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REPARTO
MARTÍN GUOLFE
SUS HIJOS:
FORTALEZA
LUCERO
LIBERTAD
AZUL
PRIMER CUADRO
AZUL: Mentirosa.
FORTALEZA: ¡Oigala, madre, qué lenguaje usa! (A Libertad) Deja de leer esos
novelones, te están exprimiendo la cabeza. Azul no es un castrado; esa es una
palabra muy fea que no sabes lo que significa. Y bastarda... bastarda es una
hija artificial, anticonceptiva. (Algo le pasa a la cámara y la arregla)
LIBERTAD: ¿A ti qué?
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AZUL: ¡Tres...!
LIBERTAD: (A Fortaleza) Ya, ya, hermanita. (La palmea) Nos vamos a portar
bien. Te vas a estar quieto Azulito (lo amenaza ferozmente con el puño) si no...
ELOISA: Creo que no saldré bien de todos modos. Me quisiera quitar esto.
ELOÍSA: ¡Libertad!
ELOÍSA: ¡No vayan a empezar! Azul, deja esos discos. No me gusta que
discutan. Suéltala.
LIBERTAD: Muy bien. Pero quiero que le preguntes por qué últimamente se
está portando tan rara. Dice que el cuarto de las dos es nada más suyo, y que
yo la molesto. No me deja voltear las hojas de mi libro, porque la desvelo.
ELOISA: Ha de ser muy tarde. Hay que poner la mesa para la cena.
Se escucha un avión.
AZUL: Es anaranjado.
LIBERTAD: (Su voz desde el patio) ¡Se lo dije, es color de sangre! ¡Mataron
veinte pavorreales para teñirla! ¡Quítame los zapatos Azul! Voy a bailar la
danza guerrera. ¡Achú-achú!
FORTALEZA: Además no creo que sea la primera vez que él se sale. No estoy
segura, pero no ha de ser la primera. Ya se lo puede usted decir a mi padre.
Porque…¿va a decírselo, verdad? (Las dos se miran, Eloísa agacha la cara.
Entonces Fortaleza le toma las manos con alegría) ¡Ya sabía que no! Y se lo
agradecemos mucho. (Pausa) En el fondo estamos contentas de que mi
hermano haya violado el reglamento.
En la sala.
FORTALEZA: ¡Lucero!
En la sala.
LIBERTAD: (Entra exaltada) ¡Mamá! ¡es una vecina! te quiere entregar algo.
Hablé con ella… (maravillada) ¡y la vi!
LIBERTAD: Lo que quiero decir es que esta señora me habló…¡hablé con ella!
Reacción general.
ELOÍSA: De lo que dije. (Se oprime las manos, se humedece los labios).
Faltaban tres días para que naciera Azul cuando Martín se despidió en la
puerta. Yo fui quien le abrió para salir… pero él dejó la llave en mis manos. La
olvidó. Me aferré a ella y me la guardé aquí, en la cintura. Durante media hora
la estuve apretando con las dos manos, como si fuera un dolor, caminé por el
patio – y me dolía- ¡claro que me dolía! Ustedes me veían pasear apretándome
el vientre… era aquí, en la cintura, donde yo apretaba. Martín regresó inquieto.
Colocó sus manos en mis hombros y me miró. Pobre Martín. No sé como pude
verlo sin echarme a llorar. Le devolví la llave en silencio y él no dijo nada. No
quiso comentar su olvido… Ese día hice torrejas.
FORTALEZA: Yo ya lo sé.
ELOÍSA: No, eso no. ¡Eso sí que no! Cierra la puerta, hijo. ¡Te estoy hablando,
Lucero! (El muchacho, tenso, mira por la ventana) Entonces iré yo.
ELOÍSA: A cambiarme. No la voy a recibir vestida así. Abre esa puerta Lucero.
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SRA. MAUD: Dije buenas tardes. ¿Puedo pasar? (Al no recibir respuesta,
pasa) Bonita música…muy vieja… (habla ahora sin mirar a los muchachos)
¡Conque aquí viven ustedes!
