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Cuatro encarnaciones del sol había creado el gran Ometéotl, quién tan
magnificente y poderoso había dividido su espíritu en Ometecuhtli y
Ometecihuatl, el Señor y la Señora de la dualidad, deidades cuyas
esencias se complementaban y representaban a un todo creador, a un
supremo ser; resultantes de esta acción surgieron Xipe Totec el rojo,
Tezcatlipoca el negro, El azul Huitzilopochtli, y el blanco Quetzalcóatl.
Cada uno se ostentaba como un tiempo, un espacio y un punto cardinal,
además de que su tarea se trataba de crearnos a nosotros, los humanos.
Así fue como cuatro mundos, cuatro soles y cuatro humanidades fueron
sucesivamente creadas, cada una como resultado del capricho de
alguno de los cuatro hermanos, por infortunio la primera humanidad fue
devorada por tigres, la segunda fue convertida en monos, la tercera fue
transformada en pájaros y la cuarta, en peces. Tras estos terribles y
abruptos finales, Quetzalcóatl, quien a propósito, no encontraba a los
sacrificios humanos especialmente placenteros, descendió a los
infiernos acompañado de una de sus encarnaciones gemelas, el
bondadoso Xolotl, y fue ahí en donde robó una astilla de los huesos de
uno de los linajes humanos anteriores para crear a la definitiva, a la
nuestra, rociando a la misma con su propia sangre. Tal fue el amor que la
Serpiente Emplumada nos brindó, que cualquier intento por hacernos
perecer de Mictlantecuhtli mediante sacrificios se vieron frustrados,
pues Quetzalcóatl sólo permitió sacrificios de animales en su nombre.
Así fue cómo nos crearon, a la raza de Bronce, o al menos es así como lo
describe El libro de los Dioses, los Héroes y los Mitos.
Incluso, dentro de los textos que me han brindado durante las clases de
Derecho Constitucional en mi Facultad se mencionaba que, cuando
Agustín de Iturbide consumó al Congreso Constituyente en 1822 para
convertir a la República en un imperio, el Dominico Fray Servando Teresa
de Mier encabezando a los republicanos, lograron derrocar a Iturbide
gracias al apoyo de Logias Masónicas.
“El Mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse; esto es,
permitir que el mundo exterior penetre su Intimidad” – Octavio Paz