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LAS ESTRUCTURAS ESENCIALES DEL HOMBRE

El preguntarse que es el hombre no es una expresión de simple curiosidad ante un


problema, sin relación alguna con nuestra vida, ya que de él depende la orientación de
nuestra existencia terrena y la profundidad de nuestro amor. Todos en algún momento
de nuestra vida, tomamos conciencia de nuestra condición y de nuestra situación en el
momento presente.

Vivimos en un mundo en el que el hombre va dejando constantemente su huella; asi, al


lado de los maravillosos avances de la ciencia y de la técnica, se encuentran las
luchas en las que el hombre se pierde por su afán de poder. Se quiere erigir en
dominador del mundo visible, pero corre el riesgo de dejarse controlar por aquello que
el creía haber dominado. A pesar de todo, el hombre busca y desea la verdad: a través
de nuestras experiencias, en el intelecto y en la voluntad se va abriendo paso el deseo
de pasar por encima de los limites del espacio y del tiempo para alcanzar la paz y la
unidad.

Esa convergencia de la conciencia de fragilidad y del deseo de superación, es lo que


nos lleva a preguntar: ¿Qué es el hombre? ¿ que características presenta esa
realidad a la que tenemos que ir formando paulatinamente?

La respuesta a estas preguntas es personal, pero esto no significa que sea imposible
decir algo de la existencia humana y no se pueda penetrar en su estructura y aclarar
el sentido de la vida. Si bien, efectivamente, el hombre como subjetividad única y
singular, experimentando su existencia personal, es difícil que sea comprendido
racionalmente, si puede ser conocido en sus estructuras esenciales.

Con la educación pretendemos ayudar a cada hombre a poner en movimiento sus


potencias y facultades, y facilitar su perfeccionamiento eliminando los obstáculos que
se le oponen. Esto implica, como presupuesto previo, hacernos algunas reflexiones
sobre el hombre, ya que la educación precisamente incide en el. Solo así
comprenderemos, en toda su profundidad, la tarea que nos espera.

El hombre es cuerpo y alma

La palabra latina homo y la palabra griega anthropos significan lo mismo: el hombre el


ser humano. Sin embargo, se formaron siguiendo directrices diversas. Homo se
refiere al hombre como nacido de la tierra ( humus- tierra) y anthropos ve al hombre
como el ser que puede dirigir su vista al cielo ( ana, tra, ops-mirar hacia arriba). Para
poder comprender al hombre deben unirse ambas cosas: el ser dotado de espíritu, el
ser ligado a la tierra.

El hombre es un ser que se compone de cuerpo y alma y por tanto, se sitúa en la línea
divisoria del mundo material y del mundo espiritual; en el se unen el mundo visible de
un cuerpo material y el mundo invisible de un alma espiritual. (1)

El hombre es un cuerpo inserto en el mundo material, y por eso sabe que está
sometido a las leyes del espacio y tiempo, al movimiento y a la finitud. Es un punto
minúsculo, insignificante, dentro de la multiplicidad cósmica.

Puede a veces tener la sensación de ser absorbido en la inmensidad del espacio. Pero
también es espiritu y por eso puede trascender a la materia. El hombre posee un alma
que le distingue de otros seres.

Es el alma una forma pura, inmortal, que sin embargo no es independiente del cuerpo
para obrar. Su unión con el es esencial y es característica de su naturaleza, ya que
necesita el cuerpo como principio de acción como para completar su ser mismo. El alma
humana es, por tanto, una forma pura incompleta, puesto que requiere del cuerpo para
exigir y para actuar; el cuerpo es la materia apta, dispuesta inmediatamente para
recibir al alma como su forma.

Decir que el hombre es cuerpo y alma significa que estas dos realidades están hechas
la una para la otra, pero conservando cada una su propia naturaleza; en esta unión el
alma no se convierte en cuerpo, ni el cuerpo en alma. Si el cuerpo es materia para ser
animada por el alma, no por ello se sale del orden material, y por tanto está sujeto a
la mutación y a la corrupción.

EL VALOR DEL CUERPO EN LA FORMACION HUMANA

La unión del alma y el cuerpo supone para el hombre una tensión que invita a buscar el
dominio corporal a través de las potencias anímicas, de modo que el cuerpo se
convierte en el instrumento para conseguir los bienes espirituales. Esto supone a
veces restringir aquellas actividades corporales que obstaculizan la vida del espíritu,
y en todas ocasiones servirse de el para la realización de todo lo que facilita el
ejercicio de las virtudes.

