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Queda prohibida la distribución de esta traducción sin la

aprobación expresa del grupo West Pride, además esta obra es de


contenido homoerótico, es decir tiene escenas sexuales explicitas
hombre/hombre, si te molesta este tema no lo leas, además que
su contenido no es apto para cardíacos.

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3
Para Tom y Fidget
Con especial agradecimiento a Sue, Shira y Michael.

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A pesar de la ropa incómoda y los chismes de la Corte,
Sebastian Hewel sigue disfrutando el papel de Lady
Bronwyn, esposa del Conde Anthony Crofton. Pero cuando
la Reina Isabel le pide un favor a Anthony, el mundo de
Sebastian se fractura, y su corazón amenaza con romperse.
La reina quiere que Anthony seduzca a Marie Valois, la bella
hija de un noble francés, para descubrir el paradero de su
padre, quien es buscado por el rey de Francia.
Sebastian sabe que Anthony no puede negarse a la
reina, sobre todo porque él tiene una reputación en la Corte.
Pero la situación se complica aún más cuando Marie se
reúne con Sebastian sin su disfraz y comienza a coquetear
con él. Su hermano, Nicholas, llega a Crofton Hall, no está
contento de que su hermana se vea relacionada con un
hombre como Anthony, solo para encontrar su propia
cabeza dando vueltas por Lady Bronwyn y su mordaz
ingenio. Enfrentar las atenciones de ambos hermanos, y un
muy celoso Anthony, sería bastante malo. Pero entonces el
tío de Sebastian exige a Sebastian y a Anthony representar la
muerte de Bronwyn para evitar el descubrimiento.

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SEBASTIAN HEWEL observaba divertido como el conde
Anthony Crofton trataba de escapar de las garras de la
señora Cartwright, una viuda con una afición por los
hombres varios años menor que ella. Desde su posición en
un extremo del salón, había visto a Anthony educadamente
tratar de excusarse varias veces, pero ella no entendía bien
su sutil pretexto o simplemente no quería. Un sirviente le
ofreció a Sebastian una copa de vino, que él aceptó, y a pesar
de disfrutar viendo a Anthony retorcerse, se preguntó si
debía ir a su rescate o esperar a ver si uno de los muchos
amigos del Conde seria su salvación.
Habían estado en Richmond por la tarde. El palacio
estaba resplandeciente, como corresponde a su condición de
una de las residencias reales. La reina Elizabeth, aunque en
la residencia, no había salido de su cámara privada. Sus
huéspedes habían sido agasajados con una espectacular
exhibición de aves rapaces en el recinto del palacio y ahora
esperaban para el comienzo del banquete nocturno.
Sebastian no podía esperar para sentarse. Toda la tarde de
pie en el calor de los meses de verano, junto con las capas
del vestido de Lady Crofton, lo dejó mareado y estaba
preocupado de estar en peligro de desmayarse. Trató de
obtener algo de alivio con el abanico, pero interpretar a
Bronwyn, la esposa de Lord Anthony Crofton, le prestaba
pocas maneras de aliviarse del calor. Y en varias ocasiones
había tenido que parar de rascarse bajo su peluca para no

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quitarla o limpiarse la frente para no estropear su
maquillaje. Por lo menos los otros en la Corte parecían
también estar sufriendo, pero por desgracia no lo suficiente
para abandonar los chismes.
Dos mujeres detrás de él estaban susurrando acerca del
último escándalo sobre el Duque de Norfolk y una Condesa
italiana casada, pero al ver a Sebastian cambiaron de tema.
―Me pregunto qué verá en ella.
―No puede ser la cara. He visto caballos más bonitos.
Sebastian se volvió hacia ellas. Eran dos de las
omnipresentes, sobrepintadas mujeres que flotaban en torno
a la corte con poco mejor que hacer que mantener
conversaciones estúpidas sobre las modas actuales o
difundir rumores maliciosos. Por lo general, él habría dejado
el chisme frívolo resbalar sobre él, pero si fue el calor o el
hecho de que estaba cansado después de una tardía noche
con Anthony, su paciencia se había agotado y no estaba de
humor para dejar pasar este momento.
―Tal vez si pasaran menos tiempo hablando de mí y
más tiempo dedicadas a las necesidades de sus maridos,
sabrían cómo mantener a un hombre interesado.
Sebastian no esperó su respuesta, sus rostros
escandalizados fue recompensa suficiente. Se alejó,
sonriendo con suficiencia cuando se paró a las puertas
abiertas de una terraza, un punto de vista que aún le
permitía mantener un ojo en Anthony y le ofrecía una
agradable brisa. Anthony, vestido con un nuevo jubón
dorado, era un espectáculo impresionante, y Sebastian
estaba feliz de admitir que él estaría dispuesto a pasar el
tiempo mirando a su amante. La imagen de Anthony

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mientras trataba valientemente de quitar la mano de la
señora Cartwright de su brazo sin causar ofensa era tan
entretenida como Anthony era atractivo.
―¿Lady Bronwyn Crofton?
Sebastian dejó de prestar atención a Anthony para ver
quien le había abordado. No sabía el nombre de la mujer,
pero la reconoció de una visita previa a la Corte. Habría
considerado inicialmente que ella era una más de las que
hablaban a sus espaldas antes de hablar en su cara. Tenía
rasgos afilados, pero al mismo tiempo, no muy clásicos,
pensó que era muy hermosa, con expresivos ojos verdes, y
se dio cuenta que ella también se veía perturbada por el
calor.
―Sí ―respondió finalmente―. Me temo que estoy en
una situación de desventaja.
―Lady Abigail Foster ―dijo, agitando su abanico―.
Pensé en presentarme, ya que parece estar sola.
―Estoy esperando a Lord Anthony. ―Él asintió con la
cabeza en la dirección del otro hombre.
―Ah, sí, el Conde de Crofton. ―Abigail rió―. Como han
cambiado las cosas. Realmente eres una hacedora de
milagros. No hace tanto tiempo que Lord Anthony habría
estado alentando a la Duquesa en lugar de defenderse de
pararla.
Sebastian no creía que alguna vez se acostumbraría a la
mentalidad de algunos miembros de la nobleza, como si su
opinión no sólo fuera buscada, sino activamente requerida.

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―Por mi vida que no puedo entender porque la gente
está tan interesada ―respondió, tratando de sonar
desdeñoso.
―¡Porque usted es diferente! ―Ella se echó a reír de
nuevo―. Usted tiene una cara fresca y una lengua afilada, y
la capacidad de dominar a uno de los hombres más salvajes
de la Corte, por supuesto que la gente está interesada.
―Bueno, yo preferiría que no lo estuvieran.
Los ojos de Abigail brillaban con diversión mientras
sonreía con ironía. ―A mi me gustaría que mi marido
estuviera menos interesado en los juegos de cartas, pero no
se puede tener todo.
―Yo difícilmente pido todo.
―Vamos, Lady Bronwyn, seguramente unos cuantos
chismes son un pequeño precio a pagar para que la Corte la
mire con fascinación en vez de ser el foco de miradas
compasivas, que fue el caso de la primera vez que vino aquí.
―Tal vez sea así, pero eso no quiere decir que me guste,
de cualquier manera. ―Era extrañamente reconfortante
saber que el punto de vista de algunos en la Corte había
cambiado. Sebastian no tenía ninguna razón para dudar de
la palabra de Abigail, pero igualmente, era muy cauteloso
del por qué intentaba ser su amiga, y él no deseaba que se
extendiera más en la conversación―. Me temo que debe
disculparme, mi marido me necesita.
―Por supuesto, pero no se sorprenda si esto justo
alienta a hablar más, ―el Conde de Crofton rescatado de las
garras de la viuda demasiado amable por la intrigante Lady
Bronwyn‖.

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Sebastian no pudo evitar reírse de eso. ―Intrigante,
podría vivir con eso.
Hizo una reverencia, que Abigail devolvió, y se acercó
a Anthony, quien se asemejaba a un ciervo atrapado por los
perros de caza. Hizo un gesto con el abanico y dejó escapar
un suspiro demasiado ruidoso. ―OH, ahí estás, mi amor.
¿No está terriblemente caluroso?
El alivio de Anthony era evidente. ―Bronwyn, cariño,
espero que no estés sufriendo demasiado.
―Debo admitir que me siento un poco débil. Pero creo
que un paseo por los jardines antes del banquete ayudará.
Anthony se volvió hacia la señora Cartwright. Sus ojos
se estrecharon molestos cuando Sebastian se les unió, y
cuando habló su ceño se transformó en una cara de pocos
amigos. ―Tiene que disculparme, Lady Cartwright. Debo
acompañar a mi esposa, no me gustaría que sucumbiera a un
desmayo en los jardines ella sola.
Con la mano de Anthony en la espalda baja, Sebastian
se dirigió hacia el jardín. El alivio de la ligera brisa fue
inmediato y él suspiró feliz.
―¿Estás bien? ―preguntó Anthony.
―No hay nada de aire fresco y estar fuera del palacio
no lo soluciona. Pensé que podías necesitar una razón para
escapar. ―Sebastian tomó el brazo de Anthony y se adentró
hacia unos castaños, su gran envergadura proporcionaban
un parche de sombra que Sebastian se alegró de alcanzar, y
agradeció al Señor que hubiera un banco debajo para
sentarse.

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―Realmente no sé como lo haces ―dijo Anthony,
inclinándose para recoger una hoja caída.
Sebastian miró a Anthony girar la hoja por el tallo.
―¿Hacer qué?
―Llevar el vestido y todo lo que hay debajo de él con
este calor. No creo que yo pudiera sobrevivir envuelto entre
tantas capas, el material de mi jubón es bastante malo.
―Difícilmente Bronwyn puede pasarse todo el verano
fuera de vista sólo porque siente un poco de calor ―dijo
Sebastian, y vio como la frente de Anthony se arrugaba
ligeramente.
―Pero eso no significa que debas arrastrarte por el
sofocante Londres, tal vez deberíamos volver a Crofton Hall
antes de lo que habíamos planeado.
Sebastian sonrió poniendo su mano sobre el brazo de
Anthony. ―Te preocupas demasiado, mi amor. Yo sería el
primero en decirte si no quisiera estar aquí.
Compartieron un tierno beso, Sebastian no permitía
más para que Anthony no le corriera el maquillaje blanco y
espeso. ―Tenemos que volver. ―Sebastian se puso de pie,
pero cuando lo hizo, fue asaltado por un incómodo mareo y
se balanceó.
Anthony lo agarró. ―Creo que necesitas descansar.
―Estoy perfectamente bien.
―Tonterías. ―Anthony le empujó de nuevo a sentarse
en el banco―. Espera aquí. Voy a hacer traer el carruaje y nos
volvemos inmediatamente a la residencia.

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Antes de que Sebastian pudiera discutir, Anthony
estaba a una buena distancia. Vio como se detenía ante el
primer sirviente que encontró, y aunque no podía oír lo que
decían, los exagerados movimientos de su brazo no le
dejaban ninguna a Sebastian que el sirviente respondería
rápido a las demandas de Anthony. Su mareo pasó tan
rápido como llegó, y Sebastian pretendió avisar a Anthony
de que en realidad no había necesidad de que se fueran. No
quería que Anthony permaneciera en la corte por su cuenta,
y lo más importante, no dar a Lady Cartwright la impresión
de que con su esposa desaparecida, Anthony estaba
disponible, pero Sebastian no tuvo oportunidad.
Anthony regresó y le ayudó a levantarse. ―Están
trayendo el carruaje.
―Estás exagerando. Estoy mucho mejor ahora.
―No voy a discutir sobre esto, no estás en estado de
soportar una noche en la Corte. Lo que necesitas es una
buena noche de sueño.
―¿Y de quién es la culpa de que no tuviera una buena
noche de sueño anoche?
Anthony sonrió, marcando sus rasgos. ―Incluso una
razón más para asegurarse de que consigues un buen sueño
esta noche.
―¿Te vienes también? ―preguntó Sebastian cuando el
carruaje se puso en marcha.
Anthony parecía confuso por la pregunta. ―¿Por qué
no habría de hacerlo?
―Solo pensé que preferirías permanecer en la corte.

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Anthony se estiró, Sebastian disfrutó de la visión de sus
largas piernas. ―Después de todos los problemas que hemos
tenido para mostrar en la Corte como de locamente
enamorado estoy de ti, si yo permaneciera después de que te
has tornado enferma, les haría dudar de mi sinceridad.
―Por supuesto. Y no hace daño añadir un poco de
realismo a la treta de que Bronwyn a menudo guarda cama
debido a una enfermedad que ha dejado perplejos a sus
médicos.
Anthony se inclinó para acercarse y Sebastian se
estremeció ante el beso que dejó en el hueco de su cuello.
―Cualquiera pensaría que no quieres que vuelva contigo.
¿Debo preocuparme de que te estés cansando de mi?
Sebastian se rió. ―No lo creo. Pero no voy a complacer
tu ego, mi señor. Tienes una opinión lo suficiente alta de ti
mismo ya.
Con una sonrisa juguetona, Anthony lo tumbó hacia
atrás en la banca. La acción hizo girar la cabeza de Sebastian
y se quedó sin aliento cuando el interior del carruaje parecía
girar ante sus ojos. Se agitó y su mano golpeó la nariz de
Anthony. Maldiciendo, Anthony se echó hacia atrás, y no se
sostuvo en la banca, Sebastian se deslizó sin gracia al suelo
del carruaje.
Con dificultad, Anthony logró ayudar a Sebastian de
nuevo a subir al asiento sin mancharlo con la sangre que
goteaba de su nariz. Se sentaron uno al lado del otro,
Anthony parando el flujo de sangre con la manga de su
jubón y Sebastian aferrándose a él con la vana esperanza de
que el mundo dejara de rodar.

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El trayecto hasta la residencia fue horrible, y aunque el
viaje era una mera fracción de la distancia que normalmente
recorrían entre Londres y Crofton Hall, para Sebastian fue
interminable. El olor de la ciudad –que, aunque fétido a
veces, por lo general nunca le afectó mucho– agitó su
estómago. Los adoquines hacían temblar el carruaje y cada
bache que agarraba una rueda hacía que Sebastian luchara
para contener el vino que había bebido antes.
Si Anthony no hubiera estado allí para agarrarlo,
Sebastian estaba convencido de que cuando finalmente
llegaron habría terminado tirado por el suelo en el patio de
la residencia Crofton de Londres. Ni siquiera se quejó
cuando Anthony le tomó en sus brazos y lo llevó dentro,
dando órdenes a un criado para buscar a Miriam, la doncella
de Lady Bronwyn, mientras abría las puertas y se llevaba a
Sebastian arriba.
Una vez detrás de la puerta cerrada de su habitación,
Sebastian dejo que Anthony y Miriam le quitaran su ropa.
Cada una de las piezas que le quitaban trajo alivio, el calor
alrededor de su cuerpo se disipó cuando se quedó encima de
la cama en apenas su camisa.
―¿Debo llamar al doctor? ―preguntó Anthony a
Miriam.
Miriam apartó el pelo de Sebastian de su frente,
colocando un paño frío sobre ella. ―No lo creo señor.
Muchas señoras tienen problemas con el calor.
Anthony tarareaba, y Sebastian estaba seguro de que
no estaba convencido de la explicación de Miriam, pero no
discutió. ―Si no está mejor por la mañana, llamaré a alguien
―insistió Anthony―, y creo que es casualidad que había

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planeado llevar a Sebastian al teatro mañana, sin la
parafernalia de la vestimenta de Bronwyn.
Sebastian se quedó dormido, su mente agotada bloqueó
la conversación de Anthony y Miriam acerca de su salud.
Debió dormir durante varias horas, porque cuando
abrió los ojos la habitación estaba a oscuras salvo por una
sola vela encendida. Sorprendido de que alguien se tomó la
molestia de iluminar la habitación, ya que estaba dormido,
se dio una vuelta para apagarla, pero una mano en su
costado lo detuvo.
―Vuelve a dormir ―ordenó Anthony, que estaba
sentado apoyado sobre un montón de cojines leyendo un
panfleto, vestido solo con su camisa.
―¿Qué estás haciendo aquí?
Anthony se echó a reír. ―Y yo aquí pensando que mi
compañía sería bienvenida.
Sebastian luchó para sentarse, aliviado de no estar
mareado y el calor opresivo se había disipado. ―Oh, créeme,
no me quejo, no esperaba encontrarte aquí.
―No es que sea un insólito acontecimiento el que yo
esté en tu cama, Sebastian. ―Anthony dejó el panfleto―. Y
no tenía nada mejor que hacer que leer, y pensé que podría
hacerlo también aquí como en cualquier otro lugar.
―Me alegro de que hayas elegido la cama por
comodidad y no por una excesiva preocupación por mi
salud.
Uno a uno, Anthony tiró todos los cojines en los que
había estado descansando al suelo, a continuación,
inclinándose sobre Sebastian apagó la vela.

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―¿Estás seguro de que no prefieres dormir en tu propia
cama? ―Sebastian preguntó en la oscuridad―. Esta está lejos
de ser tan cómoda.
Anthony colocó a Sebastian a su lado y se acurrucó a su
alrededor. ―No voy a molestarme en moverme hasta la
próxima puerta, esta cama es suficiente para una noche.
Sebastian no se dejó engañar ni por un momento, pero
decidió que era mucho mejor tener la muestra de que
Anthony se preocupaba de tal manera por él a que no
mostrara ninguna atención en absoluto. ―Deberías,
Anthony, pero no hagamos un hábito. Me gusta mucho más
la cama de Lord Crofton.

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EL AIRE de la noche estaba viciado, el calor del verano era
como una manta claustrofóbica por toda la ciudad,
sofocando las callejuelas del centro que se extendían detrás
del Teatro Globe. Sebastian caminó a través de la escasa
gente, molesta por el calor y el olor acre. Tenía calor,
también, oculto como estaba bajo su pesada capa de viaje,
pero ir vestido de hombre no era para nada tan incomodo
como ir de Bronwyn. Sebastian, se había escabullido de
Anthony al final de la obra, dejó una nota en su mano y
sonrió antes de desaparecer en la multitud de aficionados al
teatro.
Un par de jarras de vino afianzaron su valentía y
contribuyeron a pasar el tiempo suficiente hasta que fuera
bien de noche. Largas sombras aparecieron en los callejones
más amplios y en los otros, donde el sol apenas penetraba
incluso a mediodía, ya casi era de noche. Estos eran los
callejones en los que Sebastian estaba interesado, su
oscuridad era una cubierta perfecta para su plan. Era el tipo
de lugar que Sebastian había frecuentado solo en muy raras
ocasiones cuando había vivido en Londres, fue advertido
por los relatos de los otros actores que contaban sobre
asesinos y rateros que acechaban en cada esquina.
Comprobó que su daga estaba al alcance de la mano antes
de entrar al laberinto de callejuelas donde habitantes menos
saludables podrían perpetrar los actos más deshonestos.

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Sebastian no se detuvo a preocuparse por lo que pasaba
detrás de las puertas cerradas de los edificios de esta calle,
no deseaba ser visto como un transeúnte entrometido y, en
última instancia, un cuerpo que tendría que ser eliminado.
Dobló la esquina rápidamente, aliviado de entrar en un área
mejor iluminada donde se encontraba la bomba de agua
local, agradecido de encontrar el lugar que estaba buscando
sin perderse.
Había tres mujeres reunidas frente a una puerta de
color rojo brillante, de pie provocativamente para mostrar la
mayor cantidad posible de sus impresionantes pechos. Un
joven, probablemente un par de años más joven que
Sebastian, con el pelo castaño estaba sentado en el pedestal
de la bomba, sus largas piernas estiradas, inclinándose hacia
atrás haciéndose ver. Una de las mujeres, cuya edad tapaba
con mucho maquillaje, estaba hablando con un hombre de
ropas caras, de moda, cuyo rostro estaba oculto por el ala de
un sombrero ancho. La aparición de Sebastian hizo a las
otras mujeres, también muy maquilladas y escotadas,
acicalarse para llamar su atención, una casi cómica haciendo
pucheros mientras que la otra se inclinó meneando sus
pechos y jugando con su pelo. El joven se puso de pie
cuando enfocó a Sebastian, pero su interés por Sebastian se
desvió cuando el caballero que hablaba con la primera mujer
lo llamó, y los tres juntos entraron en la casa de la puerta
roja.
Sebastian se quedó atrás ya que otros dos hombres
llegaron de diferentes callejones y las dos mujeres les
hicieron señas, después de intercambiar algunas palabras,
los llevaron dentro de la casa, dejando solo a Sebastian. Rezó
para no tener que esperar mucho tiempo, y sus dedos se
cerraron alrededor de la empuñadura de su daga

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espontáneamente. Quitándose la capa de viaje, se puso sobre
el pedestal de la bomba de agua, a continuación, comprobó
todos los enfoques posibles, se apoyó en la bomba de
manera que esperaba fuera seductora. Estaba vestido con un
conjunto de ropa en las que el sastre había hecho un trabajo
increíble perfeccionando su tipo, y sabia que debía verse
muy atractivo.
Las campanas de una iglesia cercana sonaron,
señalando que eran las ocho. Los pasos se acercaron, y el
corazón de Sebastian comenzó a latir rápidamente. La
sombra precedió al hombre y, resplandeciente en su favorito
jubón rojo oscuro, el Conde de Crofton llegó. Sonrió al verlo,
sus ojos examinaron lentamente su delgada figura. Sebastian
se apartó de la bomba de agua y paseó hacia delante, con un
balanceo deliberado de las caderas.
―¿Se ha perdido, señor? Tal vez yo pueda ayudar.
―Oh, estoy seguro de que sus servicios serían muy
bienvenidos, pero no es una dirección lo que busco
―respondió Anthony, de pie a pocos centímetros de
distancia.
Sebastian se inclinó cerca para susurrarle al oído. ―Hay
muchas cosas que puedo ofrecer, señor. ¿Tiene algo en
mente?
―Eso depende.
―¿De qué?
―En cuanto a si puedo comprarlo por una hora o toda
la noche, y si tienes algún lugar donde podamos ir.
Sebastian mordió el interior de su mejilla para
mantener su gemido, provocado por las palabras en voz baja

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de Anthony y la pasión en sus ojos. ―Tengo un cuarto en
una taberna cercana.
―Entonces puede usted considerarse comprado por
toda la noche.
Sebastian tomó su capa y se la puso de nuevo.
―Sígame.
Se dirigió hacia los callejones con Anthony pisándole
los talones, apenas podía contener su emoción. No hablaron,
manteniendo su personaje del juego que estaban jugando.
Sebastian llevó a Anthony al León Blanco, una taberna que
había visto días mejores, pero ofrecía habitaciones a los
viajeros a un precio asequible. Una vez arriba, se detuvo
frente a una habitación en el segundo piso y sacando una
llave de su cuello abrió la puerta.
La habitación no podía ser descrita como lujosa, pero
tenía una gran cama con dosel, que era todo lo que había
necesitado para adaptarse a los requisitos de Sebastian para
la noche que había planeado con anticipación.
Sebastian cerró la puerta detrás de ellos y lanzó su capa
al suelo. ―Debo advertirle, señor, que no soy una de esas
putas baratas de burdel. Usted tendrá que profundizar en su
monedero para tener una noche conmigo.
―Oh, si eres realmente digno de un alto precio, no
tendré ningún problema en la entrega del pago. ―Anthony
se quitó su propia capa―. Ahora quítate la ropa y acuéstate
en la cama. Quiero examinar la mercancía que he comprado.
Sebastian dudó por un momento, preguntándose si
debía hacer una exhibición al desvestirse, pero Anthony hizo
una señal impaciente con la mano y empezó a desnudarse.
Podía sentir el peso de la mirada de Anthony mientras le

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veía desnudarse. Se tomó su tiempo para quitarse los
zapatos, jubón y calzones, ignorando los escuetos ruidos que
Anthony estaba haciendo. Metió la mano bajo su camisa
para sacarla por la manga, pero Anthony lo detuvo.
―Quítate primero la camisa. Quiero verte tan solo en
calzas.
La camisa se unió al resto de la ropa en el suelo, y
Sebastian se situó al final de la cama, con la espalda recta,
los hombros hacía atrás, y su polla dura mientras Anthony
caminaba a su alrededor. Supuso que debería sentirse
expuesto, pero el calor en los ojos de Anthony ayudó a
aumentar su expectación.
―Muy agradable. Ahora ve a la cama ―dijo Anthony.
Sebastian hizo lo que le dijo y se metió en la cama,
deliberadamente lento, expuso su culo, y extendió sus
piernas. Tembló cuando Anthony acarició su nalga derecha
arrastrando un dedo perezosamente entre sus mejillas y la
parte interna de su muslo.
―Acuéstate sobre tu espalda y pon tus manos sobre tu
cabeza ―ordenó Anthony, con una palmadita en su culo.
Sebastian lo miró confundido ante la orden, pero
comprendió cuando Anthony desabrochó uno de los lazos
de la cortina y tiró de la tela entre sus manos para poner a
prueba su resistencia. Tragó saliva, nadie jamás lo había
atado antes, y tuvo que admitir que la idea de que Anthony
lo hiciera lo excitaba. Obediente, levantó las manos por
encima de su cabeza, Anthony se inclinó y las juntó antes de
asegurarlas a la cabecera con una serie de nudos y Sebastian
supo que no tendría ninguna posibilidad de escapar por sí
mismo. Sentía a través de él la emoción de ser un supuesto

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cautivo de Anthony, y se mordió el labio para no mendigar a
Anthony que lo tocara.
Anthony se quitó los zapatos, pero no hizo ningún otro
movimiento para sacar cualquiera de sus otras ropas.
―¿Tienes algo para ayudar a facilitar el camino?
Sebastian hizo un gesto hacía la mesita de noche. ―Hay
aceite allí.
―Bien.
Anthony caminó por el lado de la cama y recogió la
botella de aceite sin dejar de mirar a Sebastian y deslizando
la punta de sus dedos sobre la piel sensible de su costado.
Sebastian trató de no retorcerse ante el toque, pero no pudo,
tirando de los lazos mientras lo hacía.
Anthony puso una mano sobre su vientre. ―Cuidado.
No deseo que te hagas hematomas.
Para Sebastian, parecía que Anthony nunca iba a llegar
a subir a la cama. Se acomodó entre sus muslos, empujando
sus piernas. ―Esto es una vista gloriosa.
Sebastian se estremeció cuando Anthony no se contuvo
sino que presionó dos dedos lubricados dentro de él sin
tocarlo en otra parte como preámbulo. ―Voy a utilizarte,
para saciar mi lujuria, y continuar poseyéndote hasta que
haya decidido que te has ganado tus honorarios.
Los dedos trabajaban para abrirle. Sebastian se retorcía,
sus muñecas atadas manteniéndolo en su lugar, inclinado
sus caderas hacía arriba para tratar de conseguir los dedos
profundamente dentro de él. Anthony desató la apertura de
sus calzones, bajándolos lo suficiente para que su polla
saltara libre.

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Anthony levantó las caderas de Sebastian y empujó sus
muslos, por lo que este se sintió maravillosamente expuesto,
y jadeó con placer mientras Anthony se deslizaba en su
interior, casi de inmediato marcó un ritmo implacable. Dada
la posición en que Anthony lo tenía, no había nada que
pudiera hacer, sólo quedarse tumbado y dejar que Anthony
hiciera lo que quisiera, con sus dedos clavados en sus nalgas
mientras empujaba una y otra vez, maldiciendo y gimiendo
como prometió que haría, corriéndose con fuerza en el
interior de Sebastian.
Cuando Anthony se retiró, Sebastian había esperado
que su polla conseguiría ahora un poco de atención. Estaba
tan dura que dolía, pero la sonrisa tortuosa en la cara de
Anthony le dijo que sería muy afortunado si éste tenía
alguna intención de darle el alivio que tanto ansiaba.
―Por favor ―rogó Sebastian mientras Anthony se
levantaba de la cama y metódicamente se despojaba de sus
ropas.
―Tendrás lo que yo te permita ―dijo Anthony,
volviendo a la cama―. Tú no estás aquí para tu propio
placer.
Anthony deslizó la mano por la superficie de las calzas
de Sebastian. ―Es hora de prescindir de estas, creo.
Pulgada a pulgada, Anthony retiró las calzas de
Sebastian, tirándolas lejos, colocando una mano o un beso en
cada trozo de piel que era revelada. Para Sebastian era una
exquisita tortura. Los labios y la lengua trabajando todo el
cuerpo salvo en el único lugar donde él quería tenerlos. Dejó
escapar un sollozo cuando Anthony le acarició en el cuello y
suavemente lo acalló, rozando con sus dedos los pezones, lo
cual hizo que Sebastian lo deseara más.

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―Eres exquisito. Un verdadero placer ―dijo Anthony,
presionando su dureza contra él, Sebastian se dio cuenta que
estaba erecto otra vez―. Voy a desatarte, y te acostaras sobre
tu estómago. ¿Entendido?
Sebastian asintió con la cabeza, sin confiar en su voz, y
cuando sus lazos se aflojaron, se dio la vuelta sin que se lo
dijeran de nuevo. Sus caderas trabajaron en la bendita
fricción del lecho contra su polla. Pero él gritó cuando
Anthony le golpeó el culo. ―Menos de eso. Conseguirás tu
liberación cuando yo lo diga, y no antes.
Anthony estaba de vuelta entre sus muslos, todavía
flojos de la primera ronda, Sebastian gimió con deseo
cuando Anthony empujó en su interior, tirando de él hacía
atrás de modo que quedó parcialmente de rodillas. Al fin la
mano de Anthony se enroscó alrededor de su polla y
Sebastian se corrió después de unos cuantos golpes. Débil
por su orgasmo, Sebastian se relajó y disfrutó de la
sensación de Anthony empujando dentro y fuera de él, el
ritmo más lento, tomándose su tiempo en esta ocasión.
Anthony se retiró sin haber alcanzado su orgasmo, pero
antes de que Sebastian pudiera preguntar que le pasaba, lo
puso otra vez sobre su espalda, y lo reclamó en un profundo
beso. Sebastian suspiró feliz en la boca de su amante. Con
una sonrisa Anthony se separó y se empujó en su interior.
Sebastian lo miró con los ojos entrecerrados mientras
buscaba su placer. Cada empuje con sus caderas dirigía a
Anthony más cerca de su liberación. Tenía las mejillas
sonrosadas y los ojos medio cerrados, Sebastian pensó que
era un hermoso espectáculo para la vista, y su corazón se
llenó sabiendo que lo podía llamar suyo.

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Con una última y profunda estocada, Anthony se corrió
por segunda vez. Se movió para acomodarse en la cama,
pero Sebastian lo agarró entre sus brazos.
Permanecieron juntos, recuperando el aliento. La
habitación estaba caliente y húmeda, ambos hombres
estaban empapados en sudor, pero a ninguno de los dos le
importaba. Los ruidos de la taberna de abajo eran un
murmullo discreto cuando Sebastian se quedó inmóvil por
un momento.
Sebastian se apoyó sobre un codo, sonriendo al ver la
expresión de júbilo en el rostro de Anthony. ―Pareces muy
satisfecho de ti mismo.
―¿Me culpas? He sido lo suficientemente listo no sólo
para atrapar a un magnifico amante, sino para mantenerlo
también.
―Mucho talento.
Sebastian se estremeció cuando el dedo de Anthony
acarició su brazo. ―Parece que lo has disfrutado más de lo
que pensaba que lo harías ―dijo Anthony.
―¿Por qué no iba a disfrutarlo? ―preguntó confundido
Sebastian.
―No a todo el mundo le gusta estar atado. Algunas
personas nunca estarían de acuerdo con ello.
Si no estuviera ya rojo por la acción, Sebastian sabía
que sus mejillas estarían en llamas. ―Siempre me ha gustado
cuando te haces cargo. Me gusta cuando me dominas,
atarme era sólo una extensión de eso.
―Es más que eso, Sebastian. Algunas personas no
confiarían ese tipo de control a cualquier persona.

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Sebastian apoyó la cabeza en el hombro de Anthony.
―Confío en ti, sé que no harías nada que no quisiera. Y me
gustó mucho.
Anthony levantó la cabeza y le dio un beso descuidado.
―No estoy seguro de lo que hice para merecer esto, pero
estoy muy agradecido.
―Es un regalo anticipado de cumpleaños ―dijo
Sebastian, satisfecho con su idea―. No hay muchas cosas
que se puedan comprar para el Conde de Crofton que aún
no tenga.
―Y pensaste en representar esta pequeña y deliciosa
fantasía. ¿Puedo preguntar como conocías esta parte de
Londres en la cual me pediste que te encontrara? Nunca
pensé que serías del tipo de conocer algunos de los burdeles
más exclusivos de la ciudad.
Sebastian se rió ante el recuerdo. ―Un amigo mío de El
Cisne se metió en algunos problemas. No tenía los medios
para pagar por la diversión que había disfrutado de la mano
de lo que fue una muy costosa y creativa mujer, y otro
amigo y yo tuvimos que pagar el dinero que le debía antes
de que la madame lo desatara. Para empeorar las cosas
tuvimos que pedir prestado el dinero en el teatro.
―¿En serio? Me sorprende tu preocupación, o que el
teatro diera el dinero.
―Él era el protagonista de la obra, Romeo y Julieta, y
no hay historia sin Romeo ―dijo Sebastian, recordando la
expresión en el rostro de su amigo cuando lo hubieron
desatado―. Pero tal vez yo debería preguntar cómo es que tú
conoces el lugar.

26
Anthony se estiró y sonrió. Sebastian no estaba seguro
de querer saber la historia detrás de la mirada melancólica.
―Digamos que tuve una noche muy memorable a manos de
dos señoras muy hábiles y deja las cosas así.
Sebastian se recostó, mirando el techo de la habitación.
Podía oír el ruido de los patrones de la taberna abajo, las
llamadas a los borrachos y el estallido ocasional de la
canción. Anthony pasó los dedos a través de su brazo.
―¿Sebastian?
―¿Las echas de menos? ―La pregunta salió más brusca
de lo que pretendía.
―¿Qué?
―Mujeres. ¿Echas de menos las mujeres?
Anthony suspiró y sacudió la cabeza. ―Siempre me he
sentido atraído por los hombres y las mujeres, y si puedo ser
honesto, nunca he pensado muy profundamente sobre el
sexo de mis amantes ―dijo, sin dejar de acariciar el brazo de
Sebastian―. No es cuestión de falta de mujeres, Sebastian. Sé
que es una elección muy simple: tú y solo tú, u otras
personas. Sé que no es una línea que se pueda enturbiar, y
no tengo ningún deseo de hacerlo.
―Yo…
Anthony lo tomó en sus brazos, y Sebastian fue de
buena gana, molesto consigo mismo por haber dejado salir
su burbuja de mezquinos celos a la superficie. ―No tengo ni
idea de por qué te crees que quiero a alguien más cuando
tengo un joven como tú en mi cama para cansarme.
Sebastian bostezó.

27
Anthony lo puso sobre su espalda. ―Oh, no te atrevas a
dormirte. ¡Te he comprado para toda la noche!

28
SALIERON de la taberna a la mañana siguiente, regresando
a casa a tiempo para tomar el desayuno. Sebastian se sintió
un poco culpable por el estado en que habían dejado la
habitación, pero Anthony le aseguró que las monedas extras
que le quedaban compensaban con creces la limpieza
requerida. Acababan de sentarse a comer cuando un
mensajero que portaba el escudo real llegó. El mensajero le
entregó una carta sellada a Anthony, desgarrándola, frunció
el ceño mientras leía.
―¿Hay algún problema? ―preguntó Sebastian, no le
gustaba la expresión de Anthony.
―Tengo que reportarme al palacio inmediatamente. La
Reina requiere mi presencia.
Anthony despidió al mensajero con una corta respuesta
de que regresaría a Richmond directamente. Sebastian no
sabía qué hacer, pero no creía que pudiera ser buena cosa.
―¿Qué crees que quiere hablar contigo?
Anthony se encogió de hombros. ―No lo sé. Cámbiate
y vuelve a Crofton Hall. Voy a seguirte tan pronto como me
sea posible.
―Podría esperar a que regreses ―ofreció Sebastian.
―No, creo que sería mejor si te vas. Por si acaso.
―¿En caso de que? ―preguntó Sebastian, preocupado.

29
―La última vez que fui convocado de esta forma, mi
lealtad a la corona fue cuestionada, Sebastian, y evité por
poco una temporada en la Torre de Londres1. No quiero que
Bronwyn esté en la ciudad en el caso de que alguien haya
hecho otra acusación infundada y haya decidido que mi
esposa debería acompañarme allí.
Sebastian casi dejó caer la copa de cerveza que tenía en
la mano. ―¿De verdad crees que eso es probable?
―Probablemente no, pero no estoy dispuesto a correr el
riesgo. ―Anthony se tomó el contenido de su copa―. Tengo
que irme. Nunca es buena idea hacer esperar a Su Majestad.
Te avisaré si hay algún problema que me impida regresar a
casa esta noche.
Sebastian miró a Anthony partir, su apetito se fue con
él. Se dirigió a su cuarto a vestirse para viajar de regreso a
Crofton Hall, estaba listo y esperaba en ropa interior y calzas
cuando Miriam llegó con su ropa para el día.
―Debo decir que te ves mucho mejor que la última vez
que te vi ―dijo ella, dejando su ropa en la cama.
―Es increíble lo que un día en ropa normal puede hacer
por un hombre ―dijo con una sonrisa.

1
La Torre de Londres, oficialmente el Palacio Real y Fortaleza de su Majestad, es un castillo
histórico situado en la ribera norte del río Támesis en el centro de Londres. La torre ha servido
como armería, tesorería, casa de fieras, Real Casa de la Moneda, registros públicos, y casa de las
Joyas de la Corona del Reino Unido. El apogeo del uso del castillo como prisión sobrevino en los
siglos XVI y XVII, cuando personajes como Isabel I (antes de convertirse en reina) cayeron en
desgracia y fueron retenidas entre estos muros. Este uso ha derivado en el dicho "enviar a la
torre" como sinónimo de "enviar a prisión". A pesar de su reputación como lugar de tortura y
muerte, popularizada por los religiosos del siglo XVI y los escritores del siglo XIX, solo siete
personas fueron ejecutadas dentro de la torre antes de las Guerras Mundiales.

30
Miriam se echó a reír. ―Me temo que es hora de volver
a Bronwyn hoy. He tratado de encontrar algo que no fuera
tan pesado de llevar, no sé si he tenido mucho éxito, pero al
menos no es de terciopelo.
Le puso el miriñaque y el corsé y los ató, Sebastian se
resignó a otro día agobiado por la parafernalia femenina que
era necesaria para hacerse pasar por su hermana. Miriam
había traído con ella un vestido de seda verde y una enagua
amarilla que reservaba generalmente para las ocasiones más
grandiosas.
―Se arrugará horriblemente durante el viaje ―dijo,
sonando como si el material le estuviera haciendo un flaco
favor personal―, pero el vestido es lo suficientemente ligero
que deberías llegar a Crofton Hall sin desmayarte. Y ya que
no te diriges a la corte, dejaremos el corsé más flojo de lo
normal.
Se puso la peluca. ―Supongo que debería estar
agradecido por los pequeños beneficios.
―Y con el calor que tenemos en este momento, debes
estar agradecido que Lord Anthony le prohibió a su esposa
usar la pintura blanca a menos que esté en la Corte ―dijo
mientras ataba la gorguera en su lugar.
―Ese fue uno de los decretos de su Gracia que yo
estuve feliz de aceptar.
Listo para partir hacia Crofton Hall, Sebastian volvió
abajo para encontrar el carruaje listo. Y sin ningún deseo de
quedarse en Londres más de lo necesario, debido al calor, o
a la advertencia de Anthony sobre una posible estancia en la
Torre de Londres, Sebastian se sintió aliviado cuando el
carruaje avanzó lentamente en su camino. Ellos

31
serpentearon las calles hasta llegar a las afueras de la ciudad
y a carretera abierta.
Sebastian estaba medio dormido cuando despertó
completamente sacudido por algo que golpeó el lado del
carruaje. Se sentó erguido, y estaba a punto de sacar la
cabeza por la ventana cuando una flecha de ballesta pasó
silbando junto a él y se alojó en la parte interior de la puerta
de enfrente. Por un momento, Sebastian se quedó mirando el
cerrojo, como si no pudiera creer lo que estaba viendo, pero
fue devuelto radicalmente a sus sentidos cuando el coche se
tambaleó hacia delante. El cochero fustigó el látigo y los
caballos relincharon en señal de protesta, pero tomaron
velocidad. Sebastian se lanzó al suelo del coche y buscó
debajo del asiento un estilete2 oculto precisamente para esta
eventualidad. Sabía que los bandidos eran una amenaza real
en los caminos a las afueras de Londres, y él mismo se
contaba entre los bendecidos que habían sido afortunados
hasta ahora de no llamar su atención.
Los sonidos de los cascos desgarrando la tierra junto al
cochero hicieron a Sebastian echarse hacia atrás. Una mano
agarró el marco de la ventana, y sabía que si no hacía algo lo
abordarían. Con tanta fuerza como pudo reunir, llevó el
estilete a la mano del bandido, un grito de dolor acompaño
el sonido de un hombre cayendo a tierra.
Sebastian sacó la cabeza por la ventana para ver al
bandido en un árbol, su caballo galopando lejos hacia el
bosque. Había otros a pie, pero pareció que fueron

2
El estilete (traducción al español de la palabra italiana stiletto que proviene del latín stilus y
significa "arma punzante") es un tipo de daga desarrollada en la Edad Media. La hoja del
estilete era especialmente delgada para poder penetrar pequeños orificios en las armaduras
renacentistas. Estaba desprovisto de filo, lo que permitía la fabricación de hojas en forma
triangular, romboidal o cuadrangular para una mayor capacidad de perforación.

32
afortunados y la banda sólo tenía un caballo. Otra flecha de
ballesta se incrustó en marco del carruaje, falló por
centímetros y Sebastian volvió a meterse dentro.
El carruaje se balanceó violentamente de lado a lado, ya
que corrió a través de las pistas. Las condiciones del camino
bajo sus ruedas eran bastante malas normalmente, pero con
los caballos obligados para conseguir la máxima velocidad,
todo el carruaje rebotaba en cada bache o surco. No fue
hasta que salieron del bosque que el cochero se atrevió a
frenar los caballos, e incluso entonces el ritmo difícilmente
podría llamarse tranquilo. Pero iba lo suficientemente lento
para que el lacayo pudiera subir por el techo, inclinarse y
mirar por la ventana.
―Confío en que usted no se ha hecho daño, ¿Milady?
Sebastian se sentó en el banco, la hoja aferrada a su
pecho. ―Estoy bien. Pero estaré mucho más feliz cuando
estemos de vuelta en casa.
―No falta mucho, Milady. Y puedo decir, que la razón
por la que escapemos ilesos fue su agilidad con el estilete.
―Gracias ―respondió Sebastian y agarró la
empuñadura con más fuerza.
El lacayo asintió y desapareció para volver a sentarse al
lado del cochero. Sebastian quería que el resto del viaje
pasase rápido, y nunca estuvo tan aliviado de ver Crofton
Hall cuando llegaron.
Sebastian estuvo fuera del carruaje tan rápido como sus
faldas le permitieron. Se le heló la sangre cuando vio las tres
flechas clavadas en la parte trasera del coche, y aún más
alarmante era el hacha enterrada al lado de la ventana. El
mayordomo, un hombre sensato que respondía al nombre

33
de Wallace, había llegado para atenderle, y Sebastian fue
directamente a él.
―Fuimos atacados por bandidos en el Bosque Epping3
―dijo agitando los brazos en la dirección de donde venían―.
Hay que enviar hombres para acompañar al cochero de los
criados; no salían hasta más tarde, ya que todavía estaban
comprando provisiones.
―Sí, Milady ―dijo el mayordomo―. Me encargaré de
inmediato.
―Y Lord Crofton es probable que viaje de regreso. Debe
ser advertido.
―Enviaré un mensajero delante y organizaré la escolta
para el otro cochero de inmediato.
Sebastian se alegró por la naturaleza imperturbable de
Wallace. Su mente estaba demasiado envuelta en la
preocupación por Miriam que viajaba en el segundo carruaje
y en Anthony cabalgando más tarde por su cuenta para
pensar con calma.
―Creo que voy a ir a acostarme ―dijo y el mayordomo
respondió con una profunda reverencia―. Estaré en mi
habitación si me necesitan.

3
Epping Forest es una zona de bosques antiguos en el sureste de Inglaterra, en la frontera entre
el nordeste de Londres y de Essex. Se trata de un antiguo bosque real, y es administrado por la
City of London Corporation. Abarca 2.476 hectáreas y contiene áreas de bosques, pastizales,
brezales, ríos, pantanos y estanques, y es un sitio de especial interés científico.

34
SEBASTIAN intentó leer, pero estaba demasiado
preocupado. Era incapaz de concentrarse en otra cosa que
no fuera otro posible ataque de los bandidos en el bosque, su
mente solo imaginaba imágenes de cómo Anthony o Miriam
podrían resultar heridos o algo peor. Un suave golpe en su
puerta por la tarde trajo lo que esperaba fuera una
distracción, pero fue más bien alivio cuando Miriam entró.
Sebastian salió de la cama en un instante, y olvidando tal
cosa como el decoro, la abrazó sin previo aviso.
―¡Oh, gracias a Dios, que has vuelto sana y salva!
Ella le devolvió el abrazo. ―Wallace envió una partida
para encontrarse con nosotros, pero no vi a nadie en el
bosque. ¿Estás bien? Vi el hueco dejado por el hacha. ¡Oh,
Señor, si eso te hubiera golpeado!
―No pienso en tal cosa.
Miriam ahogó un sollozo. ―Debemos conseguir un
vestido para la cena. Estoy segura de que sus invitados
quieren saber cómo nuestra valiente Lady Bronwyn luchó
contra los bandidos.
―¿Anthony ha vuelto?
―No, pero no te preocupes por su seguridad. Wallace
envió hombres para acompañar a Su Excelencia también.
Sebastian dejó que Miriam anduviera de acá para allá a
su alrededor, quitándole el vestido con el que había viajado
y sustituyéndolo por uno azul del mismo material, pero dejó
la enagua y el corpiño como estaban. ―Sabíamos que se
arrugaría ―dijo ella, el vestido verde cubría su brazo―. La
doncella tendrá que colgarlo al vapor para dejar esto
presentable.

35
Sebastian dejó a Miriam con su consternación por su
vestuario y bajó a reunirse con sus invitados para la cena,
agradeció que sólo estaban su prima Claire y su esposo, su
buen amigo Matthew, y los padres de este.
Richard Ashton y su hijo se levantaron tan pronto
Sebastian entró en el comedor. ―Me disculpo por no estar
aquí para darles la bienvenida antes ―dijo, tomando su
asiento.
―Lo que me sorprende es que se una a nosotros,
Bronwyn ―dijo Lady Anne, la esposa de Richard―. Si yo,
hubiera sido atacada por bandidos, estoy segura de que
tendría que guardar cama.
Claire se inclinó sobre la mesa, con ojos interrogantes,
ardiendo de curiosidad. ―He oído que apuñalaste a uno de
ellos. ¿Es eso cierto, Prima?
―No iba a dejar que abordaran al cochero ―respondió,
tomando una copa de vino―. Sabía que había un estilete
debajo del banco y estaba más que dispuesta a usarlo. Si
realmente hubiera entrado en el carruaje, no habría pensado
dos veces en apuñalar más que su mano.
Matthew se echó a reír. ―Ahora sabemos por qué
Anthony se está comportando en estos días. ¿Mantenías a tu
hermano en la misma línea cuando eras más joven?
Matthew, que era uno de los pocos que sabía que
Sebastian era también Bronwyn, sonrió ante el ceño fruncido
de este. ―A Sebastian no era necesario mantenerlo en la
línea.
―No es así como yo lo recuerdo ―dijo Claire,
sonriendo, sus ojos bailando con picardía―. De hecho, me

36
acuerdo de los dos metiéndose en bastantes problemas
cuando eran niños.
―Por lo general, contigo a la cabeza, Claire. Eras
demasiado astuta para dejarte atrapar.
―Siempre fuiste tú y Sebastian quienes erais los
mejores en evitar ser atrapados. ―La sonrisa engreída de
Claire hizo a Sebastian rodar sus ojos, y si su prima no había
sido consciente desde el principio sobre el plan para hacerse
pasar por su hermana, nunca le hubiera contado el secreto.
Las puertas del comedor se abrieron, y Anthony entró a
grandes zancadas. Estaba de rodillas al lado de Sebastian en
un instante. ―Por favor, dime que no te hicieron daño.
―Ten la seguridad de que estoy bien.
―Si agarro a los que hicieron esto, ¡los ahorcaré!
Sebastian ahuecó su mano en la mejilla de Anthony, se
veía tan enojado. ―Sé que lo harías, pero no hay necesidad.
Anthony se puso de pie, y Sebastian sonrió cuando le
tomó las manos y se las besó antes de sentarse a la mesa.
―Creo que tendré que hablar con el sheriff con respecto
a estos bandidos ―dijo Richard―. Se han registrado más
ataques que nunca.
―Estoy de acuerdo ―dijo Anthony―, y si no quiere
hacer nada, sugiero que formemos una búsqueda y
rastreemos a estos bastardos nosotros mismos.
―Trataremos la ruta oficial primero ―advirtió
Richard―. Haré los arreglos cuando regrese a Highdall Hall
por la mañana.

37
Anthony cayó en un estado de ánimo pensativo
mientras la comida continuó, y para cuando se sirvieron los
vinos y las frutas de mazapán, sus respuestas eran
monosilábicas. Sebastian asumió que sus huéspedes
considerarían que estaba meditando sobre el incidente de los
bandidos, pero él creía que era más que eso y sospechaba
que su comportamiento estaba vinculado a su audiencia con
la Reina.
―Sé que no suelen tener invitados en la noche de su
regreso de Londres ―dijo Claire―, pero queríamos hablaros
primero de nuestras noticias, antes de dirigirnos a la Corte
mañana.
―¿Noticias? ―preguntó Sebastian.
Matthew sonrió y tomó la mano de su esposa. ―Claire
está embarazada.
―¡Felicidades! ―exclamó Sebastian, sus preocupaciones
olvidadas por la noticia.
Anthony pareció salir de su abatimiento. ―Tengo lo
justo para brindar por la nueva madre.
Llamó a un criado, que salió del comedor y regresó con
una botella de un caro oporto que Anthony había comprado
mientras estaba en Londres. Llenaron las copas y un brindis
se alzó por la buena salud de Claire y la virilidad de
Matthew, y si Sebastian no conociera a Anthony como lo
conocía, podría haberlo engañado y hacerle creer que su mal
humor estaba olvidado.

