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FICHA BIBLIOGRÁFICA:

Nombre del Autor o autores: SALCEDO RAMOS, Alberto

T(tulo del libro: La eterna parranda


Tema:
Editorial: Persa editores
Pa(s, Ciudad: Bogotá Año: 2011
Capitulo: 1 - 2 Páginas: 19 - 81
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MEMORIAS DEL ÚLTIMO VALIENTE .
LA HISTORIA DEL RocKY VALDEZ

Golpear a Benny Briscoe era como golpear un buque


acorazado, Rocky. Por mucho que le pegaras él ni siquiera
se inmutaba. Iba siempre hacia adelante soltando una trom­
pada detrás de la otra, y aunque atacaba con la guardia
baja y tú le conectabas unos mazazos terribles en el rostro,
el tipo no retrocedía ni un milímetro. Al contrario, seguía
arrinconándote COQ. sus puños incesantes. En el sexto round
estabas metido en un tremendo problema: tenías el ojo
izquierdo hinchado y la ceja derecha rota. El médico de la
. velada ya había proferido el ultimátum: si la herida conti­
nuaba creciendo sería inevitable parar la pelea. De ese mo­
do perderías por nocaut técnico.

Ahora, treinta y cuatro años después, miro este pasaje


sin la tensión con que lo miré en mi infancia, seguramente
porque conozco el desenlace. Sé que no te moriste, Rocky,
sé que estoy observando el combate de tu consagración.
Mientras transcurre el minuto de descanso posterior al sex­
to asalto, exploro a los dos boxeadores en sus esquinas. El
Briscoe que tengo al frente es idéntico al de mis recuerdos:
rapado, fibroso. Sin embargo, hoy no me parece dominan­
te como Hércules sino condenado como Sísifo: por mucho
que se esfuerce, su misión de llevada pesada piedra has-

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ta la cima de la montaña está predestinada al fracaso. Ca­ Estoy precisamente en la casa de El Bony, contigua al
da vez que yo repita el video él rodará cuesta abajo justo mercado de Bazurto. Es martes 12 de agosto de 2008. Nos
cuando se encuentre a punto de alcanzar la cúspide. acompaña el periodista David Lara Ramos.
A ti también te veo tal y como quedaste fijado en mi -¡Edda, compa -grita el anfitrión-, ese calvo era
memoria: pómulos angulosos, labios gruesos. Me asombra, qué culo e' culebra!
en todo caso, tu contextura física tan inferior a la de los bo­ En una esquina de la pantalla aparecen escritos el lu­
xeadores de peso mediano: caja torácica plana, brazos cor­ gar y la fecha de la pelea: Montecarlo, 25 de mayo de 1974.
tos. En el recorte de prensa amarillento que guardo en el A todos nos emociona volver a ver este clásico del boxeo
maletín está subrayado el dato de tu estatura: 1,77. Me pre­ después de tanto tiempo, menos a ti, Rock.y, qué ironía. Cuan­
gunto, Rocky, cómo pudiste ser campeón mundial de la ca­ do El Bony te anunció nuestros planes hiciste un gesto de
tegoría con tus medidas precarias. En esa división casi siem­ disgusto y te marchaste de la sala.
pre reinaron atletas musculosos de más de 1,80. -Yo no sé qué gracia le ven ustedes a esa vaina tan
vieja -refunfuñaste-. Eso ya pasó.
Qué angustia, Rock.y, qué angustia. En el séptimo round Ahora te encuentras sentado afuera en una mecedora.
tu derrota por nocaut técnico parecía inminente. El tipo Silencioso, pensativo. Los peatones te saludan de manera
te pescó, de entrada, con un zurdazo enorme que te arran­ entusiasta.
có la: pomada coagulante de la ceja. Y como si fuera poco -¡Qué elegancia, padrino! -grita una mujer jovial.
sobrevivió después a tu mejor golpe/un recto de derecha -Mucho gusto, champion -exclama un hombre de
que le explotó de lleno en esa parte del rostro que los en­ voz bronca.
trenadores denominan «el botón de la luz»: la barbilla. To­ Tú correspondes a las reverencias con un escueto
dos los boxeadores que reciben un sopapo allí se pierden «adiós» y un movimiento suave de la mano derecha, la mis­
en las tinieblas, excepto ese calvo infeliz. Acaso su resis­ ma que en este momento, allá en el ring de Mónaco, estre­
tencia, admirada en el mundo del boxeo, estaba potencia­ llas violentamente contra la quijada de Briscoe.
da por la convicción de que ya tú eras pan comido. Azu­
zado por el ultimátum que te dio el médico, Briscoe se Lo dicho, Rocky: la mandíbula de ese tipo era de piedra
abalanzó sobre ti con determinación. Su blanco preferido caliza. También es justo abonarle la valentía. Qué temple,
era la cortadura de tu arco superciliar. coño. Qué carácter. La frase más apropiada para definir a
-¡Mira al hijueputa tirando a la ceja! -exclama aho­ Benny Briscoe era la que usaban los carniceros del merca­
ra tu compadre Bonifacio Ávila, más conocido por los car­ do de Bazurto cuando veían a los boxeadores fajadores co­
tageneros con el sobrenombre de «El Bony». mo él: ese man tiene más huevos que un camión lleno de
El Bony fue un púgil mediocre, pero supo estirar las toros sementales, mi vale. Aun así, ni él ni nadie podían ve­
exiguas ganancias que obtuvo en los cuadriláteros. Cuan­ nir a darte lecciones de coraje, Rocky. Si algo poseías de so­
do colgó los guantes colonizó indebidamente el separador bra era eso, precisamente. No en vano el locutor Napoleón
de una avenida en el exclusivo sector de Bocagrande, y allí Perea te apodaba «La fiera». Es que además eras un grandísi­
montó un quiosco de comida marina que muy pronto se mo cascarrabias en el ring. Te pegaban, .así fuera de refilón,
volvió popular en Cartagen_a. y ahí mismo perdías los estribos. Sobre todo si sentías san-

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gre en el rostro. Entonces te transformabas en una bestia cadores temerarios que buceaban en el mar con un taco de
enfurecida que lanzaba sus zarpazos en ráfagas, uno a las dinamita en las manos, para sacar los peces hasta la superfi­
costillas, dos a la cabeza, otro al abdomen. ¡Mamaaaaa míaaaaa! cie a punta de fogonazos. Seguro al escucharte se quedarían
«El Chino» Govín, tu apoderado, decía que el boxeador que pasmados. Y entenderían el trasfondo de la respuesta que
te partía la cara a ti se ganaba un boleto para pasar el le diste al periodista Melanio Porto Ariza cuando te pregun­
weekend dentro de la jaula del tigre. tó si alguna vez habías sentido miedo mientras boxeabas.
El Rocky que me muestra el televisor y el Rocky que -Uffffff, Mela, las muendas más fuertes me las dio la
veo en persona aquí en la casa de El Bony se complementan vida afuera del ring.
como la tapa y la caja. El primero es un boxeador de veintio­ Hace poco, Rocky, se me dio por armar la lista de los
cho años que tiene hambre, el segundo es un abuelo de se­ boxeadores cartageneros que poblaron mi infancia. Anoté
senta y dos que ya está satisfecho. El tigre del weekend en a Bernardo Caraballo, a «Kid Pambelé», a Eliodoro Pitalúa,
la jaula y el cachorro más manso, la herida y la cicatriz; la a Arturo Osorio, al «Baba» Jiménez. Cuando iba por «La Co­
hazaña y el testimonio. El joven se juega el pellejo en la ca­ bra» Valdez me detuve en una coincidencia a la que nunca
cería, el viejo posa radiante al lado de los trofeos. El del ring antes le había prestado atención: todos ellos fueron lustra­
era un negro tosco, sin plasticidad; el de esta tarde se mue­ botas en la infancia y en la adolescencia. El hecho de no en­
ve con el garbo de un bailarín de calipso. Al pri�ero solo contrar tu nombre en ese grupo me pareció un hallazgo im­
te lo imaginas repartiendo porrazos; el segundo podría per­ portante. Tú hubieras podido ser uno de ellos, pero preferiste
tenecer al grupo de danza de Josephine Baker. el mar de la dinamita y los tiburones, el mercado de los ma­
En este momento el Rocky de carne y hueso �aluda a chetes y la sanguaza, escenarios que se ajustaban más a
un nuevo transeúnte; el del video arremete contra Briscoe. tu naturaleza indómita. No te imagino acurrucado en el pi­
Después de haberte pasado la vida defendiéndote de so con la cerviz hundida en los zapatos de un fulano. Ni por
las adversidades como gato bocarriba, ¿quién se atrevería a el putas, Rocky.
enseñarte lo que significa resistir? ¿Acaso Briscoe, el calvo Tampoco ibas a doblegarte ante Briscoe, y menos des­
granítico que ni siquiera se inmutaba con tus golpes? A él pués de haber pasado tanto tiempo esperando que el Con­
y a todos los que quisieran oírte podrías narrarles mil his­ sejo Mundial de Boxeo te diera la oportunidad de disputar
torias de dolores y sacrificios. Decirles, por ejemplo, que des­ el título de los medianos. Ni por el putas, Rocky. Así que en
de los dos años eres huérfano de padre, pues tu viejo, un vista de que el muy cabrón aguantaba todos los rectos que
borracho perdido, se cayó de la lancha que capitaneaba y se le tirabas al rostro, empezaste a castigarlo en el cuerpo con
ahogó. Hablarles de los tiempos en que dormías apilado puros golpes curvos: gancho a las costillas, uppercut al pe­
con tus cuatro hermanos mayores en un par de camastros. cho, gancho al hígado, uppercut al bajo vientre. Lo que ocu­
Describirles la quemazón que sentías cuando caminabas rrió en ese momento se podría describir con la frase que
descalzo por el pavimento caliente de Cartagena. Hacerles utilizaban tus compañeros pescadores cuando resolvían un
saber que a los siete años madrugabas diariamente a tajar problema difícil: «¡Al fin parió Pabla, carajo!». Briscoe dobló
pescados en el antiguo mercado del Arsenal. Contarles có­ una rodilla, prueba de que estaba sentido. Entonces le en­
mo a los diez años eras el único niño de un grupo de pes- chufaste aquel derechazo mortífero en la quijada.

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Ahora, al verte brincar en el video con los brazos en versar con El Chino Govín, que era cubano. Al entrenador
alto mientras Briscoe camina tambaleando hacia su esqui­ Gil Clancy y al sparring Emily Griffith les hablabas solo a tra­
na, El Bony te lanza una broma estupenda. vés de mímicas. Por cierto, Griffith, un veteranazo que ya
-Edda, compa, ¡usted sí es desagradecido! Con lo di­ había sido campeón mundial, tuvo la cortesía de aprenderse
fícil que fue esa pelea y usted no dio las gracias ahí mismo. una palabra en castellano para saludarte en tu lengua todas
¡Yo a ese hijueputa calvo lo hubiera abrazado con cariño! las mañanas: «primo». Los periódicos de la época regis­
traron con abundantes notas de color el curioso suceso.
-¡Primo! -exclamaba Griffith cuando te veía llegar.
11 -¡Primo! -le respondías tú con tu ancha sonrisa y
los brazos abiertos de par en par.
Nueva York era una metrópoli problemática para un Lo que venía a continuación era un coloquio tan in­
muchacho provinciano como tú, Rocky. Apenas te instalas­ trincado como el de Chita con Tarzán. Griffith te decía «pri­
te allí, en 1969, supiste que tendrías problemas. Las luces mo» y te lanzaba un gancho a las costillas; tú le contesta­
de neón te ofuscaban, las avenidas tan anchas te aburrían, bas «primo» y le tirabas un golpe idéntico al que él te había
la nomenclatura te desconcertaba. Imagínate tú: un tipo trazado.
que escasamente sabía deletrear el español se veía forzado
de pronto a buscar una dirección como esta: «330 West 95th -Primo -le digo yo ahora al taxista que me recoge en
Street». Esa vaina vuelve loco a cualquiera, mi vale. ¡Tan ele­
el centro de Cartagena-, llévame a la casa del Rocky.
mentales que eran las calles de Cartagena con sus nombres
-¿La casa de Rocky Valdez? -es lo único que me pre­
castizos! A uno le decían «Calle Tripita y Media», y ya sabía
gunta.
que tenía que irse para el barrio Getsemaní. Si era la Calle
Cuando le respondo afirmativamente el hombre me
de los Siete Infantes había que buscarla en San Diego. Eche,
conduce a un caserón en el barrio Crespo. Tu mujer, Anita
fácil, sin números, sin enredos. Cuando uno no le atinaba
Tijerino, nos informa a través de la ventana que saliste des­
al sitio siempre había un man en el poste de la esquina dis­
de por la mañana. El taxista me cuenta entonces que cono­
puesto a ayudar: «No joda, mi hermano, esa está de papaya:
ce tus paraderos. En caso de que me urja hablar contigo él
mira, tú te metes por el Callejón de los Estribos, frente a 1a
casa de la señora Margoth, y donde veas a una gorda de pe­ podría ayudarme a encontrarte. Quizá estés jugando do­
lo tefi.ido vendiendo cigarrillos menudeados, ¡ahí es!, ¡ahí minó con los comerciantes del pasaje 13 en el mercado de
es!». Bazurto. O parloteando con los jubilados del Parque del
En aquella Nueva York tan grande, donde los transeún­ Centenario. O visitando a los vendedores de lotería de la
tes ni siquiera se miraban aunque se tropezaran de frente, Calle del Cabo.
era imposible orientarse con tus señales criollas. Allá no exis­ En esta nueva visita a Cartagena -octubre de 2009-
tía el guía espontáneo de la esquina, y el sitio que buscabas confirmo que para los taxistas eres un referente urbano.
no era contiguo, definitivamente, al quiosco de las Mendo­ Como la Torre del Reloj o la Plaza de Bolívar. Uno te nom­
za. Después estaba el otro problema: de repente te habías bra como «Rocky», a secas, sin el apellido, sin la dirección,
quedado sin idioma. En el gimnasio apenas podías con- y ellos entienden que se trata de ti. No podría tratarse ni de