SRA. MAUD: Lo he visto algunas veces. Muy hosco él… quiero decir, parece
siempre muy hosco.
FORTALEZA: ¡Azul!
SRA. MAUD: Este… pues, ¿no lleva su nombre bordado en el cuello del
vestido?
LIBERTAD: ¡Caramba! ¡Qué ojos tiene! Vente conmigo Azul, a que te pongas
los zapatos.
SRA. MAUD: No es la casa que uno pudiera esperar, aunque tiene algo raro,
algo…
LUCERO: (Tras una pausa) Hizo mal con venir; ¿por qué entró?
SRA. MAUD: Aunque no te llames José, sino Lucero. (Sonriendo junto a él) Y
creo que me gusta más Lucero.
SRA. MAUD: De todos modos ya estoy aquí y eso a pesar de tus mentiras, de
que te llamabas José y de que tu padre cerraba la puerta con llave y de que no
me iban a dejar entrar. No me gustan las mentiras.
SRA. MAUD: (Sujetándolo del brazo) ¿Y con qué los pagaste? ¿Tenías dinero?
SRA. MAUD: Oyeme, muchacho, lo estoy haciendo por ti. Te voy a sacar de
esta casa horrible. Pobrecito…¡Cómo te habrá hecho sufrir ese hombre, ese
monstruo que encadena a tu madre bajo la lluvia…
SRA. MAUD: (Sin oírlo) ¡Mira que casa! ¡Qué adornos! (reniega con la cabeza)
SRA. MAUD: Quiero sacarte para que veas la vida… Eres todo un hombrecito,
¿eh? (apretando los dientes) ¡Tan chamaco!
Lucero la abraza.
SRA. MAUD: (Asintiendo) Ajá, pero óyeme: tienes que apoyarme en todo lo
que yo haga (Lucero afloja) no tengas miedo, prométemelo.
ELOÍSA: (En penumbra, a la Maud) Buenas tardes, señora (a Lucero) ¿por qué
no le han ofrecido asiento? (A la Maud) Estos niños…usted comprenderá. Voy
a encender la luz; la noche se nos ha echado encima (Eloísa enciende la luz
de la sala, sonríe levemente mientras observa a la Maud)
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ELOÍSA: (Sonriendo) Agua, por supuesto, a veces limonada. Pero como hoy es
el cumpleaños de mi hijo, mi esposo compró un par de botellas de vino. Voy a
darle una copa. (Va hacia la cómoda) Es un poco fuerte; pero una copa no se
sube a la cabeza.
ELOÍSA: (Se aproxima sonriendo, en una charolita trae la botella y una copa
vacía) ¿De veras, no?
En el cuarto de arriba:
En la sala:
ELOÍSA: Sí, se la presté a Azul para que jugara. Debe de haber otras por allí.
Fueron mis arras. (Notando el asombro de la señora Maud) parece descuido,
es cierto, pero…
SRA. MAUD: Hágame caso, Eloísa. ¿Por qué nunca salen? Ni siquiera los
domingos. Y sus hijos se pasan la vida encerrados, leyendo novelas de capa y
espada.
FORTALEZA: ¿Yo?
SRA. MAUD: Algo muy claro, Eloísa. Le vine a hacer un favor. Le vengo a
comunicar que ustedes no están solos y que haremos todo lo posible por
ayudarlos. El hombre responsable de esto…
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LUCERO: Señora…
SRA. MAUD: Ya sé que el señor Guolfe los mantiene encerrados con llave.
ELOÍSA: (A la Maud) Las cosas no son como cree. Usted misma ha visto que
las puertas de nuestra casa no están cerradas con llave y que si no salimos es
porque no nos da la gana. De todos modos le agradecemos su preocupación, y
la visita. Fortaleza, acompaña a la señora Magdalena.
Lo arrastra al patio.
LIBERTAD: (En voz baja) ¡Grita, grita fuerte para que te oiga!
