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1.- INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA HUMANISTA DE C.R.

ROGERS
Además del psicoanálisis, otros enfoques de orientación humanista
han abordado también el análisis de los procesos internos pero
desde una óptica diferente y discrepante con los supuestos
psicoanalíticos.
Estos enfoques humanistas tienen como características comunes,
(1) el énfasis en los aspectos subjetivos (2) el influjo de filosofías
relacionadas con la fenomenología y el existencialismo,
preocupadas por aspectos como el “yo”, el “existir” o el “ser” (hasta
el punto de que estas teorías son citadas con mucha frecuencia
como “fenomenológicas”); (3) el rechazo de los conceptos
motivacionales de la teoría psicoanalítica y conductista (y, así, el
humanismo se ha presentado en ocasiones como la “tercera
fuerza“) por el carácter determinista y mecanicista de ambas
posiciones, así como de los supuestos de los modelos factoriales.
Desde estas posiciones se entiende que la conducta es
indeterminada, ya que, por uno de sus axiomas centrales, la
persona es libre.
El concepto central de esta orientación es el del “self' o concepto
de “sí mismo”, las ideas y percepciones propias del individuo
respecto a sus experiencias personales y aspiraciones (el
autoconcepto, la autoimagen). El principal autor que representa
esta postura es Carl Rogers (1902-1987), un autor eminentemente
clínico que aborda en los años 60 una formulación teórica de la
personalidad en consonancia con sus posiciones terapéuticas.
Otros autores de esta orientación serían Maslow, Mav o Frankl.
De acuerdo con esta posición humanista de la fenomenología,
Rogers cree que el individuo percibe el mundo que le rodea de un
modo singular y único; estas percepciones constituyen su realidad
o mundo privado, su campo fenoménico. En este sentido, la
conducta manifiesta de la persona no responde a la realidad,
responde a su propia experiencia y a su interpretación subjetiva de
la realidad externa, en tanto la única realidad que cuenta para la
persona es la suya propia. Por tanto, si el psicólogo quiere explicar
la conducta deberá tratar de comprender los fenómenos de la
experiencia subjetiva.
Esto plantea el siguiente problema: ¿es posible llegar a conocer los
acontecimientos tal como aparecen ante un (otro) determinado
individuo?, ¿es posible ver su conducta con el mismo significado
psicológico que él?, en definitiva, si cada persona vive en su propia
burbuja, en su propia realidad subjetiva, ¿es posible acceder al
mundo privado de otra persona? Rogers considera que sí, que la
Psicología puede aceptar este reto, utilizando los datos que le
proporciona la relación terapéutica o interpersonal, donde es más
plausible obtener información sobre los fenómenos privados,
convirtiendo a la clínica en el laboratorio psicológico.
Así, Rogers distingue tres tipos de conocimiento que difieren
fundamentalmente en el modo de verificar hipótesis: el
conocimiento subjetivo (basado en hipótesis a partir de la
experiencia interior, es un conocimiento falible), el conocimiento
objetivo (las hipótesis se confrontan y verifican con el medio
externo. Este método transforma todo lo que estudia en “objeto”, y
su objetividad no es en verdad sino una “subjetividad compartida”
por una comunidad amplia; así, la objetividad no es sino un caso
particular de la subjetividad), y el conocimiento interpersonal o
fenomenológico. Este último es el conocimiento idóneo para el
psicólogo. Gracias a él tenemos acceso al mundo subjetivo de otra
persona. Para validar este tipo de conocimiento, podemos seguir
varios caminos: preguntar al otro por su experiencia, observar sus
gestos y su modo de reaccionar, y, finalmente, y sobre todo,
podemos crear un clima empático entre los dos, en donde los dos
mundos se conecten y se fundan en un solo mundo (empatizar:
simpatizar, identificarse, comprender, pero no desde fuera, sino
convirtiéndose en lo comprendido), permitiendo que se revele el
marco de referencia interno (el campo fenomenológico) del otro (el
psicólogo debe crear este ambiente de empatía en su gabinete
entre él y el “cliente” -no hay “pacientes “, no hay superiores, sólo
hay dos personas conociéndose). Este método es el sugerido por
Rogers para hacer una ciencia psicológica significativa.
Siguiendo este proceso, Rogers parte de sus numerosas
observaciones clínicas (grabaciones magnetofónicas, etc.)
procurando eliminar todos los prejuicios subjetivos y formula
hipótesis capaces de ser sometidas a verificación en un intento por
conjugar los fenómenos subjetivos con la investigación objetiva. De
esta forma, se dedica a investigar cómo las relaciones
interpersonales provocan cambios en la gente, y qué
características debe tener la relación terapéutica (que, al fin y al
cabo, no es más que una relación entre dos personas) para
producir los cambios que interesan. Rogers fue, quizás, el primer
autor que intentó estudiar de forma objetiva el tema de la eficacia
terapéutica, buscando establecer conclusiones del tipo “si se dan
estas características de la relación interpersonal, entonces
ocurrirán cambios terapéuticos en esta dirección”.
Así, Rogers considera que su teoría es, en primer lugar, una teoría
de la psicoterapia y del proceso de cambio de la conducta humana
a través de las relaciones interpersonales, de la cual puede
derivarse una teoría de la personalidad. Como teoría de la
Personalidad, la teoría de Rogers es parcial, restringida y, al igual
que ocurría con la de Freud, deriva de la práctica clínica (si bien
más abundante y eficaz que la de Freud).
Rogers admite y previene de que a medida que nos alejamos del
foco terapéutico de la teoría la posibilidad de cometer errores va en
aumento.
2.- LA TEORÍA HUMANISTA DE C.R. ROGERS
La obra de Rogers se encuentra suficientemente representada en
dos obras fundamentales, “Psicoterapia centrada en el cliente”
(1952) y “El proceso de convenirse en persona” (1961).
 Postulados iniciales de la teoría rogeriana
Rogers comienza exponiendo algunas de sus convicciones
básicas, de las que la más significativa es su defensa de la
subjetividad del individuo “cada persona vive en su mundo
específico y propio, y ese mundo privado es el que interesa a la
teoría, ya que es el que determina su comportamiento”.
- Todo individuo vive en un mundo continuamente cambiante de
experiencias, de las cuales él es el centro. El individuo percibe sus
experiencias como una realidad, y reacciona a sus percepciones.
Su experiencia es su realidad. En consecuencia, la persona tiene
más conciencia de su propia realidad que cualquier otro, porque
nadie mejor puede conocer su marco interno de referencia (a
diferencia del individuo ignorante de sí mismo que suponía Freud).
Esto no implica que cada persona se conozca plenamente; pueden
existir zonas ocultas o no conocidas que se revelarán en terapia,
pero en ningún caso el terapeuta irá por delante del propio cliente
en el conocimiento del mismo. Nadie tiene mejor acceso al campo
fenomenológico que uno mismo.
- El individuo posee la tendencia inherente a actualizar y
desarrollar su organismo experienciante, (proceso motivacional),
es decir, a desarrollar todas sus capacidades de modo que le
sirvan para mantenerse y expandirse. Según este postulado,
Rogers acepta una única fuente de motivación en la conducta
humana: la necesidad innata de autoactualización (ser, ser lo que
podemos llegar a ser, ser nosotros mismos, convertir la potencia
en acto). Opina que no es relevante para una teoría de la
Personalidad elaborar una relación de motivaciones puntuales
(sexo, agresividad, poder, dinero, etc.). El hombre sólo está movido
por su tendencia a ser, que en cada persona se manifestará de
forma distinta.
En la tendencia a la actualización confluyen, por un lado, la
tendencia a conservar la organización, obtener alimento y
satisfacer las necesidades de déficit (aire, agua, etc.), y por otro, la
tendencia a crecer y expandirse, lo que incluye la diferenciación de
órganos y funciones, la reproducción, la socialización y el avance
desde el control externo a la autonomía. Se podría considerar que
el primer aspecto guarda relación con el concepto tradicional de
“reducción de la tensión” (equilibrio), mientras que la segunda parte
implicaría otro tipo de motivaciones, como la búsqueda de tensión
o la creatividad (desequilibrio que se resuelva posteriormente en
un equilibrio más complejo y maduro).