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un edil de la Zona Suroriental,ni de un vendedor de coca­ <lo se levanta hasta cuando se acuesta, pero cuando el ne­
das en el Portal de los Dulces, ni de un empresario turístico gro peleaba era la encarnación del coraje. A ese hombre en
de Bocagrande, así todos esos tipos tengan el mismo apodo el ring le roncaban los cojones, mi vale. Su único pecado fue
tuyo. El único Rocky que cuenta en esta ciudad de un mi­ haber coincidido en el peso y en el tiempo con Carlos Mon­
llón doscientos mil habitantes eres tú: Rodrigo Valdez Her­ zón, quizá el mejor mediano de la historia. Pero quienes vi­
nández, el hijo de Reynaldo y Perfecta, nacido el viernes 22 mos tus dos peleas con él damos fe de lo equilibradas que
de diciembre de 1946 en el arrabal de Getsemaní. fueron. En ambas se cumplió aquello que pregonaba el má­
¿Sabes, Rocky? La villa pequeña en la que tú creciste, nager George Gainford en los años cuarenta del siglo pasa­
la «del ahumado candil y las pajuelas» -según el poeta Luis do: «Cuando dos boxeadores son tan jodidamente buenos
Carlos López-, ya solo existe en la memoria de los vie­ que uno no sabe cuál es el mejor, la diferencia la hace la es­
jos. La ciudad que exploro en este momento a través de la tatura». Monzón te llevaba nueve centímetros, champion,
ventanilla del taxi es un monstruo urbano plagado de cin­ ¡nueve! Y los hacía valer: se recostaba contra las cuerdas,
turones de miseria. Esto no será tan descomunal como la ponía los brazos largos por delante, echaba la cara hacia
Nueva York que te abrumaba en tu época de boxeador, pe­ atrás, y así no le pegaba nadie. Ni el putas, Rocky. Claro que
ro ha crecido, Rocky, ha crecido. Aquí ya no es tan fácil dar tú sí le pegaste: le rompiste la nariz, le hinchaste un ojo y
con el quiosco de las Mendoza o con la casa de la señora lo mandaste a la lona.
Margoth. Y ni hablar -insistirán los peatones cuando se topen
En los 110 kilómetros cuadrados de esta Cartagena ac­ contigo- del rebullicio que causabas en Europa entre los
tual hay espacio de sobra para pasar inadvertido. Lo que actores más renombrados de la época. Jean Paul Belmondo
sucede es que tú no podrías porque tú eres el Rocky. Adon­ te recogía en el aer�puerto de París, Ornar Shariff te visita­
de vayas la gente te seguirá con la mirada. Adonde vayas ba en el hotel de San Remo, Alain Delon iba de compras con­
tropezarás con algún lugareño que levantará ante ti el de­ tigo en Montecarlo.
do pulgar en señal de reverencia. De modo que por donde te muevas aquí en Cartagena,
-¡Buena, champion! Rocky, irás dejando la estela de tu leyenda, esa que el ta­
-¿Qué se dice, Fiera, cómo anda esa salud? xista y yo vamos persiguiendo esta tarde de octubre de 2009.
-¡Entonces qué, viejo Rocky!
Adonde vayas tropezarás con paisanos enterados de Desde cuando llegaste a Nueva York, a los veintitrés
tu trayectoria. Los mayores, porque te conocieron cuando años, Gil Clancy predijo que te convertirías en una leyen­
eras noticia; los menores, porque te han visto convertido da. Pero ¿cómo le entendías, coño, si él lo pregonaba en in­
ya en leyenda. Unos y otros saben que fuiste campeón mun­ glés y tú en ese idioma apenas distinguías el «good mor­
dial de los pesos medianos y que te paseaste por los mejo­ ning» y el «one-two-three»? Se suponía que Estados Unidos
res escenarios boxísticos del planeta, desde el Madison Squa­ te convendría porque allá te foguearías con rivales de ca­
re Carden hasta el Luna Park. Había que ver lo valiente qué lidad. En Colombia, tú y yo lo sabemos, nunca han abunda­
era el champion, dirán mientras te señalan con el dedo ín­ do los buenos boxeadores en la división de las 160 libras. Por
dice. Ahora es un abuelo apacible, puras sonrisas desde cuan- ese lado sí fue verdad que te beneficiaste, aunque el precio
que pagaste fue altísimo. El día que faltaba El Chino Govín y Ornar de la Hoz, uno de los compadres que te recibieron
el mundo se te trastornaba: te servían pancake cuando en en el aeropuerto cuando volviste con la corona de campeón
realidad querías huevo frito, lanzabas el puño izquierdo mundial.
cuando te pedían tirar el derecho. Claro que, al fin y al cabo, -Lo mejor de mi compadre es que nunca olvida a
a ti te daba la misma mierda «right» que «left» porque con su gente -exclama González mientras te da una palma­
cualquiera de las dos podías quebrarle la mandíbula al que darecia sobre el hombro.
se te enfrentara. La frase de González ha hecho carrera en Cartagena.
Esa íntima convicción derivaba en franca apatía por la Circula en el correo del viento a través de plazoletas y zagua­
nes. La repiten como un credo el vago del parque y el perio­
lengua ajena: aunque no lo dijeras en voz alta, considera­
dist¡¡ deportivo. Quienes te conocen saben que, por mucho
bas innecesario aprender inglés. Te parecía una misión im­
que te alejes, tarde o temprano retornas a los mismos luga­
posible, además. Estimabas más útil invertir el tiempo en
res de siempre. Citan, a manera de ejemplo, la siguiente his­
el gimnasio, pulir el recto de derecha. Para salvarte en el ring
toria: Aída Iriarte fue tu primera esposa cuando tú apenas
te bastaba con meter un buen uppercut en la punta de la
tenías dieciocho años. Ella te dio tu primer hijo, ella estu­
barbilla. Nunca se ha visto, mi vale, que cambiar «luna» por
vo contigo en la época de las penurias. ¿Qué pasó cuando
«moon» sirva para noquear a nadie. Tu única arma para ga­
se separaron? Aída se consiguió un nuevo marido, hombre
nar el sustento eran los puños. Porque te digo algo, viejo
buenísimo, caramba. Y tú te conseguiste cinco esposas más
Rocky, tú no tendrás ni la menor idea de quién coño fue en los años posteriores. Eso sí: vivieras con Juana o vivieras
Descartes, pero sabes, como él, que donde más cerca se en­ con María, siempre almorzabas en la casa de Aída.
cuentra una mano dispuesta a ayudarlo a uno es en el extre­ -Mija -gritaba el marido de Aída cuando te veía lle­
mo del propio brazo de uno. gar-, ¡corre, que llegó el Rockyl
A menudo, después de ganarle a algún rival importan­ Aída partía como un rayo hacia la cocina para preparar­
te, pedías permiso para venir a Colombia, y cuando llegabas te tu posta de sierra con yuca. El marido, entre tanto, te pre­
acá ya no querías retornar a Estados Unidos. Tus maneja­ guntaba si querías guarapo, champion, o si preferías limo­
dores debían esforzarse muchísimo para convencerte. En nada.
el fondo, lo que más te afligía de aquella vida que considera­ De no ser porque murió en 2006 todavía almorzarías
bas prestada no eran las dificultades con el idioma sino lo donde ella, champion.
lejos que te quedaba Cartagena. Pero, ¿sabes, Rocky?, tu ac­ En este eterno retorno a las raíces encuentro mucho
titud indicaba a las claras que nunca habías salido de tu ciu­ más que la expresión de sencillez y gratitud que todos te
dad. Y justamente por eso te sentías perdido en Nueva York. alaban, Rocky. Me parece que allí hay, además, una búsque­
da tribal de protección. Cuando regresas al mercado de tus
Te encuentro en el Pasaje 13 del Mercado de Bazurto. tiempos duros no solo eres el hombre generoso que socorre
Entonces, durante esta tarde y las dos que siguen me con­ a un vendedor ambulante caído en desgracia, sino también
tarás muchas de las historias que componen este relato. Allí el animal que se reintegra a su manada para sentirse segu­
estás con tus amigos de toda la vida: Arturo González, quien ro. La rutina invariable te permite crear una ciudad a la me­
tajaba pescados contigo en el antiguo mercado del Arsenal, dida de tu carácter desconfiado. Se alarga el sur, se alarga

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el norte, se alarga el este y se alarga el oeste, pero la Cartage­ LA PALABRA DE JUAN SIERRA
na por donde tú transitas a diario sigue sien.do una villa re­
ducida que se ajusta a tu naturaleza aldeana.
-Edda, compa, eso sí es verdad que aquí entre noso­
tros el Rocky se siente seguro -dice Ornar de la Hoz.
-¿Tú crees que a este mercado puede entrar cualquiera
con ese montón de prendas de oro? -pregunta Arturo Gon­
zález.
Tú sonríes. Yo aprovecho el giro que ha tomado la con­
versación para averiguar por qué cargas tantas joyas. Noto
que, incluso, tienes un reloj sin talco, recuerdo de tu tarde
de compras en Montecarlo con Alain Delon. ¿Por qué lo Juan Sierra Ipuana, hombre de metáforas, supone que
usas todavía, si ya se dañó? si pudiera devolver el tiempo no estaría sentado en su ran­
-Edda, mi hermano, donde me lleguen a ver sin ese cho viendo pasar el potro ajeno, sino recorriendo los playo­
reloj empiezan a decir que me quedé en la ruina. Parece nes de la Alta Guajira al mando de su propio caballo.
que no conocieras a los cartageneros. Si tuviera otra vez catorce años, dice, viviría sumer­
-¿Y el boxeo te dio para comprar algo más que pren­ gido en el mar buscando ostras para vendérselas a los bar­
das? cos holandeses saqueadores de perlas. Si tuviera veinte, tra­
-Bueno, tengo mis casas y mis buses. Yo no me me­ bajaría en un alaµibique fabricando chirrinr::he, el licor
tí a loco porque a mí me tocó sacrificarme mucho en el bo­ casero de sus ancestros wayúu. y si tuviera treinta, sería ma­
xeo. tarife y a esta hora de la mañana estaría vendiendo carne
·-¿Porqué te pusiste esas iniciales de oro en los dien­ de chivo en su ranchería.
tes? Sierra Ipuana se ve a sí mismo cuando tenía cincuen­
-Eche, porque gané para ponérmelas. Yo en esa épo­ ta años, manejando una tractomula repleta de piedras para
ca era campeón. proteger las charcas de sal de Manaure. También se ve a los
Ahora, mientras caminas conmigo a través de un an­ cuarenta dinamitando el suelo desértico, tras la pista de nue­
gosto corredor bordeado de vendedores ambulantes, des­ vos pozos de agua dulce, y luego instalando molinos de vien­
tilas un aire de complacencia. Se nota a leguas que te gus­ to para abastecer a la gente y a los animales.
ta ser quien eres. Se nota a leguas que, aunque insistas en Cuando se busca en su propia memoria no aparece se­
que el pasado «es una vaina vieja», te encanta evocarlo. No dentario como es hoy, a los setenta y dos años, sino con­
en vano conservas todas esas prendas que prolongan el vertido en lo que él llama «un hombre-lluvia», es decir, «al­
tiempo ya remoto .del esplendor. Al lucirlas, vuelves a no­ guien que puede caer en cualquier parte». Los recuerdos,
quear a Briscoe, vuelves a ser el que siempre has sido: el explica con otra metáfora, son el único recurso que le que­
amo y señor del coraje. El champion, mi vale. El campeón. da al hombre para bañarse de nuevo en el río que ya pasó.
La nueva sentencia se entiende mejor cuando uno ve a su

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esposa, Arminda López Pushaina, entregada a la tarea de Los wayúu son una de las más numerosas etnias in­
desarmar pieza por pieza un mantel que bordó hace medio dígenas de las tierras bajas de Suramérica. Habitan la pe­
siglo, para tejerlo otra vez desde la primera hasta la última nínsula de La Guajira, que se extiende hasta el mar Caribe,
puntada. en el extremo norte de Colombia. Chayo Epieyuu, respe­
Sierra lpuana reconoce que padece «el mordisco de la tada matrona de Manaure, calcula que hay unos ciento cin­
media noche», o sea, la nostalgia típica de los viejos. Pero cuenta mil «paisanos» repartidos entre Colombia y Venezue­
si quiere devolver el tiempo no es solamente para recupe­ la. Se dedican básicamente al pastoreo de chivos y ovejas, a
rar los bríos y los amores de la juventud, sino también pa­ explorar el mar y a tejer.
ra escaparse de este presente hostil que le produce pánico. Tienen un sentido colectivo del beneficio y del daño,
«Los alijunas nos quieren acabar», dice. encaminado a preservar la unidad de la familia. Si alguien
Al ijuna es la palabra wayúu con la cual se nombra a cocina un chivo el banquete es para todos, y si se enferma,
todo el que no pertenezca a la etnia, sea blanco o sea negro. todos tienen que ayudarlo a costear la enfermedad. En gru-
El vocablo correspondiente en castellano es «civilizado». po deben pagar, además, las faltas graves de sus miembros
En la semántica nativa, explica Sierra Ipuana, el término que pongan en peligro la convivencia del clan con el resto
alijuna ya no se está usando para designar al diferente si­ de la sociedad.
no para referirse a aquello que genera temor. Son «civili­ En el complejo sistema de compensaciones de la cul­
zados» los hombres que están ma�acrando a los indíge­ tura wayúu, uno de los rituales más conocidos es el de la
nas en la Alta Guajira y los que enseñaron a ciertos indios dote. Es el pago que el hombre enamorado debe entregar­
a asaltar camiones de carga en las carreteras. También lo le al padre de su pretendida, para poder fundar con ella su
son los funcionarios del gobierno que un día llegaron a im­ propio rancho. El investigador manaurero Alejo D'Luque
poner sus normas en el uso del mar. considera que la intención de esta ceremonia no es vender
-¡Al ijuna es el televisor! -exclama Arminda de re­ a la novia sino acentuar el carácter colectivo de la familia.
pente. Que nadie coma solo ni muera solo. Que cada persona apor­
La frase es más sorpresiva por el hecho de que la mu­ te lo necesario a la causa común del grupo, para que le re­
jer no había abierto la boca en toda la mañana. Ahora se­ sulte más fácil llegar vivo a la otra orilla del río. Para no in­
ñala con dureza hacia el rancho contiguo, donde sus hijas digestarse con el postre en la luna de miel, el esposo debe
Érica y Milagros se mueren de la risa viendo un programa procurar que todos reciban la parte del festín que les corres­
de televisión. ponde. ¿Y en qué consiste el premio? La dote incluye chi­
Luego retoma su tejido de la misma manera abrupta vos, mulas, tierras y collares de tumas (una variedad exó­
en que lo había interrumpido, mientras su marido con­ tica de piedras preciosas). La cantidad depende de la belleza
templa a las gallinas que picotean en la arena. de la novia y de la posición social de su familia. Para reunir
-¡Ese es mucho aparato malo en la vida! -brama en­ el pedido y entregarlo en el plazo establecido, el enamora­
tonces, esta vez sin levantar la vista-. No más sirve para do acude si es necesario a sus propios parientes, ya que ellos
que las muchachas se vuelvan flojas y malmandadas. lambién esperan que el matrimonio valga la pena y los be­
neficie.

