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Max Brockman

(editor)

LA CIENCIA DEL FUTURO

Los mejores investigadores del siglo XXI


reflexionan sobre los nuevos desafíos
de la ciencia

Traducción de Roc Filella

RBA
1
Título original: What's Next? Dispatxes on the Future o f Science

© 2009 by Max Brockman


© de la traducción: Roe Filella Escolà
© de esta edición: 2010, RBA Libros, S.A.
Pérez Galdós, 3 6 - 08012 Barcelona
rba-libros@rba.es / www.rbalibros.com

Primera edición: junio 2010

Reservados todos los derechos.


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puede ser reproducida, almacenada
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permiso del editor.

Ref.: ONFI361 / ISBN: 978-84-9867-785-0


Depósito legal: B-24.217-2010 Composición:
Víctor Igual, S. L. Impreso por Liberdúplex
(Barcelona)

2
LERA BORODITSKY

es profesora asociada de Psicología, Neurociencia y Sistemas Simbólicos de la Universidad de Stanford. Se

crió en Minsk en la antigua Unión Soviética. Después de doctorarse en Psicología Cognitiva en 2001 en

Stanford, se incorporó al claustro del Massachusets Institute o f Technology ( M I T ) , a su Departamento

de Ciencias del Cerebro y Cognitivas, para regresar después a su puesto de profesora en la Universidad de

Stanford.

Sus investigaciones se centran en la naturaleza de la representación mental y en cómo el cerebro

emerge de las interacciones de la mente, el mundo y el lenguaje. Un punto concreto de su trabajo es

investigar las formas en que las lenguas y las culturas configuran el pensamiento humano. Con este fin, ha

reunido en su laboratorio datos de todo el mundo, de Indonesia, Chile, Turquía o la Australia aborigen. Los

medios de comunicación se han hecho eco de sus estudios, y ha obtenido numerosos premios, entre ellos el

C A R E E R de la National Science Foundation y el del Searle Scholars Program.

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¿ CÓMO CONFIGURA EL LENGUAJE NUESTRA FORMA
DE PENSAR?
Lera Boroditsky

Los seres humanos nos comunicamos por medio de una deslumbrante variedad de lenguas,
todas distintas entre sí de muchas formas. ¿Determinan las lenguas que hablamos cómo
vemos el mundo, cómo pensamos y cómo vivimos la vida? ¿Piensan quienes hablan
lenguas diferentes de forma distinta simplemente porque hablan lenguas diversas?
¿Piensan las personas políglotas de forma distinta cuando hablan en una u otra lengua?
Estas preguntas se plantean en casi todas las grandes controversias referentes al
estudio de la mente. Han sido objeto de consideración de multitud de filósofos,
antropólogos, lingüistas y psicólogos, y tienen importantes implicaciones para la política,
el derecho y la religión. Sin embargo, pese a la atención y el debate casi constantes, hasta
hace muy poco había sido el trabajo empírico que se había realizado sobre estas cuestiones.
Durante mucho tiempo, la idea de que el lenguaje pueda configurar el pensamiento se
consideraba, en el mejor de los casos, inverificable y, con mucha mayor frecuencia,
simplemente equivocada. Las investigaciones realizadas en mis laboratorios de la
Universidad de Stanford y del MIT han contribuido a reabrir la cuestión. Hemos reunido
datos de todo el mundo: China, Grecia, Chile, Indonesia, Rusia y la Australia aborigen. Lo
que hemos descubierto es que las personas que hablan lenguas distintas piensan, en efecto,
de manera diferente, y que incluso pequeñas peculiaridades gramaticales pueden afectar
profundamente nuestro modo de ver el mundo. El lenguaje es un don exclusivamente
humano, esencial para nuestra experiencia de ser humanos. El reconocimiento del papel que
desempeña en la construcción de nuestra vida mental nos acerca un paso más a la
comprensión de la propia naturaleza de la humanidad.

