Ese nombre, un nombre como tantos otros, se ha enmarañado en mi memoria y en mi
corazón. Por los intrincados rincones de la mente y el alma se mueve y da vueltas. Viaja y se desplaza en movimientos ondulantes dejando como rastro un aroma dulce y a la vez enérgico. Porque los nombres también tienen fragancia. Y es esa fragancia la que se ha clavado en mi memoria, la que me obsesiona incesantemente. Pero también lo es su firme y cadente sonoridad un motivo de obsesión: al pronunciar aquel nombre se desata una tormenta de sensaciones impronunciables que me envuelven y me hacen levitar hasta que mis pies ya no tocan más este mundo frívolo, superficial, inhumano. Sólo imagínenlo, imaginen ese nombre.
ESE NOMBRE (Tercera persona)
Ese nombre, un nombre como tantos otros, se había enmarañado en su memoria y en su
corazón. Por los intrincados rincones de la mente y el alma se movía y daba vueltas. Viajaba y se desplazaba en movimientos ondulantes dejando como rastro un aroma dulce y a la vez enérgico. Porque los nombres también tienen fragancia. Y fue esa fragancia la que se clavó en su memoria, la que lo obsesionaba incesantemente. Pero también lo era su firme y cadente sonoridad un motivo de obsesión: al pronunciar aquel nombre se desataba una tormenta de sensaciones impronunciables que lo envolvían y lo hacían levitar hasta que sus pies ya no tocan más este mundo frívolo, superficial, inhumano… o tal vez muy humano, demasiado humano. Nunca la conoció; jamás en su vida la había visto. Pero sabía su nombre: lo había visto escrito en un libro que alguna vez se topó en una de sus interminables visitas a la biblioteca. Nada más le interesó; ni el título del libro ni mucho menos la corta descripción de la contraportada. No quiso siquiera indagar sobre la propietaria de aquel nombre. De hecho le pareció ridículo y vacuo tener información sobre ella. Lo único que le importó fue su nombre, un nombre, ese nombre... “Sólo imagínenlo”, decía, “imaginen ese nombre”.