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neotestamentarios.
39 A. Pallis, Notes on St. Luke and the Acts, Oxford, 1928, 71.
judaica, cuya proximidad posee un valor didáctico
sobreañadido, como ocurría con la palabra. De ese modo se
entiende adecuadamente, en mi opinión, no ya la cuestión menor
de los préstamos sino la dialéctica de sistemas en contacto.
Pero antes de introducirnos en el excurso del léxico
señalábamos cómo al margen del problema de la naturaleza
divina, asunto al que ya hemos dedicado atención, eran la
capacidad redentora de los dioses y la salvación personal los
elementos básicos del debate. En consecuencia, lo que se
discute es si los términos comunes responden a
conceptualizaciones diferentes en relación con esos elementos
básicos que acabamos de mencionar.
Los misterios terminaron elaborando sus propios sistemas
de percepción del mundo y del Más Allá por medio de respuestas
adaptadas a las cambiantes necesidades de sus fieles.
La coincidencia léxica a la que me he referido antes no
puede ser exclusivamente formal y aséptica, pues de hecho no
hay términos desideologizados. Cuando el cristianismo toma del
ambiente religioso de su época un léxico determinado es porque
ese léxico precisamente es el que responde con mayor
proximidad a los problemas que está manejando. De ahí se
deduce que el concepto y el vocablo que lo designa son
inseparables y, viceversa, que el vocablo es inseparable de su
campo semántico, contra el que evidentemente se resiste el
cristianismo. La intensa negación de las concomitancias no
hace sino acrecentar la sospecha de que, para un observador
externo, todos hablaban de lo mismo. Pero hablar de lo mismo
no significa decir exactamente las mismas cosas de la misma
manera. De hecho, los diversos credos mistéricos decían cosas
distintas, a través de mitos y ritos diferentes y, sin
embargo, hablaban de lo mismo. El hecho diferencial cristiano
se manifiesta desde esta perspectiva una vez más como fenómeno
de la voluntad que no de la razón. Y ello por el prurito de
desligar el cristianismo de un entorno que les resulta tan
antipático como engorrosamente similar.
A modo de recordatorio de cuanto se ha dicho en capítulos
previos señalaría que la capacidad redentora de Cristo no
parece un atributo que le pertenezca en exclusiva, pues de
hecho cabe la posibilidad de que las deidades mistéricas
tengan una peculiaridad similar al liberar a los fieles del
destino al que estuvieran sometidos. Lo que desde luego no
podían hacer los misterios era redimir al género humano de la
insólita concepción judaica de la existencia de un pecado
original transmitido desde una pareja ancestral a la totalidad
de la especie 40; ni tampoco que las puertas del cielo hubieran
quedado abiertas para los humanos gracias a la encarnación,
muerte y resurrección de su único dios. Esas son creencias
peculiares del cristianismo similares a las que de hecho
hacían diferentes entre sí a los misterios. Pero en éstos
existían también dioses que mediante una pasión habían
mostrado a los hombres el camino que conducía a un Más Allá
bienaventurado, cuya característica esencial era la
posibilidad de compartir con su dios la vida eterna. Y ello
había de ser así porque todos esos credos, frente a la
religión tradicional romana, habían generado inquietudes y
desarrollado respuestas, en un proceso continuo de
retroalimentación, en una población que experimentaba
distintos niveles de religiosidad a través de los que
mantenían abiertas comunicaciones muy variadas con lo divino.
Y no es que se produjera una casual coincidencia de distintas
religiones de análogo signo en un momento dado de la Historia
de Roma, sino que en un momento dado de la Historia de Roma
algunos de sus sistemas religiosos respondieron con signos de
naturaleza similar a las inquietudes que afloraban
precisamente en ese momento de la Historia, dando lugar a una
determinada atmósfera religiosa 41.
En tales condiciones, lo que no se puede reclamar a los
misterios es que establezcan el problema de la salvación en
los mismos parámetros en los que los establece el
Making of Christianity and Judaism, Stanford Ca., 1999, cap. 3, esp. 88.
52 Ibidem, 127. Como le presta atención exclusiva al paganismo no
mistérico resaltan las diferencias entre el cristianismo y el paganismo de
modo notable, pero si comparamos esas diferencias con todo cuanto hemos
visto a propósito de los misterios convendríamos en que las concomitancias
son sorprendentes, excepción hecha del énfasis en la comunidad de fieles
considerada como la nueva familia.
53 Véase, no obstante, el crítico punto de vista de A. Destro y M.
Pesce, Antropologia delle origini cristiane, Roma-Bari, 1997 (1995), en el
capítulo titulado “La ekklesía di fronte a ‘quelli di fuori’”, en el que se
polemiza en torno al concepto de resocialización de Meeks.
54 J.N.D. Kelly, Early Christian Doctrines, Londres, 1989 (1958),
cap. XV, 401 ss.
55La percepción de esa alteridad buscada por los cristianos resultó
perceptible ya para la propia literatura pagana del s. II, como bien ha
subrayado M.Y. MacDonald, Early Christian Women and Pagan Opinion,
Cambridge, 1996, 49 ss.; sin embargo, la hostilidad de quienes gozan del
privilegio de la centralidad hacia las nuevas expresiones culturales afecta
ostensiblemente también a los mistéricos, de modo que esa imagen negativa
no es exclusiva del victimismo cristiano en su fase preconstantiniana, tema
ya destacado por D. Balch, Let Wives be Submissive: The Domestic Code in 1
No podemos especificar mucho acerca de los valores
contenidos en ese sistema. Me limitaría a remitir al capítulo
correspondiente a estos asuntos páginas atrás, pero no querría
silenciar que la sexualidad constituía asimismo un tema
obsesivo para los misterios, como para todas las religiones,
dicho sea de paso 56. Cada culto combatía de un modo diferente
la promiscuidad atribuida a los no iniciados, a pesar del
empeño ejemplificador de las virtudes femeninas contenida en
toda la literatura didáctica grecolatina 57.
Isis recluía a sus devotas periódicamente, el mitraísmo
segregaba a las mujeres –cuya denominación genérica en el
culto era la de hienas 58- y, por último, lo que más estimaba
Cibeles eran los genitales cercenados de sus más devotos
seguidores. De modo que los misterios propiciaban una
contención sexual que no sólo preludiaba lo que iba a cebar
hasta extremos enfermizos el cristianismo 59, sino que se
integraba en determinadas corrientes de pensamiento pagano