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Prólogo Por qué repensar el qué de la educación es tan importante

Por Andreas Schleicher, director de educación y habilidades de la Organización para la Cooperación


y el Desarrollo Económico (OCDE)

Las exigencias sobre los estudiantes y, por lo tanto, sobre los sistemas educativos, están
evolucionando velozmente. En el pasado la educación consistía en enseñarle algo a la gente. Ahora,
se trata de asegurar que los individuos desarrollen una brújula confiable y destrezas de navegación
adecuadas para encontrar su propio camino a través de un mundo cada vez más incierto, volátil y
ambiguo. Por estos días ya no sabemos exactamente cómo se desarrollarán las cosas. A menudo
nos sorprendemos y debemos aprender de lo extraordinario; a veces cometemos errores en el
camino. Y a menudo serán los errores y fracasos, entendidos apropiadamente, los que crearán el
contexto para aprender y crecer. Hace una generación, los profesores podían contar con que lo que
enseñaban les serviría a los estudiantes toda la vida. Hoy, las escuelas deben preparar a los
alumnos para un cambio económico y social más veloz que nunca antes, respecto de trabajos que
aún no han sido inventados, y para resolver problemas sociales que aún no sabemos que habrán de
surgir.

¿Cómo alentamos a los estudiantes motivados y dispuestos a conquistar los imprevistos desafíos
del futuro, por no mencionar aquellos de hoy en día? El dilema para los docentes es que las
habilidades más fáciles de enseñar y de evaluar, también son las habilidades más fáciles de
digitalizar, automatizar y externalizar. Es indudable que el conocimiento más avanzado en una
disciplina siempre seguirá siendo importante. La gente innovadora o creativa generalmente tiene
habilidades especializadas en un campo del conocimiento o en una práctica. Y así como las
habilidades para aprender a aprender son importantes, siempre aprendemos aprendiendo algo. El
éxito educativo ya no consiste principalmente en la reproducción del conocimiento de contenidos,
sino de la extrapolación a partir de lo que sabemos y de la aplicación de dicho conocimiento a
situaciones nuevas. En pocas palabras, el mundo ya no recompensa a la gente solamente por lo que
sabe –los motores de búsqueda lo saben todo– sino por lo que pueden hacer a partir de aquello
que saben, es decir, cómo se comportan en el mundo y cómo se adaptan.

Porque esa es la principal diferenciación hoy en día, la educación ha pasado a relacionarse más con
la creatividad, el pensamiento crítico, la comunicación y la colaboración; con el conocimiento
moderno, incluyendo la capacidad para reconocer y explotar el potencial de las nuevas tecnologías;
y, por último pero no de menor importancia, con las actitudes que contribuyen a que la gente plena
viva, trabaje junta y construya una humanidad sustentable.

Nuestra manera convencional de abordar los problemas era reducirlos a trozos y pedazos
manejables, y luego enseñarles a los estudiantes las técnicas para resolverlos. Hoy en día, sin
embargo, también creamos valor mediante la sintetización de los trozos dispares. Se trata de la
curiosidad, de la apertura mental y de conectar ideas que parecían no tener relación
anteriormente, lo cual requiere estar familiarizados con y receptivos al conocimiento en otros
campos que no sean los nuestros. Si pasamos toda nuestra vida dentro del silo de una disciplina
única, no lograremos las habilidades para conectar los puntos que indiquen la dirección desde la
que ha de venir la próxima creación.

El mundo ya no se encuentra dividido entre especialistas y generalistas. Los especialistas cuentan


con profundas destrezas y un estrecho alcance, lo que les otorga una pericia reconocida por sus
pares pero no valorada fuera de su dominio. Los generalistas disponen de un alcance amplio pero
con destrezas superficiales. Lo que cuenta cada día más son los versatilistas, quienes son capaces
de aplicar la profundidad de la habilidad a un alcance progresivamente más amplio de situaciones y
de experiencias, logrando nuevas competencias, construyendo relaciones y asumiendo nuevos
papeles. Son capaces de adaptarse y también de aprender y crecer constantemente, de
posicionarse y de reposicionarse a sí mismos dentro de un mundo rápidamente cambiante.

Quizás aún más cabalmente, en las escuelas de hoy, los estudiantes aprenden de forma individual,
para certificar sus logros individuales al final del año escolar. Pero mientras más interdependiente
se torna el mundo, más dependemos de grandes colaboradores y orquestadores capaces de unirse
a otros en la vida, el trabajo y la ciudadanía. La innovación es menos el producto del trabajo de
individuos aislados, que el resultado de cómo movilizamos, compartimos y vinculamos el
conocimiento. Las escuelas, por lo tanto, necesitan preparar a los estudiantes para un mundo en el
cual muchas personas de diversos orígenes culturales deben colaborar, y apreciar ideas,
perspectivas y valores diferentes; un mundo en el cual las personas deben decidir cómo confiar y
colaborar a través de tales diferencias; y un mundo en el cual sus vidas han de ser afectadas por
asuntos que trascienden las fronteras nacionales. Dicho de otra manera, las escuelas necesitan
impulsar el desplazamiento, desde un mundo donde el conocimiento tradicional se está
depreciando rápidamente, hacia un mundo en el cual el poder enriquecedor de las competencias
profundas está en aumento, apoyándose en una mezcla relevante de conocimiento tradicional y
conocimiento moderno, junto a las habilidades, las actitudes y el aprendizaje autodirigido.

En muchas escuelas de todo el mundo, los docentes y líderes escolares están trabajando duro para
ayudar a los estudiantes a desarrollar estos tipos de competencias de conocimientos, habilidades y
actitudes. Pero el estatus quo tiene muchos protectores, como lo sabe cualquiera que haya
intentado hacer espacio a los nuevos contenidos educativos en el atestado currículo escolar. Los
resultados han sido del tipo de un kilómetro de ancho pero de un centímetro de profundidad, las
salas de clases de hoy están dominadas por currículos sobrecargados de contenidos parcialmente
relevantes, que constriñen gravemente el desarrollo de competencias profundas y la aplicación de
pedagogías avanzadas.

La razón fundamental por la cual encontramos tan difícil reconstruir los currículos escolares en
torno a las necesidades del mundo moderno es que no contamos con un marco organizador que
pueda ayudarnos a priorizar las competencias educativas, y estructurar sistemáticamente la
conversación sobre lo que los individuos deberían aprender en las diferentes etapas de su
desarrollo. En ese sentido, Educación en cuatro dimensiones proporciona el primer marco
organizativo, claro y maniobrable, de las competencias necesarias para este siglo. Su principal
innovación radica en que, en lugar de otra lista más, para todos los gustos, acerca de lo que los
individuos debieran aprender, presenta una definición precisa de los espacios dentro de los
cuales los educadores, los curriculistas, los formuladores de políticas y los estudiantes, pueden
establecer lo que debe aprenderse, dentro de su contexto y para su futuro. El proyecto Educación
2030 de la OCDE se construirá colaborativamente sobre este trabajo fundacional de CCR, y la OCDE
actualmente se encuentra desarrollando un marco de competencias mediante un profundo análisis
de marco curricular internacional comparativo. Sobre la base del poder de convocatoria global de la
OCDE, el marco será testeado, afinado y validado de una manera interactiva con partes interesadas,
en múltiples niveles dentro de la comunidad global.

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