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En mis clases, suelo empezar planteándoles a los alumnos la siguiente pregunta:
«¿Cuál es la facultad cognitiva que más os dolería perder?». La mayoría responden que la
vista, y, unos pocos, el oído. De vez en cuando, algún bromista dice que el sentido del humor
o su forma de ser. Son muy raras las ocasiones en las que alguien dice espontáneamente que
lo que más le dolería perder es el lenguaje. Y, sin embargo, quien pierde la vista o el oído (o
nace sin estos sentidos) puede disfrutar aún de una extraordinariamente rica existencia social.
Puede tener amigos, recibir una educación, ejercer una profesión y crear una familia. Pero
¿cómo sería la vida de quien nunca hubiera aprendido una lengua? ¿Podría tener amigos,
recibir una educación, ejercer una profesión o crear una familia? El lenguaje es fundamental
para nuestra experiencia, es una parte tan profunda del ser humano, que resulta difícil
imaginar la vida sin él. Pero ¿son las lenguas simples herramientas para expresar nuestros
pensamientos, o realmente los configuran?

La mayor parte de las preguntas acerca de la posibilidad de que el lenguaje


configure el pensamiento y el modo en que lo hace empiezan con la simple
observación de que las lenguas difieren ente sí. Y mucho. Veamos un ejemplo (muy)
hipotético. Supongamos que queremos decir: «Bush leyó el último libro de Chomsky»
(Bush read Chomsky’s latest book). Centrémonos sólo en el verbo, «leyó» (read).
Para decir esta frase en inglés tenemos que marcar la forma del tiempo verbal; en este
caso la debemos pronunciar red (/red/, rojo) y no como reed (/ri:d/, junco). En indonesio
no es necesario (en realidad, no se puede) alterar el verbo para marcar el tiempo. En ruso
habría que alterar el verbo para marcar el tiempo y el género. De modo que si fuera Laura
Bush quien leyó el libro, se emplearía una forma verbal distinta de la que se usaría en caso
de que lo hubiese leído George. En ruso también hay que incluir en el verbo información
sobre la f i nalización de la acción. Si George sólo leyó una parte del libro, se usaría una
forma verbal distinta de la que se emplearía si hubiese completado diligentemente la
lectura del libro. En turco habría que determinar en el verbo cómo se consiguió esa
información: si hubiéramos sido testigos oculares de ese improbable acontecimiento, se
emplearía una forma verbal, pero si simplemente la hubiésemos leído u oído, o si la
hubiéramos deducido de algo que Bush dijo, usaríamos otra forma verbal.
Es evidente que las lenguas requieren de sus hablantes cosas diferentes. ¿Significa que
éstos piensan en el mundo de forma distinta? ¿Acaso los hablantes ingleses, indonesios,
rusos y turcos se ocupan de sus experiencias, las dividen y recuerdan de forma distinta
sencillamente porque hablan lenguas diferentes?

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Para algunos estudiosos, la respuesta a estas preguntas ha sido un sí evidente. Basta
con que nos fijemos en cómo hablan las personas, dicen. Es obvio que los hablantes de len-
guas diferentes deben abordar y codificar aspectos asombrosamente distintos del mundo
con la única finalidad de poder emplear su lengua de forma adecuada.
Los estudiosos que se sitúan en el otro extremo del debate no ven las diferencias en la
forma que las personas tienen de hablar de forma convincente. Todas nuestras expresiones
lingüísticas son fluidas, y sólo codifican una pequeña parte de la información que tenemos
a nuestro alcance. El hecho de que los hablantes ingleses no incluyan en sus verbos la
misma información que los rusos y los turcos no significa que no presten atención a las
mismas cosas; todo lo que significa es que no hablan de ellas. Es posible que todos piensen
de la misma forma y observen las mismas cosas: sencillamente hablan de forma distinta.
Quienes creen en las diferencias interlingüísticas replican que todos no prestan
atención a las mismas cosas: si lo hicieran, se podría pensar que es fácil aprender a hablar
otras lenguas. Lamentablemente, aprender una lengua nueva (en especial alguna que no
esté estrechamente relacionada con la propia) nunca es fácil; parece que exige prestar
atención a una nueva serie de distinciones. Ya se trate de distinguir los modos de ser del
español, de la evidencialidad del turco, o del aspecto del ruso, aprender a hablar estas
lenguas requiere algo más que saber un vocabulario: exige atender a las cosas precisas del
mundo para así disponer de la información correcta que hay que incluir en lo que decimos.