Esta tendencia a la autoactualización es considerada como una
motivación positiva que impele al organismo a progresar, y que va
de lo simple a lo complejo; se inicia en la concepción y continúa en
la madurez. Tiene cuatro características básicas: (1) es
organísmica (natural, biológica, una predisposición innata), (2) es
activa (constante, los organismos siempre están haciendo algo,
siempre están ocupados en su crecimiento, aunque no lo parezca),
(3) direccional o propositiva (intencional, no es aleatoria ni
meramente re activa), y (4) es selectiva (no todas las
potencialidades se realizan). “La meta que el individuo ha de
querer lograr, el fin que, sabiéndolo o no, persigue, es el de
volverse él mismo “. La evidencia que apoya esta motivación es la
práctica clínica de Rogers, que le muestra que, incluso en los
casos de depresión aguda, se aprecia la tendencia a continuar el
desarrollo (se aprecia que “hay una persona intentando nacer').
- El niño interactúa con su realidad en términos de esta tendencia a
la actualización. Su conducta es el intento del organismo, dirigido a
un fin, para satisfacer la necesidad de actualización (de ser) en el
marco de la realidad, tal como la persona la percibe (proceso
conductual). La conducta supone una satisfacción de las
necesidades que provoca la actualización, tal como éstas son
percibidas en la realidad fenoménica, no en la realidad en sí. Es la
realidad percibida la que regula la conducta, más que el estímulo o
realidad “objetiva”, (un bebé puede ser tomado en brazos por una
persona afectuosa, pero si su percepción de esta situación
constituye una experiencia extraña o aterradora, es esta
percepción la que influirá en su comportamiento). Así, la Psicología
de la Personalidad ha de ser ante todo Psicología de la
Percepción, que estudie de qué formas diferentes las personas
forman su campo fenoménico.
La conducta es provocada por necesidades presentes, y no por
eventos ocurridos en el pasado. Las únicas tensiones y
necesidades que la persona intenta satisfacer son las presentes
(sin negar que éstas tengan su origen en fenómenos pasados; se
trata del énfasis existencialista en el “aquí y ahora').
- Junto al sistema motivacional de autoactualización, existe un
sistema valorativo o regulador igualmente primario. Desde la
infancia, la persona está desarrollando permanentemente un
proceso organísmico de autoevaluación que tiene como criterio la
necesidad de actualización (el ideal de actualización, de ser él
mismo). Las experiencias que son percibidas como satisfactorias
de esta necesidad se valorarán positivamente, y las no percibidas
como satisfactorias se valorarán negativamente (proceso
valorativo). En consecuencia, el niño evitará las experiencias
valoradas negativamente y se aproximará a las positivas.
 Estructura de la personalidad
La teoría de la Personalidad de Rogers no se caracteriza
precisamente por destacar los constructos estructurales, sino por
su incidencia en los aspectos dinámicos y de cambio. Sin embargo,
dos constructos, los conceptos de “organismo” y “self', tienen gran
importancia en la teoría y pueden considerarse como los pilares
sobre los que se asienta toda ella.
El organismo se define como una totalidad gestáltica (una
organización, una forma), integrada por aspectos físicos y
psíquicos que conforman la estructura básica de la personalidad
(lo que somos realmente). En este sentido, el organismo guarda
cierta similitud con el “ello” freudiano, sin que se atribuyan al
organismo las cualidades inconscientes e instintivas del ello. Para
Rogers, el organismo es el centro y lugar de toda experiencia; en él
reside el campo fenoménico (realidad subjetiva o marco de
referencia individual), es decir, el conjunto total de las experiencias
(percepciones y significados), tanto simbolizadas (conscientes)
como no simbolizadas (no conscientes). Estas últimas son
consideradas por Rogers como experiencias que operan a un bajo
nivel de conciencia; fenómeno que se denomina “subcepción”. Los
procesos motivacionales, conductuales y valorativo-regulatorios
vistos antes son propios del organismo.
El concepto de “self' o sí mismo es quizás más importante para el
desarrollo de la teoría que el anterior. En su definición del “self',
Rogers lo describe como un todo gestáltico y organizado de
percepciones relativas a uno mismo, accesible a la conciencia, y
que alude a las propias características y capacidades, al concepto
de uno mismo en relación con los demás y al medio, a los valores,
metas e ideales, percibidos positiva o negativamente por la
persona (lo que creemos ser). En suma, el self es conceptualizado
como una parte del campo fenoménico, que funciona como una
gestalt unificada, es consciente y está regido por las leyes de la
percepción.
A medida que avanza el desarrollo de la persona, una parte de la
experiencia del individuo es simbolizada como conciencia de existir
y funcionar. Esta parte del campo fenoménico se aísla y se unifica
funcionalmente (gestálticamente), constituyéndose en el self. De
modo que Rogers defiende un “self' que es una configuración de
experiencias y percepciones de uno mismo, expresadas
simbólicamente como autoconcepto, y no un agente activo,
responsable de ciertas actividades como pensar, recordar o
percibir, como proponen otros autores (por ejemplo, Freud).
Además del concepto de sí mismo, tal como es percibido por el
individuo en un momento determinado (self real), Rogers tiene en
cuenta el concepto de self ideal, que representa aquello que
quisiera ser y que está formado por percepciones especialmente
significativas e importantes para la persona.
 Desarrollo de la personalidad
El papel de la tendencia a la actualización es fundamental en el
desarrollo del self y en la dinámica de la personalidad. Para
explicar el proceso de la formación del self, a pesar de su monismo
motivacional, Rogers introduce dos nuevas motivaciones, la
necesidad de consideración positiva y la necesidad de autoestima,
que se adquieren en el curso del desarrollo y que pueden entrar en
contradicción con la tendencia innata hacia la actualización.
A medida que comienza a surgir la conciencia de sí mismo, el niño
desarrolla una necesidad de recibir amor y afecto (necesidad de
consideración positiva) por parte de las personas socialmente
significativas. Esta necesidad posee una serie de características:
es universal, persistente y recíproca (la persona percibe de forma
igualmente gratificante y satisfactoria cuando él proporciona afecto
a los demás que cuando lo recibe). La necesidad de consideración
positiva por parte de sus padres es una motivación poderosa, por
lo que, para conseguir su satisfacción, el individuo puede llegar a
descuidar experiencias positivas para su propia actualización y
desarrollo. De esta forma, las motivaciones secundarias no
necesariamente corren en la misma dirección que la motivación
primaria, ocurriendo conflictos motivacionales o motivaciones
competitivas.
Por asociación entre las propias experiencias y la satisfacción o
frustración de la necesidad de afecto, se desarrolla una tercera
motivación, la necesidad de autoestima o autoconsideración
positiva. El niño percibe que algunas de sus experiencias son
aceptadas y evaluadas positivamente por sus padres que, en estas
condiciones, le satisfacen su necesidad de amor, mientras otras
experiencias merecen su reprobación. En función de esto, el niño
va aprendiendo a valorarse a sí mismo (autoestima) del mismo
modo que lo hacen los demás, admitiendo aquellas acciones o
sentimientos que han sido aceptados por sus padres y rechazando
los desaprobados.
Hasta este momento, la parte valorativa del self estaba constituida
por experiencias directamente vividas por la persona. Los criterios
de valoración eran internos, “naturales” a la persona. Pero, a partir
de ahora, en este proceso, el niño comienza a comportarse de
acuerdo con unas condiciones de valor o mérito que ha
incorporado a (introyectado en) su self por imposición de los otros,
sin haber experimentado por sí mismo su carácter positivo o
negativo (de esta forma, el niño siente que sólo será querido por
los demás y por él mismo si deja de ser él mismo, y por este deseo
de amor renuncia a su propia identidad y se disocia). Así, a lo largo
de la niñez, el self, originariamente formado por las experiencias
subjetivas, se amplia y deforma, en cierto sentido, para dar cabida