32 33
La Guajira es uno de los departamentos colombianos
sitas. Cuando el culpable no tiene bienes para responder
de mayor riqueza mineral. Produce quinientos millones de {..
. por su infracción es declarado objetivo �e gue�ra. Eso quie­
pies cúbicos de gas natural al día y veinticinco millones de
re decir que en cualquier momento podna monr en un aten­
toneladas de carbón al año. Su volumen de sal, de acuer­ _
tado. Se entiende que la sentencia lo afecta a él y a cualquie-
do con estimativos de Alejo D'Luque, representa casi el cin­
ra de sus parientes varones.
cuenta por ciento del total del país. También están los pe­ .
«Mandar la palabra» es ejecutar, a través de un ntual
ces y la energía eólica. Hubo un tiempo en que el wayúu
político, una ley vieja y feroz. El palabrero no asu�e el
disfrutaba libremente de muchos de esos recursos, como si
papel de juez sino el de mediador. Por tanto, se mantiene
los creyera escriturados por el viento. Pero un día llegaron _
neutral todo el tiempo. Ni siquiera torna partido por la fa­
los alijunas a trastornarlo todo con sus gobernantes, sus po­
milia que lo buscó. En el proceso de concertaci�n oye inju­
líticos, sus jueces, sus trámites, sus documentos de identi- '
rias, oye amenazas, pero solo transmite lo esencial de las ra­
dad, sus elecciones y sus masacres. Desde entonces la vida
zones: « Fulano dice que puede pagarte con una recua de
no ha sido igual para los indígenas.
mulas». Corno buen canciller, se permite introducir una
promesa cordial donde minutos antes había una sa�ta de ad­
l� jetivos incendiarios: «Me dijeron que van a ver si pueden
Aparte de cultivar una charca familiar en las salinas
del pueblo, Juan Sierra lpuana es palabrero. Así se designa
¡' reunir lo que tú pides».
i,
Se trata de un acto refinado en la forma pero inapela-
en español a la persona conocida en lengua wayúu con el ¡
l ble en el fondo. Lo que te envían no es un dardo envenena­
nombre de Pütchipuu. Su función es mediar en los con-
flictos interfamiliares, con el fin de lograr un arreglo rápido ·· do sino una palabl\.a, pero esa palabra es de acero, te cobra
las cuentas pendientes, te enrostra las faltas cometidas y te
que sea justo para ambas partes y proteja el equilibrio social
de la etnia. amenaza de un modo tan sutil que no puedes evitarlo. Cla­
El palabrero es elegido invariablemente por el ofendí- ro que también te ofrece una nueva oportunidad. Si usas
/ con buen juicio el verbo que te mando, nos ganaremos am­
do y no debe pertenecer a ninguna de las partes enfrenta­
das. Cuando acepta el encargo, se dirige a la ranchería del bos la gracia de librarnos de la guerra.
Ni siquiera cuando hay una muerte de por medio los
agresor para «llevarle la palabra». Ante el grupo reunido en
dolientes pueden saltarse este ritual de conciliación para
pleno, el Pütchipuu aclara de.entrada cuál es su misión y
buscar la venganza directa. La compensación es propor­
quiénes se la encomendaron. Después expone la gravedad
cional al tamaño de la afrenta y a la posición social de la fa­
del daño causado y señala el monto de la reparación exigí-
da por los afectados. Si el jefe del clan está de acuerdo con milia afectada. Se cobra por las calumnias, por los golpes
1 ísicos, por las imprudencias de borracho, por el hurto, p�r
la multa, lo que sigue es fijar la forma de pago. Si no, tiene
Lis ofensas verbales y por el homicidio. El pago se efectua
derecho a plantear una contrapropuesta que el propio pa­
<'ll dinero O con tierra y ganado. El palabrero no exige ho-
labrero transmite a la familia que le asignó la tarea. En algu­
11orarios por su trabajo pero el grupo que lo buscó le ob­
nos casos se necesitan varios viajes entre un lugar y el otro.
�<·q11ia un porcentaje de la indemnización.
Pero casi siempre el problema se resuelve con una o dos vi-

34
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labra. U na palabra bien dicha desarma al enemigo, acerca
al que se encuentra lejos, abre las puertas clausuradas, ale­
Arminda López les ordena a sus hijas Érica y Milagros
gra al que está triste y apaga los incendios alevosos. En cam­
que apaguen el televisor y se pongan a hacer oficio. A una
bio, cuando pronuncias una palabra altanera las palomas
le pide que barra. A la otra, que traíga dos vasos de chicha
se vuelven halcones, los ríos se salen de madre, los mares se
de maíz. Juap. Sierra lpuana, entre tanto, ha dejado de mirar
enfurecen y hasta el problema más inútil adquiere de re­
a las gallinas. Ahora pela una vara delgada con un cuchillo
pente la fuerza suficiente para destruirte.
basto de cocina.
La tradición del palabrero es explicable porque en la
De pronto, ruge el desierto. La arena se levanta, el vien­
cultura wayúu la palabra es ley sagrada que no se lleva el
to arrastra una alpargata guaireña descosida en el empeine.
viento. Además, en una etnia quisquillosa y competidora
«La brisa del nordeste es una escoba loca», dice Sierra Ipua­
por naturaleza siempre es bienvenido el que sabe calmar
na, sonriente, mientras recibe el vaso de chicha que le tra­
los ánimos. Cada conciliador ostenta una autoridad indis­
jo su hija. Cuando la muchacha se aleja, la manta le tiem­
cutible. Tiene las llaves de la vida y de la muerte.
bla en el cuerpo.'
Sierra Ipuana considera que cumple bien su trabajo
Sierra Ipuana añade que si no fuera por el viento, la tie­
porque logra que el ofendido reciba lo que se merece y el
rra ya se habría ahogado de calor. Su madre, otra criatura
agresor no pague más de lo que debe. Así el problema mue­
de metáforas, afirmaba que en La Guajira las sequías eran
re en el acto, sin ninguna consecuencia lamentable.
tan intensas que a veces las plantas ·salvajes se retorcían de
Yo le digo que si nosotros, los alijunas, pusiéramos en
sed y los sapos se morían sin saber nadar.
En esta ranchería, como en todas las de Manaure1 los práctica ese ritual, con seguridad lo dañaríamos: el palabre­
días fluyen lentos, sin sobresaltos. Sierra Ipuana explica ro tendría tres secretarias y dos asistentes, los periodistas
que el wayúu puede vivir a su ritmo porque no tiene nin­ publicaríamos los insultos secretos de las partes durante el
guna deuda pendiente con el cielo. proceso de concertación y además habría que autenticar
Tanto él como su mujer son hijos de wayúu con aliju­ mil papeles en una notaría. Si alguna vez se lograra un arre­
na. Los mestizos como ellos. les enseñan a sus herederos la glo no sería en menos de cinco años. Y al final la indemni­
lengua nativa, pero además los obligan a aprender caste­ zación solo alcanzaría para pagar las comisiones de los in­
llano para que puedan entender lo que dice la gente que vi­ termediarios.
ve más allá del desierto. A veces los muchachos repiten Sierra Ipuana sonríe con malicia, pero casi en seguida
en español palabras que a sus padres no les causan nin­ adopta un rostro grave para reconocer que la justicia wayúu,
guna gracia, como «jean descaderado» y «condón». como todo lo que maneja el hombre, es falible. A veces la
-¡Apaguen ese puñetero televisor! -chilla entonces palabra se queda corta para curar las heridas y acercar a los
Arminda por enésima vez. enemigos. Entonces se arma una matazón en la que corre
Terminada la chicha, Sierra Ipuana pide un vaso de sangre inocente. Fue lo que sucedió en los años setenta y
agua para hacer buches y sacarse los granos de maíz que se ochenta del siglo pasado con las familias Cárdenas y Val­
le quedaron atrancados entre los dientes. Después dice que deblánquez, y con los clanes de Raúl Gómez Castrillón
no se cansa de agradecer el poder transformador de la pa- -apodado «El Gavilán Mayor»- y Juan Pinto.

36 37
La esposa le dirige una mirada tan severa como la que i
les envió a sus hijas hace un momento, cuando tenían pren­
EL TESTAMENTO DEL VIEJO MILE
dido el televisor, y dice que hay ciertos problemas de la
vida que no se pueden solucionar.
-Tampoco hay quien pueda acabar con la fiebre ama­
rilla -exclama.
Viéndolo allí, con la camisa trepidante por la brisa del
nordeste, pienso que Sierra Ipuana, hombre de metáfo­
ras, no tendría cabida en un mundo civilizado como el nues-
tro, en el que muchos pretenden cobrar a la brava hasta lo
que no se les debe pero nadie parece dispuesto a escuchar
la palabra. A los ochenta y seis años Emiliano Zuleta Baquero co­
noció el aburrimiei:i,to. Ocurrió en septiembre de 1998, cuan­
Nota: En noviembre de 2010, la Unesco declaró a los do sus problemas cardíacos lo forzaron a marcharse del
palabreros wayúu Patrimonio Inmaterial de La Humanidad. pueblo de Urumita para la ciudad de Valledupar. La mu­
danza fue ordenada por sus cardiólogos, con el atgumento
de que en Valledupar era más fácil controlarle la salud. An­
tes de venirse para acá, dice Zuleta, había sentido el dolor y
la tristeza, jamás �l tedio.
-Uno se aguanta el dolor y tarde o temprano lo supe­
ra -advierte-, pero esto de ahora es lo peor. Yo creo que
es mejor morirse que estar aburrido.
Desde su taburete de cuero, el compositor Alberto Mur­
gas, que me acompaña, guiña un ojo. Cuando veníamos por
el camino me había contado que el hastío de Zuleta en Va­
lledupar se debe a que se siente reprimido por sus hijo$ ma­
yores, que viven aquí y no le permiten ni oler un trago de
whisky. En cambio en Ummita, lejos de esa supervisión exas­
perante, bebía todos los fines de semana.
Desde cuando a Zuleta le instalaron el marcapasos, sus
amigos solo lo visitan de lunes a viernes. Los fines de sema­
na se le pierden, porque saben que él los invitará a tomar
unas copas y no quieren pasar por la pena de decirle que
no a un hombre que merece respeto. Complacerlo impli­
ca el peligro de matarlo, y nadie está dispuesto a echarse en­
cima la cruz de ese muerto.

38 39
De repente, Ana Olivella, la compañera de Zuleta, lle­ dría tal vez diez años cuando una vecina lo vio comiendo
ga al p atio con una bandeja que contiene tres pocillos de h"rro. Enterada del incidente, Sara Baquero, la madre de
café tinto y un tarro de azúcar. Le sirve primero a los visitan­ hniliano, dijo que ahora entendía por qué a su hijo se le so­
tes y después se dirige a su marido: plaba la barriga con tanta frecuencia. La vecina le indicó a
-El suyo no lo endulcé, viejo Mile. In vieja Sara que para quitarle la mala costumbre al mucha­
Ana Olivella es una mujer tímida que responde con fra­ , ho debía darle ron con quina.
ses estrictas a lo que se le pregunta. Si no se le pregunta na­ --Lo más maluco que yo he probado en mi vida -se­
da, puede permanecer callada durante horas. A veces, cuan­ n:il,1 el maestro- fue ese primer trago. Me dieron ganas de
do sus ojos se tropiezan con los del visitante, esboza una 11 asbocar. Claro que a la semana de estar en el tratamiento
sonrisa que, evidentemente, le cuesta trabajo. Y en seguida 1,· :,garré el gusto al remedio, y hasta me parecía más sabroso
desaparece de la escena de la misma manera en que ha apare­ ni;mdo me lo tomaba sin quina. Dios debe tener en su san-
cido: caminando con sigilo, casi en puntillas, como querien­ 1.1 gloria a esa vecina que le dio el sabio consejo a mamá.
do volverse leve para que sus pisadas no llamen la atención. El ron me salvó del barro!
Cuando la mujer se marcha Zuleta dice que si por lo Convencido tal vez de que la risotada que ha generado
menos tuviéramos una botella de whisky, la conversación ,iu chanza es señal de buen clima, Zuleta me manda por fin
sería agradable. Hago como si no hubiera entendido la in­ t·I sablazo que venía preparando:
sinuación. En este instante el maestro no tiene aspecto de -Si está pensando en comprar algo, que sea whisky,
víctima. La simple evocación del licOr pareciera emborra­ oy(,. El cuerpo de uno se vuelve pretencioso en la vejez. An­
charlo de alegría. l1's yo me tomaba el primer ron barato que me ofrecieran,
-A mí el ron me gusta tanto que nunca lo combino pNo el médico me ha dicho que ya no puedo hacer eso. So­
con comida, para no dañarlo -dice con los ojos encendi­ lo pttedo tomar whisky, y no muy puro que digamos, sino
dos-. Vea: uno come y en seguida se le quitan las ganas e on mucho hielo y bastante agua.
de beber. Queda uno pasmado. Mejor aguanto hambre y así Beto Murgas, ·que había estado callado, me salva la
estoy en pie hasta que se termina la parranda. vida:
En una región en la que los hombres se comparan con -Déjese de eso, viejo Mile. Yo lo complací hace poco,
gallos de riña o con ceibas que resisten tempestades, man­ i'xponiéndome a un problema con sus hijos. Acuérdese del
tenerse despierto aunque se beban galones de whisky es i 11cidente de Barranquilla.
una exhibición de virilidad. Pe allí que Zuleta se jacte de que El incidente al que se refiere Murgas estuvo a punto de
todavía puede amanecer tomando trago. ·1c.1bar con la vida de Zuleta. Emocionado por los aplausos
-Todo el mundo se ha empeñado en que esté quie­ que el público le prodigaba en una presentación pública,
to -señala, esta vez con la misma expresión aburrida del Ílt'hió whisky a pico de botella y cantó en un tono mucho
principio-, y por eso me he vuelto dormilón. Lo que me 111{1s alto de lo que su voz le permite. Cuando las piernas
vence es el s.ueño. El trago no me hace ni cosquillas. 1·111pezaron a aflojársele, él pareció ser la única persona, en-
Luego agrega, con seriedad teatral, que el primer trago 11 <' las miles que ocupaban el Paseo de Bolívar, que no se dio
de ron que se tomó no fue por gusto sino por necesidad. Ten- nwnta de que se estaba cayendo. Mientras caía al piso len-