38
DESNUDO, Sebastian se sentó con las piernas cruzadas
sobre la cama de Anthony, esperando que el otro hombre se
retirara. Sospechaba que no tendría que esperar mucho
tiempo dado el mal humor que Anthony había lucido
durante la mayor parte de la comida, y tuvo razón cuando
Anthony entró no mucho tiempo después de que Sebastian
comenzara a leer.
Anthony no dijo nada cuando entró y se apresuró a
desnudarse y subir desnudo a la cama, tirando a Sebastian
en sus brazos con su espalda al ras de su pecho.
―Esperaba que la noticia de Claire hubiera mejorado tu
humor, pero tengo la sensación de que no estás con tu dulce
carácter de siempre.
Anthony no respondió, sólo lo mantuvo apretado.
Sebastian miró por encima de su hombro. ―Anthony, estás
haciendo que me preocupe. ¿Qué diablos pasa? Si es por los
bandidos, te prometo que salí ileso.
―Te amo, Sebastian.
Sabía que Anthony lo amaba, pero las declaraciones de
sus sentimientos no eran algo que hiciera regularmente.
Algo debía estar muy mal. Se sentó y miró a Anthony, quien
se quedó mirando el dosel de la cama, fijamente sin mirar a
Sebastian.
―¿Qué está pasando?
Anthony suspiró mientras dejaba caer su brazo sobre
su cara. ―Estoy dividido entre mi deber para con la Corona
y mi amor por ti. Pero no hay manera de que pueda negar
un favor solicitado por la Reina.

39
Sebastian frunció el ceño. ―¿Deber a la Corona?
¿Favor? Anthony, ¿de qué demonios estás hablando?
―La Reina me ha pedido que le facilite alguna
información, específicamente el paradero de Philippe Valois,
Duque de Lorraine, con el fin de ayudar al rey de Francia.
―¿Y? ―preguntó Sebastian, aún más confuso, si eso era
posible.
―Se cree que Philippe tiene información sobre un
número de extremistas religiosos que podrían dañar la
tregua que el rey ha negociado.
―Pero, ¿Qué tiene eso que ver contigo? ―preguntó
Sebastian, que estaba empezando a molestarse.
―La hija de veinte años de Philippe está en la Corte, la
Reina cree que sabe dónde está su padre y quiere que yo le
extraiga la información.
―¿Y por qué tú y no uno de los muchos torturadores de
la Torre?
La expresión de Anthony era una mezcla de disgusto y
vergüenza. ―Ella cree que un enfoque más suave, uno que
tenga cierta reputación, conseguiría mejores resultados.
―¿Más suave? ¡Oh dulce Señor, quiere que la seduzcas!
Sebastian salió de la cama. Agarró su camisola y se la
puso por la cabeza.
La mano de Anthony salió disparada para detenerlo
antes de que pudiera salir. ―Escucha, por favor, no tengo
otra opción.
―Y a mí no me tiene que gustar tu decisión. Estoy
seguro de que podrías haber dado con una excusa viable o

40
haber encontrado otra manera de obtener la información
que no implique seducir a una anciana de ¡veinte años de
edad!
―No voy a seducirla, Sebastian, te lo juro. Simplemente
cortejarla ―dijo Anthony mientras se aferraba a Sebastian,
tratando de llevarlo de nuevo a la cama.
―¿Y se supone que eso tiene que hacer que me sienta
mejor? Cuando tú estás en Londres cortejando a una mujer,
pero tu esposa permanece en el campo siendo objeto de
mofa.
―No estaré en la Corte ―dijo Anthony con cuidado, y
en todo caso, parecía aún más tímido―. La Reina me ha
pedido que invite a Marie aquí para mi fiesta de
cumpleaños.
―¿Y no pensaste en rechazarlo? Ella puede pensar que
tu esposa no es capaz de satisfacer al maravilloso Anthony
Crofton, pero sugerir que tomes a una amante bajo mis
narices es demasiado.
―¿Rechazar a la Reina? Y ¿Cómo debo hacerlo,
Sebastian? Tú no sabes nada de la política de la Corte y la
peligrosa línea que pisan sus cortesanos. ¡Un movimiento en
falso podría dar lugar a una prolongada estancia en la Torre!
―Podrías haberlo intentado ―gritó Sebastian―. Eres
bueno con las palabras suaves, ¿por qué no usarlas?
―¿No ves que no puedo ganar esta discusión? Ya sea
que lo haga en Londres o en Crofton Hall, estarías
disgustado. Por lo menos en casa puedes estar seguro de mis
acciones.

41
―¿Seguro de tus acciones? ¿Cómo? ¿Por qué voy a verte
con mis propios ojos en lugar de depender de escuchar los
chismes de la Corte?
Anthony se acercó a él. ―Ten en cuenta la posición en
la que me encuentro.
―¿Y qué hay de mí, Anthony? ¿Qué quieres que haga?
¿Estar feliz porque tienes que interpretar a un tonto enfermo
de amor con otra?
―Por supuesto que no. Pero un poco de apoyo y
compresión serían bienvenidos.
Sebastian dejó escapar un grito de frustración y empujó
a Anthony con tanta fuerza que cayó sobre la cama.
―¡Escúchame, Anthony Crofton! Aunque acepto que no
puedes rechazar a la Reina, no creo que puedas estar cerca
de mí hasta que hayas resuelto una manera de terminar con
esta solicitud, ¡sin que yo tenga que contener las ganas de
pegarte!
Pasó como un vendaval por la habitación a través de la
puerta que divide sus habitaciones, echando el cerrojo
detrás de él. Anthony golpeó la puerta cerrada. ―Anthony,
desaparece. Háblame por la mañana, cuando haya una
ligera posibilidad de que esté en un estado de ánimo más
favorable y tú hayas tenido la oportunidad de pensar en tus
opciones.
Sebastian escuchó que Anthony suspiraba y se alejaba.
La indignación y la ira le quemaban a través de sus venas.
No podía creer el descaro de Anthony. Una cosa era llegar a
un acuerdo para pretender seducir a esta mujer, otra muy
distinta era llevarlo a cabo, y en el lugar que Sebastian
llamaba su casa. En un ataque de rabia, tomó la jarra de

42
cerámica y la lanzó contra la pared, su estruendo no fue tan
satisfactorio como él había esperado que sería.

43
DEMASIADO enojado aún para pensar en el desayuno,
Sebastian, vestido como Lady Bronwyn, decidió evitar a
Anthony y pasar la mañana en la rosaleda. Se sentó en una
esquina sombreada, la mente perdida en las páginas de un
libro cuando su paz se rompió.
―Ahí estás. No nos acompañaste para el desayuno.
Sebastian levantó la vista de su libro para mirar a
Anthony. Las manchas oscuras bajo sus ojos mostraban lo
cansado que estaba, y Sebastian esperaba que hubiera
padecido tan mala noche de sueño como él. ―Quizás es
porque no quise.
―¿Entonces no estás en un estado de ánimo más
amigable? ―preguntó Anthony con una sonrisa
esperanzada.
―¿Se ve cómo eso?
―He estado pensando toda la noche, Sebastian. Sabes
que tengo que hacer algo. ―Anthony con cautela se sentó a
su lado―. Creo que puedo cortejar a una mujer joven sin
ningún acontecimiento desafortunado. Sólo palabras dulces
e interpretación, Sebastian. No significarían nada.
Sebastian cerró de golpe su libro. ―¿Trataste al menos
de argumentar en contra de esto?

44
―Traté de explicarle a Su Majestad que yo era ahora un
hombre felizmente casado que había dejado atrás sus viejas
costumbres, pero ella no es mujer para discutir y no se deja
persuadir. Dijo que un hombre casado con una esposa tan
simple no podía estar tan feliz como afirmaba y que debería
estar agradecido porque me ofrecía un regalo tan dulce
como una virgen francesa.
―Supongo que no debería esperar menos dada la
actitud que algunos en la corte todavía tienen conmigo.
Anthony deslizó su mano por el muslo de Sebastian, y
este lo toleró, no lo empujó. ―Si planeamos cada paso juntos,
sabrás que esperar. No debería haber sorpresas, y tengo la
esperanza que esto lo haga mejor.
―Lo dudo ―se quejó Sebastian, pero el beso de
Anthony en la mejilla seguido de un sendero por el cuello y
debajo de su gorguera hacía difícil permanecer enojado con
el hombre―. ¿Y cuándo llega ella?
―Oh, no vamos a preocuparnos de eso por el momento.
―Anthony lo empujó hacia atrás en el banco―. Tengo un
deseo apremiante de asegurarme que mi amante se da
cuenta cuán importante es para mí.

SI LA CELEBRACIÓN del próximo cumpleaños de


Anthony no marcara también la llegada de Marie Valois,
Sebastian podría haber estado esperando impaciente el
elaborado banquete y el planificado entretenimiento, en
cambio se encontró que todo el evento le revolvía el
estómago.

45
―¿Qué crees Sebastian, deberíamos tener una compañía
de teatro? La verdad es que ha pasado bastante tiempo
desde que tuvimos teatro en Hall ―le preguntó Anthony,
quien se sentó en el escritorio de su estudio, en tanto que
Sebastian estaba sentado en el confidente4 en la ventana.
―Creo que deberías estar más preocupado por tu
próxima actuación. Esto es, si has decidido lo que vas a
hacer cuando llegue la chica Valois.
―He pensado un poco ―admitió Anthony―. Pensaba
en sentarla a mi lado durante la comida y asegurarme que
Marie se dé cuenta que es el foco de mi atención… tal vez
sugeriré un paseo por los jardines a la mañana siguiente.
Sebastian frunció el ceño. ―¿Has escogido la poesía y
un pequeño regalo también?
Anthony no parecía prestar atención a los bordes en el
tono de Sebastian. ―Algunos poemas. Y pensé que podría
usar algunas de las joyas de Jane.
―¿Tienes la intención de dar a Marie algunas de las
joyas de tu primera esposa? ―dijo Sebastian con frialdad―.
¿Y cómo explicarás que nunca se las has dado a Bronwyn?
La capacidad de Anthony para ser tan insensible le
asombraba, y si era honesto, también le dolía un poco. No
ayudó que Sebastian podía ver la conmoción en el rostro de
Anthony que ni siquiera había considerado que fuera un
problema.
―No lo pensé.
―Evidentemente, no.

4
Asiento de dos plazas opuestas y enfrentadas unidas por uno de los brazos.

46
―Por supuesto es inadmisible. Por favor, perdona mi
desconsideración.
―No es que quiera las joyas de tu difunta esposa,
Anthony ―dijo Sebastian, queriendo asegurarse que
entendía su preocupación―. Pero piensa lo que vería el resto
del mundo. No hace mucho tiempo que nos hemos casado y
estamos constantemente vigilados esperando ver tu regreso
a tus antiguas costumbres.
―Tienes razón. Y había algo más que necesitaba hablar
contigo.
La disposición de Anthony para admitir que estaba
equivocado fue una clara señal de advertencia para
Sebastian. ―Querido Señor, ¿y ahora qué?
―Nada de lo que preocuparte –por lo pronto. De hecho,
creo que es una cosa agradable.
―¿Agradable? No era consciente que esa palabra estaba
en tu vocabulario.
Anthony ignoró la mofa de Sebastian. ―He dispuesto
para que pinten nuestro retrato.
Sebastian se quejó. ―Oh, ¿por qué has hecho eso? No
quiero permanecer sentado durante un siglo, mientras un
artista idiota pretende captar mi espíritu en óleo.
Alguien llamó a la puerta, y Sebastian pensó que
Anthony tuvo suerte al ser salvado de tener que responder a
la pregunta.
Anthony gritó a quienquiera que estuviera fuera que
entrara, y mientras la puerta se abría, le dijo a Sebastian.
―Seguiremos esto más tarde.

47
Entró un criado, un hombre joven que tenía
dificultades para controlar el forcejeo del cachorro que
sostenía. Sus largas orejas y pies, demasiado grandes para su
cuerpo, lo hacían parecer ridículo, y Sebastian no pudo
contener la risa, cuando se liberó y corrió directamente hacia
él, tratando de meterse debajo de la falda de su vestido.
―Lo siento, Milord ―dijo el criado persiguiendo al
cachorro―. Este pequeño chico es el que usted solicitó para
el señorito William.
Sebastian se inclinó y recogió el perro. Su pelo rizado
dorado era suave y su lengua húmeda, ya que lamió su
mejilla. ―Puesto que usted está ocupado, mi señor ―dijo
Sebastian, rascando al cachorro detrás de las orejas―, Yo
llevaré este animado compañero a su hijo. Suelo leerle a
William a esta hora.
―Puedo disponer de tiempo ―dijo Anthony con
rapidez antes de despedir al criado.
Sebastian no reconoció su respuesta, prefiriendo salir
dando zancadas de la habitación, con el cachorro aún en sus
brazos. Se comportó mucho mejor con él que con el criado.
El perro apenas forcejeó en absoluto mientras se dirigían por
el corredor, en su lugar, daba escandalosos y alegres
ladridos, y seguía lamiendo la cara de Sebastian.
―¿Quieres que yo lleve el perro? ―preguntó Anthony
mientras caminaba detrás de Sebastian.
―Soy capaz de llevar un pequeño cachorro, Anthony.
Sebastian gruñó y entró en la sala de juegos de William.
La niñera se puso de pie, saliendo tras pedir permiso.
William se volvió hacia él, distraído en su partida de

48
soldados, pero su atención rápidamente volvió a lo que
obviamente era una batalla épica.
―William ―dijo Anthony, sonando severo―, tú sabes
hacerlo mejor.
El chico rubio gruñó para sus adentros mientras se
puso de pie, agarrando un soldado, y se inclinó ante
Anthony y Sebastian lo mejor que un niño de cuatro años
podía manejar. Sebastian se sentó y colocó el cachorro en el
suelo. El cachorro olfateó a William con interés, pero regresó
al lado de Sebastian y se acurrucó a sus pies, mientras que
William pareció igualmente desinteresado y en su lugar se
subió al regazo de Sebastian, listo para su historia.
―Pensé que estaría más emocionado ―dijo Anthony,
mirando a William, quien miró a Sebastian expectante.
―No todo el mundo es amante de los perros.
William hizo un ruido descontento y tiró de la manga
de Sebastian.
―Me temo que el joven Lord Crofton requiere su
historia. No me puedo imaginar de dónde saca su
impaciencia.
Anthony entendió la indirecta y dejó a Sebastian para
que continuara su relato sobre el noble caballero y su
cobarde caballo, que había estado relatando a William
durante los últimos tres días. William se sentó embelesado
mientras escuchaba la historia que Sebastian contaba, se
basaba en líneas generales en una que había escuchado
cuando era niño. Y de vez en cuando, Sebastian tenía que
parar a William de chupar su soldado de juguete.

49
Como de costumbre William no quería que Sebastian se
detuviera, pero la voz de Sebastian estaba ronca, así que
tuvo que decepcionar a su público, pero trató de distraer al
niño con el cachorro. ―¿No quieres acariciarlo, William?
William vacilante acarició al cachorro, imitando a
Sebastian, pero ni el perro ni el niño parecían entusiasmados
el uno por el otro. William se marchó a jugar con su soldado
y el perro jadeaba feliz, con la lengua fuera mientras
Sebastian rascaba sus orejas.
Por último, Sebastian llamó a la niñera y dejó a William
jugando y al cachorro cerca, con la esperanza de que los dos
superaran su indiferencia el uno por el otro. Al cerrar la
puerta del cuarto de juegos detrás de él, oyó un escarbar
frenético de las patas en la madera y un aullido lastimero,
seguido por el grito desmesurado de William. La puerta se
abrió y la niñera echó el perro al corredor.
El cachorro lo miró con los ojos muy abiertos, y
Sebastian no pensaba que podría dejarlo sentado allí.
―Supongo que vienes conmigo, entonces ―dijo.
Sebastian no estaba seguro sobre qué hacer con el
cachorro, pero siempre que trataba de entregárselo a un
criado, hacía un ruido horrible como de dolor, hasta que se
lo devolvían a Sebastian o lo dejaban en el suelo.
Anthony fue testigo de su último intento y apoyado
contra el marco de la puerta del vestíbulo, sonrió. ―Parece
que ha decidido que quiere a la Lady Bronwyn como
propietaria. No puedo quejarme de su gusto.
―¿Qué voy a hacer con un perro?
―Si no lo quieres, estoy seguro de que el mozo podría
encontrarle un hogar en la manada de caza.

50
El cachorro escogió ese momento para lamer la oreja de
Sebastian. ―Supongo que podría ser una buena compañía.
¿Tiene nombre?
―Todavía no.
Sosteniendo el perro bajo sus patas delanteras,
Sebastian le sonrió y el cachorro jadeó feliz. ―Henry. Luce
como un Henry para mí.
Anthony se apartó del marco de la puerta y se acercó
lentamente. Pasó la mano por el lomo de Henry. ―¿Podemos
continuar donde lo dejamos antes? Quiero discutir sobre el
retrato, y he escogido algunos poemas para Marie y quiero
que los leas, de manera que sepas lo que estoy haciendo.
―Si debo hacerlo.
Volvieron al estudio de Anthony. El cachorro anduvo
olfateando todo hasta que no quedó nada nuevo que
explorar y se sentó a los pies de Sebastian.
―Sin duda es bien parecido ―dijo Anthony―. Quizás
pueda estar en el retrato.
―Dudo que fuera capaz de quedarse quieto el tiempo
suficiente. Pero explícame por qué necesitamos la pintura de
un retrato.
―Debido a que es lo que se espera. Tú mismo dijiste
antes que somos observados, y sería extraño que no tuviera
un retrato mío con mi nueva esposa en nuestra casa.
Sebastian sabía que Anthony estaba en lo cierto y que
no tenía mucho sentido discutir. ―¿Cuándo?
―No hasta después de mi cumpleaños. Y estoy seguro
que no será tan malo como piensas.

51
―Tal vez. Ahora, ¿dónde están los poemas? ―preguntó
Sebastian, deseoso de cambiar de tema.
Los poemas no fueron lo que Sebastian esperaba. La
colección suave distaba mucho de la naturaleza
extravagante de los favoritos de Anthony, Sebastian
consideró que estaban pensados para seducir a Marie Valois.
Y teniendo en cuenta la colección de volúmenes eróticos de
Anthony procedentes del continente, había esperado que al
menos una parte de su naturaleza atrevida se filtrara en los
poemas, pero no era el caso.
―Tengo la sensación que estás buscando un romance
apacible ―dijo Sebastian, poniendo una copia del soneto
número cuatro de Astrophel y Stella5 sobre el escritorio de
Anthony.
―Estoy tratando de cortejar a una joven doncella,
necesito ser sutil, demostrarle que no tengo ninguna
intención de apresurarla en algo desafortunado.
Sebastian tarareaba para sí mismo, no muy
entusiasmado por la elección de palabras de Anthony.
―Es sólo un acto de seducción, Sebastian. No tengo
intención de participar en algo más que un beso en la parte
posterior de su mano.
―Lo sé, Anthony. Sin embargo, todavía es difícil para
mí tener que guardar silencio y ver al hombre que amo
interpretar a un tonto perdidamente enamorado de otra
persona.

5
Astrophil y Stella (1581), es un poema del poeta inglés Philip Sidney. Se trata de un poema
dónde expone el ideal femenino renacentista de raíz platónica.

52
LOS INVITADOS habían estado llegando durante días, la
élite de las clases dirigentes inglesas descendieron en tropel
sobre Crofton Hall para celebrar el trigésimo cumpleaños de
Anthony. Por lo general, Sebastian no saludaba a los
carruajes que iban llegando, pero no había manera que fuera
a dejar que Anthony cumpliera con Lady Valois por primera
vez sin estar presente. No había oído hablar mucho de la
joven, pero ya que tendría que soportar ver a Anthony
cortejarla abiertamente, quería ver por sí mismo como era su
posible némesis. La vana esperanza de que fuera una mujer
fea se desvaneció cuando Marie Valois bajó de su carruaje.
Tenía una cara en forma de corazón con una impecable
piel pálida, sus mejillas acentuadas por colorete, y en sus
labios el arco de Cupido. Ojos grandes, de color avellana, le
daban una apariencia inocente, abierta, y su pelo estaba
recogido por debajo de una peluca rubia con rizos de
tirabuzón, que mostraban su elegante mandíbula y su cuello
delgado. Vestida con un costoso vestido de seda azul de la
última moda, descendió del carruaje con tanta gracia que
hizo a Sebastian estremecerse, pensando en su apariencia
cuando subía a bordo de un coche. Suspiró internamente,
pero mantuvo la sonrisa en su sitio, con cuidado de no
mostrar ninguna emoción negativa. Conociendo su suerte,
Marie también tendría una personalidad maravillosa.

53
Sebastian se arriesgó a mirar de reojo a Anthony. Como
temía, había un aire de satisfacción en su rostro mientras
observaba a Marie, su sonrisa un poco más afectuosa, los
ojos demasiado brillantes para el gusto de Sebastian. Antes
de que Sebastian pudiera susurrarle un comentario sobre su
mirada poco caballerosa a Anthony, este ya daba un paso
adelante para saludar a su invitada.
―Lady Valois ―dijo, dándole un beso en el dorso de la
mano―, es un verdadero placer contar con su visita en
Crofton Hall.
Su leve reverencia ofreció una vista muy clara de su
amplio pecho. ―Gracias por invitarme, Conde de Crofton.
Su Majestad me pidió que le transmitiera sus saludos.
La sonrisa de Anthony se hizo aún más amplia. ―Por
favor, considere mi casa su casa mientras esté aquí. Y
llámame en cualquier momento si hay algo que pueda hacer
para ayudarle.
Sebastian se adelantó aclarándose la garganta, y
Anthony tuvo la decencia de avergonzarse. ―Le presento a
mi esposa, Lady Bronwyn.
Marie sonrió a Sebastian, haciendo una reverencia de
nuevo. ―Lady Crofton.
Sebastian devolvió la reverencia. ―Por favor, llámeme
Bronwyn, Lady Valois. ¿Tal vez le gustaría refrescarse de su
viaje antes de la cena?
―Eso sería muy amable. También me gustaría que
usted me llame Marie.
―Puedo llamar a la doncella de mi esposa para
ayudarle si usted lo necesita.

54
―Eso no será necesario. Madeline ha viajado conmigo.
―Fue entonces cuando Sebastian se dio cuenta que había
alguien de pie detrás de Marie, una mujer bajita, tímida de
casi cuarenta años que Sebastian asumió era la doncella de
Lady Marie.
Sebastian ordenó a uno de los criados que acompañara
a Marie a su habitación cuando entraron en la casa, y
observó que la mirada de Anthony seguía a Marie mientras
subía. Sebastian no pudo ocultar más su molestia. ―Te veré
en la cena, Anthony. Es decir, si te das cuenta de que estoy
allí.
Su tono disgustado sorprendió a Anthony sacándolo de
su ensueño. ―Yo… ¿Cómo?
Con un bufido indignado, Sebastian subió por las
escaleras sin mirar atrás. Pretendía cerrar de golpe la puerta
detrás de él, pero encontrarse con Anthony de pie en la
entrada le impidió su arrebato.
―Tengo la sensación de que no estás feliz ―dijo
Anthony, más confuso que arrepentido.
―Una vez más, estoy asombrado de tu habilidad para
leer una situación, Anthony. Con estas habilidades me
sorprende que estés perdiendo tu tiempo en las provincias y
no en Londres forjándote una carrera política.
Anthony tranquilamente cerró la puerta detrás de él.
―¿Qué he hecho?
―Oh, nada más que se te ha hecho la boca agua por una
mujer joven y bonita justo delante de mí. Tal vez debería
estar contento de que no te hayas sumergido de cabeza en su
escote.

55
―Estás siendo ridículo, Sebastian. Sólo estaba siendo
amable y dándole la bienvenida.
―Te olvidas Anthony, que he sido testigo de primera
mano de tu versión de ser amable y dar la bienvenida, y
¡tuve la suerte de poder caminar a la mañana siguiente!
―Es sólo una actuación ―escupió Anthony―. Tú lo
sabes, ¿por qué estás siendo tan irracional?
―Entonces eres mejor actor del crédito que te di. Debe
ser una prueba terrible pretender dejarse llevar por una
hermosa mujer, sobre todo teniendo en cuenta lo sencilla
que es tu esposa. ¡Y cómo debes sufrir mirando esos pechos
perfectos cuando el amante que elegiste no tiene ninguno!
―No niego que Marie es una mujer atractiva, pero ella
no me excita. Ella no enciende mi pasión como lo haces tú.
Sebastian vio el deseo en la mirada de Anthony
cuando fue arrastrado a sus brazos. El beso de Anthony era
caliente y desesperado, y Sebastian gimió, devolviéndolo
con igual necesidad.
―Te voy a enseñar lo que me haces ―le susurró al oído
a Sebastian. Agarrando su peluca, la tiró al suelo―. No
tendrás ninguna duda de que te pertenezco totalmente.
Anthony deslizó sus brazos alrededor del cuerpo de
Sebastian, lo levantó y lo llevó a la cama. Desató su vestido y
corpiño con soltura y Sebastian correspondió tirando de las
ataduras de su jubón. Estaba seguro de haber oído rasgar la
tela, pero no le importaba mientras pateaba lejos su enagua
y miriñaque. Anthony lanzó el corsé de Sebastian lejos,
indiferente de donde aterrizó, seguido unos segundos más
tarde por su vestido.

56
Impaciente por el tiempo que se estaba tomando
Anthony, Sebastian lo empujó hacia atrás en la cama y le
quitó las calzas, raspando las uñas por sus muslos mientras
lo hacía, provocando una letanía de palabras que caían de
los labios de Anthony que no se podían repetir en la iglesia.
Agarrando el aceite, Sebastian se puso a horcajadas
sobre Anthony, alineando sus miembros juntos para
disfrutar de la deliciosa fricción de piel contra piel. Las
manos de Anthony fueron a su cintura y trató de poner a
Sebastian sobre su espalda. ―¡No! Yo estoy a cargo, voy a
cabalgarte.
Por un momento pensó que Anthony se opondría –era
rara la ocasión en que Sebastian tenía la sartén por el mango
en la cama, pero Anthony tiró de él para besarlo. ―Soy tuyo,
haz conmigo lo que desees.
Había momentos para la ternura, para tomarse tiempo,
pero este no era uno de ellos, Sebastian bajó por el torso de
Anthony, presionando besos húmedos por su piel, dejando
marcas de mordidas a su paso hasta que acarició con su
nariz los rizos del pelo en la ingle de Anthony. Lamió su
polla, chupando la corona antes de tragarla hasta la
empuñadura. El sabor de Anthony le excitaba, al igual que
el peso del miembro duro contra su lengua, los intensos y
satisfactorios gemidos de Anthony le decían que no era el
único que disfrutaba de esto. Sebastian adoraba a Anthony,
y apreciaba que este no tratara de resistirse, pero aún así
mantenía una mano en su cadera para demostrar que estaba
al cargo, y mantenerlo en su lugar. Un escalofrío atravesó los
muslos de Anthony advirtiendo a Sebastian que su amante
estaba cerca, pero no iba a dejar que Anthony se corriera por
el momento. Retiró la boca, acompañado de un siseo de
desaprobación por parte de Anthony.

57
Sebastian sonrió ante el enfado de Anthony mientras se
limpiaba la boca con el dorso de la mano. Cubrió su polla y
sus dedos con aceite, y tiró la botella al otro lado de la cama.
Concentrado, Sebastian trabajó sus dedos en Anthony, y la
sensación del calor apretado a su alrededor era exquisita.
―Es suficiente, estoy listo ―dijo Anthony, desesperado
jadeando cada palabra.
Sebastian no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Se
podía contar con una mano el número de veces que había
hecho esto y la emoción de estar en el interior de Anthony
todavía era nueva y preciosa. Gimió profundamente
mientras empujaba dentro, y Anthony se hizo eco de su
placer. Sebastian no podía durar mucho tiempo –sus
embestidas eran erráticas ya y apenas era capaz de
concentrarse lo bastante para no correrse enseguida.
Equilibrándose con cuidado, se las arregló para envolver
una mano alrededor de la polla de Anthony sin caerse, y con
unos golpes irregulares Anthony se corrió. Sebastian lo
siguió, jadeando, y se desplomó encima de Anthony,
sonriendo de oreja a oreja.
―Alguien está feliz. ―Anthony pasó sus dedos por el
pelo de Sebastian―. Como debe ser.
―Necesito más práctica ―respondió Sebastian con una
boba sonrisa, contento de que Anthony no estuviera
decepcionado con su actuación, a pesar de que en su mente
era un aficionado en comparación con las habilidades de
Anthony.
Anthony deslizó la mano por la espalda de Sebastian.
―La práctica hace la perfección, es cierto. Pero me temo que,
aunque yo prefiero pasar el resto del día contigo de esta
manera tan esplendida, desnuda, hay que asistir a la fiesta.

58
De mala gana, Sebastian se levantó de la cama y
empezó a recoger su ropa. Recogiendo la enagua, vio el
desgarro en el tejido y se quejó. Se lo mostró a Anthony.
―Miriam me va a matar.
―Puede que disfrute de una leve reprimenda, pero te
quiere demasiado para matarte. ―Anthony entró en sus
calzas y se puso la camisa―. Voy a cambiarme para la cena
en mi habitación y haré que mi criado te mande a Miriam,
junto con una nueva enagua.
Una vez solo, Sebastian se lavó la cara con agua fría. Se
salpicó generosamente con agua de rosas a través de su
torso para enmascarar cualquier olor residual del sexo y
estaba listo y esperando por Miriam en su camisa y medias
cuando ella llegó.
―Me dijeron que trajera una nueva enagua ―dijo
Miriam al entrar―. ¿Qué has hecho con la otra?
Le entregó la enagua desgarrada y Miriam chasqueó la
lengua ante el desgarro en la seda. ―Probablemente no es
tan malo como parece ―dijo esperanzado.
―Dudo que pueda ser reparada sin una buena costura.
―Dio la vuelta a la tela, examinándola de cerca―. ¿Cómo te
las arreglas para hacer esto?
Sebastian sabía que sus mejillas estaban rojas mientras
Miriam la miraba expectante. ―Anthony…
Ella lo detuvo antes de que pudiera continuar. ―No
creo que necesite saberlo.
El tema de la conversación cambió a los espectáculos
nocturnos y la enagua rasgada estaba olvidada cuando
Miriam ayudó a Sebastian a vestirse y a aplicar su

59
maquillaje. ―La última vez que vi Crofton Hall tan lleno era
tu aniversario de boda ―dijo Miriam, con una pizca de
reminiscencia en su voz.
―Creo que hay más invitados en este momento. El
cumpleaños de Anthony parece ser algo que todos quieren
celebrar ―dijo Sebastian―. Pero admito que estoy un poco
decepcionado de que Sebastian no esté aquí en este
momento, porque como Bronwyn no voy a ser capaz de
disfrutar de los espectáculos que duraran hasta el amanecer
una vez que los hombres se unan después de la comida.
―Esto no puede ser tan salvaje como el vigésimo quinto
cumpleaños de Su Excelencia –encontraron a tres hombres
desmayados en el laberinto a la mañana siguiente, y
perdimos a Lord Donnington durante cuatro días en el
bosque. Cuando apareció, estaba medio desnudo y
sonriendo como un tonto.
Sebastian se rió y abrió la puerta. Ahora estaba listo
para hacer frente a los invitados, entre ellos Marie Valois.
―Sólo porque tiene unos cuantos años más, no espero que el
cumpleaños de Anthony sea más tranquilo.
Anthony estaba esperando cuando Sebastian salió de
su habitación. ―Pensé que podríamos llegar al Gran Salón
juntos, y hacer un buen trabajo, también, ya que pareces
desprestigiar mi buen nombre.
―Difícilmente se puede llamar mancillar cuando es
cierto ―respondió Sebastian, tomando el brazo que le ofreció
Anthony.
―¿Por qué me presento contigo?
―Porque soy maravilloso, Anthony, y no se te olvide.

60
LOS INVITADOS se reunieron en el Gran Salón, la mayoría
de ellos de pie en pequeños grupos, bebiendo vino, y
pasando el tiempo con chismes ociosos. Sebastian vio a
Marie de pie sola junto a la chimenea, aparentemente un
poco abrumada por la situación. Se había cambiado el
vestido y su pelo estaba suelto, cayendo sobre sus hombros,
estaba tan hermosa como cuando la vio por primera vez.
―Había pensado que después de estar en la Corte no
tendría ningún problema de adaptación aquí ―le dijo a
Anthony, asintiendo con la cabeza en dirección a Marie.
―No estoy seguro de que ella haya estado en la Corte
en sí ―dijo Anthony―. Ha visitado a la reina, pero no creo
que haya estado sometida a uno de los banquetes de palacio.
―Tal vez deberías hacer que se sienta cómoda.
―¿Estás seguro?
Sebastian dio un casto beso en la mejilla de Anthony.
―Sí. No hagas que me arrepienta.
Sebastian estaría mintiendo si dijera que su corazón no
se le había subido a la garganta al ver a Anthony deambular
hasta Marie, tomar su mano y besarla. El rostro de Marie se
iluminó con la atención y Sebastian podía ver su rubor
extenderse por sus mejillas incluso a través de su maquillaje.
Él sabía exactamente lo que era estar hechizado por
Anthony. Ser objeto de la completa atención de Anthony era
como ninguna otra cosa, era excitante, un torrente que
provenía de ser el centro del mundo de Anthony. Y

61
Sebastian odiaba que esta noche él fuera a verlo de lejos y no
experimentarlo.
Decidiendo que un trago le fortalecería para lo que
pensaba sería una noche difícil, se dio la vuelta alrededor
para localizar a un criado y se vio cara a cara con Abigail
Foster. ―Lady Bronwyn, otra vez nos encontramos cuando
está sola.
―Lady Abigail. ¡Qué bueno que se una a nosotros en
Crofton Hall para el cumpleaños de Anthony! ¿Está su
esposo con usted?
Abigail señaló con el abanico a un hombre riendo a
carcajadas en la esquina de la habitación. Tenía una
constitución pesada y las mejillas sonrosadas, y no era lo que
Sebastian esperaba como marido de una mujer de la belleza
de Abigail. ―Cecil está poniéndose al día con viejos amigos.
No me apetece escuchar las historias de nuevo.
―Me temo que hay más historias de Anthony de las
que he oído. ―Abigail se rió. Sebastian vio su mirada fija
vacilar a donde Anthony estaba hablando con Marie.
―Tal vez, después de la cena podríamos tener unos
momentos a solas ―preguntó Abigail.
Sebastian frunció el ceño, sin saber qué hacer con la
petición de Abigail. ―¿Hay algo que anda mal?
―No, en absoluto. Sólo uno conversación amistosa, eso
es todo.
Ella no le regaló nada, y Sebastian era demasiado
curioso para negarse. ―Estoy deseando que llegue.

62
Un grupo de juglares6 empezó a actuar y los invitados
tomaron sus asientos en la mesa. Anthony llevó a Marie a su
asiento y se aseguró que estuviera sentada a su lado,
completamente encantada. La fiesta comenzó con platos de
faisanes y gallinas de Guinea cocinado con hierbas
aromáticas y una selección de confituras. Después del
primer bocado, Sebastian podía decir que el cocinero tiró
toda la carne en el asador7 para celebrar el cumpleaños de
Anthony. Se preguntó qué pasaría al día siguiente, cuando
realmente era el cumpleaños, si este era el estándar de esta
noche.
Sebastian estaba sentado junto a Claire y Matthew en
un lado y Lord y Lady Gething al otro. Walter y Mary
Gething eran increíblemente aburridos; su riqueza estaba
basada en la industria de la lana y la conversación no
derivaba muy lejos tampoco. Mary tenía una risa chirriante
y acompañó a cada una de las sosas anécdotas de su marido
lo merecieran o no.
―¿Ha sentido alguna vez un vellón8 recién esquilado?
―preguntó Walter cuando llegó el segundo plato, dos ovejas
asadas enteras.

6
Un juglar era un artista del entretenimiento en la Europa Medieval, dotado para tocar
instrumentos musicales, cantar, contar historias o leyendas, etc. Dentro de la primera etapa de
la Edad Media entre el siglo X y la primera mitad del siglo XIII predominaban los juglares épicos
(poetas cultos en realidad) que normalmente recitaban tiradas y fragmentos de poesía narrativa
o biográfica. A partir de la segunda mitad del siglo XIII y en el siglo XIV predominan más los
juglares líricos que recitaban la llamada «poesía cortesana».
7
“Echar toda la carne en el asador” es una expresión usada a menudo y cuyo significado es que
una persona va a realizar un esfuerzo mayor o bien posiblemente conlleve arriesgar algo con tal
de lograr un objetivo, dando hasta lo último que pueda dar con tal de alcanzarlo. Usar todos los
recursos disponibles para lograr algo.
8
Conjunto de lana que se le quita a una oveja o a un carnero al esquilarlo.

63
―No puedo decir que lo haya hecho alguna vez
―respondió Sebastian, tratando de parecer interesado, pero
se distrajo con los tejemanejes en el otro extremo de la mesa.
Anthony estaba rellenando la copa de Marie,
inclinándose más de lo estrictamente necesario. Marie
sonreía dulcemente y parecía un poco nerviosa por las
acciones de Anthony, si su constante juego con su pelo
quería decir algo. Claire vio a Sebastian mirando y le envió
una mirada confusa. Negó con la cabeza, confiando en que
ella captara el mensaje de que ahora no era el momento para
hablar de ello.
―Supongo ―dijo Walter, haciendo a Sebastian desviar
su atención―, que ha vivido la mayor parte de su vida en la
ciudad, entonces no ha estado alrededor de ovejas.
―Sí, antes de mi matrimonio había pasado la mayor
parte de mi vida en Londres o Portsmouth.
―El aire del campo le vendrá mucho mejor que el hedor
de la ciudad ―dijo Walter, sin esperar que su declaración
fuera cuestionada.
―Estoy segura de que está en lo cierto. Pero creo que a
pesar de las detracciones, Londres siempre va ser muy
querido para mí.
Afortunadamente comenzaron los brindis, los amigos
de Anthony iniciaron los reconocimientos. Edward, uno de
sus amigos más antiguos, contó una historia de sus días de
Cambridge y la desaparición de una mascota de la facultad.
Claire se inclinó cerca para poder susurrarle al oído a
Sebastian. ―Me sorprendió encontrarlo aquí.

64
―Lo pasado, pasado está ―respondió Sebastian―. Pero
no es un invitado tan frecuente como era antes.
―Eres más generoso de lo que sería yo.
Sebastian tomó un trago de su vino para ahuyentar la
imagen que a veces todavía lo perseguía en las raras noches
que pasaba solo: el beso que Edward y Anthony habían
compartido y que casi destruye todo lo que había entre
Anthony y él. Tuvo que luchar duro para no dejar que la
amargura del pasado saliera a la superficie. Se tragó el duro
bulto que apareció en su garganta.
―Anthony sabe que hay una línea, y si la cruza,
entonces será la última vez que me vea, no importa cuán
duro ruegue.
Sebastian había mantenido la voz baja, pero movió su
mirada hacía los Gethings para confirmar que no estaban
escuchando. Ellos estaban demasiado absortos en otra
historia que Edward estaba contando –esta vez sobre un
viaje de pesca malogrado cuando Anthony terminó en el río
sin ropa– para interesarse por él y la conversación con
Claire.
Una ovación subió alrededor de la mesa y Sebastian vio
una multitud de rostros expectantes giradas en su dirección.
―Creo que están esperando que ofrezcas un brindis por
tu marido ―impulsó Claire con una sonrisa forzada.
Sebastian se puso de pie, y todos los invitados
volvieron sus ojos hacía él, haciéndole sentir que estaba de
vuelta en el escenario una vez más. ―Feliz cumpleaños, mi
querido esposo. Hemos compartido muchos momentos
inolvidables juntos hasta ahora, y espero que compartamos
muchos más. Por Anthony.

65
El brindis fue corto, pero no creía que tuviera que
añadir nada más, el sentimiento era verdadero y hablaba
directamente desde el corazón. Incluso a esa distancia,
Sebastian podía ver la felicidad de Anthony por la elección
de palabras, su cálida sonrisa casi lo deslumbra al devolverle
el saludo. Sebastian levantó la copa y luego tomó un sorbo,
que fue seguido por sus invitados.
Hubo varios platos más y muchos brindis antes de que
la comida finalmente terminara. La fiesta había sido un
triunfo más para el cocinero, y hubo un animado debate
sobre si los pulidos pisos de la galería permitirían a una
persona deslizarse de un extremo a otro. Y a juzgar por el
sonido de las risas y ocasionales golpes, alguien estaba
tratando de probar su teoría. Anthony, que estaba más que
un poco alegre, pidió que los juglares interpretaran algo más
alto para poder bailar.
Sebastian estaba saboreando lo último de su vino
observando de lejos mientras se reía de la giga9 que Anthony
bailó delante de los desconcertados músicos para ilustrar su
apunte. Anthony se volvió hacia Marie, que se sobresaltó
cuando él la puso de pie y otras parejas se unieron a ellos,
listos para bailar.
Anthony era un bailarín elegante y Sebastian aplaudió
junto con la música alegre, decidido a no mostrar que
deseaba estar bailando con Anthony. Al terminar el baile,
Anthony se negó a que Marie regresara a su asiento,

9
La giga es una alegre danza folclórica, de origen probablemente inglés, en que uno o dos
solistas realizan pasos rápidos, saltados y muy complejos con una música en compás de 6/8,
12/8, 3/8, 9/8. Además de estar muy arraigada en la tradición irlandesa, las gigas fueron muy
populares en Escocia e Inglaterra desde 1500 hasta 1600. La giga inglesa que se baila sobre dos
tubos de arcilla (barro) cruzados, se parece mucho a la danza de la espada de Gillie Callum de
Escocia.

66
agarrándola de su mano y tirando de ella mientras trataba
de retirarse.
Claire se sentó a su derecha, también mirando el baile.
―¿Qué está pasando? ―preguntó, cuando Anthony comenzó
otro baile con Marie.
―¿Qué?
Ella frunció el ceño. ―No te hagas el tonto. ¿Qué está
pasando con Anthony y la muchacha francesa?
―Nada de lo que preocuparse.
―¡No me vengas con eso!
―Toma la indirecta y deja el tema, Claire. No es algo
que pueda –o desee– discutir.
Una mano se posó en su antebrazo. Era Abigail.
―¿Podemos quizás hablar ahora? Antes de vernos envueltos
en la alegría de la noche.
Con una profunda reverencia a Claire, Sebastian llevó a
Abigail fuera del Gran Salón a una pequeña sala de
recepción que rara vez se utilizaba ya que no podía
acomodar al número de huéspedes que por lo general había
en Crofton Hall y no era tan cómoda como la biblioteca.
Abigail no hizo ademán de sentarse en una de las sillas,
por lo que tampoco lo hizo Sebastian.
―Me he dado cuenta de que Lady Valois está aquí
―comenzó sin preámbulos.
―Tenemos muchos invitados que nos visitan para el
cumpleaños de Anthony ―respondió Sebastian, interesado
en ver lo que Abigail tenía que decir.

67
―Y veo que Anthony ha vuelto a sus viejas costumbres.
Pero sólo por Marie.
―Usted se equivoca. Anthony siempre es muy
acogedor con todos nuestros huéspedes, nada más.
Abigail parecía estar examinando una bandeja de plata
expuesta en una mesa junto a la ventana. ―Yo no voy a
deducir ningún acto ilícito por parte de Anthony, sino todo
lo contrario. ¿Pero puedo preguntarle si Marie está aquí a
petición de Su Majestad?
Sebastian no sabía cómo responder a eso. ―Yo…
―Para tranquilizarla a usted de mi lealtad, Bronwyn,
fui durante muchos años una de las Damas de Honor de la
Reina. He tenido que mantener una confianza similar.
―Se sugirió que Marie tal vez deseara visitar Crofton
Hall ―dijo Sebastian con cuidado.
―Se hizo una sugerencia similar a que su hermano
Nicholas, podría desear visitar mi casa.
Sebastian sabía que sus ojos se habían agrandado a
consecuencia de lo que Abigail había dicho. ―¿Y debía darle
la bienvenida a Nicholas?
―Sí. ―Sonrió―. La Reina no entendía que podía estar
satisfecha con un hombre como mi marido, pero Cecil y yo
somos muy felices. Y como se puede imaginar, no le
entusiasmó la petición de la Reina.
―Puedo comprender.
―Pensé que usted podría. ―Abigail miró a Sebastian
por primera vez―. Pero en mi caso, no tendría que haberme
preocupado, Nicholas se quedó sólo unos pocos días y no

68
hizo ningún movimiento para aceptar cualquiera de mis
avances.
―Esto es sorprendente. ¿Pero por qué cree que necesito
saberlo?
―Porque antes de irse, Nicholas escuchó el plan de su
hermana menor de visitar Crofton Hall. Decir que estaba
preocupado de que su hermana pudiera ser presa del infame
Anthony Crofton sería un eufemismo.
―Estoy segura de que podemos llegar a hacer frente a
un hermano sobreprotector ―dijo Sebastian, sin comprender
plenamente la preocupación de Abigail.
―Nicholas Valois tiene un temperamento violento,
usted y Anthony tendrán que tener cuidado. Él no es reacio
a esgrimir una espada incluso hasta en los más leves insultos
o infracciones percibidas a su honor.
―Ya veo.
―La familia Valois no es alguien con quien se juega.
―La expresión de Abigail era tan solemne que Sebastian no
podía dejar de tomarla en serio―. Y mientras no pueda
rechazar la petición de la Reina, debería tener cuidado en lo
que a ellos concierne.
―Gracias. Aprecio la advertencia, Lady Abigail, y me
aseguraré de hablar con Anthony por la mañana.
―A qué hora dependerá de cuando finalice la fiesta esta
noche. ―Abigail respondió sonriendo.
―Muy cierto ―dijo Sebastian con una sonrisa―. Y ahora
debo regresar con mis invitados, antes de que Anthony
empiece a bailar sobre las mesas.

69
SEBASTIAN entró en el Gran Salón y Anthony seguía
bailando, pero todavía no en las mesas, había mantenido a
Marie como su pareja de baile para una animada Gallarda10.
Ella estaba radiante, con los ojos brillantes y la cara llena de
alegría, y Sebastian no estaba feliz de constatar que Anthony
parecía igualmente encantado con su elección de pareja.
Tuvo que obligarse a seguir caminando y no reaccionar ante
el nudo en el estómago a la vista de la reacción de Anthony
a Marie. Los celos, lo atravesaron, una bilis repugnante que
lo hizo enojar, pero al mismo tiempo trató de racionalizar lo
que vio, trató de bloquear los pensamientos de la traición.
Anthony estaba actuando, pero era difícil de creer por la
forma en que parecía tan absorto en Marie.
La danza llegó a su fin y los bailarines aplaudieron
cortésmente a los músicos. La siguiente pieza fue algo que
Sebastian reconoció como acompañamiento a un baile que
había visto en la corte llamado La Volta11. Anthony se volvió
hacia Marie, sin duda preguntando si deseaba continuar. A
pesar de saber que era una farsa, la agitación de los celos
ardía dentro de Sebastian mientras recordaba algunos de los
movimientos más íntimos de la danza. Determinó que si

10
La gallarda fue una forma musical y danza del Renacimiento, popular en toda Europa en el
Siglo XVI. Los ejemplos más antiguos de esta danza se conservan en la ciudad de París. La
gallarda es improvisada, con los danzarines combinando patrones de pasos que ocupan uno o
más compases de música. La gallarda tiene típicamente cinco pasos. Fue el baile favorito de la
reina Isabel I de Inglaterra. Como prueba de que es un baile vigoroso.

11
Un paso especial que se usaba durante la gallarda era denominado "la volta", un
acercamiento cerrado e íntimo con la pareja, con la dama elevada por el aire y ambos rotando
270 grados dentro de un período de seis tiempos. La volta fue considerada muy escandalosa, y
muchos maestros de baile consultaban antes de obligar a realizarla.

70
alguien iba a bailar La Volta con Anthony iba a ser él, y se
dirigió directamente hacia los bailarines.
Tuvo que esperar un momento para que Anthony
apartara la mirada de Marie, y cuando por fin se dio cuenta
de que era él, sonrió ampliamente y le tendió los brazos.
―¡Bronwyn, mi ángel!
Anthony arrojó sus brazos alrededor de él, y Sebastian
se dio cuenta de que estaba más borracho de lo que jamás lo
había visto. Se apartó cuando Anthony comenzó a acariciar
su cuello, a pesar de sus gruñidos desdichados.
―Espero que no tuviera ningún deseo de bailar La
Volta con nadie más que conmigo, Milord.
Los ojos de Anthony estaban caídos y apretó más fuerte
a Sebastian. ―Nunca.
La expresión de Marie era ahora de mortificación
cuando se alejó de Anthony, sin atreverse a cumplir con la
mirada de Sebastian mientras se excusó diciendo que
necesitaba un refresco antes de seguir bailando.
Ciñéndose fuerte, sus miradas se encontraron, y
Sebastian no prestó atención a las otras parejas que también
estaban bailando. Anthony asentó su mano izquierda en la
cadera derecha de Sebastian, presionando firmemente su
muslo izquierdo contra el derecho de Sebastian, y la mano
derecha de Anthony debajo de lo que hubiera sido el pecho
de Sebastian. Éste envolvió su brazo derecho alrededor de
los hombros de Anthony y utilizó su mano izquierda para
levantar el borde de su vestido. Aunque estaba más allá de
la etapa alegre12, Anthony seguía siendo un bailarín

12
Quiere decir que estaba un poco más que achispado, es decir que llevaba demasiadas copas
encima y debería de estar ebrio.