Por lo tanto como adolecentes nos iremos formando cuando se nos inculca el valor y
el respeto del propio cuerpo y, a la vez, la necesidad de conservarlo en la mejor
disposición para servir al espíritu. En la práctica todo esto se concreta en un
conjunto de deberes relacionados con la higiene, el deporte, la diversión y el
reposo, que no solo tiene por objeto mejorar la función instrumental del cuerpo,
sino que también tienen a la vista la estrecha relación entre la salud física y la salud
del espíritu.

La higiene no solo esta relacionada con las exigencias que supone el cuidado de la
salud, sino también con la natural y habitual correspondencia que hay entre la
apariencia externa de la persona y su situación interior. Evitando tambien extremos
ya que las modas y las costumbres toman un aire de extravagancia y de libertad que
va destruyendo la facultad de percibir correctamente la naturaleza y el valor
intrínseco de la vida terrena.

Sobre la valoración que debe darse al deporte, puede afirmarse que ordinariamente
constituye un medio muy eficaz para derivar energías que podrán desembocar mal.

El deporte es una manifestación vital cuyas principales características son el


esfuerzo, el riesgo, la superación personal, la competencia, la convivencia y el trato
con otros. Ya desde el tiempo de los griegos era concebido con esa finalidad de
fortalecer el alma a través del fortalecimiento del cuerpo. Por eso en la medida de
lo justo, sin detrimento del tiempo y la energía para el cultivo intelectual, el
ejercicio físico tiene un papel importante en la formación del joven, tanto por su
importancia en la adquisición de virtudes, como por ser encauzador de su agresividad.

La diversión es igualmente útil a cuerpo y al espíritu, siempre y cuando no se pierda


su doble finalidad: el descanso del espíritu a través de un relajamiento de la
atención y un cambio de actividad, y el reforzamiento de las facultades individuales.
La diversión es un medio, no un fin, y por tanto puede ser beneficiosa o perjudicial,
útil o inútil, humana y moralmente hablando. Presupone un trabajo habitual, y exige el
sentido de la moderación y la prudencia para que no haya un detrimento de los
valores superiores de la vida. Por tanto debemos aprender a divertirnos, teniendo
en cuenta que aunque, tal vez hoy mas que nunca, no es difícil encontrar todo tipo de
diversiones- lícitas e ilícitas -, el aburrimiento es un fenómeno frecuente en el
mundo moderno. Lo importante es encontrar aquellas que puedan proporcionarnos
momentos de gran alegría, así como el equilibrio físico y psíquico. Este es el enfoque
de tener diversión y no esa búsqueda frenética con el deseo de salir del tedio y
del aburrimiento de una manera evasiva que, además, sólo produce un vacío y una
depresión que no pocas veces dan origen a posteriores neurosis.
Si la diversión es útil, el reposo, a su vez, es necesario, entendido y valorado como
un medio para restaurar las fuerzas y hacer más eficaz el trabajo subsiguiente.
Entendido en este sentido de interrupción periódica de las labores cotidianas, el
descanso constituye un deber impuesto al hombre precisamente en atención a sus
valores espirituales.

En relación también con el valor del propio cuerpo, se encuentra el respeto a la


propia sexualidad. Además de la distinción fisiológica, lo biológico, etc. La finalidad
esencial de la distinción de sexos, de sus características y de los correspondientes
instintos, se encuentra en la transmisión de la vida y la conservación de la especie.
Esta finalidad no puede perderse de vista, ni puede lógicamente subordinarse a otras
finalidades específicas, ya que es la base de todo el orden sexual. No es éste, sin
embargo, su único fin, ya que la distinción de sexos no se encierra únicamente en los
limites del orden fisiológico, sino que se expande también al psicológico e, incluso, al
espiritual. Es decir, la diferencia de sexos da origen a dos tipos diferentes y
complementarios en los que se hace realidad la especie humana , y en cuya unión ellos
mismos encuentran su integración reciproca. La atracción de los sexos en el hombre no
solo es corporal, sino también espirirual, y constituye el fundamento del amor humano.

Ya que sexo se ha convertido en una fuente creadora de riqueza que muchos


explotan y comercializan a través de los medios de comunicación. Los daños que todo
esto produce en los jóvenes es patente.

La madurez intelectual, volitiva y emotiva

Si tenemos en cuenta la esencial inferioridad y subordinación del cuerpo en relación al


espíritu, es necesario hablar también de aquellos aspectos que integran los procesos
intelectual, volitivo y emotivo, y que, en definitiva conducirán a la consecusión de la
plenitud humana, que se manifiesta sobre todo en cierta estabilidad de ánimo
(madurez emotiva), la facultad de tomar decisiones ponderadas y responsables (
madurez volitiva) y el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres
(madurez intelectual).