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tamente seguía entonando «La gota fría», como si apenas lo abastecía de todo lo que necesitaba. En principio fue re­
estuviera durmiéndose con el arrullo de su propio canto. medio: las raíces de las plantas servían, según el caso, con­
Despertó dos días después en la camilla de un hospital. tra la insolación o como analgésico. Con la corteza del pai­
-Desde hace más de treinta años -dice Zuleta- ven­ co, un árbol ordinario que abunda en la región, se creaba.
go oyendo que el ron me hace daño, que me va a matar, que el jarabe conocido como Carlos Santos, que lo mismo se re­
como siga así no voy a festejar la próxima Navidad, y va­ cetaba para matar los parásitos que para aliviar un dolor
mos a ver que ya estoy llegando a los noventa años. Yo he de muelas. Las matas tenían nombres de acuerdo con las
hecho quedar mal a los médicos. Un hombre que ha sido enfermedades para las cuales se utilizaban: había Calentu­
trabajador como yo no está para que lo manden sino para ra de vieja y Languidez de muchacho, Sofoco de señorita y
mandar. A mí el cuerpo siempre me ha pedido que le dé Comezón de abandonado. En el campo estaban, en fin,
ron, música y mujer. Y a un cuerpo que ha sido tan servi­ los medicamentos para todos los malestares del mundo, y
cial y voluntarioso yo no puedo negarle lo que me pide. el que se moría era porque le tocaba, de la misma manera
que se muere la gente en los hospitales.
-Los hombres vivían felices y se morían viejos -di­
Desde pequeño, Emiliano Zuleta Baquero escuchó que ce el maestro.
ir a la escuela es una pérdida de tiempo. Con saber oler el La choza donde nació y se crio Zuleta fue construida
viento y leer las nubes -decía con los ojos encendidos su con paja y bahareque a mediados del siglo x1x. El piso era
tío Francisco Salas-, con saber cultivar la tierra y conseguir de tierra y la segunda planta, donde dormían todos, era un
la malanga para el almuerzo, con eso es más que suficiente. zarzo de varas d� bambú protegido con esteras de junco.
Ese conocimiento primario, que en cualquier urbe de Las cuatro familias que se levantaron con Emiliano Zu­
nuestros días parecería anacrónico, fue vital en La Jagua del
leta se las arreglaban con sus escasos pertrechos domésti­
Pilar durante gran parte del siglo pasado. En esta peque­
cos: una olla de barro para hacer la comida, una cazuela,
ña aldea de La Guajira nació Zuleta, el 11 de enero de 1912.
también de barro, para echar la sopa y un juego de cucharas
La primera carretera que hubo en La Jagua del Pilar
de totumo. Las hojas del platanal servían como platos y co­
fue construida a finales de los años cincuenta. En aquel
mo manteles. Las sillas eran los troncos de las bongas año­
tiempo nadie había visto allí un periódico ni escuchado un
sas que se derrumbaban. Cuando había que partir algo, los
programa de radio. No había ni escuelas ni hospitales. Las
trece inquilinos del rancho usaban por turnos el único cu­
noticias de la vida y de la muerte andaban a lomo de burro.
chillo que tenían. A ese cuchillo, por cierto, no le se gastó la
Interpretar los caprichos del clima en medio de se­
mejante aislamiento no era poca cosa. De eso dependían el hoja sino la cacha, a fuerza de andar de mano en mano.
prestigio y la estabilidad económica de los hombres de bien. -Fue una infancia feliz. y se lo digo con toda la boca
Todavía hoy el viejo Mile se ufana de su habilidad para an­ -afirma el maestro, nostálgico-. No teníamos nada pero
ticipar con precisión si lo que anuncian las nubes es una al mismo tiempo lo teníamos todo. Teníamos el agua, la le­
lluvia o una sequía. ña y la verdura. Sembrábamos caña de azúcar para hacer
El campo en el que Zuleta creció como un muchactio panela y endulzar con ella todo lo que hubiera que endul­
silvestre de pie en el suelo era una despensa universal que zar. La carne era gratis, porque cazábamos palomas, per-

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dices, saínos y conejos. Lo único que había que comprar era dalena Grande durante la primera mitad del siglo xx. A ca­
el sebo de la res y la sal. El resto estaba en la casa, ¿oyó?, has­ da menor de edad que era cedido por sus propios padres
ta el fuego. ,·!n los latifundios se le llamaba «concertado», una deno­
Zuleta me pregunta, con aire de burla, si tengo idea de minación benévola -y hasta lírica- para esta suerte de
cómo producían ellos el fuego. Se ve convencido de que ig­ esclavismo trasnochado.
noro la respuesta y me lo hace sentir con una cierta zorreº La noche de su llegada a La Sierra Montaña Zuleta no
ría en los ojos. A lo mejor piensa también que soy una cria­ pudo dormir, porque su cuerpo, acostumbrado a descansar
tura disminuida, un pobre cristiano que estaría liquidado sobre trojas, no halló acomodo en el colchón de lana que le
si la civilización no actuara por él. Cuando confirma que, asignaron.
en efecto, no sé de qué diablos me está hablando, Zuleta Al día siguiente se levantó temprano y se encontró con
responde su propia pregunta. La candela, explica, era crea­ un chico de su edad que, al parecer, había pasado también
da mediante una invención artesanal de los antepasados, la noche en vela. Algo en el semblante de aquel niño deja­
conocida como «dislabón». El procedimiento era simple: ba entrever un garbo que principiaba a desteñirse en me�
una mecha de algodón suspendida en el centro, se encendía dio de esa tierra prestada, desconocida, esa vida que no le
cuando la piedra y el hierro que la circundaban entraban pertenecía. Zuleta reconoció su propia desdicha en los ojos
en contacto. Entonces aparecía, como acabado de fundar, el tristes del hombrecito de apariencia correcta que tenía al
fuego. Cada hombre tenía que ser capaz de iluminarse en frente. Quiso abrazarlo, caramba, o por lo menos darle las
la oscuridad con la lumbre creada por sus propias manos, gracias por notificarle, con su sola presencia, que el destino
para demostrar que era útil. no podía ser tan injusto. Ahí estaban, pues, esos dos moco­
Zuleta cünoció muy pronto el derecho y el revés de ese sos desamparados: escrutándose, oliéndose, descubriendo
alfabeto único del monte que le obsequiaron sus mayores. juntos el nacimiento de una complicidad que sería afortu­
Sin embargo, su sabiduría llegaba hasta donde alcanzaba nada para ambos.
su vista. Más allá de ese límite, la vida se le trastornaba: el En vez de abrazarlo como quería, Zuleta se limitó a de­
fácil paisaje empezaba a ser un error de Dios, el mundo se cirle buenos días, con una voz quebrada por la emoción. El
poblaba de elementos nuevos que se rebelaban contra su otro ni siquiera se dignó contestarle. Y Zuleta tuvo ganas
dominio de muchacho autosuficiente. de correr para fugarse de una vez por todas de aquella geo­
A los doce años, cuando debió salir de La Jagua del Pi­ grafía desconsiderada que lo hacía sentir insignificante.
lar, Mile conoció la ignorancia. En ese momento fue entrega­ · Conchita Ustáriz le salió al paso y Zuleta le preguntó
do como peón en la finca La Sierra Montaña, cercana a Valle­ que quién era ese niño maleducado que estaba en el corre­
dupar. El arreglo se hizo directamente entre Sara Baquero, dor del rancho de los corraleros. La señora, extrañada, le
madre de Zuleta, y Conchita Ustáriz, la dueña de la hacienda. respondió que el único concertado que ella tenía en ese mo­
El contrato verbal obligaba a la señora Ustáriz a pagar trein­ mento en su finca era él. Como Zuleta insistió en que aca­
ta centavos mensuales, a razón de un centavo diario, a la baba de ver a un muchachito que no le había devuelto el
mamá del niño. La modalidad, conocida con el nombre de saludo, la mujer empezó a impacientarse. Para quitarle la pa­
concertación, fue muy común en la antigua región del Mag- taleta, decidió ir con él hasta el lugar mencionado. Cuando

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llegaron, vieron que, en efecto, ahí estaba el niño. Esta vez, liana Zuleta Baquero, es un viejo sinvergüenzón, carajo.
sin embargo, había algo inquietante: al chico lo acompa­ Contemplando ese rostro que se le antoja jovial a pesar de
ñaba la mismísima Conchita Ustáriz. ¿_Cómo podía ser que los años, el maestro tiene a menudo la impresión de que las
Conchita Ustáriz tuviera el don de repetirse, para estar canas que le blanquearon la cabeza son, literalmente, una
parada al lado de aquel monstruo malcriado y al mismo tiem­ tomadura de pelo, un maquillaje de juguete del ocioso tiem­
po al lado de Zuleta? Sintiendo que terminaría desqui­ po, empeñado en embromarle la paciencia. De ahí que sean
ciándose, Mile extendió un dedo acusador sobre el mucha­ contadas las veces en que se quita la gorra de marinero. La
cho, justo en el instante en que el muchacho alargaba la gorra con la que, en este momento, se abanica el pecho.
mano para señalarlo a él. A continuación, Zuleta señala que apenas estuvo en
-Ay, mijo -dijo la patrona, muerta de la risa-, eso capacidad de decidir sobre su propia vida abandonó La Sie­
es un espejo. rra Montaña y volvió a La Jagua del Pilar. Su madre le de­
Zuleta anda siempre con el chascarrillo en l� punta de cía que se sentía orgullosa de él, puesto que había demos­
la lengua y es de los que festejan sus propios apuntes. Pe­ trado ser un hombre de servicio, capaz de defenderse solo
ro esta vez no ha sonreído, tal vez porque siente que la his­ y ayudarla a ella a costear la crianza de sus otros hijos.
toria del espejo es más sobrecogedora que jocosa. Por esos días Mile empezó a componer coplas. Las ha­
-Yo me conocí a los doce años -agrega, con una ex­ cía de diez versos, influenciado, como tantos viejos trova­
presión mansurrona en los ojos. dores del Magdalena Grande, por el Romancero de Casti­
Hoy, cuando se mira en el espejo, Zuleta encuentra al­ lla, que algún antepasado difundió por aquellos andurriales.
gunas diferencias con el niño aquel que se negó a contes­ Zuleta y todos lqs de su estirpe se animaban con sus pro­
tar su propio saludo: la estatura es casi la misma, un metro pios cantos en las ásperas labores del campo.
con sesenta y seis centímetros, pero la piel, a salvo de los En los primeros tiempos cada canto era una crónica
soles indómitos que la percudieron en la infancia, es aho­ que narraba un suceso significativo de la región: las tra­
ra más blanca. La energía que parecía predisponerlo a llevar­ vesías mundanas de un sacerdo\e al que todos creían cas­
se el mundo por delante ha derivado en unos ademanes len­ to, el chismorreo que le sirve a ciertos pueblos como ejer­
tos. Viéndose de cuerpo entero, no se explica a qué horas cicio colectivo contra el tedio, o la fuga de una muchacha
le siguieron creciendo las orejas. Los ojos de ardilla, en cam­ rica y bonita con un muchacho pobre y feo. Esos motivos
bio, se han ido achicando cada vez más, hundidos en unos elementales, al ser contados con gracia y precisión, adqui­
gruesos lentes que no han podido embozalar la astucia.de rían una gran fuerza expresiva. Era una música hecha pa­
su mirada. ra el consumo vital de sus propios cultores: cada verso se
A ratos, frente al espejo, Zuleta es un Narciso que quie­ festejaba ruidosamente en el lugar mismo en el que nacía
re precipitarse hasta el fondo de sus propios ojos, allí don­ y en el momento mismo de su creación, y nadie esperaba
de, según cuenta, se ahogaron más de tres hembras ariscas. que la práctica dé aquella vocación primaria le condujera
Entonces, con esa vanidad tan suya que no tiene fisuras por a la fama o le engordara los bolsillos. Cantaban por puro
ninguna parte, se dice en voz alta, para escucharse a sí mis­ gusto. Para poner un poco de color en la gris labranza de to­
mo y para que lo escuche su propia imagen, que él, Emi- dos los días, y como pretexto para departir con los amigos.

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La vieja Sara levantaba el pecho para decirle a todo , 11ucha. Según dice, eso no hay papá celoso que lo ataje. Y
el que quisiera oírla que la inteligencia de Mile para la im­ .,i,·mpre se llega hasta donde el tipo y la mujer quieren que
provisación era una herencia de ella. Cuando el muchacho �e llegue. Cuando necesitan manosearse, se manosean, así
aprendió a tocar el acordeón ya no fue más el hijo de mos­ l11s padres los encierren en una jaula de hierro, así se ofen­
trar sino un pedazo de animal bruto, una nueva víctima de dan los trastos de la iglesia.
ese instrumento diabólico que empujaba a los hombres a Al mes, el progreso de Mile con el acordeón era nota­
tomar ron y a preñar a cuanta mujer se les atravesara. La ! ,le. Un día decidió que no estaba dispuesto a aceptar que
señora se preguntaba cuál sería la falta que había cometido t·I viejo Francisco siguiera if)terrumpiéndole los coitos con
para que la castigaran con un hijo de perdición que con se­ sus apariciones inoportunas. Entonces, como un novio que
guridad sería mal visto por la gente decente. se lleva a la novia para darse gusto con ella donde nadie los
El pecado era haberlo criado en la misma casa donde 1·slorbe, tomó el acordeón y se largó de La Jagua del Pilar.
vivía el tío Francisco Salas, quien tenía seis acordeones col­ -Mamá descubrió la trastada cuando ya era clavo pa­
gados en las paredes de su alcoba. Todos los días Mile veía sado y no había nada que hacer -dice el maestro, mientras
con impotencia cómo su tío sudaba y se despeinaba tocan­ cruza las piernas en su butaca.
do los acordeones, y en'vez de aprender, empeoraba. El po­
Varios días después, cuando la amante le había entre­
bre hombre era tan tosco que ni siquiera se daba cuenta de
gado hasta la última de sus gracias, Zuleta volvió al pueblo
su incapacidad y, por el contrario, parecía convencido de que
con el ánimo de devolvérsela al dueño. Además, compuso
sabía mucho. Cada ejercicio era peor que el anterior, un de­
11 na canción para cantársela al agraviado al pie de su venta­
sastre que solo sería superado por el autor en la jornada si­
na. Llegó de noche. Una noche clara y fresca, recuerda. Una
guiente. Jamás se acercaron las manos del tío a algo que pu­
noche de las que le gustaban al tío. Con una noche así, sería
diera asemejarse a una melodía. Oyéndolas desde lejos, sus
difícil que no lo perdonaran.
notas se confundían con los aullidos de un cerdo envalento­
La primera estrofa de la pieza era un portento de ino­
nado. Eso sí: viéndolo entregado a sus prácticas con los ojos
cerrados por el entusiasmo, viendo su constancia tremenda, cencia. Zuleta la entonó con un sentimentalismo infantil,
resultaba infame decirle que su torpeza no tenía remedio. casi en los límites del villancico. Decía así:
Francisco Salas no permitía que nadie más pusiera un
dedo encima de sus acordeones. Pero Emiliano les tenía Le vivo pidiendo a Dios
puesto el ojo desde el primer momento en que los vio y sin­ que me perdone mi tío
tió una comezón en la sangre. Cuando Salas se descuidaba, por culpa del acordeón
Mile desacataba sus advertencias, como si el acordeón le que yo Le saqué escondía.
echara brujería. Apenas el tío escuchaba las notas, venía he­
cho una furia y regañaba al insolente, pero la tarea de apren­ Era una letra más bien pobre, en la cual las buenas in­
dizaje ya estaba adelantada, y además iba a continuar, a las tenciones superaban al talento. Lo extraordinario fueron
buenas o a las malas. las notas del acordeón que acompañaban el almibarado can­
Zuleta compara su situación de aquellos días con la de to: unas notas desenvueltas, precisas, afinadas, enriqueci­
un enamorado que se entiende a escondidas con una mu- das por la profundidad de los bajos. El tío las escuchó ale-

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lado, en un limbo que tenía tanto de gozo como de desdi­
-¿Tuvo muchas?
cha. Cuando el sobrino terminó la serenata, Francisco Salas \•, -Caramba, mijito, yo tuve de ochenta mujeres para
le dio un abrazo estremecido, le dijo que podía quedarse con arriba, porque fui travieso. Y si hubiera sido joven en esta
el acordeón y se fue para su cuarto sin añadir ni una sola época, hubiera tenido muchas más, porque ahora la mu­
palabra. Nunca más volvieron a verlo en sus prácticas de­ jer es más fácil y más silvestre. La mujer de ahora es man-
satinadas y enjundiosas. Mile se quedó con el acordeón que
go bajito.
le obsequiaron. Y los otros acordeones se enmohecieron
. ',_!

