué medida la irrupción de la fotografía en el siglo XIX no
propició, a la vez que una visibilidad inédita (por explícita y masiva) para las fotos
de muertos, problemas nuevos, ligados a su carácter de imagen mecánica, barata
y reproducible, y que el interdicto cultural de la muerte contribuyó a hacer más
patentes?
10 Archivo personal. Vale la pena citar el original: “non é proprio lui perch’é stato fatto dopo la su(...)
22Ya en 1865, una nota del neoyorquino Humprey’s Journal censuraba en duros
términos a quienes “profanaron” a Abraham Lincoln retratándolo muerto cuando
“había ya millones de buenas representaciones del hombre en vida” (Ruby 1995:
17). Independientemente del valor proto-benjaminiano de esa “profanación”,
resulta interesante que, en plena época de auge del retrato de muertos, la simple
existencia de imágenes de la persona viva pueda restar sentido a las póstumas.
Esta idea, que reaparece en las memorias de fotógrafos que aconsejan “no
esperar” hasta tan tarde (Ruby 1995; Dubois 1986), remite a la cuestión de
la semejanza, vital para cualquier género de retrato. Las fuentes decimonónicas
sobre el aspecto irreconocible que la imagen de sus seres queridos muertos ofrecía
a muchos estadunidenses son tan reveladoras de esta cuestión (Ruby 1995) como
la anotación al dorso de la foto de un muerto de mediana edad, enviada en 1921
del sur de Italia a Buenos Aires y donde la firmante, “su inconsolable esposa”,
comenta que “no es propiamente él…”.10
23Lo anterior se articula a su vez con otra cuestión más –digamos– terrenal, que
debe ser revisada: la pregunta por la rentabilidad económica de los retratos de
muertos. André Adolphe-Eugène Disdéri, por ejemplo, refería en 1855 sus
experiencias en ese rubro, que ejercía “no sin repugnancia” –lo que matiza
cualquier lectura simplista de las tesis de Ariès: en todas las épocas hay rechazo
de la muerte por más románticas que sean–; y su relato de una sesión promedio
resulta francamente desalentador. Las molestias que implicaban habitualmente
esos retratos incluyen desde el traslado de pesados equipos hasta la casa del
muerto –sustrayendo una cámara y uno o más operadores al trabajo diario,
cuando no cerrando el negocio por el día– hasta los problemas técnicos derivados
de las condiciones de luz, variables y casi siempre peores que las del estudio. A lo
que se suman enormes pérdidas de tiempo: “hemos esperado siete u ocho horas”,
dice, a que desaparecieran “las contracciones de la agonía” (inDubois 1986: 150);
y, por supuesto, todo lo que implica trabajar en la casa de una familia que está de
luto y manipulando un cadáver: Josiah Southworth aconsejaba en 1873 cómo
evitar que “la boca del muerto expulse líquidos” durante la toma (in Ruby 1995:
54).
11 En 1877, Aquilino Fernández ofrece fotografiar muertos a 500 pesos el juego de 12 tarjetas (Cuarter (...)
Reflexiones finales
12 El resurgimiento actual del interés por el tema se reflejó recientemente en dos trabajos: el libro (...)
26El tema del retrato fotográfico de difuntos ha sido escasamente trabajado, tanto
en la Argentina –donde los trabajos pioneros de Luis Príamo y Andrea Cuarterolo
resultan fundamentales– como en el ámbito internacional: fuera del minucioso
estudio de Jay Ruby (1995) y otros más recientes,12 su tratamiento está lejos de
agotarse, especialmente en lo que respecta al problema del abandono del género.
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Bibliografía
Fuentes de archivo
Doña Antonia Annat con Juan Benavides por cobro del valor de un retrato. Fondo
Tribunales (Civil), exp. A-55 1846-1847, núm. 16. Archivo General de la Nación,
Buenos Aires,
Fotografías
Archivos privados
Colección Abel Alexander, Buenos Aires.
Archivos públicos
Archivo General de la Nación, Buenos Aires.
Bibliografía
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27-49. México.
Ariès, Philippe 2000 – Morir en Occidente, desde la Edad Media hasta la actualidad.
Adriana Hidalgo, Buenos Aires.
Ariès, Philippe & Georges Duby (ed.) 1991 – Historia de la vida privada, tomo 7 -
La Revolución francesa y el asentamiento de la sociedad burguesa; tomo 8 -
Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada. Taurus, Buenos Aires.
Barthes, Roland 2003 – La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Paidós, Buenos
Aires.
Baxandall, Michael 2000 – Pintura y vida cotidiana en el Renacimiento. Gustavo
Gili, Barcelona.
Bécquer Casaballe, Amado & Miguel Cuarterolo 1983 – Imágenes del Río de la
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Burgess, Nathan 1855 – Taking Portraits after Death. The Photographic and Fine-
Art Journal VIII (3): 80, New
York.[http:/www.daguerre.org/resource/texts/burgess.html].
Diodati, Lilian & Nora Liñan 1993 – Gestualidad y sentido de la muerte en el siglo
XIX. In Cristina Godoy & Eduardo Hourcade, La muerte en la cultura. Ensayos
históricos: 41-53. Universidad Nacional de Rosario, Rosario.
Guerra, Diego, Florencia Souto & Agustina Vessuri 2004 – ¿Angelitos a la europea?
Fotografía y muerte infantil en la Argentina del siglo XIX. VIº Jornadas estudios e
investigaciones, artes visuales y música. Edición en CD. Instituto de Teoría e
Historia del Arte “Julio E. Payró”, Universidad de Buenos Aires.
Munilla, Lía 1999 – Siglo XIX: 1810-1870. In José Burucúa (ed.) Nueva historia
argentina: Arte, sociedad y política: 107-149. Sudamericana, Buenos Aires.