Es evidente que la plenitud humana no se alcanza de manera total y perfecta, dadas


nuestras limitaciones, sino que se da de un modo aproximado y siempre perfecto. El
proceso para alcanzar la madurez se inicia ya en los primeros años de la vida del niño.
Lentamente – de igual modo que sucede en los aspectos anatómico y fisiológico se van
activando en su espíritu sus potencialidades y comienzan a desarrollarse sus
cualidades, hasta que al paso de los años alcanza un armónico desarrollo personal y, en
consecuencia, una útil y provechosa inserción social.

Intelectualmente, los adolescentes deben superar el mundo lúdico y mágico de la


infancia, así como vencer igualmente su crisis ensoñadora hasta adaptar su
conocimiento a lo leal, sin que esto signifique, de ninguna manera, renunciar a su
capacidad creadora ya que, de hecho, la realidad se siempre perceptible. El proceso de
madurez intelectual abarcará tres aspectos fundamentales: la recepción no
deformada de la realidad, la capacidad de valorarla críticamente el espíritu creativo
que le lleva a un progreso continuo.

Desde el punto de vista pedagógico, conseguir la plenitud intelectual implica diversas


cosas. En primer lugar, el razonamiento y a la reflexión que permitan ser cada vez
mas realista. En segundo término, ir inculcando una adecuada escala de valores como
esquema referencial, así como un ponderado equilibrio en el juicio, a fin de que la
valoración sobre los acontecimientos y circunstancias sea cada vez mas serena y
madura. Como tercer punto se deberá partiendo de lo existente corregir lo
defectuoso y sugerir mejoras; en la sociedad – y en la vida personal- siempre habrá
situaciones que exigen espíritu de iniciativa y participación activa de todos. Por último,
con el fin de alcanzar una profunda capacidad de examen y evaluación, se deberá
desarrollar un espíritu crítico – en primer lugar consigo mismo- que lleve a detectar y
corregir errores y deficiencias.

Son cuatro, por tanto, las metas que se refieren a la madurez intelectual: realismo en
el conocimiento, valoración equilibrada de las cosas, espíritu de iniciativa y reflexión
evaluadora.

La madurez volitiva requiere abandonar la infancia, con su consiguiente plasticidad y


dependencia y la creencia de basta desear para tener. Supone también un ir
superando la crisis de la originalidad juvenil, con el fin de lograr un grado suficiente
de autodeterminación responsable, al mismo tiempo que la suficiente constancia para
hacer lo que se debe.

En lo referente a la autodeterminación, se deberá adquirir equilibrio en las decisiones


y sentido de responsabilidad. Una personalidad equilibrada en las decisiones de aquella
que ni depende totalmente de otros (plasticidad infantil), ni rechaza absolutamente
toda influencia ( originalidad adolescente). El sentido de responsabilidad, a su vez, te
llevará a asumir las consecuencias de tus actos, superando la incoherencia que
demostraba en etapas anteriores. La mera toma de decisiones sin fundamento o sin
una razón suficiente sea precipitación, conveniencia, capricho, etc.- no es síntoma de
madurez, sino al contrario.

En relación a la consistencia volitiva, habrá desarrollar el esfuerzo y la constancia. El


esfuerzo es necesario para realizar o llevar a cabo la decisión que se ha tomado, a
pesar de los sacrificios que implica la superación de los obstáculos que se han
presentado. La constancia será indispensable para mantener la decisión, impidiendo
que con el paso del tiempo se vaya debilitando.

La vida infantil está prácticamente dominada por los estados afectivos: placer,
disgusto; llanto, risa; etc. Cuando se ha recibido educación, el niño aprende a dominar
y controlar mejor encauzar ese mundo afectivo. El adolescente atraviesa
filosóficamente por una época de cambios bruscos, pero sufre también cambios
psicológicos, que son mas significativos: se va iniciando en la vida del grupo, tendrá que
aprender a superar las crisis afectivas, adoptando las actitudes propias de su sexo, y
habrá de esforzarse por vivir de una manera verdadera y profunda la amistad.

Parte de ese proceso es asimismo impedir que la emotividad deforme la realidad en el


campo de la conciencia moral. En este sentido, la despreocupación sistemática o los
escrúpulos serían los polos opuestos de una inmadurez emotiva. De acuerdo con esto,
puede afirmarse que el proceso de madurez emotiva abarca el control de los instintos,
una adecuada integración social y una conciencia moral no interferida emotivamente.

