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LOS MOTIVOS DEL LOBO

Original de Sergio Magaña

REPARTO

MARTÍN GUOLFE

ELOÍSA DONOJU, SU ESPOSA

SUS HIJOS:

FORTALEZA
LUCERO
LIBERTAD
AZUL

MAGDALENA VALENCIANA, LA VECINA


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PRIMER CUADRO

Ciudad de México, finales de los 60´s. Por los camellones de la gran


avenida caminan algunos muchachos de tipo común, dándose empujones,
riendo, etc. El grupo pasa enfrente de la casa del señor Guolfe, y se aleja.

Dentro de la casa están la madre y tres de sus cuatro hijos. Música


pasada de moda suena en el tocadiscos.

En la sala: Eloísa de pie, vestida de novia a la usanza de los cuarentas,


Fortaleza le aplica colorete en las mejillas, retirándose a veces para juzgar el
efecto; Azul observa a las dos con curiosidad, junto a la ventana que da al
patio. Libertad juega con un frasco con insectos.
En un sitio determinado hay una cámara fotográfica antigua, preparada,
atornillada en un tripié, lista para usarse.

Alguien está llamando al portón de la calle, dos toquidos fuertes,


ninguno de la sala se inmuta, Fortaleza ordena los pliegues del velo de su
madre.

LIBERTAD: (Desde la ventana) Aprovecha el sol, Fortaleza. Estoy viendo


novecientas sesenta y ocho nubes montadas en los caballos del aire. Dentro de
un rato empezarán a ventosearse y a echar agua.

Azul corre junto a Libertad a comprobarlo. Fortaleza prepara la bomba


de magnesio.

FORTALEZA: No oprimas tanto las flores, madre.

LIBERTAD: (Al niño) Con esta luz, te ves amarillo.

AZUL: Mentirosa.

LIBERTAD: (Irónica) La señorita de Lavalliere... (reacciona con júbilo al mirar a


su madre) ¡Ay, qué bonita te ves Eloísa!

FORTALEZA: ¡No la descompongas! Además no le digas Eloísa: es nuestra


madre.

LIBERTAD: ¿Y qué tiene? Yo soy la hija bastarda.

FORTALEZA: ¡Oigala, madre, qué lenguaje usa! (A Libertad) Deja de leer esos
novelones, te están exprimiendo la cabeza. Azul no es un castrado; esa es una
palabra muy fea que no sabes lo que significa. Y bastarda... bastarda es una
hija artificial, anticonceptiva. (Algo le pasa a la cámara y la arregla)

LIBERTAD: ¿A ti qué?
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FORTALEZA: (Fastidiada) ¡Oh!

LIBERTAD: (Le golpea el trasero) ¡Arre, griseta!

FORTALEZA: ¡Ay! (Furiosa) ¡Qué modales tienes! No pareces una señorita,


pareces...

LIBERTAD: ¿Una puta?

ELOÍSA: ¡Niñas, niñas! (Pausa, se deja oír música)

FORTALEZA: (A Eloísa) Tú nunca le corriges nada. Y mi papá tampoco.

ELOÍSA: Siempre es lo mismo, todas las tardes,

FORTALEZA: No se siente usted, madre, se va a ir el sol.

LIBERTAD: ¿Y por qué le hablas de “usted”, y por qué le dices “madre”?

FORTALEZA: A las madres se les debe hablar de “usted”.

LIBERTAD: Mentiras. ¿Verdad que no Eloísa? Tú también hablas como las


novelas que lees.

FORTALEZA: Al menos tienen sentimiento.

LIBERTAD: Pura lágrima y moco. ¿Cuáles te gustan más, Azul?

AZUL: Las tuyas.

FORTALEZA: (afanada con el velo) Pobre.

LIBERTAD: Pobre de ti...

Tocan de nuevo al portón.

AZUL: En la mañana también tocaron.

ELOÍSA: ¡Cállense ya todos! Acaba con esto Fortaleza.

Fortaleza va hacia la cámara con el magnesio preparado. Libertad se sienta a


los pies de Eloísa para salir en la fotografía. Azul se acomoda junto a
Fortaleza.

FORTALEZA: (Afocando) Sonría un poco madre. (A Libertad) Tú te quitas.

LIBERTAD: (Levantándose) Bueno, qué música tan triste.

FORTALEZA: (Con la cabeza dentro del trapo negro). ¿Listo? uno...dos...


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AZUL: ¡Tres...!

FORTALEZA: (Desesperada) ¡No, así no se puede! (A punto de llorar) ¡Cómo


son, qué conducta tienen!

ELOÍSA: Hay que tener paciencia, hija. La paciencia es una virtud.

LIBERTAD: (A Fortaleza) Ya, ya, hermanita. (La palmea) Nos vamos a portar
bien. Te vas a estar quieto Azulito (lo amenaza ferozmente con el puño) si no...

Eloísa abandona las flores en la silla.

FORTALEZA: ¿Qué sucede ahora, madre?

ELOISA: Creo que no saldré bien de todos modos. Me quisiera quitar esto.

FORTALEZA: No te quites nada. No tenemos ningún retrato de sus bodas. Un


día se muere usted... ¿Y qué hacemos?

Eloísa se resigna y toma de nuevo el ramo.

LIBERTAD: (Manejando la música) Me gustaría tener otros discos. (Deja


sonando uno y se va a la ventana) Afuera debe de haber canciones diferentes.

FORTALEZA: Ahora voy. No se mueva nadie.

Fortaleza afoca, Eloísa posa. Todos quedan inmóviles esperando el


fogonazo. En el jardín aparece Lucero llevando unos paquetes. Mira en torno,
como temiendo ser visto; se mete tras el respaldo y, pasando por una
horadación del muro -disimulada con paja- entra a la casa, se dirige hacia el
fondo.
En la sala. Fogonazo de magnesio. Eloísa tose. Azul aplaude. Libertad,
agarra la cámara y la besa, sigue jugando.

LIBERTAD: (Aspirando con placer) ¡Ah!

ELOÍSA: ¿Me puedo mover ya?

FORTALEZA: No. Voy a sacar otra placa.

Azul sigue aplaudiendo, Libertad le da un puntapié.

LIBERTAD: Que te calles niño.

Azul corre hacia su madre, amparándose en sus faldas.

LIBERTAD: (Siguiéndolo) Te voy a llevar al cuarto de los tormentos.

ELOÍSA: ¿Por qué lo asustas?


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LIBERTAD: No lo asusto. Un poco de “tormento” no le va a hacer daño, me


será fácil sacarle a mi papá un decreto y meter allí a este truhán. (Se inclina al
niño con risa de maldita) ¿Te acuerdas del duque de Borgoña? Pues te dejaré
allí hasta que la luna te muerda.

AZUL: La luna no muerde, no tiene dientes.

LIBERTAD: (Irguiéndose) ¿Tú que sabes, lombriciento?.

ELOÍSA: Claro que no muerde, hijo.

LIBERTAD: ¿No? Que se lo pregunten a la señorita Montpensier. (A Fortaleza)


Díselos... (A Eloísa) ¿Quieres que te enseñe los calzones de ella?

FORTALEZA: ¡Óigala, madre!

ELOÍSA: ¡Libertad!

LIBERTAD: Es verdad. Lo leí en su diario.

ELOÍSA: De aquí en adelante vas a tener cuidado de cómo hablas. Se lo diré a


tu padre.

LIBERTAD: (Desconcertada) ¿También tú me criticas, mamá? Pues... ¿cómo


quieren que hable?

AZUL: Mejor no hables.

Eloísa se ha acercado a Fortaleza.

ELOÍSA: No te preocupas hija, es natural que...

FORTALEZA: (Le vuelve la espalda, abochornada) ¡Ay, mamá!

ELOÍSA: Pero tienes que ser más discreta.

FORTALEZA: (Explotando) Nadie puede ser discreta en esta casa... ¡metidos


aquí día y noche!

ELOÍSA: Ya está bien, hija.

FORTALEZA: ¡Qué va a estar bien! ¿Cómo va a estar bien, cuando una no


puede tener ninguna intimidad? Y luego estos, que se meten en lo que no les
importa. Dese usted cuenta de que aquí no se pueden ocultar las cosas. No
puede haber secretos.

LIBERTAD: (A Azul) Te estás ventoseando niño (se tapa la nariz).

FORTALEZA: (Llorando) ¿Lo oyes, lo ves? (Rechazando a Libertad) ¡Quítate!


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LIBERTAD: (Sujetándola) ¿Qué demonios te pasa? ¡Yo no hice nada!

ELOÍSA: ¡No vayan a empezar! Azul, deja esos discos. No me gusta que
discutan. Suéltala.

LIBERTAD: Muy bien. Pero quiero que le preguntes por qué últimamente se
está portando tan rara. Dice que el cuarto de las dos es nada más suyo, y que
yo la molesto. No me deja voltear las hojas de mi libro, porque la desvelo.

