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Caso Angeles Estrada

en el caso se debate si la empresa concesionaria es responsable por los daños ocasionados por interrupciones y
variaciones en los niveles de tensión, o si, de conformidad con lo alegado en sede administrativa, el incumplimiento
no le resulta imputable porque obedeció a un supuesto de caso fortuito o fuerza mayor. La cuestión se reduce a
determinar si (teniendo especialmente en cuenta la naturaleza y las modalidades propias con que, según las
normas aplicables y el contrato respectivos, debió ser cumplido el suministro de energía) Edesur S.A. es
responsable y, en ese caso, si adeuda al usuario los daños e intereses correlativos. El asunto planteado se
resuelve con arreglo a los principios del derecho común, cuya vigencia no ha sido desplazada por ninguna otra
norma contenida en el estatuto legal específico que regula la prestación del servicio de electricidad. Ya se ha
expresado que el art. 78 ley 24065 (en cuanto dispone que los incumplimientos de los contratos de distribución de
electricidad serán sancionados con las penalidades previstas en los contratos de concesión) no sólo no excluye la
vigencia de las normas generales que regulan la responsabilidad contractual sino que, además, remite al texto del
contrato que deja a salvo los eventuales reclamos por daños y perjuicios derivados del incumplimiento de la
provisión de energía en las condiciones debidas. El Reglamento de Suministro, aprobado por resolución Secretaría
de Energía 168/1992 , se limita a determinar una de las hipótesis de responsabilidad de la empresa distribuidora,
esto es, el resarcimiento de los daños producidos a las instalaciones y/o artefactos de propiedad del usuario
provocados por deficiencias de la calidad técnica del suministro imputables a dicha empresa

segunda cuestión planteada en el caso (conf. consid. 4.b), relativa a determinar si el Ente Nacional Regulador de la
Electricidad tiene facultades para resolver el reclamo de daños y perjuicios interpuesto por Ángel Estrada y Cía.
S.A. en los términos expuestos, la Secretaría de Energía se agravia de lo resuelto en la sentencia apelada por
considerar que la competencia atribuida por la ley 24065 al Ente Regulador se limita exclusivamente a la
determinación de la existencia de un incumplimiento contractual y a la imposición de las sanciones establecidas en
el contrato respectivo. Sostiene que la determinación y condena al pago de los daños y perjuicios reclamados por
el usuario constituye materia ajena a la jurisdicción del Ente y que, al estar regida por el derecho privado, compete
a los jueces ordinarios (fs. 149/150 vta.).

13. Que conviene recordar que la atribución de la jurisdicción primaria a organismos administrativos (doct. tomada
de EE.UU.) se justifica cuando la resolución de la controversia presuponga la familiaridad con hechos cuyo
conocimiento haya sido confiado por la ley a cuerpos expertos, debido a que su dilucidación depende de la
experiencia técnica de dichos cuerpos; o bien porque están en juego los particulares deberes regulatorios
encomendados por el Congreso a una agencia de la Administración; o cuando se procure asegurar la uniformidad y
consistencia en la interpretación de las regulaciones políticas diseñadas por la agencia para una industria o
mercado particular, en vez de librarla a los criterios heterogéneos o aun contradictorios que podrían resultar de las
decisiones de jueces de primera instancia (conf. doct. de los casos "Texas & Pacific Railway v. Abilene Cotton Oil",
204 US. 426; "Far East Conference v. United States", 342 US. 570; "Weinberger v. Bentex Pharmaceuticals, Inc.",
412 US. 645).

Por el contrario, la Suprema Corte de los Estados Unidos entendió que el principio de la jurisdicción primaria no
rige cuando la cuestión controvertida es ajena al régimen propio de las agencias. Así, en el caso "Nader v.
Allegheny Airlines, Inc." (426 US. 290, 306) dicha Corte estableció que no correspondía someter a la jurisdicción
primaria de la Civil Aeronautics Board (CAB.) la determinación de si una línea aérea había incurrido en un engaño
fraudulento al no informar que podía "sobrevender" sus vuelos e impedir el embarque de pasajeros con reservas
confirmadas. En este sentido, la Corte argumentó que no justificaba someter este tema a la jurisdicción primaria de
la CAB., desde que para resolver el caso no se necesitaba contar con la experiencia y especialización de dicha
agencia. Agregó que "la aplicación de los estándares que rigen una demanda por prácticas fraudulentas
corresponde a la competencia convencional de los tribunales ordinarios" y que "el criterio técnico de un cuerpo
experto no parece ser útil para la aplicación de estos estándares a los hechos del caso".

Es decir, la jurisdicción de las agencias se circunscribe a las materias que configuran "el corazón" de las tareas que
tuvo en miras el Congreso que las emplazó. Entre ellas están, por ejemplo, las decisiones relativas a la
razonabilidad de las tarifas (conf. casos "Texas & Pacific Railway" y "Far East Conference", citados
precedentemente, y "United States v. Western Pacific Railroad", 352 US. 59).

14. Que es relevante añadir que no cualquier controversia puede ser válidamente deferida al conocimiento de
órganos administrativos con la mera condición de que sus decisiones queden sujetas a un ulterior control judicial
suficiente. Los motivos tenidos en cuenta por el legislador para sustraer la materia de que se trate de la jurisdicción
de los jueces ordinarios deben estar razonablemente justificados, pues de lo contrario la jurisdicción administrativa
así creada carecería de sustento constitucional e importaría un avance indebido sobre las atribuciones que el art.
116 CN. define como propias y exclusivas del Poder Judicial de la Nación. Admitir que el Congreso pudiera
delegar en los órganos de la Administración facultades judiciales sin limitación material de ninguna especie sería
tan impensable como permitir que el legislador delegara la sustancia de sus propias funciones legislativas, lo cual
está expresamente vedado en el art. 76 CN., con salvedades expresas.

En consecuencia, dada la sustancial analogía existente entre las facultades atribuidas por el art. 72 ley 24065 al
Ente Regulador de la Energía Eléctrica (para resolver "todas la controversias" que se susciten con motivo del
suministro de energía eléctrica) y las otorgadas por el art. 66 ley 24076 al Ente Nacional Regulador del Gas (para
dirimir "todas las controversias" que se susciten con motivo de la captación, tratamiento, transporte,
almacenamiento, distribución y comercialización del gas), es pertinente extender al caso la doctrina de Fallos
321:776 . De conformidad con ella, la decisión del conflicto relativo a la venta y adquisición de las instalaciones de
distribución de gas, por importar una determinación sobre el derecho de dominio sobre éstas, se halla excluida de
la jurisdicción especial atribuida al Ente Nacional Regulador del Gas (conf. consid. 7). De la misma manera, la
determinación y condena al pago de los daños y perjuicios eventualmente derivados del incumplimiento del
contrato celebrado con el usuario debe considerarse fuera de la jurisdicción especial atribuida al Ente Nacional
Regulador de la Electricidad por el art. 72 ley 24065.

Toda vez que la materia del reclamo está constituida por los daños individualmente experimentados en el
patrimonio del usuario como consecuencia del suministro insuficiente de energía eléctrica, resulta claro que la
disputa no puede resolverse por aplicación del régimen estatutario que conforma el marco regulatorio del servicio
público de electricidad, para cuya administración fue especialmente creado el Ente respectivo. Por ello (sin
perjuicio del indudable valor probatorio que revisten las actuaciones administrativas tramitadas ante el Ente
Regulador) tiene razón la Secretaría de Energía en cuanto a que el Ente Nacional Regulador de la Electricidad
carece de competencia para dirimir el conflicto planteado en autos con arreglo a los principios contenidos en la
legislación común (conf. "Nader v. Allegheny Airlines", 426 US. 290). No toda disputa imaginable debe ser sometida
a la agencia de la Administración porque, de modo periférico, ésta tenga algo que ver con alguna de las partes.

