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EL SÍMBOLO CRISTIANO DEL PEZ (vß÷qýò) ORIGEN

Y PROYECCIONES
FRANCISCO GARCÍA BAZÁN

Resumen: Desde hace tiempo se sabía que el nombre griego ij÷qýò (pez)
encerraba como acróstico una frase cuyo contenido es una antigua fórmu-
la cristológica: Jesús-Cristo-Hijo de Dios-Salvador que se conservaba en
diversos medios poéticos del siglo II. Pero últimamente se ha compro-
bado la función que el símbolo del pez y la palabra como criptograma
desempeñaba en algunos textos de la biblioteca de Nag Hammadi y se
ha descubierto su presencia en una versión diferente de la parábola de
la red y el pescador, el panorama se amplía notablemente. Porque con
estos elementos a disposición es posible comparar estructuras narrativas
paralelas y contenidos significativos divergentes que permiten ampliar el
horizonte de la investigación de los primeros tiempos cristianos y deducir
las diferencias en la interpretación de los mismos motivos religiosos de
algunos textos cristianos primitivos.
PALABRAS CLAVES: Pez – Símbolo – Cristianismo primitivo

Abstract: It has been known for a long time that the Greek name ij÷qýò
(fish) held an acrostic phrase with an ancient Christological formula:
Jesus Christ – Son of God – the Savior which was preserved in various
poetic media in the 2nd Century. But lately, it has been proved that the
function of the symbol of the fish and the word as cryptogram was found
in certain texts in the Nag-Hammadi library and its presence has been dis-
covered in a different version of the parable of the fisherman and his net,
which widens the perspective significantly. Disposing of these elements,
it is possible to compare parallel narrative structures and important di-
verse contents that allow one to widen the horizon of research into the
first Christian ages and to deduce the differences in interpretation of the
same religious motifs of some of the primitive Christian texts.
KEY WORDS: Fish – Symbol – Primitive Christianity

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EL SÍMBOLO CRISTIANO DEL PEZ (vß÷qýò) ORIGEN Y PROYECCIONES - Scripta Mediaevalia, 2008, Nº 1, pp 141-161

1. Historia y estado de la cuestión


Hasta no hace mucho tiempo la palabra “pez” correspondiente
al griego ß÷qýò y el dibujo elemental representando la figura del
animal acuático, que aparece repetidamente en testimonios cristia-
nos de los siglos II y III, se interpretaba como un signo de carácter
cristológico encerrando el contenido de las palabras “Jesús-Cristo-
Hijo de Dios-Salvador”, las que eran recordadas por el vocablo en-
tendido como un criptograma y a menudo usada también en poesía
bajo la forma de un acróstico. Signo y vocablo venían a significar
lo que de manera generalmente breve y sorpresiva, y a veces de
modo un poco más extendido, recitan textos canónicos como pue-
den ser los siguientes:
- La respuesta premiosa y solitaria del eunuco etíope al Apóstol
Felipe en el camino de Gaza antes del acto del bautismo:
«Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios»1
O bien fórmulas más desarrolladas, aunque no tan cinceladas,
como las de Pablo de Tarso:
- «Porque os trasmití en primer lugar lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras,
que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las
Escrituras»2
O también:
- «El Evangelio de Dios, que había ya prometido...acerca de su
Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constitui-
do Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad...
Jesucristo Señor nuestro»3
- Por otro lado, es posible igualmente señalar la más exten-
sa y detallista formulación de Ignacio de Antioquia, en
su Carta a los tralianos, ya que el pasaje se ofrece más
claramente en su propio marco, al leerse en un contexto
individualizado de polémica antidocética:
- «Tapáos, pues, los oídos cuando alguien venga a hablaros
fuera de Jesucristo (khorís Iesoû Khristoû), que desciende
del linaje de David y es hijo de María; que nació verdade-
ramente (alethôs) y comió y bebió...fue verdaderamente
crucificado y murió a la vista de los moradores del cielo,
de la tierra y del infierno. 2. El cual, además, resucitó ver-
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daderamente de entre los muertos, resucitándole su propio


Padre. Y a semejanza suya, también a nosotros, que cree-
mos en él (pisteúontas autón)»4
- De esta manera precisa escribe el tercer obispo de Antioquia
un poco antes del 107, año de su martirio, como nos ha
recordado Benedicto XVI en su catequesis del miércoles
15 de marzo pasado.
- Se ve claro que dentro de estas declaraciones urgidas traídas
a la reflexión, subyacen las diversas tendencias del des-
acuerdo hermenéutico en los primeros tiempos cristianos,
en el caso del obispo mártir explícitamente expresado por
el tono polémico del autor, y que en el otro caso expuesto
–el correspondiente a la esfera escrituraria, la profesión de
fe del eunuco etíope-, si bien más antigua, revela sus difi-
cultades de origen. En primer lugar porque se trata de una
expresión categórica que aplica distintamente la creencia
judía del “Siervo de Yahvé” -el país theoû especialmente
cantada en himnos por el profeta Isaías-, no tanto según
las diversas tendencias interpretativas del siglo I, colecti-
vamente al pueblo de Israel o individualmente a un Mesías
profético como a Elías redivivo, sino al Cristo-Jesús, como
hacen los cristianos.
- Ahora bien, debe tenerse en cuenta que el versículo 8, 37 de
los Hechos que se ha leído está ausente de muchos manus-
critos –por eso no se lo encuentra en la versión de la Biblia
de Jerusalén- igual que en las traducciones más antiguas
latina, siríaca y copta. Se registra, sin embargo, en el tex-
to occidental y, por consiguiente, no en el cuerpo textual,
sino en el aparato crítico del Novum Testamentum Graece
et Latine de Nestle-Aland. Se trata, sin embargo, no obs-
tante las aclaraciones textuales proporcionadas, de una
interpretación cristiana anterior a Lucas y que por eso la
usa espontáneamente el texto, pero la forma retunda, casi
solemne de su empleo, se vincula a una formulación de
naturaleza litúrgica. Probablemente derive de una fórmula
bautismal tradicional, pero cuya antigüedad real es difícil
de determinar y es muy posible que sea posterior a la re-
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dacción de los manuscritos más antiguos de los Hechos, y