FORTALEZA: ¡Eran las dos de la mañana!

LIBERTAD: Aunque fuera temprano. No quieres que yo hable, no quieres que


me eche pedos ni me dejas encender la luz para matar las pulgas. ¡No quiere
que me rasque! Ayer escondió la bacinica y me obligó a salir al baño en puros
cueros. ¡Qué se está creyendo!

FORTALEZA: De todos modos ya te fuiste del cuarto, ¿no?

ELOISA: (Quitándose el velo) ¿Cómo es eso, Libertad?

LIBERTAD: Me cambié de cuarto. Sí, puse mi cama en el cuarto de los


tormentos. Mi papá ya lo sabe, yo se lo dije. Pobre Martín, dice que va a
comprarme una buena cobija porque allí hace frío.

ELOISA: Ha de ser muy tarde. Hay que poner la mesa para la cena.

LIBERTAD: Vivir aparte es lo que yo quiero. Poder hablar, gritar, rascarse y


rechinar los dientes cuando me de la gana (de la música) eso sí es bonito.

Libertad da unos pasos al compás de la música.

LIBERTAD: (Cantando) Fausta es una desgraciada; pero es bonita... El


caballero de Pardaillan está enamorado de ella. Toda la noche se acostaron
juntos porque se estaba quemando el castillo del Santo Ángel.

ELOÍSA: (Contemplando el cuadro) Dios mío…¡Cómo están creciendo hijos!


Ven acá Azul… Ven, te hablo… Déjame verte. (Lo besa)

Se escucha un avión.

FORTALEZA: (Se interpone al pasar por la ventana)¡Ay, un cometa!

Todos corren a la ventana a mirar el cielo.

AZUL: Es anaranjado.

LIBERTAD: Mentiras. Es color sangre.

FORTALEZA: Es perfectamente lila.


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Se abre al fondo la puerta del pasillo que comunica al patio.


Entra Lucero con sus paquetes sin que ellas lo vean.

ELOISA: (Aún en la ventana) No es ni blanco ni rojo. (retirándose)Es muy


tarde, es lo que es. Acompáñame, Fortaleza, voy a quitarme el vestido.

Libertad y Azul corren hacia el patio.

ELOÍSA: ¿A dónde van?

LIBERTAD: (Su voz desde el patio) ¡Se lo dije, es color de sangre! ¡Mataron
veinte pavorreales para teñirla! ¡Quítame los zapatos Azul! Voy a bailar la
danza guerrera. ¡Achú-achú!

ELOÍSA: No se quiten los zapatos. Les hará daño a la garganta.

Eloísa cierra la ventana, se hace el silencio. Toma su velo de novia y lo


contempla.

FORTALEZA: (Que ha empacado la cámara) ¿Qué le pasa, madre?

ELOÍSA: (Estremeciéndose) ¿Cómo? ¡Ah, sí…! Estaba pensando... nada, hija


¿Y tu hermano?

Fortaleza se encoge de hombros.

ELOÍSA: (Apuradamente) ¿Por qué no ha regresado? Debería estar aquí.


¿Cómo es que puede salirse, por dónde?

Fortaleza sonríe como buscando complicidad.

ELOÍSA: No te hagas la tonta. ¿Qué va a pasar si tu padre llega y no lo


encuentra? Es la primera vez que sucede esto en diecisiete años.

FORTALEZA: Pues alguna vez tenía que suceder.

ELOÍSA: Mejor te callas, Fortaleza.

FORTALEZA: ¿Por qué? Yo quería que pasara. Y usted también.

ELOÍSA: Tú no quieres a tu padre.

FORTALEZA: Sí, lo quiero, pero mi hermano Lucero está cumpliendo años,


diecisiete años de estar encerrados aquí, sin comunicarnos con nadie…(Se
termina el disco y lo vuelve a poner. Fortaleza abre la ventana del patio. Se
oyen a lo lejos las risas y las voces de gente que pasa por la calle) El mundo
debe estar lleno de muchachos que hablan y juegan.

LIBERTAD: (Su voz) ¡No te orines allí, Azul!


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FORTALEZA: (Cerrando la ventana) Me choca Libertad. Siempre está contenta,


gritando, y no me deja oír nada. También me chocan los días. ¿Sabes una
cosa, madre? Me gustan las noches, el silencio. La casa se llena de ruidos
exteriores. Oigo los pasos de la gente, las voces, ¡hasta platican! Figúrese que
me gusta oír los automóviles y me sé de memoria la hora exacta en que pasan
los aeroplanos.

Eloísa la abraza con ternura.

FORTALEZA: Si mi hermano no lo hace, lo hubiera hecho yo.

ELOÍSA: ¿Estás loca?

FORTALEZA: Además no creo que sea la primera vez que él se sale. No estoy
segura, pero no ha de ser la primera. Ya se lo puede usted decir a mi padre.
Porque…¿va a decírselo, verdad? (Las dos se miran, Eloísa agacha la cara.
Entonces Fortaleza le toma las manos con alegría) ¡Ya sabía que no! Y se lo
agradecemos mucho. (Pausa) En el fondo estamos contentas de que mi
hermano haya violado el reglamento.

Tocan otra vez en el portón del patio. Libertad y Azul, descalzos, se


acercan al portón y atisban por una rendija.

En la sala.

ELOÍSA: (Sobresaltada)¿Es él? ¿Lucero, será él?

FORTALEZA: No tenía porqué tocar. No se sale por la puerta.

ELOÍSA: (Agitándose) ¿Será entonces tu padre? ¿Habrá olvidado la llave?

Lucero entra del comedor con algunos de los paquetes.

LUCERO: ¿Olvidarla? Mi papá no es capaz de eso.

FORTALEZA: ¡Lucero!

ELOÍSA: Me tenías preocupada. Vas a darme razones de por qué te saliste.

LUCERO: (Sonriente) Mamá, tengo diecisiete razones. También regalos para


todos. Salí a comprarlos… ¿Y ese vestido blanco? ¿Es de novia?

ELOÍSA: ¿Eres tú el que tocaba la puerta?

LUCERO: (Negando y señalando al mismo tiempo) La están tocando.

FORTALEZA: En la mañana también. Es raro.

ELOÍSA: Deja esos paquetes, Fortaleza. (Vuelve a oírse el toquido)


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En el Patio. Libertad y Azul junto al portón.

LIBERTAD: ¿Quién es? (Oyendo con la oreja pegada al madero) No sé,


señora. Está cerrado, mire… (Acciona el picaporte, la puerta cede. Libertad se
espanta y cierra violentamente) Espérese aquí señora. (Regresa a la sala)

En la sala.

LIBERTAD: (Entra exaltada) ¡Mamá! ¡es una vecina! te quiere entregar algo.
Hablé con ella… (maravillada) ¡y la vi!

FORTALEZA: (También nerviosa) ¿Por qué no ibas a verla? No es un


fantasma.

LIBERTAD: Ya lo sé; no me creas tan tonta. Azul y yo también conocemos a la


gente.

AZUL: Por las rendijas de la puerta hemos visto muchas personas.

LIBERTAD: Lo que quiero decir es que esta señora me habló…¡hablé con ella!

FORTALEZA: (Alegre) ¿Y qué te dijo?

ELOÍSA: Cállate, Fortaleza. (A Libertad) ¿Para qué le contestaste? Martín nos


ha dicho que si alguien toca, no respondamos. Ve por tu hermano y métanse.

LIBERTAD: (Suplicante) ¡Ay, mamá!

ELOÍSA: Nunca lo habías hecho, ¿por qué contestaste?

LIBERTAD: Es que… la puerta estaba abierta.

Reacción general.

LUCERO: ¿Qué cosa?

LIBERTAD: Está abierta. Jalé el picaporte y se abrió.

ELOÍSA: (Mirando a su hijo Lucero)

LUCERO: No mamá, yo no la abrí. Sé por donde me salgo. No tengo llaves.

ELOÍSA: (Aflojándose) ¡Fue él entonces! Será la segunda vez en diecisiete


años que Martín olvida echar llave… (se mira a sí misma, sonríe) Y no estoy
embarazada.

FORTALEZA: ¡¿De qué se ríe, madre?


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ELOÍSA: De lo que dije. (Se oprime las manos, se humedece los labios).
Faltaban tres días para que naciera Azul cuando Martín se despidió en la
puerta. Yo fui quien le abrió para salir… pero él dejó la llave en mis manos. La
olvidó. Me aferré a ella y me la guardé aquí, en la cintura. Durante media hora
la estuve apretando con las dos manos, como si fuera un dolor, caminé por el
patio – y me dolía- ¡claro que me dolía! Ustedes me veían pasear apretándome
el vientre… era aquí, en la cintura, donde yo apretaba. Martín regresó inquieto.
Colocó sus manos en mis hombros y me miró. Pobre Martín. No sé como pude
verlo sin echarme a llorar. Le devolví la llave en silencio y él no dijo nada. No
quiso comentar su olvido… Ese día hice torrejas.