1 Zuleta se agarra la barbilla con los dedos índice y pul-


para siempre en las paredes descascaradas de su dueño.
gar de la mano derecha:
También con un canto, afirma, se ganó a la primera no- (¡'·
-Las mujeres antes escaseaban -dice.
vía. Ocurrió cuando tenía dieciocho años. No hubo matri­
Casi en seguida, y sin ninguna transición, el semblante
monio, pero los padres de la muchacha exigieron formali­
reflexivo da paso a un engreimiento de pavo real. Enton­
zar la relación mediante un acta notarial. Zuletá duró tres 1 ces lleva su desvergüenza hasta el extremo de protestar por­
días ensayando su firma, para no pasar por la vergüenza
que en una situación tan ventajosa como la actual «cualquie­
de que le dijeran que había conseguido mujer sin saber
ra es mujeriego».
leer ni escribir. El lápiz con el que garabateó su nombre fue
-Antes -añade- los únicos mujeriegos éramos los
el primero que vio en su vida. acordeoneros y los choferes. Y con tanto estorbo que po­
Zuleta piensa, y lo dice con una sonrisa bandida, que nían los padres de las muchachas era mucho mérito q�e
la escuela podrá ser muy buena para hacerse doctor pero no uno fuera capaz de conquistarlas y llevárselas. En cambio
es necesaria para arrimarse a las muchachas. El que quiere ahora es más fáci,l. Yo veo que las mujeres se les meten a
besar simplemente busca la boca, y ahí no hay abecedario los nietos míos en el cuarto y ellos son los que tienen que
que valga. Lo único que vale es tener dulce en el pellejo pa­ quitárselas de encima, ¿oyó?, como si estuvieran espantan­
ra que las mujeres se vayan pegando como enjambres de do moscas.
mariposas. El que no tiene eso está muerto, así sea dueño -Cuidado lo oyen las mujeres llamándolas <<mangos
de todos los códigos y de todas las biblias. Si naciste mal des­ bajitos» y «moscas de espantar». Lo van a linchar, maestro.
pachado de miel, las mujeres no se engolosinarán conti­ -A mí me enseñaron que patada de yegua no mata a
go, y deberás conformarte con verlas volar a lo lejos, boni- caballo. Las mujeres tienen que hacerme es un monumen­
tas y sabrosas, pero ajenas. to porque bastante que las he querido. Yo digo como los
Llegado a este punto los ojos de Zuleta tienen el desen­ viejos de mi pueblo: desde la madre de Jesús para acá, que
freno del glotón que está por fin frente al banquete prometi­ vivan todas las mujeres. Si no fuera por ellas, ¿qué hombre
do. Ningún otro tema le produce un estado de gracia simi­ trabajaría? Ellas son las que nos hacen a nosotros en to�o
lar. Casi podría decirse que en este momento la tierra es poca sentido. Que viva la mujer que lo parió a usted y la mu¡er
cosa para él. Está levitando en cuerpo y alma. Me está ha­ que me parió a mí. Que vivan las hijas del ministro, las
blando desde arriba. hijas del carpintero y las hijas mías. Todas, todas ellas. Que
-Las mujeres -suspira, relamiendo cada palabra-. no se mueran nunca, que Dios no nos haga la maldad de
Las mujeres. Cosa linda en la vida.
llevárselas.

50 51
En la región en la que se crio Zuleta es normal que los 1 .111sa estaba perdida, porque si su hijo cantó antes de ha­
hombres no tengan reparos de conciencia frente a sus múl­ hliir; si fue capaz de componer y de aprenderse largas cancio-
tiples travesuras amorosas. Muchas mujeres, incluso, ven 111•s en décimas sin saber leer ni escribir; si se convirtió en
en el macho aventurero un símbolo de respetabilidad, un 1111 diablo del acordeón, desafiando el duro carácter de su
animal marrullero que por haber sido jugado en varias pla­ 1. i< > Francisco, entonces no habría poder humano ni divino
zas les inspira tanto temor como atracción, y de contera les q,w lo apartara de la música.
plantea el reto de ver si son capaces de amansarlo. Domarlo Que Emiliano fuera mujeriego tampoco le quitaba el
no significa, desde luego, ser la única en su vida sino ser 11<·110 a Sara Baquero. Lo máximo que podía hacer era acon­
la principal, el puerto de partida y de llegada, la que puede �c·jarles a las mujeres que amarraran a sus hijas, que por las
dormir con él toda la noche sin que la llamen vagabunda, e ,1lles andaba suelto un gallo de casta. Además, si se mira­

y luego echar el cuento de que ahí, en su cama, es donde él l ,.111 las cosas al derecho, Mile no era más que el típico hijo
amanece todos los días. Ni las de la casa ni las de afuera se cl1· tigre que salía pintado, ya que el sinvergüenza de su pa­
consideran las víctimas de un destino miserable. Ninguna l Ir<· solo estuvo con ella a la hora de engendrarlo, y después

piensa que está recibiendo migajas. Cada una se cree posee­ di' eso no se dejó ver ni el visaje.
dora de la mejor parte del surtido, pero en el fondo saben Con semejantes antecedentes era natural que Emilia-
que alcanza para todas. Por eso lo comparten sin problemas. 110 no se ajuiciara. Por los días en que se puso a convivir con

Por eso hasta se dan el lujo de utilizar al marido común co­ s11 primera mujer empezó su reconocimiento. Era un reco-

mo mensajero, para intercambiar sus especialidades culi­ 11ocimiento que le pertenecía más a los cantos que a él mis-
narias. Como además tienen un sentido primario del clan, 1110. Las personas que tarareaban sus versos en aquellos
preservan por encima de todo la unión de la familia: los hi­ pueblos y veredas no lo habían visto a él ni en pintura. No
jos que le nacen a la una son hermanos de los que le nacen "abían cómo era su rostro ni les interesaba. Pero recorio­
a la otra y a la de más allá, y esa ligazón de sangre no me­ !'lc111 en sus coplas el mejor correo posible, porque no les in­

rece que nadie la arruine por algo tan mezquino como los lormaba sobre lo urgente -nada era urgente- sino sobre
celos. lo importante. Por eso las acogían aunque llegaran retra­
Los hombres, por su parte, escuchan desde pequeños :-adas: venían de muy lejos y conservaban el aroma de los
un verbo que en los diccionarios resultaría pérfido pero que 111ontes. Quienquiera que fuera su autor les estaba rega­
los mayores conjugan sin sonrojarse, ya que ni a las muje­ lnndo ricas historias, contadas a la manera de las buenas
res mismas les parece ominoso: el verbo «mujerear». núnicas periodísticas: historias completas, redondas, en las
A Sara Baquero, una matrona inconfundible de la re­ q11c había burla, deliciosos arcaísmos, apuntes sobre la suer­
gión, no le preocupaba en lo más mínimo que Emiliano hi­ t <· de las cosechas, regaños para bajarle los humos a algún
ciera versos. Por el contrario, insistía en que la vena poética aparecido, guiños a una mujer amada que hoy se llamaba
del muchacho era herencia de ella. El problema era que los Manuela y mañana María.
cantos estuvieran apareados con el acordeón, un instrumen­ Conforme a la tradición, sus versos parecían destina­
to que, según ella, volvía irresponsables a los hombres. Sin dos tan solo a los compañeros de parranda y de labranza.
embargo, la vieja Sara tuvo claro desde el principio que esa l'l'ro tenían tanta gracia melódica, tanta vitalidad narrati-

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va, que a pesar de qu e no habían si do grabados aún se ex- ,1 de marido novicio lo arrearon antes de ti empo hacia una
tendieron de boca en boca, de manera espontán ea, por to- :'. habitación del segundo piso, donde lo esperaba la novia.
da la costa Caribe colombiana. En las trochas malsanas de i En su condición de animador de la fiesta, Zuleta era el
la región se desnucaban las b estias, se extraviaban los ca - i menos indicado para preocuparse por la suerte de los casa­
minantes, y los versos seg uí a n su marcha a lomo del vien- ,'. dos en su estreno. Pero, como buen chismoso, era el que es­
to, porque fueron hechos por uno de esos jugla res autén- \ taba más pendiente. Incl uso, cuando el muchacho se retira­
ticos que no necesitan fijar su voz en el papel para protegerla ba hacia la a lcoba le deseó suerte con un guiño cómplice de
del olvi do. Un juglar q ue no se de jó e xtinguir du rant e e l
su ojo izquierdo.
tiempo en que permaneció a la zaga de su propio canto. No habían pasado ni dos horas cuando el novio bajó
-Si me h ubiera tocado pagar para cantar -dice Zu­ del se gundo piso, despeinado y desencajado. Parecía venir
leta- lo hubiera hecho sin problemas. _
de un velorio y no de un festín exquisito. Ubicado en un si­
Zule ta refiere s us historias de manera lenta y lineal.
Las satura de detalles para alargarlas y regodearse con ellas. t tio estratégico en el que no era percibido por los invitados
a la parranda, el jov en aprovechó una pausa del co n junto
Y no permit e que lo desprendan de la palabra. Si lo int e ­ musical y llamó a Emiliano Zuleta con una seña de la mano.
rrumpen, o si le formulan una pregunta que maliciosamente ;i' Este acudió en seguida, diligente, descarado, como si lleva­
pretenda precipitar el final, escupe fuego por los ojos en di­ ra a ños esperando ese momento. Como si la demora lo per-
rección al insolente, y retoma el hilo del relato en el mismo judica ra a él y no al otro.
punto en que trataron de arrebatárselo. Así h asta que ter­ -Hombre, señor Emiliano-dijo el muchacho-, me
mina de sabor ear la golosina de su propio verbo. Lo qu e está sucediendo u i;t problemita y de pronto usted me p ueda
más le gusta son las anécdotas, que en su boca fluyen copio­ ay udar.
sas y continuas, como un aluvión. -Usted dirá-respondió Zuleta con un tono_ displicen-
Justo en este momento Zuleta esboza una sonrisa bri- :t te, pa ra disimular que lo m at aba la curiosidad.
bona. Acaba de recordar una de las m uchas historias diver­ -Es que llevo un buen rato encerrado en el cuarto y
tidas que protagonizó durante sus correrías como trovador no he podido h ac erle n ada a l a mu jer.
celebrado y anónimo. Sucedió a mediados de 1949, en u n -¿Cómo a sí?
caserío conocido con el nombre de Hatico de los Indios, don� -Yo más bien ya tengo es pena con ella, porque no he
de lo contr ataron para que amenizar a una fiesta de m a tri­ podido p asar d el j ugueteo ese del principio.
monio. Como hombre ducho y avispado, Zuleta supo en el ac­
Para el joven esposo fue un honor decirles a los presen­ to qué era lo qu e ocurría : el muchacho no estaba prepara��
tes que ese que estaba ahí con su acordeón era nada más ni todavía para alcanzar el fruto princip al y por eso se aburno
n ad a menos q ue Emiliano Zuleta B a quero, viejo conocido del paraíso aunque nadie lo hubiera expulsado. P ara confir­
suyo, sí señor, el compositor de «La gota fría», una pieza que mar su sospecha, el maestro no tuvo mejor idea que embos­
ya gozaba de prestigio en toda la comarca. El muchacho, sin car a su agita do interlocutor con una pregun�a maligna .
embargo, no s e quedó en el amplio patio para acompañar .1 -Bueno, pero dígame una cosa: ¿usted alguna vez que
la rumba que había inaugurado: sus afiebr adas glándulas . , no fu era hoy había· probado mujer?

54 55
El joven no estaba para dárselas de héroe sino para re­ ,1jenas para siempre, físicas ganas de morirse. Zuleta no iba,
solver un problema que consideraba gravísimo. Intuía que pues, a rechazar la oferta que acababa de recibir, por escrúpu­
la efectividad del consejo que solicitaba dependía de que los que no le pertenecían. Ahora bien: tampoco podía mos-
fuera sincero. Por eso respondió, humilde, sin pensarlo dos 1 rar su interés de manera tan rápida, porque eso sería una
veces: < lescortesía innecesaria con el marido. Para tomarse su tiem­
-No, señor Emiliano. Esta es la primera. po, lo que hizo fue expresar el temor de que la mujer no
-Ah, caramba -se pavoneó Zuleta, como si fuera el ,1ceptara y entonces él quedara en ridículo después de ha­
oráculo divino que le salvaría la vida al otro-. Ya yo sé qué hN subido hasta la habitación. El muchacho insistió en que
es lo que pasa. ,•se no sería ningún problema.
-¡Yo sabía que usted me iba a ayudar, señor Emiliano! -Ah, bueno -dijo por fin Zuleta, condescendien­
¡Yo sabía! te·-: la verdad es que yo nunca en mi vida he hecho un fa­
-Mire: lo que pasa es que las mujeres tienen dos tiem­ vorcito de esos que usted me pide. ¡Pero me sentiría muy
pos. Está el tiempo en que son señoritas y está el tiempo en rnal si le digo que no!
que son señoras. Cuando son señoras eso es facilito, porque
ya lo que había que vencer está vencido. Pero cuando son
señoritas es más difícil: hay que conocer la técnica. Lo que -Sigamos hablando de mujeres -propone el viejo
usted me dice deja dicho que usted no la conoce. Mile, socarrón.
-¿Y qué es lo que tengo que hacer? -¿Qué más va a decir sobre ellas?
-Cálmese. Tómese un vaso de agua. Y no se desespe- -No sé. Me gustaría hablarle de las mañitas que uno
re, que la desesperación no es buena para estas cosas. Ya <'mplea para conseguirlas.
verá que si se tranquiliza le va a ir bien. La periodista Griselda Gómez, quien hoy me acampa­
Zuleta le dio una palmada alentadora en el hombro y na, me mira sonriente, como si el de la gracia fuera yo. Lue­
le anunció que volvería al patio para seguir animando la go mira al viejo, que evidentemente quiere impresionarla
fiesta con su acordeón. Tenía cara de haber cumplido con su a ella y no a mí.
deber. Pero entonces ocurrió lo inesperado: el muchacho no A continuación, Zuleta advierte que frente a una mu­
se dio por satisfecho sino que le dijo a Zuleta que necesi­ jer difícil no hay mejor arma que apartarse por un tiempo
taba «un último favor». del camino. La indiferencia, según él, le desbarata el orgullo

1
-¿ Cuál sería? y la lleva a buscar al tipo con la cabeza gacha. En ese momen­
-Vea, señor Emiliano, usted que es un hombre vetera- to, como ya no está en una posición ventajosa, «es posible
no, ¿por qué no me hace el favor de estar con mi mujer? que dé lo que antes había negado».
Parte del morbo con el que Zuleta había seguido el de­ Con las dos manos en el vientre, muriéndose de la risa,
senlace de la velada nupcial se debía a que la recién casada Griselda Gómez trata de decir algo que no se le entiende.
era una hembrota de carnes prietas y caminaba con un bam­ Pasada la histeria, le recuerda a Zuleta que no todas las mu­
boleo perturbador en las caderas, esas caderas que les pro­ jeres caen en la trampa del hombre que se retira. Algunas,
ducían a los hombres que las miraban, cuando las sabían i 11cluso, hasta respiran aliviadas cuando eso sucede. Como

