Está en la página 1de 4

3/1/2019 El ministerio de la reconciliación - Por el élder Jeffrey R.

Holland

El ministerio de la reconciliación
Octubre 2018 Conferencia general
Por el élder Je rey R. Holland
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Testi co de la tranquilidad que les brindará al alma la reconciliación con Dios


y con los demás si somos lo su cientemente mansos y valientes para
procurarla.

En abril pasado, cuando el presidente Russell M. Nelson presentó el concepto de la


ministración, recalcó que era un modo de guardar los grandes mandamientos de
amar a Dios y de amarnos el uno al otro1. Nosotros, como o ciales de la Iglesia,
abiertamente les aplaudimos y los felicitamos a ustedes por la tremenda respuesta
que han empezado a dar al respecto. Les damos las gracias por seguir a nuestro
amado profeta en esta maravillosa labor y les sugerimos que no esperen recibir
muchas más instrucciones. Simplemente zambúllanse y naden. Acudan a los
necesitados. No se paralicen dudando si deben nadar de espalda o estilo perrito. Si
seguimos los principios básicos que se han enseñado, nos mantenemos en armonía
con las llaves del sacerdocio y procuramos que el Espíritu Santo nos guíe, no
podemos fallar.

Esta mañana deseo hablarles de un aspecto más personal de la ministración que no


se asigna, no implica entrevistas programadas, ni hay autoridad a quien rendir
cuentas, excepto a los cielos. Permítanme compartir tan solo un sencillo ejemplo de
esa clase de ministración.

Grant Morrell Bowen era un esposo y padre trabajador y abnegado que, como
muchos otros que se ganaban la vida labrando la tierra, sufrió un revés nanciero
cuando la cosecha local de papas [patatas] resultó escasa. Él y su esposa Norma se
dedicaron a otros empleos; con el tiempo se mudaron a otra ciudad y comenzaron a
regresar a la estabilidad económica. Sin embargo, en un incidente terriblemente
desafortunado, el hermano Bowen quedó muy dolido cuando, en la entrevista para la
recomendación para el templo, el obispo estaba un poco escéptico con respecto a la
declaración de Morrell de que pagaba un diezmo íntegro.

No sé cuál de aquellos hombres tenía la información más correcta ese día, pero sí sé
que la hermana Bowen salió de la entrevista con la recomendación para el templo

https://www.lds.org/general-conference/2018/10/the-ministry-of-reconciliation?lang=spa 1/4
3/1/2019 El ministerio de la reconciliación - Por el élder Jeffrey R. Holland

renovada, mientras que el hermano Bowen salió con una ira que lo apartaría de la
Iglesia durante quince años.

Más allá de quién tenía razón sobre los diezmos, es evidente que Morrell y el obispo
olvidaron el mandato del Salvador: “Reconcíliate pronto con tu adversario”2, y el
consejo de Pablo: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo”3. El hecho es que no se
reconciliaron y que el sol sí se puso sobre el enojo del hermano Bowen durante días,
luego semanas, luego años; comprobando la a rmación de uno de los más sabios
romanos de antaño, que dijo: “La ira, si no se controla, es frecuentemente más
[destructiva] que el agravio que la provoca”4. No obstante, el milagro de la
reconciliación siempre está a nuestro alcance, y por amor a su familia y a la Iglesia que
sabía que era verdadera, Morrell Bowen volvió a estar plenamente activo en ella.
Permítanme relatarles brevemente cómo sucedió.

Brad, hijo del hermano Bowen, es un buen amigo nuestro y un dedicado Setenta de
Área que presta servicio en el sur de Idaho. Brad tenía once años en el momento de
aquel incidente, y durante quince años vio declinar la devoción religiosa de su padre,
prueba de la terrible siega que se cosecha allí donde se han sembrado ira y
malentendidos. Había que hacer algo. Así que, al acercarse la temporada del Día de
Acción de Gracias de 1977, Brad, que entonces tenía 26 años y estudiaba en la
Universidad Brigham Young, su esposa Valerie y su nuevo bebé Mic, cargaron su
automóvil versión estudiantil y, a pesar del mal clima, viajaron hasta Billings, Montana.
Ni siquiera la colisión contra un banco de nieve cerca de West Yellowstone impediría
que los tres realizaran la visita de ministración al hermano Bowen, padre.

