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Las 3 cosas que debes saber antes de empezar una Terapia para la Ansiedad

Queremos empezar con este post porque son muchas las personas que nos preguntan
qué es lo más importante al iniciar una terapia para el tratamiento de un Trastorno de
Ansiedad.

Pero más que simplemente contarlo creemos que puede a ser mejor hacerlo también a
través de la experiencia de uno de nuestros pacientes.

Por motivos de confidencialidad, utilizaremos un nombre ficticio.

1) Cuándo consultar por ansiedad

Todo empieza por esta pregunta, ¿cuándo es el momento en que debería acudir a un
especialista?

La realidad es que todos pasamos por momentos o por épocas en las que podemos
sentirnos más o menos nerviosos, pero no siempre buscamos un profesional ya que nos
bastan nuestros propios recursos para afrontar estas situaciones.

De hecho, esto es saludable y es parte de lo que conocemos como “resiliencia”: el ser


capaz de sobrellevar situaciones complicadas con nuestros propios recursos.

Estos pueden ser desde el apoyo que recibimos por nuestros amigos o familiares hasta
nuestros mecanismos de defensa como el sentido del humor o hacer deporte para
relajarnos.

¿Qué ocurre cuando esto no es suficiente?

Pues bien, si tras haber intentado manejar la situación por nosotros mismos vemos que
nos está afectando en el día a día, entonces sí es el momento de consultar a un
especialista en salud mental.

Algunos de los síntomas que puedes experimentar si tienes un trastorno de ansiedad


son:

 Tensión muscular en distintas partes del cuerpo, como el cuello o la espalda.


 Dificultad para conciliar el sueño o para mantenerte dormido.
 Cambios en tu apetito notando que comes más o menos de lo habitual.
 Preocuparte con frecuencia por temas como el trabajo, asuntos económicos o
familiares, sintiendo que literalmente tu cabeza “no para”.
 Sentir que estás todo el día haciendo cosas, pero encontrar que cada vez tienes
menos energía.
 Sensaciones de mareo al caminar o al levantarte o sensaciones de hormigueo que
no sabes por qué están ahí.
Cuando estos u otros síntomas, como el haber tenido un ataque de ansiedad, aparecen
son una señal de alerta de que algo nos pasa y es nuestra responsabilidad ver qué
ocurre.

Cierto es que muchas personas, aún teniendo estos síntomas, deciden intentar
ignorarlos con la esperanza de que desaparezcan en un futuro.

Esto daría para escribir un post entero, pero en nuestra experiencia, intentar ignorar o
suprimir estos síntomas rara vez conduce a una mejoría real.

¿Por qué?

Intentando resumir mucho las razones, podríamos decir que por dos motivos
principalmente: porque no hay un intento de entender por qué han aparecido síntomas
de ansiedad o por qué me encuentro nervioso y, en segundo lugar, porque no hay un
intento real de afrontar dichas causas o incluso los síntomas, es más un intento de
distraerse de ellos.

Habitualmente lo que ocurre es que la persona acaba acudiendo con un cuadro de


ansiedad más crónico y con una mayor afectación.

Existe una dificultad aún mayor y ligeramente diferente de las que acabamos de explicar:
las resistencias para iniciar el tratamiento.

Es un tema complejo que trataremos en futuros post, pero es la dificultad más o menos
inconsciente que la persona tiene en “sentarse a entender el por qué de sus problemas
y tratarlos”.

No olvidemos que comenzar una terapia supone muchas veces analizar asuntos que nos
pasamos el día evitando pensar.

Supongamos que nuestros síntomas de ansiedad nos afectan en el día a día y decidimos
buscar un especialista con el que comenzar una terapia, ahora el reto consiste en
“encontrar un buen terapeuta” lo que nos lleva al siguiente punto.

Sergio es un chico de 29 años, trabaja como informático y vive desde hace unos meses
con su pareja. Siempre ha tenido muchos amigos, pero desde que se mudó a vivir a
Madrid se encuentra más aislado. Desde hace 2 meses comienza a sentir que le cuesta
dormir, se levanta a media noche sobresaltado y se nota cansado a lo largo del día.

Le han asignado un proyecto en la empresa que le está sobrecargando y pasa todo el día
preocupado por si podrá cumplir los plazos que le han pedido y si está haciendo bien su
trabajo.

Se nota tenso, fácilmente se enfada con compañeros y familiares y ha dejado de hacer


deporte, algo que antes siempre disfrutaba haciendo. Siente que no tiene tiempo para
nada y ha descuidado también su alimentación, para “ganar tiempo” come cualquier
comida rápida en su escritorio mientras trabaja.

Además, para tener más energía está tomando bebidas energéticas que, según él, le
ayudan a rendir. Está todo el día pendiente del móvil y de los emails de la empresa, cree
que no poder desconectar le está pasando factura.

Decide acudir a terapia porque hace una semana tuvo un ataque de ansiedad al salir del
trabajo, algo que le asustó mucho porque nunca le había ocurrido. Además, cuando
acude por primera vez dice que no consigue dormir, que las personas de su entorno le
han dicho que le notan cada vez más nervioso e irritable y le cuesta rendir en su trabajo.

2) Encontrar un buen terapeuta

Ante todo debemos dejar claro que no existe el terapeuta perfecto, pero sí creemos que
es importante que alguien cuente con los conocimientos y experiencia necesarias para
poder trabajar con un Trastorno de Ansiedad.