Cocchia, Jorge D. v. Estado Nacional y otro s/ acción de amparo

3. Que en la apelación de fs. 115/128 la recurrente sostiene -además de los argumentos concernientes a defender
la validez de la norma cuestionada- que el a quo ha considerado, en suma, que el decreto es inconstitucional por
subvertir el orden jurídico sin citar ningún texto legal o criterios jurisprudenciales o doctrinarios aplicables al caso,
de modo tal que su decisión carece del fundamento necesario y exigible a los pronunciamientos judiciales.
Después de encuadrar la controversia en el ámbito de la legislación de emergencia sancionada por el Congreso de
la Nación, objeta la admisibilidad de la acción de amparo ya que la actora persigue la declaración de
inconstitucionalidad de una norma y, en todo caso, señala que hubiese correspondido un amplio debate y la
demostración de las tachas formuladas. Ello, sin perjuicio de hacer hincapié en la ausencia de facultades del Poder
Judicial para pronunciarse sobre el mérito o conveniencia de las decisiones políticas de los otros poderes, la
endeblez de la demanda y los alcances de las garantías establecidas por la Constitución Nacional.

cabe reiterar lo expresado desde antiguo por esta Corte respecto de aquellas situaciones de grave crisis o de
necesidad pública, que obligan al Congreso a la adopción de medidas tendientes a salvaguardar los intereses
generales: el órgano legislativo puede, sin violar ni suprimir las garantías que protegen los derechos patrimoniales,
sancionar la legislación indispensable para armonizar los derechos y garantías individuales con las conveniencias
generales, de manera de impedir que los derechos amparados por esas garantías corran el riesgo de convertirse
en ilusorios por un proceso de desarticulación de la economía estatal, el que, además y frente a la grave situación
de perturbación social que genera, se manifiesta con capacidad suficiente para dañar a la comunidad nacional
toda.

Sin embargo, aun en situaciones de esa naturaleza y frente a la invocación de derechos subjetivos o agravios
concretos dignos de la tutela judicial, corresponde a los jueces controlar si los instrumentos jurídicos
implementados por los otros poderes del Estado no son contradictorios con la normativa constitucional. Desde
antaño la jurisprudencia constante de esta Corte ha fijado las pautas a que ha de ceñirse la interpretación en
circunstancias que -como la que se presenta en el sub examine- implican una respuesta a la emergencia, en
especial, cuando ella es enfrentada no sólo con instrumentos coyunturales sino mediante la implementación de un
sistema que pretende generar una profunda transformación en la relación del Estado con la sociedad, relación cuya
distorsión es indicada como una de las causas principales de la crisis que ha provocado esa misma situación de
emergencia

También ha establecido que la realidad viviente de cada época perfecciona el espíritu permanente de las
instituciones de cada país o descubre nuevos aspectos no contemplados con anterioridad, a cuya realidad no
puede oponérsele, en un plano de abstracción, el concepto medio de un período de tiempo en que la sociedad
actuaba de manera distinta o no se enfrentaba a peligros de efectos catastróficos. La propia Constitución argentina,
por algo se ha conceptuado como un instrumento político provisto de extrema flexibilidad para adaptarse a todos
los tiempos y a todas las circunstancias futuras, no escapa a esta regla de ineludible hermenéutica constitucional,
regla que no implica destruir las bases del orden interno preestablecido, sino por el contrario, defender la
Constitución en el plano superior que abarca su perdurabilidad y la propia perdurabilidad del Estado argentino para
cuyo pacífico gobierno ha sido instituido (conf. causa, P.137.XXIII, "Peralta, Luis A. y otro v. Estado Nacional
[Ministerio de Economía - BCRA.] s/amparo" [11], del 27/12/90).

se confronta la constitucionalidad de un acto emanado de los otros poderes del Estado, debe tenerse presente que
-como principio- la interpretación de la norma y su aplicación al caso, debe ser favorable a su validez, privilegiando
la solución que mejor respete la respuesta dada a la emergencia por el legislador, siempre que tal interpretación o
aplicación no resulte manifiestamente contradictoria con la Constitución. Ello es así, ya que cabe tener presente
que, en principio, el legislador -de quien no es dable presumir la imprevisión o inconsecuencia- reservó para sí el
control y resguardo del interés público comprometido en la instrumentación de determinadas políticas de
emergencia y no incumbe a los jueces en el ejercicio regular de sus atribuciones, sustituirse a los otros poderes del
Estado en las funciones que les son propias. Si así lo hicieran, la Corte desplazaría a los poderes políticos y se
convertiría en una "superlegislatura", como alguna vez se dijo en la Corte Suprema de EE.UU.

En este sentido, la ley 23696 -en especial- expresa un verdadero sistema destinado a enfrentar la emergencia a
través de un proceso de transformación del Estado y su Administración Pública, donde se destaca, como elemento
singular, la política de privatizaciones decidida y desarrollada por el legislador. La ley citada se presenta así como
un estatuto para las privatizaciones -con el fin de reubicar al Estado en el lugar que le reserva su competencia
subsidiaria- estableciendo, para llevar a cabo tal política de privatizaciones, el procedimiento decisorio y el control
de su ejecución (arts. 8 a 14 y 19 y 20), donde se destaca la íntima colaboración y responsabilidad compartida
entre las ramas ejecutiva y legislativa del gobierno; los medios o instrumentos jurídicos a utilizar para facilitar la
privatización (arts. 10 y 15); las modalidades o tipos de privatización a utilizar (arts. 11 y 17); los procedimientos de
selección del contratista (arts. 16 y 18); los mecanismos de participación accionaria de sectores de la comunidad
singularizados por el legislador (cap. III, "del programa de propiedad participada") sin omitir la protección del
trabajador de la empresa "sujeta a privatización" (cap. IV). Este sistema fue luego desarrollado y aplicado por el
mismo legislador a específicos sectores económicos: energía eléctrica, por ley 24065 (22); gas natural, por ley
24076 (23); puertos, por ley 24093 (24); hidrocarburos, por ley 24145 (25).

Al contrario de lo sostenido en la sentencia apelada, se advierte que en la estructura central del sistema se destaca
la común participación de los Poderes Legislativo y Ejecutivo. Ninguna empresa o actividad puede ser privatizada
si no media la previa declaración de "sujeta a privatización" por ley del Congreso, es decir, por decisión de los
representantes del pueblo (arts. 8 y 9 ley 23696) pero una vez establecida esta calificación legal, le corresponde
al Ejecutivo su implementación concreta, con una amplia atribución de competencias, entre las que se destacan las
previstas en los arts. 10 y 61 de esa misma ley.

