Franco: ¡Ay! Octavio: No te levantes Franco, sigue recostado. (Franco observa su abdomen vendado) Franco: ¿Qué pasó con aquellos que nos dispararon? Octavio: Escaparon en una maltrecha minivan poco después de que llegaron las unidades de policía en nuestra ayuda. Lo bueno, amigo mío, es que justo después de que te dispararon logré cerrar de manera momentánea las arterias que hirió el disparo de un revolver Magnum 9 milímetros. Posteriormente la policía me ayudó a trasladarte a la clínica en la que trabajo, porque si no fuese así, no te hubiésemos atendido de manera adecuada y tu salud se hubiera agravado a tal grado que tu vida estuviese peligrando. Para tu suerte, tu mejor amigo es un médico. Nos has dado un terrible susto. Franco: ¿Por cuánto tiempo estuve inconsciente? Octavio: Bueno, después de que se te aplico la anestesia duraste unas siete u ocho horas. Franco: Ayer en la reunión, después de esto, ¿te has reunido con Agustino? Octavio: Así es. Franco: ¿Y cómo tomó este hecho, es decir, el disparo? Octavio: A decir verdad, fue muy comprensible, es más, tanto él, como yo, te hemos trasladado hasta tu piso. ¡Vaya que estás pesado! Franco: ¿Qué otra información te brindó Agustino? Octavio: (Suspirando de manera desalentada) Nada de gran relevancia, la mayoría ya lo sabíamos. (Un breve momento de silencio) Sé que ya hablamos sobre esto en algunas de nuestras reuniones, pero dime Franco la verdad y yo… (Titubeando) yo te sabré comprender. ¿Por qué después de que fuimos expulsados, viajaste lejos y ya no quisiste frecuentarnos más? Franco: Bueno, ese día, cuando robamos el Audi Cadillac del padre Justo para ir a pasear a León, experimenté emociones muy intensas, que no pude manejar del todo. Recuerdo que íbamos a toda prisa para alcanzar a llegar a la exhortación dominical y casi sufrimos un accidente. Es curioso, pero presentía, a pesar que maquinamos nuestro plan de manera precisa, que nos descubrirían. Después tuve mucha vergüenza de frecuentarte debido a que trate de inculparte lo más pude para yo salir eximido de las consecuencias. Todos estos recuerdos, el terror de que casi nos matábamos y muchos otros más se siguen transformado, durante el tiempo, en pensamientos violentos. Octavio: ¿Cómo has podido vivir tú solo con estas ideas todo este tiempo? Franco: ¡Ja! Por ello trato de vivir una vida tranquila, he dejado las emociones fuertes, evitando situaciones de alto riesgo y personas extravagantes. Octavio: Pero Franco, ahora tú eres un policía, ¿a eso llamas un estilo de vida tranquilo? Franco: En realidad te he mentido este tiempo, nunca he sido policía; sólo te lo he dicho para que no temieses y confiaras en que podría ayudarte en la búsqueda de tu madre perdida; quiero, en cierta parte, remediar el mal que te hice años. Veras Octavio, nunca he sido policía, todo lo que sé sobre asuntos criminales es gracias al servicio militar que presté hace años y un tanto a las novelas policiacas. Antes de que emprendiéramos juntos esta búsqueda sobre el paradero de madre desdichada. Solía ser un prestigioso abogado, pero lo dejé por el momento para que, libre de toda responsabilidad laboral, pudiese dedicar mi tiempo a investigar el caso. Como soy abogado, creía desde mi experiencia que sería sencillo, entrevistar algunos testigos, deducir unos cuantos cabos sueltos, hacer una hipótesis y, al encontrar a los culpables, llevarlos ante el juez; quería que volvieras a ver a tu madre. Octavio: ¡Cielos! Debiste de tener mucho valor para tomar esta decisión. Veras Franco, no tienes que hacer esto por mí. Es cierto, fuimos amigos desde el Seminario pero no debes arriesgarte de esta forma por mi familia. Franco: Sin embargo, adentrarme en este misterio, bueno... tan inverosímil… no sé… sencillamente es una locura, nunca creí que esto fuese tan complejo y que terminaría metiéndome en un embrollo de este tamaño, creía las cosas más sencillas. Octavio: ¿Y por qué decidiste correr el riesgo? Franco: Ahora que tengo la oportunidad de pensar un poco más, hago consciente que si no hubiese tomado esta decisión de haberte ayudado, nunca hubiera vuelto a estos momentos tan emotivos y fraternos que teníamos desde nuestra estancia en el Seminario. Además es tu madre, parte de tu familia y, en parte, mi responsabilidad, quiero seguir ayudándote; además, no me hacía ningún bien estar tan solitario y deprimido como antes, con una vida llena de vacío, temiendo. (Después de otro momento de silencio) (Entra Agustino corriendo a toda prisa, agotado físicamente y casi sin aliento) Agustino: ¡Sabemos algo! Hay una señora que presenció el rapto. Vamos muchachos, ¡apresúrense! (Emocionados, tratan de incorporarse y de manera amable Octavio le pide a Franco que siga recostado mientras éste insiste en levantarse, esto mientras se va cerrando el telón)