71
excelente. Hábilmente condujo a Sebastian a través de cada
paso, cada salto y lo levantó con una facilidad tan firme que
jamás pensó que Anthony lo dejaría caer. Estar tan cerca de
Anthony en público hizo a Sebastian temblar de deseo, el
olor de su colonia y el calor de su cuerpo eran tentadores.
Era una demostración de cercanía física rara vez vista en
público, la danza causó gran revuelo en la corte la primera
vez que Sebastian la había visto. El público observándolo
ahora sólo lo hacía más erótico.
El baile terminó demasiado pronto. Sebastian se apartó,
sonrojado de deseo, necesitaría retirarse a su habitación para
hacer frente a su erección. Anthony cogió sus manos, y
llevándolas a su boca las besó. ―Mi señora.
Sebastian hizo una pequeña reverencia. ―Mi señor.
Otros invitados tomaron la zona de baile y Anthony
llevó a Sebastian a un lado, dándole una copa de vino.
Sebastian se acercó para susurrarle. ―No podría
haberte visto bailar así con Marie, hubiera causado una
escena al arrancarle sus brazos.
―Yo habría roto los brazos de cualquier hombre que se
atreviera a tocarte de esa manera ―respondió Anthony,
descansando su frente contra Sebastian.
El beso que compartieron dejó a Sebastian
extremadamente duro y gimió cuando se separaron. ―Creo
que es mejor que me retire por esta noche, antes de
avergonzarme a mí mismo.
Lo que Anthony iba a decir quedó ahogado por
aclamaciones, lo estaban llamando sus amigos. Sebastian se
despidió con un beso.

72
―Ve y disfruta de la noche, Anthony. Te veré en la
mañana.

73
DESPUES de ser desvelado en la madrugada por Anthony al
meterse en la cama, Sebastian se despertó más tarde de lo
habitual. Anthony seguía durmiendo, despatarrado cabeza
abajo, un brazo sobre el vientre de Sebastian y babeando su
aliento de la mañana lo suficiente amargo como para agriar
la leche.
Henry estaba resoplando en su sueño al final de la
cama, masculló brevemente antes de volver a dormir.
Sebastian trató de deslizarse fuera de la cama, pero la mano
de Anthony se apretó instintivamente alrededor de su
cintura. Sebastian agarró la muñeca de Anthony para
moverlo, perturbándolo lo suficiente que rayó los bordes de
su consciencia, y Sebastian recibió un ―no‖ en un gruñido y
el brazo le apretó más fuerte.
Un gruñido desde el otro extremo de la cama le hizo
sentarse a mirar a Henry, ahora despierto y descontento.
Este gruñó de nuevo y ladró disgustado.
―Oh, mi cabeza ―murmuró Anthony contra la
almohada.
Henry volvió a ladrar y gruñó más fuerte mientras
Anthony trató de atesorar a Sebastian más cerca de él.
―¿Qué está haciendo ese maldito perro en mi cama?

74
Sebastian rió. ―Esta es mi cama. Y a Henry le gusta
dormir en mi cama.
La confusión de Anthony era cómica. ―¿Qué?
―Me acosté en mi habitación ayer, porque sabía que
planeabas una noche larga. Sin embargo, por alguna razón,
decidiste arrastrarte aquí a primeras horas de la mañana,
proclamar que tengo el mejor culo de la cristiandad y
desmayarte.
Henry no estaba feliz siendo ignorado y comenzó a
ladrar de nuevo. Sebastian agarró al perro para calmarlo, y
como recompensa, recibió un lengüetazo y un gañido feliz.
Anthony gimió y se echó el brazo sobre la cara. ―Me
duele la cabeza.
―Unas cuantas horas de sueño lo resolverán. Pero
tengo que vestirme, por lo que necesitas marcharte a tu
propia habitación ―dijo Sebastian, levantándose de la cama
y poniendo a Henry en el suelo.
―Pero es mi cumpleaños ―se quejó Anthony.
―¿Y qué tiene eso que ver con nada?
―Me estoy muriendo, canalla antipático.
―Eso lo dudo. Puedes elegir; ¡sales de la cama, o subo a
Henry allí contigo!

TUVO que poner a Henry sobre la cama para que Anthony


finalmente abandonara la habitación y dejara a Sebastian
vestirse. El cachorro estaba ahora tras los talones de

75
Sebastian mientras se dirigían fuera buscando un lugar
tranquilo para leer mientras sus invitados se recuperaban de
la noche anterior. La biblioteca estaba ocupada por tres
hombres jugando a las cartas, que dicho sea de paso por su
aspecto aún tenían que llegar a la cama, y había varios pares
de pies sobresaliendo de la mesa del comedor en el Gran
Salón, donde los hombres se habían quedado dormidos.
El sol ya estaba alto en el cielo, pero el calor implacable
de las últimas semanas les había dejado y Sebastian encontró
las temperaturas más fresca y mucho más agradable. Giró en
el jardín de rosas y se sorprendió al ver a Marie sentada en
un banco con un libro de poesía. Henry ladró entusiasmado
y corrió directamente hacia ella.
―Henry ―gritó cuando el perro saltó sobre Marie,
poniendo sus patas en su rodilla, ladrando y meneando la
cola frenéticamente.
Marie rascó detrás de las orejas al cachorro, encantada
con su llegada. ―No es ninguna molestia, Lady Bronwyn.
Me recuerda a un perro que tenía mi hermano cuando
éramos niños.
La mención de su hermano le recordó a Sebastian que
aún tenía que hablar con Anthony sobre Nicholas Valois,
pero dado el estado en que estaba Anthony cuando lo dejó,
Sebastian pensó que era mejor dejarlo en paz por ahora.
―¿Le importa si me uno a usted? ―preguntó a Marie.
―No, en absoluto.
Sebastian se sentó, disponiendo sus faldas alrededor de
Henry, que no podía creer su suerte al estar entre dos
personas dispuestas a consentirlo. ―¿Le gustó la fiesta de
anoche?

76
Marie se sonrojó y se mordió el labio. ―Usted tiene un
excelente cocinero ―dijo, concentrando la mirada en
Henry―. Y Su Excelencia fue muy amable.
Sebastian no pudo evitar sonreír ante su vergüenza
obvia, y por primera vez, en realidad sintió pena por ella.
Marie no había pedido ser objeto de la atención de Anthony,
y él sabía todo lo arrollador que podía ser, cómo podía hacer
que alguien se sintiera como si fuera la persona más
importante de la habitación con un puñado de palabras y
una sonrisa sugerente.
―A Anthony le gusta hacer que sus huéspedes estén
contentos en Crofton Hall.
―¡Y le gusta bailar!
―Oh sí, a Anthony le encanta todo en lo que pueda
presumir.
Marie se mordió los labios como si siquiera preguntar
algo, pero cambió de idea. Sebastian tuvo que recordarse a sí
mismo que sólo era un año más joven que él, pero dudaba
que ella hubiera sido expuesta a los personajes que él tenía
durante su tiempo en el teatro o interpretando a Lady
Bronwyn.
―¿Echa de menos Francia? ―preguntó para romper el
incómodo silencio que había descendido entre ellos.
―No realmente ―dijo Marie―. Veo a mi hermano con
regularidad, y a mi padre… —Se detuvo a mitad de la frase.
―¿Su padre está en Inglaterra también? ―preguntó
Sebastian, cuidando de mantener su voz neutral.

77
―No sé dónde está mi padre. ―Respondió ella muy
rápido, pero Sebastian pensaba que ahora no era el
momento de incitar.
―Por lo menos tiene a su hermano. No sé lo que haría
yo sin el mío.
Marie miró agradecida por el cambio de tema. ―¿Tiene
un hermano?
―Sí, un hermano gemelo. Sebastian es un visitante
frecuente en Hall. Es un gran consuelo cuanto tengo mis
problemas de salud que me mandan a la cama durante unos
días.
―Oh, espero que no sea nada grave.
Una vez más, no había nada en su expresión o su tono
que le hiciera dudar de la sinceridad de Marie. Él sabía de
mujeres en la Corte que giraban alrededor de adinerados
hombres casados con mujeres enfermizas, con la esperanza
de calmar a un viudo, pero Marie no actuaba como si tuviera
algún motivo ulterior.
―Episodios de mareo ocasional ―dijo Sebastian,
agitando la mano con desdén―. Y nada que unos cuantos
días de reposo en cama no resuelvan. La mayoría de las
veces la preocupación de Anthony es más inquietante que el
vértigo.
Marie se echó a reír. ―No me parece que sea un
aprensivo.
―Puede ser muy engañoso. Pongámoslo de esta
manera: estoy muy contenta de que mi hermano esté aquí, se
las arregla para distraer lo suficiente a Anthony mientras yo

78
duermo sin temor a interrupciones constantes de si me
siento bien o si un médico debe ser llamado.
Sebastian se puso de pie, Henry inmediatamente trotó
de vuelta hacia la casa. ―Voy a dejarla con su lectura Marie.
Creo que será mejor asegurarse de que Anthony se ha
recuperado de anoche para empezar de nuevo.
Sebastian entregó a Henry a un criado con las
instrucciones que necesitaba de alimentación antes de ir
dentro para ver si Anthony se encontraba en un estado
adecuado para la compañía humana. Abrió la puerta del
dormitorio de Anthony, el sol entraba por la ventana y el
olor de la habitación era de todo menos dulce. Había un
bulto en la cama que no se movió cuando cerró la puerta
detrás de él. Se rió en voz baja mientras se acercó a la
ventana y la abrió para dejar entrar un poco de aire fresco,
muy necesario.
Hubo un gemido bajo las sabanas y el bulto se movió.
Sebastian trató de no reírse mientras Anthony se sentaba,
pero no pudo contenerse ante la visión. Anthony bostezó y
se rascó la barriga, el pelo alborotado y su piel pálida. Tenía
los ojos rojos y llorosos, y estaba muy lejos de la imagen de
apuesto Conde, que había lucido la noche anterior.
―Estás vivo. Qué casualidad. Pensé que tendría que
llamar a un sacerdote.
―Apenas vivo ―rezongó Anthony. Sacó la lengua,
tratando de examinarla, e hizo una mueca de disgusto―.
Creo que algo murió en mi boca.
―Oh, las damas de la corte se desmayarían si te vieran
ahora. Caerían ante semejante espectáculo.

79
Sebastian logró escabullirse del camino de la almohada
que Anthony le tiró a la cabeza.
―Pensé que mi esposa estaba destinada a ser mi apoyo.
―¿Y cuándo exactamente estuve de acuerdo con eso?
Anthony sacó las piernas por el borde de la cama y se
puso de pie, agarrándose al marco de la cama. ―Si no estás
aquí para ser agradable, ¿por qué estás aquí?
Sebastian vertió un poco de agua en el cuenco del
lavamanos, humedeció un paño y se lo dio a Anthony.
―Tuve una interesante conversación con Lady Abigail
Foster anoche.
Anthony suspiró feliz mientras se limpiaba la cara y el
cuello. ―Supongo que debe ser importante si estás tratando
de hablar conmigo cuando estoy en este estado.
―Yo diría que sí. La Reina le pidió el mismo favor, pero
con Nicholas Valois.
―Ya veo.
Sebastian frunció el ceño ante la respuesta. ―No
pareces sorprendido.
―Nada me sorprende cuando se trata de Su Majestad.
Agradezco que no me pidiera seducir a ambos, hermano y
hermana.
―¡Oh! Buen Señor, ¿ella lo habría hecho?
Anthony se encogió de hombros y se frotó los ojos.
―¿Entiendo que Abigail no tuvo éxito?
―No. No, en absoluto. Me sorprendí al escuchar eso,
porque ella es, sin duda, una mujer hermosa. Pero lo que

80
quería era advertirme que es probable que Nicholas Valois
se presente aquí para defender a su hermana de tu notoria
reputación.
Anthony tiró el paño en el cuenco. ―Él mismo no tiene
mejor reputación.
―Abigail dijo que Nicholas es peligroso.
―He oído que es un consumado espadachín. Tendrá
que ser vigilado si aparece ―dijo Anthony, y Sebastian se
alegró que estuviera tomando en serio la amenaza.
―Debes estar preparado. Aquellos huéspedes que están
al corriente se preguntaran dónde estás.
―Creo que tenemos un montón de tiempo antes de que
necesite dejarme ver. ―Anthony sonrió y le mostró sus
brazos abiertos.
―No lo creo. Necesitas lavarte la boca con vinagre y
masticar un montón de menta antes de que me acerque a ti.
―¡Pero no he tenido mi regalo de cumpleaños todavía!
―¿Has olvidado el regalo que te di cuando estuvimos
en Londres ya? ―preguntó Sebastian―. Si fue tan poco
memorable entonces no voy a ofrecerte otro de nuevo, y ya
había seleccionado algunos trozos de seda para cuando tu
olor fuera más dulce.

CON otra noche de festejos y bailes detrás de ellos, sus


huéspedes lentamente comenzaron a marcharse. En la cena
sólo un puñado de rezagados se quedó, aunque su retraso
en la salida seguramente fue debido a cabezas doloridas y

81
estómagos revueltos más que al deseo de otra noche de
celebración. Sebastian se alegró cuando al día siguiente una
semejanza de paz fue restaurada, y Marie era su única
invitada.
Al no haber podido encontrar a Anthony en su estudio
o en la biblioteca, Sebastian salió a los jardines con Henry
pisándole los talones después de que un criado le dijera que
su Excelencia estaba hablando de un paseo por el lago.
Sebastian cruzó el césped, descubriendo a un confuso
jardinero tirando de unos calzones de un arbusto al pasar,
Henry se adelantó corriendo hacía el lago. La visión de
Anthony caminando del brazo de Marie lo detuvo en mitad
del camino. Estaban riendo y sonriendo, y Marie miraba
hacia Anthony, como si él fuera el sol y las estrellas juntas.
Racionalmente, sabía que Anthony estaba actuando, pero
eso no impidió la repentina oleada de bilis en la garganta o
la desdicha que le acompañó.
Henry ladró a un pájaro que volaba bajo y corrió
persiguiéndolo, sus travesuras alertaron a la pareja que
paseaba cerca. Marie se alejó de Anthony, soltando
decorosamente su brazo mientras Sebastian se acercó a ellos.
―Anthony ―llamó Sebastian, trató de no dejar que sus
sentimientos lo traicionaran, pero a juzgar por el crepitar de
su voz y la preocupación en la cara de Anthony, no creía
haber tenido éxito―. Quería hacerte saber que Sebastian
llegará más tarde. ―Fue un impulso, pero tuvo que decir
algo para cubrir su repentina llegada a los jardines y el
efecto que tuvo sobre él ver a Anthony y Marie juntos.
―No sabía que estaba pasando por aquí.

82
―He recibido una carta esta mañana. Regresa de visitar
a unos amigos en Northumbria.
Marie no lo miraba, lo que no ayudó a que la
imaginación de Sebastian volara con pensamientos de lo que
ella y Anthony habían estado discutiendo.
―Será bueno verlo ―dijo Anthony.
―Sí. Ahora, si me disculpáis, creo que la emoción de los
últimos días me ha pasado factura, y tengo la intención de
pasar unas horas en mi habitación. No estoy segura si estaré
en la cena.
Sebastian empezó a alejarse pero Anthony cogió su
brazo. ―Si no te encuentras bien, debería acompañarte a tu
habitación.
Sebastian tiró de su brazo. ―Eso no será necesario, mi
Señor. Por favor, asegúrate que uno de los mozos vigila a
Henry una vez que termine de aterrorizar a la vida silvestre.
Estoy segura de que Sebastian estará encantado de tratar con
él una vez que llegue.
Sebastian volvió a su habitación, cerrando la puerta
detrás de él. Quitándose el vestido de Bronwyn, peluca y
maquillaje los lanzó lejos, sin importarle donde aterrizaban
o lo que Miriam diría de él, por no tener cuidado con ellos, y
se metió en su cama vistiendo sólo su camisa.
Hubo un suave golpe en la puerta. Sebastian lo ignoró.
El pomo de la puerta vibró y hubo otro golpe, al que hizo
caso omiso de nuevo. No estaba de humor para tener
compañía, en cambio quería sepultar su ridícula melancolía
en las páginas de un buen libro.

83
La puerta que conectaba su habitación con la de
Anthony se abrió, y este se situó en el marco de la puerta,
atípicamente vacilante. ―¿Sebastian?
Sebastian se maldijo internamente por su fallo de no
cerrar el cerrojo. ―Sé que soy un idiota, no tienes que
decírmelo.
Anthony no respondió, sino que se acercó y se sentó en
el borde de la cama. ―Sé que no es fácil para ti.
―No es nada a lo que no pueda hacer frente.
Anthony se inclinó sobre él, pasando sus dedos por la
mejilla de Sebastian. ―Odio verte infeliz.
―No es mi intención serlo.
Anthony lo besó, sin hacer ningún movimiento para ser
más suave, y se retiró. ―Hazte a un lado.
Sebastian hizo lo que le pidió, haciéndole sitio para que
Anthony se acostara en la cama. Se encontró tirado en los
brazos de Anthony. ―Esto va a sonar ridículo, pero te echo
de menos. Echo de menos las horas que pasamos juntos, la
forma que me retas y no das marcha atrás.
―No he ido a ninguna parte.
―Pero he tenido que pasar tiempo con Marie, y cuando
estaba con ella, era casi obvio para mí que quería estar
contigo.
―Ser adorado por una joven y bella mujer, debe ser una
verdadera tarea ―dijo Sebastian, pero lo quiso decir en
broma.
―Yo prefiero la adoración de un hombre joven y guapo.

84
―Entonces eres extremadamente afortunado de estar
así por ambos.
Se quedaron en silencio por un rato, Sebastian
disfrutando en los brazos de Anthony, el momento de calma
y tranquilidad ahuyentando sus preocupaciones. Los dedos
de Anthony acariciaban su garganta y clavícula, cada caricia
enviaba un escalofrió por todo su cuerpo. Inclinó la cabeza y
rozó sus labios con los nudillos de Anthony.
―Te amo ―susurró Anthony.
Sebastian miró hacia arriba, y Anthony le honró con
una de sus verdaderas sonrisas –una que no formaba parte
de la amplia apariencia de Anthony. ―Me has hecho más
feliz de lo que nunca pensé posible.
Sebastian no opuso resistencia cuando Anthony le dio
la vuelta, dio la bienvenida al profundo beso y gimió de
deseo cuando la mano de Anthony pasó por debajo de su
camisa y le acarició la parte de atrás de su muslo para
descansar en su culo. Anthony se echó hacia atrás, pero sólo
para sacar la camisa de Sebastian y recuperar el aceite.
―Estás demasiado abrigado ―dijo Sebastian
desabrochando la gorguera de Anthony y tirándola lejos de
la cama.
―¡Tan impaciente!
―Lo dices como si fuera algo malo.
Anthony rió entre dientes y abrevió el trabajo
quitándose su propia ropa. Sebastian abrió sus piernas, y
jaló de Anthony hacia abajo, encima de él. ―Esto es mucho
mejor.

85
Sebastian pasó las manos por la espalda de Anthony y
ladeó la cadera para disfrutar de la increíble sensación de
piel sobre piel. Anthony gruñó en aprobación y salpicó la
cara y la mandíbula de Sebastian con besos antes de chupar
un moratón en su cuello. ―Mío.
Anthony se aceitó los dedos generosamente y Sebastian
abrió sus piernas aún más. Anthony deslizó sus dedos entre
las nalgas de Sebastian y comenzó a provocar su apertura,
era una hermosa tortura como Anthony le chupaba el cuello
y trabajaba abriéndolo al mismo tiempo, llevándolo a la
locura.
―¡Basta! Te quiero ahora.
―¿Y quién soy yo para discutir?
Sebastian le dio la bienvenida. Cualquier pensamiento
que no fueran él y Anthony fue expulsado de su mente, se
arqueó hacia arriba para tener a Anthony tan profundo
como era posible. Siempre le asombraba lo bien que
Anthony conocía su cuerpo, sabía exactamente como tocarlo,
lo que le excitaba y llevarlo al borde del placer,
conduciéndolo al éxtasis. Cada empuje lo envió más alto, las
súplicas susurradas y respiraciones irregulares encaminaron
a Sebastian más cerca del precipicio. Se quedó sin aliento
cuando Anthony aumentó su ritmo, sin poder contener su
grito apasionado se estremeció y se corrió. Anthony gruñó y
varios empujes después, se derrumbó encima de Sebastian,
dejando a ambos sin aliento.
Se acomodaron, Sebastian descansando su cabeza sobre
el pecho de Anthony. Disfrutando del momento en silencio
mientras su respiración volvía a la normalidad, Anthony
colocó su brazo alrededor de sus hombros. ―Si sólo
pudiéramos permanecer así todo el tiempo. La vida sería

86
mucho más sencilla si todo por lo que tuviera que
preocuparme fuera lavar el olor del sexo antes de comenzar
con la siguiente ronda.
―Ten piedad de un hombre viejo, Sebastian.
Sebastian se rió y se sentó. ―Supongo que debería hacer
concesiones, ya que es cierto que no estás en tu primera
juventud. Tal vez debería empezar a buscar una enfermera,
para cuando te conviertas en un enfermo.
Sebastian logró evitar a Anthony cuando se abalanzó
sobre él. Riendo, tomó su camisa y limpió los restos del acto
sexual.
―Demasiado lento, viejo hombre.

87
VESTIDO como él mismo en un jubón de color azul oscuro y
calzones, Sebastian bajó desmesurado a tiempo para la cena.
Un criado pasó por su lado corriendo por el vestíbulo de
entrada, casi empujándolo. ―Lo siento, señor. Estoy tratando
de capturar el perro de Lady Bronwyn.
Hubo una pelea en el otro extremo del pasillo, el
emocionado aullido de un perro y el sonido de uñas en el
azulejo. Henry escapó directamente para Sebastian y se
escondió detrás de sus piernas mientras uno de los mozos
más jóvenes intentaba atraparlo.
―Está bien. Yo trataré con la bestia de mi hermana.
Henry gimió ilusionado, y Sebastian supuso que
reconoció su olor. No había manera de que pudiera dejar al
perro en su habitación. Henry empezaba a aullar cada vez
que lo dejaba allí solo durante el día, y se suponía que
Bronwyn estaba descansando en su habitación, por lo tanto
Henry tendría compañía y debía estar tranquilo.
―No quiero que despierte a Lady Bronwyn, así que
supongo que él puede sentarse a mis pies durante la cena
―dijo Sebastian―. Trataré de encontrar una manera de
mantenerlo callado.
Como sólo eran tres para la cena, el personal había
puesto sus sitios juntos en la cabecera de la mesa. Anthony
y Marie todavía no habían llegado, así que Sebastian fue

88
capaz de atraer a Henry fuera del camino debajo de la silla al
lado de la suya, así Anthony no lo descubriría.
Considerando que Anthony no se había encariñado
exactamente con el perro, Sebastian pensó que lo mejor para
todos los interesados era que Henry debía permanecer
oculto.
Sólo unos segundos después de que Sebastian
consiguió que Henry se acostara, Anthony y Marie llegaron.
―Sebastian. Permítame presentarle a Lady Marie Valois.
Sebastian hizo una reverencia a Marie. ―Milady.
Él la ayudó con su silla mientras Anthony se sentó, y
luego tomó su propio asiento.
―Lady Bronwyn lo ha mencionado ―dijo Marie, y ella
parecía estar estudiándolo mientras trataba de no mirar
fijamente―. Ustedes son muy parecidos.
―Sí, es la maldición de ser gemelos. Pero hay algunas
diferencias muy obvias.
Marie se sonrojó y rió tontamente, y luego le sonrió
tímidamente. ―Por supuesto.
Sebastian coló un trozo de conejo a Henry para detener
el ruido que el perro estaba haciendo olisqueando junto a su
pierna mientras Anthony llenó la copa de Marie.
Ella asintió con la cabeza en agradecimiento a Anthony,
pero de inmediato volvió su atención de nuevo a Sebastian.
―¿Piensa quedarse mucho tiempo en Crofton Hall?
―Suelo pasar una semana o dos cuando vengo, pero
tengo varios amigos por la zona, por tanto tiendo a aparecer
y desaparecer. Anthony es bastante amable por dejarme usar
su casa como base.

89
―Debe ser muy emocionante viajar de un lugar a otro
―dijo Marie, con voz entrecortada―. Y Anthony mencionó
que era actor. Eso debe ser muy romántico.
―Menos de lo que se imagina ―respondió Sebastian, no
queriendo romper la ilusión de Marie con la realidad de la
vida en el teatro―. Pero soy más un hombre de ocio en estos
días. No he subido al escenario por un tiempo.
―Sin embargo, ha viajado, Marie ―dijo Anthony, quien
sospechó Sebastian no quería quedarse fuera de la
conversación―. De París a Londres difícilmente es quedarse
en casa.
Su mirada apenas se movió cuando Anthony habló de
nuevo, dejando a Sebastian consciente que ahora era el
centro de su atención. ―Pero no es lo mismo. Y lo hago con
criados, no como Sebastian, que tiene libertad para vagar
por la tierra.
Un pequeño ladrido debajo de la mesa de repente
interrumpió la conversación. Sebastian hizo como si no lo
hubiera oído y seleccionó un sabroso trozo de conejo de la
fuente de servir. El segundo ladrido fue más fuerte.
Sebastian hizo una mueca mientras Anthony se apartó
de la mesa y miró debajo de ella. ―¿Qué está haciendo el
perro de mi esposa bajo la mesa?
―Llevaba locos a un par de sirvientes, Anthony y
quería molestar a Bronwyn puesto que está durmiendo.
―Pero eso no explica por qué está aquí ahora.
―No podía dejarlo solo en mi habitación. Bronwyn dijo
que aúlla cuando se queda solo durante el día.

90
―¿Lady Bronwyn no lo quiere con ella? ―preguntó
Marie―. Sé que cuando estaba enferma de niña siempre me
gustó la compañía.
Sebastian vio cuando Anthony entendió: ¿Cómo
explicarían ellos los aullidos de Henry en la habitación,
cuando se supone que Bronwyn está en ella?
―Lo llevaré después de la cena, pero por ahora quiero
dejarla dormir. Incluso en el poco tiempo que he pasado con
él, me he dado cuenta que puede llegar a ser muy exigente
en su cuidado.
―Por lo general duerme en la cama de mi esposa.
Nunca es un problema durante la noche ―dijo Anthony―,
pero durante el día, tengo que admitir que puede ser un real
dolor. Creo que debería dejar que pase más tiempo con los
mozos de lo que lo hace, de lo contrario se echará a perder.
―Si no te conociera, Anthony, pensaría que estás celoso
del perro.
Marie se cubrió la boca para ocultar su risa. ―¡Oh,
Sebastian es usted tan divertido!

SEBASTIAN estaba subiendo a la cama de Anthony cuando


la puerta se abrió y él entró. Cerró la puerta detrás de él y
dejó escapar un suspiro. ―Tenemos un problema.
―¿Qué clase de problema?
Anthony comenzó a desnudarse, quitándose los
zapatos y desabrochando el jubón. ―Ya no soy la niña de los

91
ojos de Marie. Cuando la acompañé a su habitación, estaba
claro que ella ha puesto sus miras en otra persona.
―¿Quién?
―Tú.
Sebastian no pudo evitar reírse. ―Sé que estuvo muy
habladora en la cena, pero eso son apenas motivos para
suponer que sería un novio adecuado para ella. Para
empezar, ni siquiera soy noble.
―Ella no parecía demasiado preocupada con el hecho
de que tengas o no un título. Todo lo que dijo mientras
estuvimos solos era relacionado contigo. ¿Cuánto tiempo se
quedará Sebastian? ¿Está Sebastian muy unido a su
hermana? ¿Cuántos años tiene Sebastian? ¿Está cortejando a
alguien Sebastian? ―Anthony dijo la última pregunta
gruñendo.
―Ah. ―A Sebastian no le gustó especialmente como
sonaba eso, pero no podía negar que Anthony
probablemente tenía razón, y tampoco le gustó el tono en el
que Anthony lo había dicho―. Suena como si estuvieras
celoso. ¿Estás disgustado porque el encanto Crofton no
funciona?
―No seas ridículo. Sólo quiero tratar de conseguir que
me diga dónde está su padre ―dijo Anthony irritado.
Una parte muy pequeña de Sebastian no pudo evitar
sentirse un poco aliviado de que Marie ya no pareciera tan
interesada en Anthony. ―Estoy seguro de que todo lo que
tienes que hacer es esforzarte más. Y Marie pronto se
olvidará del viejo y aburrido Sebastian.

92
―¡He intentado! La invité a pasear mañana por el jardín
de rosas, planeaba comenzar allí con la poesía, pero ella
declinó.
―Tu orgullo debe estar terriblemente herido.
―Sebastian, ¡esto es serio!
Sebastian palmeó la cama junto a él y Anthony se sentó,
con los hombros caídos. ―Por lo menos podrás decirle a la
Reina que has intentado cumplir con su petición y no tuviste
éxito.
―Pero tengo que decirle porque he fallado.
―¿Y dónde está el mal en eso?
Anthony de repente se enderezó. ―¡Por supuesto!
―Por supuesto, ¿Qué?
―Tú tendrás que hacerlo.
Por un momento Sebastian pensó que había oído mal a
Anthony, pero la expresión encantada de su amante
confirmó sus peores temores. ―¿Qué se yo de seducir
mujeres? ―preguntó nervioso.
―Oh, no hay necesidad de preocuparse por eso. Unas
cuantas palabras bonitas, un par de miradas significativas, y
ella revelará el paradero de su padre antes de que te des
cuenta.
Sebastian levantó la mano para detener a Anthony. ―A
ver si lo tengo claro. ¿En realidad quieres que yo seduzca a
Marie?
La sonrisa desapareció del rostro de Anthony en un
instante. ―Pretender seducirla, Sebastian.

93
La aclaración de Anthony detuvo la trayectoria de ira
en Sebastian. ―Creo que sobreestimas mis habilidades de
actuación.
Anthony se puso de pie, tomó la mano de Sebastian, y
tiró de su brazo hasta que se levantó de la cama. ―Te puedo
enseñar lo básico ahora mismo.
Sebastian iba a volver a la cama, pero Anthony no lo
permitió. ―Vamos, de pie frente a mí.
A pesar de sus dudas, Sebastian obedeció, sabiendo
que sería mejor hacer rápidamente lo que le pedía. Anthony
se apoderó de sus manos. Besó cada una de ellas con
cuidado, mirando hacia arriba mientras lo hacía. ―Milady,
me honra usted con su presencia. Puedo decir que su
compañía es como el calor de un día de verano.
―Demasiado y abrumador cómo cuando se lleva un
corsé, ¿quieres decir? ―respondió Sebastian con frivolidad.
Anthony rodó sus ojos, pero no parecía disuadido por
el intento de Sebastian a interrumpirle. ―Y su belleza habría
hecho a Helena13 ocultar su espejo.
―Por favor, dime que no le has dicho eso a Marie.
―Por supuesto que no ―dijo Anthony―. Yo soy un
hombre casado y eso no habría sido aceptable. Pero tú no
estás casado por lo que tienes mucha más libertad en tus
palabras –puedes ser mucho más atrevido que yo. Aunque

13
Helena (en griego antiguo Ἑλένη, que significa "antorcha"), a veces conocida como Helena de
Troya o Helena de Esparta, es un personaje de la mitología griega; su leyenda es aludida por
casi todos los mitógrafos clásicos. Era considerada hija de Zeus y pretendida por muchos héroes
debido a su gran belleza. Fue seducida o raptada por Paris, príncipe de Troya, lo que dio origen a
la Guerra de Troya.

94
ciertamente utilicé esa línea varias veces con gran éxito
cuando no estaba prometido.
Sebastian le arrebató sus manos. ―¡Esto es una
estupidez!
―Sólo actúa por un momento. Ponte en la piel de una
mujer joven, sola y lejos de casa.
La expresión esperanzada de Anthony hizo capitular a
Sebastian. ―Muy bien. Pero date prisa. Quiero ir a dormir.
Ambos estaban vestidos sólo con sus camisas de
dormir, y Sebastian pensó que si alguien los veía, se verían
absurdos. Anthony se inclinó ante él con una gran
reverencia inclinándose casi el doble. ―Milady.
―Milord ―respondió Sebastian con una reverencia,
actuando para mantener la paz.
Anthony besó la mano de nuevo y sonreía de una
manera que Sebastian sabía estaba calculada para parecer
encantador y un poco peligroso al mismo tiempo. ―Su
extraordinaria belleza es un verdadero espectáculo para la
vista.
―Es usted muy amable.
―Le aseguro que no es una cuestión de amabilidad.
Usted brilla resplandeciente, como si fuera un sol naciente
emergiendo de un banco de nubes.
Si Anthony le hubiera dicho eso a él de verdad,
entonces se habría reído en su cara, pero por ahora, sonrió
dulcemente. ―Entonces le doy las gracias, amable señor.

95
―¿Tal vez usted me haría el honor de acompañarme a
dar un paseo por el jardín de rosas? ―Anthony ofreció su
brazo.
Sebastian sacudió la cabeza desconcertado, pero tomó
el brazo de Anthony. ―He oído que los jardines de Crofton
Hall están entre los mejores de Inglaterra.
―Entonces estaré bendecido con ambos, maravilloso
entorno y su deliciosa compañía. ―Anthony se puso en
cuclillas y fingió recoger algo. Le tendió la mano―. Para ti.
Sebastian aceptó el objeto invisible, y decidiendo que se
suponía era una flor, la olió. ―Qué bonita.
―Pero no es tan bonita como usted.
Sebastian se encontró girando hasta caer en los brazos
de Anthony. ―¡Mi señor! ―Él simuló una protesta.
―Por favor, se lo ruego, sólo un beso.
Anthony no esperó la respuesta de Sebastian, y en su
lugar, lo besó con tanta pasión que cayeron hacia atrás,
aterrizando sobre la cama.
Sebastian no pudo contener su risa. ―¿Y eso realmente
funciona?
Anthony acarició su cuello. ―Cada vez.
―Entonces voy a tenerlo en cuenta.
―Ten cuidado, Sebastian, será mejor que lo pares en el
regalo de flores, o la niña Valois pronto puede desaparecer
sin dejar rastro.

96
COMO Bronwyn iba a pasar otro día en la cama, Sebastian
despidió a Miriam esa mañana y se vistió como él mismo.
Tenía la intención de salir a dar un paseo, pero decidió dejar
que Anthony conociera sus planes. Anthony estaba en su
estudio cuando Sebastian lo encontró. Estaba sentado en su
escritorio, con la cabeza inclinada sobre una carta, y su
expresión era de preocupación.
―¿Está todo bien?
Anthony frunció el ceño y le entregó la carta. ―Míralo
por ti mismo.
Sebastian la cogió, notando de inmediato la elaborada
firma de la Reina bajo un breve mensaje.

Mi querido Anthony,
Sé de buena fuente que Nicholas Valois llegará a
Crofton Hall en los próximos días. Haz que se sienta
bienvenido, y espero que su esposa haga de su deber el
suyo.
Elizabeth R.

―¡No creo que ella diga lo que creo que quiere decir!
―dijo Sebastian horrorizado.

97
―No puede haber ninguna otra explicación.
―¿Cómo va a tener Bronwyn cualquier esperanza de
llamar la atención de un noble francés cuando Abigail Foster
fracasó?
―No lo sé. Pero parece que ella pretende que lo
intentes.
Sebastian se dejó caer en la silla. ―Dios mío, ¿Cómo voy
a lidiar tanto con el hermano como con la hermana?
―Con dificultad ―suspiró Anthony―. ¿Has hablado ya
con Marie?
Si tenía que ser honesto, Sebastian estaba tratando de
evitar instigar el plan de Anthony. ―No.
―Entonces te sugiero que la invites a un picnic para
cenar en el jardín, y puedo subir a rescatarte con alguna
excusa.
―No creo que esta sea una buena idea, Anthony. No
está en mí hacer eso.
Sebastian vio que Anthony estaba tratando de no
sentirse frustrado y probablemente estaba contando hasta
diez en su cabeza antes de responder. ―No estoy seguro que
haya una manera de poder aclarar esto. Simplemente no
rehúsas a la Reina cuando ella te pide que hagas algo.
Hombres han sido encarcelados en la Torre por menos.
¿Entiendes?
―¿Y si no lo consigo, incluso intentándolo?
―La Reina tiene informadores por todas partes,
Sebastian. Mientras ella estará decepcionada si fallamos,
estará furiosa si no lo intentamos.

98
A pesar de todas sus dudas, Sebastian sabía que
realmente no tenía manera de salir de esta. ―Hablaré con
Marie directamente. Y tal vez podría hablar con Bronwyn si
puede ayudar.
―¡Por supuesto que no! ―Gruñó Anthony, golpeando
la mano sobre la mesa―. Tu hermana es apenas capaz de
mantener la lengua en su boca. No hay manera de que
ponga en peligro esta misión con su participación.
Bronwyn y Anthony sólo se habían reunido una vez, no
mucho después de su boda, para asegurarse que Sebastian y
Bronwyn eran vistos juntos en público, y había sido odio a
primera vista. ―Por supuesto no ayuda que los dos peleéis
como perros y gatos.
―Esto no tiene nada que ver con ella. Su carácter
mordaz no facilita las cosas, no junto con el fuerte
temperamento de Nicholas.
Sebastian sabía que esta era una discusión que no iba a
ganar, Anthony no estaba dispuesto a pasar más tiempo con
Bronwyn del necesario, y por ahora, obviamente, no vio su
situación bastante horrible para autorizar una nueva visita
de su hermana. Sebastian se puso de pie. ―Será mejor que
envíe un mensaje a Marie.
Cogió una hoja de papel y una pluma del escritorio de
Anthony y escribió unas pocas líneas de invitación a Marie.
Dejando a Anthony con su mal humor, Sebastian
detuvo a un criado y le dio instrucciones para que preparan
una cesta y mantas y la colocaran en un lugar sombreado en
el este del lago, y le dio la nota para que se la entregara a
Marie. Sebastian pensó que la demostración de seducción de
Anthony no había sido particularmente útil, y no tenía idea

99
acerca de lo que se suponía debía hablar con Marie. Anthony
podría ser el maestro de las banalidades, pero Sebastian
prefería el guión adecuado para su actuación.
Sebastian hizo su camino lentamente hasta el lago,
donde los criados ya habían preparado la zona. Las mantas
estaban colocadas en el césped y la comida se estaba
disponiendo junto a los platos y copas. Él se dejó caer en una
manta a esperar. Su estómago se revolvió, recordándole los
nervios que solía tener en una noche de estreno, aunque con
una audiencia más pequeña y una alta posibilidad de que su
actuación fuera mal recibida.
Vio acercarse a Marie y se puso de pie, tomando su
mano para ayudarla a sentarse cuando llegó, sabiendo muy
bien lo difícil que podrían ser los vestidos de las mujeres.
―Gracias por haber aceptado unirse a mí, Lady Marie. Me
gusta tener la oportunidad de estar al aire libre siempre que
puedo.
―Y los jardines de Crofton Hall hacen un magnifico
telón de fondo.
Sebastian sabía que esta era su oportunidad de
comparar su belleza con los jardines, pero temía que
cualquier cosa que dijera sonaría hipócrita, y el cumplido se
quedó atascado. ―Anthony tiene una casa preciosa ―logró
decir torpemente.
Él se sirvió algo de comer para cubrir el incómodo
silencio.
―¿Su hermana se siente mejor? ―preguntó Marie.
―Desayuné con ella, pero estaba muy cansada y no
conseguí que comiera mucho.

100
―¿Los médicos saben que lo causa? ―preguntó ella,
poniendo su mano en la de él, Sebastian pensó que
pretendía ser un gesto reconfortante, pero no tenía idea de la
forma correcta de responder.
Sebastian negó con la cabeza. ―No tienen ni idea.
Estamos muy agradecidos de que, al menos por ahora, ella
está bien la mayoría de las veces.
Otra vez la conversación se hizo artificial. Sebastian no
podía negar la belleza de Marie, y suponía que si no fuera
por Anthony, no tendría ningún reparo en llegar a conocerla
mejor, incluso sin las órdenes de la Reina. Pero tuvo que
admitir que, aunque podía ver que era hermosa, no le movía
de la manera que pensaba una mujer debería. No admitiría
en voz alta esa falta de experiencia.
―¿Y tiene la intención de quedarse hasta que se
recupere? ―Su pregunta era esperanzadora, acercándose
más cuando la hizo.
―Me marcho otra vez hoy más tarde, para visitar a un
amigo ―respondió Sebastian. Pero su expresión
decepcionada le hizo añadir―. Pero estaré de vuelta en un
par de días. Y me gustaría continuar conociéndola.
Marie sonrió ante eso. ―Me gustaría eso. Usted es muy
diferente de los otros hombres que he conocido en la corte.
―Eso es probablemente porque no soy un noble,
Milady. No tengo ni tierra ni título propio.
―Entonces, ¿cómo llegó su hermana a casarse con Lord
Anthony?

101
―Mi tío, Sir Francis Haven, hizo el encuentro. No creo
que ninguno de nosotros pensara que se complementarían
tan bien.
Sebastian se preguntó si había dicho algo incorrecto.
Marie se sonrojó y comenzó a desgranar el pedazo de pan
que tenía en la mano. Se mordió los labios antes de decir.
―Su Excelencia es un hombre simpático. Estoy empezando a
pensar que he leído mal sus intenciones.
Sabía lo que Marie quiso decir y pensó en explicar las
acciones de Anthony lo más ligero y positivo posible. ―Mi
cuñado tiene don de gentes, él puede encantar hasta los
pájaros de los árboles –puedo ver porque sus atenciones
podrían llevar a pensar más de lo que es. Pero no importa lo
que haga, sé que ama a mi hermana.
―Los vi bailar en su cumpleaños… no tenían ojos para
ningún otro, como si fueran los únicos en la habitación.
―Suspiró―. Me gustaría que algún día alguien me mirara así
de nuevo.
Un grito desde la dirección de la casa hizo que ambos
se volvieran, y Sebastian vio a Anthony viniendo hacia ellos.
Por una parte estaba agradecido por la interrupción, pero
por otra, quería saber más acerca de cómo los demás veían la
relación entre Bronwyn y Anthony. ―Me pregunto qué
querrá ―se preguntó en voz alta.
Anthony hizo una reverencia a su llegada. ―Ah, ahí
estás Sebastian. Lamento molestarla, Lady Marie.
―¿Es algo malo? ―preguntó Sebastian, poniéndose de
pie.
―No como tal, pero tengo que hablar contigo antes de
tu partida –concerniente a tu hermana.

102
Sebastian ayudó a Marie a levantarse de la manta. ―Lo
siento, pero tengo que irme. Me gustaría mucho verla otra
vez cuando regrese.
―Por favor, no hay necesidad de pedir disculpas
―dijo―. Esperaré su regreso.
Anthony y Sebastian dejaron a Marie disfrutar de los
jardines y regresaron a la casa. Anthony miró por encima del
hombro para comprobar que estaban fuera del alcance de
audición. ―¿Cómo te fue?
―Como era de esperar.
―Ah, bueno.
―No, Anthony, era incómodo y embarazoso. No hay
manera de que pueda desempeñar esto como tú lo harías, no
puedo ni pronunciar las palabras.
―Todo es cuestión de práctica.
Subieron las escaleras hasta la galería y se dirigieron al
estudio de Anthony. ―No importa si yo practico día y
noche, simplemente no puedo actuar de manera sincera y
susurrar palabras de seducción para Marie.
―Sólo actúa, Sebastian. Una vez te ganaste la vida con
ello.
Ya en su estudio, Anthony sirvió a Sebastian una copa
de oporto y se sentaron en dos sillas junto a la chimenea.
―Esto es diferente.
―No veo cómo.
―En primer lugar, por lo general era la doncella. Y en
segundo, yo actuaba para una multitud y la persona frente a

103
mí también actuaba. Me parece muy cruel hacerle esto a
Marie.
Anthony tomó un sorbo de su oporto. ―Eres
demasiado blando de corazón, Sebastian. Los obstáculos en
tu camino te los creas tú mismo.
―¿Cómo puedes ser tan cruel? ―Exigió Sebastian―. ¿Es
todo lo que sale de tu boca una cadena de mentiras tejidas y
falsas verdades?
―No todo ―dijo Anthony secamente.
―Hay momentos que es difícil de decir.
Anthony cruzó las piernas y se inclinó más hacía atrás
en su silla. ―¿Qué quieres decir con eso? ¿Dudas de mi
sinceridad en otros asuntos?
La rabia de ser obligado a hacer algo que no quería
reverberó a través de Sebastian y la fría mirada de Anthony
parecía casi burlona. ―¿Qué pasa si fuera yo? Si puedes ser
tan cruel con una chica inocente como Marie, ¿no debería
poner en dudas las palabras que me dices a mí?
―Posiblemente no quieres decir eso. ―Anthony habló
en voz baja, claramente dolido.
―¿Qué debo pensar? Cuando tu plan para seducirla
fracasó, quisiste que yo hiciera el trabajo, no suena como que
tienes un gran amor por mí.
―¡Sabes que no podemos rechazar a la Reina!
Sebastian se puso de pie. ―Lo sé. Pero no por ello es
más fácil de digerir.
―Sebastian…

104
―Voy a dar un paseo ―dijo, alejándose―. Bajaré para la
cena, como Bronwyn.

LA CENA fue para tres, Marie dispuesta a hacerle a


Bronwyn tantas preguntas acerca de Sebastian como fuera
posible. Sebastian todavía no estaba de humor para ser
caritativo hacia Anthony, su paseo de la tarde no había
logrado ahuyentar el mal genio, en su lugar tuvo el efecto
contrario.
―Realmente no sé cuándo va a volver ―dijo Sebastian,
en respuesta a otra de las preguntas de Marie, y esperó que
por la forma en que contestó, el interrogatorio terminara―.
Estoy segura de que cuando regrese estará más que feliz de
contestar cualquier cosa que quiera saber.
―No temas, Marie ―dijo Anthony―. Sebastian nunca
deambula por mucho tiempo, estará de vuelta antes de que
se dé cuenta.
Las puertas de la sala se abrieron y un criado llegó y
habló con Anthony, pero Sebastian no escuchó lo que le dijo.
―Hazlo pasar ―ordenó al criado antes de volverse a
Marie―. Tu hermano ha llegado.
Marie se puso de pie, corriendo hacia el hombre
fornido que estaba en la entrada de la sala. Era rubio como
Marie, y a Sebastian le pareció atractivo su aspecto rudo.
Marie se lanzó a sus brazos y él la hizo girar alrededor.
―Nicholas.
―¡Hermanita, tú siempre tan hermosa!

105
Nicholas Valois soltó a su hermana, y Sebastian vio su
mirada posarse sobre Anthony, que estaba de pie
caminando hacía a él. No había ninguna manera de
confundir su expresión con otra cosa más que rechazo.
―Lord Valois. Bienvenido a Crofton Hall.
―Su Excelencia ―respondió Nicholas, su acento francés
más notable que el de Marie―. Espero no molestar.
―No, en absoluto. Por favor, únase a nosotros para la
cena ―dijo Anthony, haciendo gestos para que Nicholas
tomara asiento.
Sebastian estaba impresionado de que Anthony logró
sonar genuino, sin asomo de molestia porque Nicholas había
llegado sin invitación. Un criado puso un nuevo servicio
para Nicholas, a la izquierda de Marie.
―Parece que los modales de mi marido le han fallado,
Lord Valois ―dijo Sebastian con una mirada afilada en
dirección a Anthony―. Me presento. Soy Lady Bronwyn
Crofton.
Sebastian miró cómo Nicholas lo examinó. Estaba claro
que no sabía muy bien qué hacer con la mujer sencilla que
tenía enfrente, y había un brillo en sus ojos que Sebastian no
estaba seguro si le gustaba su mirada.
―Lady Crofton ―dijo Nicholas―. Siempre es un placer
conocer a una mujer interesante.
―Lo dice como si se tratara de una rareza.
―Le aseguro que es así.
Sebastian vio que Anthony entornó los ojos, pero sólo
por un segundo. ―La naturaleza interesante de mi esposa es

106
apenas una de las muchas razones por las que me casé con
ella.
―Una buena elección, Lord Anthony. Aunque, si debo
creer lo que veo en la corte de nuestros países, los que
compartimos esa opinión del sexo débil somos una minoría.
―Yo no diría que las opiniones de Anthony eran tan
diferentes de la mayoría ―dijo Sebastian―. Es solo mala
suerte que su esposa no es alguien que alguna vez haya
aprendido su lugar y ahora está atascado conmigo.
Nicholas rió, Marie soltó una risita, y Anthony frunció
el ceño. ―Nunca me remito a nuestra feliz unión como estar
atascado contigo.
―Ah, Anthony, has sido siempre un hombre elocuente.
―Sebastian dio la espalda a Anthony―. Dígame, Nicholas,
¿tiene planes mientras se encuentra en la zona?
Nicholas estaba masticando un pedazo grande de carne
de venado, y Sebastian vio que su repentino cambio de
dirección había cogido al hombre por sorpresa. Tragó
ruidosamente. ―Pasaba de camino a Londres cuando
escuché que había sido tan amable de permitir a Marie
alojarse en Crofton Hall por un tiempo. Mi deseo de ver a mi
hermana me distrajo de mi viaje.
Sebastian estaba impresionado por la fluidez de la
mentira. ―Desde luego debe quedarse con nosotros siempre
y cuando se lo permitan sus planes.
―Será un placer, Milady. Crofton Hall es de repente un
lugar muy atractivo para visitar durante un tiempo.
―Levantó su copa en dirección a Sebastian.