FORTALEZA: (Después de una pausa) ¿Pues yo, en vez de las torrejas, me


hubiera mandado a hacer una copia de la llave!

ELOÍSA: Bueno hija, yo sólo hice torrejas.

LUCERO: (rompiendo el tono) ¿Quieren ver su regalo? (Sus hermanas lo


siguen hasta la mesita)

Azul ha vuelto al portón y jala el picaporte. La señora Maud se asoma.


Azul corre despavorido a la sala.

Al mismo tiempo, en la sala.

LIBERTAD: (a Lucero) ¿Qué me compraste?

FORTALEZA: Yo ya lo sé.

LUCERO: No saben nada. Ya lo verán. (Azul entra precipitadamente, asustado)

ELOÍSA: (Al niño) ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?

AZUL: La vecina viene para acá, madre.

ELOÍSA: No, eso no. ¡Eso sí que no! Cierra la puerta, hijo. ¡Te estoy hablando,
Lucero! (El muchacho, tenso, mira por la ventana) Entonces iré yo.

FORTALEZA: (Atajándola) No, madre. Déjela que entre.

Tocan la puerta de la sala.

LUCERO: (Angustiado) No la dejen entrar.

FORTALEZA: ¿Por qué no?

LIBERTAD: Déjala entrar mamacita, no le tenemos miedo. Azul y yo la vimos


por la rendija. ¿A dónde vas?

ELOÍSA: A cambiarme. No la voy a recibir vestida así. Abre esa puerta Lucero.
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LUCERO: Pero, mamá…

ELOÍSA: Abre, te digo. Voy a cambiarme.

Sale Eloísa hacia el cuarto vestidor. Libertad hace sonar un


disco. Azul junto a ella. Lucero trata de irse.

FORTALEZA: (Lo detiene) Dijo que tú abrieras.

LIBERTAD: ¿Qué sucede? ¿No van a abrir?

SRA. MAUD: (Empujando la puerta) Buenas tardes.

Al entrar la sra. Maud, Lucero se vuelve de espaldas como quien evita


una visión. Azul se esconde tras Fortaleza y Libertad camina hacia atrás
buscando el apoyo de sus hermanos.

SRA. MAUD: Dije buenas tardes. ¿Puedo pasar? (Al no recibir respuesta,
pasa) Bonita música…muy vieja… (habla ahora sin mirar a los muchachos)
¡Conque aquí viven ustedes!

Lucero sigue de espaldas, Fortaleza, Libertad y Azul observan con


intensa curiosidad los movimientos de la sra. Maud.

SRA. MAUD: (Volviéndose) ¿Qué les pasa? (Ellas se estremecen) Me miran


con unos ojos…bueno, es natural.

LIBERTAD: (Buscando romper el silencio) Este… hoy es el cumpleaños de mi


hermano Lucero. Este es mi hermano Lucero, el que está de espaldas.

SRA. MAUD: (Asombrada) ¿Lucero? (Mirándo la espalda del muchacho)


Mucho gusto.

LIBERTAD: Y este, se llama Azul.

SRA. MAUD: ¡Azul! Es bonito.

FORTALEZA: (Moviendose hacia la sra. Maud) ¿Conoce usted a mi padre?

SRA. MAUD: Lo he visto algunas veces. Muy hosco él… quiero decir, parece
siempre muy hosco.

LUCERO: (Dandose vuelta) Mi padre es un buen hombre, señora…señora.

SRA. MAUD: Señora Maud, Magdalena Valencia, quiero decir.

LIBERTAD: ¿Ha vivido en París?

SRA. MAUD: (Desconcertada) ¿Qué?


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LIBERTAD: Yo nací en Flandes.

Azul le toca la ropa a la señora.

SRA. MAUD: ¿Qué tientas, criatura?

AZUL: ¿También tú orinas?

FORTALEZA: ¡Azul!

SRA. MAUD: Déjalo. Yo lo entiendo. (Mirando fijamente a Lucero) No sabes


hasta que punto comprendo. (Buscando a alguien más) ¿Están solos? (Con
suspicacia) ¡No estará enferma la señora Guolfe!

LIBERTAD: (Agresiva) Mi mamá nunca ha estado enferma. Al contrario, es muy


fuerte. Una vez la encadenamos todo un día bajo la lluvia. Y se puso muy
contenta.

FORTALEZA: No le crea nada. Es una fantasiosa.

SRA. MAUD: ¿Ah, sí? ¡Pero déjala ! Tú debes ser Fortaleza.

LIBERTAD: ¿Cómo demonios lo sabe?

La sra. Maud, entrampada mira a Lucero.

SRA. MAUD: Este… pues, ¿no lleva su nombre bordado en el cuello del
vestido?

LIBERTAD: ¡Caramba! ¡Qué ojos tiene! Vente conmigo Azul, a que te pongas
los zapatos.

Libertad y Azul van hacia el pasillo. Fortaleza se acerca a la sra. Maud,


esta se adelanta a observar la casa. En el pasillo, ante la puerta que da a la
escalera, Azul se resiste.

LIBERTAD: No seas terco, niño. Ya la viste suficiente. No es más que una


señora. (Los dos desaparecen por la escalera)

SRA. MAUD: No es la casa que uno pudiera esperar, aunque tiene algo raro,
algo…

LIBERTAD: (Su voz) ¡Te voy a romper los dientes y el hocico!

FORTALEZA: (A la Maud) La arreglamos entre mis padres, mi hermano Lucero


y yo. Poco a poco. ¿Le gusta?

SRA. MAUD: Tanto como gustarme.

FORTALEZA: ¿Qué era lo que venía a entregarnos?


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SRA. MAUD: Espérense, déjenme curiosear. En el vecindario se dicen tantas


cosas acerca de ustedes, de esta casa, del señor Guolfe…y algo sabemos, no
creas, a pesar de la barda esa del patio, tan alta, oímos a veces los gritos de
ustedes, pobrecitos,

Lucero le da un ligero empujón a Fortaleza, y esta sale a su habitación

SRA. MAUD: ¿Te vas, nenita?

FORTALEZA: Permiso, señora.

Quedan solos Lucero y la Maud.

SRA. MAUD: (Por decir algo) Se está haciendo noche, ¿verdad?

LUCERO: (Tras una pausa) Hizo mal con venir; ¿por qué entró?

SRA. MAUD: Bueno, quedamos en que lo haría, José.

LUCERO: Pero no ahora.

SRA. MAUD: Aunque no te llames José, sino Lucero. (Sonriendo junto a él) Y
creo que me gusta más Lucero.

LUCERO: (Alejándose unos pasos) Aquí no, señora.

SRA. MAUD: De todos modos ya estoy aquí y eso a pesar de tus mentiras, de
que te llamabas José y de que tu padre cerraba la puerta con llave y de que no
me iban a dejar entrar. No me gustan las mentiras.

LUCERO: ¡Señora, por favor, la pueden oír!

SRA. MAUD: Está bien. (Cambiando el tono y acercándosele) ¿Por qué no me


esperaste? Cuando salí de bañarme te habías ido. ¡Qué caprichoso! Yo quería
acompañarte a comprar los regalos (Lucero asiente) Te los habrán dado más
caros y feos.

LUCERO: (Sonriendo a medias) Quería escogerlos yo.

SRA. MAUD: Y los compraste en la tienda de la esquina, donde todo es malo.


¿Por qué lo hiciste?

LUCERO: Quería comprarlos yo.

SRA. MAUD: (Sujetándolo del brazo) ¿Y con qué los pagaste? ¿Tenías dinero?

LUCERO: (Apocadamente) Mejor váyase…


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SRA. MAUD: Oyeme, muchacho, lo estoy haciendo por ti. Te voy a sacar de
esta casa horrible. Pobrecito…¡Cómo te habrá hecho sufrir ese hombre, ese
monstruo que encadena a tu madre bajo la lluvia…

LUCERO: (Separándose) Eso no es cierto, señora; tampoco mi papá es un


monstruo. Nos quiere.

SRA. MAUD: (Sin oírlo) ¡Mira que casa! ¡Qué adornos! (reniega con la cabeza)

LUCERO: (Alarmado) ¡Señora! No hable tan alto.

SRA. MAUD: Quiero sacarte para que veas la vida… Eres todo un hombrecito,
¿eh? (apretando los dientes) ¡Tan chamaco!

LUCERO: (En gran apuro) Me va a comprometer, señora.

SRA. MAUD: No me digas señora. Dime Maud.

LUCERO: (Resistiendo aún) Es de respeto.

SRA. MAUD: Tonto... Abrázame.

Lucero la abraza.

SRA. MAUD: Eso es.

LUCERO: (Exaltado, con voz ahogada) ¿Puedo verla esta noche?