a estas condiciones o valores externos y ajenos a la propia
experiencia. En consecuencia, el niño se estimará a sí mismo de
un modo condicionado, según cumpla o no las condiciones de
valor, que pasan así a convertirse en criterio de la propia conducta.
Este “añadido valorativo” extraño a la persona, no propio, natural ni
experimentado va a generar una discrepancia con sus auténticas
experiencias y su organismo, (por ejemplo, un niño cuya imagen es
de un niño bueno, pero que al mismo tiempo disfruta pegando a su
hermano menor, por lo que será censurado por sus padres, se verá
obligado para mantener su imagen y conseguir la aprobación
paterna a rechazar este sentimiento gratificante considerándolo
como algo censurable, independiente de su experiencia subjetiva).
Una vez adquiridas las condiciones de valor e incorporadas al self,
el niño comienza a percibir selectivamente sus experiencias
internalizadas. Las que coincidan con estas condiciones de valor
serán percibidas conscientemente y correctamente simbolizadas;
por el contrario, las experiencias que no coincidan con ellas van a
ser vividas como amenazantes para el self al indicar una
incongruencia entre lo que la persona experimenta y su
autoimagen; para reducir esta discrepancia y mantener un estado
de congruencia con uno mismo, la persona tiende a distorsionar o
negar dichas experiencias, mediante malas percepciones o
subcepciones. Así, el self se desgaja del resto del campo
fenoménico y del organismo, por lo que el individuo no puede vivir
ya como una persona total e integrada. Las gestalten (formas,
organizaciones, el self, el organismo) se deforman, se tuercen
forzadamente por la incongruencia entre ambas.
El concepto de “incongruencia” puede ser entendido
estructuralmente como una discrepancia
entre el self y el organismo, de forma que el organismo incorpora
experiencias que no están aceptadas por el self, y el self incorpora
juicios sobre sí mismo, principios valorativos disonantes respecto a
las necesidades del organismo. Pero también puede entenderse
desde un punto de vista funcional, como el choque entre dos
motivaciones contradictorias: la primaria motivación organísmica
de autoactualización contra las secundarias de consideración
positiva de los demás y de sí mismo.
Como consecuencia de lo anterior, se produce una incongruencia
similar en la conducta del individuo: ciertas conductas responderán
al concepto de self, mientras otras responderán a las experiencias
del organismo no asimiladas en la estructura del self. Se trata de
una discordancia, en último término, entre lo que la persona es y lo
que cree ser, que será el germen de los procesos psicopatológicos,
de los problemas psíquicos de la persona.
 Psicopatología y terapia rogeriana
Cuando las experiencias simbolizadas que forman el autoconcepto
reflejan fielmente las experiencias del organismo, Rogers supone
que la persona ha alcanzado la madurez, funciona por completo y
está bien ajustada psíquicamente. Sin embargo, en la práctica,
todos estamos plagados de pequeñas incongruencias entre lo que
creemos ser (self) y lo que realmente somos (organismo).
Si la incongruencia se hace especialmente grande aparecerá el
trastorno patológico. En este caso, el estado de incongruencia
genera en la persona una sensación de tensión y confusión
interior, al tiempo que provoca rigidez perceptiva debido a la
necesidad de distorsionar la realidad para adaptarla a un self
artificial, percepciones erróneas causadas tanto por la distorsión
como por la omisión de ciertos datos en la conciencia, y un modo
de actuar regido más por unas creencias que por una
confrontación adecuada con la realidad.
La persona no puede percibirse a sí misma como incongruente, por
lo que cuando la experiencia le presente datos discrepantes con su
self, tenderá a preservar la congruencia con la propia imagen
aunque tenga que distorsionar sus propios sentimientos,
experiencias y acciones. En este proceso, la experiencia
discrepante es percibida, o mejor dicho, “subcebida”, como
amenazante (y se simboliza mal) porque si tal experiencia fuera
correctamente simbolizada pondría en peligro el propio concepto y
la necesidad de la persona de afecto respecto a sí mismo
(autoestima). Esta sensación de amenaza es la responsable de la
ansiedad neurótica. Los mecanismos de distorsión o negación de
la experiencia son reacciones de defensa que impiden que esto
ocurra. (Este esquema rogeriano de “sensación de amenaza “-
“evitación de la incongruencia” guarda, formalmente aunque no de
contenido, una gran semejanza con el esquema freudiano de
ansiedad, protección del yo y mecanismos de defensa. En ambos
casos se postula la existencia de un proceso defensivo producido
por una sensación emocional displacentera (Freud) o amenazante
(Rogers) para el self o el autoconcepto, que se procura reducir
mediante ciertos mecanismos defensivos que garantizan la
supremacía del yo (Freud) o la congruencia del self(Rogers).
El desajuste psíquico viene determinado por la magnitud del
proceso de incongruencia y del proceso de defensa. Sobre esta
base, Rogers establece dos tipos de conductas patológicas:
- las conductas defensivas comprenden las conductas que
habitualmente se conocen como neuróticas (racionalización,
fantasía, proyección, compulsiones, fobias, etc.), así como ciertas
conductas que han venido encuadrándose dentro del marco de las
psicosis, como la paranoia y los estados catatónicos. El aspecto
característico de las conductas defensivas es que el individuo
consigue “ocultar” su incongruencia mediante una combinación de
los mecanismos de distorsión y negación.
- las conductas desorganizadas son más graves y se corresponden
con las conductas típicamente psicóticas, “irracionales” y “agudas”;
responden a un grado de incongruencia tan importante y
significativo que el mecanismo defensivo resulta ineficaz para
controlarlo. Cuando una experiencia significativa pone
repentinamente de manifiesto la incongruencia, es decir, se llega a
percibir claramente, el individuo experimenta un estado de ruptura
y desorganización provocado por el desmoronamiento del self. En
semejante estado, el organismo se conduce, a veces, de modo
consistente con aquellas experiencias que habían sido negadas o
distorsionadas, en franca oposición con su self; este tipo de
comportamientos parece ocurrir en los “estados psicóticos agudos”
donde conductas irracionales son frecuentes. En otros momentos,
la conducta será acorde con el concepto de sí mismo (self).
TERAPIA CENTRADA EN EL CLIENTE
Si el aspecto fundamental de la patología es el desarrollo de la
incongruencia que conduce en su manifestación máxima a un
estado de desintegración de la personalidad, el proceso
terapéutico tendrá como objetivo primordial la reintegración de la
personalidad, aumentando la congruencia entre lo que la persona
experimenta y su correcta simbolización en la conciencia.
Para que dicho proceso sea factible es necesario que concurran
ciertas condiciones, (1) reducir todo lo que se pueda las
condiciones de valor ajenas a la persona e incorporadas al self
durante la educación, y (2) aumentar la autoconsideracíón positiva
(autoestima) no condicionada (ya que detrás de cada problema
psíquico hay una persona que no se acepta como es, que se
detesta).
Para conseguir estos objetivos, Rogers ha desarrollado su popular
“client-centered therapy” (muy popular en los años 60-70 en
EE.UU., y en la actualidad diluida en muchos enfoques variados).
El primer aspecto que enfatiza esta terapia es el concepto de “no
directividad”. Supone Rogers que la persona lleva en su interior la
solución de todos sus problemas, de forma que el terapeuta no
debe dirigir la terapia, no debe dar consejos, no debe indicar a la
persona qué debe hacer, sino que debe limitarse a eliminar los
obstáculos que están impidiendo que la persona crezca (siguiendo
la metáfora tan habitual de la `fiowerpeople “: igual que el jardinero
no “tira” de las plantas hacia arriba, sino que limpia e/jardín para
que las plantas crezcan desarrollando su interior, todos los
problemas de la persona se resolverán cuando consiga ser él
mismo). La “terapia centrada en el cliente” es ante todo una
psicoterapia de la libertad y la responsabilidad de la persona. El
hombre es libre y responsable de sí mismo, de forma que cuando
los psicoanalistas o los conductistas dirigen el curso de la terapia
están faltando al respeto a su cliente, considerándolo incapaz,