107
―Tenemos invitados mañana para algunos juegos y la
cena ―dijo Anthony―. Estoy seguro de que tendrá una gran
oportunidad para disfrutarlo.
―De eso no tengo ninguna duda.
Sebastian sintió arder sus mejillas ante la mirada que
Nicholas le dirigió, y vio la boca de Anthony estrecharse. Tal
vez, pensó cruelmente, Anthony estaba consiguiendo un
poco de su propia medicina.
Marie chasqueó la lengua, claramente molesta por el
comportamiento de su hermano. ―En realidad no había
ninguna razón para que vinieras a comprobarme, Nicholas.
―Después de tu última desventura con el canalla de
Priard, no creo que nuestro padre estuviese de acuerdo con
eso.
―¡Joseph no es un canalla! ―Marie desvió los ojos hacía
su plato en un arrebato―. Eres demasiado rápido juzgando.
―Mi hermano puede ser muy protector también, Marie
―dijo Sebastian, llegando en ayuda de Marie y archivando la
información sobre un posible novio para más adelante―. Me
temo que está en su naturaleza. Y he aprendido que es muy
poco lo que puedo hacer para cambiarlo.
―Muy cierto. Yo formé parte del discurso de Sebastian
Hewel cuando me casé con Bronwyn ―mintió Anthony
fácilmente―. Ahora somos buenos amigos, pero sé que
mejor no desairar a la hermana de un hombre.
―¿En serio? ―preguntó Marie, la mención del nombre
de Sebastian llamó su atención―. Es terriblemente galante.
Sebastian se rió. ―No te dejes engañar, Marie. Mi
hermano es un actor, no un luchador. Puede tener una

108
buena conversación, pero dudo que fuera capaz de
reprender a Anthony.
―Entonces es aún más noble por hacer el intento.
Nicholas se atragantó con el vino y Anthony
educadamente tosió enmascarando su risa.

MIRIAM estaba desatando el corpiño de Sebastian cuando


alguien llamó a la puerta de su dormitorio. ―Voy a ver
quién es ―dijo.
Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar entrar a
Anthony. ―Puedes irte, Miriam. Buenas noches ―dijo
Anthony.
―No he terminado de desnudarme todavía ―protestó
Sebastian.
―Estoy segura de que Su Excelencia puede ayudar con
eso ―dijo Miriam con un guiño descarado, y salió por la
puerta cerrándola detrás suya antes de que Sebastian
pudiera responder.
―¿Por qué has venido por esa puerta y no a través de tu
habitación? ―preguntó Sebastian.
―Pensé que podías tenerme bloqueado.
―Una suposición razonable, supongo.
Anthony estaba detrás de Sebastian y continuó donde
Miriam lo había dejado, tirando de las cintas de su corpiño.
―He aprendido una valiosa lección esta noche.
―¿Es eso así?

109
Anthony ayudó a Sebastian a quitarse la falda y el
miriñaque. ―Sí, una que no debería haber tenido que
aprender.
Sebastian se volvió para mirarlo por encima del
hombro. ―¿Y qué fue?
―Eso de ver a alguien que amas coquetear con otra
persona, incluso si sólo está actuando, no es ni agradable ni
algo que quisiera repetir.
―Mis educadas respuestas a Nicholas apenas eran
coqueteo ―dijo Sebastian con cuidado, tratando de no sonar
petulante ante lo que Anthony tuvo que vivir a través de lo
que él había sufrido―. Nada en comparación con tu
persecución de Marie.
Anthony besó su cuello. ―Lo siento, Sebastian. Mis
acciones han sido irreflexivas y posiblemente crueles, y me
gustaría más que nada que nosotros no tuviéramos que
jugar a este juego.
Sebastian se volvió hacia él. ―Hay que esforzarse más
para garantizar que esto no se interponga entre nosotros. Yo
no soy una persona amargada, pero he estado irascible
últimamente.
―No puedo culparte. Todo lo que puedo hacer es
repetir que lo que te digo a ti es sincero, y todo lo demás no
son más que minucias verbales.
―Lo sé. Pero ahora, al menos, comprendes de donde
proviene mi enojo.
―Del mismo lugar que ahora viene el mío. Pero al verte
con Nicholas… ―Las manos de Anthony descansaron en su

110
cintura―. Saber que debo aguantar más de Nicholas y su
evidente atracción por ti, me llena de cólera.
Sebastian sonrió con tristeza. ―Te entiendo mejor que
nadie.
―Ya fue bastante malo verte sentado con Marie en el
jardín ―admitió Anthony―, pero por lo menos sé que no
tienes ningún interés en las mujeres.
Sebastian se sonrojó ante la connotación de las palabras
de Anthony. ―No tengo ninguna experiencia con las
mujeres, no es sólo cuestión de intereses.
―Sebastian ―dijo Anthony amablemente―, no tienes
que esconderte de mí. Algunos hombres simplemente
prefieren a los hombres. Y yo no soy quien para juzgarte por
eso.
―No lo entiendes. Tú puedes perseguir a hombres y
mujeres, y con tu reputación, nadie cuestionaría tu virilidad.
Pero he perdido bastante masculinidad haciendo de
Bronwyn, gracias. No seré etiquetado como un sodomita.
Anthony lo hizo callar. ―No fue mi intención
etiquetarte como nada. Siento haberlo mencionado.
Sebastian no quiso examinar el temor que sintió cuando
Anthony había dicho lo que sabía era la verdad. Él ya vivió
con el temor de ser desenmascarado como un blasfemo por
su participación en la ceremonia de su falso matrimonio y el
viaje al verdugo que implicaría; no necesitaba el cargo de
sodomita para hacer su viaje más rápido. ―Por favor, ten
cuidado con lo que dices.
―Te lo prometo. No pensé, por favor, perdona mis
palabras imprudentes.

111
Sebastian miró a los ojos de Anthony. ―Pase lo que
pase, Anthony, recuerda que te amo.
Los labios de Anthony se estrellaron contra los suyos y
Sebastian enterró sus dedos en el pelo de Anthony. ―Y yo te
amo, como a ningún otro antes.

112
EL TIRO con arco siempre fue popular, y el amigo de
Sebastian, Matthew Ashton, le dio una lección de humildad
cuando le ganó tres juegos seguidos lo que obviamente
deleitó al público. Sebastian estaba charlando con Lord y
Lady Delton que estaban de visita en Essex, y no se dio
cuenta que Nicholas Valois llegó a su lado.
―Lady Bronwyn ―dijo Nicholas, y Sebastian se
sobresaltó.
―Nicholas, no le he visto.
Nicholas inclinó la cabeza ligeramente. ―Mis disculpas,
no quería asustarla. Pensé que tendría la amabilidad de
acompañarme a dar un paseo por los jardines.
La reacción inmediata de Sebastian fue dar una excusa,
pero sabía que tenía que actuar amigablemente hacía
Nicholas si quería tener alguna esperanza de cumplir la
petición de la Reina. ―Sería un placer. ¿Hay algo en
particular que le gustaría ver?
―Me pongo completamente en sus manos ―dijo
Nicholas, ofreciendo su brazo a Sebastian.
Sebastian vio a Anthony tratando de localizarlo, y notó
el momentáneo destello de desdén cuanto descubrió a
Nicholas con la mano de Sebastian descansando en el hueco
de su brazo.

113
―El lago es especialmente agradable en esta época del
año ―dijo Sebastian, con cuidado de no mostrar ningún
signo de haber visto la reacción de Anthony.
―Entonces una caminata alrededor del lago sería
perfecto.
Sebastian dejó que Nicholas los alejara. Estaba seguro
de que escuchó a uno de los invitados murmurar. ―Parece
que le están dando a Anthony un poco de su propia
medicina.
Si Nicholas lo oyó, no dio muestras de ello. ―Crofton
Hall es una magnífica propiedad ―dijo.
―Sí, y me siento muy afortunada de llamarlo mi hogar.
―La casa en si no es tan antigua, ¿no?
―Ha habido una propiedad Crofton en esta tierra desde
hace siglos ―explicó Sebastian―. El padre de Anthony
amplió la residencia hace treinta años, por lo que se preparó
para comenzar una familia.
―¿Así que Anthony tiene muchos hermanos y
hermanas?
―Ninguno que viva.
Nicholas asintió. ―Es cierto que la naturaleza da, pero
toma igualmente. Pero aun así, usted tiene esta maravillosa
casa para llenarla.
―Si somos tan bendecidos ―dijo Sebastian, el tema de
conversación no era lo que esperaba cuando Nicholas le
había pedido ver los jardines―. Pero si el Señor no lo desea,
Anthony ya tiene un heredero.

114
―Debe ser agradable no llevar una carga tan pesada.
Esperaba tener un heredero, pero me temo que son pocas las
mujeres que yo crea dignas.
Sebastian se mordió la lengua para no escupir un
comentario acerca de la prepotencia de Nicholas, pero no se
atrevía a no decir nada. ―Un dilema Nicholas. Me sorprende
que pueda dormir por la noche con tales desgracias que se
aprovechan de su mente.
―Y sin embargo, ayer por la noche dormí como un
bebé. Tal vez mi actual compañía haya ayudado a mi
disposición.
El atrevimiento de Nicholas apenas bordeaba el decoro,
Sebastian no estaba seguro de si su actitud era sólo personal
o la manera de los franceses en general. Habían llegado al
lago y Sebastian estaba muy agradecido de usar su llegada
como un modo de desviar la conversación en una dirección
diferente.
―Es una hermosa parte de los jardines, ¿no le parece?
―dijo Sebastian, señalando el agua.
―La belleza de carácter tradicional puede ser
sobrevalorada ―respondió Nicholas―. Pero admito que es
muy pintoresco.
―Es uno de los lugares favoritos de Anthony en los
jardines. ―Sebastian mencionó a Anthony deliberadamente
con la esperanza de que Nicholas retrocediera un poco en su
acoso. Aunque se suponía que él debía alentar a Valois, esto
estaba más allá de lo que el decoro debería permitir, y el
plan iba muy rápido, mucho más allá del punto en el que
quería estar después de tan corto tiempo.

115
―Puedo ver por qué. Tengo la sensación de que
Anthony tiene una debilidad por la belleza.
―Anthony tiene debilidad por muchas cosas.
Nicholas rió suavemente. ―Como su reputación
sugiere.
Sebastian se detuvo en mitad del camino y quitó el
brazo de Nicholas. ―Creo que deberíamos volver a la casa.
―Por favor, lo siento. Hablaba fuera de lugar. Pero, soy
un hermano preocupado; Marie ya ha perdido la cabeza
antes, y cuando me enteré de que ella estaba aquí…
―Su hermana no tiene interés en Anthony. Ella más
bien está embelesada con mi hermano gemelo, si quiere
saber la verdad.
―¿En serio? ¿Y dónde está su hermano para que pueda
conocer al hombre y juzgar por mí mismo?
―Él estará en Crofton Hall en unos días.
―Hasta entonces, voy a mantener un ojo vigilante sobre
Anthony.
Sebastian sabía que, como la esposa de Anthony,
Bronwyn no debería permitir que tal desaire quedara sin
respuesta. ―Le aseguro que no será necesario. Anthony no
tiene interés en Marie.
―Si usted fuera mi esposa, entonces yo tampoco tendría
ningún interés en cosas bonitas.
Sebastian sonrió fríamente. Sabía que Bronwyn era una
chica normal, pero no había necesidad de que Nicholas fuera
tan brusco sobre ello, y no podía evitar sentirse insultado.
―Puede que no sea una cosa bonita, pero tengo bastantes

116
maneras de no insultar a mi anfitrión. Buenos días, Lord
Valois.
Nicholas parecía sorprendido por su respuesta. Agarró
el brazo de Sebastian para que dejara de caminar. ―Milady,
no era mi intención…
Sebastian le arrebató su brazo. ―Yo no necesito que me
digan que no soy una belleza, señor. Mi propio espejo me
dice eso. Ahora discúlpeme, tengo que volver con mis otros
invitados que no están tan alarmados por mi apariencia.
Nicholas lo sostuvo firmemente por ambos brazos.
―Quise decir que no estoy interesado en la frivolidad de la
Corte, en la apariencia superficial de la belleza.
―Lord Valois, ¿puedo preguntar por qué tiene usted
sus manos sobre mi esposa?
La llegada de Anthony fue en parte una bendición,
pero los celos que desprendían su mirada furiosa, hacían
necesario detenerlo rápidamente.
―Me sentía débil ―dijo Sebastian―. Nicholas estaba
simplemente estabilizándome.
El brazo de Anthony estuvo alrededor de su cintura en
un instante y Sebastian se retiró de la mano de Nicholas, que
parecía aliviado al oír la mentira de Sebastian. ―Debes
acostarte, Bronwyn. Te acompañaré a tu habitación.
―Gracias, lo agradecería.
―¿Debo llamar al médico? ―preguntó Anthony, su
preocupación era evidente para cualquiera que estuviera
escuchando.

117
―No, es un leve mareo. De ninguna manera tan mal
como la última vez. ―Sebastian mintió sin problemas,
haciendo el papel de la señora enfermiza de la casa en
beneficio de Nicholas―. Estoy segura que sólo necesito unas
horas de descanso y volveré a ser una buena compañía, y
me uniré a ti por todo lo que queda de tarde.
Sebastian dejó que Anthony le acompañara, dejando a
Nicholas molesto tras ellos.
―¿Qué sucedió realmente? ―preguntó Anthony, una
vez que estuvieron lo suficientemente lejos para no ser oído
por casualidad.
―Dijo algo poco halagador que realmente no quiso
decir –nada más que yo no era guapa– pero no hay manera
que una mujer como Bronwyn aguantara eso, por lo que
estaba tratando de detener mi enfado.
―¿Fue acertado? Se supone que tienes que sacudir su
interés.
―No creo que sea un problema ―dijo Sebastian,
mirando por encima del hombro para comprobar que
Nicholas no estaba cerca―. Estaba tratando de retirarlo y
pedir disculpas.
―Entonces la fiesta de esta noche debe estar muy
entretenida. Me muero de ganas de ver cómo intenta
recuperar tu aprobación.
―Entretenida no es una palabra que yo usaría ―se
quejó Sebastian.
―Entonces tal vez la noticia de nuestro retrato te
levantará el ánimo –el artista estará aquí mañana ―dijo
Anthony alegremente.

118
Sebastian sacudió la cabeza con incredulidad. ―¿Y
cómo es eso de que va animarme?

SEBASTIAN llegó a al gran salón de la fiesta. Tratando de


encontrar a Anthony, no se dio cuenta de que Nicholas
apareció a su lado hasta que fue demasiado tarde para
evitarlo.
―Confío en que se sienta mejor, Milady.
―Sí, gracias. ―Sebastian deliberadamente mantuvo su
tono cortante y el rostro impasible.
―Yo quería tener la oportunidad de pedir disculpas
una vez más por nuestro malentendido de antes.
―No hay ninguna necesidad. Le he entendido
perfectamente. ―Sebastian no esperó la respuesta de
Nicholas y en su lugar se alejó para hablar con otro invitado.
Llegó el momento de tomar sus asientos para la
comida, y Sebastian vio a Nicholas empujar a otro de los
invitados fuera del camino para asegurarse que conseguía
un asiento junto a Bronwyn. También tuvo especial cuidado
para ayudar a Sebastian con su silla y este le brindó una
sonrisa tensa como recompensa.
―Está usted radiante esta noche ―dijo Nicholas,
acercándose más de lo necesario.
―Tal vez sea la luz de las velas. Escuché que pueden
suavizar hasta las personas más toscas ―replicó Sebastian.
Escogió un trozo de conejo de un plato, pero no miró a
Nicholas.

119
―Dígame, Milady, qué es lo que tengo que hacer para
que acepte mis disculpas, y lo haré.
Sebastian se giró hacía Nicholas. Parecía realmente
perturbado de que Sebastian estuviera molesto con él, y
distaba mucho del hombre peligroso que le advirtieron era
capaz de ser.
―Supongo que puedo ser caritativa. Está perdonado,
Nicholas. Pero sólo por esta vez, recuerde.
Nicholas tomó su mano y la besó, y Sebastian se
sorprendió ante su indiferencia acerca de lo que los demás
invitados pudieran decir. ―Es un ángel, Milady. Juro que no
le voy a dar ninguna razón para dudar de mi sinceridad en
el futuro.
Sebastian tiró de su mano. ―Le tomo la palabra, Lord
Valois.
―No necesita preocuparse. Si mi madre estuviera viva,
le contaría la historia de cuando tenía doce años y me
convertí en caballero paladín de una joven dama varios años
mayor que yo. Fui un aprendiz leal, y ella rompió mi
corazón.
―¿En serio? ―dijo Sebastian, riendo―. Por lo tanto,
valiente caballero, ¿qué hizo usted para demostrar que era
un digno paladín y de qué manera la bella dama le hirió?
―Es una noble historia. Yo la defendí de un jovencito
díscolo y un crápula ligeramente temperamental. Pero, ¡ay
de mí!, averigüé demasiado tarde que ella ya estaba
comprometida con un hombre de su edad, obviamente era
demasiado viejo para ella. ―Le guiñó un ojo―. Pero he
luchado duro para superar el dolor que sufrí a una edad
temprana.

120
Sebastian sonrió. Nicholas era un narrador de historias
entretenido, y Sebastian no tenía duda de que podría ser casi
tan encantador como Anthony, si así lo deseara. Los
invitados cercanos estaban encantados al igual que Sebastian
con las historias de la corte francesa y Nicholas Valois, el
joven caballero, y la noche con los numerosos platos estuvo
entretenida con sus historias.
La comida llegó a su fin. Nicholas estuvo allí una vez
más para ayudar a Sebastian con su silla. ―¿Quizás podría
ser tan osado como para pedirle bailar conmigo una vez que
los músicos comience?
Sebastian hizo ademán de responder, pero Anthony
apareció aparentemente de la nada y puso una posesiva
mano sobre el brazo de Sebastian. ―No creo que sea
prudente ―dijo―. Bronwyn no estaba bien esta tarde y dudo
que una noche de baile sea lo mejor para mi esposa.
Sebastian vio a Nicholas y a Anthony mirarse con
frialdad el uno al otro, el agarre de Anthony se apretó en su
brazo. ―Probablemente tengas razón, Anthony. ―Sebastian
sonrió amablemente a Nicholas―. Le prometo que la
próxima vez estaré encantada de bailar con usted, Milord.
Nicholas se inclinó ante Sebastian cuando Anthony se
lo llevaba. ―Acostarse pronto es lo que necesita, querida.
Anthony le fulminó con la mirada mientras Nicholas se
alejó para hablar con Marie, y Sebastian pensó que era mejor
no indagar en la motivación de Anthony antes de que
estuvieran arriba y lejos de sus invitados. ―¿Serías tan
amable de acompañarme a mi habitación?

121
―El placer es mío, mi amor. ―Anthony sonrió, una
sonrisa amable y cariñosa que hizo a Sebastian responder
del mismo modo.
Una vez detrás de la puerta cerrada de su habitación,
sin embargo, Sebastian pensó que era el momento de decir
algo. ―¿Cómo se supone que debo atraer la atención de
Nicholas si intervienes en cada oportunidad?
―Apenas estoy preparado para ver a otro hombre tratar
de confiscar la atención de mi esposa delante de mis narices.
―¿Qué esperas que suceda? Sabías que Nicholas
pensaba que estaba molesto con él, seguramente deberías
haberte dado cuenta que trataría de hacer las paces.
Anthony gruñó, y su gesto no era entrañable. ―He
tolerado su comportamiento a lo largo de la comida, no
estaba dispuesto a dejar que bailara contigo también.
Sebastian negó con la cabeza. ―¿Tratas
deliberadamente de comportarte como un bruto insufrible?
Nicholas comenzará a pensar que alejarme de ti sería mi
beneficio.
Sebastian levantó las manos en el aire, un brazo
demasiado cerca de la cara de Anthony, causando que
Anthony agarrara su muñeca para evitar que le golpee en la
nariz.
―¡Ay! ―exclamó Sebastian, las uñas de Anthony
accidentalmente le apretaron demasiado.
Anthony aflojó el agarre de inmediato y se quedó
mirando la marca roja que le quedó. Llevó sus labios para
besar la piel dañada. ―Lo siento. No era mi intención
agarrarte tan fuerte.

122
―¡Te dije que eras un bruto! ―Sebastian apartó la mano
y se frotó la marca―. Genial, ahora Nicholas pensará que
eres un marido violento también.
―No me importa lo que piense ―escupió Anthony―. Y
a ti tampoco debería.
―¿Qué? En un minuto me pides que cumpla con mi
deber hacia la Reina y trate de llevar a Nicholas a pensar
que me interesa, y en el siguiente actúas como un marido
celoso y demandas que lo ignore. Decídete, Anthony. ¿Qué
va a ser?
Anthony suspiró y se dejó caer sobre la cama. ―Sé que
estoy siendo irracional, Sebastian. Pero no hace que sea más
fácil.
Sebastian se arrodilló delante de él y le tomó la mano.
―Tú sabes que es sólo una actuación. No es diferente de lo
que he sufrido cuando estabas tratando de cortejar a Marie.
―Valois es un hombre atractivo. Un hombre capaz de
transformar muchas cabezas.
―Y no me interesa ―dijo Sebastian con seriedad―. Y
debes recordar que es Bronwyn, no Sebastian, a quien
Nicholas persigue. Por lo que yo sé, no hay rumores acerca
de que él de la bienvenida a los hombres en su cama.
―Lo sé. Pero…
―No hay peros, Anthony. Si se mete bajo mis faldas,
tenemos más para preocuparnos que de tus celos.
―¡Si lo agarro con las manos debajo de tus faldas, voy a
cortárselas! ―Gruñó Anthony.

123
Sebastian intentó no sonreír ante el arrebato de
Anthony. ―Si él descubre que soy un hombre, entonces
tendremos suerte si su primer pensamiento es el chantaje.
Porque entonces, puede exponerme y encontraré mi cabeza
sobre el tajo del verdugo.
―Lo dije en serio cuando dije que haría cualquier cosa
para mantenerte a salvo, y si eso significa la eliminación de
Valois, lo haré en un instante.
Sebastian besó las manos de Anthony. ―Aprecio el
sentimiento, mi amor. Pero prefiero morir a ver tu alma
ennegrecida por el asesinato.
―Algunos dicen que ya es demasiado tarde para mi
alma.
―Entonces ellos no te conocen como yo.
Sebastian se encontró levantado del suelo y en los
brazos de Anthony. Este lo hizo rodar hacía atrás a la cama
fijándolo debajo de él. ―Mientras los hombres sigan
respirando o los ojos sigan viendo, seguirá vivo esto, y esto
te dará vida a ti14 ―murmuró Anthony besándolo.
―¿Soy tan superficial que unas palabras de
Shakespeare me lo seguirán recordando?
Anthony sonrió.
Sebastian se rió. ―Parece que la respuesta es sí.

14
Extracto del soneto XVIII de Shakespeare.

124
SEBASTIAN entró en la biblioteca, apesadumbrado con la
perspectiva de sentarse por un número interminable de
horas mientras que algún llamado artista intentaba capturar
su imagen. Anthony le había recordado en el desayuno su
sino, y él regresó a su habitación para cambiarse por uno de
los vestidos que solía reservar para asistir a la Corte.
Aunque entendiera el razonamiento de Anthony por tener la
pintura, no se atrevía a estar entusiasmado con tener su
apariencia ordinaria inmortalizada en óleo.
Anthony estaba hablando con un hombre de baja
estatura, con una cara larga y mejillas sonrosadas. Tenía un
bigote y barba, en la que Sebastian pensó que vio manchas
de pintura entre medio de las canas. ―Ah, aquí está el
verdadero foco de la pintura ―dijo Anthony―. Hans
Moulton, permítame presentarle a mi esposa, Lady
Bronwyn.
―Creo ―dijo Hans, después de lo que parecía ser un
tiempo muy largo para Sebastian―, que será una pintura
llamativa. Y una de mis mejores.
Anthony sonrió. ―Por supuesto que sí. Ahora, ¿Cómo
sugiere que posemos? Nunca me ha defraudado antes,
Hans, oriéntenos.
Sebastian había esperado que sacaran una silla de
respaldo alto, pero Hans tenía otras ideas, en cambio

125
Sebastian se encontró de pie a la izquierda de Anthony en
frente de la ornamentada chimenea. Hans indicó a Anthony
que tomara la mano izquierda de su esposa.
―¿Qué debo hacer con mi mano derecha? ―preguntó
Sebastian, empezando a sentirse tonto.
Hans se frotó la barba pensativo y luego miró alrededor
de la biblioteca. Dejó escapar un grito feliz cuando vio un
abanico en una mesa auxiliar, el cual abrió y se lo entregó a
Sebastian. ―Esto funcionara perfectamente.
Pacientemente Sebastian soportó los constantes
cambios de postura que le hizo Hans. En primer lugar no le
gustaba el ángulo de la posición de Sebastian, o la forma tan
erguida de su cabeza, luego fueron los pliegues en sus
faldas, o la forma de su gorguera estaba ligeramente más
alta de un lado que del otro. Anthony, sin embargo, era
perfecto y Hans elogió su estatura, la elección de la ropa, y
Anthony le hizo un guiño cuando Sebastian le lanzó una
mirada de soslayo. Finalmente Hans volvió a su caballete y
cogió el pincel y la paleta. Sebastian miró, divertido, cuando
Hans tarareó fuerte mientras pintaba. Sus brazos se movían
de forma exagerada y su cabeza se balanceaba en torno al
caballete para examinar a sus modelos, recordándole a
Sebastian un conejo saltando de su agujero. Pero la diversión
no duró el tiempo suficiente para ahuyentar a la
incomodidad de tener que permanecer quieto, y cada vez
que Sebastian se movía, Hans siseaba en voz baja, pero sin
decir nada –no necesitaba decir nada para vocalizar su
molestia.
Los zapatos de Sebastian no fueron diseñados para
estar de pie por largos períodos de tiempo, y envidiaba las
cómodas botas que llevaba Anthony. Su espalda y piernas le

126
dolían por la posición y le resultaba difícil ocultar el
malestar de su expresión. Anthony palmeó suavemente su
cadera ante el signo de incomodidad de Sebastian, pero
procuró no moverse demasiado para no molestar a Hans.
Sebastian logró pasar por alto las ganas de quejarse,
pero el apretón lo cogió con la guardia baja y Hans salió de
detrás del caballete, furioso y las manos en las caderas. –¡Por
favor, Lady Bronwyn, debe permanecer quieta!
Anthony tuvo la mala gracia de reírse del regaño y
Sebastian murmuró una disculpa, aunque lo que realmente
quería hacer era decirle a Hans que se fuera al infierno. La
mañana avanzó lentamente con una lentitud interminable.
Sebastian vio pasar la mañana siguiendo las sombras en el
jardín a través de la ventana, cada hora parecía más larga
que la otra hasta que por fin, Hans se apartó de su caballete
con un suspiro de satisfacción.
―Pienso, Milord, que estamos en el momento perfecto
para parar.
El cuerpo de Sebastian cedió ante el alivio de no tener
que mantener la posición por más tiempo. ―Así que, ¿se
acabó?
Hans se echó a reír. ―¡Ay, mi Lady!, esto es sólo la
primera sesión. Tengo las primeras nociones en su lugar,
pero tendré que trabajar en él en mi estudio antes de volver
la semana que viene para agregar detalles al cuadro.
―¿Primera sesión? ¿Cuántas más? ―preguntó Sebastian
desesperado.
Anthony le dio un beso en la mejilla. ―Al menos una
vez más, mi amor. Un buen cuadro no puede hacerse a
prisa.

127
SENTARSE para la comida fue maravilloso, y Sebastian
estiró sus doloridas piernas por estar de pie toda la mañana
bajo la mesa donde no se podían ver. Estaba feliz comiendo
una selección de carnes frías y queso, cuando se dio cuenta
de que Nicholas lo miraba de un modo extraño. O más
exactamente, mirando a la contusión en la muñeca,
entrecerrando los ojos al darse cuenta de lo que era. Y
Sebastian pensó que esto era algo de lo que podría sacar
provecho más tarde.
Anthony parecía no haberse dado cuenta de la mirada
de Nicholas. ―Tengo que visitar la ciudad esta tarde,
Bronwyn. ¿Hay algo que necesites? ―preguntó Anthony.
―Nada que se me ocurra, pero gracias por preguntar.
Creo que lo que realmente necesito es un paseo para aliviar
la posición de toda la mañana. Pienso que podría tomar a
Henry y dar un paseo por los jardines después de la comida.
―Buena idea ―dijo Anthony―. Ese perro podrá quemar
un poco de energía.
Después de la comida Sebastian se disculpó y pidió a
un sirviente que recogiera a Henry de los establos donde se
suponía debía estar aprendiendo cómo interactuar con la
manada de caza. Se quedó esperando en el vestíbulo de
entrada la vuelta del criado, y tal como esperaba, Nicholas lo
llamó, corriendo para alcanzarla. ―Milady, pensé que le
gustaría un poco de compañía.
―Me gustaría mucho. Qué amable de su parte.

128
El criado apareció con Henry y Sebastian y Nicholas se
dirigieron hacia los jardines. Al principio Henry se quedó
cerca, pero no duró mucho y corrió por delante hacía el lago.
Sebastian se detuvo al llegar a la orilla junto a un banco.
―Confío en que esté disfrutando de la estancia, Nicholas.
―Sí, gracias. ¿Usted está completamente recuperada del
otro día?
Sebastian levantó deliberadamente la mano para meter
un rizo de su peluca detrás de la oreja, de tal manera que la
manga se deslizó revelando la contusión que
accidentalmente Anthony le había causado. A toda prisa, se
bajó la manga.
Nicholas extendió la mano y agarró suavemente su
brazo. ―¿Eso duele? ―preguntó, acariciando
cuidadosamente el moretón con el pulgar.
―No es nada.
―Bronwyn, parece que alguien le ha hecho daño.
Sebastian alejó su brazo, sosteniéndolo sobre su pecho.
―Por favor, no piense nada de eso.
―¿Él hizo esto?
―No quiso hacerlo ―dijo Sebastian rápidamente,
asegurándose de que había una leve nota de pánico en su
voz―. Yo…
―Bronwyn, ningún caballero le haría daño a su esposa.
Si fueras mía, me pasaría el día adorando cada uno de sus
movimientos, asegurando su felicidad.

129
―Pero no soy suya. Soy de Anthony, y es sólo un
pequeño moretón, nada serio. No hay nada de qué
preocuparse.
―¿Por qué lo defiendes? ―preguntó Nicholas.
―Porque soy su esposa. Eso es todo lo que soy a los
ojos del mundo. No tengo dinero o tierra propia, sin mi
matrimonio, no soy nada ―dijo Sebastian, recordando que
su voz sonara un poco rota.
―Pero eso no le da derecho a hacerle daño.
Un ladrido aterrado sacó a Sebastian de la
conversación. Se dio la vuelta para ver a Henry luchar entre
los juncos del lago. ―¡Oh, Henry, perro estúpido!
Corrió hacia el lago, Nicholas cerca, y sin pensarlo,
Sebastian empezó a meterse en el agua. Nicholas lo agarró y
lo arrastró de nuevo al banco. ―Su ropa la arrastrara abajo.
Déjeme buscar al perro.
Nicholas se quitó el jubón y los calzones, y se metió en
el lago en apenas su camisa y las medias. Sebastian miró
desde el banco, su falda ya pesaba del agua, y se dio cuenta
de que Nicholas tenía razón y él se habría encontrado en el
fondo del lago si hubiera tratado de llegar a Henry. Nicholas
avanzó por el agua, y luego nadó una vez que se hizo más
profunda. Agarró a Henry luchando, se había enredado a sí
mismo en las plantas del agua, y se dirigió de nuevo al
banco. Vadeando a través del agua, Nicholas sostuvo en alto
el cachorro empapado como si Henry fuera Excalibur y él
hubiera luchado con la Dama del Lago15.

15
En los romances artúricos Nimue es uno de los nombres que recibe un interesante pero
oscuro personaje: La Dama del Lago, un hada de las aguas que entrega al rey Arturo la espada
de poder, Excalibur. Su nombre varía según las leyendas, pues se la conoce también como

130
Henry se retorció y gruñó ante este tratamiento, y
Sebastian pensó que de haberlo logrado el perro, Nicholas
tendría un conjunto de marcas de dientes de Henry en la
mano. ―Es un muchacho enérgico ―dijo Nicholas,
entregándoselo a Sebastian.
Sebastian agarró el perro. ―Muchas gracias, Nicholas.
En realidad, deberíamos volver dentro para que usted
pueda secarse antes de que muera.
―No hay de qué, dulce Bronwyn. Por usted nadaría el
mar más grande o subiría a la montaña más alta.
Caminaron hacía la casa, y Sebastian tenía una
sensación de zozobra de que tal vez había ido demasiado
lejos en su juego con Nicholas. El deseo era evidente en el
rostro de Nicholas, a pesar de los regueros de agua que
corrían de su camisa mientras cruzaban el césped. Sebastian
decidió que sería prudente que Bronwyn se mantuviera en
cama durante unos días y permitir que Nicholas se enfriara.

NICHOLAS no estaba muy contento de que Bronwyn no


estuviera presente en la mesa del desayuno. La mirada que
le dirigió a Anthony bordeaba asesina cuando le explicó que
Bronwyn tenía un resfriado que había causado un brote de
su larga enfermedad. Marie, sin embargo, estaba obviamente
encantada porque Sebastian había llegado durante la noche,
y era él, y no su hermana quien estaba. El respiro que
Sebastian había esperado por hacer de él mismo y no de su

Niniane, Niviane o Viviane. En su figura se vislumbran rasgos de la diosa de las aguas Coventina,
a la que se hacían ofrendas en forma de monedas, perlas y otros objetos de valor.

131
hermana por parte de Nicholas iba a ser reemplazado por la
atención de Marie. Sebastian gimió para sus adentros
cuando era a la vez el objeto de la ferviente mirada de Marie
y la penetrante de su protector hermano.
Solo estaban ellos cuatro, y Sebastian le dio la mano a
Nicholas presentándose. ―Lord Valois, mi hermana habla
muy bien de usted ―dijo, lo que hizo disminuir el ceño en la
cara de Nicholas.
―Su hermana es una mujer generosa.
―Espero que se quede más tiempo esta vez ―dijo
Marie, entrecortada. Sus palabras causaron que su hermano
levantara una ceja pero no hizo ningún comentario.
―Sólo un par de días me temo ―dijo Sebastian, todavía
no sabía cómo manejar a Marie.
―¿Usted viaja mucho? ―preguntó Nicholas.
―En este momento sí. Me han dado los nombre de unos
médicos que espero puedan tener un remedio para mi
hermana.
La mentira fue fácil, y tomó a Anthony desprevenido,
pero se las arregló para cubrir su sorpresa con habilidad.
―Rezo todos los días por una cura. Aunque, me preocupa
que mis oraciones puedan quedar sin respuesta.
―No renunciaré ―prometió Sebastian, sorprendiéndose
a sí mismo lo sincero que sonó―. Hay otro hombre del que
he oído hablar en Kent, tengo la intención de viajar ahí
después. Me temo que no tuve suerte con el doctor en
Oxford.
―Creo que es muy noble de su parte ―dijo Marie.

132
―Es sólo lo que cualquier hermano haría ―dijo
Sebastian.
Ella se echó a reír. ―Dudo que Nicholas fuera tan lejos
por mí.
―¡Tonterías! ―dijo Nicholas―. Es mejor para mí
mantenerte viva y saludable. Sin ti, yo sería el único
beneficiario de la preocupación de nuestros padres.
―¿Algunos planes para el día, Sebastian? ―preguntó
Anthony.
―Pensaba cabalgar hasta Highall Hall para ver a
Matthew y a mi prima Claire.
Marie pareció decepcionada, pero no dijo nada.
―En realidad, ¿te importaría aplazar tu visita hasta
mañana? ―preguntó Anthony―. Wallace, mi mayordomo,
me ha informado de que hay evidencias de un campamento
abandonado al borde de los terrenos de Crofton Hall, y
esperaba tomar un par de perros de caza para ver si el rastro
es bastante fresco para rastrearlo.
Eso era nuevo para Sebastian. ―¿Sospechas de los
bandidos? ―preguntó.
―Sí.
―Entonces, por supuesto, te acompañaré. Espero que
seamos capaces de encontrar a los hombres que atacaron el
carruaje de Bronwyn.
―Excelente. Tengo algunos negocios de la propiedad
que ver primero, pero podríamos encontrarnos a las once en
los establos, eso nos dará la suficiente cantidad de luz para
investigar.

133
Después del desayuno, Sebastian se dirigió a la
biblioteca. Perdido en la vasta colección de Anthony, no
escuchó llegar a Marie.
―¿Tu hermana está muy enferma? ―preguntó.
Sebastian casi dejó caer el libro que tenía en la mano.
―Marie, no la había visto.
―No quería molestarle.
―Y no me molesta, se lo aseguro. ―Él sonrió, pero tenía
que pensar rápidamente cómo responder a la pregunta de
Marie―. La verdad es que simplemente no sabemos acerca
de su enfermedad. Tal vez si tenemos suerte sea algo con lo
que se pueda vivir…
―Yo tenía un amigo ―dijo Marie, con ojos alicaídos―.
Su madre estaba enferma de una manera parecida a su
hermana. Él estaba tratando de recaudar dinero para un
médico cuando fue arrestado.
―¿No estaba recaudando los fondos por medios
honestos?
―¡No fue arrestado por eso, Sebastian! Fue insensato
con una amistad y habló fuera de lugar sin pensar en sus
propias palabras. La Reina no aprueba ese tipo de cosas, y
ahora es un invitado en la Torre de Londres.
―Ya veo. ¿Sería este amigo del que su hermano hablaba
tan enojado? ―preguntó Sebastian, deteniéndose cuando se
dio cuenta que había estado vestido de Bronwyn cuando
Nicholas mencionó a Priard.
Marie no pareció darse cuenta de su metedura de pata,
y se sonrojó. ―Sí. Pero a pesar de lo que piensa Nicholas,
Joseph es un buen hombre.

134
Sebastian tomó un momento para estudiarla
adecuadamente. Había algo más aquí, y no pudo dejar de
pensar que averiguar más sobre el hombre de la torre sería
de gran ayuda. Se volvió hacía los estantes, no estando
seguro de que decir, y su mirada se posó en una colección de
poemas de Robert Greene16. Lo deslizó fuera del estante y se
lo dio a Marie.
―Unas palabras brillantes pueden ayudar a ahuyentar
las sombras.
Marie miró el panfleto y luego a Sebastian y le dio una
linda sonrisa. Sebastian sospechó que eso debería haber
tenido más de un efecto en él, esto sería, si su discusión con
Anthony y su gusto por las mujeres fuera realmente
verdadera.
―Tengo que irme. Tengo que vestirme para montar si
voy a pasar la tarde buscando a través de los bosques con
Anthony.
―Tenga mucho cuidado, Sebastian. No me gustaría que
se encontrara con un bandido y resultara herido.
Sebastian hizo una profunda reverencia. ―Lo haré
Milady ―dijo mientras salía.

ANTHONY ya lo estaba esperando en la parte trasera con su


caballo Zeus y Star, el caballo favorito de Sebastian, todo
estaba preparado y listo para salir. Sebastian le dio a Star

16
Robert Greene era un dramaturgo, poeta, ensayista y escritor en prosa inglés. Fue uno de los
primeros hombres en vivir como escritor profesional en Gran Bretaña.

135
una zanahoria y le frotó la nariz antes de subir a la silla de
montar.
―Así que, ¿cuándo te contó Wallace sobre el
campamento de bandidos? ―preguntó Sebastian mientras se
acomodaba, acortando las riendas a su gusto.
―Ha tenido partidas explorando a diario desde el
ataque de los bandidos al carruaje. Está convencido de que
los bandidos están a la deriva hacia el norte desde Epping
Forest. Pero me informó esta mañana que habían encontrado
algo.
Fue entonces cuando Sebastian notó la ballesta unida a
la silla de Zeus. ―¿Esperas problemas?
―No. Pero pensé que sería más seguro cerciorarse de
que si va a haber cualquier problema, seré yo quien lo cause.
―Nada fuera de lo normal allí, entonces.
El mozo sacó dos perros de la jauría de caza, y ambos
hombres espolearon sus caballos para hacerlos caminar y
dejaron los establos, bajando por el camino a los bosques al
este de Crofton Hall.
―Entonces, ¿hay realmente algo, o se trata de una
artimaña elaborada para estar a solas conmigo entre la
maleza? ―preguntó Sebastian, mirando por encima del
hombro para comprobar que los perros los estaban
siguiendo de cerca.
―Me ofendes, Sebastian, realmente. Como si necesitara
un plan para estar a solas contigo, es insultante.
La temperatura era indudablemente más fría que la
semana anterior, y había una humedad en el aire que
amenazaba con lluvia. Los árboles estaban en el cambio de

136
verano a otoño, el follaje comenzando a disminuir y el
verdes de sus copas menos lustroso que en la temporada de
verano.
―Pensé que Nicholas podía apuñalarme esta mañana
en el desayuno ―dijo Anthony, y Sebastian escuchó la
diversión en su voz―. No sé lo que Bronwyn le habrá estado
diciendo, pero creo que debería empezar a preocuparme por
mi honor.
―Le dejé creer lo que quería cuando vio el moratón en
mi muñeca ―explicó Sebastian.
―¿Así que le dejaste creer que soy el tipo de hombre
que le pone la mano encima a su esposa cuando está
enfadado? ―preguntó Anthony, claramente molesto―. No
puedo decir que apruebe esto, Sebastian.
―Era una oportunidad demasiado buena para perderla.
Estaba más que feliz de llegar a su propia conclusión sin
tener que decir nada.
Anthony suspiró. ―He sido elegido como el villano de
la obra. Y por una vez sin una buena razón.
―Pero por una buena causa, Anthony. De esta manera
Nicholas Valois se ve a sí mismo como mi caballero de
brillante armadura, que tan valientemente nadó las
peligrosas aguas del lago para rescatar al desamparado
cachorro de la bella dama.
―Y ahora he encerrado a la doncella en la torre… Eso lo
explica todo. Tal vez debería empezar a dormir con un
cuchillo debajo de la almohada, en caso de que dicho
caballero quiera matar a la bestia por la que he sido
retratado.

137
Sebastian se rió. ―Es eso, o que has encerrado a
Bronwyn para evitar que tu joven esposa sea raptada en la
noche por su protector pretendiente.
Se desviaron del camino adentrándose en la arboleda,
los caballos abriéndose paso con cuidado alrededor del
terreno irregular y los escombros que cubrían el suelo.
Estaba más oscuro que el camino, pasaba menos luz a través
de los árboles, creando un efecto moteado proporcionando
una bonita vista pero no una buena luz para ver.
―Pero se hace muy pesado ―admitió Sebastian.
―¿Qué? ―preguntó Anthony, tirando de las riendas del
caballo para evitar la raíz de un árbol.
―Lidiar con Nicholas y Marie.
Anthony se detuvo a examinar algunas ramas bajas que
parecían haberse partido. ―Pero apenas has dicho algo de
Marie.
―Ese no es el punto. Esta mañana he dicho algo que
estoy seguro que sólo Bronwyn sabía –me van a atrapar.
―Sólo tienes que tener cuidado ―dijo Anthony―. ¿Se
dio cuenta?
―No, pero además de ese tipo de desliz, siendo
Sebastian mientras Bronwyn está incapacitada demasiadas
veces genera preguntas. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que
pregunte que nunca nos han visto juntos, a pesar de que
Sebastian es un visitante frecuente?
Anthony hizo una mueca. ―Quieres que tu hermana
nos visite de nuevo.

138
―Sí. Si a Nicholas realmente le gusta la bravura de
Bronwyn, entonces la verdadera Bronwyn debe hacerle
revelar cualquier secreto.
―Eso, o lo matará.
―No es tan mala ―dijo Sebastian, pero el ceño fruncido
de Anthony le dijo que no estaba de acuerdo con él ni por un
segundo―. Bueno, no es tan mala con la gente que no eres
tú.
―Oh. Muy bien, la invitaremos a casa. !Pero te hago
responsable de sus actos!
―Gracias. Tenía la esperanza de ir a verla, en realidad.
No creo que esté de acuerdo en ayudar a menos que se lo
pida cara a cara.
―Si tienes que hacerlo. ―Anthony resopló
ruidosamente―. Tendré que soportar a los hermanos Valois
por mi cuenta.
―Entonces sabrás como me siento.
Caminaron, Anthony paraba de vez en cuando para
examinar los árboles y el suelo para ver si habían sido
perturbados recientemente. Sebastian observaba perplejo,
sin saber nada acerca de cómo realizar un seguimiento de
algo por el bosque, o en cualquier otro lugar, para el caso.
Se detuvieron en un claro después de que Anthony
declaró que tenía hambre. ―¿Has oído hablar de Joseph
Priard? ―preguntó Sebastian mientras desmontaba, atando
las riendas a un árbol al igual que Anthony.
Anthony negó con la cabeza y sacó un paquete de su
bolsa. Desenvolvió la muselina y lanzó un pedazo de pollo a

139
cada uno de los perros. ―Nada me viene a la memoria. ¿Por
qué?
Los dos hombres se sentaron en el suelo, apoyados
contra el tronco de un árbol caído. ―Marie mencionó un
amigo suyo que estaba en la Torre. Habla con mucho cariño
de él, y me hizo pensar que tal vez hay más de una manera
de obtener información de una mujer.
Anthony tarareaba suavemente. ―Puede que ahí tengas
razón. Tengo un par de contactos que podrían saber algo,
pero son lo bastante discretos para no dejar que se sepa que
esas preguntas han sido formuladas.
Sebastian dio un mordisco a una pata de pollo. ―Para
ser honesto, ni siquiera estoy seguro de cómo meter a su
padre en la conversación, y mucho menos averiguar dónde
se esconde el hombre.
―Ya que Nicholas estaba dispuesto a creer tu trágica
historia sobre mis métodos violentos, ¿tal vez podrías tratar
de mencionar cómo tu pobre padre muerto nunca habría
tolerado el casamiento si hubiera sabido de lo que yo era
capaz de hacer?
―Te dije que Nicholas está basando sus opiniones en
deducciones y algunas palabras vagas donde rotundamente
no negué lo que pensó. La última cosa que quiero es dar
credibilidad a sus creencias. De lo contrario lo siguiente que
vamos a escuchar es que tu esposa está propagando rumores
sobre ti, y esperarán que me pongas en mi lugar.
―Y a pesar de lo mucho que parece gustarte estar
atado, no creo que ese sería el castigo que mis detractores
considerarían necesario.

140
Anthony lanzó a Sebastian una manzana y luego se
levantó, sacudiéndose el polvo de sus calzones. Uno de los
perros irguió sus orejas y segundos después, escapó hacia el
claro, el segundo perro fue tras él.
―Vamos ―insistió Anthony, cogiendo la ballesta de la
silla―. Creo que han captado algún olor.
Sebastian no estaba seguro de querer saber qué olor
habían captado los perros. Él no quería parecer asustado
ante Anthony, pero tampoco quería estar cara a cara con un
bandido cuando la única arma que llevaba era una pequeña
daga. A regañadientes, siguió a Anthony, y corrieron a
través de la maleza, agachándose para evitar las ramas bajas
y saltando por encima de los árboles caídos. Sebastian se
aseguró de mantener a Anthony en su punto de mira en
todo momento, no quería perderse en esta sección
desconocida del bosque.
Los perros rodeaban los restos de una fogata
abandonada. Habían restregado las cenizas, las marcas de
pisadas mostraban que las brasas habían sido pisoteadas, y
había algunos huesos de animales que habían sido
despojados de la carne esparcidos en los alrededores.
―¿Bandidos? ―preguntó Sebastian.
―Lo dudo ―dijo Anthony, pateando el cráneo de un
conejo―. Es más probable que sea un viajero solitario
atravesándolo y pasó aquí la noche. Usurpando mis conejos,
imagino.
―Estoy seguro de que no los echaras de menos.
―Esa no es la cuestión.

141
Los perros rastreaban la zona, olfateando el suelo, pero
no llegaron lejos y no parecían haber agarrado ningún rastro
de olor para seguir la búsqueda. Sebastian miró alrededor de
la zona, para él, no era un lugar particularmente atractivo, y
no tenía ningún deseo de pasar la noche en el suelo húmedo
del bosque.
―Ya que estás satisfecho de que no hay bandidos, ¿nos
podemos ir? ―preguntó Sebastian, con ganas de volver a
Crofton Hall.
―¿Y desperdiciar la oportunidad de tenerte solo en una
zona apartada, Sebastian? No lo creo.
Sebastian se encontró a sí mismo apoyado contra un
árbol, los besos de Anthony exigentes. ―¡Sabía que era tu
intención desde el principio!
La mano de Anthony se deslizó en sus calzones. ―Odio
pensar que me estoy haciendo predecible en mi vejez.
Sebastian se quedó sin aliento cuando Anthony lo
acarició firmemente. ―¡Tú no eres ni viejo ni predecible, y lo
sabes!
Experto, Anthony lo exprimió, y Sebastian estaba muy
agradecido por estar apoyado contra el árbol, los temblores
de placer debilitaron sus piernas eran apenas capaz de
sostenerlo. Se aferró a los hombros de Anthony cuando llegó
a su clímax. Anthony lo besó con torpeza. ―Apenas un
atisbo de ti todo sonrojado y excitado me pone salvaje.
Sebastian se apartó del árbol, y aunque seguía en la
cumbre de su orgasmo, estrelló a Anthony contra el tronco y
cayó de rodillas. La respiración de Anthony ya era desigual
cuando Sebastian desató sus calzones, y se agarró al tronco
del árbol cuando lo tomó en su boca. Sebastian amaba tener

142
el poder de desarmar a Anthony con sólo su boca. Con cada
succión, Anthony gemía y gemía y Sebastian bebió con
avidez su liberación.
Anthony levantó a Sebastian y compartieron un
profundo beso. ―Un día me vas a matar ―dijo Anthony con
una sonrisa ―pero será una maravillosa manera de morir.