12. Que las políticas legislativas mencionadas en el comienzo del consid. 9 -a cuyo eficaz cumplimiento el PE. se
halla obligado por mandato legal- no encuentra su única razón de ser -aunque quizás sí su ocasión circunstancial-
en la situación de emergencia que tuvo su dramático estallido en los meses de mayo y junio de 1989. En efecto, es
también voluntad del legislador insertar a la Argentina en un régimen de integración regional, en una decisión que
acompaña la realidad política, económica y social de nuestros tiempos

Por el contrario, en nuestro sistema -amén de los reglamentos "autónomos", cuya fuente puede encontrarse en el
art. 86 inc. 1 CN. y de los reglamentos de emergencia, originados en el presupuesto constitucional de la
subsistencia misma del sistema (ver la ya cit. causa "Peralta")- el inc. 2 de la misma norma establece, como
competencia del Ejecutivo, la de expedir "las instrucciones y reglamentos que sean necesarios para la ejecución de
las leyes de la Nación, cuidando de no alterar su espíritu con excepciones reglamentarias". Se encuentran así
claramente identificados los tradicionalmente denominados "reglamentos de ejecución", es decir aquellos que se
sancionan para poner en práctica las leyes cuando éstas requieren de alguna determinada actividad del PE. para
su vigencia efectiva. Es así que la mayoría de la legislación no precisa, para su efectiva vigencia en la realidad, de
decretos ejecutivos -pensemos en la casi totalidad del articulado del Código Civil, por ejemplo- lo que sí ocurre
cuando, para la aplicación práctica de la ley, resulta necesaria la actividad de cualquiera de las dependencias de la
Administración Pública. En este caso, inevitablemente el Poder Ejecutivo deberá disponer cómo se llevará a cabo
tal actividad, siempre cuidando de no contradecir la ley así reglamentada. Se trata, en definitiva, de normas de
procedimiento para la adecuada aplicación de la ley por parte de la Administración Pública: son reglamentos de
ejecución adjetivos. Distinto es el supuesto de lo que es posible denominar "delegación impropia" -por oposición a
la antes indicada delegación en sentido estricto, donde existe una verdadera transferencia de competencia o
dejación de competencia- la que ocurre cuando el legislador encomienda al Ejecutivo la determinación de aspectos
relativos a la aplicación concreta de la ley, según el juicio de oportunidad temporal o de conveniencia de contenido
que realizará el poder administrador. No existe aquí transferencia alguna de competencia. El legislador define la
materia que quiere regular, la estructura y sistematiza, expresa su voluntad, que es la voluntad soberana del
pueblo, en un régimen en sí mismo completo y terminado, pero cuya aplicación concreta -normalmente en
aspectos parciales- relativa a tiempo y materia, o a otras circunstancias, queda reservada a la decisión del PE. que,
en nuestro caso es, junto con el Legislativo y el Judicial, Gobierno de la Nación Argentina. El Poder Legislativo,
muy por el contrario de transferirla, ejerce su competencia, y dispone que el Ejecutivo aplique, concrete o "ejecute"
la ley, según el estándar inteligible que el mismo legislador estableció, es decir, la clara política legislativa, la lógica
explícita o implícita, pero siempre discernible, que actúa como un mandato de imperativo cumplimiento por parte
del Ejecutivo. Estos reglamentos también se encuentran previstos en el art. 86 inc. 2CN. -una norma que, no
puede dejar de ser advertido, no se encuentra en su similar norteamericana, lo que refuerza aún más la
constitucionalidad, en nuestro sistema, de este tipo de decretos- por lo que, en realidad, son también decretos de
ejecución de la ley, aunque con un contenido diverso que los analizados bajo ese nombre en primer término. Se
trata de reglamentos de ejecución sustantivos ya que no tienen como finalidad establecer el procedimiento según el
cual la Administración aplicará la ley -aunque también puede hacerlo- sino regular, por mandato del legislador, la
concreta aplicación de la ley en la sustancia misma del objeto o finalidad por ella definidos. Esta segunda especie
de reglamentos de ejecución -que sólo impropiamente pueden denominarse "delegados"- también, por supuesto,
encuentra el límite del citado art. 86 inc. 2 in fine, no pueden alterar el espíritu de la ley, es decir, la política
legislativa que surge del texto aprobado por el Congreso. Por ello no sólo con relación a la norma reglamentada,
sino con respecto a todo el bloque de legalidad que conforma, con dicha ley, un sistema, un "programa de gobierno
aprobado por el Congreso".

Esta competencia del Ejecutivo no es autónoma, ni de ejecución adjetiva de la ley, que puede ser de necesaria
implementación aunque el legislador no la hubiese previsto. Por el contrario, precisa de la expresa decisión del
Congreso, el que quiere -y ésta es una decisión que puede tener diversos fundamentos, entre ellos, seguramente
los más numerosos, estrictamente políticos- que cierto aspecto de la cuestión tratada en la ley sea regulado por el
PE. Al actuar de esta forma, el Congreso no viola la Constitución, ya que el constituyente le confirió tal competencia
en el art. 67 inc. 28, que es una traducción casi literal del art. 1, n. 8, (18), de la Constitución norteamericana. Esta
última aclaración no es ociosa, ya que la Corte Suprema de aquel país interpretó que bajo dicha norma cualquier
competencia del Congreso, otorgada por la Constitución, "implica un poder (de delegar) autoridad que sea
suficiente para cumplir con sus propósitos"

El decreto en cuestión es, entonces, una norma reglamentaria, que ejecuta la ley en las materias queridas por el
Congreso y que encuentra su fundamento constitucional en el juego armónico de los arts. 67 inc. 28 -competencia
del Congreso para atribuir competencias al Ejecutivo- y 86 inc. 2 CN.: competencia del Ejecutivo para llevar a
cabo la competencia que le fue atribuida por el Congreso.

Fernández Arias, Elena, y otros: v. Poggio, José -suc.-.

Es preciso advertir que el reconocimiento de facultades jurisdiccional a órganos administrativos es uno de los
aspectos que, en mayor grado, atribuyen fisonomía relativamente nueva al principio atinente a la división de
poderes. Esta típica modalidad del Derecho Público actual, desde luego, no ha surgido como consecuencia de
especulaciones de orden teórico. Tampoco expresa ni encubre una determinada concepción del Estado. Muy por el
contrario, constituye uno de los modos universales de responder, pragmáticamente, al premioso reclamo de los
hechos que componen la realidad de este tiempo, mucho más vasta y compleja que la que pudieron imaginar los
constituyentes el siglo pasado; y se asienta en la idea de que una
administración ágil, eficaz y dotada de competencia amplia es instrumento apto para resguardar, en determinados
aspectos, fundamentales intereses colectivos de contenido económico y social (ver Fallos 199:483 , 524 y 536),
los que de otra manera sólo podrían ser tardía o insuficientemente satisfechos (Landis, James M., "The
Administrative Process", 1950, ps. 1, 6 y ss.).
los tribunales argentinos, desde antiguo, han declarado la validez de disposiciones equivalentes que rigieron o
rigen en el orden nacional. Así, esta Corte, en numerosos fallos, resolvió que es compatible con la ley fundamental
la creación de órganos, procedimientos y jurisdicciones especiales -de índole administrativa- destinados a hacer
más efectiva y expedita la tutela de los intereses públicos, habida cuenta de la creciente complejidad de las
funciones asignadas a la administración
6. Que así acontece, incluso, en países como Gran Bretaña y los Estados Unidos, cuya organización política, a
semejanza de la existente en la Argentina,
la Corte Suprema admitió la actuación de cuerpos administrativos con facultades jurisdiccionales, mas lo hizo luego
de establecer, con particular énfasis, que la validez de los procedimientos hallábase supeditado al requisito de que
las leyes pertinentes dejaran expedita la instancia judicial posterior. Así, se asignó valor esencial a la circunstancia
de haberse previsto "oportunidad para que los jueces revisen el pronunciamiento administrativo" (Fallos 187:79 ),
estimándose imprescindible el otorgamiento de "recurso u ocurso subsiguiente ante los jueces del Poder Judicial"
(Fallos 195:50 ), en la inteligencia de que, a falta de él, el régimen dejaría de ser congruente "con los derechos y
garantías constitucionales" (Fallos 207:346 ). Y en la breve pero importante sentencia de Fallos 199:401 , se
encareció la necesidad de validar el recurso ante la justicia federal contra las resoluciones del tribunal bancario de
la ley 12637 , por estimarse que un criterio distinto privaría a las partes "de la segunda instancia que es la
propiamente judicial y que obvia, por ello, el carácter administrativo del tribunal de primera instancia" (consid. 3).
cabe declarar que, en casos como el de autos, control judicial suficiente quiere decir: a) reconocimiento a los
litigantes del derecho a interponer recurso ante los jueces ordinarios; b) negación a los tribunales administrativos
de la potestad de dictar resoluciones finales en cuanto a los hechos y al derecho controvertidos, con excepción de
los supuestos en que, existiendo opción legal, los interesados hubiesen elegido la vía administrativa, privándose
voluntariamente de la judicial (doct. de Fallos 205:17 ; 245:351 ). La mera facultad de deducir recurso
extraordinario basado en inconstitucionalidad o arbitrariedad, no satisface las exigencias que en la especie ha de
tenerse por imperativas

