No sé ni para qué hablo de esto, como si fuera importante.
Pero bueno, ya empecé y
para qué dejar las cosas a medias. La cuestión lo curioso de la historia, por si les interesa (y si no les interesa pues se joden porque igual les voy a contar), es que la pola en Colombia sirvió como un mecanismo para erradicar la chicha, una bebida fermentada que otrora tomaban los pueblos indígenas en el centro del país y que, a los ojos de la modernísima nación colombiana, protectora del progreso y el bienestar de su pueblo, era considerada antihigiénica y de salvajes («otrora», yo sé: suena pedante, pero bonito). Es posible encontrar, de hecho, avisos publicitarios donde un cura le ofrece cerveza a un niño mientras señala los beneficios de la civilizada bebida. Como raro: religión, estado y empresas dándose la mano. Y no es que esté en contra de que le den cerveza a un niño. Allá cada uno verá qué le da a sus hijos. También me tiene sin cuidado si la cerveza es mejor que la chicha. Lo que me parece ridículo es esa distinción mercantil entre una cosa y la otra. Como si la resaca que produce la cerveza fuera más fina que la que produce la chicha. ¡No seamos güevones! Todo eso sirve pa lo mismo: pa dejar salir los espíritus y desordenarse. Además, el vómito que se produce por ingerir ron, cerveza o aguardiente en «cantidades alarmantes», como diría Nando Pineda, un amigo de mi papá, es la misma mierda. Quedará un gusto distinto en la boca a lo sumo, pero no deja de ser una combinación asquerosa de jugos gástricos y alimentos medio procesados.