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La respuesta a estas preguntas es personal, pero esto no significa que sea imposible
decir algo de la existencia humana y no se pueda penetrar en su estructura y aclarar
el sentido de la vida. Si bien, efectivamente, el hombre como subjetividad única y
singular, experimentando su existencia personal, es difícil que sea comprendido
racionalmente, si puede ser conocido en sus estructuras esenciales.
El hombre es un ser que se compone de cuerpo y alma y por tanto, se sitúa en la línea
divisoria del mundo material y del mundo espiritual; en el se unen el mundo visible de
un cuerpo material y el mundo invisible de un alma espiritual. (1)
El hombre es un cuerpo inserto en el mundo material, y por eso sabe que está
sometido a las leyes del espacio y tiempo, al movimiento y a la finitud. Es un punto
minúsculo, insignificante, dentro de la multiplicidad cósmica.
Puede a veces tener la sensación de ser absorbido en la inmensidad del espacio. Pero
también es espiritu y por eso puede trascender a la materia. El hombre posee un alma
que le distingue de otros seres.
Es el alma una forma pura, inmortal, que sin embargo no es independiente del cuerpo
para obrar. Su unión con el es esencial y es característica de su naturaleza, ya que
necesita el cuerpo como principio de acción como para completar su ser mismo. El alma
humana es, por tanto, una forma pura incompleta, puesto que requiere del cuerpo para
exigir y para actuar; el cuerpo es la materia apta, dispuesta inmediatamente para
recibir al alma como su forma.
Decir que el hombre es cuerpo y alma significa que estas dos realidades están hechas
la una para la otra, pero conservando cada una su propia naturaleza; en esta unión el
alma no se convierte en cuerpo, ni el cuerpo en alma. Si el cuerpo es materia para ser
animada por el alma, no por ello se sale del orden material, y por tanto está sujeto a
la mutación y a la corrupción.
La unión del alma y el cuerpo supone para el hombre una tensión que invita a buscar el
dominio corporal a través de las potencias anímicas, de modo que el cuerpo se
convierte en el instrumento para conseguir los bienes espirituales. Esto supone a
veces restringir aquellas actividades corporales que obstaculizan la vida del espíritu,
y en todas ocasiones servirse de el para la realización de todo lo que facilita el
ejercicio de las virtudes.
Por lo tanto como adolecentes nos iremos formando cuando se nos inculca el valor y
el respeto del propio cuerpo y, a la vez, la necesidad de conservarlo en la mejor
disposición para servir al espíritu. En la práctica todo esto se concreta en un
conjunto de deberes relacionados con la higiene, el deporte, la diversión y el
reposo, que no solo tiene por objeto mejorar la función instrumental del cuerpo,
sino que también tienen a la vista la estrecha relación entre la salud física y la salud
del espíritu.
La higiene no solo esta relacionada con las exigencias que supone el cuidado de la
salud, sino también con la natural y habitual correspondencia que hay entre la
apariencia externa de la persona y su situación interior. Evitando tambien extremos
ya que las modas y las costumbres toman un aire de extravagancia y de libertad que
va destruyendo la facultad de percibir correctamente la naturaleza y el valor
intrínseco de la vida terrena.
Sobre la valoración que debe darse al deporte, puede afirmarse que ordinariamente
constituye un medio muy eficaz para derivar energías que podrán desembocar mal.
Son cuatro, por tanto, las metas que se refieren a la madurez intelectual: realismo en
el conocimiento, valoración equilibrada de las cosas, espíritu de iniciativa y reflexión
evaluadora.
La vida infantil está prácticamente dominada por los estados afectivos: placer,
disgusto; llanto, risa; etc. Cuando se ha recibido educación, el niño aprende a dominar
y controlar mejor encauzar ese mundo afectivo. El adolescente atraviesa
filosóficamente por una época de cambios bruscos, pero sufre también cambios
psicológicos, que son mas significativos: se va iniciando en la vida del grupo, tendrá que
aprender a superar las crisis afectivas, adoptando las actitudes propias de su sexo, y
habrá de esforzarse por vivir de una manera verdadera y profunda la amistad.
Por supuesto cada uno de estos aspectos exige la parte nuestra el ayudar a concretar
a los jóvenes en una serie de puntos a su lucha personal. En relación al control de los
instintos, debemos adquirir la capacidad de transformar en las frustraciones que
necesariamente vendrán; es decir, al surgir el disgusto por no haber podido realizar
cualquier tensión instintiva, debemos apreciar el valor positivo conseguido, e integrar
la frustración como enriquecedora de la propia personalidad.
El hombre es persona
La persona humana es libre por ser espiritual y trascendente, por tener una capacidad
infinita que no se satisface con cualquier cosa concreta: eso puede estar por encima
de las cosas.
Por la libertad, entonces, podemos elegir entre varias posibilidades, pero si entre
muchas posibilidades se elige una, debemos tener un motivo, una intención. Lo
importante es saber porque queremos aquello. La persona humana tiene libertad de
elección, pero debe elegir con algún motivo, con algún propósito; cuanto mas
consistente y solido sea ese propósito, más autentica será la elección. El hombre debe
tener razones, intenciones, motivos para elegir; esto es, unos principios. Estos
principios, obviamente, no son motivos para elegir, sino mas bien los fundamentos o
preferencias que orientan o justifican alguna elección.
Pero no basta con tener principios, ni siquiera es suficiente que estos sean validos y
consistentes; es necesario que uleriormente las de decisiones – libres- estén en
concordancia con ellos. Cuando se tienen esos principios para orientar las elecciones en
determinado sentido, y se decide de aquello con ellos, hay una concordancia, una
coherencia entre los principios y la elección: se ha obrado responsablemente. Solo en
este caso el hombre actúa verdaderamente como persona: cuando existe esa unidad
entre el pensamiento y la actuación.
Formar hombres de carácter
Hacer de los jóvenes hombres o mujeres libres es conseguir que sean hombres y
mujeres de carácer. Fieles a sus convicciones, que se esfuerzan por conformar a ellas
su conducta con firmeza y perseverancia. Este ser hombre de carácter, condición
indispensable para utilizar reponsablemente la libertad, atiende a dos aspectos
fundamentales: psicológico y moral.
Del carácter moral puede decirse que debe poseer, entre otras, las siguientes
características: rectitud de conciencia, fuerza de voluntad y bondad de corazón.
Requiere, además, principios o conocimientos morales ( normas, criterios, etc.) a los
que debe conformarse la actuación.
Para completar un proceso de madurez, tendremos que poner nuestra propia persona
al servicio de la sociedad, lo que exige una capacidad dialogal y una capacidad
cooperativa. La capacidad dialogal se concreta a capacidad de adaptación ( respeto a
los demás), capacidad de comprensión ( entendimiento amable de los demás),
capacidad de comunicación ( receptividad respecto a los demás), capacidad de
comunicación ( receptividad respecto a los demás). A su vez, la capacidad
cooperativa entraña dos actitudes: actitud de servicio ( disponibilidad para los
demás) y actitud de olvido de si mismo ( entrega a los demás).