inmaduro, no como una persona libre y capaz que lleva en su
interior la solución de los problemas. Así, la relación terapéutica
debe ser la “no relación”; el psicoterapeuta debe ser la “no
persona”, de forma que el cliente, por primera vez en su vida, se
encuentra con una situación en la que se dan las condiciones para
que crezca libremente como persona.
El segundo énfasis de la terapia rogeriana está en la empatía. El
terapeuta debe crear un clima en donde se produzca la unión de
los campos fenoménicos del terapeuta y el cliente. Por tanto, el
terapeuta debe tener la habilidad de renunciar por completo a su
propio marco valorativo, a su propia forma de ver las cosas, y
adoptar por completo el punto de vista del cliente. El terapeuta
debe convertirse en el cliente. (Para ello puede ayudarse de una
serie de técnicas, la más popular de las cuales es la “técnica del
reflejo del sentimiento” o “técnica del espejo “, mediante la cual el
terapeuta se limita a reflejar lo que el cliente le está expresando,
afín de que el cliente, viéndose en el otro (el terapeuta), obtenga
un “insight “, una idea fiel de sí mismo. La técnica es tan simple
que ha dado lugar a “terapeutas computerizados”).
La última de las claves de la terapia rogeriana, derivada de la
anterior, consistiría en la aceptación incondicional del cliente. El
terapeuta no debe juzgar ni valorar absolutamente nada del cliente,
ni positiva ni negativamente. Se ha de aceptar a la persona tal y
como es, independientemente de lo que sea. No debe haber ni una
critica, ni una alabanza, la neutralidad debe ser total. El terapeuta
debe limitarse a comprender, a querer al cliente tal y como es, sin
ningún tipo de interpretación moral, de forma que la persona, por
primera vez en su vida, se encuentra en una relación en la que no
es juzgado, y en donde el amor (de una persona tan socialmente
significativa como es el terapeuta) lo obtiene independientemente
de juicios externos y de forma dependiente sólo de sí mismo.
A medida que avanza la obra de Rogers, el autor deriva hacia una
concepción más artística y menos objetiva de la terapia. En su
última etapa, Rogers enfatiza la relación terapéutica como el único
motor de mejoría del cliente. Esta relación debe tener tres
características básicas: la autenticidad (o congruencia, el terapeuta
debe ser sincero, sus no-juicios no deben ser fingidos sino
auténticamente sentidos, no debe temer expresar sus propios
sentimientos, sus propias debilidades; si no es así la terapia
acabará fracasando), la consideración positiva incondicional y la
comprensión empática (ambas comentadas arriba). Nótese que
estas características de la relación terapeuta-cliente no son puntos
de partida sobre los que después llevar a cabo la terapia, sino que
son la propia terapia en sí.
Cuando esta terapia se lleva a cabo, las condiciones de valor
externo que la persona estaba incorporando en su self se debilitan,
de forma que se va reduciendo la discrepancia entre el self y el
organismo, entre lo que el cliente es y lo que el cliente cree ser.
Desaparece la sensación de amenaza, y la persona ya puede
percibir correctamente lo que antes estaba distorsionado o
subcedido. La persona se descubre a sí mismo tal y como es, y
además descubre que puede ser amado tal y como es. De esta
forma, coincide la motivación hacia la autoactualización con las
motivaciones hacia el amor, se restaura la totalidad gestáltica de la
persona y nace una persona plena y completa.
La persona plena tiene como características estar abierto a nuevas
experiencias, mostrar autoestima y satisfacción no condicionada,
estar libre de defensas y temores, mantener buenas relaciones con
los demás y ser autosuficiente e individualista (el perfecto
norteamericano).
3.- LA TEORÍA DE LA MOTIVACIÓN HUMANA DE A. MASLOW
Abraham Maslow (1908-1970) no es autor de una teoría completa
de la Personalidad, aunque sí ha hecho ciertas aportaciones
parciales al ámbito de la Psicología humanística.
Su contribución más conocida tiene que ver con su “teoría
jerárquica de la motivación”. Maslow entiende que la fuente de la
motivación humana reside en necesidades que son comunes a
toda la especie (aunque conductualmente se manifestarán en
formas diferentes en cada cultura), y que llamó “necesidades
instinctoides” (no “instintivas “, para huir de las connotaciones
etológicas o de Psicología comparada, que tratan al hombre como
si fuera un animal). Estas necesidades tienen una raíz última de
tipo biológico, pero en el hombre, a diferencia de otras especies, la
biología es vencida casi totalmente por la libertad y el aprendizaje.
Maslow supuso cinco niveles de necesidades humanas, ordenadas
de las más fuertes a las más débiles. Cuanto más baja en la
jerarquía sea una necesidad, más fuerte será su influencia en la
conducta. Cuanto más alta en la jerarquía sea una necesidad, más
distintivamente humana será (de hecho, los dos últimos niveles son
estrictamente humanos).
Veamos los cinco niveles uno a uno: (1) necesidades fisiológicas
básicas: la comida, el agua, el oxígeno, el descanso. Es la
motivación más potente, que puede hacer que toda la vida de una
persona gire a su alrededor en caso de carencia; (2) necesidades
de seguridad: el bienestar físico, la seguridad y estabilidad
psíquica, la vida estructurada. Se trata de necesidades
predominantes en la infancia y parecen reconocerse en ciertos
problemas psíquicos; (3) necesidades de pertenencia y amor: la
presencia de los amigos, de la familia, del amor y las personas
amadas, la pertenencia a un círculo social en el que entretejer una
relación afectiva. Se trata de necesidades que en la sociedad
actual fallan muchas veces (de ahí tantos grupos de autoayuda,
alcohólicos, etc.); (4) necesidades de estima: se dividen en dos;
por un lado, necesidades de estima por parte de los otros, que se
satisfacen cuando la persona se siente respetada y reconocida por
lo que hace, y, por otro, necesidades de autoestima, de
sentimiento de competencia, de capacidad, de valía y de respeto a
los otros; por último están las (5) necesidades de
autoactualización: sólo afectan a las pocas personas que tienen
satisfechos los niveles anteriores (a diferencia de lo que Rogers
pensaba). En ese caso, la persona se vuelve autoactualizante, y
desea ser más y más, hasta ser todo lo que es capaz de ser,
desarrollando todas sus potencialidades positivas.
Cuando las personas completan en su mayoría un nivel de
necesidades pasan a estar motivadas para completar el siguiente
nivel (con ciertas excepciones, como la del artista hambriento o la
huelga de hambre). Una misma conducta puede satisfacer varios
niveles de necesidades (por ejemplo, la conducta sexual).
Además, los cuatro primeros niveles se caracterizan por la
motivación del déficit, es decir, por buscar reducir una tensión
producida por una ausencia; se trata de conducta dirigida a metas
concretas. Sin embargo, el último nivel se caracteriza por la
motivación del crecimiento, que nunca termina de saciarse del
todo, y la conducta está orientada al proceso de ser más que a la
meta, aunque ello conlleve el aumento de la tensión.
A diferencia de tantos teóricos que han especulado sobre la
personalidad humana estudiando a las personas aquejadas de
trastornos, Maslow se ha caracterizado por su interés no por el
lado enfermo del psiquismo, sino por su lado sano. Así, emprendió
un estudio de la personalidad a través de la investigación de las
personas más felices, sanas y maduras de su sociedad,
seleccionándolas por dos criterios: la ausencia de trastornos
psíquicos y la mayor autoactualización, es decir, el uso completo
de sus talentos, potencialidades y capacidades. Así, seleccionó a
60 personas (cuyos nombres son confidenciales, aunque se han
conocidos varios como James, Lincoln, Einstein, Schweitzer o
Franklin) e hizo un estudio de caso “holístico” (humanístico, que él
mismo reconoció falto de excesivo rigor) de cada uno de ellos.
Como conclusión, Maslow encontró quince características de la
persona autoactualizada, que, en mayor o menor medida, todos
sus sujetos presentaban. Estas características eran: (1) eficiente
percepción de la realidad (juicios correctos de sí mismo y los otros)
y buenas relaciones con ella; (2) aceptación de sí mismo, de los
otros y de la naturaleza (ausencia de preocupación por el
perfeccionismo); (3) apreciación de los pequeños detalles
cotidianos de la vida; (4) espontaneidad, simplicidad y naturalidad