que habiendo estado escrita al margen de alguno o algunos
de esos manuscritos como una glosa, haya pasado poste-
riormente como un pasaje primitivo al cuerpo del texto de
la Escritura de Lucas 5
Lo importante de todo lo dicho, nos parece, es advertir que se
trata de un punto en litigio y que su contenido del mismo modo
es cronológicamente muy anterior a las expresiones trinitarias en
relación con la fórmula bautismal que a mediados y fines del siglo
II aparecen en Justino de Roma en torno al 150 (Apología I, 61),
en el credo de la Tradición apostólica de Hipólito de Roma y en
Tertuliano, como se verá más adelante.
Pero el hecho que nos vincula directamente con las dificulta-
des de la cristología arcaica a la que se ha hecho alusión poco
antes y nos mete de lleno en su problemática, fue el descubrimien-
to de W. Ramsay en 1883 del epitafio de Abercio, descubierto en
Hierápolis, y del que otra inscripción de un tal Alejandro del año
216 descubierto por el mismo arqueólogo, es una imitación. Con la
ayuda de la biografía griega de Abercio escrita en el siglo IV, fue
posible restaurar la inscripción que le pertenece y dejar establecido
que correspondía a fines del siglo II. Sus 22 versos dicen así:
- «1. Yo, ciudadano de una ciudad distinguida, hice este mo-
numento
- 2. en vida, para tener aquí a tiempo un lugar para mi cuerpo.
- 3. Me llamo Abercio, soy discípulo del pastor casto
- 4 que apacienta sus rebaños de ovejas por montes y cam-
pos,
- 5 que tiene los ojos grandes que miran a todas partes.
- 6 Éste es, pues, el que me enseñó...escrituras fieles.
- 7 El que me envió a Roma a contemplar la majestad sobe-
rana.
- 8 Y a ver a una reina de áurea veste y sandalias de oro.
- 9 Allí vi a un pueblo que tenía un sello resplandeciente.
- 10 Y vi la llanura de Siria y todas las ciudades, y Nísibe
- 11 después de atravesar el Eúfrates; en todas partes hallé co-
legas,
- 12 teniendo por compañero a Pablo, en todas partes me guia-
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ba la fe
- 13 y en todas partes me servía en comida el pez del manan-
tial,
- 14 muy grande, puro, que apresaba una virgen casta,
- 15 y lo daba siempre a comer a los amigos,
- 16 teniendo un vino delicioso y dando mezcla de vino y agua
con pan.
- 17 Yo, Abercio, estando presente, dicté estas cosas para que
aquí se escribiesen,
- 18 a los setenta y dos años de edad.
- 19 Quien entienda estas cosas y sienta de la misma manera,
ruegue por Abercio.
- 20 Nadie ponga otro túmulo sobre el mío.
- 21 De lo contrario pagará dos mil monedas de oro al erario
romano
- 22 y mil a mi querida patria Hierápolis».
En este monumento en piedra, el más antiguo del cristianis-
mo, se encierran ideas e indicios del mayor interés. Entre sus tes-
timonios llaman la atención: el sello (sphragís), que es el modo de
denominar al sacramento de la iniciación cristiana, el bautismo;
los cofrades cristianos están por todas partes durante el viaje que
Abercio hace a Roma; “el Pez (ikhthýs) del manantial muy gran-
de”, expresión de reminiscencias judeocristianas, como se verá
más abajo, que todos comen y que apresa la Virgen casta, son
Cristo y María, vecinos a la descripción de la eucaristía bajo las
dos especies. El arcaísmo de las expresiones y sus similitudes con
textos bastante antiguos, como la Didakhé –fines del siglo I- es
impresionante6.
Con anterioridad al hallazgo referido, el 26 de Junio de 1839,
Jean-Baptiste Pitra, quien posteriormente llegaría a ser cardenal y
director de la Biblioteca Vaticana, descubrió en presencia de Jean-
Sébastien Adolphe Devoucoux una inscripción funeraria en griego
en Autún, en la que Cristo era indicado bajo la denominación de
Ikhthýs. Pitra reunió los fragmentos, la descifró y tradujo, fijando
su fecha por las alteraciones de la escritura griega del texto en la
primera parte del siglo II, durante el tiempo en que los cristianos
de Lión se refugiaron en Autún por la persecución de Septimio
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Severo. Lo apoyó en su original hipótesis el caballero J. B. De