56 57
si llevara siglos con la respuesta preparada, Zuleta dice en- i Zuleta cree -y lo expresa guiñándome un ojo- que
¡ ior cada mujer que un hombre no consigue hay dos espe-
tonces, con la malicia de siempre, que en ese caso el hom-;
bre tampoco pierde, porque se quita de encima la mortifica-�/ 1 1ando más adelante.,
ción de una mujer que no nació para él. Griselda le pregunta� -La que no está para mí, está para otro tipo. Y eso es
al viejo que si acaso una mujer que no se acuesta con él es:: lo que se necesita, ¿oyó?, para que todos seamos felices. Mu­
una mortificación. Se nota que disfruta tirando al viejo de t jeres y hombres siempre se acotejan, porque son como la
la lengua. Zuleta le responde en el acto que la mujer que di-';: caja y la tapa. Ellas ponen la cerradura y nosotros ponemos
ce que no desde el principio merece todo su respeto. La que t la llave. ¿Así quién no se acomoda?
Y entonces, como para comprobar que, en efecto, ha
lo saca de quicio es la otra: la que muestra para atraer y lue- � '
go esconde para matar. La que pinta la cama al comienzo y i; sido un sinvergüenza temible, esgrime su prontuario:
la borra después con una patada. La que toca y se deja tocar, -Antes de casarme con la señora Carmen Díaz, yo tu­
pero sale corriendo cuando siente que la mano del hombre ve dos hijos. Mi hijo mayor se llama Cristóbal y debe andar
se pone seria. por los sesenta y seis años. El segundo lo tuve con una mu­
Ana Olivella, que está en el lavadero fregando la ropa, '. jer de Urumita. Se llama Teobaldo pero le dicen «El beato».
voltea sonriente para donde estamos nosotros. Parece más ;: Yo he tenido hijos como con seis mujeres. En La Jagua de­
interesada en la risotada fácil de Griselda que en el apunte i'. jé un hijo. En Villanueva, otro. Tuve ocho con Carmen y
de su marido. Justo en ese momento descubre que la estoy i uno con Mirce. De pronto no tengo las cuentas bien claras:
usted sabe que en el tiempo de antes uno a veces ni se ente­
mirando, y entonces gira el cuerpo y vuelve a concentrar- �) ,
se en su oficio. raba. Menos mal que uno no embaraza a todas las mujeres
El maestro aclara que, de todos modos, para que la mu- :¡ con las que se tropieza.
jer difícil busque al hombre cuando este se le pierde de vis- ·,: Zuleta ha vuelto a sentarse en la hamaca. Ahora habla
ta, se necesita que el hombre le haya caído en gracia desde ., de un caserío de La Guajira llamado El Monte de la Rosa,
el primer momento. Que la haya hecho reír, por ejemplo. O / donde vivió un tiempo. Allí, según él, hay dos clases de mu­
que le haya enseñado que no todo lo que parece verde, es jeres: las que lo odian y las que lo aman. Unas y otras se pa­
verde. O que le haya hecho pensar cosas que antes no había recen en que no pueden vivir sin mencionarlo, como lo su­
pensado. Muchas veces, añade, el problema se debe a que giere en una de sus mejores canciones:
el hombre halaga a la mujer más de la cuenta, y entonces
ella piensa que, como es perfecta, no necesita a un tipo si- ·, En El Monte de la Rosa
no a Dios. las mujeres bien temprano
Animado por la euforia que ha desatado su apunte, el se van a enjuagar la boca
viejo Mile se pone de pie, y desde esta nueva posición, sintién­ con el nombre de Emiliano.
dose ya el dueño absoluto de la reunión y del universo, enun­
cia el mandamiento central de su decálogo de perro faldero: De repente, Ana Olivella pasa frente a nosotros con un
-Por muy difícil que sea la mujer -sentencia- el platón lleno de ropa. Cuando Mile la ve, la señala con el de­
hombre es el único dueño de esa cosa que a ella tanto le do y dice que ella fue una de las víctimas del método de
gusta. la indiferencia. La mujer sonríe. Casi podría decirse que in-

58 59
terpreta las palabras de su marido como un piropo. Sin em­ Acostumbrado a hacer canciones con cuanta cosa le su­
bargo, fiel a su costumbre de escabullirse, sigue de largo ha­ ¡ ('día, Zuleta no sabía cómo contar esta historia. Por un la­
cia la sala y no escucha el resto de la historia. Cuenta Zu­ do, necesitaba denunciar a la traidora. Pero, por el otro, te-
leta que cuando quedó viudo de Mirce Molina empezó a 1111a quedar al descubierto �orno un hombre sin escrúpulos,
montarle la cacería a Ana Olivella, no para sumarla a su
rnpaz de acostarse con sus ahijadas.
lista de aventuras sino para organizarse con ella seriamen­
-Mencionar a la muchacha con el nombre verdade-
te. El tiempo pasaba y Zuleta no veía que se concretara nin­
11 > -señala- hubiera sido un irrespeto con mi comadre,
guna de las promesas que la mujer le enviaba con sus mi­
y yo siempre he sido un hombre respetuoso.
radas. Cansado, dejó de frecuentarla y hasta pensó en
En esta oportunidad el viejo no se suma a nuestras car-
marcharse de Villanueva. No había pasado ni una semana
1\1 jadas. Quien lo vea y no lo conozca difícilmente percibi­
cuando una hermana y una prima de Ana fueron a bus­
r1a la chispa de picardía que titila en el fondo de su grave­
carlo, para averiguar por qué no había vuelto a visitarlas.
Que si acaso en la casa de ellas le habían echado agua ca­ dad teatral.
liente, le preguntaron. Zuleta captó el mensaje, y el relato El problema -explica, todavía serio- se solucionó de
termina en esta casa de Valledupar donde hoy sigue junto nianera simple: diciendo el nombre del milagro pero ocul­
a Ana, después de diecinueve años de convivencia. tando el del santo. Sin que nadie se lo solicite, tararea una
-Ay, carajo -dice de pronto el maestro-. Se me esta­ t·strofa de la canción que se derivó de ese episodio:
ban olvidando los tres hijos que tengo con Ana. También me
faltó un muchachito que tuve con una hembra de El Piñal. Le comuniqué a un amigo
El viejo Mile nos advierte que a cada mujer que ha teni­ lo que le pasó a Emiliano
do, así sea de paso, le ha dedicado por lo menos una can­ pero yo tengo un motivo
ción. Él tiene que vivir para poder cantar, explica, pues no para quedarme callado
cree en esos compositores que hacen en versos lo que na­ por eso digo el milagro
die les ve hacer en la vida real. pero el santo no lo digo.
-Yo no podría emocionarme cantando embustes
-concluye, tajante. Zuleta revela que una de las mujeres más importantes
La canción que le costó más trabajo, nos informa, fue dt: su vida fue «La Pula» Muegues, a quien se refiere con un
« El milagro», inspirada en la aventura que vivió en secre­ 1djetivo rudo: «bellacona». La vieja Sara la detestaba y re­
to con una de sus ahijadas, una mujer que parecía incapaz curría a los brujos de la Provincia para suplicarles el favor
de matar una mosca y al final le jugó sucio. Zuleta añade de alejarla para siempre del corazón de su hijo. Mile, siem­
que la deslealtad no lo sorprendió en absoluto, porque él ya pre atento a los designios de su madre, quería complacerla
estaba entrado en años y la muchacha tenía un fuego que ¡wro rio podía: los bebedizos de cebolla en rama con leche
no se apagaba con cualquier lloviznita. de vaca recién parida lo hundían cada vez más en las polle­
-Uno tiene que ser realista -agrega-. Después de ras de La Pula.
cierta edad uno ya no puede con una muchacha de esas. Ahí Un día La Pula Muegues amaneció con un par de úlce­
lo mejor es que uno calme la bestia. r;1s en las corvas. No hubo remedio al que no apelara. Se un-

60 6r
Todavía hoy Zuleta no sabe si Cocoliche vio o no vio
tó Quítame este mal y Sácame de esta desgracia. Bebió con­ 1

somé de torq1za preparado por una mujer señorita. Rezó ni le importa. Lo cierto es que cuando el hombre regresó Zu­
leta no le consultó nada más sino que le pidió empleo. De
el rosario de madrugada, con el Cristo al revés. Pero las Ua- i
modo que los siguientes dos meses de su vida transcurrie­
gas siguieron progresando, hasta postrada en una cama de
ron bajo la mugrosa carpa del circo, hoy en Uribia y maña­
lienzo. A esas alturas, Mile había decidido llevársefa a Jeró­
na en San Juan, desenamorado en un lado y enamorado en
nimo Montaño y al Indio Manuel María, los dos brujos más
el otro, ajeno por completo a la suerte que hubiese corrido
afamados de la región.
La Pula Muegues.
Justo entonces ocurrió un suceso que alteró sus planes:
De la vivencia en el circo -señala Zuleta- también
llegó a Urumita, Guajira, un circo de pueblo, cuyo propieta­
salió una canción, que fue grabada por «Colacho» Mendo­
rio, según los rumores, «era casi Dios». Se llamaba «Cocoli­
za. Por solicitud mía, entona una estrofa:
che» y usaba una boa enrollada en el cuello.
La avidez de Zuleta por el diagnóstico de Cocoliche de- ,
Dos limones en el suelo
sapareció más temprano que tarde: en cuanto apareció en
yo cogí el que estaba biche
el recinto una mujer de pelo negro y ojos almendrados, que .\
voy a hablar con Cocoliche
portaba un tarro humeante con aroma de eucalipto. Venía
pa' irtne con los maromeros.
vestida con una túnica de cañamazo y traía unas sandalias
de cordobán. Tras cruzar dos miradas con ella, Zuleta com­
El viejo Mile salta de golpe hacia un burro que alqui­
prendió que el romance no iba a necesitar de mayores pre­
ló no sé dónde, para llevar a La Pula Muegues hacia Saba­
ámbulos porque ya estaba madurito. Era, concluyó en el
nas de Manuela, d\mde vivía Jerónimo Montaño. Lo acom­
instante, una mujer que le habían guardado: no más tenía
paña Andrés Salas, hermano y compadre suyo, quien viaja
que reclamarla.
a lomo de un caballo barcino. Noto que a pesar de que sue­
Aprovechando una ausencia momentánea de Cocoli- ·;
le ser meticuloso en los detalles de sus anécdotas no me ha
che, Mile se abalanzó sobre su presa sin emitir ni un mo­
contado ni cómo abandonó a la mujer d�l circo ni cómo en­
nosílabo. Guiado por el instinto, tomó su mata de cabello
contró a su compañera después de su larga ausencia. Cuan­
entre las manos, y al colocársela en el rostro sintió que se
do lo hago caer en la cuenta, me despacha con un cierto des­
desbarrancaba por un abismo sin fondo que olía a limones
dén, como si el tema que le propongo fuera secundario. Dice
tiernos. Allí estuvo retozando durante un tiempo que aún
simplemente que La Pula había empeorado y que por eso
hoy no es capaz de medir. Descarado, irresponsable. Más
era que se la llevaba al mejor brujo de la región.
como un polluelo desprotegido que como el gallo de casta
Lo importante, afirma Zuleta, es que dejó a su mujer en
que dice ser. Con el cabello de la mujer improvisó un cober­
manos de Montaña, quien se comprometió a devolvérsela
tizo seguro, adonde no llegaban ni las dolencias de La Pu-
curada en el término de dos semanas. Él, entre tanto, siguió
la Muegues ni los maleficios de la vieja Sara. Estando allí
de largo con su hermano Andrés hacia Guayacanal, para
no valía la pena preocuparse por la posibilidad de que Co-
asesorarse con el otro gran gurú de la Provincia, el Indio Ma­
coliche fuera el padre o el marido de la mujer, y apareciera
nuel María.
de repente con un machete dispuesto a dañarle el momento.
62 63
El hecho, me recuerda Zuleta, está recreado en una can­ 11ía de una andadura larga, la mujer a la cual pretendía con­
ción suya: rp1istar con la serenata era la más bonita que existía en vein­
te pueblos a la redonda. Desde el momento en que el tipo
Ay, el indio Manuel María I(' describió a la mujer, Zuleta intuyó que sería él quien ter-
111 i naría consiguiendo sus favores:
que vive en Guayacanal
ese sí sabe curar -Yo pensé: ay, papa Dios: este cliente se está matando
con plantas desconocidas. :-.olito. ¡Porque si la hembra está buena, me tiene que tocar
Ay, cómo se dejan quitar 1•s a mí!
los médicos su clientela Una vez más Zuleta se levanta de su hamaca, como en
de un indio que está en la sierra h11sca de más espacio para reafirmarse como el héroe de la
y cura con vegetal. película, el chacho de las conquistas, un terreno en el que se
nee superior al resto de los hombres.
Zuleta interrumpe su relato sobre La Pula Muegues pa­ La noche de la serenata Carmen Díaz no se dio por ente­
ra hablar de Carmen Díaz, a quien considera la mujer más rada. Fuera por desatención o fuera por su sueño tan profun­
importante de su vida. . do, lo cierto es que no se asomó por ninguna de las dos ven­
.,
-Fue la más importante -repite-, pero fue tamb1en ia nas. La que sí salió para dar las gracias fue Julia Bula, una
la que menos me sirvió, porque se gastaba un genio imp�­ prima de Carmen que, al parecer, estaba convencida de que
_
nente y quería gobernarme a toda hora, delante de mis ami­ r·I detalle era para ella.
gos. No nos quedó más remedio que abandonarnos. Un hombre como Emiliano Zuleta no nació para quedar­
-Usted le ha hecho a ella por lo menos una docena S<· con intrigas en asuntos de mujeres. Así que esa misma
de canciones. noche, mientras se despedía de sus músicos y del pretendien-
-Sí, claro, y eso a Carmen la acreditó mucho. Imagí­ 1 (' frustrado, empezó a urdir el plan que ejecutaría pocas
nese usted: ser la mujer de Emiliano Zuleta. Gracias a mí es horas después, cuando clareara el día. Volvería a esa casa de
que la conocen a ella. Sobre todo, cuando yo digo en una frente, sin aspavientos, para decirle a la tal Carmen Díaz que
canción: «Me siento lo más contento/ porque resolví casi;J_r­ 1·ra «la mujer más bonita de veinte pueblos a la redonda».
me/ si me caso en otro tiempo/ me, vuelvo a casar con Car­ En este punto, el maestro me dirige una mirada vivaracha
men». Ahí fue cuando ella cogió vuelo y se volvió orgullosa, y suelta una broma inspirada:
que no quería hablarle a nadie. Ni a mí. -Ajá, para algo que tenía que servir la frase del ca­
Zuleta se conoció con Carmen Díaz en Manaure de la ('haco.
Montaña, un pueblito del Cesar, gracias a un enamorado que Cuando Zuleta volvió a la casa donde se encontraba Car-
ella tenía. Ocurrió en un mes de diciembre. Emiliano esta­ 111en Díaz eran las diez de la mañana. No necesitó que se la
ba parrandeando con unos amigos la noche en que llegó presentaran para conocerla. Estaba sola en la sala, sentada
un señor con acento del interior del país, a preguntarle que <·n una mecedora de mimbre, pelando plátanos con un cuchi­
cuánto le cobraba por acompañarlo a llevar una serenata. llo basto. Tenía el cabello recogido en un moño de gasa mo­
Según el hombre, cuyas ropas percudidas revelaban que ve- rada, y llevaba un traje cerrado de negro desde los pies has-