Este tipo de argumentaciones a priori sobre si el lenguaje configura o no el pensamiento

llevan siglos estancadas: unos que dicen que es imposible que el lenguaje determine el

pensamiento, y otros que defienden la imposibilidad de que el lenguaje no determine el

pensamiento. Recientemente, mi grupo y otros colaboradores hemos encontrado formas de

verificar empíricamente algunas de las cuestiones clave de este antiguo debate y hemos

obtenido resultados fascinantes. De manera que, en lugar de discutir sobre lo que pueda ser

cierto y lo que no pueda serlo, averigüemos lo que es cierto.

Acompáñenme pues a Pormpuraaaw, una pequeña comunidad aborigen del extremo

occidental de la península del Cabo York, al norte de Australia. Vine a este lugar para

observar cómo hablan del espacio sus habitantes, los kuuk thaayorre. En lugar de palabras

como «derecha», «izquierda», «delante» y «detrás», que, tal como se usan en inglés u otras

muchas lenguas, definen el espacio en referencia a un observador, los kuuk thaayorre, al igual

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que otros muchos grupos aborígenes, definen el espacio recurriendo a los puntos cardinales:

norte, sur, este y oeste.1 Y así se hace en todos los ámbitos, lo cual significa que hay que decir

cosas como: «No hay ninguna hormiga en tu pierna sureste» o: «Mueve la taza un poco hacia el

nornoreste». Una consecuencia evidente de hablar esta lengua es que hay que estar orientado en

todo momento, de lo contrario, no se puede hablar con propiedad. El saludo habitual en kuuk

thaayorre es: «¿Adónde vas?», y la respuesta ha de ser algo así como: «Al sursureste, a media

distancia». Si uno no sabe hacia dónde mira, es posible que no pueda pasar del «¡Hola!».

La consecuencia es una profunda diferencia entre la capacidad de navegación y el

conocimiento del espacio de los hablantes de lenguas que se basan primordialmente en marcos

de referencia absolutos (como la kuuk thaayorre), y los de los hablantes de lenguas que se basan

en marcos de referencia relativos (como la inglesa).2 Dicho en pocas palabras, los hablantes de

lenguas como el kuuk thaayorre se orientan y recuerdan sus sucesivas ubicaciones mucho mejor

que quienes hablan inglés, incluso en parajes desconocidos o en el interior de edificios que no les

son familiares. Lo que les permite hacerlo -en realidad, lo que les obliga a hacerlo- es su lengua.

Su atención así entrenada los capacita para realizar hazañas de navegación que en otros tiempos

se consideraban fuera de la capacidad humana.

El espacio es un dominio fundamental del pensamiento, de ahí que las diferentes

formas que las personas tienen de pensar en él no se acaben aquí. Nos basamos en nuestros

conocimientos espaciales para construir otras representaciones, más complejas y más

abstractas. Se ha demostrado que las representaciones de cosas como el tiempo, el número,

el timbre musical, las relaciones de parentesco, la ética o los sentimientos dependen de

cómo pensemos en el espacio. De manera que si los kuuk thaayorre piensan en él de forma

distinta, ¿pensarán también de manera distinta en otras cosas, como, por ejemplo, el

tiempo? Atice Gaby y yo fuimos a Pormpuraaw en busca de la respuesta a esa pregunta.