Rossi, arqueólogo de las catacumbas romanas7, aunque posteriores
análisis de los siete fragmentos que la constituyen y el conoci-
miento del epitafio de Abercio, llevaron la fecha hacia fines del
siglo III. El corto y bello poema dedicado a Pictorio, tiene la par-
ticularidad que se hizo hábito literario entre los cristianos, de que
los cinco primeros versos del original griego están unidos por el
acróstico Ikhthýs. Dice así:

«¡Oh raza divina del Pez,


conserva tu alma pura entre los mortales,
tú que recibiste la fuente inmortal de aguas divinas.
Templa tu alma, querido amigo, en las aguas perennes
de la sabiduría que reparte riquezas.
Recibe el alimento, dulce como la miel, del Salvador de los
Santos,
come con avidez, teniendo el Pez en las palmas de tus manos.
Aliméntame con el Pez, te lo ruego, Señor y Salvador.
Que descanse en paz mi madre,
Te suplico a ti, luz de los muertos,
Ascandio, padre carísimo de mi alma,
con mi dulce madre y mis hermanos,
en la paz del Pez, acuérdate de tu Pectorio».

Se puede observar que mientras que la segunda parte de la ins-


cripción es una dedicatoria, la primera encierra un contenido doc-
trinal. El Cristo es denominado claramente Salvador y el vocablo
“Pez” refiriéndose a Jesucristo en relación con la eucaristía es en-
fáticamente repetido, ampliando rasgos que reiteran aspectos del
epitafio de Abercio8.
Dentro de los Oráculos Sibilinos cristianizados y en circula-
ción entre los creyentes del norte de África, encontramos en la
segunda parte del libro VIII de estos Oráculos en relación con la
cristología, la encarnación y las plegarias, los versos 217-250 que
se refieren por entero a nuestro tema. Se trata de un pasaje de na-
turaleza apocalíptica constituido por un poema sobre el juicio en
cuyo texto griego y su versión latina extractada igualmente por san
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Agustín9, se registra de manera extendida y completa el acrósti-


co IHSOUS J×REISTOS QEOU UIOS SOTHR. STAUROS, que
igualmente introduce las estrofas como título. El ejemplo es único
en los Oráculos Sibilinos, por más que como veremos enseguida la
técnica del acróstico se tenía entre los autores antiguos como el cri-
terio formal que permitía distinguir la autenticidad de los Oráculos
Sibilinos paganos. El texto que nos interesa, por estar encadenado
por el acróstico, dice así:
«217. Sudará la tierra cuando llegue la señal del juicio.
218. Vendrá del cielo el que ha de ser rey eterno,
219. Cuando se presente para juzgar a la carne toda y al mundo
entero.
220. Verán a Dios los mortales fieles e infieles,
221. Al Altísimo, junto con todos los santos al final de los
tiempos.
222. Sobre su trono juzgará las almas de los hombres hechos
de carne,
223. Cuando algún día el mundo entero se transforme en tierra
firme y espinas.
224. Los mortales desecharán los ídolos y todos los tesoros.
225. El fuego abrasará cielo y tierra
226 Rastreando y romperá la puerta de la prisión del Hades.
227. Entonces toda la carne de los muertos saldrá a la luz de
la libertad,
228 De aquellos que sean santos; y a los impíos el fuego los
someterá a eterna prueba.
229. Todas aquellas acciones que ocultas realizaron, entonces
las confesarán;
230. Pues Dios abrirá con sus rayos de luz los pechos som-
bríos.
231. Todos dejarán escapar sus lamentos y el rechinar de dien-
tes.
232. Desaparecerá el brillo del sol y las danzas de las estre-
llas.
233. Enrollará el cielo y se apagará la luz de la luna.
234. Elevará las simas, aplanará las cimas de los montes,
235. Ya no se verá entre los montes ninguna penosa altura.
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236. Los montes se igualarán con las llanuras y el mar entero


237. Ya no será navegable, pues la tierra, junto con las fuentes,
se habrá agostado
238. y los ríos resonantes desaparecerán.
239. La trompeta desde el cielo emitirá su voz llena de lamen-
tos,
240. Y aullará por la abominación de los desdichados y las
calamidades del mundo.
241. Entonces la tierra se abrirá para mostrar el abismo del
Tártaro.
242. Llegarán ante el trono de Dios todos los reyes.
243. Fluirá desde el cielo un río de fuego y de azufre.
244. La señal entonces para todos los mortales, el sello insig-
ne,
245. Será el madero entre los fieles, el ansiado cuerno,
246. Vida para los hombres piadosos, (escándalo) del mundo,
247. Que con sus aguas ilumina a los convocados en sus doce
fuentes;
248. Dominará un férreo cayado pastoril.
249. Ese que ahora tiene sus iniciales escritas en acrósticos es
nuestro Dios,
250. Salvador, rey inmortal que sufrió por nosotros»10.
En el escrito leído podemos distinguir dos planos. El de la for-
ma de los versos en relación con el empleo del acróstico literaria-
mente muy acreditada, según señalamos y como lo expresa en últi-
mo término Cicerón: «También (el autor de los Oráculos Sibilinos)
empleó el subterfugio de la oscuridad, de manera que unos mismos
versos parecieran que podían adaptarse unas veces a unas cosas,
otras, a otra. Por otra parte, que aquel carmen no es de un delirante,
lo pone en claro no sólo el poema mismo (pues hay en él más arte
y diligencia que excitación y movimiento), sino también ésa que se
llama akrostikhís, y que se da cuando con las letras iniciales de los
versos, tomadas sucesivamente, se forma una frase, como en algu-
nas composiciones de Ennio: “Quintus Ennius fecit”. Ciertamente
esto es más propio de un alma atenta, que de una delirante»11. En
estos versos de un cristiano, se indica, observándose el canon de la
preceptiva literaria gentil con el uso técnico del acróstico, que la
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identidad de autor debe buscarse en la inspiración de Jesucristo, no