143
MARIE había tratado de arrinconar a Sebastian varias veces
para discutir el libro de poemas que le había dado, por lo
que él había decidido dejar la casa señorial por unos días.
Había prometido que, a su regreso de ver al médico en Kent,
podían pasar más tiempo juntos, pero ya se había quedado
demasiado tiempo en Crofton Hall y realmente debía
ponerse en camino, tomando en cuenta que Brownyn seguía
recuperándose.
Anthony había refunfuñado más, primero por la
llegada de Bronwyn a la casa, luego, por la partida de
Sebastian, pero finalmente, después de prometerle que
volvería a tiempo para posar para el próximo retrato,
Sebastian había podido irse y comenzar su viaje a Kent. Y
esperaba realmente poder convencer a Bronwyn que
ayudándole con Nicholas era algo que ella querría hacer.
Un caballo de refresco17 estaba siendo preparado en el
momento que Sebastian llegó a la residencia de Londres. El
personal de allí le había alimentado con una abundante cena
a su llegada y partió pronto para acabar el viaje y terminar
con esto lo más pronto posible.
El administrador le había suministrado un mapa del
recorrido, pero aun así, Sebastian se alegró de haber

17
De refresco se aplica a la persona o animal que se añade o incorpora para sustituir al que ya
está cansado por un gran trayecto o por un trabajo duro.

144
visitado el área con anterioridad, cuando había viajado con
la compañía teatral. Era menos de diez millas hacia
Becknham, donde el esposo de Bronwyn trabajaba en la
fragua local, y el caballo de refresco atravesó toda la
campiña sin dificultad una vez que pasaron la parte sur de
la ciudad.
Sebastian pasó por un número de pequeñas aldeas
cuyos habitantes lo miraron con desconfianza sin reserva, y
se encontró con unos pocos viajeros a caballo que asintieron
en su dirección a modo de saludo pero sin detenerse o tratar
de hablar con él. Hacia el final de la tarde, llegó a las afueras
de un pequeño pueblo. Si estuviera siendo poco amable,
tendría que admitir que Beckenham estaba sólo un escalón
por encima de una aldea.
Las carretas que iban por delante avanzaban
lentamente, mientras Sebastian se desplazaba hacia lo que
debía que ser el camino principal, con casas apiñadas junto a
pequeñas tiendas ubicadas en el medio, imaginando que en
un día de compras habría sido mucho más concurrido.
Sebastián llamó a una mujer que llevaba un haz de leña.
―Señora, por favor, ¿me podría indicar la casa de Jeremiah
Walkman?
La piel de la mujer estaba bronceada por una vida
dedicada al aire libre y frunció el ceño profundamente
mientras lo miraba, como si estuviera tratando de ubicarlo.
―Sigua adelante hasta el camino que se bifurca, luego, gire a
la izquierda hacia el río. Jeremiah y su esposa viven en la
casa junto a la fragua.
Sebastian le dio las gracias y montó en su caballo. No
creía que Jeremiah fuera el herrero aquí, pero sin embargo
estaba aún en formación como si lo fuera cuando Bronwyn

145
había escapado con él, por lo tanto se sorprendió al escuchar
que vivían tan cerca de la fragua. Las casas se expendían
más a medida que Sebastian salía de la calle principal, y
había gente en los jardines, sobre todo mujeres, cuidando de
las huertas y persiguiendo a los pollos para mantenerlos
alejados de sus cultivos.
La fragua estaba cerca del río. Su construcción robusta
le hacía parecer como si siempre hubiera estado allí. Una
columna de humo salía hacia arriba y Sebastian podía oír el
tintineo repetitivo del metal contra el metal mientras se
acercaba. La casa con entramado de madera a la izquierda
de la forja tenía un techo de paja y estaba rodeada por una
cerca baja y, cuando Sebastian acercó su caballo, pudo ver
que la mayoría de los terrenos fueron reservados para las
hortalizas, había un pollo corriendo y una cabra masticando
perezosamente sobre el césped.
Sebastian desmontó y ató las riendas del caballo al
poste de la cerca.
―¡Hola! ―llamó.
El tintineo de la fragua no se detuvo. Estaba a punto de
llamar de nuevo cuando Bronwyn salió de la casa
contoneándose. Todas las esperanzas que tenia de que sería
capaz de ayudarle se desvanecieron al ver su vientre
hinchado.
―Sebastián ―dijo con deleite―. ¡Qué maravillosa
sorpresa!
Él saltó por encima de la cerca, con cuidado para evitar
las coles, y la abrazó. Apartándose, miró su estómago.
―Podrías haberme dicho en una de tus tantas cartas
que iba a ser tío.

146
―Oh, un pequeño descuido de mi parte ―dijo,
descartando su reprimenda―. ¿Qué estás haciendo aquí?
¿Ha hecho Crofton algo malo?
―No ésta vez. Vine para pedir tu ayuda, pero creo que
llegué para eso al menos seis meses demasiado tarde.
―Ven adentro. Puedes contármelo todo.
La siguió, tomándose unos segundos para adaptar sus
ojos a la diferencia de luz. Su casa era una habitación
grande, muy lejos de la extravagancia y la comodidad que
podría haber vivido si se hubiera casado con Anthony como
se suponía que debía haber hecho. En la chimenea había un
fuego encendido en el cual se estaba cocinando un guiso, y a
la derecha había dos sillas sencillas y una mesa de madera.
En la esquina, hacía alarde una gran cama, con cobijas que se
extendían en capas.
Sebastian se sentó a la mesa mientras Bronwyn le servía
una copa de cerveza de una jarra de barro.
―No es de la excelente cosecha que está acostumbrada,
Milady ―bromeó―, pero debería saciar su sed después de un
largo viaje.
―Estoy seguro de que seré capaz de tragarlo ―dijo
Sebastian, tomando un largo trago―. Debo admitir que no
creí que alguna vez te encontraría feliz viviendo este tipo de
vida.
―Me ha sorprendido también. Pero estamos mucho
más cómodos desde que Jeremiah se hizo cargo de la fragua
a tiempo completo.
―No me había dado cuenta de que lo tenía.

147
―El herrero anterior murió durante el invierno. Y
Jeremiah había sido su aprendiz, por lo que tiene sentido.
Bronwyn se sentó en una silla. ―Entonces, ¿qué
calamidad tan grande ha caído sobre ti que crees que estaría
dispuesta a tolerar otra visita a Crofton Hall?
―Ya veo, tan directa como siempre. La inminente
maternidad no parece que te haya suavizado en absoluto.
Bronwyn se echó a reír. ―Sólo quiero saber lo que esta
tan mal para que Anthony Crofton apruebe de nuevo que yo
esté bajo su techo.
―Tenemos un par de invitados importantes que han
desarrollado un desafortunado apego hacia mí. Bueno, uno
hacia mí y otro hacia ti.
Bronwyn aplaudió mientras reía, echando la cabeza
hacia atrás, de una manera que a él le pareció sin
justificación alguna. ―Oh, ¿estás siendo perseguido,
Sebastian? ¿Está tu virtud en juego?
―No es gracioso, Bronwyn.
―No estoy de acuerdo ―se limpió una lágrima
descarriada y se calmó―. Lo siento, pero la idea es ridícula.
―Me alegro de ver que piensas tan poco de mis
encantos.
Bronwyn evidentemente estaba tratando de no reírse
de nuevo. ―No quise decirlo así, Sebastian. Es sólo que,
antes de unirte al teatro; pensé que era más probable que
acabaras en un monasterio que como un soltero codiciado,
apenas podías hablar con una mujer sin que se te trabara la
lengua. Y no te fue mucho mejor a medida que fuiste
creciendo.

148
―¡Eso no tiene nada que ver con esto!
Bronwyn se frotó el vientre mientras lo miraba.
Sebastian había crecido odiando la expresión que ella estaba
usando, sabiendo muy bien que todo lo que venía después
era una pregunta que, o bien no podía o no quería
responder.
―Dices que tiene dos pretendientes. La de Sebastian es
una mujer, ¿no? ―Continuó cuando Sebastian confirmó con
un asentimiento―. Así que, si ella es una mujer de la
nobleza, la debes de estar cortejando, lo que me lleva a
preguntar ¿por qué?
―Porque tengo que hacerlo.
―Interesante. Y el segundo pretendiente persigue a
Bronwyn, dices, justo debajo la nariz de su marido. ¿Y por
qué Anthony soporta tal desaire contra su honor?
―¡Porque tiene que hacerlo!
―¿Por qué? ―Insistió de nuevo.
Sebastian había esperado tener que decirle la verdad,
pero eso fue cuando había la esperanza de que Bronwyn
regresara con él a Crofton Hall.
―Digamos que una petición se nos ha hecho por
alguien que no puede ser rechazada.
―Una orden real, entonces ―dijo ella, cambiando de
posición, tratando de estar más cómoda.
―Tal vez ―respondió Sebastian, sabiendo que su
hermana era demasiado inteligente para creer una negación
absoluta.

149
―¿Y tú querías que yo vaya a Crofton Hall a hacer qué,
exactamente?
―No importa ahora. ―Sebastian acaricio su estómago―.
No podríamos explicar por qué Bronwyn, después de haber
pasado unos días convaleciente, reaparece en plena flor.
―Eso no te detuvo de decirme lo que al principio
habías esperado que yo hiciera ―dijo en una manera
irritante y realista.
―Es difícil interpretar dos papeles a la vez, Bronwyn. Y
creo que sabrías manejar los avances de Nicholas mejor de lo
que yo lo hago.
―Haciéndose el juguetón, ¿verdad?
―Un poco. Él da la impresión de que le gusta que me
haga la difícil.
Bronwyn se levantó y caminó hacia el fuego para
comprobar el guiso. ―¿Me imagino que realmente no dejarás
que te seduzca?
―¡Por supuesto que no! No hay manera de que quiera
que él se meta debajo de mi falda para descubrir algo que no
esperaba.
Bronwyn volvió a reír hasta que las lágrimas corrieron
por su rostro. ―Lo siento, Sebastian ―dijo ella, secándose los
ojos―. Pero cuando lo dices así, es terriblemente divertido.
―No es divertido, ¡es agotador!
Bronwyn volvió a sentarse. ―Háblame de la mujer. No
puede ser tan mala.
―En realidad es muy agradable. Se suponía que debía
ser Anthony quien la sedujera. ―Cuando Bronwyn frunció el

150
ceño, se apresuró a añadir―. Fingir seducirla. Pero se
deslumbró con Sebastian cuando nos conocimos en la cena y
estaba siendo yo mismo por una noche en vez de interpretar
a ser tú.
―¡Vaya! De seguro que a la prepotencia de Su
Excelencia no le gustó ni un poco.
―Él estaba un poco alterado, pero no tanto como ahora
que tengo dos posibles pretendientes. No es un hombre que
maneje bien los celos.
―Me imagino. ―Bronwyn volvió a llenar la copa de
Sebastian―. ¿Y ha tenido éxito tu seducción hacia la dama?
Sebastian suspiró. ―En realidad no. Mi corazón no está
exactamente en ello, y a pesar de su reacción original, tengo
la sensación de que ella tampoco lo está.
―Dime, ¿qué es lo que esperas obtener de esto? ¿Qué es
lo quiere la Reina?
―No espero ganar nada, pero no se puede rechazar a la
Reina ―dijo sombríamente―. Marie y Nicholas Valois son
hermanos y su padre es buscado por el rey de Francia. La
Reina cree que saben dónde está.
―Y una amable aproximación a menudo obtiene
mejores resultados que un torturador ―concluyó por él―.
Entonces, en lugar de tratar de seducir a la pobre chica, ¿por
qué no hacerte amigo de ella? Discúlpate por tu mala
seducción, y dile que tu corazón pertenece a otra, y a pesar
de que habías tratado de dejar a esa persona a un lado, no
pudiste.

151
―¿Y eso mejorará las cosas? ―preguntó Sebastian, sin
creer que rechazando a una mujer podría mejorar la
situación.
―Si, a diferencia de mí, ella es una criatura romántica,
creo que lo hará.
Sebastian se acomodó en la silla. Su idea ciertamente
tenía mérito. ―¿Y Nicholas?
―Con él, te sugiero que tengas cuidado y asegúrate de
nunca estar lejos del oído de alguien que pueda ir a tu
rescate. Y trata de mantenerte lejos del alcance de sus manos
errantes.
Hubo una llamada desde el exterior. Bronwyn estaba
de nuevo de pie y llenado otra copa de cerveza.
―Jeremiah debe de haber terminado la guadaña 18 en la
que estaba trabajando. Ven a conocer al hombre por el cual
rechacé a Anthony Crofton.
Sebastian la siguió fuera de la casa hacia el jardín,
donde el sol empezaba a disminuir a medida que pasaba del
día a la noche. Dieron la vuelta a la fragua y Bronwyn gritó:
―Ven aquí, Jer. Tenemos visita.
El hombre que salió de la fragua era enorme, era más
de seis pies19 de alto y casi igual de ancho. Sus bíceps
sobresalían debajo de la camisa y Sebastián pensó que
fácilmente podría partirlo por la mitad si le daba algún
motivo. Pero la gran sonrisa boba y su rostro amable

18
La guadaña, dalle o dalla es una herramienta agrícola compuesta de una cuchilla curva
insertada en un palo, usada para segar hierba, forraje para el ganado o cereales.
19
Seis pies = 1,83 metros.

152
arruinaron el efecto de algún modo, sobre todo cuando le
dio un beso en la mejilla a Bronwyn y frotó su vientre.
―Usted debe ser el otro gemelo ―Jeremiah le tendió la
mano. Sebastian la estrechó, tratando de no estremecerse
ante la firmeza del apretón―. No hay duda para nadie de
que es el hermano de Bronwyn.
―Culpable de los cargos. Espero que no le importe mi
llegada sin avisar, pero ha pasado demasiado tiempo desde
que la he visto.
―No hay por qué anunciarse, Sebastian. Es más que
bienvenido. No está seguro de dónde va a dormir,
¿verdad20?
―No se preocupe por mí. He dormido en lugares
mucho peores que el suelo.
―¿Tienes más para hacer esta noche? ―Bronwyn le
preguntó Jeremiah―. La cena está casi lista.
―No tardaré mucho, lo prometo.
―Bien. Sebastian me puede ayudar a alimentar a los
pollos mientras esperamos.

SEBASTIAN disfrutó los tres días que pasó con Bronwyn y


su esposo. Se encontró envidiando su vida sencilla. Bien
temprano los pollos necesitaban alimentarse y la cabra tenía

20
La autora usa la palabra “mind”. A lo largo de los tiempos modernos la palabra "mente" ha
sido añadida al final de todas las oraciones en el área de Gloucester (Reino Unido). Puede
indicar una pregunta, la aceptación, la frustración, a una gran conquista o de la manera que
quiera usarlo. No hay palabra equivalente al español.

153
una feroz patada que rápidamente aprendió a evitar estando
de pie directamente detrás, pero nunca tuvieron un
problema con un decreto real o lo necesitaban para cenar en
corsé. Su espalda, sin embargo, no estaba tan agradecida por
el tiempo que paso agachado quitando la hierba del huerto,
o las tres noches que pasó durmiendo en el suelo, y juró que
nunca se quejaría del incómodo colchón otra vez.
La naturaleza bondadosa de Jeremiah, especialmente
en la cara de una de las diatribas de Bronwyn, lo asombró.
Estaba muy contento de que el hombre fuera su cuñado, y a
pesar de sus quejas de que no necesitaba que se la cuidara,
pensó que Jeremiah estaba haciendo un muy buen trabajo
dejando que Bronwyn lo creyera, pero al mismo tiempo
asegurándose de que lo estuviera. No tenía la menor duda
de que si Bronwyn se hubiera casado con Anthony, uno o
ambos estarían muertos.
Le dijeron adiós a Sebastian mientras montaba su
caballo para regresar a Londres. ―Asegúrate de enviarme un
mensaje cuando llegué mi sobrino o sobrina ―dijo Sebastian,
y cuando dio un golpe con el talón, el caballo se movió.
No se detuvo, no quería escuchar a la distancia el grito
de Brownyn cuando encontrara la pequeña pila de monedas
que le había dejado junto a la chimenea, sabiendo que
probablemente se los arrojaría a la cabeza si lo atrapaba
dejándolas.
El viaje de regreso a Londres se vio afectado por la
lluvia, y una vez en la residencia, Sebastian repito las
acciones del viaje anterior. Deteniéndose sólo para una cena
rápida y cambiar los caballos, partió hacia Crofton Hall, y
con clima agradable, regresó a media tarde.

154
Los establos estaban silenciosos, llevó al caballo a un
compartimiento y sacó la silla de montar. La idea de
Bronwyn de hablar con Marie estaba presente en su mente
cuando llegó, y decidió que lo mejor era tener la
conversación de inmediato antes de que pudiera hablar con
Anthony, que sospechaba que podría tratar de persuadirlo
de la idea.
Encontró a Marie en la biblioteca, y sonrió con agrado
cuando se dio cuenta de que era él.
―¡Sebastian! No me di cuenta de que estarías de
regreso hoy. Espero que vayas a quedarte más tiempo esta
vez.
―Me temo que no, Marie. La verdad es que quería
hablar contigo antes de seguir mi camino, voy a pasar por lo
de Bronwyn pero seguiré directamente hacia Hatfield.
―¿Hablar conmigo? Espero que no sea nada serio.
Se arrodilló junto a su silla. ―Mi conciencia me lo
exigía. Tengo que decirte algo que espero que no te moleste
mucho.
―Bueno, eso es una afirmación infame. Vamos,
Sebastian, desahógate de lo que sea que te esté pesando.
―He sido injusto contigo. Te he perseguido, si bien es
cierto que de una manera menos admirable, no debería
haberlo hecho ―dijo él, tomándola de la mano, pero
evitando sus ojos.
―No entiendo.
Él levantó la vista. ―Tienes que creerme cuando te digo
que lo he intentado, pero no puedo darte mi corazón, Marie,

155
no cuando pertenece a otra, incluso si la otra persona no está
a mí alcance. Simplemente no sería justo.
―Oh ―respondió ella, y luego se mordió el labio.
―Lo siento.
―No tienes porque, Sebastian. En todo caso soy yo la
que debería disculparse contigo. Ya ves, también quiero a
otro y tu carácter amable me recuerda a él. Había pensado
que podía trasladar mi afecto por él hacia ti, pero tu
confesión me ha demostrado que la vida no es tan simple.
―Ella le apretó la mano.
―Entonces los dos somos unos tontos en el amor.
―Eso parece.
Sebastian le besó la mano y se levantó. ―Espero que
algún día, al menos, el que posee tu corazón sea capaz de
corresponder tu amor.
―Deseo lo mismo para ti.
―Lamentablemente, no creo que vaya a tener tanta
suerte. ―Sonrió con tristeza―. Debería irme si es que quiero
llegar a Hatfield antes de que caiga la noche.
Ella se puso de pie y le dio un beso en la mejilla.
―Gracias, Sebastian. Es un pequeño consuelo saber que no
soy la única que carga con un corazón infeliz.
Sebastián dejó a Marie y se dirigió a la habitación de
Bronwyn, ordenando a un sirviente que enviara a Miriam
para ocuparse de su hermana. Mientras esperaba, se despojó
de su ropa y se lavó.

156
Miriam llegó con una muda de ropa y saludó alegre.
―Lord Anthony se alegrará de tenerte de vuelta. No ha
estado con el más dulce humor durante tu ausencia.
―Para un hombre de su edad, uno podría pensar que
ya se le habría quitado el mal humor ―dijo Sebastian,
añadiendo colorete a las mejillas y los labios.
―En mi experiencia, los hombres nunca se les pasa el
mal humor ―dijo con una sonrisa.
Vestido y presentable, Sebastian dejó su habitación
para encontrarse con Anthony, para hacerle saber que había
regresado sano y salvo. Abrió la puerta de su estudio para
saludarlo y se detuvo en mitad de camino al verlo.
Anthony estaba dormido en un sillón de orejas, con la
cabeza colgando hacia delante mientras emitía ronquido
suave. Pero no fue el profundo sueño de Anthony lo que lo
sorprendió, sino a Henry tendido sobre su regazo.
―Y yo aquí pensando que ustedes dos no se llevarían
muy bien.
Anthony se despertó de golpe, perturbando a Henry,
que gruñó molesto. ―Oh, has vuelto.
―Así es, y tú pareces haber hecho amistad con mi
odiosa bestia.
Anthony rascó detrás de las orejas de Henry.
―Supongo que no es tan malo como compañero.
―¿En serio? ¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
Anthony sonrió. ―Le mordió a Nicholas.
Sebastian se agachó para acariciar al perro, y Henry
levantó la cabeza para asegurarse de que Sebastian acaricia

157
el lugar correcto. ―¿No es inteligente? Espero que hayas
tenido un trato especial.
―La mitad de un pollo ―dijo Anthony―. Se puede decir
con seguridad que ahora tengo un amigo de por vida.
―¿Se puede saber por qué le mordió a Nicholas?
―No tengo la menor idea. Supuse que fue de buen
gusto.
―Una historia probable. ―Henry le lamió―. Bueno, al
menos alguien me echo de menos.
―Oh, estaría encantado de mostrarte lo mucho que te
he extrañado. Dame un momento para tratar con el perro, y
te daré una demostración.
Sebastian rió. ―Eso no será necesario. Tomaré tu
palabra de que me has extrañado. En vez de eso, me podrías
decir si han encontrado algo sobre Joseph Priard.
―Sí, por cierto. Y creo que podrías estar en lo correcto
en tu suposición de que él sería útil.
Anthony echó a Henry al suelo y se sentó hacia delante
mientras Sebastian tomaba asiento. ―Priard se encuentra en
la Torre por haber sido oído repetidamente dando opiniones
menos que favorables sobre la Reina.
―Un poco duro, ¿no crees?
―Hombres han perdido la cabeza por menos ―dijo
Anthony ominosamente―. Pero también tiene algunos
amigos poco recomendables. Y son sus conocidos los que
han llevado a Priard a disfrutar de la hospitalidad de Su
Majestad.
―No suena como alguien que debe ser encerrado.

158
―Y dudo que lo siga estando tampoco. Se habló de que
podría estar al servicio de la Corona Inglesa si fuera a volver
a la Corte francesa.
Sebastián asimiló la información ―¿Está siendo acusado
como espía?
―Sin duda una posibilidad.
―¿Y sabes cuál es la conexión con Marie?
Anthony negó con la cabeza. ―No se discutió, y dado
que ya se había dado a conocer a la Reina, no pensé
prudente hablar de ella relacionándola con Priard.
―Muy sensato. Y tengo la sensación de que Joseph
Priard podría ser nuestro salvación para salir del lío en que
la petición de la Reina nos ha metido.
Anthony se inclinó hacia delante. ―¿Cómo?
―¿Prométeme que no te enojarás?
―¿Qué has hecho? ―preguntó Anthony.
―Antes de venir a verte, hablé con Marie como
Sebastian y le dije que no podía cortejarla porque amo a otra.
―¡Sebastian! ¿En qué estabas pensando? ―Exigió
Anthony.
―¡Escucha! Ella admitió que también amaba a otro.
Déjame hablar con ella de nuevo, pero esta vez como
Bronwyn –de una mujer a otra. ―Sebastian sonrió―.
Digamos que creo que Joseph era más que un simple amigo
de Marie Valois.

159
―Realmente eres un joven astuto. Lo cual apruebo de
todo corazón. Ahora ven aquí y déjame darte la bienvenida
a casa adecuadamente.

160
DESPUÉS DE haber hecho un desvío para volver a
maquillarse por la singular bienvenida de Anthony,
Sebastian fue a buscar a Marie para poder hablar con ella,
aunque esta vez como Bronwyn, no como Sebastian. Ella no
estaba en su habitación, o en la biblioteca, y pensó que
estaba haciendo un poco de frío para estar paseando por los
jardines. Salió de la biblioteca, sin saber por dónde buscar, y
casi chocó con Nicholas.
―Estoy feliz de ver que ha mejorado bastante bien,
Milady.
―Nicholas, no te vi. Sí, me siento mucho más como
antes. Espero que haya sido entretenido en mi ausencia.
―He aprovechado el excelente establo de Anthony para
permitirme disfrutar de un recorrido a caballo.
―Me alegra escuchar eso.
Tomó la mano de Sebastian y se la apretó. Sebastian
logró liberar su mano, pero Nicholas estaba obviamente
decepcionado de que lo hubiera hecho.
―¿Has visto a tu hermana? ―preguntó Sebastian, con
ganas de demostrar que tenía una razón para irse―. Tenía la
esperanza de hablar con ella.

161
―No la he visto desde el desayuno. Aunque creo que a
ella le gusta trabajar en su bordado en una de las pequeñas
salas de estar en donde la luz es mejor para coser.
Nicholas le tendió la mano como si fuera a abrirle
camino. Sebastian asintió con la cabeza en señal de
agradecimiento y pasó, pero sus dedos recorriendo su la
espalda como el toque ligero de una pluma y deteniéndose
con un apretón en su culo le hizo detenerse de repente. Giró
para ver a Nicholas sin lucir arrepentido.
Nicholas dio un paso más, y Sebastian dio un paso
atrás, golpeando la pared mientras lo hacía. Nicholas pasó
un dedo por la mejilla de Sebastian.
―Crofton Hall es un lugar desolado cuando no honras
sus pasillos con tu presencia.
Nicholas se inclinó, con la cara tan cerca que Sebastian
podía sentir un rastro de aliento sobre su piel. Sebastian se
estremeció involuntariamente, y no fue agradable. Puso su
mano para evitar que Nicholas se acercase más, pero eso no
lo disuadió.
―Nicholas. Estoy halagada, pero soy una mujer casada.
Una mano se posó en su cintura. ―¡De un hombre que
no te merece! Yo te trataría como a un ángel, si me lo
permitieras.
Sebastian soltó un chillido de sorpresa cuando Nicholas
chocó sus labios contra los suyos. Con un fuerte empujón
apartó a Nicholas, pero el otro se limitó a sonreír y trató de
acercase de nuevo.
―Es tu ardiente pasión lo que me atrae. No puedo
resistirme a ti.

162
―¡Quita tus manos de mi esposa o te los arrancaré de
las muñecas!
Sebastian agradeció a los cielos por la intervención
oportuna de Anthony. Nicholas tranquilamente se alejó y se
volvió hacia Anthony. Sebastian tomó la oportunidad de
poner la mayor distancia posible entre él y Nicholas,
colocándose detrás de Anthony.
―No mereces tener a una mujer tan maravillosa como
tu esposa. Eres un animal torpe que no entiende el don que
ha recibido.
Anthony fulminó con la mirada a Nicholas, con su cara
mutando de piedra a furiosa en un abrir y cerrar de ojos.
―Cuida tus palabras, Valois.
―¿Y si no lo hago? Le aseguro que no me quedan
magulladuras tan fácilmente como una mujer.
―Agredió a mi esposa y manchó mi honor. No lo dejaré
pasar.
Nicholas soltó una carcajada despectiva. ―Tiemblo de
miedo, Crofton. Es un tonto privilegiado con pocas agallas.
Sebastian vio con horror como Anthony retiró
cuidadosamente el guante derecho y lo azotó ferozmente en
el rostro de Nicholas.
―Por mi honor y mi esposa, lo reto a un duelo.
―¡No! ―gritó Sebastian
Anthony le ignoró mientras Nicholas sonreía con
superioridad. ―¿Mañana?
Anthony asintió bruscamente como única respuesta.

163
―Será un placer enseñarle una lección de cortesía,
Crofton.
―A las diez en el jardín. A la primera sangre21.
Nicholas asintió con la cabeza. ―Hasta mañana.
Nicholas se alejó, golpeando deliberadamente con el
hombro a Anthony al pasar.
Sebastian se volvió hacia Anthony con incredulidad.
―En el nombre de todas las cosas sagradas ¿Qué crees que
estás haciendo?
―No iba a dejar que se salga con la suya con este tipo
de comportamiento.
Sebastian se quejó. ―Tú mismo me dijiste que Valois es
un excelente espadachín.
―Te diré que soy bastante hábil con la espada
―respondió Anthony con un rastro de dolor―. Y espero que
mi esposa sea más comprensiva.
―¿Comprensiva? ―dijo Sebastian aterrado―. ¿Quieres
que sea comprensivo mientras curo tus heridas? ¿Quieres
que te susurre palabras dulces cuando limpio tu sangre?
―Te preocupas demasiado. ―Anthony sonrió y saltó
sobre las puntas de sus pies―. No he tenido un buen duelo
por años. De hecho estoy deseando que llegue. Después de
eso, mientras estoy disfrutando de mi victoria, podemos
posar para el pintor.

21
To first blood. A elección de la parte ofendida, el duelo podía ser bajo las siguientes
condiciones: «A la primera sangre», en cuyo caso finalizaba tan pronto como uno de los
duelistas resultaba herido, incluso si la herida fuera leve. «Severamente herido» o «A muerte».

164
Sebastian sacudió la cabeza y levantó las manos en el
aire. ―¡Eres imposible!
Cuando Sebastian se alejó, oyó la risa de Anthony. En
realidad, el hombre era ingobernable.
Tenía que haber algo que pudiera hacer para evitar el
duelo. No había manera de que pudiera hablar con Nicholas
sin darle una idea equivocada, y el hombre era tan orgulloso
como Anthony y era muy probable que se negara a dar
marcha atrás. Quizás Marie podría ayudarlo.
La encontró, como Nicholas había sugerido, en uno de
los salones pequeños. Estaba sentada en la ventana, absorta
en su costura, y Sebastián tuvo que aclararse la garganta
para llamar su atención. Cuando finalmente lo vio, se puso
de pie.
―Por favor, no te levantes por mí ―dijo Sebastian,
caminando y tomando asiento frente a ella.
―Espero no estar interrumpiendo, pero hay algo que
tengo que hablar contigo.
Marie puso la costura con cuidado sobre su regazo. ―Es
probable que hayas evitado que mis ojos se cansen con tu
llegada. Por favor, dime lo que te preocupa.
―Anthony ha desafiado a Nicholas a un duelo.
Marie suspiró. ―¿Qué a ha hecho el idiota de mi
hermano ahora?
―Hizo algo por lo cual ofendió a Anthony, y luego
despreció su honor. Antes de que me diera cuenta, Anthony
se quitó su guante y golpeó a Nicholas en la cara.
Los ojos de Marie se estrecharon. ―¿Qué hizo?

165
―Me besó.
―Oh, Lady Bronwyn, sólo puedo disculparme por el
comportamiento poco caballeroso de mi hermano.
Sebastian se inclinó hacia delante en su silla. ―Más bien
esperaba que pudieras hablar con Nicholas, tratar de
conseguir que desista del duelo.
Marie se mordió el interior de su mejilla y Sebastian
pensó que no era un buen presagio. ―Sería inútil. Nicholas
nunca daría marcha atrás en un duelo. Le encanta batirse a
duelo, es una emoción que le entusiasma más que cualquier
otra cosa.
―¿Seguramente debe haber algo? ―Rogó Sebastian.
―No creo que lo haya. Nicholas es terco y le gusta
molestar a la gente ―dijo Marie, y su voz sonaba
arrepentida―. ¿No puedes hablar con Anthony? Es un
hombre mucho más razonable que Nicholas.
―Mi insensato esposo parece estar entusiasmado. Está
reviviendo sus días de juventud y no me estaba escuchando
cuando le pedí que lo reconsiderara.
―Siento tener que decir esto, pero puede que ni
siquiera importe que Anthony retire su desafío. Cuando
Nicholas se entusiasma por la pelea; no hay nada, salvo una
intervención del Señor Todopoderoso, que pueda impedirle
levantar la espada.
Sebastian gimió y dejó caer su cabeza entre las manos.
―Entonces no hay nada que pueda hacer. Al menos puedo
encontrar consuelo que el duelo no es a muerte.
―¿Anthony no es un buen espadachín? ―preguntó
Marie.

166
―No tengo ni idea, pero no tengo ganas de averiguarlo.
Dejó a Marie para que continuara con su labor de
costura, y fue sólo cuando empezó a subir las escaleras que
se dio cuenta de que no le había preguntado por Joseph
Priard. Pensó por un momento en volver, pero el duelo de
Anthony tan próximo era un asunto mucho más apremiante.
Podía tratar con el otro problema de los Valois una vez que
saliera de esta.
Anthony estaba sentado en la cama de su habitación
cuando llegó Sebastian.
―¿Qué estás haciendo aquí?
―Estabas enojado.
―Estoy enojado con tu aparente falta de
autopreservación. Nicholas es conocido por su habilidad con
la espada y su terrible genio.
―Estás siendo demasiado dramático, un duelo no es
más que dar rienda suelta a un poco de exuberancia juvenil
―dijo con una sonrisa.
―Debes recordar que estás demasiado viejo para
expresar nada juvenil.
―Estoy seguro de que podría dar rienda suelta a algo,
si lo pido amablemente.
Sebastian frunció el ceño. ―Eres un hombre superficial.
―Pero Sebastian ―dijo Anthony parándose―, esta
podría ser mi última noche en la tierra. Y quiero asegurarme
de dejarte algunos recuerdos especiales extras.
Sebastian empujó a Anthony sobre la cama. ―No vas a
burlarte de mis preocupaciones, ¡bastardo insensible!

167
La expresión de sorpresa en el rostro de Anthony era
cómica, pero eso no lo detuvo para marcharse de la
habitación, cerrando la puerta de un portazo.

ANTHONY y Nicholas estaban cara a cara en el jardín. Para


Sebastián, la cálida luz del sol y el suave canto de los pájaros
no le impresionaron tanto como un telón de fondo adecuado
para la escena tensa frente a él. Wallace estaba entre los dos
hombres sostenido un almohadón con dos floretes22
colocados cruzados, ofreciéndole primero a Nicholas para
que hiciera su elección de armas. Nicholas cogió una espada,
pesándola cuidadosamente en su mano. Feliz con su
selección, asintió a Wallace, quien se volvió hacia Anthony.
Anthony tomó la espada restante y Wallace retrocedió.
El primer instinto de Sebastian había sido esconderse
en su habitación, pero unas palabras de Miriam sobre lo que
dirían los demás si la razón del duelo no estuviera allí para
apoyar a su esposo, le desistieron de salir huyendo. Y estaba
muy agradecido de que Miriam permaneciera a su lado,
mientras su estómago se revolvía con ansiedad, luchando
para mantener las ganas de vomitar que amenazaban con
salir de su garganta.
Marie también estaba presente, al igual que su
doncella, pero ninguna de ellas parecían ni la mitad de
preocupadas como lo estaba Sebastian. No ayudó tampoco
el apenas haber dormido la noche anterior, y el enojo que le

22Elflorete es una de las tres armas de la esgrima. Es una espada larga, flexible, de acero
inoxidable, de 0.500 kg (1 Ib) de peso y 1,10 m (3 pies 7 pulg) de longitud, con una hoja
de sección rectangular.

168
produjo la falta de preocupación de Anthony y su propia
preocupación hizo que no quisiera compartir su lecho. Y
meterse a la cama con Henry no era un sustituto para
acurrucarse como con Anthony, a pesar de que el perro no le
quitó las mantas como suele hacer Anthony.
En medio del jardín, Nicholas y Anthony se saludaron
entre sí, con sus espadas apuntando al cielo, y luego cada
uno dio dos pasos hacia atrás. Sebastian no se sorprendió de
ver a Nicholas hacer el primer movimiento, lanzándose
hacia adelante con su espada directamente en frente de él.
Anthony lo bloqueó fácilmente y contraatacó. Sin embargo,
Nicholas era rápido, y después de que falló en la primera
oportunidad, ambos se rodearon cautelosamente como si
esperaran que el otro arremetiera. Blandiendo dignamente
con la espada, Anthony rompió el empate y avanzó con un
golpe que fue bloqueado fácilmente, seguido de otro golpe
que otra vez Nicholas esquivó, su respuesta hizo que
Anthony saliera con gracia fuera del camino.
El estómago de Sebastian se retorció de náuseas.
Anthony se defendió de una avalancha de ataques rápidos
que hicieron que el corazón de Sebastian se acelerara y se
quedara sin aliento. Miriam, al ver su angustia, le tomó del
brazo en forma de apoyo y Sebastian le apretó la mano en
señal de agradecimiento, sin atreverse a apartar los ojos del
duelo.
Anthony estaba atacando ahora, pero Nicholas no tuvo
problemas para defenderse, dando vuelta la jugada con
habilidad, el cual tenía a Anthony arrastrando los pies hacia
atrás antes de que fuera capaz de cambiar la posición y
cargar de nuevo hacia delante. La punta de la espada de
Anthony tocó el jubón de Nicholas pero no rasgó la tela,
fallando en sacar sangre, en respuesta, Nicholas lo eludió,

169
causado que Anthony se desviara rápidamente hacia un
lado. Reaccionando, tomó el brazo de Nicholas con la mano
izquierda y le encesto un golpe feroz a la mandíbula de su
oponente.
Nicholas cayó hacia atrás, perdiendo el equilibrio y
cayó pesadamente sobre su espalda. Anthony se puso sobre
él, la punta de su espada en el cuello de Nicholas. Con un
giro de su muñeca, cortó la piel de Nicholas a un costado de
su cuello, causando que un pequeño hilo de sangre fluyera a
través de su piel.
―Levántate, Valois. El asunto está resuelto. Te quiero
fuera de mi casa antes del mediodía.
Anthony le dio la espalda a su oponente y le sonrió a
Sebastian, con un brillo satisfecho en la mirada.
Detrás de él, Sebastian vio a Nicholas ponerse de pie, la
ira y la vergüenza de haber perdido estaban escritas en su
rostro con un profundo ceño fruncido, y con su espada en
alto.
―¡Anthony! ―gritó Sebastian, tratando de advertirle.
Anthony se volvió y el florete de Nicholas atravesó su
costado. Anthony cayó de rodillas acompañado de un
gruñido sordo, Sebastián corrió y estuvo a su lado en un
abrir y cerrar de ojos. Anthony gimió y Sebastian se inclinó
sobre él, colocando su mano sobre el área donde una
mancha oscura de sangre se había filtrado en la ropa.
Sebastian se volvió hacia Wallace, que parecía que
estaba a punto de perseguir a Nicholas, quien ya había
salido corriendo.

170
―No te preocupes por él, por ahora ―ordenó
Sebastian―. Tenemos que llevar adentro a Su Excelencia. ¡Y
llamar a un médico!
Wallace ayudó a Sebastian a levantar a Anthony. ―No
hay necesidad de preocuparse, mi amor. No es más que un
rasguño ―dijo Anthony, pero su voz era débil.
―Estoy segura de que tienes razón, Anthony. Pero no
hará daño asegurarse. ―Sebastian contuvo las lágrimas que
amenazaron con salir de sus ojos.
Con Wallace y Sebastian sosteniendo un brazo a cada
lado, se las arreglaron para llevar a Anthony de vuelta a la
residencia. Cada paso fue difícil, y Anthony fue medio
llevado a rastra por los últimos escalones de la entrada. Otro
sirviente llegó y Sebastian a regañadientes dejó ir a
Anthony, dejando que el sirviente se hiciera cargo. Los
siguió de cerca mientras llevaban a Anthony a su habitación
y lo pusieron sobre la cama.
Miriam apresuradamente llevó un recipiente con agua
y paños limpios. Otra sirvienta la seguía llevando una jarra
de vinagre, a juzgar por el olor. ―Apartaos ―exigió Miriam,
empujando a Wallace. El otro sirviente lo tomó como una
orden para marcharse.
―Usted también, Milady. No puedo ayudar a su
Excelencia si no puedo llegar a él ―dijo Miriam
amablemente y Sebastian se hizo a un lado para dar paso a
Miriam―. Haré lo que pueda para hacer que se sienta
cómodo mientras esperamos al médico.
―Yo confío en ti más que en cualquier médico loco
―respondió Sebastián.

171
Anthony hizo una mueca cuando Miriam arrancó su
jubón. Del montón de ropa limpia que había traído, Miriam
sacó un par de tijeras y cortó la camisa. Sebastian miró
detenidamente sobre su hombro mientras limpiaba la
sangre. La herida en el costado de Anthony no era un
rasguño. Sebastian no podía decir cuan profunda era, pero le
causó a Anthony un considerable malestar cuando Miriam
bañó la herida con agua.
―Voy a derramar un poco de vinagre sobre la herida
―dijo Miriam―. No le voy a mentir, Milord, pero
probablemente va a doler como el demonio.
―Hazlo ―dijo Anthony, tomando una respiración
profunda y apretando la mandíbula.
Anthony siseó cuando el vinagre golpeó su piel.
Miriam susurró suavemente y le cubrió rápidamente la
herida con paños limpios y los ató en su lugar con dos largas
tiras de tela que se las arregló para deslizarlas por debajo de
la espalda de Anthony y en el medio.
―No parece estar sangrando gravemente, pero debe
estar lo más quieto posible hasta que llegue el médico. No
quiero que lo empeore moviéndose.
Debe haber sido una prueba del dolor que Anthony
sentía porque no discutió. Miriam retiró los paños
ensangrentados y le dio a la sirvienta el cuenco de agua para
ser llevado de vuelta a la cocina. Sebastian se acercó más y
acarició el pelo de Anthony.
―Me sentaré con él hasta que llegue el doctor Langton.
―Muy bien, Milady ―dijo Miriam con una reverencia―.
Me aseguraré de que haya alguien fuera de la habitación por
si necesita algo.

172
―Gracias, Miriam. Y una cosa más.
―¿Milady?
―Por favor, déjele saber al Señor Moulton que no
podremos posar hoy, y quizás no por algún tiempo
venidero.
―Por supuesto.
A solas con Anthony, Sebastian movió una silla para
poder sentarse a su lado. ―Míralo por el lado bueno, al
menos no es necesario posar para el pintor hoy ―dijo
Anthony con una sonrisa irónica.
―Prefiero posar durante diez días seguidos que verte
tendido así.
Anthony dio unas palmaditas en el espacio de la cama
a su izquierda. ―Sería mucho más reconfortante tenerte
cerca.
―Yo no quiero lastimarte.
―Por favor.
Sebastian rodó los ojos pero no discutió, se deslizo
sobre la cama con tanto cuidado como pudo.
―¿Así que tu honor valió la pena mi preocupación y tu
dolor?
―Definitivamente. Especialmente porque he ganado.
―Anthony se rió entre dientes, pero siseó con dolor.
―Sin embargo, estás aquí yaciendo herido. No me
parece como una gran victoria para mí.
Anthony hizo un ademán desdeñoso. ―La cobarde
acción de Nicholas hizo más para demostrar que estoy en lo

173
cierto que el propio duelo. Cuando le agarre, le sacaré las
entrañas con mis propias manos.
―Debes preocuparte de mantener tus propias entrañas
dentro de ti.
―¡Bah! Nada que unos días de descanso no puedan
hacerme mejorar. Ya verás, estaré arriba antes de que te des
cuenta. ―Las palabras sonaron llenas de valentía, pero
Sebastian vio el dolor en el rostro de Anthony, y el hecho de
que estaba tratando de mantenerse lo más quieto posible.
―Eso tendrá que decidirlo el medico una vez que te
revise.
―Personalmente creo que el mejer remedio sería uno de
tus besos. Por experiencia, los he encontrado muy
reparadores.
Sebastian pasó una mano por el pelo de Anthony.
―Apenas soy un elixir mágico. De hecho, se podría decir que
soy la razón por la que estás yaciendo aquí de esta manera.
―Tonterías. No hiciste nada malo. La posición en la que
nos han puesto es difícil, y no había manera de haber
predicho que Nicholas hubiera actuado de un modo tan
poco caballeroso. A pesar de los rumores de su
temperamento, nunca hubo ningún indicio de que
apuñalaría a un hombre por la espalda
Sebastian se acercó y apoyó la cabeza sobre el pecho de
Anthony, con cuidado de no colocar la mano en cualquier
lugar cerca de su herida. ―Nunca te he visto herido antes.
Prefiero no verlo de nuevo.
―Ten la seguridad de que no tengo ninguna intención
de repetirlo tampoco.

174
Alguien llamó a la puerta y Sebastian se apartó, se
deslizó fuera de la cama y abrió la puerta. Esperando afuera
estaba el médico del pueblo, un hombre bajito con un rostro
entrado en años y de entradas muy pronunciadas. Sebastian
abrió la puerta para dejarlo entrar, y detrás del médico, vio a
Marie esperando en el pasillo, retorciéndose las manos
mientras lo hacía.
―Su Excelencia está en la cama ―dijo Sebastian al Dr.
Langton―. Me reuniré con usted en un momento.
Langton asintió y se apresuró a entrar, y Sebastian salió
al pasillo, cerrando la puerta detrás de él.
―Marie.
―No quiero entrometerme, pero quería saber cómo está
Lord Anthony. ―Ella retorcía sus manos con nerviosismo,
con temblor en su voz.
―La herida no parece demasiado grave. Eso, según dice
Anthony. Estoy esperando que el médico lo confirme.
―Sólo puedo pedir disculpas por el comportamiento de
mi hermano. Tiene un temperamento volátil, pero nunca lo
he visto actuar de una manera tan terrible.
―No hay razón para pedir disculpas.
―¿Quiere que me vaya? ―Soltó ella, con los ojos llenos
de lágrimas a punto de caer.
Ahora que Nicholas había partido, no podía darse el
lujo también de que Marie se fuera, no si iban a tener alguna
posibilidad de cumplir con la petición de la reina. Sebastian
le tomó la mano y la sostuvo entre las suyas.

175
―No hay ninguna razón para que te marches de
Crofton Hall, Marie. No tiene la culpa de las acciones de su
hermano.
―La idea de perderlo debe ser insoportable ―susurró,
apretando las manos de Sebastian, y pensó que las palabras
nacieron de una experiencia desagradable.
―Rezo para que no llegue a eso.
―Voy a tener a Lord Anthony en mis oraciones.
―Gracias, Marie. Hablas como si supieras lo que es
perder a alguien que amas.
―Él no está muerto, pero se ha alejado de mí. ―Su voz
temblaba mientras hablaba―. No sé si alguna vez lo veré de
nuevo.
―Oh, Marie, eso es terrible. ¿Quién es el hombre que te
ha dejado con el corazón roto?
Marie dejó escapar un sollozo ahogado. ―Su nombre es
Joseph. Íbamos a casarnos, pero mi padre lo desaprobó.
Joseph vino a Inglaterra, y debo admitir que porque él
estaba en Inglaterra, no me opuse a abandonar París cuando
mi padre insistió en que lo hiciéramos. Pero me he enterado
que él está en la Torre de Londres.
―¿Qué ha hecho para terminar allí? ―preguntó
Sebastian, actuando sorprendido, como si no fuera algo que
ya sabía.
Marie negó con la cabeza. ―Se dijo que habló mal de tu
Reina, pero no sé nada más que eso. Y Nicholas se negó a
ayudarme a averiguarlo.

176
Ella comenzó a llorar y Sebastian la hizo callar. ―Creo
que puedo ayudar.
―¿En serio?
―Sí. Como debes saber, Anthony es muy popular en la
Corte. Tiene el oído de la misma Reina. Una vez que se haya
recuperado, le pediré que averigüe lo que pueda, y tal vez
haya una manera de liberar a Joseph.
Marie se arrojó a los brazos de Sebastian y lo abrazó.
―Oh, Lady Bronwyn, ¡eres maravilla! Haré cualquier cosa si
eso significa que puedo ver a Joseph otra vez.
―No puedo prometer nada, pero vamos a hacer todo lo
posible para ayudar ―Sebastian se apartó―. Ahora, debo
volver con mi marido.
Sebastian volvió a entrar en la habitación de Anthony.
El Dr. Langton había ayudado a Anthony a sacarse el resto
de la ropa y ahora estaba apoyado en posición vertical en la
cama. El médico, con su larga túnica oscura, se inclinó sobre
las puntadas cerradas de la herida. Anthony se sentó con la
cabeza echada hacia atrás, apretujando sus ojos cerrados y
mordiendo un pedazo de cuero mientras el doctor trabajaba
en él.
La herida fue limpiada de nuevo y cambiados los paños
por otros limpios. El Dr. Langton le quitó el pedazo de cuero
de la boca a Anthony y pasó por su rostro otro paño
humedecido para limpiar la transpiración. ―Ya está, Milord.
Necesita descansar ahora y moverse lo menos posible para
que las puntadas no se abran.
―Me aseguraré de que lo haga ―dijo Sebastian.

177
El Dr. Langton se volvió hacia él y se inclinó. ―Lady
Bronwyn.
―¿Su Excelencia va a estar bien?
―Mientras descanse y mantenga la herida cubierta,
entonces debería recuperarse por completo. Entiendo que
fue su doncella quién aplicó los primeros vendajes.
―Sí, Miriam.
―Hizo un excelente trabajo, para ser mujer. Pero
debería ser más que capaz de cambiar el vendaje cuando sea
necesario. También le he pedido al boticario que prepare un
brebaje para calmar el dolor y otros para tranquilizar los
humores.
―No puedo agradecerle lo suficiente por haber venido
tan rápido, Dr. Langton. ―Sebastian se deslizó hacia la
mesita de noche, al otro lado de la cama donde estaba el
médico de pie, y sacó una moneda de oro del monedero de
Anthony. Lo presionó en la palma de Langton―. Esto
debería recompensarlo por sus servicios.
Él asintió con la cabeza mientras aceptaba la moneda.
―Gracias, Milady. Usted tendrá que pagar al boticario
directamente para la poción. Me aseguraré de que estén en
su poder al finalizar el día.
―Wallace, el mayordomo, se encargará de eso.
El médico se fue, dejando solos a Sebastian y Anthony.
―Eso fue desagradable ―dijo Sebastian.
Anthony hizo una mueca. ―Fue una de las experiencias
más desagradables de mi vida, no quiero volver a tener
puntadas de nuevo. Ahora ven y acuéstate en la cama.
Puedes limpiar mi frente y consentir todas mis necesidades.

178
―Tus únicas necesidades son reposar en la cama y
descansar ―respondió Sebastian, tomando el lugar de la
cama donde había estado antes que el Dr. Langton llegara.
―No estoy de acuerdo, tengo muchas necesidades.
―Puede que así sea, pero primero tienes que descansar.
Y eso quiere decir, cada parte de tu cuerpo.
―¡Ahora tengo una razón aún más convincente para
odiar a ese maldito perro de Valois!