SRA. MAUD: (Asintiendo) Ajá, pero óyeme: tienes que apoyarme en todo lo
que yo haga (Lucero afloja) no tengas miedo, prométemelo.

LUCERO: Bueno, ahora váyase…no me abrace más; se pueden dar cuenta.


Váyase, mi papá no debe encontrarla aquí...

Lucero la besa con avidéz, casi mordiéndola…desde un lugar del pasillo


los mira Fortaleza. La joven está de pie, iluminada por el último rayo de sol que
se cuela por la ventana del comedor, el resto de la casa, en sombra. Se oyen
los tacones de Eloísa que se acerca. Al oír las pisadas Lucero y la sra. Maud
se separan.

LUCERO: (A la Maud, en voz baja) Váyase…

Entra Eloísa, quien lleva un vestido de ceremonia en gris y plata. Se ve


más erguida. Trae puestas sus joyas de familia (aderezo de brillantes) y
zapatos de raso blanco. Sugiere una aparición radiante.

ELOÍSA: (En penumbra, a la Maud) Buenas tardes, señora (a Lucero) ¿por qué
no le han ofrecido asiento? (A la Maud) Estos niños…usted comprenderá. Voy
a encender la luz; la noche se nos ha echado encima (Eloísa enciende la luz
de la sala, sonríe levemente mientras observa a la Maud)
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ELOÍSA: (A la Maud) ¿Con que usted es vecina nuestra? (Le señala un


asiento) Tenga la bondad… ¿No quiere beber algo?

SRA. MAUD: (Se sienta) ¿Usted bebe?

ELOÍSA: (Sonriendo) Agua, por supuesto, a veces limonada. Pero como hoy es
el cumpleaños de mi hijo, mi esposo compró un par de botellas de vino. Voy a
darle una copa. (Va hacia la cómoda) Es un poco fuerte; pero una copa no se
sube a la cabeza.

SRA. MAUD: (Con buen humor) Entonces no me la dé.

ELOÍSA: (Se aproxima sonriendo, en una charolita trae la botella y una copa
vacía) ¿De veras, no?

SRA. MAUD: Estoy bromeando. (toma la copa)

ELOÍSA: (Sin entender la broma, sonrie políticamente) Sirve tú, Lucero.

Lucero sirve el vino mientras Fortaleza se acerca tímidamente al grupo.


Su vestido es diferente al que traía cuando llegó la sra. Maud.

SRA. MAUD: (A Eloísa, de Lucero) ¿Es su hijo mayor?

ELOÍSA: No, la mayor es Fortaleza, véala, ya es toda una mujer de dieciocho


años. Libertad tiene casi dieciséis y Azul trece.

SRA. MAUD: (Haciendo sus cálculos) Entonces Lucero…

ELOÍSA: ¡Oh, Lucero es un niño todavía! podría ser su hijo.

Fortaleza, ahoga una risa.

En el cuarto de arriba:

LIBERTAD: (A Azul) Esa señora Maud, es una ramera.

AZUL: ¿Qué es una ramera?

LIBERTAD: Una ladrona, una espía, una intrigante. (Descolgando un látigo y


una cadena de la pared) Ven, me vas a ayudar.

En la sala:

SRA. MAUD: (toma de su copa, al regresarla a la mesita descubre en el


suelo una moneda y se inclina a recogerla. La examina con asombro) ¡Es una
moneda de oro. (La entrega a Eloísa) ¿Es oro, verdad?
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ELOÍSA: Sí, se la presté a Azul para que jugara. Debe de haber otras por allí.
Fueron mis arras. (Notando el asombro de la señora Maud) parece descuido,
es cierto, pero…

SRA. MAUD: Naturalmente. El dinero para ustedes no debe tener ningún


significado. Afuera, en cambio, cuesta mucho ganarlo.

ELOÍSA: (En guardia) ¿Afuera?... ¿Afuera de dónde?

SRA. MAUD: En la vecindad se dicen cosas, Eloísa – déjeme llamarla Eloísa-,


algunas exageradas. Parece que ustedes no han salido nunca de esta casa…
o que no los dejan salir. El señor Guolfe entra y sale; hemos visto que descarga
mercancías, las mete y… cierra. No es que uno sea curioso, pero la verdad es
que hay cosas que intrigan.

ELOÍSA: (Volviéndose a Fortaleza) ¿Dónde está Libertad?

SRA. MAUD: Hágame caso, Eloísa. ¿Por qué nunca salen? Ni siquiera los
domingos. Y sus hijos se pasan la vida encerrados, leyendo novelas de capa y
espada.

ELOÍSA: ¿Cómo sabe que leen novelas de capa y espada?

LUCERO: (Interviene) Se lo ha dicho Fortaleza, mamá.

FORTALEZA: ¿Yo?

SRA. MAUD: Y aunque no me lo hubiera dicho. Hace un momento estuve


viendo esos libreros: Poesía de Rubén Darío… Novelones de Alejandro
Dumas; ¡Quevedo! Imagínese, a su edad… (Cambiando el tema) Bueno, me
llamo Magdalena Valencia; trabajo en el gobierno. Vivo en el multifamiliar de
enfrente y… ¡no sabe cómo le agradezco que me haya permitido entrar aquí!
No aguanto a los vecinos. Hay uno que se compró unos binoculares para saber
algo de ustedes, pero ¡esa barda del patio no deja! Y empiezan los chismes,
Eloísa. Se habla de esta casa misteriosa, de cuartos obscuros, de tormentos y
calabozos. Por las noches se han oído gritos y ruidos de cadenas. Si usted
quisiera explicarme.

ELOÍSA: (Levantándose) No tengo nada que explicarle, señora Magdalena.


Creo que cada quien vive en el mundo como mejor le place.

SRA. MAUD: ¿Hasta encadenada debajo de la lluvia?

ELOÍSA: (Maravillada) ¿Qué me está diciendo?

SRA. MAUD: Algo muy claro, Eloísa. Le vine a hacer un favor. Le vengo a
comunicar que ustedes no están solos y que haremos todo lo posible por
ayudarlos. El hombre responsable de esto…
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ELOÍSA: (Cortante) El hombre responsable de esta casa es mi esposo, señora,


y es el padre de mis hijos. Todos lo queremos y lo respetamos. Es el jefe de la
casa. No hay ningún otro misterio.

SRA. MAUD: (Levantándose) Eloísa. ¿Cómo es posible que el miedo la obligue


a olvidar que sus hijos están aquí, presos?

LUCERO: Señora…

SRA. MAUD: Ya sé que el señor Guolfe los mantiene encerrados con llave.

Lucero va a contestar, Eloísa lo ataja.

ELOÍSA: (A la Maud) Las cosas no son como cree. Usted misma ha visto que
las puertas de nuestra casa no están cerradas con llave y que si no salimos es
porque no nos da la gana. De todos modos le agradecemos su preocupación, y
la visita. Fortaleza, acompaña a la señora Magdalena.

Se oye un grito de Azul. Entra rodeado de cadenas. Enseguida Libertad,


fustigando el látigo.

AZUL: ¡La muerte, la muerte!

LIBERTAD: ¡Cállate! (Lo aferra de un brazo) Mi papá ordenó que te encerrara


en el calabozo con cadenas.

AZUL: (Fingiendo súplica) ¡Con cadenas, no! ¡En nombre de la humanidad!

LIBERTAD: Ven, te lo mando. Te pondré cadenas en las manos y en los pies


hasta que crezcas.

Lo arrastra al patio.

ELOÍSA: Están jugando, señora.

SRA. MAUD: (Suspicaz) Claro... juegos.

En el patio: Libertad pone la cadena en las muñecas del niño.

LIBERTAD: (En voz baja) ¡Grita, grita fuerte para que te oiga!

AZUL: (Gritando) ¡Ay, ay! (Bajando el tono a la sinceridad) ¡Me estás


lastimando, oye!

LIBERTAD: (Sin hacer caso del llanto del niño) Grita más. La bruja Magdalena
se irá asustada. (Cambia el tono y se inclina al niño) ¿Por qué lloras?

AZUL: (Resentido) Me lastimaste.

LIBERTAD: No es cierto, a ver.


18

AZUL: Sí, no me agarres. ¡Ay, me lastimaste…!

En la sala:

SRA. MAUD: (Tras escuchar los gritos de Azul) No puedo creerlo.

ELOÍSA: Le repito que son juegos. (Elevando su voz y hablando hacia la


puerta de la sala)¡Suelta a ese niño, Libertad!

En el patio: Al oír el mandato de Eloísa, Libertad y Azul desaparecen


corriendo hacia el fondo.

En la sala:

SRA. MAUD: (Hablando como para ella misma) Es horrible.

FORTALEZA: ¿Qué es lo que venía a entregarnos, señora Maud?

SRA. MAUD: (Reponiéndose) ¡Ah, sí!… (Abre su bolso con precipitación y


saca un sobre) Este telegrama. Vi al cartero llamar en la mañana y lo volví a
ver hace un momento golpeando la puerta. Me ofrecí a entregarlo (dándolo a
Eloísa) Ha de ser para usted: Eloísa Donojú.

