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Dejarnos convertir por Jesús que nos llama: Una conversión de Corazón. Zaqueo y su casa.

Lucas 19, 1-10

Jericó – Jericó, donde la producción y la exportación de bálsamo eran muy importantes.


En el tiempo de Cristo, Jericó era un lugar importante produciendo muy buenos ingresos a la familia real. Dado que el
camino de los vados del Jordán a Jerusalén pasaba por Jericó, ésta se convirtió en un paraje para los peregrinos galileos
que iban a Jerusalén, y para quienes llegaban por el sur de Perea para evitar contaminarse por el contacto con los
samaritanos. De ahí que Jesús pasara por Jericó en varias ocasiones. Cerca de ahí están los supuestos sitios de su
bautismo en el Jordán y sus tentaciones en el monte Quarantania, al oeste de la ciudad. Cerca de la ciudad fue donde
Jesús sanó a Bartimeo y a otros ciegos (Mt 20:29-34). La conversión de Zaqueo ocurrió allí, y es una de las narraciones
más gráficas en los Evangelios. En la parábola del buen samaritano, el viajero fue atacado mientras viajaba de Jerusalén
a Jericó. Era un lugar importante. Podemos entender que ser cobrador de impuestos en este lugar era muy lucrativo.

Zaqueo – Significado: Inocente, justo, puro; algunos otros dicen que de ahí viene el verbo “saquear”.
Sin embargo era “Jefe de los cobradores de impuesto y muy rico” Lc, 19, 2. Sus bienes eran fraudulentos y productos de
corrupción. De exprimir al pueblo de Dios para complacer al imperio romano. Vende patria. Esta condición o estilo de
vida era propia de un pecador, publicano. De los que habían hecho del dinero su dios a pesar de ser judío de nacimiento
más no practicantes de la ley. ¿Cómo está nuestra vida? ¿Cuál es el común denominador de tu estilo de vida?
¿Quién/qué es tu dios?

Tenía curiosidad. “Quería ver cómo era Jesús” Lc. 19, 3a. Seguramente admiraba Jesús en secreto. Zaqueo está
desesperadamente anhelante por ver a Cristo. Este anhelo por parte del publicano es un testimonio de que, a pesar de
una vida indigna de la ley de Dios e indigna de él en cuanto hombre, había conservado en el fondo de su corazón un
sentimiento de lo verdadero y hermoso, de la medida humana de las cosas (de ahí el significado de su nombre), y que
ello es capaz de encontrarse con la medida divina de las cosas. Y en este apasionado deseo suyo de ver a Cristo cara a
cara se encuentra con dos dificultades: es un hombre de poca estatura, por cuya razón tiene que buscar el medio de
atraer la mirada del Señor; pero este medio va a convertirle en objeto de irrisión. Es un hombre pequeño; tendrá que
trepar a un árbol. ¿Has tenido curiosidad de probar si Jesús es real? ¿Te has preguntado si puede sacarte de tu situación?

Muchedumbre. “pero no lo conseguí en medio de tanta gente” Lc. 19,3b. Al pasar Jesús por Jericó había mucha gente
reunida con la esperanza de ver cómo era ese profeta del que tanto se oía. Había mucha gente por la importancia del
lugar y por la fama de Jesús. La multitud impedía un contacto directo, impedía siquiera la posibilidad de verlo, por su
condición de pecado no podía mezclarse en medio de todos porque podía “contaminarlos”, estaba sucio, estaba impuro.
Sería de esta manera imposible verlo, mucho menos acercarse. Pero el mundo (lo que simboliza la muchedumbre) no le
impidió cumplir su anhelo. Se las ingenió para ver a Jesús. ¿Cuántas veces el mundo te ha impedido ver a Jesús? (futbol,
internet, tecnología, trabajo, dinero, estrés, pagos y deudas, “amig@s”, placeres, títulos, etc.)

Baja Estatura. “"pues era de baja estatura” Lc. 19, 3c. Su baja estatura le impedía ver a Jesús. Entonces corrió
adelantándose para subirse a un árbol y desde ahí poder contemplar a Jesús en el momento en que pasara. Lc. 19, 4.
1. El árbol. ¿Por qué no subirse a un caballo que demuestre su poder económico? ¿O al techo de la casa? Sino a un
árbol. El árbol te expone a burlas y críticas. Pero el árbol lo podemos ver desde una visión mesiánica en esta
perspectiva: El árbol puede llegar a ser signo de maldición cuando se utiliza como patíbulo para los condenados
a muerte (Gen 40,19; Jos 8,29; 10,26; Est 2,23; 5,14): el ahorcado, que de él pende, mancilla la tierra santa, pues
es una maldición de Dios (Dt 21,22s). Ahora bien. Jesús quiso tomar sobre si esta maldición (Gal 3,13). Llevó
nuestras culpas en su cuerpo en el leño de la cruz (1Pe 2,24), y en él clavó la sentencia de muerte que se había
dictado contra nosotros (Col 2,14) Por el hecho mismo, el árbol de la cruz vino a ser el «leño que
salva» (Sab 14,7): está abierto el camino que conduce al paraíso hallado y nosotros comeremos del árbol de la
vida (Ap 22,2.14). El mismo antiguo signo de maldición se ha convertido en este árbol de la vida. Por eso Zaqueo
encuentra el árbol de la vida.
2. ¿No somos todos nosotros seres humanos muy pequeños frente a la divinidad de Jesús? Esto nadie lo puede
discutir. ¿Pero acaso no estamos eclipsados en medio de la multitud e impedidos de ver? Nos ha pasado a todos,
una vez u otra, que tenemos que subirnos a una altura que no es la nuestra, que está por encima de nosotros
mismos, para aparentar, para ver hacia abajo a los demás, para sentirnos más grandes, cuando seguimos siendo
tan pequeños y tan pobres como los demás que necesitan de algo superior para superar situaciones muy
particulares, y por eso no nos sirve de nada aparentar. Pero buscar creativamente apoyarme de algo para ver y
en ocasiones, cuando intentamos ser más altos de lo que somos para encontrarnos cara a cara con Dios (como
hizo Zaqueo al subir al árbol), corremos el riesgo de provocar la sorpresa y la burla. Irrisión es lo que
generalmente nos frena más categóricamente que cualquier otra cosa en nuestra búsqueda de Dios. Ser
duramente criticado, ser atacado abiertamente, ser desaprobado, esquivado y rechazado… es mucho más difícil
tolerar la burla y las risas, la crítica y hasta las amenazas de cambiar, cuando nuestra intención verdadera es
buscar a Dios. Es más fácil no subirte al árbol. El problema es que te pierdes de la salvación y corres el riesgo que
pase de largo sin que la veas.

