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Más allá del género en tanto función reguladora del sujeto, nos permitimos
este juego o efecto de discurso como restos de cartas o memorias. O tan
sólo naufragios, postales de la desposesión en medio de los nuevos
discursos que auguran el retorno del amor.
Dejar a una mujer es dejar los espacios donde se permitió ser niña. Es
apartar los labios de la dormida a revivir. Es destejer los bor(dados) de sus
fantasías. Es saberla perdida desde siempre. Apagar los ojos o la mirada de
quién la supo. Como quien la devuelve a su (en)sueño, a toda su nada
enamorada.. Es (re)crear el espacio de sus siestas hacia donde tal vez
llueva.
Dejar a un hombre
Re aprender
(Des) dejar
¿Qué era el otoño, esta madrugada de domingo, cuando dejé mis apuntes y
marché en busca de un café, y caminé por la avenida hasta hallar una
estación de servicio, entre todo lo que podría apagarse en este mundo?
¿Qué era esa caminata tan anónima en el aire de la madrugada, casi como
de mendigo? ¿Quién sostenía ese vaso tibio entre las manos como los
refugiados del mundo? Los árboles arrancados de raíz, toda tormenta es
más de lo que esperamos. Tus milenios de guerras y mi memoria de la
conquista. Todo estaba allí, sensual y destruido y bello hasta doler.
Entonces no evalué los daños de la tormenta, creo que no era yo el que te
dijo: tu desequilibrio es el equilibrio más perfecto que conozco. Y, luego de
conseguir un mísero alimento en un 24 horas, no pronunció estas palabras:
flores a la medida de tu respiración, de aliento primero o de jadeo, no, Yo
no miraba las raices del árbol caído, porque mi Lilith y yo dormimos
desvalidos-en la penumbra de toda tarde. Justo en el momento en que una
llave en la cerradura y el saco con rastros de tu perfume, te ibas.
Definitivamente, no era yo.