en un autor humano y asimismo con el recurso convenientemente
empleado se busca darle a los versos un aspecto de antigüedad que
podría compartir con los Oráculos Sibilinos clásicos.
El nivel doctrinal, sin embargo, bebiendo en diversas tradicio-
nes que asimismo corren por los Oráculos judíos y judeocristianos
más antiguos, señala que el contenido cristiano es más bien tardío.
Efectivamente este libro VIII es del siglo III, y no sólo hace em-
pleo de los cinco libros que le son anteriores, sino que también su
segunda parte ha sido conocida por Lactancio (siglo IV) y el apo-
logista Comodiano de fines del siglo V ofrece muchos paralelos en
su Carmen apologeticum.

2. Transición hacia una nueva hipótesis


Pero si los Oráculos Sibilinos fueron probablemente recopila-
dos en la iglesia de Alejandría de vieja ascendencia judeocristiana,
sabemos también con perfecta coherencia, que con anterioridad se
había conservado y enseñado el simbolismo del pez y su contenido
cristológico general no sólo en la geografía espiritual alejandri-
na, sino también en una zona más extensa, como se confirma en
la teología de otros escritores del norte de África. La prueba nos
llega en primer lugar a través del converso cartaginés Tertuliano,
el que moviendo su discurso en un medio bautismal con en el que
al mismo tiempo está condenando la distorsión del significado del
bautismo que proviene de los gnósticos cainitas –recuérdese que es
el medio gnóstico en el que se ha conservado el documento recien-
temente descubierto titulado El evangelio de Judas-, expresa:
«Una víbora de la herejía cainita últimamente ha aparecido
conversando en estos barrios, quien ha extraviado a muchos con
sus venenosas doctrinas, teniendo por fin destruir el bautismo ac-
tuando erróneamente según naturaleza, pues como las víboras y
áspides ellas mismas también como seguidoras de las serpientes,
siguen lo árido y lo carente de agua. Pero nosotros como pececitos
(pisciculi) de acuerdo con el Pez (É÷Qýn) nuestro Jesús Cristo, he-
mos nacido en el agua y de la misma manera permaneciendo en el
agua somos salvados»12.
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Clemente de Alejandría, por su parte, amplía el marco religio-


so trascendiendo los límites del sacramento bautismal y llevando
el motivo a la conducta ética y social de la comunidad cristiana,
cuando en el Pedagogo III, 11 aportando instrucciones sobre los
usos y prohibiciones de determinados objetos por los cristianos,
afirma explícitamente:
«Pero que nuestros sellos sean o una paloma o un pez» (hai de
sphragídes hemín éston peleiás e ichthýs), un navío que se desliza
rápido en medio del viento, una lira, como lo usaba Polícrateso un
ancla, que Seleuco solía usar como un invento; y si se usa un pes-
cador, recordará al apóstol y a los hijos sacados del agua».
Es decir que los sellos que personalmente identifican a los
miembros de la comunidad cristiana y sus pertenencias, los mues-
tren asimismo como parte de esa comunidad religiosa, por el sig-
no de la paloma que representa al Espíritu Santo o el pez, que
representa a Cristo, con toda la rica enseñanza que esto implica,
representado asimismo por la nave en movimiento, el ancla, un
pescador o una lira y que se ha mostrado fructífera por desarrollos
posteriores.
Se declara de este modo la complejidad doctrinal que subya-
ce a este lenguaje de los cristianos grecoegipcios, ya que de este
modo el pez se amplía en su medio por otras figuras similares y
se unifica con el “agua viva” del bautismo, que de acuerdo con la
antigua tradición judeocristiana palestinense, limpia, da vida espi-
ritual y frutos de vida espiritual. En este caso el agua, los peces y
los árboles de vida paradisíacos van unidos y hacen que por todos
ellos circule la vida de Dios13.
Porque el pez como alimento tiene una variada presencia en los
Evangelios y textos paulinos (Mt 7, 10; 14, 17-19; 15, 36; 17, 27;
Mc 6, 38, 41, 43; Lc 5, 6, 9; 9, 13, 16; 11, 11; 24, 42; 1Cor 15, 39),
pero su aparición y el tema de la pesca extraordinaria no es sólo
neotestamentario, sino también judío y anterior al cristianismo,
como se comprueba en el Testamento de Zabulón 6, 6:
«Por esta razón, el Señor me otorgaba una pesca abundante,
pues el que comparte con el prójimo, recibe muchísmo más del
Señor»14.
Y con superior generalidad abarcativa está escrito en el capítulo
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47 de Ezequiel:
«Me llevó a la entrada del Templo, y he aquí que debajo del
umbral de la Casa salía agua...Entonces me dijo: “¿Has visto hijo
de hombre? Me llevó, y luego me hizo volver a la orilla del torren-
te. Y al volver vi que a la orilla había gran cantidad de árboles a
ambos lados. Me dijo: Esta agua va hacia la región oriental, baja a
la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda y el agua que-
da saneada. Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente
que en él se mueva, vivirá. Los peces serán muy abundantes, por-
que allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera
en todas partes adonde llega el torrente. A sus orillas vendrán los
pescadores..., etcétera»15.