20. Que una interpretación contraria no tendría cabida dentro del derecho argentino, en mérito a dos razones
principales. Primeramente, porque el art. 18 CN. incluye la garantía de que, mediando situaciones del carácter
indicado, ha de reconocerse a los habitantes del país el derecho a ocurrir ante un órgano judicial en procura de
justicia

22. Que, advertida de ello, esta Corte estima indispensable expresar cuáles son los términos estrictos entre los que
deberá optarse, inexcusablemente: o las leyes de cuya aplicación se agravia la demandada son inconstitucionales,
o se acepta que el Poder Legislativo -so color de proteger altos intereses públicos- puede vulnerar derecho como el
de defensa, y convertir en su opuesto a las instituciones que los constituyentes decretaron y establecieron para la
Nación argentina. Ante semejante disyuntiva, la elección no ofrece dudas. Es falsa y tiene que ser desechada la
idea de que la prosperidad general, buscada a través de los medios del art. 67 inc. 16, constituye un fin cuya
realización autoriza a afectar los derechos humanos o la integridad del sistema institucional vigente. La verdad,
ajustada a las normas y a la conciencia jurídica del país, es otra. Podría expresársela diciendo que el desarrollo y
el progreso no son incompatibles con la cabal observancia de los arts. 1 y 28 CN., sino que, al contrario, deben
integrarse con éstos, de modo tal que la expansión de las fuerzas materiales y el correlativo mejoramiento
económico de la comunidad sean posibles sin desmedro de las libertades y con plena sujeción a las formas de
gobierno dispuestas por la ley fundamental. Porque, para esas normas y esa conciencia, tan censurables son los
regímenes políticos que niegan el bienestar a los hombres como los que pretenden edificarlo sobre el desprecio o
el quebranto de las instituciones.

Disidencias
, cabe adelantar que asiste derecho al recurrente en cuanto a la garantía de los jueces naturales, separación de
poderes y reserva del art. 67 inc. 11, así como el art. 100 CN.

3. Que el art. 95 CN., sin correspondencia en la de los Estados Unidos, establece de modo categórico: "En ningún
caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas
pendientes a restablecerlas fenecidas". Razones históricas y permanentes dan sentido a su letra y a su espíritu. En
efecto, ya el art. 7 Reglamento del 10/10/1811 contenía una norma semejante; y, mucho después, el art. 98 del
Proyecto de Alberdi establecía en su parte final: "En ningún caso el presidente de la República puede ejercer
funciones judiciales, avocarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas". Esta proyectada
disposición fue tomada de la Constitución chilena de 1833, cuyo art. 108 (99) dispone en su parte final: "Ni el
Congreso, ni el presidente de la República pueden en ningún caso ejercer funciones judiciales, a avocarse causas
pendientes, a hacer revivir procesos fenecidos" ("Obras de Jorge Hunneus", t. II, 1981, Santiago de Chile, p. 221 y
ss.). Asimismo, cabe señalar que, en la evolución histórico-institucional de la República, el Poder Ejecutivo asumió
funciones típicamente judiciales en diferentes momentos y sitios, sea en el período anterior a 1853, fuere, aun y al
margen de normas constitucionales, en el período ulterior a ese año, siendo de extremado interés público,
entonces, delimitar con claridad la órbita de sus funciones con arreglo a las normas que rigen.

4. Que la Constitución Nacional, se ha dicho, es un conjunto normativo en que todos los artículos deben ser
razonablemente armonizados para responder así a la organización y equilibrio de los poderes constitucionales
previstos por los constituyentes de 1853. El art. 95 en examen se vincula, precisamente, y entre otras normas,
con los artículos: 18, que confiere derecho a exigir un proceso legal con jueces naturales; 23, que limitando las
facultades del Poder Ejecutivo durante el estado de sitio, le prohíbe concreta y claramente el ejercicio de funciones
judiciales; 29, que veda con energía las "facultades extraordinarias", la "suma del poder público", las "sumisiones"
o "supremacías". Y ha de relacionarse, también, con los arts. 94 y otros del Capítulo I, Sección 3ª: Del Poder
Judicial, y con el Capítulo II, referente a las atribuciones de este poder, como, asimismo, con el art. 67 inc. 11, y
con el art. 100 , que reservan para las provincias la aplicación del derecho común por los jueces que componen
sus respectivos poderes judiciales, sustentados éstos en los arts. 104 y 105 CN.

5. Que el pensamiento profundo que esas normas traducen mantiene su vigor a través del tiempo. Ellas se basa en
la "separación" o "distribución" de los poderes, principio fundamental de nuestra estructura política y organización
jurídica (art. 1 y afines CN.). En ese sentido, decía Montesquieu, que no había libertad si el Poder Judicial no
estaba separado de los otros dos

10. Que las Cámaras Paritarias y la Cámara Central realizan, entonces, funciones de indiscutible carácter judicial al
dilucidar cuestiones entre particulares regidas por normas de derecho común (Fallos 243:357 , entre otros). Sus
integrantes deciden, como si fuesen jueces, en contiendas sustancialmente contractuales (Fallos 234:715 y otros)
y sus sentencias son recurribles para ante la Cámara Central, que es organismo administrativo contra cuyas
resoluciones sólo procede el recurso extraordinario. La intervención de los poderes judiciales prevista por el art. 2
ley 13897 sólo es autorizada para dar ejecución a las resoluciones de esos organismos, a las que se atribuye valor
de cosa juzgada. Y, en consecuencia, es dado concluir que aquéllas no están sometidas a contralor judicial alguno
para el orden común de los asuntos que tratan.

11. Que los integrantes de esos organismos, además, son designados y removidos por el Poder Ejecutivo, no
ostentando, así, las garantías de inamovilidad que aseguren su independencia, ni, por tanto, el carácter de jueces
naturales en el sentido constitucional. Carecen, por tanto, de esa "independencia de los jueces requeridas para
defender la Constitución y todos los derechos individuales" (Hamilton, "The Federalist", n. 78). Tampoco poseen
título habilitante en derecho para ejercer una función jurídica como la que les asignan las normas impugnadas.

14. Que esta Corte ha decidido reiteradamente, a ese respecto, que la materia de los arrendamientos rurales es
propia del derecho común, como cualquier otra dentro de la figura jurídica de la locación de cosas -Fallos 243:357
; 240:144 ; 238:67 ; 233:83 y muchos otros-. La Constitución podrá o no haber impuesto al Congreso Nacional
un criterio definido para la legislación común prevista en el art. 67 inc. 11, y podrá o no haberla delimitado de un
modo tan preciso como para impedir que normas de derecho común contengan disposiciones procesales cuando
las integran (Fallos 137:303; 138:154 y otros); pero lo que sí impone es una concepción clara y concreta de la
separación de los poderes que constituyen el Gobierno nacional, y de las jurisdicciones entre la Nación y las
provincias, de lo que surge, sin lugar a duda ni excepciones, que a las provincias corresponde asegurar la
administración de justicia dentro de sus límites territoriales (art. 5 ) y establecer sus respectivos poderes judiciales
(arts. 104 y 105 ), reservándoles la aplicación del derecho común (art. 67 inc. 11). Toda explicación teórica que
conduzca a sustraer de los jueces provinciales la aplicación del derecho común, no conseguiría sino transgredir
estos principios. Así debe ser considerada la decisión en contrario dictada en estos autos.