179
SEBASTIAN despertó con un calambre en el cuello por
haber dormido en el hombro de Anthony y sintiendo dolor
en el costado a causa de su corsé. La habitación estaba en
penumbra, los primeros rayos del amanecer se filtraban por
la ventana, deslizándose sobre la cama, ya que las cortinas
no fueron descorridas la noche anterior. Anthony gimió
suavemente en su sueño. Sebastian puso la mano en la frente
de Anthony y su piel se sintió fría y húmeda al tacto.
En la mesilla de noche había una serie de botellas que
estaba seguro que no estaban allí antes. Sebastian se sentó,
quitándose la peluca y saliendo de la cama con el mayor
cuidado posible para no despertar a Anthony.
Apoyado sobre la botella había un pedazo de papel
doblado. Sebastian lo recogió. Reconoció la letra de Miriam,
las pocas líneas detallan que las botellas eran del boticario y
que Anthony tenía que beber de la botella marrón si
necesitaba aliviar el dolor y de las otras dos botellas, beber
tres veces al día, para ayudar a su recuperación.
―¿Por qué estás despierto? ―murmuró Anthony.
Sebastian se volvió y vio a Anthony mirándolo con los
ojos entrecerrados.
―En serio, eso debería preguntarte yo.

180
―Me duele ―se quejó Anthony. Parecía tan desolado
que Sebastian no pudo evitar sentir lástima por él.
Sebastian eligió la botella marrón. ―Del Dr. Langton,
para el dolor.
Anthony sacó el corcho de la botella y bebió un trago.
Dado que Anthony no discutió ni siquiera hizo una mueca
por el sabor, Sebastián pensó que el dolor era peor que el
―simple‖ dolor que él describió como tal.
Sebastian aflojó los lazos de su vestido y se lo quitó por
la cabeza, seguido de su blusa, corsé y miriñaque.
―Realmente no recomiendo dormir en estos instrumentos de
tortura ―dijo con sinceridad, estirando los músculos de la
espalda.
―Lo tendré en cuenta ―Anthony se movió en el
montón de almohadas.
―¿Necesitas algo? ―preguntó Sebastian.
―Sólo que vuelvas a la cama.
―¿Alguna vez piensas en otra cosa?
―Nunca te has quejado antes ―dijo Anthony, y
Sebastian se dio cuenta que arrastró un poco las palabras,
sin duda debido al dolor.
Sebastian se metió en la cama, deslizándose bajo las
sábanas. ―Hablé con Marie antes sobre el misterioso Joseph.
―¿Y?
―Creo que él es una manera de obtener la información
de Marie que necesitamos para la Reina.
―Pareces muy seguro de eso.

181
―No sólo es el amor de su vida, sino que su padre lo
desaprueba.
Anthony vaciló. ―¿Pero renunciaría a su padre por él?
―Yo creo que sí.
―Es bueno escuchar eso. Cuando mi mente esté menos
confusa, voy a escribirle a la Reina. Creo que va a estar feliz
con este giro de los acontecimientos.
Sebastian apoyó la cabeza sobre el muslo de Anthony.
―Trata de dormir, mi amor. Me puedes dictar el
mensaje en la mañana. Pero por ahora, tienes que descansar.
Anthony no respondió, su respiración era normal. Se
había quedado dormido, el brebaje del médico había hecho
efecto.
Sebastian cerró los ojos y dejó que los sonidos rítmicos
de la constante respiración de Anthony lo mecieran.

UN SUAVE golpe en el hombro lo despertó. Sebastian miró


al agresor y se dio cuenta de que era Miriam.
―¿Qué hora es? ―preguntó, sentándose con cuidado
para no molestar a Anthony, quien todavía dormía.
―Hora de la cena. Pensé que te gustaría que tarjera una
bandeja ya que Su Excelencia también necesitará tomar su
medicamento. Por lo que dijo el doctor, no creo que no haga
daño al estómago, así que pensé que podría querer comer
algo primero.
―Buena idea. Lo voy a despertar y trataré que coma.

182
Miriam sonrió con cariño. ―Vuelvo en un minuto. Y no
te preocupes por convertirte en Bronwyn. He advertido a los
demás sirvientes que como siempre sólo pueden entrar con
permiso expreso de Su Excelencia o el tuyo.
Sebastian se sentó en el borde de la cama mientras
Miriam se marchaba. Acarició el cuello de Anthony,
queriendo despertarlo de la manera más suave posible.
―Anthony, vamos. Despierta.
Anthony se quejó y sus ojos se abrieron. Bostezó
ruidosamente y luego hizo una mueca, y Sebastián pensó
que debía haber jalado los puntos de sutura. Miriam regresó
con una bandeja, la colocó en un arcón23 en la pared del
fondo, y salió con una leve reverencia.
―Necesitas tomar tu medicamento y comer algo ―dijo
Sebastian mientas Anthony se frotaba los ojos.
―No tengo hambre. Sólo quiero dormir.
―Y puedes, tan pronto como hayas comido y tomado
tu medicamento ―Sebastian se levantó y fue a buscar un
tazón de caldo de la bandeja que Miriam les había dejado―.
Bebe esto.
Anthony aceptó la taza y bebió el caldo, de alguna
manera se las arregló para no derramar nada sobre el pecho.
Sebastian tomó una de las botellas, la sacudió, y vertió el
líquido oscuro de olor dulce en una cuchara.

23
El arcón (o arca en sus dimensiones menores) es un mueble en forma de caja cerrada, que se
destina a guardar objetos varios como ropa de cama, enseres, etc. El arcón y otros muebles
similares cuyo destino es el estar en las habitaciones se apoyan sobre pies más o menos
elevados o sobre un banquillo salvo las arquetas y cofrecillos debido a sus pequeñas
dimensiones.

183
―Abre la boca ―le ordenó, y Anthony obedecido sin
discutir, tomando su medicamento con una ligera mueca―.
Una más y puedes volver a dormir.
Sebastian repitió la acción, vertiendo un líquido que
olía densamente a miel y lavanda de una segunda botella, y
una vez más, Anthony tomó el medicamento sin quejarse.
―¿Necesitas algo para el dolor? ―preguntó.
Anthony negó con la cabeza, sus ojos ya a la deriva
cerrándose. Sebastian tomó el tazón vacío y se sirvió una
rebanada grande de game pie24.

ANTHONY durmió continuamente durante cinco días, y


Sebastian se quedó con él para administrarle los brebajes y
ayudarle a cambiarse la camisa cuando se empapaba de
sudor. Aunque Anthony dormía mucho, no había ningún
signo de fiebre, y Miriam le aseguró que era una buena
señal. Ella había comprobado que los vendajes se cambiaran
a diario, feliz de que no había habido nuevos sangrados, la
herida parecía estar limpia, sin ninguna evidencia de
supuración, y mal olor.
La sexta mañana, Sebastian se despertó con una mano
cálida acariciando su vientre y su cuello. Se dio la vuelta.

24
Game pie es uno de los platos favoritos de los Británicos, se prepara con una mezcla de
carnes (de venado, conejo, faisán y paloma) cucharadas de aceite de oliva, cebollas rojas, diente
de ajo, tocino ahumado, setas de campo (hongos), harina, hojas de laurel, la cáscara y el jugo
de una naranja, jalea de grosella, caldo de pollo, vino de Oporto, Sal y pimienta y masa de
hojaldre. Es una especie de pastel de carne que con el tiempo se ha ido haciendo más
elaborado.

184
―No creo que estés listo para las actividades carnales
todavía ―dijo, dándole un beso rápido en los labios.
―Sólo yo puedo juzgar eso.
―Creo que estás escuchando a la parte equivocada de
tu anatomía.
Sebastian se levantó de la cama e insistió que Anthony
tomara su medicamento. ―Dado que ya te sientes mejor, me
puedes ayudar a escribir a la Reina.
―Después del desayuno. De hecho, estoy hambriento
por primera vez en varios días.
―Miriam pronto estará aquí con una bandeja. ―Y por
supuesto no tardó ni diez minutos en llegar con el desayuno.
Anthony devoró el pan, el queso y el jamón con
entusiasmo, y Sebastián agarró un panecillo y una manzana
antes de que Anthony lo devorara todo.
―¡Dios mío, no estabas bromeando cuando dijiste que
tenías hambre! ―dijo Sebastian con asombro cuando el
último trozo de carne fría desapareció, arrasado con un gran
vaso de cerveza.
―Siento que no he comido en un mes ―respondió
Anthony con la boca llena de pan―. ¿Quién diría que estar
convaleciente despertaría tanto apetito?
―¿Quieres que pregunte en la cocina para que envíen
un poco más de comida?
Anthony sacudió la cabeza y eructó ruidosamente.
―No, debería estar saciado hasta que llegue la cena.

185
Sebastian se rió y recogió una hoja de papel de la
bandeja en la mesita de noche, junto con un frasco de tinta y
una pluma, agitándolo hacia Anthony.
―Por lo tanto, a la carta.
―Muy bien. Pero soy perfectamente capaz de escribir la
maldita carta por mí mismo.
―Vamos, compláceme. Escribiré un borrador y luego
haré una copia para que la firmes. Será más rápido de esta
manera, ¡y cuanto antes acabemos con este absurdo pedido
real, mejor!
―Está bien. Comienza con Por la gracia de Su Majestad, le
gusta esas banalidades. Aunque eso no es novedad para
nadie.
Sebastian garabateo el encabezamiento y miró a
Anthony para ver que seguía después.
Anthony se frotó la barbilla. ―Me dirijo a usted con la
noticia de un posible avance sobre el paradero de Philippe
Valois, pero también, lamentablemente, debo informar que
el plan original no ha dado el resultado esperado que tan
desesperadamente había deseado. Sin embargo, creo que la
información que Lady Bronwyn ha descubierto de Marie
Valois enmendará adecuadamente la situación.
Sebastian mordisqueaba la pluma mientras esperaba a
Anthony para continuar.
―Por lo que sé, hay un prisionero en la Torre de
Londres que se lo conoce con el nombre de Joseph Priard, y
hemos descubierto que está vinculado sentimentalmente con
Marie Valois. Creo que Lady Valois estaría dispuesta, si se le
ofrece, proporcionar el paradero de su padre a cambio de la

186
liberación de Priard. Dado que Priard está encarcelado, le
pido a su Majestad si una oferta de este tipo se podría hacer.
Bien, léelo.
Sebastián volvió a leer las palabras y Anthony asintió
con la cabeza mientras lo hacía.
―¿Hay algo más que deberíamos agregar? ―preguntó
Sebastian.
―Adorna un poco las palabras y añade al comentario
final De su siervo más fiel, Anthony, con eso debería bastar.
―Haré una copia con mi mejor letra.
Sebastian se puso de pie pero Anthony le agarró la
mano. ―Eso puede esperar un poco más.
El brillo en sus ojos le indicó a Sebastian que no había
sido persuadido anteriormente de que no estaba en buenas
condiciones para disfrutar del placer físico. ―Anthony
―advirtió Sebastian mientras era arrastrado a la cama.
―Ah, Sebastian, no me hagas rogar por favor.
―Creo que no estás lo suficientemente bien. ¿Qué
pasaría si se rasgan las suturas?
―¿Qué pasa si me recuesto aquí y tú haces todo el
trabajo? Ábrete y móntame. Te prometo permanecer lo más
quieto posible.
Sebastian se rió entre dientes. ―¡Eres incorregible!
―Eso no fue un no ―dijo Anthony esperanzado.
―¡No fue un sí, tampoco!
Cautelosamente, Sebastian subió sobre Anthony, con
las rodillas a cada lado. Deslizó la mano hacia arriba y

187
debajo de la camiseta de Anthony. Inclinándose hacia
adelante, reclamó un beso, caliente, profundo y alborotado,
y juró que podía sentir el deseo de Anthony. Sebastian no
sintió ninguna molestia del otro hombre, aparte de la
insistente presión de la erección de Anthony.
―Me tienes que decir inmediatamente si el dolor se
hace demasiado. ¿Lo prometes?
Anthony murmuró y estiró el cuello para otro beso.
―Prométeme, Anthony, o pararé esto ahora mismo.
―Lo prometo ―jadeó Anthony, pasando los dedos
sobre la polla cubierta de Sebastian.
Sebastian prescindió de su atuendo, lanzándolo a
través del cuarto, y se movió para recoger el aceite.
Anthony se movió de manera que quedó en el centro
de la cama y se subió la camisa para que no se interponga en
el camino.
Destapando el frasco de aceite, Sebastian vertió un
poco en sus dedos y en la palma que le tendía Anthony.
Sebastian usó sus dedos para abrirse mientras Anthony lo
miraba con los ojos entornados, perezosamente
masturbándose con la mano aceitada. La sensación de sus
propios dedos dentro de él era buena y el estirarse para estar
listo era maravilloso, pero aun así prefería cuando Anthony
lo preparaba. La mirada de puro deseo en el rostro de
Anthony mientras miraba todo era más excitante que sus
dedos abriéndolo.
―¿Listo? ―preguntó Sebastian.
―Más de lo que puedes imaginar.

188
Anthony sujeto la base de su pene y Sebastián, con
cierta dificultad debido a la incómoda posición, se dejó caer
en ella. Se tomó su tiempo, tanto por su propio bien y el de
Anthony. Atento en donde colocaba sus rodillas, Sebastian
se alejó lo más que pudo, mientras que al mismo tiempo
trataba de conseguir el ángulo correcto, de manera que fuera
placentero para los dos. Totalmente llenado, se estremeció
de placer al tener a Anthony dentro de él otra vez.
Lentamente, Sebastian se movió arriba y abajo,
concentrándose en mantenerse erguido, pero al mismo
tiempo resuelto para hacer que cada movimiento lleve a
Anthony al borde. Por la manera en que Anthony gemía de
satisfacción, estaba disfrutándolo mucho.
―Tócame ―suplicó Sebastian.
Anthony obedeciendo, curvo los dedos alrededor de su
erección. Sebastian gruñó alegremente mientras Anthony le
exprimía para alcanzar su liberación y con placer saboreó los
gruñidos entrecortados que señalaban el propio clímax de
Anthony.
Se aflojó sobre Anthony, deslizándose hacia atrás una
vez que se calmó para no caer sobre la lesión de Anthony.
―¿Estás bien? ―preguntó, aún sin aliento.
―Dulce Señor, sí. ¡He dicho todo este tiempo que eres
mejor remedio que cualquier poción!
Sebastian se acurrucó contra el costado de Anthony y lo
abrazó. ―¿No se desgarraron los puntos de sutura?
―No, todo está bien.
―¿Y estás seguro de que no te duele?

189
―Nada más que un dolor leve que ya estaba allí antes,
lo prometo. Ahora cállate. Creo que nos hemos ganado un
par de horas extras de sueño.

190
MIRIAM regresó unas horas más tarde, y Sebastián le pidió
que prepara su ropa para que pudiera salir de la habitación.
Una vez vestido como Bronwyn, encontró el boceto de la
carta de la Reina arrugado debajo de la almohada, donde
había sido empujado accidentalmente antes, y se marchó,
dejando a Anthony recostado leyendo un libro de poesía
italiana subidas de tono.
Recorrió los pasillos hacia el estudio de Anthony,
disfrutando de la oportunidad de estirar las piernas por
primera vez en días. Ya libre de preocupación, había una
cierta energía en su caminar porque Anthony parecía estar
en camino a una completa recuperación. Una vez en el
estudio, se sentó en el escritorio y vio una pila de
correspondencia esperando para que Anthony se encargase.
Los hizo a un lado y eligió un pedazo de pergamino y una
pluma y reescribió la carta, teniendo especial cuidado de no
correr la tinta mientras se secaba.
Hubo un golpe tímido en la puerta y le dio permiso al
que estaba del otro lado para que entrase. Se sorprendió al
ver a la niñera de William mirando tímidamente alrededor
de la puerta.
―¿Hay algún problema? ―preguntó, temiendo por la
razón de la preocupación en la cara de la niñera.

191
―Mis disculpas por interrumpir, Milady, pero una de
las criadas me dijo que estaba aquí, espero que Su Excelencia
se esté recuperando.
―Estoy segura de que Lord Crofton volverá a ser el
mismo sin demora. Pero tengo la sensación de que no está
aquí para saber sobre el estado de su Excelencia.
―Es el señorito William, Milady.
Sebastian se puso en pie. ―¿Está enfermo?
―No, Milady, nada de eso. Él sólo los echa de menos a
usted y a Su Excelencia. Está acostumbrado a verlos a ambos
todos los días y está como un alma en pena en este
momento.
―Oh, no lo creo. Iré a buscarlo ahora, puede pasar unas
pocas horas con su padre. Estoy segura de que Lord
Anthony estará encantado.
La niñera pareció aliviada, y Sebastián comprendió que
le debió haber tomado todo su valor para acercarse a su
señora con la preocupación por el niño a su cuidado.
―Gracias, Milady. Él es generalmente un muchachito
alegre, es desgarrador verlo tan triste.
―Ven, llevaré a William con su padre.
―Yo podría hacer eso, Milady.
Sebastian sonrió. ―Pero de esta manera puedo ver a
William también.
Se abrió camino hacia la habitación de William, la
niñera corriendo tras él. Había una sirvienta cuidándolo
cuando llegaron, ella hizo una reverencia y se marchó.
William lo miró como si no fuera real y Sebastián no podía

192
creer lo apegado que se había vuelto al pequeño niño.
Rápidamente, William se puso de pie trastabillando hacia él,
con los brazos extendidos, deseando que lo levantara.
Sebastian lo levantó en sus brazos y William se acurrucó
más cerca.
―¿Quiere que lo lleve, Milady? ―preguntó la niñera.
―No es necesario. Voy a enviar por ti más tarde una
vez que padre e hijo se hayan queden exhaustos.
William parecía encantado de ser llevado fuera de la
habitación y hacia el pasillo. Él balbuceó feliz, aferrado a la
gorguera de Sebastian con tanta fuerza que Sebastian tuvo
que desenredar los dedos de William del lazo para
asegurarse de no ahogarse. Y William chilló de alegría.
Él acomodó a William sobre su cadera y suavemente
tocó a la puerta del dormitorio de Anthony, pero no esperó a
que le respondiera sino que empujó la puerta y entró.
Anthony levantó la vista del libro que estaba leyendo, una
sonrisa se extendía por su rostro al ver quiénes eran sus
visitantes.
―¿Y a qué debo el honor?
William se retorció en el brazo de Sebastian,
obviamente queriendo llegar a su padre.
―Alguien te ha echado de menos ―respondió
Sebastian, colocando a William en la cama junto a Anthony.
Por lo general, Anthony era un padre estricto, siempre
diciéndole a su hijo acerca de cómo comportarse, pero no
dijo nada mientras William se arrastraba hacia él y le
agarraba la camisa. Anthony pasó el brazo alrededor del
niño y lo acercó.

193
―Su niñera me oyó salir de la habitación ―explicó
Sebastián―. Ella ha estado preocupada ya que William ha
estado extrañándote.
Anthony acarició el suave cabello rubio de William.
―Dudo que fuera sólo yo.
―Me siento con él casi todos los días. A veces vamos y
vemos los patos, pero sobre todo él quiere oír historias sobre
caballeros y dragones.
Anthony se echó a reír. ―¿Quién no querría eso?
―Los dejare juntos a los dos.
―No hay necesidad ―insistió Anthony.
―Tengo que terminar la carta a la Reina, y hay un
montón de cartas que creo que debería leer para comprobar
que nada importante haya sido pasado por alto mientras has
estado recuperándote, si no tienes ninguna objeción.
―Si así lo deseas, pero no te sientas obligado a hacerlo.
―No lo hago ―dijo Sebastian con una sonrisa―. Estaré
de vuelta pronto.
Sebastian regresó al estudio de Anthony y volvió a
sentarse en el escritorio. Echó un vistazo a la carta de la
Reina y añadió un par de frases al final de la carta antes de
dejarla a un lado para que Anthony la firmara más tarde. La
pequeña pila de cartas todavía estaba en el escritorio, y
Sebastian se preguntó si había habido correspondencia de la
que Wallace se hubiera encargado de inmediato, dejando
sólo estas para Anthony, una vez que se haya recuperado.
Las dos primeras cartas eran peticiones para visitar
Crofton Hall. Sebastian reconoció vagamente los nombres, y

194
por el tono empleado, quien quiera que fuera que las
hubiera escrito, estaba en muy buenas relaciones con
Anthony, así que era más una cuestión de cuando podían ir
a visitarlos en lugar de pedir permiso para asistir a una de
las muchas tardes de entretenimiento por las cuales
Anthony era reconocido.
Recogió la siguiente carta, le dio la vuelta para romper
el sello, y se detuvo cuando reconoció que pertenecía a su
tío, Sir Francis Haven. Sebastian frunció el ceño, sin saber
qué buena razón tenía su tío para escribir a Anthony.
Rompió el sello y desdobló el papel.

Conde de Crofton,
Escribo de nuevo para entender sus intenciones.
Ambos hemos acordado que la farsa ya no es necesaria. Su
nombre ya no está empañado, y la deuda que estaba en juego
con la otra parte de este arreglo ya ha sido saldada. Aunque
puedo entender que debería pasar un tiempo adecuado antes
de que se disuelvan las cosas, no veo ninguna predisposición
de su parte para hacerlo. El acuerdo fue temporal, y aunque
el individuo está débilmente ligado a mí por lazos de sangre,
sigue siendo un familiar, y como tal, estoy moralmente
obligado a garantizar su futuro. Hemos discutido
extensamente sobre esta situación varias veces, incluyendo
nuestra preocupación por cualquier resultado desagradable
que pudiera ocurrir en el caso de que el acuerdo
inesperadamente se acortara debido a las influencias
externas. Llegamos a la conclusión de que si tal cosa llegara
a suceder, el nombre Crofton no cargaría con ninguna falta y
el plan para conllevar la responsabilidad sería honesto.

195
Así que le pido una vez más un compromiso firme para
poner fin a esto, en lugar de las palabras leves y poco claras
que ha pronunciado hasta ahora.
Sir Francis Haven.

La mano de Sebastian temblaba mientras sostenía la


carta. Incluso sin nombrar a nadie, el significado de la carta
era muy claro. Su tío, un hombre que apenas lo tolera, y
mucho menos tenía interés en su bienestar, había estado
escribiéndole a Anthony y este le había estado
respondiendo. Sebastian dobló la carta y la guardó en los
pliegues de su corsé. Tendría que hablar con Anthony sobre
esto, pero ahora no era el momento, no con William
acurrucado junto a su padre, y todavía tenía que conseguir
que Anthony firmara la carta para la Reina y asegurarla con
su sello.
Sebastian comprobó rápidamente las cartas restantes.
El temor de que iba a leer algo más que no quería era un
poco escalofriante cuando rompía cada sello. No hubo
necesidad de preocuparse, las cartas restantes eran más
generales entre Anthony y sus amigos, o de las solicitudes
de presentaciones en la Corte.
Recogiendo la cera de lacre, el sello, y la carta que había
escrito, Sebastian se dirigió a la habitación de Anthony. Se
deslizó en el interior para ver al actual y al futuro Lord
Crofton, dormidos. William metido debajo del brazo de
Anthony, todavía agarrando posesivamente la camisa de su
padre.
Sebastián dejó la carta y el sello en la mesita de noche.
Anthony se agitó pero no se despertó. Sebastian salió de la

196
habitación tan silenciosamente como le fue posible, en busca
de la niñera, pensando que era mejor que llevaran a William
a su propia cama. Ella no estaba en la habitación de juegos ni
en su dormitorio, y Sebastián pensó que probablemente
estaría en la cocina. Se dirigió escaleras abajo, con la
esperanza de encontrar a una sirvienta para enviarla en
busca de la niñera. Estaba pasando por una puerta abierta a
la sala de recepción, donde vio a una muchacha limpiando
la chimenea hablando con alguien. Sebastian iba a entrar,
pero se detuvo al escuchar su tema de conversación.
―Su Señoría es muy buena con él. ―Esa era la niñera de
William―. Sé que al principio tenía mis dudas con respecto a
ella, pero no soy muy orgullosa para decir que me
equivoqué.
―Ella debió haberte causado una buena impresión,
Mary, por así decirlo.
―Cuando la primera Lady Crofton murió al dar a luz,
nunca pensé que Su Excelencia se volvería a casar, y Lady
Bronwyn es muy cariñosa con William.
―Ella sorprendió a muchas personas ―dijo la criada―.
Después de todo, una mujer joven como esa, casándose con
un hombre como el Conde. Bueno, digamos que no se lo
esperaban.
―William está realmente prendado de ella, y de su
hermano ―dijo la niñera―. Y parece que realmente le
importa el niño. Estaba preocupada. Yo estaba medio
esperando que ignorara a William y le proporcionara a
Anthony otro niño.
―Tal vez ella no puede. Por lo general, después de un
año de matrimonio, hay un niño en camino. Y todos

197
sabemos que Su Excelencia no es el tipo que se abstenga de
los deberes maritales.
―¡Lizzie! Esa no es forma de hablar de tu señor.
―Venga ya, Mary. Lord Anthony nunca ha sido un
santo, y nunca lo he visto tan enamorado como lo está de
Lady Bronwyn. Creo que es encantador. Definitivamente es
más feliz ahora que ha terminado con su vida errante.
―Sin embargo, no es apropiado decir eso. Tampoco lo
es hablar de si van a tener un hijo.
―Todo lo que digo es que tiene sentido que Lady
Bronwyn sea servicial con William si ella no puede tener
hijos propios. Y la manera en que los dos se miran el uno al
otro, no hay manera de que no estén tratando.
Sebastian se apartó de la puerta con una sonrisa en la
cara, por dentro aplaudió que el personal parecía aprobarlo,
y un poco desconcertado de que estuvieran interesados en
su vida sexual, a pesar de que probablemente era natural
que el personal chismeara sobre los hábitos de su señor.
Fingió estornudar para alertar a las mujeres de que estaba
cerca, y momentos después, se asomó por la puerta,
asegurándose de parecer sorprendió de haber encontrado a
la niñera de William.
―Oh, bueno, te he encontrado. William se ha quedado
dormido, así que pensé que probablemente es mejor que se
le acueste en su propia cama.
―Iré a recogerlo, Milady ―respondió la niñera con una
mirada de soslayo a la criada.
―No, yo lo llevaré a su habitación. No quiero que Su
Excelencia sea molestado.

198
La niñera hizo una reverencia. ―Voy a ir allí
directamente, Milady.
Sebastian recogió a William de la habitación de
Anthony. Él se quejó un poco cuando Sebastian lo levantó,
pero no se despertó. Anthony sin embargo, lo hizo.
―¿Qué pasa? ―preguntó atontado.
―William necesita su propia cama.
―¿Vuelves después aquí? ―preguntó Anthony, con la
voz todavía dormida.
―Sí.
William no se despertó cuando Sebastian se lo llevó por
los pasillos a su habitación. Hizo un resoplido, pero aparte
de eso, casi no se movió. La niñera estaba esperando con la
puerta abierta y Sebastian le entregó el niño dormido.
―Ahora que Lord Anthony ya se siente mejor, voy a
retomar mis sesiones de narración de cuentos por la tarde
―le dijo―. A pesar de que sea sólo por un momento, antes
de que Su Excelencia se levante, llevaré a William a ver a su
padre, aunque sólo sea por un rato.
―Gracias, Milady ―dijo la niñera, colocando a William
en su cama y cubriéndolo con las mantas.
Con la seguridad de que William estaba bien arropado,
Sebastian dejó a la niñera con sus deberes. El ruido leve del
arrugado papel de la carta de su tío metido debajo de su
corsé lo hizo caminar más lento de lo habitual, tomándole
más tiempo para cubrir la distancia a la habitación de
Anthony de lo estrictamente necesario. Se preguntó a sí
mismo sobre la mejor manera de abordar el tema, o si sería
mejor ignorarlo por completo.

199
Anthony estaba despierto cuando regresó, leyendo la
carta a la Reina. ―Oh excelente, has vuelto. Esto es bastante
bueno. Dame un momento y lo firmaré.
El chirrido que hacia la pluma acompañaba la firma de
Anthony, mientras Sebastian recortaba una vela,
encendiéndola con una cerilla encendida en el fuego.
Anthony dobló la carta y se la entregó a Sebastián, que
utilizo el calor de la vela para derretir la cera de lacre en el
reverso de la carta. Apagó la vela y le dio el sello y la carta a
Anthony, quien apretó el sello con el escudo de su familia en
la cera caliente.
―He hecho que Wallace haga los arreglos para que sea
entregada en la mañana ―dijo Sebastián cuando tomó la
carta y la puso a buen recaudo en el cajón de la mesita de
noche.
―Haz que Wallace lo entregue personalmente. No es el
tipo de carta que queremos que se extravíe, y confío en
Wallace para que se asegure de que llegue a Su Majestad sin
alteración.
―Tiene completo sentido. No he pensado en eso.
―Considérate afortunado de no ser alguien con quien
la Reina mantenga correspondencia con frecuencia ―dijo
Anthony con una sonrisa―. Y hablando de la
correspondencia, ¿había algo interesante en las cartas?
Sebastian dudó por un momento, pero se dio cuenta
que tendría que decirle a Anthony sobre la carta de su tío.
Incluso si la destruyera, su tío acabaría escribiendo otra vez
y entonces estaría la cuestión de la carta perdida.
Retiró la carta de su corsé y se lo tendió a Anthony.
―Solo esto.

200
Los ojos de Anthony se estrecharon cuando tomó el
pedazo de papel. Rápidamente lo leyó, con el ceño fruncido
mientras lo hacía.
―No sabía que estabas intercambiando cartas con mi
tío ―dijo Sebastián, tratando de no sonar acusador.
Anthony arrugó el papel en el puño. ―Sé que la
redacción de esta carta suena como si hubiera hecho algún
tipo de acuerdo con el viejo demonio, pero Sebastian, tienes
que creerme, yo no he hecho ningún arreglo para hacer nada
que disuelva lo que tenemos.
―Entonces, ¿por qué te está escribiendo para hacer
precisamente eso?
Anthony apartó las sábanas y se levantó. Después de
una semana en la cama, estaba un poco inestable e hizo una
mueca mientras se enderezaba. ―Por favor, puedo
explicarlo.
―Puedes explicarlo en la cama ―dijo Sebastian,
tratando de meterlo de vuelta en la cama para que se
recostara.
Anthony lo agarró del brazo. ―Acuéstate a mi lado. Te
prometo que si me escuchas, todo se aclarará.
Sebastian aceptó a regañadientes y se quedó al lado de
Anthony una vez que el otro hombre había vuelto de nuevo
a la cama. Pero se quedó en su propio lado y se aseguró de
que no se tocaran. Se quedó mirando el dosel de la cama,
esperando que Anthony comenzara.
―Al principio, tu tío se puso en contacto conmigo
acerca de casarme con tu hermana después de que la Reina
había hecho una no muy sutil sugerencia, tanto a mí como a

201
Sir Francis, de que sería un arreglo casual para ambas
familias. La mañana después de conocerte, que también fue
después de que me había dado cuenta del engaño y que ibas
a hacerte pasar por Bronwyn, le escribí a Haven para decirle
que sabía lo que estaba pasando.
››Dado que insistía en que el matrimonio siguiera
adelante como estaba previsto, los dos estuvimos de acuerdo
en que sería una locura que la situación continuara
indefinidamente, y potencialmente peligroso para todas las
partes involucradas. Me había dicho que un par de años
sería suficiente, pero Sir Francis pensó que era
innecesariamente mucho tiempo.
Sebastian se volvió hacia Anthony, quien se veía
preocupado, pero serio.
―He estado haciéndome pasar por Bronwyn durante
casi un año y medio, ¿por qué mi tío te escribe ahora?
―Él escribió después de haber estado casados un año,
exactamente ese día, preguntando cuando te liberaría de tu
obligación. Le dije que era demasiado pronto, y le repetí otra
vez que estaba de acuerdo que no podía continuar para
siempre, que por lo menos otro año sería prudente. Él no
contestó hasta esta carta que has leído.
―Pero no entiendo por qué se molestaría ―dijo
Sebastian con un suspiro cansado―. Nunca antes ha
mostrado ningún interés real en mí o en mi bienestar, ¿por
qué empezar ahora?
Anthony tomó la mano de Sebastian. ―No quiero
hablar mal de Sir Haven, pero creo que su preocupación es
más por su reputación si te descubrieran que cualquier
preocupación por ti. Lo puse bastante claro en ese momento,

202
que si mi nombre se veía empañado por un escándalo, me
aseguraría que el suyo no quedara limpio por mucho
tiempo.
―Ya veo.
Anthony le tomó por la mejilla. ―Por favor no creas, ni
siquiera por un segundo, que no te quiero, que no quiero
que te quedes conmigo.
―Desearía que me hubieras dicho antes acerca de las
cartas de mi tío. Hasta ahora pensé que sería únicamente
nuestra decisión cuando acabaríamos con Bronwyn, pero no
puedo dejar de temer que Sir Francis trate de ejercer su
influencia para poner fin pronto a las cosas.
―Te lo juro, Sebastian, no hay nada en este mundo con
que él me puede amenazar, que me haga enviarte lejos.
Nada de lo que él pueda decir dictará la forma en que
manejamos esto. Es nuestro problema y de nadie más.
―Pero…
―Sin peros. Él sabe que soy muy influyente en la Corte
para arriesgarse a convertirse en mi enemigo ahora que mi
reputación se restableció.
Sebastian se acurrucó al costado de Anthony, dejando
que el otro hombre le abrazara fuertemente.
―Confío en ti, Anthony. No quiero irme de aquí.
―Y te prometo, que mientras respire, Crofton Hall
siempre será tu hogar.

203
TRES días más tarde, Anthony finalmente había ganado la
batalla y Sebastian había acordado que si prometía no
excederse, entonces podría salir de la cama. Estaban en la
biblioteca jugando un partido amistoso de El Zorro y los
Gansos25, y el juego de mesa de madera en frente de ellos
relataba la historia de la inminente derrota de Sebastian. El
zorro de Anthony ya había capturado a muchos de los
gansos de Sebastian, las piezas de Sebastian estaban
apiñadas junto a la copa de Anthony. Fueron interrumpidos
por Wallace con la respuesta de la Reina.
Wallace le entregó la carta de color crema que llevaba el
sello real a Anthony, quien no tardó en abrirla. Sebastian
esperó impacientemente a que Anthony terminará la lectura,
y le pareció que le tomó una eternidad para que le entregara
a Sebastian la carta para que pudiera leerla.

25
El Zorro y Los Gansos (Fox and Geese): Se trata de un juego de la Europa medieval de la
familia conocida como TAFL. Su origen es Escandinavo. Juegan dos jugadores, uno con una ficha,
el zorro y el otro con 13 fichas, los gansos. El zorro siempre está al acecho. Los gansos pueden
moverse hacia adelante, atrás o hacia los lados (no en diagonal). El zorro puede desplazarse, en
todas las direcciones, a una casilla contigua vacía. Los gansos hacen el primer movimiento. El
zorro y los gansos se turnan moviéndose siempre a una intersección. Cuando detrás del ganso
hay una intersección vacía, el zorro puede capturar al ganso y sacarlo del juego saltando por
encima de él y aterrizando en la intersección vacía. Puede comerse varios en un solo
movimiento por medio de varios saltos. Los gansos ganan si inmovilizan al zorro, el zorro gana si
se come el máximo de gansos posibles de modo que no le puedan inmovilizar.

204
Mi querido Anthony,
Me causó gran aflicción saber lo que ha sufrido a
manos del joven Valois. Espero que su recuperación sea
rápida y completa. Mi Corte sería un lugar
considerablemente menos animado sin sus visitas.
Sabía que podía confiar en usted para encontrar una
manera de traerme lo que necesito. Mi leal caballero. El
hombre del que habla está en la torre, pero la razón por la
cual está ahí es, si se me permite el atrevimiento, endeble,
porque él es alguien que puede ser de utilidad si puede ser
persuadido de que esté dispuesto. El saber que su amada es la
muchacha Valois trae potencial de dos maneras.
Consigue que tu esposa se haga amiga de ella. Haz la
oferta de que la libertad de Priard puede ser comprada por el
precio de saber el paradero de su padre.
Avise cuando esté seguro de que va a cooperar, y
cuando esté en condiciones de viajar, podemos discutir más a
fondo en la corte. Trae a la muchacha con usted.
Con el más preciado de los pensamientos.
Elizabeth R

―La Reina está de acuerdo ―dijo Sebastian


innecesariamente.
Anthony se frotó pensativamente la barba. ―Hay algo
más aquí, ella tiene otro punto de vista para investigar,
usando al mismísimo Priard. Algo que no pudo poner en la
carta, ni siquiera cuando está siendo entregada por alguien
de su confianza.

205
―¿Qué tiene la intención de utilizar a Priard como
espía?
―No puedo pensar en otra razón ―admitió Anthony.
―¿Crees que te lo dirá cuando vayas a la Corte?
―preguntó Sebastian
―Lo más probable. O por lo menos, lo fundamental.
―Hablaré con Marie, tan pronto como sea posible. Me
preguntó ayer si tenía alguna noticia, por lo que no preví
ningún problema para no estar de acuerdo.
Anthony asintió y volvió al juego de mesa en frente de
ellos. Con una sonrisa se comió el último de los gansos de
Sebastian.
―¡Gane! ― Declaró con aire de suficiencia.
―Nada nuevo entonces.
―¿Y bien? ―preguntó Anthony expectante.
Sebastian frunció el ceño. ―¡Te he dicho varias veces
que no me quitaré la ropa jugando al Zorro y los Gansos!

MARIE estaba en su lugar favorito para coser, disfrutando


de la calidez del sol y la buena luz, cuando Sebastian entró
en la sala de recepción.
―Si tienes un momento, Marie, tengo noticias que creo
estarás ansiosa de escuchar ―dijo él mientras ella quitaba la
vista de su bordado.
Marie se inclinó hacia adelante con entusiasmo. ―¿Y?

206
―Anthony ha recibido respuesta de la Reina y le
otorgará la liberación de Joseph, pero hay condiciones.
Su rostro se ensombreció. ―Debería haber sabido que
no sería tan fácil como preguntar.
Sebastian se puso en cuclillas junto a su silla. ―Todo lo
que la Reina quiere a cambio de Joseph es algo de
información. Y es algo que creo que eres capaz de dárselo.
Esperó un momento, observando a Marie de cerca para
ver si podía descifrar si ella sabía lo que la Reina quería,
pero no revelaba nada.
―¿Qué es exactamente lo que la Reina quiere saber?
―El paradero de su padre.
Marie se mordió el labio. ―Ya veo.
―Es una decisión sencilla, Marie. Le puedes decir a la
Reina lo que quiere saber, o no.
―¿Y qué le va a suceder a Joseph si no lo hago?
Sebastian se levantó y se volvió para mirar por la
ventana y por el jardín. Tenía que decir algo convincente, y
rápido.
―No puedo decir con certeza, pero la tolerancia de su
Majestad para aquellos que le desagradan no es mucha. Por
lo que tu falta de voluntad para ayudar, junto con el delito
original de Joseph de hablar irrespetuosamente sobre Su
Majestad, no ayudaría a acortar su estancia en la Torre. A
menos que sea para salir con la cabeza cortada.
Marie se quedó sin aliento. ―¿Quieres decir que ella le
haría ejecutar?

207
―No sé la mente de la Reina. Pero sé que ha ordenado
ejecuciones por mucho menos de lo que su Joseph está
acusado.
Sebastian la miró por encima del hombro. Los ojos de
Marie se cerraron, el conflicto evidente en su rostro, pero
había algo en la forma en que se contenía a sí misma que le
hizo pensar que ella elegiría a su amante sobre su padre.
―¿Por qué la Reina quiere saber dónde está mi padre?
―Debido a que tu Rey quiere saber. Y él le pidió a la
Reina Elizabeth que averiguara, ya que el último rumor
sobre tu padre era que estaba en Inglaterra porque sus hijos
están aquí.
―Sabía que tenía que haber una mejor razón del por
qué salimos de París de la que me dio ―dijo Marie con enojo,
pero Sebastian sabía que estaba hablando más para sí misma
que para él―. Si el Rey Henry le quiere, a un costo tal de
ponerse en deuda con el gobernante de otro país, entonces
mi padre debe ser un traidor a Francia.
―No puedo responder a eso.
Marie se levantó, su costura cayendo al suelo, con clara
determinación.
―Dígale a su Reina que le daré lo que quiere a cambio
de la liberación de Joseph.
Sebastian le dio un beso en ambas mejillas. ―Si lo ama
tanto como yo amo a Anthony, no se arrepentirá de su
decisión.
―¿Y qué va a pasar ahora?

208
―Vamos a dejar que Su Majestad lo sepa, y vamos a
viajar contigo a Londres para reunirte con el hombre que
amas.

SEBASTIAN estaba sufriendo otra sesión aburrida y sin


sentido con el pintor cuando la respuesta de la reina llegó. Y
mientras que la carta era más que una interrupción
momentánea del flujo constante de murmullos del pintor
sobre su incapacidad para quedarse quieto, Sebastian dio la
bienvenida a cualquier interrupción de la monotonía.
La carta de la Reina no hizo mención de la decisión de
Marie, sino que invitó a todos a la corte para tomar parte en
una celebración al final de la semana, si la salud de Anthony
lo permite, con motivo de un nuevo acuerdo comercial que
había firmado con los franceses. Sebastian no tenía duda de
que no hubo nuevo acuerdo para celebrar, pero era sólo la
forma de Su Majestad de confirmar su parte del trato.
Anthony había insistido que si estaba lo
suficientemente bien como para soportar toda la mañana
para posar entonces estaba lo suficientemente bien como
para viajar, aunque, para alivio de Sebastian, Anthony había
reconocido que no estaba completamente recuperado como
para montar a caballo todo el camino a Londres. Sebastian
subió al carruaje, seguido por Marie y Anthony, por quién
Sebastian tenía que admitir, era la imagen de buena salud.
La herida de Anthony no parecía estar dándole problemas,
pero no detendría a Sebastian de mantener una estrecha
vigilancia sobre él para asegurarse de que Anthony no
vuelve a empeorar.

209
Otro carruaje los seguía con Miriam, la cocinera y la
doncella de Lady Marie además de varios sirvientes fornidos
cuya presencia haría que cualquier bandido pensara dos
veces antes de atacar al grupo. En cuanto se pusieron en
marcha, a Sebastian le pareció extraño tener compañía en el
viaje. Sus visitas habituales a Londres le tenían como único
ocupante del coche, pero ahora eso significaba que tenía que
recordarse a sí mismo no meter la mano en la parte
delantera de su vestido para ajustar su corsé, o rascarse
debajo de su peluca si lo incomodaba. Tampoco podía
sentarse tendido sobre el asiento como era su estilo preferido
en los viajes, sino que se sentó con recato con las rodillas
juntas y trató de ignorar el dolor en su espalda baja mientras
lo hacía.
Marie estaba emocionada, y gracias a Dios, Anthony
llevó la peor parte de su charla interminable. Ella estaba
encantada de volver a Londres, y más aún por ver a Joseph
de nuevo.
―Espero que él no haya sufrido demasiado en la Torre
―dijo.
―Es posible que se sorprenda al saber que la Torre
puede ser muy cómoda para un lugar que se supone es una
prisión. La propia Reina pasó un tiempo allí cuando era más
joven ―dijo Anthony.
Sebastian gruñó para sí mismo, sin creer por un
momento que las condiciones en que la joven princesa
Elizabeth había sido tratada fueran las mismas que para un
preso extranjero como Priard. Anthony le dio un codazo
suave y Sebastian intentó sonreír en apoyo.
―¿En serio? ―preguntó Marie, que, o bien no había
oído gruñir a Sebastian o había optado por ignorarlo.

210
―Sí, la Reina fue enviada allí por su hermana, creo.
Hace mucho tiempo, por supuesto.
Marie hizo un pequeño sonido de satisfacción. ―Si fue
lo suficientemente bueno para la Reina de Inglaterra,
entonces estoy segura de que a mi Joseph no le irá tan mal.
Sebastian no podía culparla, pero el interminable
parloteo de Marie hizo que el viaje pareciera más largo.
Sabía que iba a ser considerado como terriblemente grosero
si comenzaba a leer en medio de la conversación.
Afortunadamente, Anthony acudió en su ayuda. ―Sé
que estos viajes te cansan mucho, mi amor. Estoy seguro de
que Marie no se opondría si trataras de dormir.
Marie se apresuró a confirmar eso y Sebastian
felizmente recogió un cojín y se apoyó contra la pared del
carruaje. Bloqueando la charla de sus compañeros, dejó que
el rítmico balanceo del carruaje lo meciera hasta dormir. Fue
sólo el aumento del volumen del clamor fuera del carruaje lo
que lo despertó. Los sonidos de la ciudad eran fuertes y
vibrantes, el ruido del tráfico y de los comerciantes
interrumpieron su sueño. Sebastian se estiró, pero recordó
que estaba en refinada compañía justo a tiempo para cubrir
su boca con una mano mientras bostezaba.
―¿Buena siesta? ―preguntó Anthony, sonando
divertido.
―Maravillosa. Presiento que por el ruido y el olor, que
estamos de vuelta en Londres.
―Sí, el tráfico es un poco pesado, pero seguro
estaremos en la casa muy pronto.

211
―Me alegro de que esta noche no nos esperen en
palacio ―dijo Sebastian―. Siento que podría dormir por
varias horas más, no estoy en condiciones apropiadas para
una noche en el palacio.
Anthony sonrió. ―No hasta mañana. Necesitaré hacer
una breve parada en la Corte. Tengo asuntos que tratar con
su Majestad que no pueden esperar, así que no hace falta
que te molestes.
Sebastian sabía que era porque Anthony quería saber
más acerca de lo que pensaba la Reina sobre Priard, y no
había manera de que Sebastian pudiera convencerlo de que
esperara hasta el día siguiente.
―¡Tal audiencia debe ser porque eres el niño mimado
de la Corte!
―Es una cruz que llevo de buena gana.
El tráfico lentamente disminuyó y el carruaje avanzaba
por las calles de Londres. Debió haber llovido, Sebastian
podía oler la capa extra de suciedad húmeda que cubría la
ciudad, mezclándose con otros hedores que ahora casi no
podía creer que una vez había estado acostumbrado a ellos.
El carruaje llegó a la casa, Marie y Sebastián se apearon.
Anthony se asomó por la ventana.
―Me esforzaré para no llegar muy tarde.
―¿Esperas que crea que serás capaz de escapar de la
corte tan fácilmente?
―Por una vez haré mi mejor esfuerzo. ―Anthony se
inclinó hacia delante y acarició la mejilla de Sebastian.
Sebastian se levantó de puntitas y compartieron un breve y
casto beso.

212
―Debería ser capaz de sobrevivir una noche sin tu
compañía.
―No es algo que me gustaría poner a prueba
―respondió Anthony―. Te veré cuando vuelva.
―¡Eso si llegas a casa antes del amanecer!
Anthony se echó a reír y se replegó al interior del
carruaje. El conductor chasqueó el látigo y los caballos
empezaron a andar.
Marie suspiró detrás de él y Sebastian se volvió para
ver su triste sonrisa. ―¿Hay algún problema?
―No, en absoluto. Acabo de verlos a los dos juntos y
espero que algún día sea así de feliz.
Sebastian realmente no sabía cómo responder a eso, en
cambio enlazó los brazos con Marie y la guió dentro de la
casa.

MIRIAM le había dejado a Sebastián hasta la última de sus


abluciones nocturnas, ayudándolo a desvestirse. Después de
un rápido pero cuidadoso afeitado se metió en la cama en
las cámaras principales de la casa y se sorprendió cuando la
puerta se abrió y apareció Anthony.
―Has vuelto temprano. No creí que te vería esta
noche26.

26
En el texto original dice “This side of midnight” (este lado de la medianoche) supongo que la
autora se refiere a que Sebastian se sorprende al verlo, ya que esperaba su regreso mucho más
tarde o al día siguiente.

213
Anthony comenzó a quitarse la ropa, se sacó las botas
con la punta de los pies y se desabrochó el jubón,
descartándolos sobre una silla.
―Pasaré la mejor parte de la mañana en el palacio, la
corte puede prescindir de mí esta noche.
―¿Y qué tuvo que decir la Reina? ―preguntó Sebastian,
incapaz de contener su curiosidad.
Los pantalones y las calzas de Anthony se unieron al
jubón. ―Una vez más se me ha recordado por qué ella ha
logrado conservar el trono. Su estrategia es tan fuerte como
cualquiera de sus generales.
―¿Por qué?
―Priard iba a ser liberado antes de que ella supiera de
Marie, él fue arrestado con el fin de ofrecerle la oportunidad
de ser los ojos y oídos de Su Majestad en la Corte Francesa.
Al parecer, el joven Priard tenía alguna información
interesante sobre la monarquía francesa que estaba feliz de
revelar, y no hubo necesidad de presionarlo con mucha
firmeza para hacerlo.
Parte de Sebastian pensó que debía sentirse un poco
culpable por el engaño que había usado contra Marie, pero
si era honesto, estaba demasiado aliviado de librarse de la
petición de la reina para evitarle a Marie mucha pena.
―Hay que asegurarse de que Marie no se dé cuenta de
eso antes de que vea a la Reina.
―Eso no debería ser un problema. Aunque por lo que
sé, hay muy pocas personas que tienen esta información,
pero para asegurarse, la llevaré directamente a la Cámara
Privada cuando lleguemos mañana.

214
Anthony se metió en la cama y Sebastián le entregó su
medicamento. ―Estoy bien ―insistió.
―No me importa ―dijo Sebastian, imponiéndole la
botella―. Tienes que acabar con la botella, todavía sigues
curándote.
―Casi no me duele.
―Entonces eso demuestra que las pócimas están
funcionando. Así que toma tu medicina. Apuesto a que
William hace menos escándalo que tú.
Anthony cogió la botella, la descorchó y bebió un trago.
―¿Feliz?
―No te hubiera gustado si no me importara lo
suficiente como para molestarte.

MIRIAM le había entregado a Sebastian un nuevo vestido


hecho de terciopelo rojo intenso con costuras finas de oro en
el corpiño. Ella estaba fascinada, pero Sebastián no había
podido ver el atractivo. Cubierto con capas de pintura
blanca que sólo usaba en la corte, bajó las escaleras al final
de la tarde para encontrarse con Anthony y Marie
esperándolo.
―Por fin. Empezaba a creer que no ibas a venir ―dijo
Anthony, ofreciéndole el brazo.
―No estoy acostumbrada al blanco. Miriam tuvo que
volver a aplicarlo porque me froté la mejilla antes de que se
secara.

