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Canto a los pesares:

A la hora de las sombras tan breves (10)

trepa una avispa por el tallo del clavel. (12)

El agua de las acequias parlotea (12)

a la sombra de los limoneros. (10)

El laúd respira dormido en el suelo (10)

tras derramar cuantiosas lágrimas de plata (12)

de un deseo callado que había dormido (12)

muy adentro en su corazón. (10)

Tras cortinas de seda se oyen las mozas, (11)

más de seda son sus risas y sus cantos. (11)

La bóveda estrellada contiene plena (11)

la gracia de un estado del alma. (10)

Ni quiero ni puedo perder el favor (11)

que me dio la musa en un alba blanca. (12)

Canto a los peces del estanque mudos (11)

y a los gorriones de los aleros. (10)

Bárbaros del sur,

gritan viva la muerte,

viva el miedo.

Gente de un solo libro

y ningún corazón.

Vienen a prenderlo,

a arrojar al poeta

a una amarga celda

donde no hay cielo.

El exilio deja un sueño vivo

que se expande por la llama de las teas.

La oscuridad no penetra en su ser,

al abrigo de muchos recuerdos

de soles intensos y juegos de niños

que pasan la siesta amodorrados

soñando con mundos de poesía

que no dejan rastro al despertar.

Lloro el Guadalquivir y sus aguas claras

vuelven a mí con ráfagas de azahar.

Saltan la frontera negra con pena

y me traen pesares más hondos que el hierro.

No puedo anhelar ni la paz y el gozo

que yo conocí aquellas noches tan claras.

Canto a los pesares del alma

y a los dolores de mis viejos huesos.

Bárbaros del norte,

gritan viva la muerte,

viva el miedo.

Gente de un solo libro

y ningún corazón.

Vienen a prenderlo,

a arrojar al poeta

a una amarga celda

donde no hay cielo.

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