Al llegar, Brad y su hermana Pam pidieron un momento en privado con su padre. “Has
sido un padre maravilloso”, comenzó Brad con cierta emoción, “y siempre hemos
sabido cuánto nos has amado. Sin embargo, algo está mal, y así ha sido durante
mucho tiempo. Debido a que te hirieron una vez, toda la familia ha estado dolida
durante años. Estamos mal, y tú eres el único que puede arreglarlo. Por favor, por
favor, después de todo el tiempo que ha pasado, ¿puedes escudriñar tu corazón para
dejar de lado aquel desafortunado incidente con aquel obispo y volver a dirigir esta
familia con el Evangelio, como lo hiciste antes?”.

Hubo un silencio de muerte. Luego, el hermano Bowen miró a los dos, a sus hijos, que
eran hueso de sus huesos y carne de su carne5, y dijo muy calmadamente: “Sí. Sí, lo
haré”.

Entusiasmados, aunque asombrados por la inesperada respuesta, Brad Bowen y su


familia vieron a su padre y esposo acudir al obispo actual con ánimo de reconciliación
para poner las cosas en orden en su vida. Como respuesta perfecta a aquella valiente
pero totalmente inesperada visita, el obispo, que había extendido al hermano Bowen
repetidas invitaciones a volver, le dio a Morrell un largo, largo, largo abrazo.

En cuestión de solo unas semanas —no hace falta mucho— el hermano Bowen
estaba totalmente activo en la Iglesia, y había logrado la dignidad necesaria para
https://www.lds.org/general-conference/2018/10/the-ministry-of-reconciliation?lang=spa 2/4
3/1/2019 El ministerio de la reconciliación - Por el élder Jeffrey R. Holland

volver al templo. Pronto aceptó el llamamiento de presidir una pequeña rama de solo
veinticinco miembros, y la hizo progresar hasta lograr una próspera congregación de
más de cien. Todo eso ocurrió hace casi medio siglo, pero las consecuencias del ruego
ministrante de un hijo y una hija a su padre, y de la disposición de ese padre a
perdonar y dejar todo atrás a pesar de las imperfecciones de los demás, han traído
bendiciones que aún se reciben —y que se recibirán para siempre— en la familia
Bowen.

Hermanos y hermanas, Jesús ha pedido que “vi[vamos] juntos en amor”6 sin “disputas
entre [n]osotros”7. Él advirtió a los ne tas: “Aquel que tiene el espíritu de contención
no es mío”8. Ciertamente, nuestra relación con Cristo la determinará en gran medida
—o al menos in uirá en ella— la relación que tengamos el uno con el otro.

Él dijo: “Si… deseas venir a mí, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,

“ve luego a tu hermano, y reconcíliate primero con él, y luego ven a mí con íntegro
propósito de corazón, y yo te recibiré”9.

Sin duda, todos nosotros podríamos citar una diversidad sin n de cicatrices y pesares
antiguos y de recuerdos dolorosos que en este mismo momento aún corroen la paz
en el corazón, en la familia o en el vecindario de alguien. Ya sea que hayamos causado
ese dolor o que se nos haya in igido el dolor a nosotros, las heridas deben sanar para
que la vida sea lo grati cante que Dios proyectó que fuera. Como la comida de su
refrigerador que sus nietos revisan minuciosamente, hace mucho que aquellos viejos
agravios han pasado su fecha de caducidad; por favor, no les den más el preciado
espacio de su alma. Como dijo Próspero al arrepentido Alonso en La tempestad: “No
carguemos en el recuerdo un pesar que ya no existe”10.