215
Marie rió. ―No es tan popular en Francia, pero aquí,
todos quieren imitar a su Reina, ¿no?
―Lamentablemente es así ―murmuró Anthony―. Seré
feliz cuando haya pasado esta moda actual.
Sebastian lo tomó del brazo. ―¡Agradece que no eres tú
quien tiene que llevarlo!
El carruaje estaba listo afuera y partieron hacia el
palacio. Marie estaba ansiosa, por la forma en que ella se
frotaba las manos sin pensarlo era algo para no pasar
desapercibido.
―La llevaré directamente con Su Majestad cuando
lleguemos ―dijo Anthony. Sebastian pensó que la intención
era tranquilizar a Marie, sin embargo, no parecía dar
resultado.
―Ella tiene la reputación de decir lo que piensa ―dijo
Marie en voz baja.
―Oh sí, y eso es bien merecido ―dijo Anthony―. Pero
no se preocupe, le está diciendo algo que ella quiere oír.
Confíe en mí, no quiera ser el mensajero que le entrega
malas noticias a la Reina Elizabeth.
Marie no parecía más feliz y pasó el resto del viaje en
silencio, observando a Londres pasar por la ventana del
carruaje. Sebastian se apoderó de la mano de Anthony y
recibió un apretón tranquilizador a cambio.
La Reina se había mudado a Richmond unas semanas
antes y ahora estaba en Whitehall, y Anthony le explicó a
Marie que la Reina rara vez se quedaba en cualquier lugar
por más de unos pocos meses a la vez, eligiendo mudarse
entre sus palacios y algunas de las casas preferidas de sus

216
cortesanos. Whitehall estaba resplandeciente con la luz del
sol a principios del otoño, los jardines gloriosos, rebosando
con los rojos y dorados oscuros de la temporada.
Sebastian palmeó el brazo de Marie cuando se apearon.
―Trate de no preocuparse. Va a estar bien.
Marie le devolvió la sonrisa, pero era débil y sus ojos
delataban sus temores. Anthony les condujo al interior,
dirigiendo a Marie lejos de la sala de banquetes.
―Te buscaré una vez que hayamos hablado con la
Reina ―le dijo a Sebastian.
―Esperaré, y sin duda voy a necesitar que me rescates
de las lenguas venenosas de la corte.
Sebastian entró en el salón de banquetes, que ya estaba
lleno de la nobleza de Inglaterra. Un sirviente le ofreció una
copa de vino, que aceptó antes de ir al salón en busca de una
cara amable. Vio a Abigail Foster y se dirigió hacia ella.
―¡Lady Crofton, que maravilloso volver a verla! ―dijo
Abigail―. He oído que su Anthony no está ayudando a su
reputación al participar en un duelo con un francés.
―Me temo que nunca se curará del deseo de disfrutar
de la gloria de la muchedumbre.
Abigail sonrió. ―Espero que no haya resultado
gravemente herido en la defensa de su honor.
―Fue más que el rasguño que Anthony afirma que es,
pero me alegra decir que está casi completamente
recuperado.

217
La frente de Abigail se frunció. ―Me sorprende que
alguien fuera capaz de asestarle un golpe. Anthony es un
excelente espadachín, o solía serlo.
―De hecho todavía lo es. Anthony ganó el duelo, pero
Valois actuó como sólo un cobarde lo haría y lo apuñaló
después.
―Nicholas Valois no es lo que considero un caballero.
Sebastian no podía estar más de acuerdo. ―Él es un
poco mejor que una serpiente.
―¿Y dónde está ahora? ―preguntó Abigail.
Sebastian se encogió de hombros. ―Huyó después del
duelo, y debo admitir que he estado más preocupada por las
lesiones de Anthony que por el paradero de un
sinvergüenza.
Antes de que Abigail pudiera responder, fueron
interrumpidos. ―Pensé que podrías estar aquí.
Sebastian se volvió y vio la expresión poco
impresionada en la cara de Sir Francis Haven. Varios años
habían pasado desde que Sebastián había estado cerca de su
tío, lo cual era un acto deliberado por parte de Sebastian;
incluso se había excusado de la boda Claire y Matthew para
evitar al hombre. Sir Francis estaba mirando hacia abajo, con
su nariz de halcón a Sebastian, con claro desprecio.
―Tío Francis, no le he visto en la Corte antes.
―Asisto siempre que sea posible ―dijo fríamente―.
Unas palabras en privado, si no te importa, Bronwyn.
―Estoy esperando que Anthony vuelva de su audiencia
con la Reina.

218
―¿Sin duda tienes unos minutos para tu tío?
Sebastian asintió con la cabeza y le dijo a Abigail: ―Por
favor, discúlpame, este es un asunto de familia.
―Entiendo ―respondió ella, dando a Sir Francis una
mirada curiosa.
Sebastian se sobresaltó cuando Sir Francis agarró su
brazo y lo condujo fuera de la sala de banquetes a los
jardines del palacio, no sin detenerse hasta que estuvieron
fuera del alcance de los oídos. Había una brisa fresca y
Sebastian se estremeció ligeramente cuando se detuvieron
junto a una maceta de flores en donde las rosas del verano
eran un simple recuerdo.
Sebastian le arrebató su brazo. ―¿Qué es lo que quiere,
Sir Francis?
―Un indicio de cuándo recuperaras la razón.
―¿Tengo que recordarle que fue usted quien quería este
matrimonio? Incluso después de que mi hermana se había
fugado, usted quería asegurarse de que esto siguiera
adelante.
Sir Francis se burló. ―Y se ha logrado el propósito. No
hay necesidad de continuar.
―Esto no es de su incumbencia. He discutido esto con
Anthony, y estuvimos de acuerdo que necesitamos
continuar al menos dos años con el fin de no levantar
sospechas.
―Pero ¿por qué lo harías? ―Sir Francis se detuvo y
miró hacia al palacio con desconcierto―. ¿Qué es lo que
realmente está pasando aquí? ¿Por qué Crofton ha cambiado
de parecer?

219
―No sé lo que quiere decir ―dijo Sebastian, pero se dio
cuenta de que sonaba más a la defensiva de lo que había
querido.
―¡No me mientas! Debes estar desesperado para poner
fin a esta farsa, y Crofton también, sin embargo, actúa como
si realmente estuviera enamorado de su nueva esposa.
La mente de Sebastián se aceleró, a la espera de la
acusación que sabía que llegaría.
―Nos hemos convertido en amigos, tío. Disfrutamos de
la compañía del otro como amigos, no es nada más siniestro
que eso.
―¡No me digas!
―No sé lo que está insinuando, pero sea lo que sea, le
agradecería que no lo hiciera. Más allá de la amistad,
Anthony ha moderado sus acciones anteriores y actúa como
cualquier hombre debería actuar en público cuando tiene
una nueva esposa. Si no fuera así, sería una falta de respeto a
los Hewel, y, por ende, al nombre Haven.
Sir Francis no parecía convencido. ―Pero eso no explica
por qué sigues actuando como su esposa, o por qué decides
denigrarte a ti mismo vistiéndote como una mujer.
―Debido a que Anthony es mi amigo y él me ha pedido
que lo haga. ―Suspiró Sebastian―. Anthony me dio la
bienvenida a Crofton Hall y se ha convertido en mi hogar,
no quiero irme.
―Y yo te he dicho que nunca tendrás que hacerlo.
―Anthony se puso detrás de ellos, enojado y frunciendo el
ceño a Sir Francis.

220
Sebastian quería correr y envolver sus brazos alrededor
de él, pero eso era imposible con Sir Francis parado allí.
―Le agradecería, Sir Francis ―comenzó Anthony―, que
si desea discutir asuntos relacionados con mi situación
privada, espere a hacerlo hasta que yo esté presente.
Sir Francis se dio la vuelta para enfrentarse a Anthony.
―Este es un asunto privado entre mi sobrino y yo.
―No estoy de acuerdo. Usted está acosando a Sebastian
para que cambie un acuerdo que ambos hemos decidido.
―Mi sobrino es demasiado joven para saber lo que es
bueno para él, ¡y usted es lo suficiente mayor para saberlo
bien!
―Escúcheme, Sir Francis. Cuando pongamos fin a esto
de Bronwyn, y créanme que va a suceder, será algo que
tanto a Sebastian como a mí nos pondrá felices ―dijo
Anthony en un tono sorprendentemente tranquilo para
Sebastian.
―Y entonces, ¿qué va a hacer él? ¡Me niego a cargar con
él!
Sebastian se negó a escuchar más, dándose cuenta por
donde yacían las verdaderas preocupaciones de su tío.
―Pase lo que pase, tío, le garantizo que no le pediré nada.
Se alejó, y casi llega al palacio cuando Anthony lo
alcanzó.
―Ven conmigo.
Esta vez Sebastián se dejó llevar voluntariamente, y en
lugar de dirigirse a otra parte de los jardines, Anthony lo

221
guió hacia el interior y en una habitación vacía fuera de la
sala de banquetes.
Solos, Sebastian le permitió a Anthony arrastrarlo a sus
brazos y enterró su rostro en el cuello de Anthony.
―No te preocupes ―dijo con firmeza Anthony―. Tu tío
no nos va a molestar.
―¿Cómo puedes estar tan seguro?
―Debido a que no habría intentado persuadirte a solas
si hubiera pensado que podía hacer cualquier cosa para
hacerme cambiar de opinión.
Sebastian se alejó, y Anthony le dio un beso. ―No
puedo creer que pensara que iba a querer algo de él. Prefiero
trabajar en los burdeles27 que ir con él, con la gorra en
mano28.
―Nunca habrá necesidad de eso ―dijo Anthony con
seriedad―. No hay nada impropio en tener a mi cuñado
viviendo en mi casa, e incluso si lo hubiera, entonces el
mundo puede irse al infierno antes de ver que te vendes en
las calles.
―¿Prefieres ser mi único cliente?
―Como si necesitaras una respuesta a eso ―dijo
Anthony con una mirada lasciva―. Ahora no pienses más en
tu tío. Dejó el palacio después de escuchar mis palabras de
despedida.

27
The Stews: puede tener varios significados y entre ellos es un modo arcaico de decir burdel,
normalmente se usa en plural. En esa época eran conocidos por ese nombre.
28
Come/go cap in hand: Literalmente significa“ir con la gorra en mano”, hace referencia a pedir
dinero a alguien de una manera que te hace sentir avergonzada/o.

222
―Gracias. No sé qué haría sin ti.
―Oh, Sebastian, estaría perdido sin ti.
Compartieron otro suave beso, con Anthony teniendo
cuidado de no refregar el colorete de Sebastian.
―Tenemos que volver al banquete ―dijo Anthony
mientras se separaban.
―¿Cómo fue la conversación con Su Majestad?
―Muy bien. Vamos a acompañar a Marie para reunirse
con su Joseph por la mañana. Les he ofrecido el uso de la
casa antes de regresar a París.
―¿Y cuándo será eso?
―Sólo unos pocos días. Pude presentir que la Reina
tenía interés en mandar a su espía a la Corte Francesa, tan
pronto como sea posible.
Cogidos del brazo, se dirigieron de nuevo a la sala de
banquetes, donde los invitados se habían sentado. Y
Sebastian se dio cuenta de que iba a ser la primera visita a la
Corte donde Anthony se sentaría con él a lo largo del festín,
ya que otras veces había estado con la Reina y Sebastian
había tenido que soportar solo las veladas.
Sebastian no estaba seguro si la actuación de Anthony
era normal para un banquete en la corte, o si era el efecto de
la conversación con Sir Francis, pero Anthony estaba siendo
muy atento, y Sebastián no iba a quejarse. Junto con
constantes toques, Anthony susurró una gran cantidad de
historias sobre los otros invitados y se aseguró que la copa
de Sebastian estuviera siempre llena. Le llamo la atención las
miradas apreciativas de muchas de las mujeres, que
volvieron sus miradas a sus maridos, obviamente deseando

223
que ellos también les brindaran la misma clase de atención.
Un hombre calvo que había recibido unas palabras de su
esposa los fulminó con la mirada, pero Anthony sólo
acarició el cuello de Sebastian, murmurando que los
ignorara.
Se servía plato tras plato, y Anthony se aseguró que
Sebastian tuviera todos sus favoritos, entregándolos sólo
después de recibir un beso en forma de pago. Las palabras
maliciosas de una mujer detrás de ellos, que Sebastian no
podía ver, hizo que Sebastian se apartara.
―Veo que Anthony volvió a sus viejas andadas, quién
habría pensado que él se tomaría la molestia de hacer eso
con su esposa.
Inclinándose Anthony tomó la mejilla de Sebastian.
―No hagas caso de las lenguas envidiosas.
Sin embargo, un peso llenó el estómago de Sebastian, y
de repente sintió que no era más que otro de los juguetes de
Anthony. No importa lo ridículo que era, no podía evitarlo,
sentado aquí, en el lugar en el que Anthony había seducido
a tantas de sus amantes, sin duda, de la misma manera, hizo
dar un vuelco el corazón de Sebastián.
Las palabras de su tío, exigiendo saber por qué todavía
seguía con esta farsa, corrieron alrededor de su cabeza,
burlándose de él y aumentado sus preocupaciones.
Anthony debió haber notado que algo iba mal, ya que
fue jalado cerca, su mano acariciando la nuca de Sebastian.
―No sé lo que está pasando por tu mente, pero por favor, no
dejes que algunas palabras maliciosas arruinen esta noche
―susurró Anthony.
―Yo...

224
Anthony puso un dedo sobre los labios de Sebastian.
―No quiero que nadie dude de que eres tú a quién quiero.
Que no tengo ojos para nadie más.
El último de los alimentos fue recogido, y el salón de
bailes ya estaba siendo llenado con la música. Las parejas se
deslizaban elegantemente en una mezcla de ropa fina y
elegante movimiento.
Anthony jaló a Sebastian, al principio pensó que
Anthony quería bailar, pero en lugar de eso era una vez más
alejado del festín. ―¿Anthony?
―La Corte es un desastre superficial de chismes y
retórica. Ojos que miran todos nuestros movimientos y
tengo la intención de darles una razón para mirar.
Sebastian resopló. ―¿Para ver como tratas a tu esposa
de la misma manera que trataste a tus amantes ocasionales?
―No niego que me he llevado a más de un hombre y
mujer fuera de un festín, pero nunca he vuelto con ellos, y
eso es exactamente lo que haremos más adelante.
Sebastian no tuvo la oportunidad de argumentar
cuando Anthony lo guió por un tramo de escaleras y por un
pasillo hasta que finalmente entró en lo que debe haber sido
una habitación de invitados. Anthony cerró la puerta detrás
de ellos.
La habitación era más grande de lo que parecía, la
enorme cama con dosel ocupaba la mayor parte del espacio.
Sebastian se sentó en él y cruzó los brazos sobre el pecho.
―Preferiría que no me hubieras traído a donde te has
acostado con la mitad de la Corte.

225
―Entonces tal vez sea mejor que no te quedes en la
casa, y sería prudente evitar Crofton Hall ―dijo Anthony
con una sonrisa.
Sebastian bajó la cabeza. Y aunque sabía que Anthony
había tenido la intención de que sus palabras fueran una
broma, él no necesitaba oír lo que ya sabía.
Anthony se agachó delante de él, apoyando las manos
sobre los muslos de Sebastián.
―No debería haber dicho eso. No puedo cambiar mi
pasado, Sebastian, pero no debí tirártelo a la cara.
―No debería ser tan sensible, pero la Corte siempre me
tiene en el borde y haber visto a Sir Francis no ayudó.
Anthony se levantó y se subió a la cama, Sebastian le
permitió tirar de él hacia atrás y recostó la cabeza sobre el
pecho de Anthony. Se quitó la peluca, colocándose en el
vientre de Anthony, y disfrutó de la sensación de los dedos
de Anthony peinar su pelo. Sebastian supuso que debería
estar preocupado por manchar el recubrimiento blanco del
maquillaje, pero se encontró con que no le podía importar
menos.
―No voy a fingir que no disfruté mi tiempo como un
soltero despreocupado ―dijo Anthony―. Pero soy más feliz
ahora de lo que puedo recordar.
Sebastian jugaba con uno de los rizos de su peluca. ―La
Corte está llena de belleza y gracia, hay veces que estoy
cegado por ella. Y cuando estoy vestido como Bronwyn, no
soy nada más que una cara simple en un bonito vestido,
pero incluso si estuviera aquí como yo mismo, no sería nada
en comparación con los hombres que acuden a la Corte.

226
―No te haces justicia, Sebastian. Eres tan atractivo
como cualquier hombre en la corte. Sólo lamento que no
pueda hacerte alarde ni proclamarte como mío.
―Pero, ¿no te cansaras de mí? No tengo ninguna
experiencia en llevarte a la locura, a diferencia de tus
anteriores amantes.
―Te he dicho que me gusta que seas sólo mío. Pero una
vez más me lo preguntas ―Anthony hizo rodar a Sebastian
sobre su espalda―. ¿Hay algo más en esto? ¿Eres tú quién
desea experimentar placer en manos de otro?
―¡No! ―exclamó Sebastián―. Sólo te deseo a ti.
―¡Y yo a ti!
Anthony se inclinó y le besó suavemente. ―Por ahora,
mientras todavía interpretes a Bronwyn, puedo prodigarte
atención en público. Pero una vez que terminamos esto, no
podré bailar con Sebastian delante de los invitados, o
caminar del brazo con él alrededor de los jardines.
―Pero no puedo pretender ser Bronwyn siempre...
―Es por eso que tengo la intención de sacar el máximo
provecho de esto mientras pueda. Y cuando volvamos abajo,
tus mejillas encendidas por la pasión, sabrán que eres tú el
que me excita, tú a quién he elegido sobre todas los demás.
Por más que la perspectiva lo emocionaba, no podía
escapar a la sensación de que estaban haciendo algo que no
debían. ―No deberíamos estar aquí.
Anthony se echó a reír. ―¿Por qué no? La puerta está
cerrada.

227
―Además de que estamos en un palacio real, no podría
entrar ni salir de estas prendas, por eso.
―No necesitamos sacarlo todo ―Anthony se deslizó por
la cama y desapareció debajo de los pliegues de la falda de
Sebastián.
―¿Qué estás haciendo?
Él no entendió la respuesta apagada de Anthony, pero
se dio cuenta muy rápidamente de que Anthony estaba
desabrochando los lazos de su meriñaque y el verdugado
rollo.
Anthony volvió a salir con el pelo alborotado y una
amplia sonrisa en su rostro. ―Levanta el culo.
Sebastian hizo lo que le dijo, levantando las caderas
fuera de la cama mientras Anthony tiraba del miriñaque.
Una vez que estaba fuera de las caderas de Sebastián,
Anthony hizo un breve esfuerzo para sacarlo
completamente, antes de que su mano se metiera de nuevo
bajo la falda y sacara el verdugado rollo.
―Así está mucho mejor ―dijo Anthony, tirando la ropa
interior de Sebastián al suelo.
Las manos de Anthony se deslizaron por las piernas de
Sebastian cubiertas por las calzas, empujando el material de
su falda con ellos. Sebastian se mordió el labio para no dejar
escapar un gemido. Estando en una habitación de huésped
del palacio mientras que cientos de personas celebraban en
las inmediaciones ya era emocionante, pero estando
parcialmente vestido mientras Anthony lo adoraba
aumentaba todo el triple.

228
―¿Has traído el aceite? ―dijo Sebastian con la voz
entrecortada, cuando Anthony pasó los dedos por debajo de
la polla dura y muy interesada de Sebastian.
Anthony se inclinó sobre él. ―No, pero tengo ganas de
que nos chupemos mutuamente.
―¡Dios mío, sí!
Sebastian había leído acerca de la posición en uno de
los folletos venecianos de Anthony cuando él se estaba
recuperando del duelo, la descripción sólo lo hacía ponerse
duro, pero no lo habían hecho juntos y estaba en la parte
destacada de la lista de cosas que Sebastian quería probar.
Anthony se alejó, se quitó los zapatos y rápidamente se
quitó los pantalones. Juntó la parte baja de su camiseta y se
la metió en su jubón antes de acomodarse en su sitio, con las
rodillas a cada lado de la cabeza de Sebastian.
Sebastian pasó la mano por la parte posterior de los
muslos de Anthony, el pelo grueso dando paso a un culo
suave y maravilloso, que no podía dejar de apretar. La polla
dura de Anthony colgaba tentadoramente, haciéndole agua
la boca, y Sebastián comenzó a tomarlo en la boca,
disfrutando del sabor salado en la lengua. Anthony estaba
ocupado entre los muslos de Sebastián, y la sensación
combinada de estar en la boca de Anthony mientras
chupaba su polla fue maravillosa y decididamente atrevida.
Sebastian levantó sus caderas para dar a Anthony
mejor acceso y al mismo tiempo tomó la polla de Anthony
más profundo, hasta que tuvo que retirarse un poco para
evitar atragantarse al chocar contra el fondo de la garganta.
El olor embriagador del almizcle y la sensación de los suaves
rizos del vello púbico de Anthony se añadían al placer y la

229
experta habilidad oral de Anthony hizo que Sebastian
gimiera en voz alta y sus caderas se sacudirán.
Sebastian aceleró el ritmo, chupando con fuerza y
trabajando la mandíbula, y Anthony recibió el mensaje e
imitó sus acciones. Se tragó el líquido pre-seminal mezclado
con su propia saliva, el sabor actuó como un disparador y su
orgasmo estalló y Anthony lo bebió. Todo lo que Sebastian
quería desesperadamente era que Anthony llegara a su
propio placer, lo chupó con fuerza e ignoró el dolor en sus
músculos mientras se esforzaba, hasta que consiguiera lo
que quería; el agradecimiento de Anthony por su destreza
de cubrir todo con su lengua. Sebastian intentó tragárselo
todo, pero un hilo que corría por su barbilla le dijo que no
había tenido éxito.
Anthony cuidadosamente se apartó para no dar una
patada a Sebastian. Aterrizó sobre su espalda y soltó una
feliz carcajada.
―¡Dulce Señor, tenemos que hacerlo de nuevo!
Sebastian levantó la cabeza para ver la cara enrojecida y
feliz de Anthony. ―No hay argumentos aquí ―respondió.
Se quedaron allí, tumbados y la ropa torcida por unos
momentos, Sebastian tratando de recuperar el aliento y
calmarse de lo alto de su orgasmo. Su corazón latía tan
fuerte en el pecho que estaba seguro de que era sólo su corsé
quien lo mantenía en su caja torácica.
―En realidad, deberíamos volver al banquete ―dijo
Anthony, aunque no sonaba particularmente entusiasmado
con la idea.

230
Sebastian se limpió la barbilla con la mano para
eliminar el resto de la saliva y se dio cuenta que había
sacado una parte del maquillaje blanco.
―Estoy hecho un desastre, Anthony. De ninguna
manera puedo volver allá abajo así.
Con un gemido, Anthony salió de la cama y volvió a
vestirse.
―Voy a buscar un sirviente, para que traiga algo que te
ayude a estar presentable de nuevo.
Anthony salió de la habitación, y Sebastian se sentó.
Vio su peluca en el suelo, no lejos de su meriñaque y su
verdugado rollo. No creyó que le tomaría tanto esfuerzo
como lo hizo para recuperarlos desde el suelo, y fue incluso
peor que forcejear de nuevo en su ropa interior.
Anthony regresó justo cuando Sebastián estaba
tratando, y fracasando, de conseguir que la falda quedara
fija en el lugar. Anthony llevaba unos paños húmedos y dos
potes de porcelana pequeñas, que puso sobre la mesa con un
espejo de pie.
―Ven aquí, déjame hacer eso.
Anthony se puso de rodillas y se arrastró debajo del
vestido de Sebastian. Sujetó un poco demasiado apretados
los lazos del miriñaque para su gusto, pero se las arregló
para colocar el rollo correctamente. Una vez que Anthony
salió debajo de sus pies, Sebastian se miró en el espejo para
ver cuánto daño su diversión había hecho a su maquillaje, y
suspiró ante su reflejo cuando vio que tendría que retirar
todo y empezar de nuevo.

231
Afortunadamente, los paños húmedos hicieron poco
para remover el anterior maquillaje y Sebastian descubrió
que una de los potes que Anthony había traído tenía una
pasta blanca muy suave que era fácil de aplicar
Cuando el maquillaje se secó, Sebastian hizo todo lo
posible para eliminar la saliva de su gorguera, pero al final,
no tuvo más remedio que sacarla y darle vuelta con la
esperanza de que escondería la mayor parte del daño.
El segundo pote contenía colorete, y una vez que lo
esparció un poco en las mejillas y los labios, se volvió a
colocar la peluca.
―¿Cómo estoy? ―le preguntó a Anthony
―Perfecto. ―La sonrisa de Anthony era amplia y con
aire satisfecho mientras se limpiaba su cara con uno de los
paños húmedos, prestando especial atención a la barba―. No
habrá ninguna duda de lo que hemos estado haciendo.
Anthony abrió la puerta y se inclinó mientras Sebastian
salía de la habitación. Volvieron a la sala de banquetes, con
el brazo firme de Anthony alrededor de la cintura de
Sebastian cuando entraron. La pareja llamó miradas
inquisitivas y provocó murmullos que se escondían detrás
de los abanicos, pero Sebastian los ignoró a todos mientras
Anthony le conducía hacia el baile.
―No puedo creer que estén tan interesados en nuestro
regreso ―dijo Sebastian mientras esperaban a que el baile
terminara para poder unirse al siguiente.
―Te dije que estaban esperando que regresara solo, la
Corte realmente necesita algo más escandaloso para hacer
hincapié que un hombre que duerme con su esposa.

232
Sebastian encontró a Marie hablando con un par de
jóvenes damas. Por un momento, tuvo una punzada de
culpa por dejarla enfrentarse a la Corte por su cuenta, pero
por su expresión, ella estaba feliz, su rostro vivo y los ojos
brillantes.
Anthony vio a quien Sebastian estaba mirando. ―Le
dije que la acompañarías mañana para reunirnos con Priard
en la Torre y que luego volveríamos a la residencia para
celebrar su liberación durante la cena antes de partir de
nuevo a Crofton Hall.
Una ronda de aplausos marcó el final de la danza, y
Anthony tomó la mano de Sebastian y se unió a las otras
parejas que estaban esperando a que la música comenzara
de nuevo. Comenzaron con una pavana29 y Sebastian notó
que las miradas de la corte los seguían mientras bailaban
con elegancia los cinco pasos lentos como pareja, tocándose
solamente con los dedos, y Sebastian de alguna manera
logró no tropezar con el dobladillo de su vestido o chocar
con las otros parejas en la fila.
La pavana dio paso a una gallarda más alegre, y
Sebastián se alegró de haber bailado varias veces en Crofton
Hall, de lo contrario habría hecho el ridículo, él habría
estado seguro de haber tropezado con sus propios pies y
estrellarse en el suelo. Sin aliento al final, se excusó de otro
baile, pero esperaba que Anthony continuara con una pareja
diferente, por lo que se sorprendió cuando Anthony también
dejó el baile.

29
La Pavana (Inglés: pavane) es una danza procesional común en Europa durante el siglo XVI.

233
―Podrías haber continuado si querías ―dijo Sebastian,
tomándose el vino de un solo trago de la copa que un
sirviente le había entregado.
―Ya me he esforzado más que suficiente para una
noche. Si Marie está de acuerdo, ¿te pondría feliz volver a
casa?
―Más que feliz.

234
MARIE estaba muy emocionada. Seguía jugando con el
abanico y los rizos de su peluca, aparentemente incapaz de
mantenerse quieta. Sebastian no podía culparla, sabiendo
que si le hubieran separado de Anthony el mismo tiempo,
también sería incapaz de controlarse.
―¿Sabes en que parte de la Torre habrá sido llevado?
―le preguntó a Anthony en el desayuno, que era más tarde
de lo habitual para poder tener unas cuantas horas más de
sueño y recuperarse de la noche anterior en la Corte.
―Lo más probable que en la Torre Cradle30 o la Torre
Sangrienta31 ―respondió Anthony, mientras se servía una
rebanada de jamón frío.
―¿No en las mazmorras?
―Hasta donde yo sé, sin haber tenido el placer de una
estancia en la Torre, las mazmorras no son donde la mayoría

30
Torre Cradle: Entre 1348 y 1355, una segunda compuerta, la Torre Cradle, se añadió al este de
la Torre de Santo Tomás para el uso privado del rey Eduardo III, que posteriormente fue usado
como prisión.
31
Torre Sangrienta o Torre de la Tortura (en inglés Bloody Tower), constituía la entrada
principal al patio interior desde la orilla del río. La cámara era un apartamento de lujo, que se
usaba para retener a presos de alto rango. La Torre se denominó inicialmente Garden Tower,
ya que se encuentra al lado del jardín, pero recibió su nombre actual durante el periodo de
reinado de los Tudor. Varias muertes tuvieron lugar en la torre.

235
de los presos de la Corona están alojados. Así que no me
preocuparía demasiado por su alojamiento ―dijo Anthony.
Sebastian pensó que Marie no necesitaba saber sobre
los rumores de las actividades reales que sucedían en las
mazmorras. Y esperaba que Priard no se hubiera
garantizado una visita a una de las Torres más reconocidas
por sus talentosos torturadores durante su estancia, de lo
contrario Priard podría ser varios centímetros más alto de lo
que ella recordaba o que le falten un par de importantes
partes del cuerpo32.
Anthony se apartó de la mesa, quitándose unas migajas
díscolas de su jubón. ―Si ya terminaron ustedes bellas
damas, creo que es hora de partir. No queremos mantener a
nuestros jóvenes enamorados separados por más tiempo del
necesario.
Marie se puso de pie incluso antes de que Anthony
terminara de hablar, saltando de un pie a otro mientras
esperaba que Sebastian terminara su taza. Se dirigieron al
patio y subieron al carruaje que ya había sido preparado y
esperaba por ellos. Sebastian nunca había visto a Marie
moverse tan rápido y de una manera tan poco femenina, tal
era su desesperación para ponerse en marcha.
El carruaje se abrió paso lentamente a través de las
calles de la ciudad. Sebastian no pudo evitar ser entretenido
por las payasadas de Marie, ella constantemente asomaba la

32
La autora se refiere a los instrumentos de tortura de la época: el potro o ecúleo. El acusado
era atado de pies y manos a una superficie conectada a un torno. Al girar el torno tiraba de las
extremidades en sentidos diferentes, usualmente dislocándolas pero también pudiendo llegar a
desmembrar.

236
cabeza por la ventana para ver porque tardaban tanto
tiempo, o chasqueaba la lengua con impaciencia y
murmuraba quejas en francés en voz baja. Cruzaron el
puente hacia el lado sur, siguiendo el río hasta que se
detuvieron en la ribera opuesta a la Torre.
Las campanas de una iglesia cercana sonaron dando las
once en punto. Anthony descendió en primer lugar,
ayudando a Marie y a Sebastián a apearse, y señaló hacia la
compuerta de la Torre de Londres.
―Joseph debe aparecer en un bote de remos por esa
dirección.
Como era de esperar, unos momentos después, un
pequeño bote salió a la vista. Sebastian miró con los ojos
entrecerrados mientras trataba de distinguir quién estaba en
el bote, pero sólo fue una vez que se acercaron que pudo ver
que había dos personas: uno era el remo, el otro, un
pasajero. Marie lanzo un chillido agudo cuando vio el bote,
y el ruido estridente hizo que Sebastian hiciera una mueca
de dolor.
El bote se acercó lentamente a la orilla, y el joven, que
Sebastian pensó que debía ser Joseph Priard, no se veía
como si hubiera pasado algún tiempo como prisionero en la
Torre. Su atractivo rostro estaba limpio y completo, sin
signos de delgadez o anillos oscuros bajo sus ojos brillantes,
y su barba rubia y su bigote estaban recortados
cuidadosamente. Llevaba ropa elegante, de moda, sin ni
siquiera una arruga, y mucho menos las manchas
cuestionables. Cuando Priard bajó del bote, no había ningún
signo externo de maltrato, él se irguió sin encorvarse, y
cuando vio a Marie, echó a correr, sin dar ninguna

237
indicación de que el esfuerzo físico le había causado algún
dolor.
Priard cogió a Marie en brazos y la hizo girar mientras
intercambiaban besos apresurados y un torrente de palabras
de cariño, hablaban con tanta rapidez y en francés que
Sebastián sólo capturó la mitad de las palabras lo mejor que
pudo, pero entendía el sentimiento detrás de ellas
totalmente. Sebastian sonrió a Anthony mientras deslizaba
su mano en la suya y le apretaba mientras los amantes se
abrazaban, sorprendido de que Anthony hubiera optado por
hacerlo, sin esperar a que él reaccionara a la escena en frente
de ellos.
―Ah, el amor joven ―suspiró Anthony.
―¡Ella es sólo un año más joven que yo! ―dijo Sebastian
con un juguetón empujón.
Priard finalmente pareció darse cuenta de que él y
Marie no estaban solos, y la bajó, pero le cogió la mano,
negándose a estar separado de su Marie. ―¿Lord Crofton?
―preguntó.
Anthony bajó la cabeza. ―Y usted debe ser Monsieur
Priard.
―Sería un honor si me llamara Joseph. ―Priard hizo
una profunda reverencia, sin enderezarse sino
permaneciendo inclinado―. Le debo mucho.
―Por favor, fue un placer para mi esposa y para mí
ayudar a Lady Valois.
Priard se enderezó, se apoderó de la mano de Sebastian
y la besó. ―Milady.

238
Anthony palmeó calurosamente a Priard en su hombro.
―Tomemos el carruaje de regreso a mi residencia y podemos
celebrar su libertad y puede decirnos cómo la va dedicar.
Joseph estuvo de acuerdo ansiosamente, y Sebastián se
encontró de nuevo a bordo del carruaje. Marie apenas podía
apartar los ojos de Joseph y Joseph le devolvía la mirada,
igualmente cautivados, sentados lado a lado. Anthony rodó
sus ojos y Sebastian tuvo que ocultar su sonrisa.
―Por lo tanto, Joseph ―dijo Sebastian para llamar la
atención del joven―. ¿Tiene la intención de volver a Francia?
Apartando la mirada de Marie, Priard respondió: ―Sí,
lo antes posible, Milady. He reservado un pasaje en un barco
con salida desde Plymouth en dos días.
―Qué casualidad que haya podido encontrar pasaje tan
pronto ―dijo Sebastian―. Debe estar ansioso a llegar a casa.
―La Reina Elizabeth ha sido muy indulgente en su
perdón, y le pidió a uno de sus asesores que se asegurara de
que pudiéramos volver a Francia tan pronto como sea
posible.
La noticia no fue una sorpresa para Sebastián, ya que
sabía el nuevo papel de Joseph en la Corte Francesa, pero se
aseguró de no demostrarlo. ―Me atrevería a decir que
después de su estadía en la Torre, no puede esperar para
volver a casa.
―Oh, no estuvo tan mal ―dijo Joseph con un
encogimiento de hombros―. Me he alojado en peores hoteles
que la Torre Cradle, y la comida era mejor que en algunas de
las tabernas en Southwark.

239
―Es mejor no preguntar lo que ponen en algunos de los
misteriosos pasteles de carne que venden por ahí ―dijo
Anthony con una carcajada―. Pongámoslo de este modo,
uno nunca ve gatos o perros callejeros alrededor de la zona.
Sebastian creyó ver a Joseph estremecerse. Sabía que no
debía cuestionarse lo que en realidad era la carne en algunas
tabernas, por la respuesta, si era cierta, era mejor no saberlo.
El carruaje avanzaba lentamente de nuevo a la casa y su
conversación volvió a sumirse en el silencio cuando Marie y
Joseph cayeron una vez más en la anhelante mirada uno al
otro. Anthony susurró al oído de Sebastian: ―Algo me dice
que van a tener una ardiente necesidad de refrescarse
cuando lleguemos.
Sebastian lanzó una mirada a la pareja para ver si lo
habían escuchado, pero incluso si lo hubieran hecho, no
tenían ninguna preocupación por nada que no fueran ellos.
―No se debe juzgar a todos los hombres por tus
principios ―le dijo a Anthony, divertido.
―Eso no quiere decir que esté equivocado.
Pero comprobaron que Anthony estuvo equivocado
cuando llegaron, ya que Joseph rechazó la oferta de
mostrarle su cuarto a fin de tener una cena de celebración. Y
si Marie estaba decepcionada, lo escondió bien.
Un magnifico despliegue de ganso asado y carne de
venado los recibió en la mesa del comedor, y Anthony
encargó a un sirviente que traiga de la bodega un par de
botellas de su vino favorito.

240
―Gracias de nuevo por su hospitalidad, Lord Anthony
―dijo Priard, sirviéndose un gran trozo de carne―. Espero
que no estemos retrasando su regreso a Crofton Hall.
―No, en absoluto. Aunque lady Bronwyn y yo estamos
ansiosos por volver a casa, habíamos planeado no hacerlo
hasta esta tarde.
―Espero que el carruaje viaje más rápido para ustedes
de lo que lo conseguido esta mañana ―dijo Marie.
―Será una vez que dejemos la ciudad, aunque iré
montando esta vez ―dijo Anthony―. Estoy muy ansioso por
estar de nuevo en la montura.
―¿Estás seguro de que eso es prudente? ―preguntó
Sebastian―. ¿Está tu herida lo suficientemente bien como
para montar de nuevo?
―Te preocupas demasiado, querida. ¡No me he sentido
tan bien en años! Y unas pocas horas al aire fresco en el lomo
de un caballo sólo me favorecerá.
Lo dijo de tal manera que Sebastian supo que Anthony
no se iba a dejar persuadir de lo contrario, no importaba lo
que dijera.
―Entonces supongo que tendré que conformarme con
mi propia compañía en mi viaje de regreso a casa.
―Sabes que nunca estoy en mi mejor humor cuando
estoy confinado a un carruaje. ―Anthony palmeó la mano de
Sebastian―. Tu propia compañía sería mejor que la mía
cuando estoy irritado.
Sebastian rodó los ojos. ―Por supuesto.

241
―¿Y cómo pretende pasar su primera noche de libertad,
Joseph? ―preguntó Anthony, y Sebastián sospechó que
quería cambiar el tema de la conversación.
―Creo que necesito asegurarme de no haberme perdido
algo importante en la vida de Marie desde que estuvimos
separados.
―Es sin duda una novedosa forma de describirlo ―dijo
Anthony, levantando su copa en un brindis a Joseph, que le
devolvió con una sonrisa.
Sebastian tuvo que tragar una risita cuando Marie se
sonrojó. ―Yo diría que ustedes caballeros deberían tomar
consideración de las incomodidades de una dama ―dijo
Sebastian, diligentemente en ayuda de Marie.
Ambos hombres tuvieron la decencia de parecer
avergonzados, pero Sebastian sabía que reprender a
Anthony sobre tales cosas caería en oídos sordos, sería más
fácil para su amante renunciar a respirar que dejarse llevar
por insinuaciones.
La cena llegó a su fin, todos habiendo comido y bebido
el vino hasta saciarse. Al dejar la mesa, Anthony recomendó
a Joseph visitar uno de los teatros, si su horario lo permitía,
pero a juzgar por el aspecto que Joseph y Marie tenían en
común, Sebastian dudaba que dejaran su habitación de la
casa, hasta que llegara el momento de partir hacia Plymouth.
Cuando Sebastián entró en el patio, su equipaje y el de
Anthony habían sido colocados en el carruaje de los
sirvientes y que ya estaban en camino de regreso a Crofton
Hall. Su carruaje estaba esperando, y Sebastián se dio cuenta
de que había un hombre más de guardia. Había también un
caballo esperando a Anthony.

242
―Por favor, dime que no te referías a viajar solo
―preguntó Sebastián a Anthony, preocupado ante la idea.
―No te preocupes. Cuando estaba en la corte, arreglé
montar con Lord Porter. Nos encontraremos en el lado norte
del puente, está visitando la finca Aston, por lo que
acordaron viajar juntos.
Marie y Joseph llegaron a despedirlos. Ella echó los
brazos alrededor del cuello de Sebastian. ―No puedo
agradecerle lo suficiente por todo lo que has hecho, lady
Bronwyn ―dijo Marie―. Si no fuera por usted y Anthony,
quizá nunca hubiera visto a Joseph de nuevo.
―No pienses en eso ―dijo él.
Marie sonrió. ―Y gracias por haberme acogido en su
casa.
Anthony montó en su caballo y saludó al salir, y
Sebastián no pudo evitar preocuparse de que Anthony
pudiera agravar su herida. Suspiró, sabiendo que no había
nada que pudiera hacer al respecto, y subió a su carruaje.
Sebastian se asomó por la ventana mientras el carruaje
se alejaba. Saludó a Marie y Joseph. ―La próxima vez que
estén en Inglaterra, deben quedarse con nosotros en Crofton
Hall ―gritó.
―Y usted tiene que venir con nosotros si alguna vez se
encuentra en París ―respondió Joseph.
Dejando la casa atrás, el carruaje entró en las calles de
Londres, y al igual que en la mañana, avanzaron lentamente,
pero se vio agravado por uno de los caminos que estaba
bloqueado por un carreta que había derramado su carga de
productos agrícolas. Estuvieron atrapados durante casi una

243
hora mientras la obstrucción era despejada y la acumulación
de tráfico logró facilitar su camino a través de las estrechas
calles. Sebastian se dio cuenta que el sol estaba
considerablemente más bajo en el cielo en el momento en
que salieron de la ciudad. Era más tarde de lo que
esperaban, y esperaba que el cochero fuera capaz de
recuperar algo del tiempo. Lo último que quería era que
Anthony se preocupara cuando no llegaran a tiempo.
Los caminos estaban anegados en partes por las fuertes
lluvias que habían caído la noche anterior, los caballos
luchaban en los surcos lodosos y el cochero tenía que reducir
la velocidad a cada momento para compensar.
La luz se desvanecía al entrar en Epping Forest, y
Sebastián recuperó el estilete de debajo del asiento,
sintiéndose más feliz de estar armado. Las largas sombras de
la noche hicieron extraños patrones en el interior del
carruaje, y Sebastian ni siquiera podía distraerse leyendo, ya
que la luz era demasiado pobre para hacerlo. Rara vez había
viajado por la noche, incluso durante sus días de actuación.
Las compañías teatrales a las que Sebastian se había
unido por lo general se acostaban para pasar la noche en los
establos en vez de correr el riesgo de viajar de noche, sin
importar lo mucho que deseaban llegar a un nuevo lugar.
Desde los gritos del conductor y los sonidos de los
chasquidos del látigo, los caballos no estaban siendo tan
cooperativos como de costumbre, y Sebastián no los culpó
por estar inquietos por la poca luz del bosque y la superficie
implacable por la que tuvieron que viajar.
Hubo un fuerte estallido y un destello de luz, y un
sonido como si algo se hubiera caído al techo del carruaje.
Sebastian miró por la ventana y vio el cuerpo de uno de los

244
guardias rodando lejos del carruaje. Casi de inmediato, un
trueno de cascos descendió sobre ellos y Sebastian vio a un
grupo de hombres a caballo cerca de la parte trasera del
carruaje. Se agachó hacia el interior y se deslizó hasta el
suelo, agarrando el estilete con fuerza. Su corazón latía con
fuerza en su pecho, y rezó para que pudieran escapar de sus
atacantes.
Otro estallido, que Sebastian solo pudo asumir era el
sonido del fuego del mosquete y seguido de un aullido de
dolor. La mente de Sebastian llena de temor al darse cuenta
de que el carruaje estaba empezando a disminuir. Ellos se
detuvieron con los caballos asustados relinchando y
encabritados, y quien sea que haya quedado tratando de
conducir el carruaje no estaba teniendo éxito al tratar de
calmarlos.
Sebastian no tenía que ver afuera para saber que el
carruaje estaba rodeado. El ruido de los otros caballos y las
burlas de los hombres exigiendo la rendición le dijo todo lo
que necesitaba saber. Un lanzamiento tenue de luz de las
antorchas ardiendo se derramó en el carruaje, y Sebastian se
sentó paralizado por el miedo, incapaz de hacer otra cosa
que esperar.
La puerta del carruaje se abrió de un tirón y un hombre
se asomó. Su antorcha le dio a Sebastian luz suficiente para
verlo. Tenía un rostro angosto, sucio y envejecido por una
vida a la intemperie en lugar de la edad, y el pelo que se
extendía largo, grasiento hasta los hombros. Sebastian
arrastró los pies lo mejor que pudo mientras el hombre se
inclinaba para agarrarlo, instintivamente arremetió con la
hoja mientras se acurrucaba contra la otra puerta.

245
―¡Cálmate! ―Ordenó el hombre―. No voy a hacerte
daño.
Sebastian no iba a confiar en la palabra de un bandido e
intento de nuevo golpearle con la hoja, decepcionado de no
tener éxito en darle. Pero no se dio cuenta hasta que fue
demasiado tarde, que la otra puerta del carruaje se abrió y
cayó de espaldas fuera del carruaje, estrellándose contra el
suelo del bosque húmedo.
El estilete se le cayó de la mano y fue lanzado lejos de
su alcance. Fue arrastrado a sus pies por dos enormes manos
sujetadas alrededor de sus muñecas. Sebastian no tenía
ninguna posibilidad de luchar contra la bestia de hombre
que lo había atrapado. La bestia era más grande y más
amplio que cualquier otro hombre que jamás haya visto, y
Sebastian estaba impotente cuando sus muñecas fueron
atadas a la espalda por el hombre de rostro angosto que se
había abierto paso a través del carruaje para llegar a él.
―Tráela.
Sebastian intentó resistirse, pero la bestia se echó a reír
y lo levantó, lanzándolo por encima del hombro, y una
mano sobre sus piernas detuvo a Sebastian de dar patadas.
Desde esta posición incómoda, Sebastian vio otros tres
hombres que seguían a caballo; uno armado con un
mosquete, los otros dos con ballestas. También vio los
cuerpos del cochero y los guardias restantes.
El bandido que había subido al carruaje montó un
caballo y palmeó el espacio delante de él.
―Ponla aquí, y amárrale sus pies para evitar que de
patadas. La llevaremos de vuelta al campamento por unas
horas.

246
Hubo una asquerosa carcajada de alguien que
Sebastian no pudo ver.
―Menos de eso, Sal. Aquí Lady Crofton no debe ser
tocada. La Rana33 fue muy claro en eso.
―Como si ella nos gustara, Fletch ―resopló otra voz―.
Con una cara como la suya, mi polla tendría problemas para
conseguir ponerse lo suficientemente rígido para intentarlo.
―No puedes ver una cara en la oscuridad ―dijo una
voz diferente.
―¡Deja eso! ―dijo Fletch, cuyo caballo Sebastian se dio
cuenta de que ahora estaba tendido―. No estoy a punto de
perder una bolsa de oro sólo porque ustedes muchachos
están en celo. Pueden comprarse una semana entera con una
chica bonita y dispuesta, una vez que la Rana nos pague.
Sebastian esperaba que sus sospechas de quién era "la
Rana" fuera equivocada y que no fuera a ser entregado a
Nicholas Valois, pero no podía pensar en nadie más que
tuviera razones para pagar a un grupo de bandidos para
capturar a Lady Crofton. Fletch ordenó a los demás hombres
que buscaran en el carruaje por cualquier cosa que valiera la
pena tomar y traerlo de vuelta al campamento. Sebastian no
podía ver lo que encontraron, pero no encontrarían nada
que valiera la pena, y era sólo cuestión de minutos antes de
que la banda terminara y volvieran sobre sus caballos,
internándose más profundo en el bosque.

33
“La Rana” es un apodo o nombre en clave por el que se da a conocer la persona que ordena el
secuestro de Lady Crofton, que como se verá más adelante se trata de Nicholas Valois.

247
―Ahora, nos dirigiremos de regreso al campamento.
Sal, ve a enviar un mensaje a la Rana, estaré en el lugar
acordado a la madrugada.
Estar atado y arrojado sobre un caballo era incómodo
por decir lo menos, sobre todo porque no estaban
exactamente viajando lentamente. El cuchillo en la mano de
Fletch mantenía la boca de Sebastian cerrada, y no tenía idea
de cómo iba a salir del lío en que se había metido. Su única
esperanza ahora era que Anthony enviara un equipo de
búsqueda cuando el carruaje no se presentara, y que de
alguna manera sería capaz de seguir la pista del camino que
sus captores habían tomado.
Sebastian no podía juzgar cuánto tiempo habían estado
viajando, podrían haber sido horas o minutos, pero lo único
de lo que estaba seguro era de la ansiedad que crecía en su
interior. Quedaba un poco de luz del día y sin dudas se
dirijan más adentro en el bosque basado en la oscuridad
causada por la densidad de los árboles. Y si por algún
milagro se las arregla para escapar, Sebastian seriamente
dudaba de que fuera capaz de encontrar su camino de
regreso al camino principal o encontrar el pueblo más
cercano.
El grupo salió a un claro donde un gran fuego
proporcionaba luz y calor. Sebastian pensó que podía oler
algún tipo de cocción de carne e hizo que su estómago se
sacudiera. Una voz de hombre gritó:
―¿Tuvieron éxito?
Fletch desmontó y ató las riendas del caballo a un
árbol. Desató los pies de Sebastián y le jaló del caballo.
Sebastian cayó hacia delante cuando sus pies tocaron el
suelo, pero Fletch le impidió caer al suelo.

248
―Le presento a Lady Crofton.
El hombre que estaba detrás era mucho mayor que los
demás, y cojeó hacia adelante, arrastrando su pierna
izquierda mientras se movía.
―¿Qué quieren de mí? ―exigió Sebastian, sonando más
valiente y más sereno de lo que realmente estaba.
Fletch desató las manos de Sebastián sólo para
amarrarlas al frente de él.
―¿Nosotros? Nada, se lo aseguro, Lady Crofton, pero
hay un caballero francés que está dispuesto a pagar una gran
cantidad de dinero por usted.
―Lo que sea que le haya ofrecido, mi marido pagará
más.
―Estoy seguro de que Lord Crofton tiene los bolsillos
muy llenos, pero él no pensara en nada más que quitarnos la
cabeza una vez que nos haya pagado.
Fletch agarró uno de los brazos de Sebastián y el rollo
de la cuerda y tiró de él hacia un árbol en el borde del claro.
Un saco de dormir había sido colocado al pie de este árbol y
Fletch obligó a Sebastian a sentarse en el suelo. Fletch estaba
siendo más suave de que lo Sebastian había esperado, y sus
manos, las cuales notó eran nudosas y resquebrajadas, con
uñas sucias, nunca se desviaron en algún lugar poco
apropiado cuando se puso en cuclillas y ató a Sebastian al
árbol.
―Sé que usted no tiene ninguna razón para confiar en
mí, Milady, pero le juro que no le haremos daño ―dijo
Fletch.