en su conducta; (5) compromiso con problemas suprapersonales
que intentan resolverse; (6) distinción ética entre medios y fines,
entre el bien y el mal; (7) capacidad de aislamiento de las
circunstancias ambientales concretas (dormir entre ruidos, sonreír
en momentos adversos); (8) necesidad y disfrute de la intimidad y
la soledad; (9) gran fuerza de voluntad y criterios propios, lo que
les hace ser independientes en bastante medida de la cultura y las
normas predominantes; (10) punto medio entre conformismo y
rebeldía (no están en vanguardia de la acción social, aunque saltan
y se rebelan cuando se alcanzan ciertos límites); (11) deseo
profundo de ayudar a la humanidad e identificación con el género
humano; (12) carácter igualitario y democrático; (13) relaciones
interpersonales profundas aunque limitadas en número; (14)
sentido del humor inteligente y no ofensivo; y (15) creatividad.
Junto a estas características cabría señalar una más: las presencia
de experiencias “cumbre”( " peak experiences")(momentos
intensos y breves de plenitud, de admiración, de potencia o de
éxtasis con motivo de un logro, un descubrimiento o algún suceso,
que pueden llegar a cambiar la vida de la persona para siempre).
Las personas autoactualizantes también tienen imperfecciones, y
así pueden ser en ocasiones tozudas, maleducadas, aburridas,
olvidadizas, malhumoradas, orgullosas o nerviosas. Aunque casi
todas las personas tienen atisbos de este nivel de
autoactualización, sólo un 1% lo alcanza de manera clara.
4.- EVALUACIÓN CRÍTICA DE LAS TEORÍAS HUMANISTAS
Dentro de los diversos niveles desde los que se puede establecer
una revisión crítica de la Psicología humanística, cabria empezar
por señalar ciertas debilidades en la fundamentación empírica de
sus propuestas teóricas.
Durante mucho tiempo, Rogers estuvo interesado en aportar
evidencia empírica objetiva sobre ciertos constructos subjetivos. En
comparación con otras escuelas dinámicas, su grupo realizó un
gran número de investigaciones objetivas, razonablemente
correctas para su época, que apoyaban su terapia (su práctica, no
necesariamente las explicaciones propuestas para esos
resultados).
Así, buena parte de la investigación se centró en validar
externamente algunas de las proposiciones humanistas
relacionadas con el concepto de self. Se trata de trabajos como los
realizados por Raimy en los años 50. En estos estudios se
analizaban las grabaciones magnetofónicas de muchos pacientes
durante el proceso terapéutico, comprobándose que las
autorreferencias negativas, abundantes al inicio de la terapia,
disminuían en el transcurso de la misma, al tiempo que
aumentaban las autorreferencias favorables; estos datos Ounto
con otros provenientes por ejemplo del abundante uso de la
técnica Q de Stephenson, comparando las distribuciones de
tarjetas con afirmaciones que identifican al self con las que
identifican al self ideal en distintos momentos de la terapia,
parecían validar el supuesto de que el self, fundamental en la
teoría, se modifica como consecuencia del proceso terapéutico.
Sin embargo, este tipo de evidencias empíricas no parecen lo
suficientemente sólidas como para sustentar la “profunda” teoría de
la personalidad de Rogers: los datos son demasiado aislados como
para inferir cuestiones tan globales, y no se ha considerado la
posibilidad de establecer hipótesis alternativas (que 'p` implique `q'
no quiere decir que `q' implique 'p'). Un ejemplo claro del uso de
hipótesis alternativas respecto a la primera “evidencia empírica” es
el conocido “efecto Greenspoon” (hay que señalar que esta
investigación nació dentro de la propia escuela rogeriana), relativo
al reforzamiento diferencial de determinadas respuestas verbales,
lo cual puede dar cuenta del cambio de conducta verbal observado
durante la terapia a pesar de la supuesta no directividad de la
intervención (la no directividad, como la no influencia, es
imposible). Así, los terapeutas rogerianos incorporan
inadvertidamente ciertos principios conductuales diluidos en su
práctica, los cuales pueden dar cuenta de cierta eficacia de la
terapia de una forma más parsimoniosa que el recurso a la teoría
rogeriana (los estudios sobre la efectividad de la “terapia centrada
en el cliente” la colocan ligeramente por encima del placebo) (este
es un caso en donde la terapia de conducta puede explicar la
eficacia rogeriana y Rogers no puede explicar la eficacia de la
terapia de conducta).
Pero más serias se vuelven las críticas si analizamos ahora ya
conceptualmente las propias ideas sobre las que están construidas
las teorías humanistas. Así, cabría en primer lugar señalar las
debilidades del concepto de “campo fenoménico”, centrado en la
duplicación del mundo mediante la percepción, y en la creencia de
que la realidad es otra cosa diferente de aquello con lo que se
relaciona el hombre, siendo que éste se relacionaría sólo con una
“copia” de la realidad, una copia que además tiene “partes”, está
estructurada gestálticamente, etc. (¿y cómo se puede conocer la
copia? ¿habrá que hacer una copia de la copia?). Se trata de una
consideración claramente dualista, que entiende que el mundo está
ahí fuera, al margen del hombre, siendo que el hombre se acercará
a él para conocerlo de una forma más o menos satisfactoria,
mediado por las diferentes deficiencias de su sistema perceptivo.
Desde un punto de vista materialista, al contrario, es claro que sólo
aquello con lo que se relaciona el hombre es real, en tanto el
criterio de realidad es precisamente esa relación. De esta forma, el
estímulo está dado (presentación) en el mundo, que ya es un
mundo al mismo tiempo real y subjetivo (ya que es mundo en tanto
se relaciona con un sujeto), que ya es un “mundo para” (el único
posible), y no es necesario que el estímulo se duplique (re-
presentación) en la mente del sujeto como copia más o menos
distorsionada del “real mundo en sí”.
Igualmente ingenuos son los conceptos de “potencialidad” y
“actualización” sobre los que giran gran parte de estas teorías. Se
supone que la persona posee en su interior una preprogramación
de todo lo que puede llegar a ser, y que el desarrollo personal sano
no consiste sino en darle salida (la “flower people”). Frente a esta
metafísica rogeriana, se entiende de forma materialista que la
potencia no tiene existencia per se en el sujeto, sino que su
supuesta “actualización” no es más que el fruto de la composición
de dos elementos (O,S), en ninguno de los cuales por separado se
puede reconocer la forma de la “potencia” original.
De forma parecida se podría presentar una crítica al “yo real”
rogeriano, a la “auténtica persona”
que espera latente en nuestro interior el momento de manifestarse.
Hasta que lo consigue, se supone que se nos muestra
“enmascarado”, distorsionado por las diferentes normas y controles
de las situaciones, siendo que sólo en la no-situación (la situación
terapéutica) se nos aparecerá tal cual es. Ante este despliegue de
ingenuidad, habría que entender que no existe tal “yo real”, puro,
único, al margen del mundo. No existe un “yo" auténtico que se
manifiesta disfrazado de diferentes formas en diversos ambientes.
Cuando se dice “yo soy así por estas circunstancias, pero en
realidad yo...” se pretende indicar que si el sujeto estuviera en el
ambiente O entonces lo veríamos tal cual es. Pero si el sujeto
estuviera en el ambiente 0, el sujeto no sería sujeto (¿cómo es
Hamlet fuera de “Hamlet”? ¿ qué le pasa al protagonista de “La
colmena” después de que termina? ¿ cómo sería yo si hubiera
tenido otros padres? ¿ qué tipo de tiza sería esta tiza si fuera de
cristal y tuviera forma de vaso? ¿tiene sentido observar el carácter
paternal de alguien en ausencia de sus hijos para no contaminarse
del “carácter paternal concreto que mantiene con un hijo
determinado”?). El sujeto (la persona) es forzosamente “sujeto en”.
No es un ente autónomo primero que, a continuación, entra en
contacto con el mundo, sino que su entidad psíquica sólo comienza
a existir mediante su estancia en el mundo.
En definitiva, Rogers parece un gran clínico que ha acentuado la
importancia que tienen ciertas características muy interesantes de
la relación clínica sobre los resultados de la terapia. La “ideología
teórica” con la que cubre esos hallazgos técnicos es, en el mejor
de los casos, gratuita, y, en el peor, un reflejo del mentalismo
individualista del siglo XX.
Humanista de from