Orlando, Mirko 2010 – Ripartire dagli addii: uno studio sulla fotografia post-
mortem. MJM, Milano.
Poe, Edgar Allan [1842] 1980 – El retrato oval. Historias extraordinarias: 23-24.
Bruguera, Barcelona.
Pontevedra, Silvia 2009 – Las fotos del último viaje. El País, 27 de octubre de
2009. Madrid.
Príamo, Luis 1999 – Fotografía y vida privada (1870-1930). In Fernando Devoto &
Marta Madero (ed.), Historia de la vida privada en la Argentina, tomo 2 - La
Argentina plural: 1870-1930: 275-299. Taurus-Alfaguara, Buenos Aires.
Ribera, Adolfo 1984 – La pintura. Historia general del arte en la Argentina, tomo 3:
309-350. Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.
Ruby, Jay 1995 – Secure the Shadow. Death and Photography in America. MIT
Press, Cambridge.
Szir, Sandra 2008 – Infancia y cultura visual. Los periódicos ilustrados para niños
(1880-1910). Miño y Dávila, Buenos Aires.
Notas
1 Agradezco por su invaluable ayuda en este trabajo a Patricio López Méndez y Gustavo
Tudisco del Departamento de Investigación y Museografía del Museo Isaac Fernández
Blanco; así como a Luis Príamo, Abel Alexander y Andrea Cuarterolo, por facilitarme el
acceso a sus colecciones, y a mis directoras de tesis, Gabriela Siracusano y Marcela Gené.
2 Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Tribunales Civil, A-55 1846-1847, núm. 16.
Agradezco a Gabriela Braccio la referencia.
3 ¿Es así realmente o la palidez de la modelo, la mirada “apagada”, el cuerpo algo caído
estarían más bien evidenciando su condición de muerta? En tal caso, ¿hasta qué punto esa
condición se transmite a la imagen por simple naturalismo del lenguaje y hasta qué punto
el pintor las desliza a conciencia como indicadores del carácter póstumo? Aquí aparece un
caso interesante para volver sobre las reflexiones de Michael Baxandall sobre “el ojo de la
época”: las herramientas interpretativas con que un espectador inscripto en un
determinado contexto histórico-cultural aborda las construcciones de sentido del arte de su
época (Baxandall 2000).
4 La Gaceta Mercantil, abril de 1848 Buenos Aires. El fotógrafo era Tomás Helsby, activo
desde 1845 (Bécquer Casaballe & Cuarterolo 1983).
5 A modo de referencia: por un retrato pintado post-mortem que le llevó tres meses de
trabajo, Annat de Brunet reclama el cobro de 2 000 pesos. Por esa fecha (1847) ningún
daguerrotipista cobraba más de 500, variando según el autor y el tamaño de la placa. La
competencia se agudizó un par de años más tarde, cuando el pintor Federico Artigue
ofrecía en 1851 retratos al óleo “en dos sesiones” por sólo 100 pesos, el precio estándar de
un daguerrotipo de cierta calidad (Bécquer Casaballe & Cuarterolo 1983; Gómez 1986).
6 Hasta los primeros años del siglo XX, el servicio fúnebre se reducía al traslado de la casa
del muerto al cementerio (López Mato 2002; Alarcón 2002).
8 La Prensa, 4 de febrero de 1875, Buenos Aires (en Alexander et al. 2002: 23).
9 En 1890 la tasa de mortalidad infantil en Buenos Aires era del 182‰ (unas 15 veces el
valor actual) y el 95‰ de 1904 era uno de los valores más bajos a escala mundial. De
todos modos, la relación entre frecuencia de mortandad y economía de las relaciones es un
tema complejo que merece un análisis más detenido (Cabella & Pollero 2004).
10 Archivo personal. Vale la pena citar el original: “non é proprio lui perch’é stato fatto
dopo la sua morte fulminante”.
12 El resurgimiento actual del interés por el tema se reflejó recientemente en dos trabajos:
el libro de Mirko Orlando (2010) y la tesis de doctorado, aún inédita, de Virginia de la Cruz
Lichet sobre la fotografía post-mortem en Galicia (citada en Pontevedra 2009).
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Índice de ilustraciones
Leyenda Figura 1 - Jacobo Fiorini. María Luisa Lacasa de Suárez. Óleo sobre tela, ca.
1854. Núm. Inv. MIFB001915. Colección Museo de Arte Hispanoamericano
Isaac Fernández Blanco. Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
URL http://trace.revues.org/docannexe/image/1566/img-1.jpg
Ficheros image/jpeg, 108k
Leyenda Figura 2 - Estudio Witcomb. Señor Álvarez. Fotografía sobre papel, 1900.
URL http://trace.revues.org/docannexe/image/1566/img-2.jpg
Leyenda Figura 3 - Christiano Junior. Madre con bebé difunto. Fotografía sobre
papel, ca. 1875.
URL http://trace.revues.org/docannexe/image/1566/img-3.jpg
URL http://trace.revues.org/docannexe/image/1566/img-4.jpg
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Referencia en papel
Diego Fernando Guerra, « Con la muerte en el álbum. La fotografía de difuntos en Buenos
Aires durante la segunda mitad del siglo XIX », Trace, 58 | 2010, 103-112.
Referencia electrónica
Diego Fernando Guerra, « Con la muerte en el álbum. La fotografía de difuntos en Buenos
Aires durante la segunda mitad del siglo XIX », Trace [En línea], 58 | 2010, Puesto en línea
el 01 diciembre 2010, consultado el 22 abril 2016. URL : http://trace.revues.org/1566
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Dinámicas espaciales en Arqueología
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