3. Nueva hipótesis
Se trata justamente con lo expresado en último lugar, de unos
antecedentes que permiten enlazar la tradición de los judeocristia-
nos palestinenses con la tradición protocatólica, pero que asimismo
nos permite internarnos en otra tradición cristiana arcaica sobre el
mismo tema, menos conocida, y que ofrece otra cara de la misma
realidad, como es la representada por los cristianos gnósticos.
Porque sin entrar en otros pormenores, en varios manuscritos
de la biblioteca de Nag Hammadi aparece el motivo del pez y la
función del criptograma ikhthýs.
Un escrito arcaico del gnosticismo, el Libro del gran Espíritu
Invisible llamado también Evangelio de los egipcios, declara de
modo categórico en su colofón:
«El evangelio de [los] egipcios. El libro escrito por Dios, sa-
grado y secreto. La Gracia, la Inteligencia, la Sensibilidad, la
Prudencia están con el que lo ha escrito: Eugnosto el amado (aga-
petikós) en el Espíritu. (En la carne mi nombre es Gongesos) junto
con mis hermanos de luz en la incorruptibilidad, Jesús el Cristo,
el Hijo de Dios, el Salvador. IKHTHÝS. Escrito de Dios, el libro
sagrado del gran Espíritu Invisible»16.
Debe tenerse en cuenta que la denominación de “Evangelio de
los egipcios” se aplica como segundo título a este escrito porque se
quiere significar que el mensaje gnóstico de revelación contenido
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en su enseñanza y proveniente en última instancia del Padre secre-


to o Espíritu invisible, ha sido recibido y transmitido por creyentes
egipcios, en lo que mantiene un paralelo con su homónimo cono-
cido por Clemente de Alejandría, “El Evangelio de los Egipcios”,
pero que es de origen encratita. Estos datos sobre la presencia su-
brayada de interpretaciones diversas del cristianismo en el mundo
grecoegipcio, diferente del de la cultura grecorromana, debe tener-
se muy en cuenta para la interpretación de los textos específicos,
y es también lo que lleva a entender el colofón de este escrito con
el cierre del criptograma del Ikhthýs en relación con lo dicho por
Clemente sobre el empleo del sello de los cristianos y sus figuras
identificatorias, porque también en este manuscrito estas líneas de
cierre siguen el mismo hábito. El Pez es figura del Cristo y en este
sentido signo de reconocimiento e identidad, pero es más que un
signo, es símbolo, porque lo define una profundidad significativa
que es polisémica. En el medio africano y más concretamente ale-
jandrino, su uso y presencia contiene tanto la posibilidad de una
interpretación católica transmitida por los judeocristianos, según
hemos visto -Tertuliano, el acróstico sibilino, el Pedagogo-, como
gnóstica -el testimonio leído-.
Podemos, sin embargo, seguir avanzando en esta última direc-
ción, y continuar remontándonos hacia tiempos pretéritos, porque
el códice VII de la biblioteca de Nag Hammadi de nuevo, ofrece y
amplia datos que son muy sugerentes.
Efectivamente, en la Paráfrasis de Sem un escrito tan exótico
por su contenido, como original por lo que expresa al describir
el cosmos con excelentes conocimientos embriológicos y médi-
cos como una gran matriz en la que el pneuma está prisionero, y
esto por oposición a la cosmología del Timeo y a las explicaciones
físicas de Platón, señala en el relato explicativo (paráfrasis) del
revelador Derdequeas y en el punto que nos interesa, refiriéndose
al mismo Derdequeas como el Salvador:
«Pero mi vestido de fuego, según la voluntad de la Grandeza,
descendió a lo que es fuerte y a la parte contaminada de la natu-
raleza que el poder oscuro cubría. Y mi vestido rozó a la naturale-
za en su envoltorio. Y se fortaleció su feminidad contaminada. Y
ascendió la matriz airada secando al intelecto, pareciéndose a un
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pez que tiene una chispa de fuego y un poder de fuego. Cuando