La literatura psicoanalítica, al tratar de las diversas escuelas de


Psicoanálisis, suele encuadrar a Fromm dentro de la corriente
Culturalista con Karen Horney y Harry Stack Sullivan.
Esta tendencia culturalista subraya la importancia de los factores
culturales en la génesis y formación del carácter y las neurosis. En
este sentido Fromm participa de dicho planteamiento. Pero sería
estrechar o reducir el pensamiento de Formm a una sola de sus
manifestaciones, por importante que ésta sea, encasillarle sin más,
en la línea culturalista.
El pensamiento de Fromm desborda esta clasificación. Por otro
parte él prefirió llamar a su orientación psicoanalítica Psicoanálisis
Humanista. Y, en efecto, el psicoanálisis frommiano se inserta en
una amplia concepción del hombre, de corte humanístico.
Freud y Fromm
Fromm parte de Freud y admite sus descubrimientos
fundamentales: el inconsciente, la represión y los mecanismos de
defensa, la transferencia y contratransferencia, los sueños como
expresión más directa aunque generalmente todavía enmascarada
de las temáticas inconscientes, la importancia de la niñez en la
etiología de los problemas psicológicos, etc.
Por otra parte, Fromm ha actualizado y potenciado el psicoanálisis
realizando no sólo una lúcida crítica de los presupuestos
ideológicos freudianos sino aportando también una serie de
contribuciones en el terreno de la teoría psicoanalítica.
La concepción del hombre biológico mecanicista de la que parte
Freud, propia de finales del pasado siglo, es ampliamente
rebasada por Fromm con su visión del hombre biológico-social.
Como consecuencia lógica se ponen en custionamiento varios
aspectos de la teoría freudiana como la concepción del
inconsciente como exclusivamente patológico, la teoría de la libido,
las fases de evolución de la libido en cuanto a etiología de las
neurosis, la existencia de un instinto de muerte, la concepción del
amor y la mujer, etc.
Fromm se sitúa más en la línea de la psicología del yo que intenta
reaccionar frente a un cultivo exclusivo de la psicología del Ello,
subrayando, por otro lado, la gran importancia, en la génesis de los
problemas psíquicos, de las relaciones interpersonales patógenas,
sobre todo en la infancia.
Por decirlo de algún modo, la neurosis es un problema de dos. En
el fondo de las grandes líneas psicopatológicas que Fromm
describe ampliamente como el Narcisismo, la fijación incestuosa, la
destructividad y necrofilia, está siempre la trama de las relaciones
interpersonales del niño con las figuras significativas de su
infancia.
Las necesidades específicamente humanas expuestas por Fromm
de relación con los semejantes, de raigambre, de efectividad, de
identidad y sentido desplazan a la omnipresente libido situando a la
sexualidad en su lugar de importancia.
Sintetizando, las relaciones interpersonales sustituyen a la teoría
de la evolución de la libido en el plano etiológico; las necesidades
específicamente humanas a la libido en el plano motivacional; las
grandes líneas psicopatológicas del narcisismo, la fijación
incestuosa y la destructividad-necrofilia a los cuadros más
diversificados y menos profundos de la clínica convencional en el
plano nosológico; una concepción del hombre profunda y
radicalmente humanista, en definitiva, a la biológico mecanicista
antes citada.
El Humanismo de Fromm
Es esta concepción del hombre la que impregna el pensamiento
frommiano y consecuentemente su orientación psicoanalítica en
sus línea teóricas y sus traducciones técnicas. Entre las
características del humanismo frommiano podemos destacar las
siguientes:
- El hombre como centro y meta de toda actividad humana.
Exclusión, por tanto, de toda supeditación o subordinación a metas
o poderes ajenos al hombre. Es un antropocentismo radical.
Cualquier concepción o realidad, ya sea personal o social, que
pretenda imponer un sistema ajeno al ser humano será denunciada
por Fromm como un autoritarismo violador de la dignidad del
hombre. Este, por otra parte, no tiene que abandonar su libertad,
su responsabilidad, su ser, en definitiva, supeditándose a poderes
extraños por comodidad, anhelo de protección o seguridad o por
otras necesidades infantiles: no debe idolatrar o idolizar. Sería una
enajenación.
Veamos algunas facetas más concretas de esta línea de
pensamientos:
- En el plano sociocultural el máximo criterio para Fromm no es la
adaptación o ajuste social a ultranza sino la integridad del
individuo.
- En el terrero político y económico su oposición a cualquier
proyecto totalitario que subordine la persona al sistema, al estado u
otros fines que no sea ella misma.
- En las relaciones interpersonales y familiares sus penetrantes
análisis de las relaciones simbióticas sadomasoquistas evidencian
su preocupación por la integridad y desarrollo de la persona.
- En los aspectos éticos y religiosos la descalificación de la moral
heterónoma como falsa moral, y, dentro del respeto a las diversas
creencias religiosas, su crítica a toda práctica (interna y externa) de
corte autoritario o sadomasoquista en sentido psíquico.
- Siendo el desarrollo del hombre la meta primordial, hay que
complementar esta idea con el importante matiz de la integridad.
Es el desarrollo integral del hombre en todas sus facetas y
potencialidades: sensoriales, emocionales, intelectuales, activas y
productivas (creativas). Que el hombre llega a ser plenamente en
espontaneidad y libertad.
- El hombre como ser activo, autor de su propia realización. Que
pone en acción sus facultades de modo que, desarrollándolas, se
va realizando a sí mismo. Es lo que Fromm llamará productividad o
carácter productivo, creativo.
- El hombre como ser esencialmente abierto al mundo y a sus
semejantes. La realización plena del individuo sólo se armoniza
sino que halla su mejor expresión en la unión productiva con el
mundo y los otros en términos de amor.
- El hombre posee en el camino de su propia realización como ser
humano, un órgano orientativo, detector e impulsor de su
desarrollo: la conciencia humanista, que es la resonancia de
nuestra personalidad total a su funcionamiento correcto o
incorrecto. Es la reacción de nosotros ante nosotros mismos que
actúa para que evolucionemos en plenitud y armonía para que
lleguemos a ser lo que somos potencialmente. No es la voz
interiorizada de ningu-na autoridad (padres, educadores, etc.) a la
cual estaríamos ansiosos de contentar y temerosos de contrariar.
Es nuestra propia voz, la voz de nuestro amoroso cuidado por
nosotros mismos. Su meta es el desarrollo integrar y la felicidad.
- Cuando el hombre abandona, descuida o lateraliza su realización,
cuando dimite de sí mismo o se traiciona continuamente, el hombre
enferma psíquicamente, se enajena de sí mismo y hasta
enloquece. La resonancia de nuestra personalidad total ente
nosotros mismos puede debilitarse en la medida en que somos
más indiferentes y destructivos con nosotros mismos. O puede
reprimirse también, es decir, ser expulsada del campo de la
conciencia.
Tiene entonces manifestaciones indirectas, desde un vago
sentimiento de culpa o una sensación de incomodidad poco
específica o un sentimiento de desinterés, cansancio o fatiga hasta
temores y miedos más específicos como el pánico a la muerte o a
envejecer. Morir siempre es amargo, pero morir sin haber vivido es
insoportable. Son temores muchas veces procedentes de no haber
sabido vivir, de no ser nosotros mismos, de no haber vivido
productivamente.
También el temor excesivo a la desaprobación tiene con frecuencia
este origen: se necesita la aprobación de los demás porque uno no
puede aprobarse a sí mismo. Es la expresión de una culpabilidad,
la de no ser uno mismo, que aunque inconsciente, todo lo invade.
Psicoanálisis Humanista
Fruto de esta concepción humanista son una serie de
consecuencias, tanto teóricas como prácticas, que tienen gran
incidencia en el campo de la psicopatología y el psicoanálisis. La
impronta humanista se traduce en una serie de características que
van desde la misma concepción de la enfermedad mental hasta la
actitud del psicoanalista y la técnica que éste emplee. Entre dichas
características podríamos destacar las siguientes.
1. El concepto de enfermedad mental entendido como enajenación
de si mismo. Como un camino de no realización propia, en el grado
que fuere. Como una actitud, de facto, obstaculizante y hasta
destructiva hacia unos mismo, por motivos generalmente
inconscientes. Y su correlato, la salud mental entendida como la
posibilidad, sin trabas psicológicas internas, de desarrollo de todas
las potencialidades del propio ser.
2. La meta de la curación, por ello, sería el encuentro de la persona
consigo misma. El desarrollo del conocimiento propio, del respeto y
la responsabilidad hacia sí mismo, del amoroso cuidado por el
propio desarrollo.
3. Un respeto fundamental por parte del analista hacia el paciente,
basado en todo lo expuesto anteriormente.
4. El tener muy en cuenta no sólo los aspectos condicionantes y
negativos, propios de la enfermedad, sino también y de manera
especial las cualidades y aspectos positivos de la persona. Es
importante tanto en lo referente al diagnóstico y pronóstico cuanto
para la misma técnica terapéutica.
5. Un psicoanálisis no por principio adaptativo a la realidad social,
sino que mantiene la primacía de la integridad de la persona,
conservando una visión crítica de los aspectos enajenantes y
enfermos de la sociedad.
6. Un psicoanálisis abierto a los datos y descubrimientos de las
demás ciencias del hombre para entender mejor y posibilitar una
ayuda más eficaz a ese hombre que, no sólo ha vivido en una
familia, sino que está inserto en una cultura determinada, bajo
unas condiciones económicas, políticas y de relación específicas,
en unas coordenadas sociales determinadas. Un psicoanálisis, por
tanto, no reduccionista que le aplique al hombre una sola óptica.
En otras palabras, un psicoanálisis no dogmático.
7. Un psicoanálisis no enigmático o arcano, parapetado tras una
fraseología y un vocabulario exclusivista como elemento de
prestigio y poder, pero incompresible para el resto. Sino un
psicoanálisis que utilice un vocabulario comprensible, transparente
y claro, común con el hombre al que pretende servir de ayuda y
con quien pretende comu-nicarse.
8. Un psicoanálisis que da más importancia a la calidad de la
relación humana entre analista y analizado sin que esto signifique
un descuido y, menos aún, una minusvaloración de los aspectos
técnicos.
9. Una actividad del analista más real, mas viva, más participante,
menos envarada y defensiva en orden a permitir una mejor
comunicación y empatía con el analizado. Que permita una
comunicación de "centro a centro" como lo expresaba el mismo
Fromm.
10. Un psicoanálisis más radical que pretenda llegar hasta las
zonas más lejanas y oscuras del inconsciente y no se pare
exclusivamente, por ejemplo, en los aspectos edípicos
  Víctor Frankl
desarrolla sus teorías existencialistas a partir de sus experiencias
en los campos de concentración nazis. Pudo percibir que las
personas que tenían esperanzas y motivaciones luchaban contra
las adversidades y resistían al Holocausto.
Esta teoría se basa principalmente en encontrar el sentido de la
vida, Víctor Frankl nos presenta tres grandes acercamientos ( que
se explicaran más adelante ) :
 Valores experienciales