Gador SA

Que el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Penal Económico n. 1 hizo lugar al recurso de queja deducido
por Gador S.A. y su directora técnica y declaró la inconstitucionalidad del apartado final del art. 21 ley 16463 (1),
en cuanto dispone que las resoluciones del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública por las que se imponen
apercibimientos hacen cosa juzgada y no son susceptibles de revisión judicial. Contra esta sentencia la
Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT.) interpuso el recurso
extraordinario federal, cuya denegación dio lugar a la presente queja.

2) Que para así decidir el a quo sostuvo que la norma mencionada resultaba pasible de objeción constitucional
pues impedía el control judicial del obrar de la Administración Pública -en el caso, el del ANMAT.-, lo que se oponía
no sólo a lo previsto en el propio texto de la Ley Fundamental (arts. 1 , 18 , 29 y 109 ), sino a antigua
jurisprudencia de esta Corte sobre la materia (Fallos 247:646 ). A mayor abundamiento, añadió que el
apercibimiento impuesto a la actora, cuya revisión judicial se había visto obstaculizada por la norma mencionada, le
ocasionaba un perjuicio serio, en la medida en que podía limitar su participación en futuras licitaciones
relacionadas con la adquisición de productos medicinales.

3) Que no obstante las cuestiones federales resueltas durante la tramitación del litigio son susceptibles de
conocimiento por esta Corte en ocasión del recurso extraordinario que quepa deducir contra la sentencia final de la
causa, en el sub examine corresponde hacer excepción a tal principio y habilitar la vía del art. 14 ley 48 (2). Ello
es así, pues el a quo se ha pronunciado por la invalidez de una ley sancionada por el Congreso de la Nación y ha
habilitado la instancia judicial para el ejercicio de una pretensión ajena al plexo legal cuestionado, habilitación que
fue expresamente vedada por el legislador. En tales condiciones, el fallo apelado cierra el debate sobre el punto y
resulta, por ende, la sentencia definitiva emanada del superior tribunal de la causa requerida por la ley 48 para la
admisibilidad del recurso extraordinario federal.

4) Que si bien esta Corte ha admitido que los organismos de la Administración ejerzan facultades de índole
jurisdiccional, ello ha sido así en tanto se garantice un control judicial suficiente a su respecto a fin de impedir que
aquéllos ejerzan un poder absolutamente discrecional, sustraído a toda especie de revisión ulterior.
5) Que, como también ha señalado este tribunal, el alcance que ese control judicial debe tener para que sea
legítimo tenerlo por verdaderamente suficiente no depende de reglas generales u omnicomprensivas, sino que ha
de ser más o menos extenso y profundo según las modalidades de cada situación jurídica. No obstante, si las
disposiciones que gobiernan el caso impiden a las partes tener acceso a una instancia judicial propiamente dicha,
como lo hace el precepto cuestionado en autos, existe agravio constitucional originado en la privación de justicia
(Fallos 247:646 ; 305:129 [3], entre muchos otros).

6) Que en la medida en que el art. 21 ley 16463 confiere autoridad de cosa juzgada a las decisiones
administrativas que imponen apercibimientos, e impide de ese modo su control judicial posterior, su
inconstitucionalidad deviene evidente en los términos de la doctrina señalada precedentemente. En consecuencia,
y atento a que lo resuelto se ajusta a dicho criterio, corresponde confirmar el pronunciamiento apelado.

Los Lagos

la Cámara Federal de la Capital ha desechado la demanda por estimar prescripta la acción, con arreglo a los
siguientes antecedentes: el actor con fecha 25/9/1934 pidió la nulidad del decreto del Poder Ejecutivo de la Nación
del 21/4/1917, cuya parte dispositiva (art. 3) declaraba caducas las ventas hechas y formalizadas por el Gobierno
nacional a los antecesores del actor en el dominio, disponiendo, en consecuencia, respeto de las tierras
comprendidas en el presente juicio, que el Registro de la Propiedad tomase razón, como fue practicado, de las
referidas caducidades.

bien no han sido establecidas para aplicarlas al Derecho Administrativo sino al Derecho Privado, nada obsta para
que representando aquellas una construcción jurídica basada en la justicia, su aplicación se extienda al Derecho
Administrativo cuyas normas y soluciones también deben tender a realizar aquella, con las discriminaciones
impuestas por la naturaleza propia de lo que constituye la substancia de esta última disciplina.

En el presente caso, además, dando por admitido que por extensión las reglas de la proscripción se aplican,
también, a las relaciones del Estado con los particulares cuando se halla en juego la propiedad privada de los
últimos, aunque aquel actúe mediante decretos administrativos, el Poder Judicial está autorizado para analizar la
validez o nulidad de un acto de autoridad en cuanto se afirme que mediante él se han desconocido o allanado
garantías o preceptos constitucionales y, sobre todo, cuando ese análisis es indispensable y en cierto modo previo
para saber si la prescripción está o no producida. De eso cabalmente se trata en estos autos.

Que, desde luego, las nulidades en el Derecho Administrativo, como en el Derecho Civil, se consideran respecto de
los distintos elementos que concurren a la formación del acto considerado, esto es, a la competencia del
funcionario que lo otorgó, al objeto o finalidad del mismo y a las formas de que debe hallarse revestido. La falta de
aptitud del Poder Ejecutivo, derivada de carecer de facultades para poner en movimiento su actividad en un sentido
determinado o la prohibición de realizar ciertos actos que, por motivos especiales, chocarían con la organización y
contenido de las ramas del Gobierno o con las garantías individuales; o la omisión de aquellos requisitos de
carácter formal prescriptos por las leyes y los reglamentos, constituirían otras tantas causas esenciales de invalidez
en la apreciación y examen de un acto administrativo. Puede agregarse, anticipando la solución, que en todos esos
supuestos la nulidad del acto sería completa y total, es decir absoluta, aun cuando su declaración sólo pueda
pedirse por los particulares interesados en él.

Que la solución es aún más clara en el Derecho Público. El decreto de cuya nulidad se trata es un acto
administrativo, o sea un acto de autoridad emanado del Poder Ejecutivo que determina lo que para el actor debió
ser el derecho en la materia de que aquel trata -Mayer, t. 1, &8, p. 119-. En esa calidad posee respecto de la
persona a quien afecta la misma fuerza obligatoria ínsita en la ley, salvo la diferencia esencial de faltarle su
generalidad; opera en relación al caso individual en forma semejante a las sentencias judiciales y es así la
exteriorización de una jurisdicción administrativa especial creada por ser indispensable a la realización del
Gobierno. Esos actos administrativos, por serlo, tienen en su favor la presunción de constituir el ejercicio legítimo
de la actividad administrativa y, por consiguiente, toda invocación de nulidad contra ellos debe necesariamente ser
alegada y probada en juicio; así sucede cuando se han desconocido o vulnerado principios de Derecho Público o
garantías individuales.

Que estos principios y garantías han sido consignados en la Constitución Nacional,

Que la competencia (en el sentido de jurisdicción) es un elemento esencial en el acto administrativo tanto como su
equivalente la capacidad lo es en el Derecho Privado. En éste cuando una persona es de incapacidad absoluta o
incapaz de derecho para realizar un acto determinado y la contravención está expresamente prevista en la ley, es
decir es manifiesta, el acto puede declararse nulo de oficio por los jueces con o sin pedido de las partes o del
Ministerio Público en el interés de la normal o de la ley, es decir, su nulidad se confunde con la inexistencia.