ELOÍSA: (Tomando el sobre) Sí, es mi nombre de soltera.

FORTALEZA: (A Eloísa a media voz) ¡Abralo, madre!

SRA. MAUD: (Suspicaz a Eloísa) ¿No le emociona?

ELOÍSA: (Dominando el temblor de sus manos) ¿Y por qué había


de emocionarme?

SRA. MAUD: No es usual que reciban un telegrama.

FORTALEZA: (En cuchicheo apremiante) ¡Ábralo ya, madre!

ELOÍSA: (Mirando a la Maud y como invitándola a irse) Después. Es una falta


de educación abrir nuestra correspondencia enfrente de los extraños.

SRA. MAUD: (Con intensión) Ya me iba, Eloísa. Con permiso.

Entra Libertad con el látigo en la cintura.

LIBERTAD: (Señalando al patio) He puesto a ese escuincle donde debe ser.

FORTALEZA: ¡Ven, Libertad, hemos recibido un telegrama!

LIBERTAD: ¿Un qué…?


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FORTALEZA: Un telegrama. (Explicándole) Un pliego, una misiva.

LIBERTAD: (Alborozada) ¡Mentiras!

Libertad se acerca a Eloísa. Maud se acerca a Lucero. Dos grupos


simultáneamente.

FORTALEZA: ¿De dónde vendrá?

ELOÍSA: (Perpleja) No sé, no sé…

Maud se dirige a la salida. Libertad da unos pasos blandiendo el látigo

LIBERTAD: Que le vaya muy bien señora.

SRA. MAUD: (Volviéndose) Hasta luego, Eloísa. (Su voz es de amenaza) Creo
que nos volveremos a ver pronto.

Sale la sra. Maud. Fortaleza corre a la ventana que da al patio y la abre.

LIBERTAD: (En conjuro y chasqueando el látigo) ¡Solavaya! ¡Solavaya!

LUCERO: (Contra Libertad) ¡Suelta ese látigo!

FORTALEZA: (Desde la ventana) ¡Se ha ido la visita!

ELOÍSA: ¡Hijos! (Les muestra el telegrama) Mi hermano Pedro… ¡Viene!

Al unísono:

LIBERTAD: ¡Pedro Donojú!

FORTALEZA: ¡Tío Pedro!

LUCERO: ¡Mi tío!

Lucero abraza a Eloísa. Fortaleza relee el telegrama. Azul entra del patio
y corre junto a Libertad.

LIBERTAD: (Contentísima) ¡Quiero bailar contigo, Azul! Nos va a llegar un


nuevo monstruo. ¡Uno, dos y…

FORTALEZA: El tío Pedro debe ser muy guapo, ¿verdad?

LUCERO: ¿Qué tienes, mamá?

LIBERTAD: (Contentísima) ¡Quiero bailar contigo, Azul! Nos va a llegar un


nuevo monstruo. ¡Uno, dos y…

LIBERTAD Y AZUL: Ataraka, pakachú, katachí… ¡Katachí Mar!


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FORTALEZA: (Entrando al juego) ¡Kotachí Kor!

LIBERTAD: (Asintiendo) Proco, proco.

AZUL: Traca, taca.

LUCERO: (Entrando al juego) Camelor ton-yo-

LIBERTAD: ¡Abajú, abajú!

Libertad hace sonar un disco. Todos gritan y repiten las frases.

ELOÍSA: (Dominando los gritos) ¡Cállense ya, todos!

Eloísa apaga el tocadiscos, se hace el silencio.

FORTALEZA: (Extrañada) ¿Qué le pasa, madre?

LIBERTAD: (Explicando) Es el lenguaje de Mongolia, mamá, ¿estábamos


hablando del tío Pedro!

ELOÍSA: Dime Lucero: ¿Cómo supo Pedro nuestra dirección? ¿Tú le


escribiste?

LUCERO: No , y eso no cambia las cosas.

ELOÍSA: Pero las complica. ¿Qué va a decir tu padre cuando se entere?


¿Cómo voy a explicarle primero lo de la señora Magdalena…luego este
telegrama?

FORTALEZA: Pues no se lo diga.

ELOÍSA: Él tendrá que saberlo. Pedro llega mañana temprano.

LIBERTAD: Y si no se lo dicen ustedes, se lo digo yo. ¿Qué tiene de malo que


Marín lo sepa? ¿O tiene algo de malo?

Todos callan, pensándolo. Se oyen de los tintines de la caja de música


que Azul ha sacado de entre los paquetes.

LIBERTAD: (Arrebatando el juguete al niño) Presta acá… ¿Qué es?

LUCERO: (Entrega otra vez la cajita al niño) Es tuya, Azul. A cada quien le traje
algo. Este libro verde es para ti Fortaleza, me dijeron que era de aventuras en
la selva.

FORTALEZA: (Tomando el libro con emoción) ¿Cómo se llama?

LUCERO: Fausto. (dándole un regalo a Libertad) Este es para ti.


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Libertad rompe la envoltura de su regalo. Queda en extasis.

LIBERTAD: (Mostrando al mundo su obsequio) ¡Una caja de tornillos! ¡Ay,


Lucerito! ¡Mira mamá, qué cosa tan deslumbrante! ¡Y este, qué lindo!

LUCERO: (A Eloísa) Destapa el tuyo, mamá,

Eloísa desenvuelve su regalo.

LIBERTAD: (A Eloísa) ¿Qué te dio? (viendo el regalo) Un disco... pero ya tienes


muchos...

LUCERO: No de estos. (Lucero pone el disco)

Se escucha del tocadiscos Revolution de los Beatles. Eloisa escucha un


momento, malhumorada quita el disco.

ELOÍSA: ¿Con qué dinero compraste los regalos?

LUCERO: Pues… con unas monedas de oro de las tuyas.

ELOÍSA: ¡Mis arras!

LUCERO: Los de la tienda me miraron como si yo fuera Don Quijote. Después


se rieron.

ELOÍSA: No debiste haberlo hecho.

FORTALEZA: ¿Por qué no, madre?

ELOÍSA: Porque vamos a despertar la codicia de la gente. Pensarán que


somos ricos.

LUCERO: ¡Somos muy ricos!

ELOÍSA: No somos ricos. Tu papa trabaja muy duro para que no nos falte
nada. En fin... no debiste hacerlo hijo. (A sus hijas) Señoritas, hay que poner
los platos para la cena. Martín legará de un momento a otro. Vamos, vamos.

Lucero da un salto y se interpone entre ella y la entrada al comedor;


comienza a cantar la canción del disco que trajo. Fortaleza aplaude
entusiasmada. Libertad sigue el ritmo con su caja de tornillos. Azul hace sonar
su caja de música. Lucero baila con Eloisa que no puede reprimir una risita. Se
abre lentamente la puerta de la sala y entra el señor Guolfe. Todos se quedan
quietos. El señor Guolfe se detiene un momento a mirar el grupo de su familia.
Sin dejar de mirarla, se quita el sombrero; lo cuelga en un gancho.
Lucero le hace a su padre un saludo con la cabeza. Guolfe toma el
látigo de Libertad y se aproxima a Lucero. Eloísa tensa.
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LUCERO: (A Guolfe, sonriendo) ¿Cómo estuvo su día, padre?

GUOLFE: (secamente) Bien.

Con ademán rapidísimo Guolfe levanta el látigo contra Lucero y le cruza


la cara. Lucero queda inmovilizado por el estupor, fijos los ojos en los de su
padre. Los demás, mudos de asombro, no se han movido.
Guolfe levanta de nuevo el látigo, esta vez todos hacen un movimiento.

ELOÍSA: ¡Martín!

Guolfe mira el látigo; luego la mejilla de Lucero donde la sangre empieza


a escurrir. A Guolfe le están temblando los labios y una chispa feroz de
satisfacción, por un momento, le brilla en los ojos. De pronto se estremece
como dándose cuenta no de lo que hizo, sino de lo que siente. Arroja el látigo
al suelo y camina hacia su recámara. Los demás miran a Lucero en silencio.
Azul se escurre fuera de la sala, al cuarto de arriba.

En las recámara: Guolfe se sienta en el borde de la cama, la cabeza


hundida en el pecho, se yergue luego y con el dorso de la mano trata de
limpiarse el sudor de la frente, empieza a despojarse del saco, pero no llega a
quitárselo. Flojamente deja caer los brazos sobre las rodillas.

En la sala: Lucero está mirando fijamente en dirección a la recámara de


Guolfe.

En el jardín: Un grupo de mozalbetes se aproxima a la banca pegada a


la barda. Uno de ellos lleva una botella, beben en silencio, pasándose un
cigarrillo y mirando furtivamente a los lados. Durante toda la escena se
escuchará el barullo de los jóvenes, ríen, cantan y platican.