la naturaleza, empero, hubo abandonado al intelecto, se inquietó
y lamentó. Cuando estaba ofendida y en sí desgarrada, abando-
nó el poder del Espíritu permaneciendo como yo. Vestí la luz del
Espíritu y permanecí con mi vestido a causa de la mirada del pez.
Y para que se condenaran las acciones de la naturaleza, puesto que
es ciega, muchas formas de bestias procedieron de ella, de acuerdo
con el número de los vientos fugaces»17.
En breve síntesis. La tercera manifestación del conocimiento o
de la obra salvífica de Derdequeas implica el ingreso en el universo
con todos los recursos cósmicos correspondientes hasta llegar al
fondo del universo/matriz, al Hades, para poder llamar a la semilla
espiritual, a la que el cosmos mismo no le puede dar un nombre,
por su mismo nombre, y para que, por un proceso gradual previsto
en el vestido triforme que reviste el Salvador, se pueda recupe-
rar fuera del mundo. Se aclara al mismo tiempo que en la región
cósmica inferior la liberación es muy difícil, pues la reacción de
la naturaleza genera incansablemente por su deseo sus formas o
seres mortales. Se trata de un rechazo reiterado del “frotamiento
impuro” (tríbe etgahem), actividad exterior y mecánica de la re-
producción movida por el deseo que se encuentra también en otros
documentos gnósticos18.
Pero la doble referencia al pez como testigo del proceso de la
acción de liberación como emblema del Salvador y la actividad
salvífica, es en el contexto de este documento no sólo símbolo de
la garantía de la recuperación pneumática, sino al mismo tiempo
un anticipo de la censura antibautismal (recuérdese lo dicho más
arriba sobre Tertuliano en sentido opuesto en De baptismo I, 3)
que se desarrollará más adelante19:
«Porque en ese momento aparecerá el otro demon sobre el río
para bautizar con un bautismo imperfecto y para disturbar al mundo
con una prisión de agua. Pero yo debo manifestarme en los miem-
bros del pensamiento de la promesa para hacer patente las grandes
(cosas) de mi potencia. Lo separaré del demon, el que es Soldas. Y
la luz que tiene del Espíritu, la mezclaré con mi vestido invencible
y con él al que manifestaré en la oscuridad por su causa y por causa
de su generación que se liberará de la mala Oscuridad»20 .
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El pasaje leído es sólo aparentemente oscuro. Porque “el otro


demon” es Juan el Bautista, que aparece sobre el Jordán bauti-
zando con un bautismo imperfecto de agua, dando así las bases
para instaurar un bautismo falso de agua natural, carente de luz.
Pero también el Salvador profundo o espiritual se debe distinguir
del demon Soldas, Jesús con su envoltura carnal que asimismo ha
sido agente de bautismos (Juan 3, 22-26; 4, 1-2), para alcanzar el
verdadero bautismo, el del Espíritu, que imparte Derdequeas, el
hijo de la Luz, el Salvador. La cristología es inseparable del rito
bautismal, sólo que en el caso de la corriente protocatólica es un
sacramento de ingreso comunitario, mientras que en la concepción
de la comunidad gnóstica es un proceso de iniciación con diversos
grados de regeneración pneumática. En ambos casos el símbolo
del pez está presente. En uno –después de algunos cambios de la
base judeocristiana- como signo de una fórmula de fe bautismal
en Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador, en el otro, simultáneo a
ambos, como símbolo del Liberador pneumático que acompaña las
etapas de los sucesivos bautismos o planos de autorrealización del
iniciado gnóstico .
Lo descripto es de tal fertilidad en la sola manifestación con-
creta del símbolo y su nombre correspondiente, que dentro de este
mismo códice, en las dos cortas líneas que separan al escrito cuarto
(Las enseñanzas de Silvano) del quinto (Las tres estelas de Set) en
el manuscrito, se escribe en su elogio: ph ph ph ikhthýs thaûma ê
ê ê // amékhanon (dibujo de un ancla) t, y. O sea: “L(uz), L(uz),
L(uz), Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador, maravilla, S(ol),
S(ol), S(ol)// extraordinaria ancla d(el) H(ijo)21. Se trata de un
llamado de atención del escriba que refleja el estado de ánimo de
una comunidad ante el venerado símbolo.
Pero lo que se acaba de ilustrar puede incluso rastrearse en los
mismos orígenes primeros del gnosticismo, si nos dejamos instruir
por uno de los más antiguos evangelios cristianos no canónicos, el
Evangelio de Tomás, anterior en su redacción griega al año 140-
sólo si nos orientamos cronológicamente por los cortos fragmen-
tos encontrados de él entre los restos de papiros del vaciadero de
Oxirrinco-, pero que contiene palabras del Señor, diálogos, ejem-
plos y parábolas tanto paralelas a los evangelios canónicos, como
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anteriores o incluso que se encuentran ausentes de ellos, muy ar-


caicas. El caso que vamos a tratar tiene precisamente su paralelo
entre los ejemplos de parábolas puras, explicaciones de algunas
de estas parábolas y símiles comparativos que están recopilados
y reunidos en el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, y que en
su acuñación más antigua según el ejemplo sobre el que vamos a
reflexionar, se encuentra en el escrito gnóstico, porque dice así la
sentencia 8 del Evangelio de Tomás:
«Y (Jesús) ha dicho: El hombre es semejante a un pescador
inteligente que arrojó su red al mar y la sacó del mar llena de pe-
ces pequeños. Debajo de ellos encontró un pez grande y hermoso
el pescador inteligente. Arrojó todos los peces pequeños fuera a[l
f]ondo del mar y escogió el pez grande sin pesar. El que tenga oí-
dos para oír que oiga»22.
Puede recordarse el pasaje paralelo de Mt 13, 47-50:
«También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se
echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena
la sacan a la orilla, se sientan y recogen los buenos en cestos y
tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles,
separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno
de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Se sabe, como se acaba de mencionar, la importancia del con-
junto de parábolas y comparaciones que Mateo recopila en este
capítulo 13 ofreciendo por ello diferentes planos de antigüedad,
representando el capítulo con esto ser uno de los estratos más an-
tiguos del texto del evangelio canónico. Sin embargo, la muestra
de Tomás, se puede sostener que es propiamente una parábola,
paralela por el contenido de conjunto, pero diversa por su com-
posición y sentido del pasaje de Mateo, que rompe su ligazón con
las dos anteriores del tesoro y la perla del mercader que también
se refieren al descubrimiento sorpresivo de un bien precioso –no
lo hace así, sin embargo, el proverbio recogido por Clemente de
Alejandría23-. Por este motivo orienta sólo a medias la Biblia de
Jerusalén cuando instruye al lector del texto evangélico con el tí-
tulo de “la parábola de la red”. Y, en cambio, es correcto deno-
minar a la formulación del Evangelio de Tomás “la parábola del
pescador inteligente”. Porque en el símil de Mateo se contiene la
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necesidad de la transferencia de sentido propio de la metáfora por


