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RELATOS DE LA ABUELA
“Sí, así fue”- dijo-. “Cuando nació y al ver que nació mujer, sacó el machete, picó
el estómago de la niña y después el de la mamá. Las mató. Lo que no imaginó es
que, después de eso, ninguna mujer lo quiso como marido, así que, murió solo”.
Cuando vayan al monte a traer leña, nunca vayan solas, sean serias, porque el
espíritu del cerro las puede escuchar y se las puede llevar. Recuerden, él es el que
decide qué se hace, porque es su cerro. No jueguen con las plantas, no corten
árboles verdes, sólo recojan la leña seca, la que está tirada, o corten los árboles
que ya murieron, se puede saber que han muerto porque están ligeros, los golpeas
un poco y se escuchan un poco huecos. Muchacha, así se agarra el machete, corta
de abajo, con cuidado, que no se te caiga encima el tronco, porque te parte la
cabeza. Dale duro, en un solo lugar. Verás que cae pronto. Consejos de la abuela.
Estamos en el monte, en Tzilontzingo, el cerro que tiene vida, donde habita uno de
los espíritus más fuertes y a quien hay que temerle, entre la Sierra Alta y la Huasteca
de Hidalgo. Cerca, están las piedras pintadas, llamadas así porque tienen grabadas
algunas figuras. Mi hermana y yo, hemos sido castigadas por lo que nos toca ir a
cortar y cargar la leña, andamos, cada una, con machete en mano, cortando y
buscando leña seca. En ocasiones se escuchan ruidos extraños “es un conejo”, dice
mi madre. Se escucha el murmullo del monte, hay vida, tiene vida.
Finalmente está el tercio completo, la leña está amarrada con un lazo y, con ayuda
del mecapal, lo cargamos. Cada una de nosotras, mi madre, mi hermana, mi abuela
mi tía, una prima y yo, llevamos en la espalda la leña. El regreso es pesado, subir
los cerros que nos llevarán a casa. Estoy contenta, porque la abuela siempre lleva
tacos en el mandil, una botella de café… alimentos que están destinados a comerse
cuando hagamos un descanso. Como soy pequeña y padezco de los huesos,
decidimos descansar después de un rato. Mi abuela observa la posición del sol y
dice “tenemos tiempo, descansemos un rato”. Nos acomodamos bajo las sombras
de varios árboles, encinos en su mayoría; café, fresco, rico, de la cosecha reciente.
Tortillas con un poco de salsa y huevo… comemos mientras dejamos que el viento
nos refresque. Estamos a un costado del potrero que pertenece a uno de los
hombres rancheros, es enorme. Podemos ver el ganado que está pastando, pero
llama la atención dos caballos, negro y blanco, que pastan justo frente a nosotras.
Son hermosos, su pelo brilla. Mientras los observo, pienso que también nosotras
deberíamos tener caballos, no sólo los rancheros, cuyo estatus se mide por la
cantidad de ganado y tierras que tienen. Ellos, afirman que sólo las indias cargan
leña en la espalda. Indias ¿qué es eso?
Cargamos nuestra leña, de nuevo, en la espalda. Nunca entendimos qué pasó ese
día. Mi abuela, madre y tía preguntaron si había fiesta en el pueblo cercano. No,
nunca hubo fiesta así que no había música. La abuela tenía razón, por algún motivo
el espíritu del cerro se acercó. Gracias abuela por las enseñanzas, por tu
ancestralidad, por mostrarme que hay vida más allá de la concreción humana.
Añorando el aroma del monte, del agua, el sonido del viento… te agradezco.