 Valores creativos

 Valores actiduniales
A continuación expondremos en este trabajo los antecedentes y la
teoría sobre el Existencialismo de Víctor Frankl
1.Antecedentes históricos de la logoterapia:
Raíces filosóficas y psicológicas.
Uno de los grandes méritos de Víktor Frankl, fue el enlace o
inclusión que hizo de disciplinas que por tradición se mantenían
alejadas: psiquiatría, psicología y filosofía.
Desde muy pequeño, su espíritu inquieto lo llevó a interesarse por
temas filosóficos. En su adolescencia y juventud profundizó en su
estudio, en especial en la filosofía existencialista que en esos años
era tema de controversia y gran interés en el ambiente intelectual
de Viena.
El joven Frankl, se reunía con los propios representantes del
pensamiento existencialista -Martin Heidegger y Karl Jaspers- para
discutir esos temas.
Para Frankl la filosofía es una parte esencial de la naturaleza
humana y en distintas ocasiones afirmó que no puede ni debe
desligarse de la actividad terapéutica ya que muchos problemas
humanos, angustias y hasta neurosis se derivan con frecuencia de
una postura filosófica determinada.
El profundo estudio de la obra de Max Scheler lo marca de tal
manera que más tarde incluiría en el desarrollo de su teoría la
importancia de la actualización de los valores para un sano
desarrollo de la personalidad.
Por otro lado, como estudiante de Medicina y Neuropsiquiatría,
Frankl profundizaba en el estudio del psicoanálisis freudiano.
Reconoció la genialidad de Sigmund Freud, sin embargo, no
estaba de acuerdo en algunos de sus planteamientos. En especial
se opuso a la visión determinista y dogmática del psicoanálisis y a
su visión reduccionista del ser humano. Para Víktor Frankl, la
concepción que Freud tenía del hombre, era tal que deformaba al
ser humano a una caricatura.
Se une entonces al grupo Adleriano e inicia con sus maestros
Allers y Zchwartz varios centros de consultoría para los jóvenes
afectados por los efectos de la primera guerra mundial. Los temas
más frecuentes eran entonces, depresión y suicidio. Estos centros
tienen tal bienvenida que pronto se abren varios más en Frankfurt,
Praga, Zurich y Berlín.
Víktor Frankl tuvo la influencia de muchos pensadores, mas siguió
siempre su propio camino. Su Logoterapia es el resultado, por un
lado, de la maduración de dichas influencias y de los aportes de la
propia experiencia de Frankl.
Varios autores y el propio Frankl, consideran la Logoterapia como
una psiquiatría existencial, como parte de la tradición existencial
europea. Otros la anexan a la psicología existencial-humanista por
la influencia que el pensamiento existencial europeo tuvo en el
surgimiento de la psicología humanista.
2. Teoría
Tanto la teoría como la terapia de Víctor Frankl se desarrolló a
partir de sus experiencias en los campos de concentración nazis.
Al ver quien sobrevivía y quién no (a quién se le daba la
oportunidad de vivir), concluyó que el filósofo Friederich Nietszche
estaba en lo cierto: Aquellos que tienen un por qué para vivir, pese
a la adversidad, resistirán”. Pudo percibir cómo las personas que
tenían esperanzas de reunirse con seres queridos o que poseían
proyectos que sentían como una necesidad inconclusa, o aquellos
que tenían una gran fe, parecían tener mejores oportunidades que
los que habían perdido toda esperanza.
Su terapia se denomina logoterapia, de la palabra griega logos,
que significa estudio, palabra, espíritu, Dios o significado, sentido,
siendo ésta última la acepción que Frankl tomó, aunque bien es
cierto que las demás no se apartan mucho de este sentido.
Cuando comparamos a Frankl con Freud y Adler, podemos decir
que en los postulados esenciales de Freud, (éste consideraba que
la pulsión de placer era la raíz de toda motivación humana) y Adler
(la voluntad de poder), Frankl, en contraste, se inclinó por la
voluntad de sentido.
 Frankl también utiliza la palabra griega noös, que significa mente o
espíritu. Sugiere que en psicología tradicional, nos centramos en la
“psicodinámica” o la búsqueda de las personas para reducir su
monto de tensión. Además de lo anterior, debemos prestar
atención a la noödinámica, la cual considera que la tensión es
necesaria para la salud, al menos cuando tiene que ver con el
sentido.
     No obstante, el esfuerzo puesto al servicio de un sentido puede
ser frustrante, la cual puede llevar a la neurosis, especialmente a
aquella llamada neurosis noogénica, o lo que otros suelen llamar
neurosis existencial o espiritual. Más que nunca, las personas
actuales están experimentando sus vidas como vacías, faltas de
sentido, sin propósito, sin objetivo alguno..., y perece ser que
responden a estas experiencias con comportamientos inusuales
que les daña a sí mismos, a otros, a la sociedad o a los tres.
     Una de sus metáforas favoritas es el vacío existencial. Si el
sentido es lo que buscamos, el sin sentido es un agujero, un hueco
en tu vida, y en los momentos en que lo sientes, necesitas salir
corriendo a llenarlo. Frankl sugiere que uno de los signos más
conspicuos de vacío existencial en nuestra sociedad es el
aburrimiento. Puntualiza en cómo las personas con frecuencia,
cuando al fin tienen tiempo de hacer lo que quieren, parecen no
querer hacer nada. La gente entra en barrena cuando se jubila; los
estudiantes se emborrachan cada fin de semana; nos sumergimos
en entretenimientos pasivos cada noche; la neurosis del domingo,
le llama.
De manera que intentamos llenar nuestros vacíos existenciales con
“cosas” que aunque producen algo de satisfacción, también
esperamos que provean de una última gran satisfacción: podemos
intentar llenar nuestras vidas con placer, comiendo más allá de
nuestras necesidades, teniendo sexo promiscuo, dándonos “la
gran vida”. O podemos llenar nuestras vidas con el trabajo, con la
conformidad, con la convencionalidad. También podemos llenar
nuestras vidas con ciertos “círculos viciosos” neuróticos, tales