medio de una comparación en la que la red y los pescadores tienen
la función estructural protagónica, porque lo recogen todo- el lla-
mado es universal- y ellos separan los peces buenos (grandes) de
los malos (chicos). Pero se trata de una ilustración que remata en
otro plano de sentido en relación con el Reino de los Cielos, por-
que la actividad de los pescadores remite a la tarea que realizarán
los ángeles al separar a los malos de los justos y condenarlos en
el fuego eterno concluido el mundo. Hay en estas líneas imagen
metafórica, estructura funcional y función cognoscitiva específica,
que proyecta hacia el final de los tiempos. En la versión del mismo
tema en Tomás, sin embargo, el protagonista es el pescador - que
igual echa la red- pero el fin es el pez, al que sabe distinguir y al
que elige: un solo pez, “el grande y hermoso”, arrojando a todos
los chicos. El Salvador atiende a un solo pez el que vale la pena
que es la misma esencia o género espiritual –el “hombre” del co-
mienzo de la breve narración- en cautiverio en el mar o el cosmos
caótico. Sus palabras son por eso la red que arroja y que sólo oye
el que sabe oír porque está constituido o dispuesto para oír. Si aten-
demos nuevamente a la construcción de ambas formas de lenguaje
figurado y a su inserción literaria, la parábola en torno al Pez y
los peces, es propiamente parábola, porque como metáfora –con
la naturaleza propia del símbolo metafórico- exige una traslación
de sentido y tiene estructura funcional específica, en los términos
singulares afirmados en el paralelismo de los opuestos, igual que
en las parábolas de “el sembrador y la siembra” (Mt 13, 3-9) o la
del pastor y la oveja perdida en los sinópticos y el Evangelio de la
Verdad, que también sabe su nombre cuando la llama el pastor. En
este caso, por consiguiente, la función cognoscitiva ingeniada por
la estructura metafórica es especial y plantea ante el que escucha
la resolución de aceptar o rechazar el nuevo orden de realidad pro-
puesto24. Mateo, sin embargo, ha moldeado el texto más primitivo
para la instrucción. El Evangelio de Tomás, bajo su forma más an-
tigua, como los fragmentos de el tesoro y la perla inesperadamente
encontrados, llama a la conversión inmediata. Desde este punto de
vista por su naturaleza de parábola el más antiguo y más cercano a
las palabras genuinas de Jesús sería el testimonio del Evangelio de
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Tomás. Las tradiciones gnósticas han recogido y conservado varias


de estas parábolas en su plano original, mientras que la tradición
eclesiástica las ha transformado adoptando la fuerza primitiva de
la ilustración a la asamblea de los fieles que resultaban de este
modo más comprensibles, aunque con menos fuerza transforma-
dora directa.
El origen del cambio está en el mismo sentido de la práctica
hermenéutica que se ha ido desarrollando entre los primeros cris-
tianos y que se ha ido aplicando a los escritos que han recogido
las palabras, los diálogos, las parábolas y los ejemplos oralmente
transmitidos, y que el mismo Jesús de Nazaret probablemente uti-
lizó en sus discursos.

4. Conclusión
Porque con los elementos que se han inventariado es posible
trabajar con estructuras narrativas paralelas y contenidos signifi-
cativos que divergen y que permiten ampliar el horizonte de in-
vestigación sobre los tiempos más antiguos del cristianismo y de-
ducir las diferencias en la interpretación de los mismos motivos
religiosos al comprobarse la fluidez del sentido que media entre
los textos. En esta orientación de estudio, el mismo Evangelio de
Tomás sobre el que nos apoyamos es una clara prueba al respecto,
si nos detenemos en la piedra de toque de base representada por
la concepción de la hermenéutica que es propia de los cristianos
gnósticos y la que transmite la gran Iglesia.
Si se tiene en cuenta un texto gnóstico extenso redactado a me-
diados del siglo III, la Pístis Sophía, llama la atención de que la
historia de la hermenéutica pueda encontrar en él un modelo aca-
bado, pues en los largos diálogos establecidos entre Jesús y sus
discípulas y discípulos, la ratificación de la riqueza plena del diá-
logo en expresiones literales del Maestro, es siempre la misma:
«Excelente...Bienaventurado/a...ésa es la interpretación de las pa-
labras...». Se trata de la ratificación mantenida por siglos de lo que
expresa claramente en su comienzo el Evangelio de Tomás:
«Estos son los dichos secretos que Jesús el Viviente ha dicho
y ha escrito Dídimo Judas Tomás. Y ha dicho: el que encuentre
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la interpretación (hermeneía) de estos dichos no experimentará la


