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Esto no se consigue en un día, por arte de birlibirloque, sino que requiere estudio,
reflexión, diálogo abierto. Ese era el propósito de una asignatura, presente en el
currículum de 4º de la Enseñanza Secundaria Obligatoria desde hace casi un par
de décadas. Se llamó primero Ética. La vida moral y la reflexión ética, ahora lleva el
nombre de Educación ético-cívica, y en su honor hay que decir que ha permanecido
en su lugar a través de los cambios políticos. Sólo antes de que naciera se planteó
el problema de si la ética era una alternativa a la religión, o si más bien era común
a todos los alumnos, mientras que la religión quedaba como optativa.
Afortunadamente, esta segunda fue la solución, y desde entonces ningún grupo
social y ningún partido político han puesto en cuestión su presencia en la escuela.
Un buen profesional no es el simple técnico, el que domina técnicas sin cuento, sino
el que, dominándolas, sabe ponerlas al servicio de las metas y los valores de su
profesión, un asunto que hay que tratar desde la reflexión y el compromiso éticos.
Justamente la crisis ha sacado a la luz, entre otras cosas, la falta de profesionalidad
en una ingente cantidad de decisiones, el exceso de profesionales que utilizaron
técnicas como las financieras en contra de las metas de la profesión, en contra de
los clientes que habían confiado en ellos.
Claro que una modesta asignatura no basta, que no es la píldora de Benito que
resuelve todos los problemas, pero una sociedad demuestra que una materia le
parece indispensable para formar buenos ciudadanos y buenos profesionales
cuando le asigna un puesto claro en el currículum educativo, no cuando la diluye en
una supuesta “transversalidad”, que es sinónimo de desaparición. Y más si ese
puesto es el que ahora tiene, 4º de la ESO, un momento crucial en el proceso
educativo.
Una sociedad no puede renunciar a transmitir en la escuela su legado ético con toda
claridad para que cada quien elija razonablemente su perspectiva, porque es desde
ella desde la que podemos juzgar con razones sobre la legitimidad de los
desahucios en determinadas ocasiones, sobre la obligación perentoria de cumplir
los objetivos de desarrollo del milenio, sobre la injusticia de que las consecuencias
de las crisis las paguen los que no tuvieron parte en que se produjeran, sobre la
urgencia de generar acuerdos en nuestro país para evitar una catástrofe, sobre la
indecencia de dejar en la cuneta a los dependientes y vulnerables. Es desde esa
dimensión de todo ser humano llamada vida moral desde la que se decide todo lo
demás, una dimensión que es personal e intransferible, pero tiene que ser también
razonable.