Por supuesto cada uno de estos aspectos exige la parte nuestra el ayudar a concretar
a los jóvenes en una serie de puntos a su lucha personal. En relación al control de los
instintos, debemos adquirir la capacidad de transformar en las frustraciones que
necesariamente vendrán; es decir, al surgir el disgusto por no haber podido realizar
cualquier tensión instintiva, debemos apreciar el valor positivo conseguido, e integrar
la frustración como enriquecedora de la propia personalidad.

Conseguir la capacidad de relaciones equilibradas en el sexo, asi como el estilo


sexuado de la propia vida. Esto supone, por un lado, que el muchacho deberá superar
el “sobresalto sistemático” ante las muchachas, concibiéndolas solamente como
“peligro” o “tentación”, o como un objeto vital indispensable y las muchachas
aprenderán a vivir su propia feminidad, sin considerarse únicamente como objeto de
atracción para los hombres. Por otra parte, aprenderán a expresar en su vida
diferenciación del propio sexo, complementario del contrario en actitudes, reacciones,
etc.
En conexión con la integración social, se puede establecer una distinción con respecto
a los superiores y en relación a los iguales. En primer caso el adolescente establecer
una realción de respeto y confianza que no renuncia a la propia dignidad (excesiva
dependencia infantil, adulación, etc.) ni intenta mostrar su originalidad en redeldías
sistemáticas.

En caso segundo se instituye una relación de amistad, de participación de ideales y


afectos, en la que quedan a un lado las relaciones temperamentales ( dependientes
del estado de ánimo), el emplagamiento ( que denotaría una afectividad infantil). El
aislamiento (síntoma de un deficiente desarrollo social), los celos ( manifestación de
inseguridad propia o de desconfianza en los demás ), etc.

Por ultimo, a fin de evitar inferencias emotivas deformadoras, y formar una


conciencia moral recta, habrá que evitar tanto una laxitud moral por insensibilidad,
como el escrúpulo por hipersensibilidad respecto a los propios actos.

Por lo que debemos desarrollar armónicamente sus cualidades físicas, morales e


intelectuales, que nos hagan responsables en los diversos actos de su vida, y
consigamos la verdadera libertad, iniciándonos, igualmente, en una positiva y prudente
educación social.

El hombre es persona

Sabemos que el hombre esta sujeto a determinadas necesidades materiales que


tiene que satisfacer para mantenerse en existencia, Para hacerlo sin embargo no se
mueve únicamente por la fuerza natural de los instintos, sino que se ve exigido
también por un deber, una obligación. Profundizamos así en la reflexión sobre el
hombre, ya que al afirmar que tienes deberes, implícitamente aseveramos también
que posee la libertad, ya que sólo hay deberes para los seres libres. La libertad, que
capacita al hombre para obrar por deber y no solamente por instinto, es también lo
que hace ser persona y lo eleva por encima de los animales.

Aprender a usar la libertad

En un principio puede pensarse que la libertad se manifiesta como ausencia de


obstáculos, de impedimentos, pero no debemos olvidar que esta ausencia de
dificultades se manifiesta al mismo tiempo en una presencia de intención: La
orientación de la voluntad hacia algo que desea hacer. La verdadera esencia de la
libertad radica en esa intención, en ese querer, y el querer no tiene limitación alguna.
El hombre posee la propiedad de abrirse, de ensancharse: no solo conoce lo que se
presenta a los sentidos, sino que puede ir con un pensamiento mucho mas allá. Esta
posibilidad de abrirse o ensanchanse es la trascendencia misma por la que la persona
rebaza sus propios limites físicos o materiales, e incluso los del mismo mundo en el
que vive. El animal distingue únicamente lo que aparece a los sentidos y, en
consecuencia, desea exclusivamente aquello que conoce: un estrechísimo conjunto de
cosas. El deseo del hombre, el querer del hombre, no tiene límite; es libre de querelo
todo: desde un objeto insigficante, hasta Dios mismo, que satisface todas sus
posibilidades. El hombre es trascendente.

Pero lo interesante es que el hombre puede escoger entre distintas posibilidades; en


ello precisamente consiste la libertad: en poder escoger una u otra cosa, o ninguna; en
poder decidir lo mismo al hacer esto o lo otro, o nada. Si el hombre sólo lograra su
satisfacción mediante una cosa, tendría absoluta necesidad de ella y ya no sería libre.

La persona humana es libre por ser espiritual y trascendente, por tener una capacidad
infinita que no se satisface con cualquier cosa concreta: eso puede estar por encima
de las cosas.