LIBERTAD: (Sin hacer caso del llanto del niño) Grita más. La bruja Magdalena
se irá asustada. (Cambia el tono y se inclina al niño) ¿Por qué lloras?
En la sala:
En la sala:
SRA. MAUD: (Volviéndose) Hasta luego, Eloísa. (Su voz es de amenaza) Creo
que nos volveremos a ver pronto.
Al unísono:
Lucero abraza a Eloísa. Fortaleza relee el telegrama. Azul entra del patio
y corre junto a Libertad.
LUCERO: (Entrega otra vez la cajita al niño) Es tuya, Azul. A cada quien le traje
algo. Este libro verde es para ti Fortaleza, me dijeron que era de aventuras en
la selva.
ELOÍSA: No somos ricos. Tu papa trabaja muy duro para que no nos falte
nada. En fin... no debiste hacerlo hijo. (A sus hijas) Señoritas, hay que poner
los platos para la cena. Martín legará de un momento a otro. Vamos, vamos.
ELOÍSA: ¡Martín!
En la sala:
LUCERO: (En la misma actitud, con rencor, mirando hacia la recámara) Él sabe
que salí; por eso me pegó.
FORTALEZA: ¿Qué es lo que vamos a entender? ¿Qué cada día nos pegue
más fuerte?
ELOÍSA: ¡Libertad!
ELOÍSA: Nada nos ha faltado. Nos ha amado siempre, y a ustedes, sus hijos,
por encima de todo. Es por ustedes que hace todo esto, para evitarles el
contacto con un mundo duro y cruel.
FORTALEZA: No ha de ser tan feo un mundo donde él entra y sale todos los
días.
FORTALEZA: ¿Lo mejor para nosotros fue obligarla a parir aquí, sin llamar a un
especialista en dietética… o cómo se llame? ¿Por qué no se ha revelado usted
nunca? Tanto lo ama.
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En la sala:
En la recámara:
GUOLFE: (Su voz un poco apagada) Creí que no me oías. (Con tono
vehemente) ¿De qué estaban hablando? Acércate. (Suavemente) Acércate…
Quiero oírte decir que estamos bien tú y yo… no puede pasar nada entre
nosotros, ¿verdad? digo, nada que no tuviera remedio.
GUOLFE: (Removido) ¿Y por qué no? ¿Qué se está creyendo? ¿Qué se están
creyendo todos ustedes? lo solapas, Eloísa. Lucero ha estado saliéndose y tú
no me lo decías. ¿Por qué? (Se pases como si no quisiera oír las respuestas
de Eloísa, tal vez por miedo a una verdad absoluta y aplastante) ¿De dónde si
no, aprendió esa canción estúpida?
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GUOLFE: Si... es posible... Claro, ¡eso es! (Se pega con ambos puños
en los muslos) ¡Cómo fui tan pendejo!
GUOLFE: Ah, sí, las malas palabras. Perdón. (pasándose una mano por la
frente) ¿Qué voy a decirle ahora al muchacho?
En la recámara:
GUOLFE: (Preocupado) ¿Y dejar pasar las cosas? No, no quiero que me odie.
ELOÍSA: Vamos, señor Guolfe, hay varios modos de pedir una excusa sin
menoscabo de la autoridad.
En el jardín
En la recámara:
GUOLFE: Déjala, que hable. Me gusta que mis hijas se sientan libres. (Mira a
Eloísa como quien ha cometido un error) Si es el lenguaje de esa muchacha lo
que te molesta, hablaré con ella. La encerraré en su cuarto.
ELOÍSA: Encerrarla…¿más?
GUOLFE: Son mis hijos…míos, y mis únicos motivos. Estamos aquí para
defenderlos. No podemos echarlos al mundo así como así. Todavía no están
listos. No quiero que los muerdan…como a mí. Estoy lleno de cicatrices Eloísa,
tu lo sabes. He recibido golpes mucho más crueles que el de Lucero; El mundo
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En la sala:
En la recámara:
Eloisa y Martín se separan, ella se pone de pie.