Para verificar esta idea, le entregábamos a la gente una serie de imágenes que
mostraban algún tipo de sucesión temporal (por ejemplo, imágenes de un hombre que va

1
S. C. Levinson y D. P. Wilkins (comps.), Grammars of Space: Explorations in Cognitive Diversity, Nueva
York, Cambridge University Press, 2006.
2
Levinson, Space in Language and Cognition: Explorations in Cognitive Diversity, Nueva York, Cambridge
University Press, 2003.
140
envejeciendo, o de un cocodrilo que va creciendo, o de un plátano que alguien se va
comiendo). Su tarea era colocar en el orden temporal correcto las fotografías revueltas en el
suelo. A cada una de las personas que intervinieron en el experimento le hicimos la prueba
en dos sitios distintos, cada uno orientado a un punto cardinal distinto. Si a un
anglohablante se le pide que haga esto, colocará las fotos de modo que el tiempo avance de
izquierda a derecha. Los hablantes de hebreo tienden a colocar las fotos de derecha a
izquierda, lo cual parece mostrar que el sentido de la escritura desempeña un papel en la
lengua.3 ¿Y las personas como los k u u k thaayorre, que no usan palabras como
«izquierda» y «derecha»? ¿Qué harán?
Los kuuk thaavorre no colocaban cartulinas de izquierda a derecha con mayor frecuencia
que de derecha a izquierda ni más hacia el cuerpo que alelándose de él. Pero sus disposiciones no
eran aleatorias: había un patrón, que sencillamente era distinto del de los hablantes de inglés. En
lugar de disponer el tiempo de izquierda a derecha, lo disponían de este a oeste. Es decir, cuando se
sentaban cara al sur, las cartulinas iban de izquierda a derecha. Cuando estaban cara al norte, las
ordenaban de derecha a izquierda. Cuando miraban al este, las fotografías iban en sentido hacia el
cuerpo, etc. Y así ocurrió pese a que a ninguna de las personas que participaron en el experimento
le dijimos el sentido en que estaba sentada. Los kuuk thaavorre no solo ya lo sabían (normalmente
mejor que yo misma), sino que también empleaban esta orientación espacial para construir sus
representaciones del tiempo.
Las ideas que las personas tenemos del tiempo difieren entre las lenguas en otros sentidos. Por
ejemplo, los anglohablantes tienden a hablar del tiempo mediante imágenes espaciales horizontales (por
ejemplo, the best is ahead of us —lo mejor está por delante de nosotros [está por llegar]—; the worst is
behind us —lo peor está detrás de nosotros [ya ha pasado)—), mientras que los hablantes de mandarín
emplean una imagen vertical (por ejemplo, el mes que viene es el «mes de abajo», y el mes pasado es el
«mes de arriba»). Estos hablantes hablan del tiempo en sentido vertical con más frecuencia que las
personas de habla inglesa: ¿significa esto que los hablantes de mandarín piensan en el tiempo en sentido
vertical con más frecuencia que los angloparlantes? Imaginemos este sencillo experimento. Me coloco
junto al lector, señalando un punto en el espacio situado directamente delante de él, y le digo: «Este punto

