Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Concordia
Una pasión colonial
MCA R E D W O O D
EDI
TORIAL
2.ª edición: mayo de 2018
ISBN: 978-84-9074-418-5
Tiene el lector, ante sí, una obra marcada por un uso seductor del lenguaje, la
alternancia de tres tiempos narrativos y una acción trepidante que convence
y conmueve. Evelio Traba, es, gracias a esta novela, y a otras dos celebradas
por la crítica, una de las figuras imprescindibles para la narrativa cubana de
los últimos veinte años, y sin dudas, una voz auténtica que se va alzando con
fuerza en el ámbito de las letras hispanoamericanas.
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
ANTONIO MACHADO
7
La Concordia
8
La Concordia
9
La Concordia
10
La Concordia
11
La Concordia
largo corredor. Eran muestra de cuan metódico puede ser el uso del
espacio en función de los ausentes.
Una propina de cinco pesos por encima de la tarifa, era un buen
motivo para no hacer interrogatorios. El sepulturero llamó entonces a
su ayudante para que llevase escalera, soga, cincel, un cubo de cemen-
to y un osario hasta la segunda calle del lateral izquierdo del primer
campo. Mientras se disponían los útiles, Eliseo Villegas permanecía
ensimismado ante la estatua de Elpidio Estrada, quien por la fecha
en que fue inaugurado el camposanto, causó daños irreparables a su
familia, pero el aguijón del odio se había deshecho en la piel de su me-
moria y de nada servía alimentar el rencor hasta la deformidad del en-
cono. El otrora Registrador de la Propiedad, se había transformado en
un venerable patricio gracias a la miopía y conveniencias del cacicazgo
local: hasta circundaba en torno suyo la leyenda de haber donado el
terreno para la construcción de la Necrópolis, además de otras inven-
ciones diseminadas por deudas de gratitud y favores de índole oscura.
Entre el césped agredía el blanco aséptico de las cruces. Por di-
versos senderos de la hierba esponjosa, se divisaban rastros de cal que
el próximo aguacero se encargaría de disipar. La Necrópolis de Baya-
mo, construida a mediados de 1918, contenía un rasgo particular; era
un sitio de enterramiento moderno ornamentado con lápidas, queru-
bines y bustos de un cementerio anterior clausurado por hacinamien-
to.
Pocos árboles accidentaban la mirada sobre el fasto mortuorio.
12
La Concordia
13
La Concordia
14
La Concordia
—Los ricos son más raros que una procesión de la Virgen en Carna-
val—comentó Calendario Vidal a su ayudante al subir a la superficie.
El muchacho respondió con una bocanada de humo.
15
La Concordia
16
La Concordia
17
La Concordia
18
La Concordia
los casi once mil días de Belén Insaústegui. Los caracteres ostentaban
visible torpeza, pero podían leerse sin extravío. Los dos hombres lo de-
jaron a solas una vez limpio el panteón de escombros y otros desechos;
pero antes el Secretario de Actas se inclinó a examinar lo que aun so-
brevivía el poemario de Antonio Machado que Celeste, en medio de la
sordina de su dolor, pusiera sobre el pecho de Belén a modo de buen
resguardo para su morada definitiva. Pudo entonces leer, a causa de
la devastación de las carcomas sólo fragmentos intermedios de uno de
los poemas salvados al azar:
19
La Concordia
20
La Concordia
pero necesaria en pos de rescatar las miserias y pompas del tiempo an-
terior. Desempolvar seis lustros antes de su nacimiento, era el antído-
to que se le antojaba eficaz para disolver el vacío y sinsabor en quedó
sumida su existencia esa mañana de San Valentín en el cementerio. La
finalidad de esa prueba era más fascinante y compleja de lo que Eliseo
Villegas podía concebir. El episodio de Belén le deparaba sorpresas
que aun no estaba listo para comprender, revelaciones que no sos-
pechaba ni en su menor medida. Tardaría mucho en aceptar que esa
mañana sólo había asistido a un desplome de máscaras. Los actores ya
no estaban, pero la escena vacía, era en sí el espectáculo, el argumento
en busca de representación.
De Belén persistía apenas un sordo estrépito de hojarasca: lo ab-
surdo era buscarla en medio de sus despojos; recuperar su esencia era
enfrentarse a innúmeras posibilidades de acierto y dispersión.