UNO: (Del cigarrillo) Este garrote tiene mucha munición.

OTRO: ¡Jijo! ¡Cómo Truena!

OTRO: Pásame la bacha.

OTRO: (Del comerciante) Desgraciado Chanís, y me cobró tres varos.

En la sala:

LUCERO: (En la misma actitud, con rencor, mirando hacia la recámara) Él sabe
que salí; por eso me pegó.

FORTALEZA: ¿Cómo va a saberlo?

ELOÍSA: (A Lucero) Vamos a que te limpie la cara.

LUCERO: (Rechazándola) Estoy sintiendo que lo odio.


23

ELOÍSA: (Tajante) Ten cuidado con lo que dices. Es tu padre. No le vas a


guardar rencor por un exceso. (A los demás) Tampoco ustedes. No es la
primera vez que Martín golpea a alguno de sus hijos, por supuesto: pero
siempre ha sido un buen hombre y nos ha querido a todos por igual. Hay que
entenderlo ahora.

FORTALEZA: ¿Qué es lo que vamos a entender? ¿Qué cada día nos pegue
más fuerte?

LIBERTAD: (A Fortaleza) A ti no te hizo nada. Nunca te ha hecho nada.

ELOÍSA: ¡Libertad!

LIBERTAD: No me callo. A mí sí me ha pegado duro; pero no me importa. Lo


quiero y lo defiendo.

FORTALEZA: (A su hermano) Lo siento mucho, hermano.

LUCERO: (Separándose) Esto no me duele nada. Es a él a quien le está


doliendo… ¡y le va a doler más!

LIBERTAD: (Dando un paso a la recámara) Pobre Martín. Aquí nadie te quiere.

FORTALEZA: (Aferrando a Libertad) ¿Vas a ir a consolarlo después de lo que


nos hizo?

ELOÍSA: ¿Pues, qué les pasa? No le podemos negar a un padre el derecho de


exaltarse si sabe que uno de sus hijos le desobedece, o de golpearlo cuando
su conducta lo provoque. Un gesto de ira cualquiera lo tiene, y este es el
primero de Marín en mucho tiempo.

LUCERO: (Con sarcasmo) El primero fue encerrarte.

ELOÍSA: Nada nos ha faltado. Nos ha amado siempre, y a ustedes, sus hijos,
por encima de todo. Es por ustedes que hace todo esto, para evitarles el
contacto con un mundo duro y cruel.

FORTALEZA: No ha de ser tan feo un mundo donde él entra y sale todos los
días.

ELOÍSA: Para mantenernos. No somos ricos.

LUCERO: ¿Y por qué no me lleva con él? Yo le puedo ayudar...

ELOÍSA: Porque es tu padre, él sabe que es lo mejor para ti y para todos


nosotros.

FORTALEZA: ¿Lo mejor para nosotros fue obligarla a parir aquí, sin llamar a un
especialista en dietética… o cómo se llame? ¿Por qué no se ha revelado usted
nunca? Tanto lo ama.
24

AZUL: ¿Que es parir?

LIBERTAD: Cuando vomitas algo que te cayó mal.

En la recámara: Guolfe pasea inquieto, fuma.

GUOLFE: (Su voz) ¡Eloísa!

En la sala:

LUCERO: (a Eloísa) Mamá Donojú, si nos quieres de veras, no le digas que va


a venir el tío Pedro.

LIBERTAD: (Con rencor) ¡Yo se lo diré!

El movimiento de Libertad lo impide Lucero abrazándola con


vehemencia.

LUCERO: (Acariciando a Libertad) No, niña, tú no vas a decirle nada. Mírame,


te lo estoy pidiendo yo.

LIBERTAD: (Soltándose) ¡Traidores! ¡Hugonotes!

En la recámara:

GUOLFE: (Su voz) ¡Eloísa!

Libertad escapa corriendo al cuarto de arriba. Eloísa se dirige a la


recámara.

ELOÍSA: (A Fortaleza) Pon la mesa para la cena.

Fortaleza va al comedor. Lucero queda en la sala, cabizbajo, Eloísa


entra a la recámara.

En la recámara: Se abre la puerta, Guolfe se vuelve, entra Eloísa .

GUOLFE: (Su voz un poco apagada) Creí que no me oías. (Con tono
vehemente) ¿De qué estaban hablando? Acércate. (Suavemente) Acércate…
Quiero oírte decir que estamos bien tú y yo… no puede pasar nada entre
nosotros, ¿verdad? digo, nada que no tuviera remedio.

ELOÍSA: No debiste golpearlo.

GUOLFE: (Removido) ¿Y por qué no? ¿Qué se está creyendo? ¿Qué se están
creyendo todos ustedes? lo solapas, Eloísa. Lucero ha estado saliéndose y tú
no me lo decías. ¿Por qué? (Se pases como si no quisiera oír las respuestas
de Eloísa, tal vez por miedo a una verdad absoluta y aplastante) ¿De dónde si
no, aprendió esa canción estúpida?
25

ELOÍSA: ¿Supones? ¿No estás seguro entonces?

GUOLFE: (Revolviéndose) ¿Qué significa eso?

ELOISA: Que si solo supones que salió no tenías derecho a golpearlo.

GUOLFE: ¿Cómo aprendió la canción esa?

ELOÍSA: Se lo hubieras preguntado antes.

GUOLFE: (Exasperado) Eloísa, no me traiciones. Quiero decir: (la estruja)


¡Dime la verdad, habla!

ELOÍSA: (Serena) No te conozco Martín.

Guolfe cae aplanado de preocupación al borde de la cama.

ELOÍSA: Tal vez la escucho de los muchachos que se sientan a holgazanear


afuera de la casa

GUOLFE: Si... es posible... Claro, ¡eso es! (Se pega con ambos puños
en los muslos) ¡Cómo fui tan pendejo!

ELOÍSA: (Escandalizada a propósito) ¡Señor Guolfe!

GUOLFE: Ah, sí, las malas palabras. Perdón. (pasándose una mano por la
frente) ¿Qué voy a decirle ahora al muchacho?

En la pieza de arriba: Libertad coloca una tabla ancha de su ventana a la


barda de la casa. Empinándose, puede ver a los muchachos de la calle.

En la recámara:

ELOÍSA: (A Guolfe) No le digas nada.

GUOLFE: (Preocupado) ¿Y dejar pasar las cosas? No, no quiero que me odie.

ELOÍSA: Hablaré con él y le pediré perdón en tu nombre.

GUOLFE: (Admitiendo) Eso es. Lucero es joven. La juventud siempre es


generosa. Total, me exalté. Y cuando tú le hables… (Pensandolo) ¡Ah, no! no le
pidas perdón en mi nombre, no quiero perder autoridad.

ELOÍSA: Vamos, señor Guolfe, hay varios modos de pedir una excusa sin
menoscabo de la autoridad.

GUOLFE: Tal vez... como fui pend…

ELOÍSA: (Molesta) ¡Martín!


26

LIBERTAD: (Su voz llegando de arriba) ¡Cállense infelices!

En el jardín (calle): Los chicos elevan su cara para mirar a Libertad


trepada en la barda.

En la sala: Lucero sentado en una silla con aire abatido.

En el jardín

MUCHACHO 1: ¡Mira, es la hija del viejo loco.

MUCHACHO 2: (Con un gesto obsceno) ¿Quieres que suba? No gracias, no


tengo ganas.

LIBERTAD: ¡Mulas castradas!

MUCHACHO 1: ¡Vámonos ya!

MUCHACHO 2: Ni modo, no se te hizo.

Los chicos se marchan riendo, Libertad vuelve a su cuarto.

En la recámara:

ELOÍSA: No me gusta como se expresa Libertad. Usa el lenguaje que aprende


de ti…y de los libros que le compras.

GUOLFE: (Abrazando a Eloísa por la cintura) No me gusta que seas mojigata.


La gente mediocre tiene miedo de las palabras.

ELOÍSA: (Secamente) Martín.

GUOLFE: Déjala, que hable. Me gusta que mis hijas se sientan libres. (Mira a
Eloísa como quien ha cometido un error) Si es el lenguaje de esa muchacha lo
que te molesta, hablaré con ella. La encerraré en su cuarto.

ELOÍSA: Encerrarla…¿más?

GUOLFE: (Golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra) ¡Hemos


llegado, eso es! Desde hace varios días has estado tratando de tocar el tema.
Pues bien, te contesto: Mis hijos no han crecido todavía lo suficiente para
soltarlos. Fortaleza, no, mucho menos Lucero.

ELOÍSA: Todos han crecido. No los oíste hace un momento.