Por la libertad, entonces, podemos elegir entre varias posibilidades, pero si entre
muchas posibilidades se elige una, debemos tener un motivo, una intención. Lo
importante es saber porque queremos aquello. La persona humana tiene libertad de
elección, pero debe elegir con algún motivo, con algún propósito; cuanto mas
consistente y solido sea ese propósito, más autentica será la elección. El hombre debe
tener razones, intenciones, motivos para elegir; esto es, unos principios. Estos
principios, obviamente, no son motivos para elegir, sino mas bien los fundamentos o
preferencias que orientan o justifican alguna elección.

Pero no basta con tener principios, ni siquiera es suficiente que estos sean validos y
consistentes; es necesario que uleriormente las de decisiones – libres- estén en
concordancia con ellos. Cuando se tienen esos principios para orientar las elecciones en
determinado sentido, y se decide de aquello con ellos, hay una concordancia, una
coherencia entre los principios y la elección: se ha obrado responsablemente. Solo en
este caso el hombre actúa verdaderamente como persona: cuando existe esa unidad
entre el pensamiento y la actuación.
Formar hombres de carácter

El desarrollo de la propia libertad no se entiende si no se le considera en e ámbito


de la intimidad, y como la intimidad de descubre en la adolescencia, quizá es esta una
de las etapas mas decisivas para la educación en la libertad.

Hacer de los jóvenes hombres o mujeres libres es conseguir que sean hombres y
mujeres de carácer. Fieles a sus convicciones, que se esfuerzan por conformar a ellas
su conducta con firmeza y perseverancia. Este ser hombre de carácter, condición
indispensable para utilizar reponsablemente la libertad, atiende a dos aspectos
fundamentales: psicológico y moral.

Un carácter psicológico bueno debe poseer en proporciones equivalentes inteligencia,


voluntad y corazón. Por la inteligencia, voluntad y corazón. Por la inteligencia el joven
se va capacitando para discernir la verdad y para distinguir entre el bien y el mal; en
virtud de la voluntad se mantiene firme ante el bien aprehendiendo y orienta a él sus
decisiones, perseverando tenazmente ante las dificultades y obstáculos; el corazón es
u conjunto de energías que, sometidas a la voluntad recia y dirigidas por la recta
razón, contribuye enormemente en la formación del carácter.

Del carácter moral puede decirse que debe poseer, entre otras, las siguientes
características: rectitud de conciencia, fuerza de voluntad y bondad de corazón.
Requiere, además, principios o conocimientos morales ( normas, criterios, etc.) a los
que debe conformarse la actuación.

Todo este conjunto de características – cuya consecución supone una perseverancia de


años enteros- van haciendo de los jovenes hombres y mujeres de carácter; capaces
de medir la trasnscendencia de sus actos y de sus omisiones; de actuar por iniciativa
propia, siempre conforme a sus principios; de aceptar las consecuencias que el ejercer
la libertad el trae consigo.

Apertura a los demás

Característico también del hombre es el ponerse en estado de apertura frente a las


demás cosas y personas, con capacidad de intervenir en ellas y dejando que éstas se
metan en su propia vida. Delante del yo se sitúan muchos “tu” que se introducen en la
intimidad personal. La persona humana esta capacitada para conocerse en su propio
valor para actuar en consecuencia. Abrirse es salir fuera de si; abrirse es dirigirse y
comunicarse a los demás; abrirse es transformar esos tu en completa persona humana.
El hombre se engrandece cuando se comunica con los demás y se da a los demás,
cuando, saliendo de sí mismo, se relaciona con otros hombres, produciéndose un
enriquecimiento mutuo. Es necesario abrirse a lo que nos rodea si no deseamos
quedarnos solos.

Para completar un proceso de madurez, tendremos que poner nuestra propia persona
al servicio de la sociedad, lo que exige una capacidad dialogal y una capacidad
cooperativa. La capacidad dialogal se concreta a capacidad de adaptación ( respeto a
los demás), capacidad de comprensión ( entendimiento amable de los demás),
capacidad de comunicación ( receptividad respecto a los demás), capacidad de
comunicación ( receptividad respecto a los demás). A su vez, la capacidad
cooperativa entraña dos actitudes: actitud de servicio ( disponibilidad para los
demás) y actitud de olvido de si mismo ( entrega a los demás).

Con estos razgos de maduréz alcanzaremos la plenitud psicológica, de forma que


podamos participar activamente en los diversos grupos de la sociedad humana,
estemos dispuestos para el dialogo con otros prestando su fructuosa colaboración a la
consecución del bien común.

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