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Hobbes y Posapocalipsis - Odt
Hobbes y Posapocalipsis - Odt
¿Por qué los seres humanos vivimos juntos? Según escribió en De Cive hay
varios motivos para ello. Si nos asociamos por razones de comercio, cada uno
no estará mirando por el bien del prójimo, sino por el de su propio negocio. Si
es para desempeñar algún proyecto, añadía, se producirá una cierta amistad
de conveniencia, que tiene más de envidia que de verdadera amistad, y de la
que a veces pueden pueden surgir algunas facciones, pero nunca buena
voluntad. En tercer lugar también puede ocurrir que nos reunamos con una
finalidad puramente lúdica, para disfrutar de la mutua compañía. Nuestro autor
admitía esa posibilidad, sí, pero a continuación procedía a mirarla más de
cerca. En tales encuentros lo que más nos gusta es hablar de los demás, y no
de forma generosa precisamente. Por ello, sugería, «no anda desacertado
quien tiene la costumbre de marcharse de las reuniones siempre el último».
Pero este ilustre pensador no quería ser tachado de receloso y admitía que,
aparte de hacerle pitar los oídos a los ausentes, esos momentos de alegre trato
social podían dar lugar a otros comportamientos, y cito un párrafo que no tiene
desperdicio:
Si acontece que una vez reunidos los hombres pasan el rato contando historias,
y uno de ellos empieza a contar una que se refiere a sí mismo, al instante
todos los demás quieren también, de una manera avariciosa, hablar de ellos
mismos. Si uno relata un hecho prodigioso, los demás te hablarán de milagros,
si han tenido experiencia de ellos; y si no, se los inventarán. Por último, diré
algo de quienes pretenden ser más sabios que otros. Si se reúnen a hablar de
filosofía, fijaos en cuántos hombres quieren ser tenidos por maestros; y si no lo
son, no solo no aman a sus compañeros filósofos, sino que hasta llegan a
perseguirlos con odio.
La base de su edificio teórico era lo que denominaba ley natural, que consistía
en «un precepto o regla general, descubierto mediante la razón, por el cual a
un hombre se le prohíbe hacer aquello que sea destructivo para su vida, o
elimine medios para conservarla». De esa forma, partiendo de que la
naturaleza nos ha hecho lo suficientemente iguales a todos como para que
hasta el más débil pueda matar al más fuerte bien con sus propias manos o en
contubernio, existe una desconfianza inicial de todos hacia todos que se ve
reforzada por el hecho de que esa misma igualdad hace presentes en todos
nosotros tres inclinaciones que son la mecha de la violencia y la guerra: la
competencia, la desconfianza y la gloria. La primera surge de la limitación de
los recursos disponibles, y dado que todos creen tener derecho a ellos la
fricción es inevitable. La segunda proviene del afán de seguridad, es decir, el
miedo a ser atacado muchas veces puede llevar a realizar un ataque
preventivo. Pero a su vez el adversario, aunque no quiera atacar, puede temer
un ataque preventivo y lanzar el suyo antes… Una espiral de desconfianza
paranoica que inevitablemente desemboca en la guerra y que fue mucho
tiempo después magistralmente expuesta por Groucho Marx en Sopa de
ganso:
Cada hombre debe procurar la paz hasta donde tenga esperanza de lograrla; y
cuando no puede conseguirla, entonces puede buscar y usar todas las ventajas
y ayudas de la guerra.
Un hombre debe estar deseoso, cuando los otros lo están también, y a fin de
conseguir la paz y la defensa personal hasta donde le parezca necesario, de no
hacer uso de su derecho a todo, y de contentarse con tanta libertad en su
relación con los otros hombres como la que él permitiría a los otros en su trato
con él.