249
―Pero tiene la intención de entregarme a alguien que lo
hará.
Fletch se puso de pie. ―Me temo que estos son tiempos
desesperados. Algunos de nosotros no tenemos el lujo de
vivir en abundancia.
―No necesito escuchar sus excusas. El hecho de que me
entregará a Valois ileso, no crea que no le hace tan culpable
como él.
Fletch no dijo nada, pero le dio la espalda y se fue y se
sentó junto al fuego, donde el hombre mayor le entregó un
plato de lo que Sebastian sospechaba era una especie de
guiso.
El resto de los bandidos tomaron sus lugares junto al
fuego, las llamas iluminaban un grupo de rostros cansados
marcados por la vida afuera que llevaban estos hombres,
donde cada día era una lucha para asegurar que sus
estómagos estén llenos y estaban a un paso por delante de la
soga del verdugo. El campamento le parecía a Sebastian
como si fuera algo que pudiera ser abandonado en cualquier
momento, nada se había desempaquetado que no se
estuviera utilizando. A un lado había unos bultos
amontonados junto a los caballos. Sebastian asumió que
tenían las posesiones del grupo, listas para ser cargadas en
cualquier momento si era necesario.
Sebastian, satisfecho de que los bandidos estaban
ocupados con la cena, se retorció para ver si sus ataduras
cedían. Desafortunadamente, Fletch parecía muy
competente en atar nudos, y no importaba lo mucho que lo
intentara, sus ataduras no aflojaban, y lo único que logró fue
restregar sus muñecas en carne viva contra las cuerdas. La
temperatura estaba bajando, y Sebastián recibió poca calidez

250
del fuego dada la distancia en que se encontraba. Se
estremeció involuntariamente cuando el aire se hizo más frío
mientras la noche avanzaba y la humedad comenzaba a
penetrar en su ropa.
El bandido conocido como Sal regresó de su misión un
rato más tarde, él se paseó derecho pasando el fuego y se
dirigió directamente al árbol de Sebastian. Sal se agachó y
Sebastian trató de alejarse de él, pero el tronco del árbol se lo
impidió con eficacia. Sal era un hombre guapo, o que lo
hubiera sido con un afeitado y un corte de pelo, pero había
un brillo depredador en sus ojos que Sebastian pensó era
cualquier cosa menos atractiva.
Sal se adelantó y pasó un dedo por la mejilla de
Sebastian. ―No sé lo que Valois ve en ti, pero él está
dispuesto a hacer casi cualquier cosa por usted. Me
encantaría saber lo que tienes debajo de tu falda que
compense su falta de una cara bonita.
―Te dije que la dejaras en paz ―llamó Fletch desde su
lugar junto al fuego, ni siquiera se volvió a mirar.
―Vamos, Fletch. Esta criatura ha logrado casarse con
Crofton y tiene un francesito tras ella... debes tener
curiosidad de saber qué es lo que hay de especial en ella.
Sebastian volvió la cara cuando Sal se inclinó más cerca.
Sal de repente fue arrastrado lejos y acabó tumbado sobre su
espalda cuando Fletch se puso sobre él, enojado y molesto.
―¡Me pregunto nada más si me van a pagar por ello o
no! Ahora aléjate de ella, o voy a moverte yo mismo.
―¿No puede un hombre hacer una broma? ―dijo Sal,
pero Sebastian no creyó que estaba bromeando acerca de su
intención.

251
La mano de Fletch se trasladó a la empuñadura de su
daga metida en el cinturón.
―Sabes el acuerdo que tenemos, y no estoy dispuesto a
dejar que lo arruines.
Al principio Sebastian pensó que Sal iba a discutir, pero
en lugar de eso se levantó y, sin decir una palabra más, se
alejó para sentarse junto al fuego, seguido de cerca por
Fletch.
Uno por uno, los hombres terminaron de comer y se
alejaron del fuego para acomodarse en sus sacos de dormir,
y sólo uno permaneció en guardia y para mantener el fuego
encendido. Fletch se acercó a Sebastian llevando un ropaje
enrollado, lo sacudió y resultó ser una manta de viaje, con el
cual Fletch cubrió a Sebastian.
―Puede llegar a hacer un poco de frío aquí afuera a la
noche ―dijo Fletch―. Esto mantendrá el frío alejado.
Sebastian no dijo nada. No iba a agradecer a Fletch por
darle un manto cuando era culpa del bastardo que tuviera
frío en primer lugar. Fletch se acostó a unos metros de
distancia, sin duda eligiendo ese lugar para proteger a su
presa de posibles inconvenientes durante la noche.
La noche en el bosque no era un lugar donde Sebastian
podría dormir fácilmente. Las sombras jugaban trucos con
su visión, haciéndole inseguro de lo que era verdadero o
falso, y los extraños ruidos que oía a ratos sólo añadían
inquietud. Cada crujido en la maleza era captado por sus
oídos, el mínimo movimiento lo tenía mirando con ojos
entrecerrados la oscuridad para detectar cualquier peligro
potencial. Estaba más allá de su entendimiento como alguien
podría dormir aquí, en el bosque, incluso con alguien

252
vigilando cerca. Los ronquidos procedentes de Fletch y sus
compañeros demostraban que los bandidos no tenían esa
dificultad.
Sebastian se obligó a cerrar los ojos, convenciéndose en
la creencia infantil que lo que no se puede ver no te puede
dañar. Llenó su mente con pensamientos de Anthony y rezó
en silencio para que alguien haya sido testigo de la
emboscada del carruaje y haya enviado un mensaje a
Crofton Hall.
Racionalmente, sabía que era una posibilidad remota,
pero Sebastian disipó esas dudas cuando por ahora no había
forma de escapar. Las cuerdas estaban atadas demasiado
apretadas, y Sebastian no tenía nada remotamente lo
suficientemente afilado para cortarlas. Pensó que su mejor
esperanza era derribar a Valois, una vez que estén los dos, y
aunque nunca había sido un luchador, prefería morir en el
intento de escapar que sucumbir a la muerte en manos de
Nicholas Valois.
A pesar de la situación, Sebastian debió haberse
quedado dormido en un momento dado, el agotamiento
anulando sus temores, porque se despertó de golpe al oír el
sonido de movimiento en el claro. Fletch estaba despierto y
tenía una pila de madera en la mano, que meticulosamente
colocó, pieza por pieza, en el fuego para reforzar las llamas.
Sebastian se quejó en voz baja de los dolores en los brazos y
las piernas, mientras trataba de estirarse.
El saco de dormir lo había protegido de lo peor de la
humedad, pero una noche en el suelo del bosque estaba muy
lejos de la comodidad de la cama que compartía con
Anthony en Crofton Hall. Una pequeña bendición era que
su peluca parecía que aún estaba en su lugar, pero Sebastian

253
sabía que sólo sería otro día, dos a lo sumo, antes que
necesitara afeitarse o la ilusión de la feminidad se evaporaría
cuando surgiera su barba negra.
Fletch se puso en cuclillas frente a él.
―¿Tiene hambre? ―Sebastian negó con la cabeza. Fletch
le tendió un puñado de bayas ―. ¿Está segura?
―Por alguna razón inexplicable, el apetito me ha
abandonado.
Fletch resopló, y Sebastián pensó que sonaba divertido.
―Usted es diferente a las otras damas elegantes que he
encontrado. No hay lágrimas ni histeria. Creo que puedo ver
lo que Crofton y Valois quieren de usted.
―Por favor no se enfade si no sonrío como una tonta
por su elogio.
Fletch sonrió y se acercó a la parte trasera del árbol y
desató las cuerdas. ―Es hora de que nos deje.
―Por favor, deje que me vaya ―dijo Sebastian con
calma, y aunque pensó que apelar a este hombre no tendría
sentido, aún tenía que intentarlo
―No puedo hacer eso.
Apartó la manta de viaje y la echó a un lado, y
Sebastián fue forzado a levantarse, con el cuerpo dolorido
protestando en cada movimiento. Tenía las manos una vez
más atadas a la espalda y lo condujeron hacia los caballos.
Fue empujado al caballo de Fletch de la misma manera que
antes, y otra vez sus pies estaban atados, esta vez con la
ayuda del hombre mayor con la cojera que se había
levantado para ayudar a Fletch.

254
Fletch montó en el caballo. ―No debería tardar más de
una hora por ahí. Levanten el campamento. Sería prudente
que nos movamos una vez que vuelva, por si acaso alguien
quiere seguirme de vuelta aquí.
Era casi el amanecer y la luz gris fue poco a poco dando
paso a la luz brillante del sol. El paseo por el bosque era tan
incómodo como la noche anterior, y la leve iluminación no
mejoró el viaje. Sebastian no podía decir en qué dirección
iban, pero los árboles empezaban a escasear, así que pensó
que debían estar dirigiéndose hacia uno de los principales
caminos que corrían por el bosque.
Se redujo la marcha, y luego se detuvieron
completamente. Fletch desmontó, desató los pies de
Sebastián, y lo bajó del caballo. Estaban en otro claro, no era
tan grande como en el que habían pasado la noche, y Fletch
desató sus muñecas, Sebastian entrecerró los ojos para ver a
través de los árboles y pensó que podía divisar uno de los
caminos principales.
El sonido de ramas rompiéndose debajo de los pies les
alertó de que alguien se acercaba. Y, por supuesto, Nicholas
Valois apareció, con la espada desenvainada y vestido
impecablemente. Tenía el pelo y la barba bien recortados, y
Sebastián podría oler su perfume embriagador, incluso a la
distancia de donde él se encontraba. Dondequiera que
Nicholas había estado en las semanas posteriores a su duelo
con Anthony, no había manera de que él haya pasado sus
noches durmiendo en el suelo del bosque.
―¿Tienes el dinero? ―preguntó Fletch, agarrando el
brazo de Sebastian fuertemente.
―Por supuesto ―respondió Nicholas. Metió la mano en
su chaqueta y sacó una pequeña bolsa, que arrojó a Fletch.

255
Fletch dejo ir a Sebastian para comprobar el contenido
de la bolsa, y una vez satisfecho, empujó a Sebastian hacia
Nicholas con un firme empujón en la espalda.
―Es toda tuya.
Antes de que Sebastian pudiera decir nada, Fletch ya
estaba montando su caballo, y momentos más tarde, se
perdió de vista, ocultado por los árboles mientras se
marchaba.
―¿Qué crees que estás haciendo, Nicholas? ―exigió
Sebastian.
Nicholas envainó la espada. ―Yo creo que era obvio,
Bronwyn. Te he rescatado de tu bruto marido.
Sebastian no podía creer lo que estaba oyendo. ―¡Estás
loco! Anthony no es bruto, y no tengo deseos de que me
rescates de él.
―Él claramente ha corrompido tu mente. Pero no te
preocupes, mi amor, pronto voy a rectificar eso.
Nicholas se acercó para agarrar a Sebastian, pero
Sebastián no estaba dispuesto a rendirse sin luchar.
Hizo girar su brazo hacia atrás, formando un puño y
golpeó a Nicholas lo más fuerte que pudo. Nicholas se
tambaleó hacia atrás, y Sebastián aprovechó la oportunidad
para recoger sus faldas y se preparó para correr. Se quitó las
zapatillas y salió corriendo entre los árboles lo más rápido
que su ropa le permitía.
Sebastian oyó a Nicholas detrás de él, pero no miró
hacia atrás. Nicholas se chocaba contra las ramas y ganaba
terreno a cada paso, su perseguidor no estaba obstaculizado
por ballenas y corsetería. Sebastian eludió el camino de

256
Nicholas, tratando de esconderse detrás de un árbol y
lanzándose a la izquierda cuando Nicholas se lanzaba a la
derecha.
No había manera de que Sebastian pudiera seguir con
esto por más tiempo cuando no podía respirar lo suficiente,
pero ahora estaba más cerca del camino principal de lo que
había estado antes. Si sólo pudiera mantener a Nicholas
fuera del alcance de su mano durante el tiempo suficiente,
entonces tal vez tendría suerte y un carruaje podría pasar y
hacerle señas. Pero Nicholas fue rápido, y Sebastian calculó
mal la intención del otro hombre, mientras Nicholas se
abalanzaba sobre él haciendo contacto, enviando a Sebastian
de espaldas al suelo con Nicholas aplastándolo.
―No te imaginas cuántas veces he soñado con tenerte
de esta manera. ―Nicholas jadeó y trató de plantar un beso
en los labios de Sebastián.
Sebastian movió su cabeza, luchando por salir de
debajo del francés.
―No me sorprende que un animal como tú sueñe con
aprovecharse de alguien que no lo desea ―escupió
Sebastian, disgustado.
―Ah, Bronwyn, protestas demasiado. Te darás cuenta
finalmente de que no soy el enemigo aquí. Puedo darte la
felicidad que deseas, y me darás las gracias por rescatarte.
―Eres delirante. Nada que tomes de mí jamás será
dado de buena gana.
Sebastian intentó plantar un puñetazo en el costado de
Nicholas, pero no tuvo mucho impacto. Sin embargo,
sorprendió bastante a Nicholas que Sebastian fuera capaz de
empujarlo. Se dio la vuelta, buscando desesperadamente

257
ponerse de pie y así lo hizo. Segundos más tarde, Sebastian
aterrizó de nuevo boca abajo con Nicholas cubriéndolo, la
sensación de la erección de Nicholas era evidente, incluso a
través de todas las capas de ropa que llevaba puesto.
Nicholas le dio la vuelta.
―Entre más pronto dejes de luchar, más fácil será
―susurró Nicholas―. No quiero hacerte daño.
―!Entonces déjame ir!
Sebastian no podía moverse ahora, inmovilizado por el
cuerpo más pesado de Nicholas. Nicholas siguió cambiando
su peso un poco y su mano trazó su camino por el muslo de
Sebastian, tirando de su falda para tratar de abrirse camino
bajo la ropa de Sebastian. Sebastian intentó golpear a
Nicholas, no había forma de predecir cómo Nicholas
reaccionaría si llegaba lo suficientemente lejos debajo de las
faldas para darse cuenta de que la mujer a la que proclamó
amar no era en realidad una mujer en absoluto. Sebastian
dudaba que la opinión de Nicholas de yacer con un hombre
fuera igual que la de Anthony, e incluso si lo fuera, eso no
sería un verdadero consuelo para Sebastián si él decidiera
seguir su ejemplo.
Pero la lucha de Sebastian sólo parecía excitar más a
Nicholas. Sebastian estaba lleno de repulsión al sentir la
respiración entrecortada de Nicholas soplando en contra de
su piel y las caderas de Nicholas presionando contra su
cuerpo. Nicholas estaba obviamente desesperado por llegar
a lo que él pensaba que estaba oculto entre los muslos de
Sebastián.
El primer roce de los dedos sobre la verga de Sebastian
hizo que Nicholas se congelara. Saltó hacia atrás, y cuando

258
Sebastian trató de incorporarse, se encontró cara a cara con
la punta de la espada desenvainada de Nicholas.
―¿Qué diablura es esta?
―Puedo explicarlo ―dijo Sebastián, moviéndose hacia
atrás lejos de la espada y levantando las manos en señal de
rendición―. Yo no soy Bronwyn Crofton. Soy su hermano,
Sebastián Hewel. Nos conocimos en Crofton Hall,
¿recuerdas?
Los ojos de Nicholas se estrecharon. ―¿Qué?
―Cambié de lugar con mi hermana para ayudarla a
escapar de Anthony ―dijo Sebastian, pensando tan rápido
como pudo―. Sólo necesitaba tiempo para escapar, y le dije
que le ayudaría a escapar de la bestia que se hace llamar a sí
mismo su marido.
La punta de la espada de Nicholas bajó un poco, pero él
no parecía muy convencido. ―¿Pensaste que podías engañar
a su marido?
―No. Sólo a los hombres del carruaje. Bronwyn
necesitaba a alguien para salir de Londres en su lugar
mientras ella podía escapar a Northumberland, a la finca de
nuestro tío. Te dije que solía ser un actor y me he
especializado en papeles femeninos.
Nicholas lo miró con los ojos entornados con
incredulidad, y Sebastian oró que se tragara las mentiras que
le había dado.
―No te creo.
―¿Qué otra excusa posible podría haber? ―preguntó
Sebastian, sorprendido de lo tranquilo que parecía, dada la
velocidad en que su corazón latía.

259
―La que se hace llamar esposa de Crofton es un
hombre, y tú y tus actividades son una afrenta a Dios ya
toda la naturaleza.
―¡Eso es una locura!
―La reputación de Crofton en el lecho es bien sabida.
El rostro de Nicholas estaba contorsionado en una
mueca de disgusto y la punta de la espada fue nivelada en la
garganta de Sebastian. Miró a lo largo de la hoja, tragando
con dificultad, tratando de pensar en algo que decir que
podría convencer a Nicholas que la verdad que había
adivinado era una falacia absurda.
―¿Y por qué habría de arriesgar mi cabeza en un
bloque por un matrimonio de conveniencia? Piense en ello,
Nicholas. No tengo ninguna razón para arriesgar la vida por
algo tan absurdo que no engañaría a nadie por mucho
tiempo.
―Tú me has engañado.
―No, te lo dije, ¡estoy haciendo esto por mi hermana!
La verdadera Bronwyn está en camino a Northumberland.
Nicholas soltó un bufido. ―Tú eres un buen actor,
Sebastian Hewel. Bastante bueno, al parecer, por haber
engañado a la Corte Inglesa desde hace mucho tiempo.
―Escúchame, Nicholas, te equivocas.
―No lo creo. ―Nicholas sonrió―. Me has dado una gran
influencia sobre Crofton.
Sebastian no sabía si sus oídos le engañan, pero podría
haber jurado que oyó el ladrido de un perro. La cabeza de

260
Nicholas giró cuando Sebastian pareció oírlo de nuevo.
Hubo más ladridos y se estaban acercando.
―Levántate ―ordenó Nicholas.
Sebastian hizo lo que le dijo, la punta de la espada
todavía presente en su mente.
El sonido de los cascos acercándose se unió a los
ladridos, y el corazón de Sebastian se disparó en la
esperanza cuando a través de los árboles una jauría de
perros de caza apareció y reconoció a Henry entre ellos.
Momentos más tarde, cuatro caballos lo siguieron, y
Sebastian casi se hinco de rodillas por el alivio al darse
cuenta de que Anthony estaba sentado a horcajadas en uno
de los caballos, armado con una ballesta.
Nicholas empujó a Sebastian al suelo por lo que estaba
de rodillas y se puso detrás de él, presionando el filo de su
espada en la garganta de Sebastian.
―No te acerques más, Crofton. Y llama a los perros.
Los perros, incluido Henry, obedecieron al silbido
agudo del jefe de la cacería, uno de los hombres que
acompañaba a Anthony, pero los perros ladraban y
caminaban alrededor, deseoso de estar en movimiento de
nuevo. Sólo entonces Sebastian presto atención a los
hombres con Anthony. Wallace el mayordomo estaba allí,
también armado con una ballesta, al igual que otro sirviente
de mayor cargo.
Anthony levantó la ballesta. ―Deja ir a mi esposa,
Valois. Y podría dejar que te vayas.
―¿Esposa? ―Alardeó Nicholas triunfante―. ¿Es así
como llamas a esta criatura?

261
Sebastian vio el destello de comprensión cruzar la cara
de Anthony. ―Fuiste advertido ―fue la única respuesta de
Anthony.
El ruido sordo de la ballesta siendo lanzada hizo eco en
todo el bosque. El sonido de la espada de Nicholas
golpeando el suelo, seguido por su cuerpo, hizo tensarse a
Sebastian y se dejó caer hacia delante sobre sus manos y
rodillas, incapaz de reprimir un sollozo ahogado.
Anthony estaba con él en un instante, y le permitió que
lo arrojara entre sus brazos. Sin intentar ocultarlo, Sebastian
dejó que las lágrimas de alivio fluyeran y Anthony envolvió
sus brazos alrededor de él.
―Te tengo. Vas a estar bien.
Sebastian no podía moverse. Enterró la cara en el cuello
de Anthony y no lo dejaba ir, aferrándose fuertemente, sus
dedos se cerraron en el grueso brocado del jubón de
Anthony.
―¿Te lastimó? ―preguntó Anthony mientras acariciaba
la espalda de Sebastian.
―No ―murmuró Sebastian―. Pero no sé lo que habría
hecho si no hubieras llegado cuando lo hiciste.
Henry resopló alrededor de Sebastian, saltando sobre
su regazo. Anthony empujó suavemente al perro.
―Vamos, mi amor. Deja que te lleve a casa. Un baño,
algo de comer y dormir un poco te hará sentir mucho mejor.
Tomó un poco de persuasión –Anthony mostrando
mucho más paciencia de lo normal– para que Sebastian se
pusiera en pie, pero se negó a dejar ir a Anthony.

262
―Necesito que me sueltes por lo menos el tiempo
suficiente para que podamos subir en el caballo ―dijo
Anthony, sonando ligeramente divertido.
De mala gana, Sebastian lo soltó sólo el tiempo
suficiente para que Anthony montara el caballo negro, y de
inmediato extendió sus manos para ser levantado. Wallace
había desmontado y ayudó a Sebastian a subir en los brazos
de Anthony antes de regresar a su propio caballo.
Sebastian se aferró a Anthony, deliberadamente no
mirando el cuerpo de Nicholas, y a pesar que se sentó en la
parte delantera de la montura de Anthony, no era la forma
más cómoda de viajar, pero era mejor que ser lanzado sobre
el caballo de Fletch. Anthony lo abrazó con fuerza.
―Te tengo. Ahora estás a salvo.
Sebastian pasó la parte del viaje de regreso con la cara
enterrada en el hombro de Anthony. La enormidad de lo
que había pasado se estrelló sobre él, acabando con
cualquier deseo de fingir que todo estaba bien.
En cambio, Sebastian temblaba por el shock y quería
seguridad en la forma del calor de Anthony y la seguridad
de estar de vuelta en Crofton Hall. No prestó atención a la
salida del glorioso sol que había ahuyentado a los restos de
la aurora gris o la vegetación de la selva que atravesaban, y
si se le preguntara, no tendría idea de lo que había pasado
en el camino. A pesar de que no iban tan rápido como a
Sebastian le hubiera gustado, Anthony mantenía claramente
un ritmo constante debido al precario equilibrio que
Sebastian tenía en el caballo.
Cuando Crofton Hall apareció a la vista, Sebastian juró
que nunca había visto nada tan maravilloso.

263
―Cerca de casa ―dijo Anthony en voz baja―. Pero ten
cuidado, Miriam está en modo de mamá gallina por
completo. No escaparas de sus cuidados.

264
NO había nada propio de una dama en cómo Sebastian bajó
del caballo al llegar a Crofton Hall. Miriam, con su cara llena
de preocupación, lo detuvo de caer de rodillas y el brazo de
Anthony alrededor de su espalda le mantuvo erguido
mientras le ayudaron a entrar.
―Las criadas están llenando la tina en su habitación,
Milady ―dijo Miriam, palmeando su mano―. Voy a hacer
que envíen algo para comer después de haberse bañado.
Nada pesado, simplemente un poco de sopa y pan.
―No tengo hambre ―dijo Sebastián, con una sensación
de pesadez en las piernas cuando empezó a subir las
escaleras.
―Tienes que comer algo ―insistió Miriam, y por su
expresión, Sebastian sabía que Miriam no se dejaría
convencer.
Anthony debió sentir la molestia que Sebastian estaba
teniendo al subir las escaleras, ya que momentos más tarde
se encontró levantado por los brazos de Anthony, y subió las
escaleras de dos en dos, con Miriam siguiendo sus pasos.
Anthony no se detuvo hasta que llegaron a la habitación de
Bronwyn y colocó a Sebastian cuidadosamente en la cama
para que pudiera sentarse en el borde.

265
El fuego había sido encendido para disminuir el frío de
la habitación y una tina de madera, llena de agua con olor a
lavanda, estaba esperando para su uso. Sebastian lanzó su
peluca en la cama, y Miriam no dijo nada sobre su
tratamiento, un signo seguro de su preocupación.
―Levántate, Sebastian, para que pueda quitarte esa
ropa tan pronto como sea posible.
Sebastian hizo lo que pidió Miriam, Anthony le
observaba atentamente. Miriam aflojó los listones de las
mangas y el corpiño con dedos hábiles, quitando el vestido
sucio. La falda, cubierta con barro alrededor del dobladillo y
de manchas, fue la siguiente, seguido por su miriñaque y el
corsé hasta que Sebastian se quedó en calza y camisa.
―Gracias, Miriam ―dijo Anthony―. Voy a cuidar de él
de ahora en adelante. No creo que Sebastian quiera ver en
particular ese conjunto de ropa de nuevo.
Sebastian hizo un pequeño ruido de acuerdo, pero no
dijo nada. Él sonrió débilmente a Miriam mientras se
marchaba, y cuando la puerta se cerró detrás de ella, se
arrojó a los brazos de Anthony. Anthony lo abrazó con
fuerza.
―Pensé que te había perdido ―susurró Anthony contra
la piel de Sebastian.
Sebastian no podía hablar, un sollozo ahogado fue todo
lo que pudo manejar, y se aferró más fuerte. Anthony lo
empujó suavemente.
―Vamos a llevarte a la bañera antes de que el agua se
enfríe.

266
Sebastian asintió. Anthony cerró la puerta y volvió a
ayudar a Sebastian a quitarse su camisa y la calza antes de
guiarlo a través de la habitación y sujetarlo al entrar en la
bañera. Meterse en el agua caliente trajo consigo una
sensación reconfortante a medida que el calor ahuyentaba
los dolores en las piernas de Sebastián por haber pasado la
noche en el bosque húmedo. El olor de la lavanda llenó sus
sentidos, haciéndole sentir más tranquilo y más relajado.
Anthony se arrodilló al lado de la bañera, y Sebastián
se sintió aliviado de que estuviese cerca. Cogió la mano de
Anthony y la besó.
―Gracias.
―No hay necesidad de darme las gracias. Hubiera
rasgado el cielo y el infierno para encontrarte.
―Entonces gracias por estar conmigo.
―Como si pudiera alejarme de tu lado ahora ―dijo
Anthony―. Necesito saber que estás a salvo, Sebastian. Es
posible que también te molestes con mi compañía
persistente en los próximos días.
―¡Nunca!
Sebastian se sumergió bajo el agua para lavar el olor del
bosque de su pelo, y cuando volvió a salir, Anthony le dio
un poco de jabón de sándalo. Sebastian procedió a frotar su
piel, lavando los acontecimientos de la noche anterior con
cada movimiento.
―Inclínate hacia delante ―dijo Anthony, tomando el
jabón―. Déjame limpiarte la espalda.
Sebastian no discutió. Se inclinó hacia adelante,
abrazando sus rodillas, y disfrutó de las manos de Anthony

267
acariciando su piel húmeda, cada toque despejaba su mente
y lo reemplazaba con recuerdos más agradables.
Hubo un golpe tímido en la puerta y Anthony se
levantó, abriendo apenas lo suficientemente para aceptar
una bandeja antes de cerrar la puerta con llave una vez más.
―¿Te sientes con ganas de comer? ―preguntó mientras
colocaba la bandeja en una mesa cercana.
Sebastian vio un tazón y un poco de pan. ―En realidad
no, pero sé que si lo envío de nuevo sin comer, Miriam
vendrá y me obligará a comer.
Anthony se echó a reír y le dio a Sebastian el tazón y
una cuchara de madera.
―Comer en la bañera... no estoy seguro de que debería
permitir tal decadencia.
―Estoy seguro de que puedes encontrar en tu corazón
el complacerme esta vez.
―Pero sólo por esta vez, ¿de acuerdo?, no podemos
echarte a perder.
Sebastian agitó el contenido del recipiente, una espesa
sopa de verduras, y se sorprendió de que el olor provoque
que su estómago rugiera en anticipación en lugar de
revolverse en señal de protesta. Después de que el primer
cauteloso bocado no le provocara arcadas, atacó el resto con
entusiasmo. Anthony le puso una mano en el brazo.
―Poco a poco, Sebastian. No querrás enfermarte.
Sebastian desaceleró un poco, pero su hambre
redescubierta significó que la sopa se terminó pronto. Se
recostó en el agua con los ojos cerrados, y disfrutó de la

268
sensación de serenidad y seguridad de tener a Anthony
junto a él. El agua de la bañera se enfrío, y con la ayuda de
Anthony, Sebastian salió.
Le permitió a Anthony secarlo con un paño grande que
Miriam había previsto para tal efecto, sonriendo a la
delicadeza y el cuidado que Anthony estaba teniendo.
Sebastian bostezó ruidosamente, envolviendo el paño a su
alrededor como una capa.
―Hora de ir la cama ―dijo Anthony.
―No vas a tener ninguna queja de mí ―respondió
Sebastian, luchando contra otro bostezo.
Sebastian siguió a Anthony a través de la puerta que
conectaba a su habitación, echando el cerrojo detrás de él, no
queriendo que nadie deambulara por casualidad cuando
vinieron a recoger la bañera.
Anthony se sacó las botas con la punta de sus pies y se
despojado de su camisa, para sorpresa de Sebastian, y luego
retiró las mantas y lo condujo a la cama. Sebastian no
necesitaba que se lo dijeran dos veces, y se metió en la cama,
dejando el paño húmedo en el suelo, feliz de ver que
Anthony se le unía.
Sebastian presionó los labios contra Anthony, y
mientras Anthony le devolvía el beso, no lo profundizó.
―¿Pasa algo malo? ―preguntó Sebastian, confundido
por la falta de reacción de Anthony.
Anthony acarició el cabello de Sebastian. ―No pasa
nada malo. Pero necesitas descansar un poco, y una vez
despierto, te prometo que no voy a dudar en demostrarte

269
cómo de aliviado estoy de que hayas regresado sano y salvo
a mí.
―¿Y te quedarás conmigo mientras duermo?
―Ten la seguridad que lo haré. Te dije que no tengo
intención de dejarte solo.
Sebastian sonrió y se dispuso a descansar la cabeza
sobre el pecho de Anthony, el cansancio lo venció, el
persistente olor de la lavanda persistía mientras felizmente
se quedaba dormido, envuelto de forma segura en los brazos
de Anthony.

SEBASTIAN no tenía ni idea de cuánto tiempo había


dormido, pero cuando se despertó, se dio cuenta enseguida
de que estaba solo, el espacio junto a él en la cama estaba
vacío y las sábanas frías al tacto. No pudo evitar la
decepción de que Anthony no se hubiera quedado con él. El
suave chasquido de la puerta abriéndose y encerrándose le
hizo levantar la mirada y vio a Anthony entrar.
―Estás despierto. Tenía la esperanza de volver antes de
que te despertaras.
Sebastian se sentó, todavía con cara de sueño. ―¿Por
qué te fuiste? ―dijo y se odiaba por lo patético que sonaba.
―El sheriff necesitaba hablar conmigo. ―Anthony
comenzó a desnudarse―. Parece que no puedo matar a un
hombre, aunque sea un delincuente como Valois, sin tener
que responder a las preguntas. Se me debería dar un premio
en lugar de tener que dar explicaciones.

270
―¿Quedó el sheriff satisfecho con tus respuestas?
―preguntó Sebastian, agarrando las sábanas.
―Sí, sobre todo por el duelo bien documentado entre
yo y Valois, y que las historias de los hombres que me
acompañaron en el bosque coinciden con la mía.
Sebastian suspiró de alivio. ―Si no le hubieras
disparado cuando lo hiciste, estoy seguro de que hubiera
anunciado lo que había descubierto.
―Cuando lo vi con su espada en tu garganta, Valois ya
era un hombre muerto. Cuando escuché la forma en que dijo
―esposa‖, sabía que había descubierto el engaño, y aunque
eso me hizo enojar, lo que realmente hizo que me hirviera la
sangre fue pensar que el único camino en que podía haberlo
sabido era si había conseguido sus manos debajo de tus
faldas.
―No me arrepiento que lo hayas matado. Si hubiera
tenido la oportunidad, lo habría hecho yo mí mismo.
Anthony terminó de quitarse lo último de su ropa y
volvió a la cama, desnudo. ―Me temo que el sheriff desea
hablar contigo, y aunque no lo pude convencer de lo
contrario, él aceptó que no estabas en buen estado de hablar
con él por el momento.
Sebastian se mordió el labio inferior. ―Aunque
particularmente no quiero hablar con el sheriff, lo haré si eso
significa que va a ayudar a capturar a los bastardos que me
entregaron a Valois.
―Pero no tienes que hacerlo ahora ―dijo Anthony
cuando Sebastian se sentó, apoyándose en los brazos de
Anthony―. ¿Quieres decirme qué pasó?

271
―No hay mucho que contar. Estábamos más atrasados
de lo que planeamos al salir de la ciudad, y era casi de noche
cuando entramos en el bosque. El carruaje fue atacado, y los
hombres que me secuestraron me llevaron a Valois.
―¿Te lastimaron?
―No. Valía más para ellos intacto. Valois había
insistido en que debía estar ileso.
Anthony chasqueó la lengua. ―Me niego a estar
agradecido por cualquier cosa que haya hecho ese gusano.
―Yo tampoco. Pero tengo curiosidad en cuanto a cómo
me has encontrado. ―Sebastian casi ronroneó cuando el
dedo de Anthony acarició de arriba abajo su brazo.
―Al principio, cuando el carruaje estaba retrasado, no
me preocupe ―le dijo Anthony―, pero cuánto más se
tardaba en llegar, sabía que algo andaba mal. Y cuando uno
de los hombres que había estado custodiando el carruaje
volvió medio muerto montado un caballo, supe que debía
estar tirando del carruaje, me temí lo peor.
―No sabía que alguno de los hombres había
sobrevivido. Pensé que estaban todos muertos.
―Uno de los guardias tenía un tiro de mosquete en el
hombro. Cómo se las arregló para volver a la residencia,
nunca lo sabré, pero voy a estar eternamente agradecido. Si
te hubiera perdido, Sebastian...
Sebastian se apoyó sobre su codo. ―No me perdiste.
Aleja esos pensamientos de tu mente.
Anthony tomó la cara entre sus manos. ―Deberías
haberme visto, te habrías reído. Estaba que me subía por las
paredes como si el diablo me estuviera persiguiendo. Recogí

272
un puñado de hombres, y fue Wallace quien nos sugirió que
lleváramos a los perros para rastrear en caso de que el
sendero estuviera congelado.
―Debería haber sabido que no eras el cerebro detrás del
rescate ―dijo Sebastian, burlándose.
Anthony soltó una carcajada. ―El estado en el que
estaba, ¡no me habría sorprendido si hubiera dejado la casa
desnudo!
―Por mucho que me hubiera gustado verte en toda tu
gloria a caballo, dudo que hubieses apreciado el viaje.
―No me habría importado. Lo único que importaba era
encontrarte.
Sebastian alzó la mano, pasando los dedos en el pelo de
Anthony y tirando de su cabeza hacia abajo para que
pudiera presionar sus labios. Se perdió en el beso, dejando
que el amor y la calidez de su abrazo lo llenaran.
Estar de vuelta en los brazos de Anthony hizo más para
ayudarlo a olvidar lo que había sucedido en el bosque que
cualquier cantidad de sueño o la inmersión en el baño de
dulce olor podrían hacer. Los persistentes pensamientos de
la noche anterior fueron ahuyentados mientras se besaban.
Anthony tomó el control, presionando a Sebastian de
nuevo en la cama, reclamando sus labios y profundizando el
beso. Sebastian se estremeció de placer cuando sus cuerpos
desnudos se apretaban y Anthony deslizó la mano por su
lado. Sebastian abrió sus piernas, envolviéndolas alrededor
de la cintura de Anthony y tratando de acercarse, sus
caderas involuntariamente se inclinaron hacia arriba.

273
―Impaciente ―dijo Anthony con una sonrisa
entrecortada.
―No se me puede culpar por eso.
Anthony recuperó el aceite y Sebastián dio la
bienvenida a dedos de Anthony en su interior, estirándolo,
preparándolo. Sabía que Anthony estaba desesperado por
tomarlo, para volver a conectar y reclamarlo y estaría
mintiendo si dijera que no estaba tan impaciente.
Deslizándose suavemente mientras Anthony lo penetraba,
hasta que sus bolas estaban alineadas contra el trasero de
Sebastian, hizo que éste gimiera de placer. Apretó alrededor
de la intrusión, sabiendo muy bien qué efecto tendría sobre
Anthony.
El ritmo era brutal. Los empujes de Anthony eran
duros y exigentes, y Sebastian amó cada segundo. Para él,
no había nada mejor que ser reclamado por Anthony, siendo
sostenido y tomado, perteneciendo totalmente a un hombre
que adoraba. El placer rápidamente comenzó a construirse
en su estómago, una deliciosa espiral de calor que crecía y
crecía, sin que Anthony necesitara tocar su pene, Sebastian
se vino a grandes chorros, jadeando y retorciéndose. Se
agarró cuando Anthony acabó, sacudiéndose en contra de él
una y otra vez, y Sebastián sabía que iba a sentir los efectos
secundarios por días, y que en sí era una maravilla.
Sebastian se quedó allí jadeando, siempre asombrado
de cómo Anthony podía tocar su cuerpo y llevarlo a los más
maravillosos placeres. Anthony le dio un beso en su
hombro.
―¿Aún conmigo? ―preguntó con una sonrisa de
satisfacción.

274
―Casi. Ahora eso es lo que yo llamo una apropiada
bienvenida a casa.

275
A PESAR de que Sebastian se había encontrado con Roland
Parson en varias ocasiones, nunca había estado en su rol
oficial como sheriff. Y mientras Sebastian racionalmente
sabía que no estaba en ningún problema, había oído un
montón de historias de sus amigos actores que habían salido
perdiendo a manos de un comisario provincial.
―Tengo entendido que fue una experiencia terrible,
Lady Bronwyn ―dijo Roland―. Y lo que quiero es
asegurarme de que estos hombres sean atrapados y
castigados.
Sebastian se sentó nerviosamente en una silla de
respaldo alto, apretando sus manos en su regazo mientras
Roland permaneció de pie.
―Eso es lo que me gustaría también. Pero no creo que
haya nada más que se podría hacer para castigar a Nicholas
Valois.
―Vendremos a él más tarde. En primer lugar, me
gustaría hablar de los hombres que atacaron el carruaje.
Dígame todo lo que pueda acerca de lo que pasó.
Los ojos de Sebastián lanzaron una mirada en dirección
a Anthony, que estaba apoyado en la puerta, dejándolo
previamente claro que no permitiría que su esposa sea
interrogada a menos que el estuviera presente. Y la mera
presencia de Anthony hizo que el revuelto en el estómago

276
de Sebastian disminuya y las náuseas se desvanecieran,
haciendo que enfrentarse al sheriff sea más fácil.
―Estábamos más retrasados de lo esperado al entrar en
el bosque a nuestro regreso de Londres. Escuche lo que me
pareció que era un tiro de mosquete, y luego el sonido de los
cascos de los caballos. La siguiente cosa que supe fue que el
carruaje se había detenido.
―¿Sin duda era un mosquete? ―preguntó Roland.
―Sí, vi a uno de los hombres que lo sostenía más tarde.
Roland hizo un zumbido suave como si estuviera
pensando para sus adentros. ―Es posible que uno de estos
hombres pueda haber tenido una conexión militar, es la
única manera posible de que pudieran tener en sus manos
un mosquete. ¿Entonces?
Sebastian se tomó su tiempo y explicó cómo fue
abordado el carruaje, describiendo de la mejor manera que
pudo a los hombres; especialmente a Fletch y Sal, la forma
en que actuaron y lo que dijeron. Roland hizo una pregunta
tras otra, hasta que finalmente estuvo satisfecho con las
respuestas.
―¿Y qué pasó cuando se quedó con Valois?
―Logré desequilibrarlo y huí, pero no estaba lo que
llamarían vestido para correr a través de los árboles. Valois
pronto me alcanzó, y si Anthony no hubiera llegado cuando
lo hizo, era claro que sus intenciones hacia mi persona no
eran honorables.
Sebastian sabía que su voz se rompía mientras hablaba,
y si Anthony le preguntara después, juraría que estaba
actuando, pero las náuseas que lo llenaban ahora con el

277
recuerdo de la espada de Valois pegado a la garganta
pintaba una capa gruesa de verosimilitud.
Anthony se apartó de la puerta.
―Ya sabe lo que pasó después, Roland. Mi esposa se
siente mal, y yo no quiero que ella se altere aún más.
Sebastian se sintió aliviado de que Roland parecía estar
de acuerdo. ―Por supuesto, Conde de Crofton. Ahora tengo
la información de su Señoría sobre los bandidos, espero que
tengamos éxito en su captura.
―¡Los quiero capturados y colgados! ―Gruñó
Anthony―. Si me necesita, estoy más que dispuesto a poner
una recompensa, estoy seguro de que va a ayudar a algunas
personas a recordar cosas que habían olvidado con
anterioridad.
―Gracias, Milord. Los mantendré informados de mi
progreso.
Anthony le dio una palmada amistosa a Roland en la
espalda. ―Sé que lo harás, Roland. Ahora volvamos a cosas
más agradables. Por favor únase a mis otros invitados para
la celebración de esta noche con motivo de que Lady
Bronwyn regresó a mí a salvo.
―Me encantaría ―dijo Roland, y con una inclinación
cortés, dejo a Sebastián y a Anthony solos.
―Bueno, al menos eso está fuera del camino ―dijo
Sebastian con sentimiento mientras se dejaba caer en la silla.
Anthony se puso en cuclillas frente a él. ―Te dije que
no había nada de qué preocuparse.

278
―Dada nuestra situación, Anthony, casi no puedes
culparme por estar nervioso con gente cuya responsabilidad
es hacer cumplir la ley.
―Por mucho que me gusta Roland, sus métodos de
hacer cumplir la ley se centran en buscar en la dirección
equivocada hasta que no haya nada que buscar. De lo
contrario habría mucho menos bandidos en el bosque.
Sebastian estuvo de acuerdo, incluso aunque sabía que
estaba afectado debido a su experiencia en manos de Fletch
y sus hombres.
―Me pregunto qué hubiera pasado si Nicholas hubiera
sido capturado vivo.
―Teniendo en cuenta la gran fortuna que la familia
Valois ha acumulado, me imagino que él hubiera comprado
su camino hacia la libertad.
―Sí, supongo que tienes razón ―dijo Sebastian, y
pensando en Nicholas le hizo preguntarse sobre el padre del
hombre.
―¿Has oído algo de Philippe Valois?
―Recibí la noticia esta mañana que fue capturado en
Kent tratando de llegar a la costa, al parecer, había un barco
esperando para llevarlo al continente. Está en la Torre
esperando a ser transportado de regreso a Francia.
―Así que el dinero no siempre puede comprar la
libertad ―dijo Sebastian con astucia.
―No cuando hay dos casas reales que quieren su
captura.
―Ah.

279
De pie, Anthony se detuvo a mitad de camino para
besar la frente de Sebastian. ―Vamos, vas a llegar tarde para
tu propio festín.
―Te dije que no quería tanto revuelo.
Anthony tomó su mano. ―Desafortunadamente yo
quería hacer uno. No es que todos los días un hombre piensa
que ha perdido a su esposa y vuelve a él –tiene que ser
celebrado.
Sebastian gruñó, pero se puso de pie. ―Creo que vas a
utilizar cualquier excusa para una noche de bebidas y bailes.
―Oh, Sebastian, seguro que has aprendido a estas
alturas que no necesito una excusa.

El FESTÍN fue, como siempre en un evento de Crofton,


extravagante y una muestra de la riqueza de Anthony.
Anthony había ordenado a la cocina que provea plato tras
plato, e incluso la Reina había concedido el permiso
sumamente raro para colocar un cisne como centro de mesa.
Los vinos habían sido traídos desde Londres especialmente
para el evento, y el Gran Salón bullía con el número de
invitados que asistieron y todos disfrutando de la
hospitalidad de Anthony.
Sebastian estaba cansado de contar la historia de los
bandidos, y siempre que era posible había tratado de restar
importancia al peligro, pero Anthony tomó gran placer en la
construcción de la historia, sobre todo su papel como el
caballero de brillante armadura.

280
―Por supuesto ―le dijo al Conde de Sussex, una vez
que la comida había terminado y los invitados estaban
esperando para dar comienzo el baile―. Yo sólo hice lo que
cualquier esposo hubiera hecho.
Sebastian sonrió débilmente y agarró su copa de vino.
―Estoy más que agradecida de que seas un buen tirador.
―No estabas en peligro de ser el blanco, mi amor ―dijo
Anthony con un guiño.
―Pero tampoco quería que Valois resultara herido, pero
entonces él había puesto la espada en buen uso, dada su
proximidad a mi garganta.
―Por eso apunté entre sus ojos ―dijo Anthony, y el
Conde de Sussex se rió y saludó a Anthony con su copa.
Sebastian negó con la cabeza y se excusó, con ganas de
unos minutos de paz, queriendo dejar los recuerdos a un
lado antes de la larga noche de baile que se extendía ante él.
Sebastian no sabía cómo, pero se las arregló para evitar ser
arrastrado a otra conversación mientras se deslizaba fuera
del Gran Salón hacia los jardines. La temperatura era
notablemente más fría afuera, y se estremeció mientras se
tomaba un minuto para ver la puesta de sol y las largas
sombras que proyectaba sobre el césped.
―¿Sabías que no es habitual que la anfitriona abandone
un banquete ofrecido en su honor?
Sebastian se volvió y vio Anthony detrás de él. ―No
voy a abandonar nada. Sólo necesito un momento a solas.
―Deja que te distraiga. Ven conmigo, hay algo que
quiero mostrarte antes de que se dé a conocer ―dijo
Anthony, tendiéndole la mano.

281
―Estás siendo muy enigmático, Anthony. ¿Qué está
pasando?
―Si vienes conmigo lo verás.
Sebastian tomó la mano de Anthony. ―Una vez más
parece que tengo que apaciguarte.
Anthony no respondió, sino que le dio un beso en la
mejilla a Sebastian y lo condujo al interior. No regresaron al
Gran Salón y en su lugar Sebastian se encontró entrando en
la biblioteca. Sebastian se detuvo en seco al ver el retrato que
ahora colgaba sobre la chimenea. Tenía que darle crédito a
Hans Moulten, el pintor había capturado a Anthony en toda
su gloria y no hizo parecer demasiado a Sebastian como un
hombre en un vestido de mujer. Pero había algo más, de
alguna manera él había atrapado la chispa entre ellos, una
cualidad indefinible que Sebastian nunca sería capaz de
vocalizar, incluso si fuera Shakespeare.
―¿Y bien? ―le motivó Anthony.
―¿Cuándo llegó?
―Esa no era la respuesta que esperaba.
Sebastian se rió. ―De ninguna manera es tan horrible
como lo que esperaba.
―Frena tus elogios, Sebastian. ¡Uno no querría que te
emociones demasiado!
Sebastian le dio un codazo a Anthony probablemente
con un poco más de fuerza de lo necesario. ―Sabes que
pienso que esa pintura no era necesaria en primer lugar,
pero tengo que admitir que es bastante sorprendente, y no
tengo el deseo inmediato para que sea bajada y desterrada al
ala este.

282
―Así que lo contaré como un éxito.
―Si así lo quieres ―dijo Sebastian con una sonrisa
irónica―. Ahora responde a mi pregunta.
―Llegó el día que regresamos de Londres. Había
planeado tener una cena íntima en uno de los salones más
pequeños y revelar la pintura después. Pero mis planes
fueron echados a tierra por el maldito Valois.
Sebastian se inclinó y besó a Anthony. ―Aprecio el
sentimiento.
Anthony le devolvió el beso, pero retrocedió. ―Por
mucho que disfruto de tus besos, realmente deberíamos
volver al festín.
A pesar de que en realidad no quería hacerlo, Sebastian
sabía que no podía abandonar a sus huéspedes por mucho
tiempo. ―Supongo que tienes razón. Pero ha sido una noche
un poco abrumadora.
―Pensé que te habías adaptado a la vida como Lady
Crofton ―dijo Anthony, deslizando una mano por la cintura
de Sebastian.
―Así fue hasta que me secuestraron unos bandidos y
me llevaron al bosque. Me hace preguntarme qué más me
espera.
―Estoy bastante seguro de que fue una aberración, y tu
vida normal y aburrida se restablecerá de ahora en adelante.
Sebastian se rió. ―No hay nada aburrido en mi vida.
―Y supongo que no quieres que lo sea ―dijo Anthony
en voz baja.

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Sebastian miró a Anthony, y sus ojos parecían bailar
con diversión. Siempre hubo la opción de tomar el camino
más fácil, dejar de interpretar a Bronwyn y volver a la vida
como Sebastian. Pero por ahora no deseaba renunciar a la
interacción pública con Anthony, dejar de ser su pareja o
caminar del brazo con él en el jardín. E incluso el más
malicioso de los comentarios de la Corte no le convencería
de lo contrario.
―Yo diría, Lord Crofton, que a fin de cuentas, soy muy
feliz con mi no muy aburrida vida.
Sebastian se acercó y acarició la mejilla de Anthony y,
presionando sus labios suavemente, reclamó otro beso.
Estaba exactamente donde quería estar, y no importaba lo
que pasó, él lucharía con uñas y dientes para permanecer al
lado de Anthony.

284
REBECCA COHEN es una británica fuera de casa. Tras
haber cambiado el Támesis por el Rhin, dejó atrás Londres, y
ahora vive con su marido en Basilea, Suiza. A menudo se la
puede encontrar con una pluma en una mano y un cóctel en
la otra.
La puedes visitar en su blog:
http://rebecca-cohen.livejournal.com
O en su facebook:

https://www.facebook.com/rebecca.cohen.710

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