muerte».
Son palabras de “vida eterna” las que aporta Jesús el Viviente y
se conservan en el medio sagrado apropiado, el que penetre en su
núcleo y conozca o experimente en su misma naturaleza, con afini-
dad por género con ellas, por lo tanto, descubre la propia incorrup-
tibilidad, la Vida que no muere. Es una seguridad espiritual que el
mismo escrito ratifica de inmediato, con estas otras expresiones:
«Jesús dijo: Que no cese el que busca en su búsqueda hasta
que encuentre y cuando encuentre se turbará y cuando se turbe se
maravillará y reinará sobre el Todo» (sentencia 2).
Lo dicho por su forma es paralelo a lo sostenido, en el medio
protocatólico, pero sustancialmente diferente, por eso en términos
semejantes manifiesta el Evangelio de Juan: «Si alguno guarda
mi palabra no verá la muerte jamás» (Jn 8, 51).
La Palabra, el Verbo antes que el Logos, según el uso posterior
de Justino Mártir, es el lugar axial. En el caso gnóstico se descubre
afuera y adentro; en el uso cristiano habitual, queda afuera, susci-
tando la adhesión sin declinación como Logos humanado. De esta
manera el Pez funciona como símbolo místico-metafísico entre los
gnósticos, como símbolo crístico entre los judeocristianos y como
símbolo místico-fideísta entre los católicos, y generará la literatura
correspondiente que se inspira en estas antiguas matrices.

NOTAS

1. Hcho 8, 37.
2. Cor. 15, 3-4.
3. Rom. 1, 1-4.
4. Carta a los tralianos IX, 11-2: Padres Apostólicos, 471.
5. Cfr. Joseph Fitzmyer, Hechos I, 566-567.
6. J. Quasten, Patrología I, 166-168; Lampe, A Patristic Greek Lexicon,
680.
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7. Cfr. J-P. Laurant, Symbolisme et Écriture, 26


8. J. Quasten, Patrología I, 169.
9. De civitate Dei XVIII, 23.
10. Ver E. Suárez de la Torre, en Apócrifos del Antiguo Testamento III,
351-352 y 251; J.H. Charlesworth, The Old Testament Pseudepigrapha
I, 423-424 y 416-417; A. Kurfess, “Christian Sibyllines”, en E.
Hennecke (ed.), New Testament Apocrypha II, 732-733.
11. Cicerón, De la adivinación II, 111, J. Pimentel Álvarez, 129. Ver
asimismo II, 54 y 112.
12. De baptismo I, 6- 12.
13. Cfr. J. Daniélou, Les symboles chrétiens primitifs, Éd. Du Seuil,
París, 1961,49-63.
14. Apócrifos del A. T. V, 101 y W. Bauer, A Greek-English Lexicon of
the New Testament and Other Early Christian Literature, 384.
15. 47, 1 y 6-10.
16. NHC III, 2, 69, 6-16; F. García Bazán, Textos gnósticos II, 123-124,
ver asimismo Int. 101-107.
17. Ver F. García Bazán, Textos gnósticos III, 148-149.
18. Sabiduría de Jesucristo 93, 21; 108,11-12.
19 Cfr. ibídem, p. 148, n.20.
20. 30, 21-31, 5, ibídem, p.155.
21. Cfr. M.A. Williams, en Les textes de Nag Hammadi et le problème de
leur classification, 17, 20.
22. Cfr. M. Trevijano, en Textos gnósticos II, pp. 80-81.
23. Cfr. Stromata I,16,3: «En resumidas cuentas (ya que entre muchas
perlas pequeñas una es la [mejor], y en una pesca abundante uno es el
pez hermoso [kállikhthys])», M. Merino Rodríguez, I, 105 y n. 144
24. Cfr. Mogens Stiller Kjärgaard, Metaphor and Parable, 1986, 198-239.
Sobre el contenido de los textos comparados más específicamente
ver, Y. Janssens, Évangiles gnostiques, 1991, 29-30; J. É. Ménard,
L’Évangile selon Thomas, 88-91 y sobre todo, S. J. Patterson, «The
Parable of the Catch of Fish: A Brief History (on Matthew 13:47-
50 and Gospel of Thom 8», en L. Painchaud et P.-H. Poirier (eds.),
Colloque International «L’Évangile selon Thomas et les texts de Nag
Hammadi, 2007, 363-376.

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BIBLIOGRAFIA

Fuentes:
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Württembergische Bibelanstalt, 22Stuttgart, 1963.
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Y. Janssens, Évangiles gnostiques dans le Corpus de Berlin et la
Biblothèque copte de Nag Hammadi, Centre d’Histoire des Religions,
Louvain-La- Nueve, 1991.
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Laval-éditions Peeters, Québac-Louvain, 2007, 363-376.
J. Quasten, Patrología I. Hasta el concilio de Nicea, BAC, Madrid,
1961.
M. Stiller Kjärgaard, Metaphor and Parable, Leiden, Brill, 1986.

FRANCISCO GARCÍA BAZÁN es Investigador Superior del


Conicet y profesor en la Universidad Argentina J. F. Kennedy.
E-mail: fgbazan@hotmail.com.

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