3
B. Tversky y otros, «Cross-Cultural and Developmental Trends in Graphic Productions», Cognitive
Psychology 23, 1991, págs. 515-557; O. Furhmann y L. Boroditsky, «Mental Time-Lines Follow Writing
Direction: Conference of The Cognitive Science Society, 2007, págs. 1.007-1.010.
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de aquí es hoy. ¿Dónde colocarías el ayer? ¿Y dónde el mañana?». Si el lector es angloparlante, casi
siempre lo colocará en sentido horizontal. En cambio, los hablantes de mandarín suelen señalar
los diversos puntos en sentido vertical, con una frecuencia siete u ocho veces mayor que
las personas de habla inglesa.4
El lenguaje puede afectar incluso aspectos básicos de la percepción del tiempo. Por
ejemplo, los angloparlantes prefieren hablar en términos de longitud (That was a short talk —
Fue una conversación corta [breve] —; the meeting didn’t take long —la reunión no fue larga [no duró
mucho] —), mientras que las personas de habla española o griega prefieren hablar del
tiempo en términos de cantidad, con palabras del estilo «mucho», «grande» y «pequeño»,
en lugar de «corto» y «largo». Nuestra investigación sobre capacidades cognitivas básicas
como el cálculo de la duración muestra que las diferencias entre los hablantes de lenguas
distintas son precisamente las que quedan reflejadas en los patrones de imágenes o
metáforas de su lengua. (Por ejemplo, cuando a los angloparlantes se les pide que calculen
la duración son más proclives a que la información sobre la distancia los confunda, y
calculan que una línea más larga permanece en la pantalla durante más tiempo, mientras
que a las personas de habla griega las suele confundir más la cantidad, y calculan que un
recipiente que esté más lleno permanece más tiempo en la pantalla.)5
Una pregunta importante en este punto es: ¿es el lenguaje per se el que provoca estas
diferencias, o son éstas consecuencia de algún otro aspecto de la cultura? Es evidente que
las vidas de quienes hablan inglés, mandarín, griego, español o kuuk thaayorre difieren en
muchísimos sentidos. ¿Cómo sabemos que es el propio lenguaje el que crea estas
diferencias en el pensamiento, y no algún otro aspecto de sus respectivas culturas?
Un modo de responder esta pregunta es enseñar a las personas nuevas formas de hablar y
ver si esto cambia su manera de pensar. En nuestro laboratorio, enseñamos a varios
angloparlantes diferentes formas de hablar del tiempo. En uno de esos estudios, se les enseñó a
emplear imágenes de tamaño (como en griego) para describir una situación (por ejemplo, una
película es mayor que un estornudo), o imágenes verticales (como en mandarín) para describir
la secuencia de un suceso. Una vez que los angloparlantes aprendieron a hablar del tiempo de
esa nueva forma, su actuación cognitiva empezó a parecerse a la de los hablantes de griego o
mandarín. Esto apunta a que, en efecto, los patrones de una lengua pueden desempeñar un

4
L. Boroditsky, «Do English and Mandarin Speakers Think Differently About Time?»,
Proceedings if the 48th Annual Meeting of the Psychonomic Society, 2007, pág. 34.
5
D. Casasanto y otros, «How Deep Are Effects of Language on Thought? Time Estimation in
Speakers of English, Indonesian, Greek, and Spanish», Proceedings of the 26th Annual Conference
of the Cognitive Science Society, 2004, págs. 575-580.
142
papel causal en la construcción de la forma que tenemos de pensar.6 En términos prácticos,
significa que cuando aprendemos una lengua nueva, no sólo aprendemos una nueva forma
de hablar, sino que, sin darnos cuenta, aprendemos una nueva forma de pensar.
Más allá de los dominios abstractos o complejos del pensamiento, como el espacio o el
tiempo, las lenguas también se entremeten en aspectos básicos de la percepción visual —por
ejemplo, en nuestra capacidad de distinguir los colores—. Las distintas lenguas dividen de
forma diferente el continuo del color: algunas hacen muchas más distinciones que otras entre
los colores, y los límites que separan uno de otro no suelen coincidir en todas las lenguas.
Para comprobar si las diferencias entre los colores que expresa el lenguaje
llevan a diferencias en su percepción, comparamos la capacidad de rusos e ingleses a
la hora de discernir la gama de azules. En ruso no existe una palabra exclusiva que abarque
los colores que los ingleses llaman «blue». Los rusos hacen una distinción obligada entre el
azul claro (goluboy) y el oscuro (siniy). ¿Implica esta distinción que a los rusoparlantes los
azules siniy les parecen más distintos de los azules goluboy? Así es, en efecto, según
revelan los datos. Los rusos distinguen dos tonos de azul que en su lengua se llaman de
distinta forma (es decir, el simiy y el goluboy) con mayor rapidez que si los dos
pertenecieran a la misma categoría. Para los hablantes de inglés, todos estas tonalidades se
siguen designando con la misma palabra, «blue», y no hay diferencias importantes en el
tiempo de reacción.
Además, la ventaja rusa desaparece cuando se pide a las personas que realicen una
tarea de interferencia verbal (recitar una serie de dígitos) mientras hacen juicios sobre
colores, pero se mantiene cuando se les dice que realicen una tarea de interferencia espacial
de la misma dificultad (mantener en la memoria un patrón visual novedoso). La
desaparición de la ventaja cuando realizan una tarea verbal demuestra que el lenguaje
normalmente está implicado incluso en juicios perceptuales sorprendentemente básicos —y
que es el lenguaje per se el que crea esta diferencia de percepción entre los hablantes de
ruso y de inglés—. Cuando una tarea de interferencia verbal impide a los rusoparlantes el
acceso normal a la lengua, las diferencias entre rusoparlantes y angloparlantes
desaparecen.
Es también posible que hasta aspectos del lenguaje que cabría considerar nimios
puedan producir efectos inconscientemente trascendentales en nuestra forma de ver el