64 65
ta el cuello. Más allá de su indumentaria severa, que insinuai De ahí para allá, dice Zuleta, el amorío ya estaba pila­
ba un luto más antiguo que ella misma, la mujer se gastabi· do. Por la noche volvió a la casa para ofrecerle una serena­
una estampa de faraona que invitaba a besarle los pies. «Es ta a Carmen. Esta vez -agrega vanidoso- la mujer sí se le­
una hembraza», pensó Zuleta. vantó para agradecer el detalle. Y no solo eso: salió de la casa
,
Como siempre que veía a una mujer que le gustaba, Mi� y les pidió a los músicos que interpretaran una cuarta can­
le quiso arrojarse sobre ella en el acto. Pero no lo hizo, por� ción por su cuenta, para ella bailarla con Emiliano en ple­
que percibió en su adusto semblante de doña una amenaz ' na calle. En la mitad de la pieza, Carmen se quitó un anillo
de muerte para quien se pasara de la raya. De modo que s� de oro y se lo colocó a su parejo en la mano izquierda, un
limitó a contemplarla, alelado. Ni siquiera la saludó. Y ell :, ritual muy frecuente en La Guajira por aquellos tiempos.
seguía desconchando aquellos plátanos, sin determinarlo;: En este punto, el viejo esboza una de esas risas picaro­
De pronto, a Carmen Díaz se le cayó un plátano. Mil� nas que preceden a sus chanzas.
lo recogió del suelo, le sacudió la tierra en su propio panta:.i -Apenas me vi ese anillo puesto, pensé: carajo, este
Ión y se lo devolvió. Carmen, a duras penas, le dio las gra:�, anillo está bueno para cambiarlo por una caja de whisky.
cias, reconcentrada en su faena, ajena por completo al homf Retorciéndose de la risa, Griselda Góinez exclama:
bre con cara de bobo que tenía enfrente. En ese momentci1 -¡Este viejo es la trampa!
Julia Bula entró en la sala. Había visto la última parte de l; A Zuleta le encanta el cumplido. Cuando abre la boca
escena y venía carraspeando con ironía. 1'
? de nuevo es para decir que Carmen Díaz le quitó el anillo
-Anda, prima -gritó como para que la escucharan;,
al rato de habérselo puesto, porque, avispada que era, de­
en el resto del pueblo-, por haber dejado caer el plátanc{1
bió de haber calibrado sus intenciones. El caso es que a él
vas a salir en un disco de Emiliano Zuleta. J \ .
110 le gustó esa actitud, porque consideró que era una in-
A Mile le pareció que la aparición de esta mujer era un;
.� justa señal de desconfianza.
regalo del cielo. A todas estas, Carmen Díaz no había vuelto;
-¿ Y usted no acaba de decir que pensó en beberse el
a mirarlo. .}1
anillo?
Carmen le preguntó a su prima que si el Emiliano Zulé,
-Eso fue algo chusco que se me salió para hacerlos
ta al cual se refería era el que había compuesto «La gota fría»):
reír a ustedes. Pero yo nunca haría una cosa de esas. A lo
-¡Ese mismo! -chilló Julia-. ¿Cuántos Emilianos Zuj;,
máximo que llegué con una mujer fue a pintarle pajaritos en
!etas compositores hay en La Guajira?
el cielo para que se amañara corimigo. Pero aprovechar­
Con la turbación de quien todavía no ha comprendido:·
por dónde le entra el agua al coco, Carmen preguntó que por.i me del cariño para sacarle plata o regalos... ¡nunca!
qué motivo Emiliano Zuleta le iba a sacar una canción a ella? Carmen se despidió de Emiliano porque debía regresar
-¡Porque pelaste el plátano y lo dejaste caer! -gritó,;, a Villanueva, su pueblo natal. Quedaron de verse el 6 de
Julia, remarcando con picardía el doble sentido. enero, cuando él fuera a la casa de ella para pedir su mano
Entonces a Carmen Díaz se le salió una frase inocen"., de manera formal. Ese día -le advirtió- le devolvería el
te, con la cual apretó el nudo de su propia horca: anillo. Y sería para siempre.
-¿Y dónde está el Emiliano de mierda ese? Yo siem�\ 1 Zuleta no cumplió la cita sino en abril, y además lo hi­
pre lo he querido conocer. zo por pura casualidad. Cuando regresaba de Guayacanal

66 67
hacia Sabanas de Manuela, para recoger a La Pula Muegues , -Desde chiquito fui rencoroso -dice-, y no sé por
en la casa de Jerónimo Montaña, tuvo que pasar por Villa­ qué tuve que haber salido así, si nunca vi ese ejemplo en
nueva. mamá.
-Apenas vilas primeras casas del pueblo le dije a mi Zuleta aclara, sin embargo, que jamás ha dado un paso
hermano Andrés: mierda, compadre, acabo de recordar que que pudiera conducirlo del rencor a la venganza, y tampo­
yo tengo una novia aquí. Espéreme un momentico, que voy co ha manejado sus odios de manera desleal, a espaldas de
para allá a ver si esa mujer todavía se considera novia mía. sus enemigos. Lo suyo no es levantarse de la cama pregun­
Contrario a lo que temía Emiliano, Carmen Díaz lo re­ tándose qué hará durante el día para destruir a un fulano
cibió con los brazos abiertos. Hasta buscó a los parrande­ incómodo, sino detestar a secas. Amargarse la vida viéndo­
ros del pueblo para que lo acompañaran, mientras ella pre­ le la cara al tipo que le cae mal. Pensar lo peor de él. Negar­
paraba un sancocho de gallina en el patio. Solo por la noche se de manera radical a reconocerle algún mérito, en especial
Zuleta se acordó de que había dejado a Andrés Salas espe­ si es en público.
rándolo en el cementerio. Lo mandó a buscar, pero el hom- -Es que también soy muy envidioso -confiesa sin
bre ya se había marchado. rubor.
-Qué pena con mi compadre -dice el viejo Mile, con Zuleta no concibe que pueda existir un compositor
un tono de lamentación que ni él mismo se cree. llléÍS hábil que él para improvisar, y en esto no se anda con
La parranda duró tres días, al cabo de los cuales Emi­ 111<'dias tintas: dice que su cabeza es la más inteligente, que
liano Zuleta comprendió que est\ba enamorado y le pidió •,11s palabras no tienen pierde, que su lengua es la más pi­
a Carmen que se fuera a vivir con él. A partir de ese momen­ , .111te, que sus melodías son las mejores. Cuando amanece
to, La Pula Muegues fue 'historia, materia de olvido. Del mis­ l1111nilde -una situación tan frecuente como un eclipse de
mo modo en que su rostro había reemplazado un rostro an­ ·,111 - acepta que hay compositores mejores que él. Mencio-
terior, ahora había una piel fresca donde antes había estado 11.r, por ejemplo, a Rafael Escalona, a Máximo Mobil y a Calix-
la suya. Ya vendría otra que desplazara a Carmen Díaz en el 111 Od10a. No muchos, en todo caso. La explicación del fenó-
lecho que ahora disfrutaba. En el fondo, todas ellas son la 11w110 obedecería, según Zuleta, a que quienes aprendieron
misma mujer que se renueva en los balcones, protagonistas 1 , ,·-..nibir derivan de esa circunstancia alguna ventaja para
de una historia escrita en el viento. Una historia que nunca • li11f¡¡r historias. Hecha esa pequeña concesión, vuelve por
termina, porque siempre habrá otra mujer disponible al otro �m f 11eros con un argumento rotundo:
lado de la ventana. -Si usted se pone a buscar compositores mejores que
-Estas experiencias -concluye Zuleta- son las que hniliilnO Zuleta, los va a encontrar. ¡Pero el que compuso
me han hecho cantar. Si no hubiera mujeres en este mun­ d ,, gota fría» fui yo!
do, téngalo por seguro que yo no hubiera sido compos(tor. Donde no concede ni un milímetro es en el Olimpo de
� l 1 111¡,rovisación. No hay nadie como él, repite con la boca
0,•11.1, :, la hora de repentizar. Es él quien le saca más parti­
No solo el amor predispuso a Zuleta para el canto. Tan ,ti., ,, los temas, el más aplaudido por la gente, el que doblega
'
poderoso como esa motivación ha sido el odio. El maestro JI• 1111t1·ndor de tal manera que no le deja más opción que
lo reconoce con una franqueza pasmosa: 11,·1 11·t iro.

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Las cuartetas no le gustan porque, según él, «eso lo can-:: apura al pie de la ubre; al compadre resentido por el bau­
ta cualquiera». Prefiere las décimas -«versos de diez pa/1 tizo aplazado; al sacerdote que pontifica aunque se haya ro­
labras», las llama él- porque representan un reto superior/ bado los trastos de la parroquia; a la pezuña que deja una
El maestro no tiene ningún reato para vociferar que es ca-; huella en forma de corazón; al lucero que es más alto que el
paz de contar una historia completa -y además en décima,· hombre; al enamorado que espera hallar a la novia perdida,
siempre en décima- sobre un suceso que en apariencia es'. mediante el recurso cándido de describir sus cejas encontra­
insignificante. Para demostrarlo, canta la canción que hizo '.· das; al sol, que es viejísimo pero todavía alumbra; a la hem­
el día que se mandó a lustrar los zapatos en un pueblo aje-., bra que mueve el caderaje para que Dios se sienta engreído;
no, y a la hora de pagar descubrió que le habían robado la\ a la víspera de Año Nuevo, estando la noche serena; a la ha­
plata. También se ufana de la métrica de «Con la misma'i maca que es más grande que el Cerro de Maco; al jornalero
fuerza», un merengue clásico del vallenato que ha sobrevi-; que apenas tiene una camisa, pero sabe usar la brisa como
vida a cuatro generaciones: sombrero.
Los trovadores de la región, dueños de un primario sen­
Dice Zuleta Baquero tido de la virilidad y el orgullo, también cantaban para ¡mi­
El hijo de la vieja Sara quilar a los otros. Tarareaban alto para notificarle al mundo
Me dicen que ya estoy viejo que no estaban dispuestos a permitir más gallos en su galli­
Pero no estoy viejo nada nero. Así nació la piquería, una expresión folclórica que con­
Yo estoy como una naranja siste en enfrentar a dos cantores, para que se destrocen a
Viviendo a sol y sereno punta de coplas. \

Recibo los aguaceros Cultor aventajado de esa modalidad fue Emiliano Zule-
Prendido del mismo ramo ta. Tanto le gustaba la pugna que la primera enemistad la
Y aunque se estremezca el palo buscó en su propia casa. El rival fue nada menos que An­
Nunca arrastro por el suelo. tonio Salas, uno de sus hermanos, quien -crecidito por el
efecto de un par de copas- cometió la insolencia de com­
Antes de que surgieran las voces andróginas de hoy; ,: pararse con Emiliano. El tatequieto de Zuleta fue inmediato:
antes de la invasión de acordeoneros afectados que no pa­
recen tocar su instrumento con dedos recios sino con una; Una noche en Villanueva
plumita de ganso; antes de que las composiciones se vol-¡ se quiso Taño lucir conmigo
vieran una mezcla insufrible de novelita rosa con balada·, Pero a veces me imagino
-papel higiénico de empleadas domésticas desarraiga-! Que esa es la gente que lo aconseja
das- el vallenato era una música genuina y vigorosa. Nada , Díganmele a Taño
de melcochas, ni de paños de lágrimas, ni de palabras es- , A taño mi hermano
cogidas de afán en los basureros del diccionario .. Se trata- , Qué él está muy pollo
ba de contar historias. De cantarle a la tierra mojada; al cru-' Y yo soy muy gallo.
ce de los novillos por el playón; a la leche espumosa que se i

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La puja entre los dos hermanos duró veinte años, al trario, la oportunidad de matarse las pulgas se presentó en
cabo de los cuales se habían dedicado por lo menos una do­ Guacoche, sede de Morales, de la manera más inesperada.
cena de canciones coléricas. Por cierto, ambos sienten que Zuleta había salido de El Plan hacia Bosconia para reali­
la cálida relación de la que disfrutan a estas alturas se de­ zar una diligencia personal. Cuando pasaba por Guacoche
be en gran parte a todas las ofensas que se gritaron. vio una parranda que le llamó la atención y se arrimó a cu­
-Ni Taño ni yo nos quedamos con nada guardado, y riosear. En el centro de la ronda estaba un hombrecito me­
por eso estamos en paz -dice Zuleta. nudo, que parecía un colgandejo ridículo de su propio som­
Zuleta opina que era mejor antes, cuando los hombres brero. Tenía los garbos de un monarca que cree que no hay
se contramataban con décimas y no con plomo. En seguida, más ley que la suya, y tocaba el son de monte con una
más en serio que en broma, añade que aunque ya me infor­ solvencia ofensiva, moviéndose de un lado para el otro con
mó que él y Taño se reconciliaron para siempre, «de todos una cierta vanidad, como si estuviera convencido de que,
modos a la gente le quedó claro que el gallo soy yo y el ,po­ además de buen acordeonero, era un tipo bonito.
llo es él». Zuleta pensó en el acto que ese hombre estaba muy
La discordia con su hermano no fue tan enconada co­ chiquito y muy mohoso para que anduviera con tantas ínfu­
mo la que años después mantuvo con Lorenzo Morales,. otro las. Luchando contra la primera impresión que tuvo -la
juglar valioso de la región. Azuzados por sus seguidores, de que el tipo «tocaba hasta bien»-, estuvo a punto de decir­
los dos cultivaron la antipatía a la .distancia, sin conocerse
le a uno de sus vecinos ocasionales que lo único que le ser�
siquiera. En su casa de Guacoche/Cesar, alguien le contó
vía a aquel hombre que gobernaba la parranda era su acor­
a Morales que Emiliano andaba diciendo que era mejor que
deón. En vez de ese comentario bilioso, lo que se le salió
él. Zuleta, por su parte, escuchaba con frecuencia, en su ca­
fue una pregunta mansa:
sa de El Plan, que el rey del acordeón y de los versos era Lo­
-¿Quién es el que toca el acordeón?
renzo Morales. En ese correveidile, ambos se fueron lle­
El vecino lo ignoró. Siguió mirando al hombrecito del
nand0 de razones para desplumarse cuando se encontraran.
Zuleta y Morales pasaron nueve años detestándose por centro, con la cara idiotizada por la veneración. A Zuleta le
correspondencia, lanzando coplas envenenadas en el bu­ cayó el detalle como una patada en el hígado. Ya era de­
zón del viento, para que el monstruo del odio común, que masiado: primero, tener que soportar que un enano fuera
ambos necesitaban, no fuera a resecarse por el abandono. dueño del acordeón más bonito que él había visto en su vi­
Cada agresión los lastimaba y los redimía. A ellos y a sus da. Después, descubrir que no lo tocaba mal. Y ahora, saber
corifeos. Y, de paso, iba levantando un reguero de polvos y que sus paisanos no lo estaban escuchando sino adorando.
colores en los senderos. Documentando el recuerdo. Ha­ Y, para colmo de males, sentir que él, Emiliano Zuleta Baque­
ciendo la vida llevadera mientras llegaba la hora inevitable ro, era uno más de la comparsa. Cuando Zuleta repitió la
de cruzarse en alguna vereda neutral, para desenterra}se pregunta, ya presentía lo peor:
las espinas y definir de una vez por todas quién era el man­ -¿Quién es el tipo del acordeón?
damás de la rima y del acordeón. La respuesta que recibió no solo confirmó sus sospe­
Aunque ambos eran tajantes en cuanto a que no se chas sino que, además, tuvo una carga de atrocidad con la
prestarían para un enfrentamiento en el terreno del con- que él no había contado.