GUOLFE: Son mis hijos…míos, y mis únicos motivos. Estamos aquí para
defenderlos. No podemos echarlos al mundo así como así. Todavía no están
listos. No quiero que los muerdan…como a mí. Estoy lleno de cicatrices Eloísa,
tu lo sabes. He recibido golpes mucho más crueles que el de Lucero; El mundo
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está erizado de colmillos. ¡El mundo! No lo eches de menos, Eloísa. No


enfrente de mí. Tampoco te preocupes por tus hijos. Ten paciencia, no soy un
estúpido. Lo he estado pensando…siempre lo estoy pensando, sé que crecen y
crecen. (Mirando fijamente a su mujer) Hoy hice una prueba. No sé si lo
notaste; con toda intención no le eché llave a la puerta. ¿Qué hubieran hecho
ellos de haberlo sabido?

ELOÍSA: Quizás nada.

GUOLFE: Será que he matado en ellos la curiosidad. Eso es bueno.

ELOÍSA: (Amarga) Sí, nadie puede extrañar la libertad si nunca la ha tenido.

GUOLFE: ¿Lo dices con pena? ¿Acaso no son felices?

ELOÍSA: (Con ademán de súplica) Martín…

GUOLFE: Dejemos de discutir ¿quieres? Pasé un mal día, estuve de mal


humor. Pensaba que cualquiera de ellos podría escaparse, pero no fue así.
(Intentando sonreír) Creo que salió bien, ¿eh?

Guolfe siente tensa la garganta, inclina la cabeza y se lleva las manos a


la cara.

ELOÍSA: (Con ternura) ¡Martín!

Ambos se abrazan, se besan apasionadamente.

En la sala:

FORTALEZA: (Entrando del comedor y llamando) ¡Libertad y Azul a cenar!

Lucero se acerca a la ventana que ha permanecido abierta, parece


contemplar la noche. Fortaleza se le aproxima y le da un pañuelo.
Lucero acepta el pañuelo; se lo oprime contra la golpeada mejilla. Él y
Fortaleza se quedan mirando.

En la recámara:
Eloisa y Martín se separan, ella se pone de pie.

ELOÍSA: Arréglate esa corbata. Vamos al comedor. Dame tu brazo, eso es, pon
la cabeza en alto y entremos a la sala.

GUOLFE: (Antes de salir) ¿Cuento contigo, Eloísa?

ELOÍSA: (Tras ligera duda) Todavía, Guolfe.

Abren la puerta de la recámara y entran a la sala.


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En la sala: Guolfe y Eloísa entran enlazados. Lucero y Fortaleza están


aun en la ventana.

GUOLFE: (A Lucero) Ven acá hijo (pausa) Lucero.

Lucero se da vuelta lentamente; los ojos iluminados de resentimiento.


Regresa el pañuelo a Fortaleza, quien lo roza con los labios y lo guarda luego
en la bolsa de su delantal. Lucero se aproxima a Guolfe.

GUOLFE: ¿Te pegué muy fuerte? a ver… (Lucero le muestra la huella del
látigo, Guolfe le pone una mano en el hombro) No me vayas a guardar rencor.

Entra Libertad arrastrando una cadena. Conduce al niño de la mano.

GUOLFE: (En tono ligero) Acérquense hijos. No habrán olvidado el día que es
hoy. (Muestra un reloj de bolsillo con leontina, se dirige a Lucero) Feliz
cumpleaños, hijo (Lucero toma el reloj con manifiesta frialdad) Era de tu abuelo.
¿Y no te alegras? ¡Es de oro m’hijo!

FORTALEZA: (Con dejo impertinente) Un reloj de oro no tiene ningún sentido.


No vamos a ninguna fiesta dónde él pueda ostentarlo.

Libertad ha dejado la cadena en algún sitio y hecha a andar un disco.


Guolfe besa una mano a Eloísa, ella quiere retirarla pero Guolfe insiste.

GUOLFE: (invitándola) Bailemos, Eloísa (a Libertad) Gracias por la música (A


Eloísa) Es el disco que oíamos en tu casa. (con picardía) ¿Te acuerdas? Tu
cumpleaños… tus padres…

ELOÍSA: Ay, Martín…

GUOLFE: Bailemos, Señorita Donojú.

ELOÍSA: )No sé bailar muy bien, señor Guolfe.

GUOLFE: (Inclinandose) Es una súplica, señorita. (Dirigiéndose a un ser


imaginario) Digo, si su señor padre me lo permite.

LUCERO: Si es usted Martín Guolfe, no le permito que baile con mi hija. Usted
es un pobre diablo.

MARTÍN: Señor mío, un pobre diablo también tiene corazón.

ELOÍSA: (Sanjando el incidente) Bailemos, entonces.

Bailan. Ambos son jóvenes en el recuerdo, sus hijos los contemplan.

MARTÍN: (apasionado) Eloísa, vengo a pedirle que se fugue conmigo. No le


puedo ofrecer mas que mis brazos.
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ELOÍSA: (Aparentando sorpresa) ¡¿Sin casarnos?! ¡Ay, no; mi vestido ya está


listo!

MARTÍN: Soy librepensador. No quiero nada con la Iglesia.

ELOÍSA: Entonces no podrá ser. Tengo miedo de que mis padres


nos abandonen.

MARTÍN: Es usted la que va a dejarlos- Le advierto que viviremos en una isla,


alejados del mundo donde tanto hemos sufrido...

Eloísa se separa de Guolfe, evidentemente afectada.

ELOISA: Voy a servir la cena. (sale a la cocina)

GUOLFE: (a sus hijos) Su abuelo hubiera querido que Eloísa se casara con el
militar aquel que la plantó. ¡Já! La gané yo. Y dicen que se murió de pena.
Supongo que del berrinche. No porque me llevara a su hija. Lo mató el que yo
fuera pobre y ateo. (A Azul, variando el tono) Acércate. No tengas miedo de tu
viejo. (El niño corre hacia Lucero. Guolfe se resiente) Ya vendrás conmigo
cuando quieras que te cuente una historia.

FORTALEZA: Yo quisiera que usted me contara una historia.

GUOLFE: (Sentándose) ¡Qué raro que tú me lo pidas hija! ¿Cuál historia?

FORTALEZA: (Rotunda) Háblenos usted del mundo.

GUOLFE: Esa no es una historia. Es una jaula de leones.

FORTALEZA: No todos han de ser leones.

GUOLFE: No. También hay hienas y víboras.

FORTALEZA: ¿Y la gente? ¿Y los muchachos?

LIBERTAD: (Aferrando un brazo de su padre) Debe de haber algo más.

Se escucha el ruido de un aeroplano, Fortaleza y Azul corren a la


ventana.

GUOLFE: (Sombrio) Cierren esa ventana.

LUCERO: ¿Por qué?

GUOLFE: ¿Qué te importa? (A los otros) ¡Ciérrenla!

Fortaleza obedece.
30

LIBERTAD: No te enojes, hermanita. (A Guolfe) Te tiene una sorpresa. Estudió


los versos que te gustan.

GUOLFE: (De mejor humor) ¿Ah, sí? Quiero oírlos.

LIBERTAD: Si Fortaleza, dínoslos.

FORTALEZA: No tengo ganas.

GUOLFE: No importa, dímelos.

FORTALEZA: (Tras breve pausa, habla mecánicamente) Es que… no los


memoricé bien…(parpadea) en fin…
…seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos;
Los hermanos hombres…
hermanas estrellas, hermanos gusanos…
y así me apalearon y me echaron fuera,
y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera
y me sentí lobo malo de repente,
más siempre mejor que esa mala gente…

En el jardín (calle): Aparece la señora Maud acompañada por una de las


trabajadoras sociales y un fotógrafo de prensa. Contemplan el muro de la casa
que la Maud le señala. El fotógrafo hace funcionar el flash de su cámara
retratando el muro. Fotógrafo y trabajadora social se alejan. La Maud se queda
y se sienta en la banca.

En la sala: Todos oyendo a Fortaleza.

FORTALEZA:… y comencé a luchar aquí,


a me defender y a me alimentar,
como el lobo hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar…
(inclinando la cara, agrega) Hasta aquí. No me sé más.

GUOLFE: (Satisfecho a medias) Está bien. La próxima vez lo harás mejor. Es


un poema muy hermoso. (Cambiando el tono) ¿y aritmética, estudiaron? (Azul
abre la cajita de música. Guolfe se vuelve violentamente al sonido) ¿Qué es lo
que suena? ¡Trae acá! (Examinando la caja) ¿De donde vino?
(Interroga a sus hijos con la mirada, todos callan) ¡Eloísa!

Libertad y Azul corren hacia el cuarto de arriba.

Entra Eloísa.

GUOLFE: (A ella y mostrándole la caja) ¿Cómo vino esto a dar aquí? Ten
cuidado. No vayas a mentirme delante de tus hijos.
31

FORTALEZA: (Tras una pausa) La trajo aquí una señora vecina...como un


regalo.

GUOLFE: ¿Aquí? ¿Entró una vecina?

FORTALEZA: Una tal Magdalena Valencia. La señora Maud.

