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(-> templo, altar, teofanía). Hay en la Biblia muchos lugares santos, como Betel*
y Sión*. Especial interés ofrece el santuario del monte Sinaí-Horeb, donde el
Angel de Yahvé se le apareció a Moisés, en la zarza de fuego, diciéndole: “No te
acerques, quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra santa” (Ex
3,5-6). Por un lado, Dios provoca y atrae con su fuego, con su llama. Pero, al
mismo tiempo, mantiene a los hombres alejados: si ellos se acercaran arderían.
La santidad del lugar se expresa también por la necesidad de descalzarse, es
decir, de caminar con humildad, sin interponer nada entre los pies y la tierra. El
texto no dice eretz (tierra en sentido general) sino adamah, que es más bien la
tierra humanizada: sobre la montaña de Elohim se ha circunscrito, en torno a la
zarza ardiente, un lugar de presencia de Dios. Al ponerse descalzo sobre el suelo
sagrado Moisés deja de contaminar la tierra y a la vez recibe por sus mismos
pies desnudos la sacralidad de esa tierra, entendida como signo de presencia de
Dios. El Dios de los oprimidos, que llamará a Moisés para que vaya a liberar a
los hebreos de Egipto, es el mismo Dios del fuego y de la tierra santa al que han
venerado desde antiguo los fieles de las religiones cósmicas.