“Perdonad, y seréis perdonados”11, enseñó Cristo en tiempos del Nuevo Testamento;


y, en nuestros días: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a
vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”12. No obstante, es
importante que cualquiera de ustedes que viva con verdadera angustia tenga en
cuenta lo que no dijo. Él no dijo: “No se les permite sentir dolor verdadero ni pesar
real por las devastadoras experiencias que hayan tenido por culpa de otra persona”.
Ni tampoco dijo: “A n de perdonar totalmente tienes que volver a una relación tóxica,
o volver a circunstancias destructivas y de maltrato”. No obstante, a pesar de las
ofensas más terribles que nos puedan sobrevenir, solo podemos elevarnos por
encima de nuestro dolor al poner los pies en la senda de la sanación real. Tal senda es
la senda del perdón que anduvo Jesús de Nazaret, quien nos invita a cada uno de
nosotros: “Ven, sígueme”13.

En dicha invitación a ser Su discípulo y tratar de hacer cual Él hizo, Jesús nos pide que
seamos instrumentos de Su gracia; que seamos “embajadores en nombre de Cristo”
en “el ministerio de la reconciliación”, como Pablo lo describió a los corintios14. El
Sanador de toda herida, Aquel que recti ca todo agravio, nos pide que trabajemos

https://www.lds.org/general-conference/2018/10/the-ministry-of-reconciliation?lang=spa 3/4
3/1/2019 El ministerio de la reconciliación - Por el élder Jeffrey R. Holland

con Él en la impresionante labor de paci car en un mundo que no hallará la paz de


ninguna otra forma.

Así que, como escribió Phillips Brooks: “Ustedes, que permiten que los desdichados
malentendidos continúen de año en año con la intención de aclararlos algún día;
ustedes, que mantienen vivas miserables disputas porque no terminan de decidir que
ahora es el momento de sacri car el orgullo y zanjarlas; ustedes, que pasan frente a
hombres por la calle hurañamente, sin hablarles, debido a algún ridículo rencor… ;
ustedes, que dejan… el corazón [de alguien] anhelando la palabra de encomio o
empatía que piensan decir… algún día, … vayan al instante y hagan aquello que quizás
jamás volverán a tener la oportunidad de hacer”15.

Mis queridos hermanos y hermanas, testi co que perdonar y abandonar las ofensas,
viejas o nuevas, es esencial para la grandeza de la expiación de Jesucristo. Testi co
que, en última instancia, tal sanación espiritual solo puede llegar de nuestro divino
Redentor, Aquel que se apresura a auxiliarnos con “sanidad” “en sus alas”16. Le
agradecemos a Él, y a nuestro Padre Celestial que lo envió, que la renovación y el
renacimiento, y un futuro libre de viejos pesares y de errores pasados, no solo sean
posibles, sino que ya se hayan pagado a un costo muy doloroso, simbolizado
mediante la sangre del Cordero que la derramó.

Con la autoridad apostólica que me ha otorgado el Salvador del mundo, testi co de la


tranquilidad que les brindará al alma la reconciliación con Dios y con los demás si
somos lo su cientemente mansos y valientes para procurarla. “Cesad de contender
unos con otros”, imploró el Señor17. Si conocen alguna vieja herida, cúrenla. Cuídense
el uno al otro con amor.

Mis queridos amigos, en el ministerio de la reconciliación que compartimos, pido a


todos nosotros que seamos paci cadores; que amemos la paz, que busquemos la
paz, que creemos paz, que atesoremos la paz. Hago tal ruego en el nombre del
Príncipe de paz, que conoce todo sobre ser “herido en casa de [Sus] amigos”18, pero
que incluso así halló la fuerza para perdonar y olvidar, y sanar; y ser feliz. Por ello
ruego, para ustedes y para mí, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

https://www.lds.org/general-conference/2018/10/the-ministry-of-reconciliation?lang=spa 4/4

También podría gustarte