ELOÍSA: Arréglate esa corbata. Vamos al comedor. Dame tu brazo, eso es, pon
la cabeza en alto y entremos a la sala.
GUOLFE: ¿Te pegué muy fuerte? a ver… (Lucero le muestra la huella del
látigo, Guolfe le pone una mano en el hombro) No me vayas a guardar rencor.
GUOLFE: (En tono ligero) Acérquense hijos. No habrán olvidado el día que es
hoy. (Muestra un reloj de bolsillo con leontina, se dirige a Lucero) Feliz
cumpleaños, hijo (Lucero toma el reloj con manifiesta frialdad) Era de tu abuelo.
¿Y no te alegras? ¡Es de oro m’hijo!
LUCERO: Si es usted Martín Guolfe, no le permito que baile con mi hija. Usted
es un pobre diablo.
GUOLFE: (a sus hijos) Su abuelo hubiera querido que Eloísa se casara con el
militar aquel que la plantó. ¡Já! La gané yo. Y dicen que se murió de pena.
Supongo que del berrinche. No porque me llevara a su hija. Lo mató el que yo
fuera pobre y ateo. (A Azul, variando el tono) Acércate. No tengas miedo de tu
viejo. (El niño corre hacia Lucero. Guolfe se resiente) Ya vendrás conmigo
cuando quieras que te cuente una historia.
Fortaleza obedece.
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Entra Eloísa.
GUOLFE: (A ella y mostrándole la caja) ¿Cómo vino esto a dar aquí? Ten
cuidado. No vayas a mentirme delante de tus hijos.
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GUOLFE: Pues maldita sea su madre. ¡Entrar aquí, a mi casa, una bruja de
esas! ¿Y cómo entró, Eloísa? ¿Cómo entró?
GUOLFE: Por eso corrió, ¿eh? (tomando la cadena) ¿dónde está? ¡llámalo!,
(corre hacia el patio y golpea el muro con la cadena)
GUOLFE: ¡No basta nada! ¿Qué se están creyendo? ¡Ni tú ni tus hijos se van
a reír de mí! Era preferible dejar entrar al demonio y no a esa mujer, ¡una
vecina! (calla un instante como acordándose) Ahora lo comprendo; debe de
haber estado observando, huroneando. (A Fortaleza) ¿Una tal Magdalena,
dices? ¡Cómo no estuve! ¡La hubiera sacado a patadas, vieja puta!
LUCERO: ¡Señor!
GUOLFE: No quiero otra cosa. (Está sentado al bode de la cama con la cabeza
gacha) Pero tengo la cabeza llena de malos presagios. Nunca un ave de mal
agüero entro a una casa sin que algo grave pasara después. Magdalena
Valencia.. ¿Qué dijo? ¿Qué hizo? ¿Cómo se le ocurrió entrar? Debió tener
algún pretexto. ¿Es vendedora?
GUOLFE: Que se atreva. Tendrá que oírme. (Pausa, de pronto toma una de
las manos de su mujer) ¿Eres feliz, Eloísa?
GUOLFE: Pendejadas.
GUOLFE: Perdóname, pero es que te noto rara. Tal vez no me lo has dicho
todo, ¿hay algo más?
GUOLFE: (Explotando) ¿Cómo supo Pedro nuestra dirección? ¿Se la diste tú?
ELOISA: ¿Que importa? No somos criminales para tener que vivir ocultos.
GUOLFE: Si alguno de mis hijos... no, no serían capaces. (Iluminado por una
sospecha) Esa mujer, esa Magdalena… ¿Fue ella quien te trajo el telegrama,
no?
ELOÍSA: Lo rompí.
ELOISA: ¡Cállate!
GUOLFE: Claro que no, por siempre no. Ten paciencia. Estoy pensando una
solución; pero, por piedad, dame tiempo.
GUOLFE: ¿Qué tiene? Eres mi mujer, ¿no? Me gusta verte contenta. Es más,
te diré algo mejor: voy a dejar que Pedro venga.
GUOLFE: Si, tienes razón. Te digo, Eloísa, tus hijos son buenos, limpios.