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-Ese es Lorenzo Morales -le dijo el vecino, todavía un acordeón para que se metiera en la ronda y participara
sin mirarlo-. Lorenzo Morales, el papá de Emiliano Zu­ en la parranda, siempre y cuando le jurara que no lo haría
leta. quedar mal.
Golpeado en su orgullo, Zuleta le preguntó a su .interlo­ -Yo lo hago quedar bien -contestó Zuleta.
cutor que si acaso él conocía a Emiliano Zuleta para que es­ Cuando acabó la canción, el hombre se dirigió a Mo­
tuviera tan seguro de que no era buen acordeonero. La res­ rales.
puesta, esta vez, fue más insolente. -Oye, Lorenzo: aquí está un tipo con la cantaleta de
-A ese Zuleta no lo conocen sino en el pueblo de él que quiere tocar tu acordeón. Préstaselo uri momentico, pa­
-dijo el inamistoso vecino, que seguía mirando los mala- ra que se le quite la idea.
bares del dueño de la parranda-. El chacho es Moralito. Zuleta considera que lo más humillante de la escena
Zuleta se quedó petrificado. De repente, el entorno fue la amabilidad de Lorenzo Morales. No entendió cómo
se convirtió en un mapa de manchas, una cara borrd�a por un hombre con un acordeón tan bonito sobre el pecho se
aquí, una expresión de alegría por allá. Y en el centro, pre­ desprendió de él de buenas a primeras para entregárselo al
sidiendo el horror, Lorenzo Morales con sus notas de pesadi­ primer desconocido que dijo querer tocarlo. A menos que
lla. Por un momento Zuleta se vio a sí mismo como la úni­ estuviera muy seguro de sí mismo y pensara que el otro era
ca criatura que estaba al margen del carrusel, que giraba y un pintado en la pared, añade después con aire reflexivo.
giraba ante sus ojos enfermos. Se sintió como un bicho mi­ Mientras le pasaba el instrumento, Morales lo miró
núsculo en medio de engendros enormes que zarandeaban por primera vez en su vida. No había arrogancia en sus ojos,
su honor a placer, sin percatarse siquiera de su presencia. sino una especie·p.e humildad que a Zuleta, de todos mo­
Eran los colmillos del desprecio, que apenas ahora se le re­ dos, le resultó insoportable.
velaban y que lo dejaban sin reacción. -Yo me tercié el acordeón al pecho y toqué una pu­
En ese trance no duró mucho tiempo, porque al fin y ya -recuerda el maestro'-- . La toqué tan bien que alguien
al cabo -me dice ahora- un hombre como él siempre en­ destapó una botella nueva de ron y me ofreció a mí el pri­
cuentra la manera de aclararse entre el oscuro. Para asegu­ mer trago.
rarse de que esta vez su interlocutor no le fuera a responder Zuleta me explica que en aquel tiempo había un códi­
sin mirarlo, Zuleta le habló mientras le daba una palmada go de honor que determinaba que, al abrir una botella de
brusca sobre el hombro. ron, los tragos se repartían de acuerdo con la importancia
-Oiga -le dijo-. Yo también toco acordeón. de los bebedores: el primero le correspondía al acordeo­
El hombre le prestó atención por fin. Pero su mirada nero. Si había más de uno, se empezaba por el que tuviera
fue hostil. Lo reparó de pies a cabeza con el gesto de quien mayor reconocimiento y de ahí en adelante se iba des­
muerde un limón demasiado ácido, y volvió a concentrar­ cendiendo. Después seguían, en estricto orden jerárquico,
se en la faena de Morales. el tamborero, el guacharaquero, el resto de los músicos y el
Zuleta repitió el procedimiento: la palmada áspera so­ público.
bré el hombro y la información 'de que él también era acor­ A Morales le sentó mal que le hubieran ofrecido aquel
deonero. Entonces el vecino le prometió que le conseguiría primer trago a un advenedizo. En cambio Zuleta, emocio-

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nado por los halagos de la gente, pidió dos copas más y se a favor de quienes creen que el diablo es más sabio por vie­
las bebió de un tirón. Y a continuación, se dispuso a tocar jo que por diablo.
una nueva pieza. Entonces Morales, botando fuego por los Zuleta me informa que antes del tropezón que motivó
ojos que minutos antes parecían tranquilos, le arrebató el su canción más conocida hubo una cita que no se pudo con­
instrumento con un zarpazo feroz. cretar, porque Morales le dañó un pito a su acordeón para
-Traiga acá mi acordeón -fue lo único que dijo. justificar su cobardía. Zuleta creía que el segundo encuen­
Pero Zuleta, aun sin el acordeón, no quedó inerme: to­ tro, si acaso se producía, sería obra de la casualidad, pero
davía le quedaba su lengua afilada. se equivocó de cabo a rabo. Emiliano estaba parrandeando
-Oiga -le dijo a Morales, con ironía-: usted me pres­ en Urumita cuando le llegó el rumor de que en la plaza del
tó y me quitó el acordeón, y no me ha preguntado ni el nom­ pueblo había un hombre rabioso preguntando por él. Zu­
bre. leta pensó que podría tratarse de algún enamorado resen­
Morales intentó desentenderse del intruso. Abrió su tido por una hembra que perdió. Jamás habría imaginado
acordeón, amagando con tocar una nueva canción para ta­ que quien lo buscaba era Lorenzo Morales en persona.
parle la boca. Pero Zuleta no le dio respiro. Al rato de haberse marchado el hombre que le llevó el
-Yo me llamo Emiliano Zuleta Baquero. ¿Ese nombre rumor, llegó Morales.
no le dice nada? -Venía -cuenta Zuleta- con una gavilla detrás, por­
Después, los dos bandos echaron el cuento de aquel que no hubiera tenido el valor de enfrentarme estando
primer encuentro según sus conveniencias. Morales dijo solo.
que le había dado una lección a Zuleta. Zuleta dijo que Mo­ -¿Y estaba rabioso de verdad?
rales tembló de susto cuando lo reconoció. Los seguidores -Yo creo que era puro teatro. Se notaba a leguas que
del primero afirmaron que Zuleta era tan desganado que traía un repertorio preparado y por eso se sentía valiente. A
ni siquiera cargaba un acordeón propio. Los seguidores del mí no me van a salir con el cuento de que Lorenzo había ve­
segundo advirtieron que Morales se corrió como los gallos nido a improvisar conmigo.
bastos. Unos y otros coincidían en que había que propiciar Zuleta señala que, en principio, sus amigos se opusie­
un cita definitiva, para saber de una vez por todas quién era ron al enfrentamiento, porque ,él estaba borracho y no ha­
el mejor. bía dormido en dos días, y en cambio Lorenzo Morales se
Pasaron muchos años, sin embargo, antes de que Zu­ encontraba en sus cabales. Sin embargo, añade, él no iba
leta y Morales volvieran a verse las caras. Según Zuleta, por­ a desperdiciar la oportunidad que había buscado durante
que Morales estaba muerto de miedo. Y según Morales, tanto tiempo.
porque Zuleta lo esquivaba. Lo cierto es que, desde sus dis­ Emiliano tocó primero y lo hizo con una torpeza bochor­
tanciadas trincheras, siguieron disparándose con versos. nosa, que él atribuye a su borrachera. Lorenzo se dispuso a
Ambos perdieron la cuenta de las canciones que se dedica­ aprovechar su turno con la cara de felicidad del que se va
ron en aquellos años de ofuscación. Muchas de esas cancio­ a comer una mogolla. No contaba con que en la cuerda con­
nes, a propósito, son de una calidad lamentable. Que a estas traria había gente tramposa, decidida a sabotearle la pre­
alturas los dos hayan conseguido olvidarlas es un argumento sentación.

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-Esto no puede seguir -planteó uno de los segui­ mientras se presentaba la ocasión de darse por fin el abra­
dores de Zuleta-. Emiliano está muy borracho y hay que zo que ambos querían sin saberlo.
acostarlo para que se recupere. Vamos a continuar la pi­ Así las cosas, no fue raro que a las cinco y quince de la
quería a las cinco de la madrugada. madrugada, cuando dos de los parranderos fueron a buscar
Zuleta reconoce que dejar a Morales solo, como un a Morales, encontraran la cama vacía.
cualquiera, no fue precisamente una muestra de buena edu­ Zuleta asegura que apenas se enteró de lo que había
cación. Pero no se arrepiente, porque sabe que era el único sucedido, se le ocurrieron dos de los versos de su canción:
camino que le quedaba para no darle a Morales el gusto de
decir que le había ganado. En su favor, alega que enfrentar Te fuiste de mañanita
al otro sin haber dormido no iba a servir, de todos modos, sería de la misma rabia.
para definir quién era el mejor. La verdad se sabría cuando
ambos estuvieran en igualdad de condiciones. üJos dos bo� Tal y como la primera vez, cada uno cantó y contó el
rrachos o los dos buenos y sanos. cuento a su manera. Morales dijo que Emiliano era trampo­
-Además -dice el maestro con un guiño burlón-, so y embustero. Zuleta le llamó cobarde al derecho y al re­
mis amigos desagraviaron a Lorenzo. Porque mientras yo vés. Y así, el círculo vicioso volvía al mismo punto: las co­
dormía, ellos lo contrataron para que siguiera animando la plas desde lejos, la ojeriza que no mata ni engorda. Lo único
parranda. Que no se le olvide que por cuenta de mis amigos novedoso, en esta ocasión, fue que Morales apeló al color
se ganó cincuenta centavos. de la piel para lastimar: le dijo a Zuleta que era un blanco
Zuleta calcula que habían pasado dos horas cuando des- descolorido. Y ad�más lo llamó hijo de puta. Fue en ese mo­
pertó y escuchó el acordeón de Lorenzo Morales. Entonces mento cuando EÍ'niliano Zuleta se sentó a hilvanar los ver­
sos de «La gota fría», que le salieron de chorro.
se levantó de la cama, volvió a la reunión y planteó reanu­
dar la contienda. Esta vez fue Morales el del desplante: di­
Morales mienta mi mama
jo que le dolía la cabeza, que él también tenía derecho a dor­
solamente pa' ofender
mir, que el reto que valía era el primero, no el segundo. Y
para que también se ofenda
que solo aceptaría el desafío a fas cinco de la madrugada,
ahora le miento la de él.
después de que hubiera descansado.
De modo que los papeles se invirtieron: Zuleta se que­
El título de la canción, explica Zuleta, se debe a una
dó en la parranda en la que había estado Morales y Morales
historia que le escuchó a un ex presidiario. El hombre ha­
se fue a dormir en la cama en la que había dormido Zuleta. bía estado recluido ert Tunja, Boyacá, dentro de un calabo­
El cuento se alargaba -y aún se alarga- de manera perni­ zo que en el piso era caliente y por el techo filtraba una go­
ciosa, lo que confirma que, en el fondo, fue más una guerra ta helada, interminable, que no mataba de pulmonía sino
de compadres que de enemigos. Parecidos, casi idénticos en de tristeza. El cuento del ex convicto causó revuelo en La
el carácter y en el talento, los dos se sentían a gusto en una Guajira, me informa el maestro. El que recibía un castigo, o
reyerta que no era más que polvorín para la platea, alha­ le iba mal en alguna siembra, o perdía una pelea, era rema­
raca para mantener vivo el odio sin necesidad de matars� tado con esa frase lapidaria: le cayó la gota fría.

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Qru 1 criterio, 1¡11P criterio -Él está más enfermo que yo y, sin embargo, viaja espe­
vo o /'erl('r� u.n ne.<Jro yumeca cialmente para verme, como si pensara que me voy a morir
como Lorenzo Morales JJrimero que él. Y siempre se presenta con una ollita de san­
Qué criterio va a tener cocho. No más le falta que me ponga un babero y me la dé,
Si nació en los cardona/es. cuchara por cuchara.
Zuleta carga con su compadre adonde quiera que lo in­
Zuleta pronuncia ahora un lugar común: la canción fue vitan a dar un concierto, porque estima apenas justo dejar­
el comienzo del fin. Después de haberse gritado pálido y ne­ lo participar de las ganancias que ayudó a forjar. Sabe que
gro yumeca, embustero y más embustero es él, hijo de puta sin él su canto habría quedado inconcluso. Sabe que el odio
y yo también le miento la de él, cobarde y más cobarde se­ paciente y disciplinado de Morales fue la mejor arcilla posi­
rás tú, los dos se habían quedado sin agravios. Así fuera por ble, porque le permitió pegotear sus versos de mil maneras,
física sustracción de materia, no les quedaba más remedio hasta que le salió una obra maestra. Sabe que los dos están
que hacer las paces. El que tomó la iniciativa fue Zuleta, un condenados a perpetuarse juntos.
día que se encontró a Morales en la plaza de Urumita. Ningu­ Hace poco a Zuleta se le ocurrió que apostaran un di­
no de los dos se había bebido un trago de licor, por lo que nero, a ver quién se moría primero. Morales consideró que
el acercamiento -presume Zuleta- no fue una simple za.la­ la apuesta era una tontería, porque de todos modos el perde­
mería de borrachos. Ese día se pusierop a ver que los únicos dor se iría de este mundo sin pagarla. Y propuso, más bien,
que ganaban con su discordia eran los ..chismosos que no sa­ hacer un pacto de sangre: cuando uno de los dos se muera,
ben vivir sin sembrar cizaña. Gente que nació para ser bul­ el otro deja de tocar el acordeón para siempre.
to, compañía de ocasión, y que no le daba por las rodillas a A Zuleta le sigue sonando la idea. Pero ahora, con su
ninguno de ellos dos. cara de truhán, me dice que está seguro de que Morales se
Pienso -y se lo digo al maestro- que como no pudie­ va a morir primero.
ron matarse, como Morales no se lo llevó a él, ni él se llevó -Y cuando eso suceda -remata, haciendo esfuerzos
a Morales, ni se acabó la vaina, optaron por el recurso fácil por contener la risa- yo voy a seguir tocando escondido.
de declararse empatados en un estadio superior, desde el
cual pudieran vivir su delirio sin estorbos, por encima de * Esta crónica fue uno de los cinco trabajos finalistas
los demás mortales. Zuleta me responde que la admiración del premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoame­
y el cariño que le profesa a Morales son sinceros. Que lo que ricano en el año 2004-
pasa es que ambos son muy envidiosos -«competentes
pero envidiosos»-, y por eso tardaron mucho tiempo en
descubrir que nacieron para quererse. Además, me informa
que Lorenzo lo puso de padrino de uno de sus hijos, que
conversan por teléfono casi todos los días -«cuando yo no
lo llamo, me llama él a mí»- y que en la casa de Morales
no se prepara ningún plato especial al cual no lo inviten a él.

80 Sr

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