Sé que muchos colegas pueden criticarnos por decir esto, pero debemos ser honestos
y a día de hoy el sistema de residencia en psicología clínica es el que ofrece mejores
resultados en lo que a formación y experiencia se refiere.

Para los que no lo conozcan el PIR (es como se llama a la residencia en Psicología Clínica)
es un sistema de formación similar al MIR, que dura 4 años en los que se rota por
diversas unidades de salud mental.

Al terminar se tiene el título de Especialista en Psicología Clínica. ¿Y qué ocurre con las
personas que trabajan como psicólogos y no tienen el título de especialista?

No podemos generalizar y hay excelentes profesionales que se han formado de forma


independiente y tienen años de experiencia.

No obstante, ante la duda, siempre será una buena señal tener el título de especialista.

Pero, a parte de los títulos, ¿qué supone estar ante un buen terapeuta o poder realizar
una buena terapia?

El primer objetivo es que el terapeuta pueda construir un ambiente de confianza en el


que la persona entienda qué situaciones de su vida le han llevado a tener los problemas
que presenta.

NO se trata sólo de darle unas técnicas sino de que el paciente pueda considerar otras
nuevas formas de actuar en estas situaciones.
Sergio empezó su terapia con cierto escepticismo, no sabía si acudir a un psicólogo le
ayudaría con lo que le pasaba. Lo cierto es que fue él mismo quien, cuando pudo pararse
a pensar en qué eran las cosas que le estaban afectando, pudo entender qué le pasaba.

Se dio cuenta de que estar solo en Madrid le había hecho volcarse en el trabajo y que
había asumido un proyecto enorme con la idea de tener la mente ocupada. A la vez,
comenzó a plantearse que quizá la soledad le había arrastrado a comenzar una relación
con una persona que no le acababa de atraer y mucho menos para vivir con ella.

Se sentía atrapado en un trabajo que excedía lo que podía hacer en ese momento y en
una relación que le llevaba por un camino que no era el que deseaba.

Entendía que el hecho de volver a casa, en lugar de ser algo relajante, le suponía un
conflicto porque, aunque no quería dañar a esta chica, no deseaba realmente convivir
con ella.

A esto se suma que Sergio siempre ha sido una persona muy exigente consigo misma y
que siempre ha querido “tirar para adelante con todo”, pero esta vez se estaba viendo
obligado a pararse a pensar qué pasaba porque estaba empezando a pagar un precio
muy alto.

3) Qué esperar de un buen tratamiento

Un buen tratamiento no es sólo aquel que “elimina los síntomas”, como si de una
pastilla se tratase.

Este sería un objetivo demasiado superficial y no tiene por qué ser necesariamente
terapéutico. Además, para eso ya están los ansiolíticos, de los que en España se abusa
hasta el punto de ser el país que más los consume en Europa.

Nosotros creemos que un buen tratamiento conduce a un cambio no sólo en los


síntomas, sino en la forma de relacionarse con uno mismo y con los demás.

Dicho de otra forma, los síntomas no aparecen “porque sí”, tienen que ver con cierta
tendencia de la persona a ponerse en situaciones donde puede entrar en conflicto.

El cambio consistirá en entender qué me ha llevado a estar en determinada situación y


poder tener otras formas diferentes de actuar.

No siempre es fácil porque nuestra forma de ser nos conduce a repetir determinadas
situaciones, positivas o no. Por tanto, se trata de poder trabajar también sobre los rasgos
de personalidad de uno.

En algunos casos será útil aprender herramientas con las que gestionar la ansiedad como
la relajación o el mindfulness.
Cada una cumple objetivos muy diferentes y muchas veces se confunden, pero esto
queda pendiente para otro post.

Cuando Sergio comprendió que él mismo había entrado en una dinámica que le
generaba ansiedad y que, lejos de ponerle remedio, lo que había hecho es “tirar para
adelante” empezó a plantearse qué podía hacer.

No fue fácil porque, al comienzo, él quería y tenía la ilusión de que todo podría quedarse
igual y simplemente podía deshacerse de esos síntomas tan molestos, pero con el tiempo
pudo ir entendiendo que su tendencia a exigirse tanto que no podía mirar sus propias
decisiones le había llevado a una encrucijada en la que debía tomar decisiones.

Le planteó a su pareja de aquel momento lo que estaba sintiendo y, para su sorpresa,


esta intuía lo que ocurría y agradeció poderlo hablar más que dejar pasar el tiempo. Fue
una decisión difícil, pero que le hizo sentir más libre. Por otra parte, pudo hablar con su
jefe de la situación con su proyecto y renegociar sus plazos de entrega.

En este tiempo, fue pudiendo retomar todas aquellas actividades con las que antes
disfrutaba y que había dejado de lado con tal de seguir para adelante. Volvió a jugar al
futbol, donde además tuvo la oportunidad de conocer gente de su barrio.

Y lo más importante, pudo ver que en ocasiones es necesario y es útil pararse a pensar
para no dejarse llevar por las circunstancias. Pudo ver cómo su auto-exigencia le impedía
dejar un momento lo que estaba haciendo para replantearse si era o no lo que más le
convenía.

Sí, los síntomas fueron desapareciendo, pero con ellos también otras muchas cosas…

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