La Mirada de Jesús. "Cuando llegó Jesús al lugar, miró hacia arriba” Lc. 19, 5a. “Y Jesús se detuvo, no pasó de largo
precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había
mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo,
a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los
ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros
puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia,
cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas
circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.
Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del
pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él
ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre
presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos
que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra
nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida”. (Homilía de S.S.
Francisco, 21 de septiembre de 2015).

La actitud de Zaqueo. “Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa. Zaqueo bajó rápidamente y
lo recibió con alegría” Lc, 19, 5b-6. ¡¡¡Se fijó en mí que soy pecador, al que todos ignoran y se apartan cuando paso.
Estoy en el árbol para ver, pero no imaginé que me viera. No lo puedo creer, me miró!!! Qué actitud tan hermosa la de
Zaqueo, que conociendo sus pecados, acepta al Señor y atiende rápidamente a su petición. Todos los cristianos
podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del Señor y una prontitud alegre, porque no hay mayor
motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días.

Un árbol que da frutos. "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le haya exigido algo
injustamente le devolveré cuatro veces más” Lc. 19, 8. Zaqueo no podía seguir siendo el mismo después de conocer
personalmente a Cristo. Decide restituir a toda persona que haya engañado. Da de lo que posee. Da de lo que robó. Da y
reparte lo que lo tenía atado al pecado y se libera. ¿Cuál es tu riqueza? ¿Te has enriquecido a costa de otros/ de tu
familia? Como al joven Rico: vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme.

Salvación para ti y los tuyos. "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de
Abraham." "El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" Lc. 19, 9-10. Y Cristo, que conoce el
corazón de cada hombre, le da la buena noticia. Cuando Cristo entra en casa de Zaqueo, es recibido con reverencia y
alegría; esta consideración a Dios, esta alegría en presencia de Dios se ponen de manifiesto en la vida de Zaqueo en su
verdadera conversión, en un acto de arrepentimiento, de metanoia, que significa una dirección completamente nueva
en su vida. Porque se ha encontrado con Dios, porque este encuentro ha despertado en él la vida y alegría, porque su
alma lisiada se ha dilatado hasta el punto de ser verdaderamente humana, con toda la profundidad de un alma humana
en paz con Dios, Zaqueo despeña su pasado. Está dispuesto a corregir lo torcido, anhela comenzar una vida nueva, libre
del pasado, en un acto de confianza en Dios, en un acto de fe. Todo esto es lo que reconoce Cristo, cuando dice:
«También éste es hijo de Abraham»: pertenece a la raza de los que podían creer, no con un acto de credulidad, sino con
un acto de entrega total. Por eso «fue día de salvación para aquella casa» Todo lo que hice ya no lo puedo cambiar pero
quiero enmendar en la medida de lo posible. En la familia podríamos decir “las heridas que te hice no las puedo cambiar,
pero quiero ayudarte a sanar y lo que si va a pasar es que ya no haré más heridas. Sintámonos dichosos porque el Señor
ha venido a buscar lo que estaba perdido, es decir a usted y a mí, que somos pecadores. Si tú te decides a seguir a Jesús,
si decides subirte a un árbol para buscarlo, si te decides a saber algo de él aunque sea por curiosidad; no importa te si te
sientes digno, no importan tus pecados, no importa tu condición social, no importa lo que hayas hecho, no importa nada
de tu pasado, PERO SI IMPORTA TU BÚSQUEDA, TU ARREPENTIMIENTO, TU DESEO DE CAMBIAR, DE SER MEJORES, DE
AYUDAR A TU FAMILIA SALIR ADELANTE; SI IMPORTA TU VIDA ENTERA HOY ANTE JESÚS QUE DICE: El Hijo del Hombre
ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

No sé cuál es la situación de tu vida, pero si Sé que tienes necesidad de Dios. Hoy no te puedes ir de aquí dejando que un
“delincuente” que destruyó muchas familias con los impuestos y la corrupción con la que vivió (parecido a los políticos
de nuestro tiempo), te gane. No puedes conformarte con poco. No puedes dejar que Zaqueo te gane. Pues él encontró
la Salvación ese día y muy seguramente se ganó el cielo. Tú no puedes dejar que este corrupto que ganó el cielo se vaya
con salvación y tú te quedes con tu mediocridad, tu miseria, tus problemas, tu situación, y para más fregar, SIN
SALVACIÓN. No. Hoy te invito a que te robes también la salvación como estos publicanos, Zaqueo, Mateo, o como el
buen ladrón en la crucifixión; tu eres más que eso, tu eres salesiano, tu estas en Fusalmo, tu eres hijo e hija de don
Bosco y María Auxiliadora, no estás aquí por casualidad, Jesús te ha llamado. Has sido llamado.

Ahora la pregunta es: ¿Te quieres salvar tú y los tuyos?

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