6
Ibíd., «How Deep Are Effects of Language on Thought? Time Estimation in Speakers of English and
Greek» (en proceso de revisión); L. Boroditsky, «Does Language Shape Thought English and Mandarin
Speakers’ Conceptions of Time», Cognitive Psychology 43, n° 1, 2001, págs. 1-22.
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mundo. Pensemos en el género gramatical. En español y otras lenguas románicas, los
sustantivos son masculinos o femeninos. En muchas otras lenguas, se dividen en otros
muchos géneros. Por ejemplo, algunas lenguas aborígenes australianas tienen hasta
dieciséis géneros, incluidos tipos de armas de caza, de colmillos, de cosas que brillan o, en
la expresión que el lingüista cognitivo George Lakoff hizo famosa, de «mujeres, fuego y
otras cosas peligrosas».
Para una lengua, tener género gramatical significa que a las palabras que pertenecen a
géneros diferentes la gramática las trata de forma distinta, y a las que pertenecen al mismo
género las trata de la misma forma. Las lenguas pueden exigir que sus hablantes cambien
los pronombres, las terminaciones de adjetivos y verbos, los numerales, etc., según sea el
género del sustantivo. Por ejemplo, para decir algo como «mi silla era vieja» en ruso (moy
stul bil’ stariy), todas las palabras de la frase han de concordar en género con «silla» (stul),
que en ruso es masculino. De modo que hay que usar la forma masculina de «mi», «era» y
«vieja». Éstas son las mismas formas que se utilizan al hablar de un masculino biológico,
como en «mi abuelo era viejo». Si en lugar de hablar de una silla, se habla de una cama
(krovat’), que es femenino en ruso, o de tu abuela, utilizaremos las formas femeninas de
«mi», «era» y «vieja».
¿Hace el hecho de que en la gramática rusa la silla sea masculina, y la cama, femenina
que quienes hablan ruso piensen que en algún sentido las sillas son más como los hombres
y las camas, más como las mujeres? Pues resulta que sí. En un estudio pedimos a hablantes
de español y alemán que describieran objetos de género opuesto en estas dos lenguas. Las
descripciones que hicieron difieren como cabía esperar por el género gramatical. Por
ejemplo, cuando se les pedía que describieran una «llave» —palabra masculina en alemán
y femenina en español— los alemanes eran más propensos a emplear palabras como
«duro», «pesado», «irregular», «dentado» y «útil», mientras que los hispanohablantes
tendían más a usar palabras como «dorada», «complicada», «pequeña», «bonita»,
«brillante» y «muy pequeña». Para describir un puente, que en alemán es femenino
y en español masculino, los alemanes hablaban de «hermosa», «elegante» «frágil»,
«tranquila», «bonita» y «estilizada», y los españoles, de «grande», «peligroso». «largo»,
«fuerte», «resistente» y «altísimo» Y así ocurría pese a que todas las pruebas se hacían en
inglés, una lengua que carece de género gramatical. También apareció el mismo patrón de
resultados en tareas no lingüísticas en ningún sentido (por ejemplo, determinar el grado de
semejanza entre imágenes). Y podemos demostrar asimismo que son los aspectos del
lenguaje per se los que configuran la forma de pensar de las personas: enseñar a