Tanto sus ancestros, como Belén, por un constate rejuego de ma-
ravilla y tragedia, estaban a punto de completar el fresco de un argu-
mento cuya avalancha de sucesos esclarecería ciertas claves pretéritas
y en buena medida las combinaciones ocultas de un cambio.
Gran parte de la mañana había transcurrido en el camposanto
y ya era tiempo de volver a casa para su almuerzo con Oniria Reyes.
Luego consignaría en actas lo concerniente al abasto de agua y un pro-
yecto irrealizado de obras públicas en beneficio de indigentes y analfa-
betos.
Antes de lanzarse a ese cúmulo de vísperas, se encaminó con Ca-
lendario hasta el frontón redoble de la Necrópolis. En la sección de
trámites fúnebres advirtió socarrón la tipografía de un anuncio que
proponía los más cómodos y bellos ataúdes. Su compulsión por la lim-
pieza lo llevó en ese instante a lavarse las manos con lo que aún que-
daba de alcohol, a revisar con meticulosidad las uñas para comprobar
si habían quedado estériles.
El maestro de obra y su ayudante se veían impacientes ante la parsi-
monia de Eliseo Villegas, quien pagó al encargado de asuntos mortuo-
rios quince pesos por concepto de exhumación. Cumplió entonces con
la propina de cinco pesos acordada por el buen trabajo que incluía la
ausencia de preguntas indiscretas. Calendario Vidal se encargaría de
repartirla al tiempo que Eliseo se detenía en la estatua de Don Elpidio
21
La Concordia
—Sabe Licenciado, ese tren está acabando con todo esto, los ángeles
del fondo se me están cuarteando y muchos ya se han descabezado, la
semana pasada tuve que lanzar uno al río, primero se le cayeron las
alas, y después los brazos, hasta que se despedazó por completo.
22
La Concordia
—Tiene que sobrevivir algo más que no sea mis elucubraciones y sus
despojos —se dijo en un giro abrupto del volante al bajar por la calle
Martí. Las campanas de la Parroquial Mayor terminaban de dar las
doce. Aceleró con cierto amago de prudencia.
23
La Concordia
24
La Concordia
25
La Concordia
venció entonces de que todo hombre vive dentro de una cápsula que
los cambios se encargan de disolver con su habitual desdén imperso-
nal. Schopenhauer le había enseñado que el mundo existe como repre-
sentación de la voluntad, pero el propio funcionamiento del mundo le
exigía la abolición de cada domesticidad asumida como irreverencia
hasta ese instante.
Ese propio día, más allá de las mareas que asordinaban las pla-
yas de la Isla, Joaquín Rodrigo corregía el arpegio final del Concierto
de Aranjuez, Hemingway las pruebas de galera de Por quién doblan
las campanas, y sobre un mapa atiborrado de esvásticas, con tantas
fichas como una mesa de apuestas, Hitller preparaba lo que sería la
invasión a Noruega y Dinamarca.
Luego pasó el resto de la tarde manoseando papeles que encerra-
ban el abanico de ayeres en que se desplegó la trama de sus ancestros.
Eliseo Villegas podía permanecer durante horas aislado, rastreando
los legajos de la Colonia o las actas capitulares de inicios de siglo, este
era el antídoto elegido para no pensar en Belén, a contrapelo del piano
de enfrente y su discreta insurrección contra toda tentativa de renun-
ciamiento. En el archivo del Ayuntamiento ─ custodiado por él desde
hacía veinte años ─ reposaban indefensos, testamentos, transacciones
y daguerrotipos tanto de españoles como criollos, tres veces enemigos
a muerte, ahora conciliados bajo el polvo de las mismas estanterías. Le
fascinaba la maestría silente de tales indulgencias.
Según su propio decir, «la noche era lenta como tinta en el agua».
Bajó las escaleras de piedra caliza. Regodeó el tacto en el pasamanos
de cedro y fue en busca de unos tabacos para Teresa hasta el café «El
Louvre».
Al cruzar la calle lo interceptaron dos de las carrozas que había
visto en Mercaderes, de camino al cementerio. Uno de los trovadores
descendió a trastabillones.
26
La Concordia
27
(…) el gusto arenoso de la colilla era, después de todo, sólo un recuerdo más
de otro tabaco difunto.
ELISEO DIEGO
28