Que si, pues, el acto administrativo es un acto de autoridad o de poder que lleva consigo como expresión de tal
poder la presunción de su validez, será siempre necesaria una investigación de hecho usando los términos del art.
1045 CCiv. para determinar la incompetencia o la prohibición del objeto del acto
Que es condición esencial en la organización de la administración de justicia con la categoría de "poder" la de que
no le sea dado controlar por propia iniciativa de oficio los actos legislativos o los decretos de la administración.
Para mantener la supremacía de la Constitución y de las leyes sin provocar el desequilibrio de los tres poderes es
indispensable que exista en pleito una cuestión que proporcione a los componentes del Poder Judicial la
oportunidad de examinar, a pedido de alguno de los litigantes, si la ley o el decreto conforman sus disposiciones a
los principios y garantías de la Constitución Nacional. Como ha dicho Cooley es indispensable un conflicto judicial y
un peticionante cuyos derechos personales se encuentren realmente afectados. Sólo entonces la potestad
legislativa y ejecutiva puede ser puesta en tela de juicio y tachada de ilegítima. Sin este freno el equilibrio de los
tres poderes, condición esencial del Gobierno organizado por la Constitución, se habría roto por la absorción del
Poder Judicial en desmedro de los otros dos.

En el Derecho Administrativo por razones institucionales la declaración de actos inexistentes o nulos es


independiente del hecho de que ella pueda o no pedirse por los interesados. Más aún, es a éstos a quien les
corresponde constitucionalmente tomar la iniciativa con exclusión de los miembros del Poder Judicial.
en su resumen, promediando en la especie una nulidad absoluta no le sería aplicable la prescripción de dos años
autorizada por el art. 4030 CCiv., pues éste, según se infiere de su simple lectura, no comprende ninguna de las
hipótesis de nulidad previstas por los arts. 18 y 1044, entre las cuales se encuentra la examinada en este juicio. La
nulidad manifiesta y absoluta y la absoluta que requiere una investigación de hecho para determinar su verdadera
naturaleza, son insusceptibles de prescripción. La disposición de tal artículo, ha dicho esta Corte, reducido a
legislar sobre las acciones de nulidad allí previstas, no comprende el caso de un decreto del Poder Ejecutivo, acto
administrativo por excelencia, que declara la nulidad de actos anteriores de carácter definitivo producidos por el
mismo Poder Ejecutivo y cuyas consecuencias se hacen efectivas o indirectamente repercuten sobre la facultad de
disponer de la propiedad privada, ejercitando así funciones judiciales vedadas al Poder Ejecutivo por el art. 95 CN.

Causa Mignone

contra la sentencia de la Cámara Nacional Electoral que, al revocar la de primera instancia, declaró la
inconstitucionalidad del art. 3 inc. d CEN. que excluye del padrón electoral a "los detenidos por orden de juez
competente mientras no recuperen su libertad", tanto la actora como la demandada dedujeron recursos
extraordinarios. Los interpuestos por la primera (fs. 193/203 y 239/251) fueron denegados (fs. 300/301) y ello dio
lugar a la presentación directa que corre agregada a autos, en tanto que los deducidos por la demandada (fs.
206/213 y 215/232 vta.) fueron concedidos (fs. 300/301).

2. Que según surge de las constancias de la causa, el Sr. Emilio F. Mignone, en su condición de representante del
Centro de Estudios Legales y Sociales, promovió una acción de amparo a fin de que "se adopten las medidas
necesarias para garantizar el ejercicio del derecho de sufragio
9. Que el sufragio -conforme lo ha definido esta Corte- es un derecho público de naturaleza política, reservado a
los miembros activos del pueblo del Estado, que en cuanto actividad, exterioriza un acto político. Tiene por función
la selección y nominación de las personas que han de ejercer el poder y cuya voluntad se considera voluntad del
Estado en la medida en que su actividad se realiza dentro del ordenamiento jurídico, ya que los que mandan lo
hacen en tanto obedecen al orden legal en que fundan sus decisiones y los que obedecen lo hacen en tanto
mandan a través de ese mismo orden legal en cuya formación participaron. Esta participación se efectiviza por
medio del sufragio, dando sentido al principio de que el pueblo, como titular de la soberanía, es la fuente originaria
de todos los poderes. Estos poderes cumplen funciones confiadas a órganos elegidos por medio del sufragio e
investidos de autoridad en virtud de la representación que se les atribuye. Esto hace que el sufragio adquiera
carácter funcional, ejercido en interés no del ciudadano individualmente considerado sino de la comunidad política,
a través del cuerpo electoral (Fallos 310:819 , consid. 10). O, en términos más cercanos a una síntesis, el sufragio
es la base de la organización del poder; y el derecho que tienen los ciudadanos de formar parte del cuerpo
electoral y, a través de éste, constituir directa o indirectamente a las autoridades de la Nación.

11. Que la detención preventiva es una necesidad del ejercicio de un deber primario del Estado impuesto por la
defensa social a través de la persecución del delito y resulta consentida dentro de situaciones razonables y según
la naturaleza del caso y la ilicitud de la conducta del procesado. El respeto debido a la libertad individual -ha dicho
esta Corte en Fallos 280:297 - no puede excluir el legítimo derecho de la sociedad a adoptar todas las medidas de
precaución que sean necesarias no sólo para asegurar el éxito de la investigación sino también para garantizar, en
casos graves, que se siga delinquiendo y que no se frustre la ejecución de la eventual condena por la
incomparecencia del reo. Se trata, en definitiva, de conciliar el derecho del individuo a no sufrir persecución injusta
con el interés general de no facilitar la impunidad del delincuente. "La idea de justicia -sostuvo este Tribunal-
impone que el derecho de la sociedad a defenderse contra el delito sea conjugado con el del individuo sometido a
proceso, en forma que ninguno de ellos sea sacrificado en aras del otro
si el sufragio universal hace a la sustancia del Estado constitucional contemporáneo; si la prisión preventiva es una
medida cautelar, no punitiva; si sólo algunos derechos son restringidos en virtud de la detención pero, otros
subsisten inalterados a intramuros del presidio y si la privación de los derechos políticos no guarda relación ni con
los fines de la detención ni con las necesidades de la organización del sistema carcelario, corresponde concluir que
la limitación contenida en el art. 3 inc. d CEN. que excluye del padrón electoral a "los detenidos por orden de juez
competente mientras no recuperen su libertad", es contraria a la Constitución Nacional y a los tratados
internacionales. Consecuentemente, corresponde: a) Hacer lugar a la queja de la parte actora, declarar procedente
el recurso extraordinario interpuesto y revocar la sentencia, en ese aspecto, con el alcance establecido en el
consid. 18; b) declarar procedente el recurso deducido por la demandada y confirmar la sentencia en los demás
aspectos.

el derecho al voto no queda limitado a su ejercicio individual o incluso -como se plantea en el caso- a su difusión a
un grupo relativamente amplio de personas sino que también reviste una importancia central en nuestro sistema
representativo de gobierno donde el derecho político del voto es un derecho político fundamental ya que es
protector de otros derechos ("Yick Wo v. Hopkins" 118 U.S. 356, 379 -1886-), de modo que el examen acerca de la
legitimación invocada debe ser contemplado en términos no restrictivos que vayan en perjuicio de este aspecto
fundamental del sistema democrático.
18. Que a raíz de las particulares características del derecho al sufragio en una sociedad democrática, el reclamo
de la demandante se sustenta en un derecho de incidencia colectiva mediante el cual se procura la protección de
un derecho político fundamental que se encuentra afectado por la actitud de la demandada, que tiene
repercusiones sobre un grupo de ciudadanos que se hallan en idéntica situación y que habrían sido excluidos del
efectivo ejercicio de la soberanía popular sobre el que se asienta el sufragio (art. 37 CN.).

19. Que, por consiguiente, la norma no requiere una identificación entre la asociación y cada uno de los
perjudicados ya que la reforma constitucional de 1994 ha optado por ampliar la legitimación como medio para
proteger los derechos mediante un instrumento que procura una tutela más amplia respecto del conjunto de
personas autorizadas para promover este tipo de acción que surgía de la ley 16986 .