144
angloparlantes nuevos sistemas gramaticales de género influye en las representaciones
mentales de los objetos de igual forma que lo hace con los hablantes de alemán y español.
Por lo visto, incluso pequeñas casualidades de la gramática, como la asignación, según
parece arbitraria, de género a un nombre, pueden producir un efecto sobre las ideas que la
persona tiene de los objetos concretos del mundo.7
En realidad, ni siquiera es necesario acudir al laboratorio para ver estos efectos
del lenguaje; se pueden observar directamente en cualquier galena de arte. Fijémonos
en algunos ejemplos famosos de personificación en el arte —las maneras en que se da
forma humana a entidades abstractas como la muerte, el pecado, la victoria o el
tiempo—. ¿Cómo se decide el pintor que la muerte, por ejemplo, o el tiempo se han
de representar como hombre o mujer? Resulta que en el 85% de estas
representaciones, el género gramatical de la palabra en la lengua materna del pintor
determina que opte por una figura masculina o femenina. Así, por ejemplo, los pintores
alemanes son más dados a pintar la muerte como hombre, mientras que los rusos son más
proclives a representarla como mujer.
El hecho de que incluso singularidades de la gramática, como el género gramatical,
puedan afectar a nuestro pensamiento es de mucha importancia. Estas peculiaridades
impregnan toda la lengua; el género, por ejemplo, se aplica a todos los nombres, lo cual
significa que afecta a l modo en que las personas conciben cualquier cosa que se pueda
designar conun nombre. ¡ Y son montones de cosas!
He expuesto aquí el modo en que las lenguas configuran nuestra forma de
pensar en el espacio, el tiempo, los colores y los objetos. En otros estudios se han
descubierto efectos de la lengua sobre cómo construimos los sucesos, cómo
razonamos sobre la causalidad, cómo recordamos un número, cómo interpretamos la
sustancia material, cómo percibimos y experimentamos los sentimientos, cómo
razonamos sobre la mente de otras personas, cómo decidimos correr riesgos, e
incluso cómo escogemos nuestra profesión o a nuestro cónyuge. 8 En su conjunto,

7
L. Boroditsky y otros, «Sex, Syntax, and Semantics», en . Gentner y S. Goldin-Meadow (comps.),
Language in Mind: Advances in the Study of Language and Cognition, Cambridge, MA, MIT Press, 2003,
págs. 61-79.
8
L Boroditsky. «Linguistic Relativity», en L. Nadel (comp.), Encyclopedia of 'Cognitive Science, Londres,
MacMillan, 2003, págs. 917-921; B. W. Pelham y otros, «Why Susie Sells Seashells by the Seashore:
Implicit Egotism and Major Life Decisions», Journal o f Personaltty and Social Psycology 82, n° 4, 2002,
págs. 4 6 9- 4 8 6; A. Tversky y D. Kahneman, «The Framing of Decisions and the Psychology of Choice»,
Science 211, 1981, págs. 4 5 3 - 4 5 8 ; P. Pica y otros, «Exact and Approximate Arithmetic in an Amazonian
Indigene Group», Science 306, 2004, págs. 499-503; J. G. de Villers y P. A. de Villers, «Linguistic
Determinism and False Belief», en P. Mitchell y K. Riggs (comps.), Children’s Reasoning and the Mind,
Hove, UK Psychology Press, en prensa; J. A. Lucy y S. Gaskins, «Interaction of Language Type and
145
estos resultados demuestran que los procesos lingüísticos están presentes en la mayoría
de los dominios fundamentales del pensamiento, y que, sin que seamos conscientes de ello,
nos configuran, desde los aspectos prácticos de la cognición y la percepción, hasta nuestras
ideas abstractas más nobles y las decisiones más importantes que tomamos en la vida. El
lenguaje es fundamental para nuestra experiencia de ser humanos, y las lenguas que
hablamos modelan profundamente nuestra forma de pensar, de ver el mundo y de vivir la
vida.

Referent Type in the Development of Nonverbal Classification Preferences», en D. Gentner y S. Goldin-


Meadow, págs. 465-492; L. F. Barrett y otros, «Language as a Context for Emotion Perception», Trends in
Cognitive Sciencie 11, 2007, págs. 327-332.
146

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