como obsesiones con gérmenes y limpieza o con una obsesión
guiada por el miedo hacia un objeto fóbico. La cualidad que define
a estos círculos viciosos es que, no importa lo que hagamos,
nunca será suficiente.
Igual que Erich Fromm, Frankl señala que los animales tienen un
instinto que les guía. En las sociedades tradicionales, hemos
llegado a sustituir bastante bien los instintos con nuestras
tradiciones sociales. En la actualidad, casi ni siquiera eso llegamos
a tener. La mayoría de los intentos para lograr una guía dentro de
la conformidad y convencionalidad se topan de frente con el hecho
de que cada vez es más difícil evitar la libertad que poseemos
ahora para llevar a cabo nuestros proyectos en la vida; en
definitiva, encontrar nuestro propio sentido.
 Para encontrar nuestro propio sentido a la vida Frankl nos
presenta tres grandes acercamientos: el primero es a través de los
valores experienciales, o vivenciar algo o alguien que valoramos.
Aquí se podrían incluir las experiencias estéticas como ver una
buena obra de arte o las maravillas naturales. Pero nuestro
ejemplo más importante es el de experimentar el valor de otra
persona. A través de nuestro amor, podemos inducir a nuestro
amad@ a desarrollar un sentido, y así lograr nuestro propio
sentido.
La segunda forma de hallar nuestro sentido es a través de valores
creativos, es como “llevar a cabo un acto”. Esta sería la idea
existencial tradicional de proveerse a sí mismo con sentido al llevar
a cabo los propios proyectos, o mejor dicho, a comprometerse con
el proyecto de su propia vida.
 La tercera vía de descubrir el sentido es aquella de la que pocas
personas además de Frankl suscriben: los valores actitudinales.
Estos incluyen tales virtudes como la compasión, valentía y un
buen sentido del humor, etc. Pero el ejemplo más famoso es el
logro del sentido a través del sufrimiento. El autor nos brinda un
ejemplo de uno de sus pacientes: un doctor cuya esposa había
muerto, se sentía muy triste y desolado. Frankl le preguntó, “¿Si
usted hubiera muerto antes que ella, cómo habría sido para ella?.
El doctor contestó que hubiera sido extremadamente difícil para
ella. Frankl puntualizó que al haber muerto ella primero, se había
evitado ese sufrimiento, pero ahora él tenía que pagar un precio
por sobrevivirle y llorarle. En otras palabras, la pena es el precio
que pagamos por amor. Para este doctor, esto dio sentido a su
muerte y su dolor, lo que le permitió luego lidiar con ello. Su
sufrimiento dio un paso adelante: con un sentido, el sufrimiento
puede soportarse con la dignidad.
 Frank también señaló que de forma poco frecuente se les brinda la
oportunidad de sufrir con valentía a las personas enfermas
gravemente, y así por tanto, mantener cierto grado de dignidad.
¡Anímate!, decimos, ¡Sé optimista!. Están hechos para sentirse
avergonzados de su dolor y su infelicidad.
No obstante, al final, estos valores actitudinales, experienciales y
creativos son meras manifestaciones superficiales de algo mucho
más fundamental, el suprasentido. Aquí podemos percibir la faceta
más religiosa de Frankl: el supra-sentido es la idea de que, de
hecho, existe un sentido último en la vida; sentido que no depende
de otros, ni de nuestros proyectos o incluso de nuestra dignidad.
Es una clara referencia a Dios y al sentido espiritual de la vida.
Esta postura sitúa al existencialismo de Frankl en un lugar
diferente, digamos, del existencialismo de Jean Paul Sartre. Este
último, así como otros existencialistas ateos, sugieren que la vida
en su fin carece de sentido, y debemos afrontar ese sin sentido con
coraje. Sartre dice que debemos aprender a soportar esta falta de
sentido; Frankl, por el contrario, dice que lo que necesitamos es
aprender a soportar nuestra inhabilidad para comprender en su
totalidad el gran sentido último.
     “Logos es más profundo que la lógica”, decía, y es hacia la fe
adonde debemos inclinarnos.
Conclusión.
Víctor Frankl
Anexo
  Víctor Emil Frankl nació en Viena el 26 de marzo de 1905. Desde
que era un estudiante universitario y envuelto en organizaciones
juveniles socialistas, Frankl empezó a interesarse en la psicología.

     En 1930, logró su doctorado en medicina y fue asignado a una


sala dedicada al tratamiento de mujeres con intentos de suicidio. Al
tiempo que los nazis llegaban al poder en 1938, Frankl adoptó el
cargo de Jefe del Departamento de Neurología del Hospital
Rothschild, el único hospital judío en los tempranos años del
nazismo.

     Pero, en 1942 él y sus padres fueron deportados a un campo de


concentración cercano a Praga, el Theresienstadt .

     Frankl sobrevivió al Holocausto, incluso tras haber estado en


cuatro campos de concentración nazis, incluyendo el de
Auschwitz , desde 1942 a 1945; no ocurrió así con sus padres y
otros familiares, los cuales murieron en estos campos.

     Debido en parte a su sufrimiento durante su vida en los campos


de concentración y mientras estaba en ellos, Frankl desarrolló un
acercamiento revolucionario a la psicoterapia conocido como
logoterapia.

     “Frankl retornó a Viena en 1945, e inmediatamente fue Jefe del


Departamento de Neurología del Vienna Polyclinic Hospital,
posición que mantendría durante 25 años. Fue profesor tanto de
neurología como de psiquiatría.

     Sus 32 libros sobre análisis existencial y logoterapia han sido


traducidos a 26 idiomas y ha conseguido 29 doctorados honorarios
en distintas universidades del mundo.
  Frankl enseñó en la Universidad de Viena hasta los 85 años de
edad de forma regular y fue siempre un gran escalador de
montañas. También, a los 67 años, consiguió la licencia de piloto
de aviación.
     Víctor E. Frankl murió de un fallo cardíaco el 3 de septiembre de
1997, dejando a su esposa, Eleonore y a una hija, la Doctora
Gabriele Frankl-Vesely

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