FORTALEZA: Tómalo.
Eloisa llega a la sala, alertada por los gritos. Sus hijos no la ven,
abstraídos en la discusión, el único que la ve es Azul, que se queda petrificado.
AZUL: Mama...
OSCURO
SEGUNDO CUADRO
LIBERTAD: Tengo un arcón de plomo donde guardo joyas. Son rojas; pero
oscuras y brillan siniestramente como la sangre de los decapitados. Tengo
también un relicario con un corazón vivo, que gotea húmedo, y tiembla en la
oscuridad como un ratón sin padre.
En la recámara.
En el Patio:
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FORTALEZA: (mirando por una rendija) ¿Cuál de todas esas personas será el
tío Pedro?
En la recámara:
ELOISA: No. (Se adelanta y descorre la cortina de la ventana. La luz del día
inunda la habitación) Estoy esperando
GUOLFE: (En lo suyo) Mmm… Tengo mal sabor de boca. (Sirviéndose un vaso
de agua) Me duelen los músculos. Será el hígado. (A Eloísa con tono
indiferente) ¿Esperando…? ¿A quién?
En el patio:
En la recámara:
FORTALEZA: (Del reloj) Es natural. Era del abuelo y debe estar detenido hace
mucho. Quizá tiene el mecanismo roto.
En la recámara:
En el patio:
En la recámara:
En el patio:
En la recámara:
En el patio:
En la recámara:
En el patio:
En la recámara:
En el patio:
En la recàmara:
En el patio:
En la recámara:
GUOLFE: ¿Les pasa algo? (exagerando) ¡Seguro quieren ver la calle! Pues
que se trepen a la barda y desde allí la vean: ¡de lejos!
En la recámara:
ELOISA: Dame la llave. No quiero que Pedro encuentre cerradas las puertas
de mi casa.
GUOLFE: (Con dolor y con ira) ¡No, quieres envenenarme! Estoy seguro de
que fuiste tú la que enveneno a mis hijos en mi contra.
ELOISA: Ten cuidado, Guolfe. Empiezo a gruñirte como una perrra que
desconoce al amo.
En la recámara:
En el patio:
LIBERTAD: (Con rudeza a quien está atrás del portón) No te queremos aquí.
Vete. ¿Me oyes?
ELOISA: (Yendo hacia Lucero) Toma esta llave, hijo, y abre la puerta.
En la recámara:
GUOLFE: ¡Lo sabía, lo presentí entonces! Cuando nació Azul y dejé la puerta
abierta, saliste tú a la calle para hacerte una llave. ¡Trece años, Eloísa! ¡Desde
hace trece años me traicionas!
En el patio:
En la recamara:
LIBERTAD: Te voy a contar un cuento: Este era un rey que tenía una hija
ramera... Y la ramera tenía un hermano que se llamaba Pedro...
FORTALEZA: Estás loco. Claro que hay. (Elevando la voz) ¡Madre, mi tío ha
llegado!
ELOISA: No se trata de fugarnos. Primero hay que vencer al lobo, para salvar a
tu padre.
En la recámara.
LIBERTAD: (Reaccionando a la pedrada, sin saber que pasa) ¡Vete tío, aquí
nadie te quiere!
En la sala:
En el cuarto de arriba:
En el cuarto de arriba.
SRA. MAUD: Lo hago por usted y sus hijos; por Lucero. Dentro de un
momento, vendrá la policía.
ELOISA: (Apartando violentamente a la Sra Maud) Fue usted quien movió todo
esto: la prensa... la gente... la policía... ¿Por qué? ¿Qué le importa lo que
hagamos en nuestra casa?
ELOISA: ¿Cuál derecho? Esta no es la vía pública, ¡es nuestra casa! ¡nuestra
vida privada!
ELOISA: ¡Lárguese!
ELOISA: ¡Sí, hija, este es el mundo! Hay que conocerlo para defendernos de
él. (Recoge el látigo del suelo) No tengas miedo. ¡Si te atacan, mata!
OSCURO.