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Razón o revelación | Edición impresa | EL PAÍS https://elpais.com/diario/2005/02/26/babelia/11...

CRÍTICA:

Razón o revelación
26 FEB 2005

Leo Strauss, ideólogo de los neoconservadores en


Estados Unidos, plantea en este ensayo que toda
ENRIQUE LYNCH
teoría política se dibuja sobre un fondo que no
resulta racionalizable.

El auge actual de la ideología llamada neoconservadora en Estados


Unidos, cuya manifestación más sonada ha sido el triunfo de George
Bush hijo en las elecciones de noviembre, ha dado inopinada popularidad
a Leo Strauss, identificado como una suerte de gurú intelectual de los
llamados neocons, nombre que se da a una corriente de opinión
actualmente hegemónica en los círculos gubernamentales de Estados
Unidos. La fórmula neo-con siempre me ha parecido absurda, ya que es
propio del pensamiento conservador conservarse tal cual y, por tanto,
permanecer ajeno a la idea de un cambio o de una renovación. Los
conservadores piensan siempre lo mismo: son sus adversarios los que
identifican las diferencias en ellos, diferencias que las más de las veces
expresan cambios de postura en las ideologías alternativas al
conservadurismo. Neo-con, por lo demás, puede resultar una etiqueta
incluso irrisoria, sobre todo si la leemos (y la pensamos) en francés...

¿PROGRESO O RETORNO? ¿Por qué se identifica a Leo


Strauss como numen de los
Leo Strauss
neoconservadores
Introducción de Josep Maria Esquirol y
norteamericanos? Strauss fue
traducción de Francisco de la Torre
un intelectual judío alemán,

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Paidós. Barcelona, 2004 emigrado primero al Reino


212 páginas. 12,50 euros Unidos en 1932 y más tarde a
Estados Unidos donde, tras
enseñar en la New School for
Social Research, de Nueva York, ocupó una plaza como profesor de
Filosofía y Teoría Política en la Universidad de Chicago, donde desarrolló
entre 1949 y 1968 una carismática actividad docente que habría de tener
gran influencia en los medios académicos y políticos conservadores de
décadas posteriores. Entre sus seguidores reconocidos está Allan
Bloom, también profesor en Chicago, autor de un libro emblemático de la
era Reagan: El cierre de la mente moderna (Plaza & Janés, 1989), donde
se hace un balance sombrío del estado de la cultura y la educación en
Estados Unidos tras la revuelta estudiantil de los sesenta y setenta y la
renovación subsiguiente, y un número considerable de funcionarios
conspicuos de los gobiernos republicanos, entre los que se cuentan Paul
Wolfowitz y Abram Shulsky. Pero más allá del hecho anecdótico de que
Strauss hubiese influido entre los republicanos conservadores o de que
fuera un personaje célebre por su talante elitista y autoritario, muy a
contracorriente del tópico del judío progresista centroeuropeo, lo único
que permite asociarlo con el llamado neoconservadurismo es su postura
radicalmente crítica del pensamiento político racionalista moderno e
ilustrado. Para Strauss la modernidad sólo ha servido para introducir la
confusión en el paradigma de la teoría política clásica antigua, cuya
transparencia es subrayada en los muchos comentarios de autores
antiguos que componen sus obras más conocidas.

Lejos de reconocerse irracio-


nalista, Strauss se presenta no obstante como adalid del racionalismo
antiguo, que asocia con la figura de Sócrates, a quien no tiene en
absoluto como personaje literario sino como figura política, militar e
intelectual de todo derecho y con perfil y cualidades propias. La primera
sección de este volumen se compone de cinco lecciones sobre el
pensamiento socrático en torno a la política y la justicia, pero enseguida

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se ve que la reivindicación de Sócrates, que Strauss hace contrastar con


los testimonios y crónicas de Aristófanes, Jenofonte -a quien Strauss
califica de tonto, página 68- y Platón, se propone trascender las
limitaciones de los cronistas en materia de política, y sobre todo,
descalificar las tradiciones a que han dado pábulo en la modernidad.
Puesto que se trata de una transcripción de exposiciones orales en gran
medida compuestas de largas y minuciosas paráfrasis de los textos
clásicos, la lectura de estas lecciones es farragosa y a menudo confusa,
aunque permite apreciar el estrecho vínculo del pensamiento de Strauss
con la recreación de una antigüedad que es, cuando menos, muy singular
e idiosincrásica.

La segunda sección, que da título al volumen, da una idea de por qué se


lo tiene como un pensador reaccionario y también cuánto hay de
simplificador y de equívoco en este epíteto aplicado a Strauss. Tras la
revisión de su ascendencia judía y de la tradición bíblica, Strauss
describe una serie de filigranas argumentativas platónicas hasta que
consigue plantear una oposición retórica entre un judaísmo
esencialmente girado hacia una revelación original, en el pasado, y por
tanto, opuesto al presente y al futuro, y otra tradición -moderna,
racionalista y secularizada-, vuelta hacia la esperanza futura y enajenada
en la defensa de una insostenible idea de progreso que ha alcanzado,
piensa, una crisis terminal en nuestra época. Una lectura muy personal
de la teología política de Spinoza le sirve para desembocar en un final
ecléctico: no hay filosofía que no se funde en una revelación, ni
revelación que no requiera de la filosofía para hacerse comprensible,
fórmula presentada como "tensión fundamental" de la superioridad
espiritual de Occidente. Uno se pregunta por qué no de la debilidad de
Occidente, pero tanto da porque es obvio que la postulada tensión entre
razón y revelación es un capítulo más de la recurrente tesis de Strauss
de que toda teoría política se recorta sobre un fondo no racionalizable,
toda norma presupone un acto de fuerza denegado y toda esperanza
justiciera una profesión de fe no reconocida. En suma, que el derecho

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natural y la política como una variante de la teología nunca fueron del


todo suplantados por el racionalismo moderno.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de febrero de 2005

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George W. Bush, en primer plano, y, al fondo, Donald Rumsfeld. REUTERS

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