20. Que la pluralidad de sujetos ubicados en una misma situación de hecho se presenta en el caso si se tiene en
cuenta que los demandantes reclaman la protección de un grupo abierto y al mismo tiempo limitado de individuos,
constituido por aquellas personas que se encuentran detenidas y respecto de las cuales aún no se ha dictado
condena judicial.

21. Que reconocida la legitimación de la actora en esos términos y la trascendencia colectiva del derecho al
sufragio carece de relevancia el planteo relativo a la caducidad de la acción de amparo porque la relación íntima
existente entre el derecho individual postulado por la actora con la incidencia colectiva en el grupo -constituido por
los detenidos sin condena- hace inaplicable el precepto del art. 3 inc. d ley 19945- que se refiere al planteo de
derechos subjetivos individuales. El derecho de incidencia colectiva no puede caducar porque ello importaría
unificar al conjunto de ciudadanos afectados bajo la singularidad de ese derecho subjetivo, que es precisamente lo
que la reforma de 1994 pretendió modificar con la ampliación del universo de legitimados para incluir a las
asociaciones que propendan a la defensa de esos fines.

Caso Peralta.

los actores dedujeron demanda amparo contra el Estado Nacional y al Banco Central de la República Argentina y
peticionaron la declaración de inconstitucionalidad del decreto 36/1990 y de las disposiciones que lo reglamentan,
así como el pago del capital y los intereses convenidos con una entidad bancaria. El tribunal a quo declaró la
referida inconstitucionalidad e hizo lugar, en parte, al reclamo patrimonial formulado. La condena alcanzó sólo al
Estado Nacional; contra ella se interpusieron los recursos extrordinarios de fs. 140 y 146 y la Cámara concedió el
que había sido promovido por el único condenado.

2. Que el recurso es formalmente admisible, en tanto encuadra de la manera indudable en las previsiones del art.
14 ley 48 (17).
3. La extensión y variedad de las cuestiones cuyo tratamiento impone este caso, hace conveniente que el tribunal
anticipe las principales conclusiones, a los efectos del ordenamiento de las razones que son su fundamento.

De este modo, 1) Que no es dable soslayar genéricamente el control de constitucionalidad en la acción de amparo;
2) Que el análisis de la división de poderes, y las circunstancias que rodean a este caso, conducen a admitir la
validez del dictado del decreto por el Presidente de la República; 3) Que reiterada jurisprudencia de esta Corte, y
doctrina aprovechable de derecho comparado, permiten admitir las normas de emergencia; 4) Que en el caso
deben primar por una parte, el aseguramiento de la unión nacional, y por la otra las normas que garantizan el
derecho de propiedad en los términos de los arts. 14 , 17 y especialmente 29 CN.; y finalmente: 5) Que la norma
es razonable en tanto guarda proporción con sus fines, adecuada a las peculiaridades de la materia económica y el
derecho que la rige, y no afecta el principio de igualdad ante la ley.

8. Que, en definitiva, cabe reiterar una vez más aquello que la Corte ya señaló en Fallos 33:162 y reiterados
precedentes posteriores, en el sentido de que "es elemental en nuestra organización constitucional la atribución
que tienen y el deber en que se hallan los tribunales de justicia, de examinar las leyes en los casos concretos que
se traen a su decisión, comparándolos con el texto de la Constitución para averiguar si guardan o no conformidad
con ésta y abstenerse de aplicarlas, si las encuentran en oposición a ella; constituyendo esa atribución moderadora
uno de los fines supremos y fundamentales del poder judicial nacional y una de las mayores garantías con que se
ha entendido asegurar los derechos consignados en la Constitución contra los abusos posibles... de los poderes
públicos".

17. Que el estudio de facultades como las aquí ejercidas por parte del PEN., guarda estrecha relación con el
principio de la llamada "división de poderes", que se vincula con el proceso de constitucionalismo de los Estados y
el desarrollo de la forma representativa de gobierno. Es una categoría histórica; fue un instrumento de lucha
política contra el absolutismo y de consolidación de un tipo histórico de forma política.

Se presenta como un sistema de restricciones a la actividad del poder para garantía de la libertad individual. Por él
se reparten las atribuciones de la autoridad y se regula su acción en función de la preservación de la libertad,
atribuyendo a los distintos órganos facultades determinadas, necesarias para la efectividad de las funciones que
les asigna, y se asegura una relación de equilibrio, fijando órbitas de actividad y límites de autonomía, que al
margen de su separación externa, no dejan de estar vinculadas por su natural interrelación funcional. Es un
procedimiento de ordenación del poder de la autoridad, que busca el equilibrio y armonía de las fuerzas mediante
una serie de frenos y contrapesos, sin que por ello deje de existir entre ellas una necesaria coordinación.

18. Que nuestra Constitución establece un reparto de competencias y establece medios de control y fiscalización,
por los que se busca afianzar el sistema republicano de gobierno y no concentrar en cada uno un ámbito cerrado
de potestades, librado a su plena discreción. Así el PEN. no puede alterar el espíritu de las leyes dictadas por el
Congreso, pero sí ejerce facultades reglamentarias sobre ellas, participa junto a los miembros de aquél de la
facultad de presentar proyectos de ley y puede vetar los que el Congreso apruebe. Los jueces deben aplicar las
leyes que el legislador establece, pero es función esencial suya el control de su constitucionalidad en orden al
respeto de los derechos contenidos en la CN. y la jerarquía y extensión de los diversos campos normativos que ella
establece
20. Que esta Corte Suprema ha dicho que "el valor mayor de la Constitución no está en los textos escritos que
adoptó y que antes de ella habían adoptado los ensayos constitucionales que se sucedieron en el país durante 40
años, sin lograr realidad, sino en la obra práctica realista,
Con sabia prudencia, ha sostenido el tribunal -en el recordado y bien atinente caso "Kot"- "que las leyes no pueden
ser interpretadas sólo históricamente, sin consideración a las nuevas condiciones y necesidades de la comunidad,
porque toda ley, por naturaleza, tiene una visión de futuro, está predestinada a recoger y regir hechos posteriores a
su sanción: 'las leyes disponen para lo futuro',

Por otra parte, es de esencial importancia en el caso evitar que las fortunas de los argentinos queden a merced de
gobiernos o persona alguna. Esto se impondrá no sólo al Congreso y las Legislaturas, sino que es máxima que
guía a todo Poder del Estado. Su completo acatamiento se impone no sólo frente a "gobiernos", sino también frente
a "persona alguna", vocablos que indican a la multitud de actores de la vida nacional, en lo especial para este caso,
de la económica y que hará insoslayable la consideración de la génesis perversa de la deuda interna, que el
decreto en cuestión enfrenta.

Las violentas fluctuaciones económicas asentadas, antes que las reales afecciones de la riqueza del país, en
cuestiones de índole financiera y monetaria no fueron desconocidas en el siglo XIX ni anteriormente, pero sí los
remedios de política económica que la ciencia que estudia este sector de la realidad social fue elaborando,
recogiendo penosas experiencias nacionales y extranjeras. Tal, por ejemplo, la valoración de decisiones no
preanunciadas, para gobernar problemas de devaluación y todos aquellos en que la pública deliberación previa de
los pormenores técnicos malograría toda efectividad de las medidas políticas.

La trasparencia de las decisiones públicas, ínsita en la forma republicana de "gobierno" puede así confrontarse con
la necesidad de preservación de la vida misma de la Nación y el Estado. Esto no implica subordinar el fin a los
medios, preferencia axiológica que es conocida fuente de los peores males que puede padecer la sociedad, pero sí
adaptar los tiempos de esa trasparencia, pues de otro modo todo remedio en la materia podría resultar ineficaz.

38. Que corresponde a los poderes del Estado proveer todo lo conducente a la prosperidad del país y al bienestar
de sus habitantes, lo que significa atender a la conservación del sistema político y del orden económico, sin los
cuales no podría subsistir la organización jurídica sobre la que reposan los derechos y garantías individuales. Para
que éstas tengan concreta realidad, es esencial la subsistencia del Estado, de su estructura jurídica y su
ordenamiento económico y político. Su existencia hace posible el disfrute de los derechos de la libertad y del
patrimonio que asegura la Constitución. Cuando por razones de necesidad, sanciona una norma que no priva a los
particulares de los beneficios patrimoniales legítimamente reconocidos ni les niega su propiedad y sólo limita
temporalmente la percepción de tales beneficios o restringe el uso que puede hacerse de esa propiedad, no hay
violación del art. 17 CN., sino una limitación impuesta por la necesidad de atenuar o superar una situación de
crisis. En el sistema constitucional argentino, no hay derechos absolutos y todos están subordinados a las leyes
que reglamentan su ejercicio.

39. Que el fundamento de las leyes de emergencia es la necesidad de poner fin o remediar situaciones de
gravedad que obligan a intervenir en el orden patrimonial, fijando plazos, concediendo esperas, como una forma de
hacer posible el cumplimiento de las obligaciones, a la vez que atenuar su gravitación negativa sobre el orden
económico e institucional y la sociedad en su conjunto

43. Que así como el derecho adquirido se caracteriza por su incorporación en grado de identidad con la propiedad,
trátese de derechos reales o personales, de bienes materiales o inmateriales; el concepto de emergencia abarca
un hecho cuyo ámbito temporal difiere según circunstancias modales de épocas y sitios. Se trata de una situación
extraordinaria, que gravita sobre el orden económico-social, con su carga de perturbación acumulada, en variables
de escasez, pobreza, penuria o indigencia, origina un estado de necesidad al que hay que ponerle fin. La etiología
de esa situación, sus raíces profundas y elementales, y en particular sus consecuencias sobre el Estado y la
sociedad, al influir sobre la subsistencia misma de la organización jurídica y política, o el normal desenvolvimiento
de sus funciones, autoriza al Estado a restringir el ejercicio normal de algunos derechos patrimoniales tutelados por
la Constitución
Su restricción debe ser razonable, limitada en el tiempo, un remedio y no una mutación en la sustancia o esencia
del derecho adquirido por sentencia o contrato, y está sometida al control jurisdiccional de constitucionalidad, toda
vez que la situación de emergencia, a diferencia del estado de sitio, no suspende las garantías constitucionales
Que los objetivos perseguidos por el decreto 36/1990 fueron -como se señala en el recurso interpuesto por el
Banco Central- "a) Cortar abruptamente el proceso inflacionario que desgarra a la sociedad; b) Inducir la baja
primero y luego la estabilización del precio del dólar y de todos los bienes de la economía; c) Recuperar el valor
adquisitivo de la moneda nacional, y d) Que las entidades financieras honren sus obligaciones en australes a plazo
fijo mediante la entrega de Bonex 1989".

56. Que, en definitiva, de las medidas adoptadas por el gobierno no resulta menoscabo de la propiedad protegida
por la CN. art. 17 . Porque, como se expuso al examinar genéricamente los distintos problemas que plantea la
"emergencia", no hay violación del art. 17 cit., cuando por razones de necesidad se sanciona una norma que no
prive a los particulares de los beneficios patrimoniales legítimamente reconocidos ni les niega su propiedad y sólo
limita temporalmente la percepción de tales beneficios o restringe el uso que pueda hacerse de esa propiedad.
Antes bien, hay una limitación impuesta por la necesidad de atenuar o superar una situación de crisis que,
paradojalmente, también está destinada a proteger los derechos presuntamente afectados que corrían el riesgo de
convertirse en ilusorios por un proceso de desarticulación del sistema económico y financiero.

Caso Sofia Antonio

El debido equilibrio entre los derechos y las garantías que se mantienen, aun durante el estado de sitio, y los
medios requeridos por la necesidad de prevenir al daño o disipar el peligro real, en el ejercicio de las facultades
excepcionales, constituye uno de los puntos más delicados de esta grave cuestión.

8) Que esas facultades son privativas del Poder Ejecutivo y, en principio, no se hallan sujetas a revisión judicial
el control de los actos de la naturaleza del que origina las presentes actuaciones es ajeno a la competencia judicial,
salvo casos estrictamente excepcionales. Así dicho control procedería:

a) Tratándose de la facultad de arrestar o trasladar personas de un punto a otro de la Nación, si mediara


transgresión franca y ostensible de los límites trazados por la Ley Fundamental . Verbigracia, si el Presidente de
la República aplicara una pena o si, debidamente requerido al efecto, negara el derecho de opción para salir del
territorio argentino, en circunstancias como las que motivaron los precedentes de Fallos: 170:246 y 197:483 .

b) Respecto de la generalidad de las medidas de ejecución del estado de sitio, cuando ellas sean clara y
manifiestamente irrazonables, es decir, cuando impliquen medios que no guarden relación alguna con los fines del
art. 23 . Tal lo que sucedería, por ejemplo, si hoy y con invocación de la ley 14785 se impidiera a un extranjero el
ejercicio del derecho a testar o a casarse conforme a las leyes, reconocido por el art. 20 de la CN.

conforme a lo expuesto, la misión de los jueces, en casos como el presente, debe reducirse al control de
razonabilidad de los actos administrativos impugnados, habida cuenta de la particular intensificación que el estado
de sitio supone respecto del poder de policía. De conformidad con esta premisa, versando este juicio sobre una
reunión pública, presumiblemente cuantiosa, a realizarse en lugar céntrico y de libre acceso al público, organizada
por una entidad que a criterio del órgano competente "registra antecedentes de extrema izquierda" (fs. 4 vta.), no
parece dudoso que la prohibición dispuesta no irrazonable y, por tanto, no configura uno de los supuestos
excepcionales que autorizan la revisión judicial de la medida. Ello, debido a que, en general, de la aglomeración de
personas pueden resultar perturbados el orden y la tranquilidad públicos (Fallos: 191:197 ; 193:244 ); a lo que
particularmente debe añadirse que, como esta Corte lo sostuvo en el caso de "Israel Fascovicz y otros", durante la
vigencia del estado de sitio "entre los derechos que suelen ser más afectados, se halla precisamente el de reunión,
a fin de que el orden y la tranquilidad pública deban ser mantenidos
Los mal llamados "poderes políticos" de la Corte Sup. no pueden consistir en resolver el caso constitucional en
identidad de miras políticas con el Poder Ejecutivo o con las mayorías legislativas. Sus funciones propias -de
acuerdo con el principio de la separación de los poderes y de la correlación en el gobierno de la República- son, en
cambio, las de juzgar plenamente sobre la constitucionalidad de las leyes y actos administrativos, en salvaguardia
de la Constitución misma y de los derechos e intereses legítimos vulnerados.

La circunstancia de que la Corte Sup. no se pronuncie acerca del mérito político, social o económico de las leyes,
no significa, en modo alguno, que los derechos y las garantías constitucionales queden a merced de la
discrecionalidad incontrolada de los otros poderes del gobierno.

El ejercicio de las facultades excepcionales, por parte del Poder Ejecutivo, tiene cierto grado de discrecionalidad;
pero de ahí no se deduce que los funcionarios puedan actuar arbitrariamente o estén exentos de responsabilidad

una vez producido el acto político y no justiciable por el cual el Congreso declara el estado de sitio, las medidas
que el Poder Ejecutivo adopta para efectivizarlo -por ejemplo, la prohibición de una reunión pública- son actos
administrativos cuya ejecución supone el ejercicio de facultades propias, dotadas de una fuerza restrictiva mucho
más intensa que la atinente a las manifestaciones ordinarias del poder de policía.

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