GUOLFE: Pues maldita sea su madre. ¡Entrar aquí, a mi casa, una bruja de
esas! ¿Y cómo entró, Eloísa? ¿Cómo entró?

ELOÍSA: La puerta estaba abierta.

GUOLFE: (Arrojando la cajita sobre el mueble) ¿Y por qué la dejaron? No creo


que sean ustedes tan indefensos…tan… Ya me apestaba el aire al llegar a mi
casa. Y ustedes dejándola entrar ¡la puerta tiene picaporte!

FORTALEZA: Fue Azul quien le abrió.

GUOLFE: Por eso corrió, ¿eh? (tomando la cadena) ¿dónde está? ¡llámalo!,
(corre hacia el patio y golpea el muro con la cadena)

En el jardín (calle): La señora Maud escucha el cadeneo y se incorpora,


trata de oír, se sienta.

ELOÍSA: ¡Basta, Martín!

GUOLFE: ¡No basta nada! ¿Qué se están creyendo? ¡Ni tú ni tus hijos se van
a reír de mí! Era preferible dejar entrar al demonio y no a esa mujer, ¡una
vecina! (calla un instante como acordándose) Ahora lo comprendo; debe de
haber estado observando, huroneando. (A Fortaleza) ¿Una tal Magdalena,
dices? ¡Cómo no estuve! ¡La hubiera sacado a patadas, vieja puta!

LUCERO: ¡Señor!

ELOÍSA: Las cosas están hechas, Martín. Vamos a cenar.

GUOLFE: ¡Cena tú, ustedes…A ver si tienen conciencia!

Guolfe se marcha a su recámara.

LUCERO: (a Eloísa ) Gracias.

ELOÍSA: No me des las gracias. Hoy o mañana se lo diré todo, no voy a


mentirle.

Eloísa va hacia la recámara. Lucero pone cobertores en el sofá, que es


el sitio donde duerme.

FORTALEZA:( A Lucero) No te olvides de la escalera.


32

Sale Fortaleza apagando la luz de la sala.

En la recámara: Eloísa abre la puerta.

ELOISA: Descansa, Guolfe.

GUOLFE: No quiero otra cosa. (Está sentado al bode de la cama con la cabeza
gacha) Pero tengo la cabeza llena de malos presagios. Nunca un ave de mal
agüero entro a una casa sin que algo grave pasara después. Magdalena
Valencia.. ¿Qué dijo? ¿Qué hizo? ¿Cómo se le ocurrió entrar? Debió tener
algún pretexto. ¿Es vendedora?

ELOÍSA: No. Vino a indagar porqué siempre estábamos encerrados.

GUOLFE: (Explotando) ¿Y con qué derecho? ¡Esta es mi vida privada!

ELOISA: Se lo dije. Juró Volver.

GUOLFE: Que se atreva. Tendrá que oírme. (Pausa, de pronto toma una de
las manos de su mujer) ¿Eres feliz, Eloísa?

ELOÍSA: No se trata de mí. Pienso en mis hijos.

GUOLFE: También son míos, y voy a defenderlos. Viviremos debajo de la tierra


si es preciso. Como topos pero solos.

ELOÍSA: Tienes que tener cuidado, Martín.

GUOLFE: ¿De los vecinos imbéciles?

ELOISA: No. De ti mismo.

GUOLFE: Pendejadas.

ELOISA: ¡Señor Guolfe!

GUOLFE: Perdóname, pero es que te noto rara. Tal vez no me lo has dicho
todo, ¿hay algo más?

ELOÍSA: (asintiendo) Un telegrama de mi hermano Pedro. Viene a visitarnos.

GUOLFE: (Explotando) ¿Cómo supo Pedro nuestra dirección? ¿Se la diste tú?

ELOISA: ¿Que importa? No somos criminales para tener que vivir ocultos.

GUOLFE: Si alguno de mis hijos... no, no serían capaces. (Iluminado por una
sospecha) Esa mujer, esa Magdalena… ¿Fue ella quien te trajo el telegrama,
no?

ELOÍSA: Vio tocar al carteo y lo recogió.


33

GUOLFE: Fue ella, entonces, la reconozco: es el mal, Eloísa. Creo que es lo


único que puedo reconocer cuando se acerca: el mal, el daño. (Se pasa una
mano por la frente) ¿Qué le hago yo al mundo para que venga a meter su
hocico en mi casa? Y esa mujer no está sola: desgraciadamente está contigo,
mi esposa.

ELOISA: (asustada) ¡Martín!

GUOLFE: De no estarlo me hubieras dicho antes lo del telegrama.

ELOISA: Acabas de golpear a Lucero, no era oportuno.

GUOLFE: Muy inteligentes tus respuestas, pero no me gustan, como tampoco


me gusta la idea de ver llegar a tu hermanastro. ¿Qué día viene? ¿A qué hora?
Dame el telegrama, dámelo.

ELOÍSA: Lo rompí.

GUOLFE: ¡Mentira! (Derrumbándose al lado de Eloísa) Eres tú la que me


debilita. Te veo flaquear y me contagias. Sólo te recuerdo que fuiste tú la que
nos encerró aquí, fue tu idea.

ELOISA: ¡Cállate!

GUOLFE: Te sofocaban los automóviles, las calles, la gente… -Hazme una


casa y cierra las puertas-, me decías, y yo las cerré.

ELOÍSA: Fui egoísta. No pensé en mis hijos.

GUOLFE: Pero si es en ellos y en ti en quien yo pienso. Ustedes son mi


responsabilidad

ELOISA: Están creciendo aquí, en la sombra.

GUOLFE: En el amparo. No podemos dejarlos ir, indefensos, a un mundo


hostil, estúpido y corrupto. El mundo ha crecido hacia el mal, nuestros hijos son
buenos, limpios… no podemos echarlos; aun no.

ELOISA: ¿Presos por siempre?

GUOLFE: Claro que no, por siempre no. Ten paciencia. Estoy pensando una
solución; pero, por piedad, dame tiempo.

ELOÍSA: (desesperada) ¡La misma excusa de siempre!

GUOLFE: Esta vez todo cambiará. Te lo prometo… ¿Me crees, verdad?


(Pausa) Vamos, vida, abrázame.
34

Guolfe la abraza, le corre una mano por la espalda, Finalmente le da


una breve nalgada.

ELOISA: (Molesta por la nalgada) Martín…

GUOLFE: ¿Qué tiene? Eres mi mujer, ¿no? Me gusta verte contenta. Es más,
te diré algo mejor: voy a dejar que Pedro venga.

ELOISA: (Casi feliz) Te lo agradezco, Martín.

GUOLFE: (Recostándose) Estoy cansado. Apaga la luz.

Eloisa apaga la luz.

GUOLFE: (Hablando lentamente) ¿Crees que Lucero me odia?

ELOISA: Claro que no. Los niños te quieren mucho, Martín.

GUOLFE: Si, tienes razón. Te digo, Eloísa, tus hijos son buenos, limpios.

En la sala: Lucero va hacia la ventana. La abre de par en par para


aspirar el vaho de la noche.

LUCERO: (Frotándose contra el marco de la ventana; con voz ronda, de animal


joven) ¡Señora Magdalena, señora Maud!

Aparece Fortaleza en camisón de dormir, el pelo suelto en la espalda y


una vela roja en las manos, que luego deja en algún sitio, se aproxima a
Lucero y se abraza a su espalda. Azorado, el muchacho se vuelve a ella, la
rechaza con suavidad.

FORTALEZA: (Con viva intención pero apagado tono) ¿Estás triste?

LUCERO: Vete a acostar.

FORTALEZA: Desde que sales con la señora Maud ya no vienes a nuestras


citas en la escalera. (Acercándose de nuevo) Dame un beso.

LUCERO: (Esquivándose) Vete.

FORTALEZA: No, bésame.

LUCERO: (Apartándola) No volveremos a ir a la escalera.

FORTALEZA: (Vehemente) Pero yo te espero todas las noches. Soy tu mujer.

LUCERO: (Tapándole la boca) ¡No!. Tú eres mi hermana.

FORTALEZA: (Extrañada) ¿Ya no te gusto?


35

LUCERO: (Apurado) Claro que me gustas, pero eres mi hermana. Lo que


hacemos está mal.

FORTALEZA: ¿Es algo malo quererte?

LUCERO: No es eso, es que no podemos…

FORTALEZA: ¿...ser amantes?

LUCERO: No, no podemos. Nos iría mal. Cómo a Adán y a Eva.

FORTALEZA: Te traje el pañuelo con el que te limpiaste la cara. Míralo, lo he


besado porque tiene tu sangre.

LUCERO: Dame ese pañuelo.

FORTALEZA: Tómalo.

Lucero duda un instante, al fin toma el pañuelo, Fortaleza lo jala hacia


ella; se besan, Lucero se resiste un instante y luego sede. Ambos se besan
apasionadamente.

Entra Libertad con Azul.

LIBERTAD: (Contra su hermana y con indignación) ¡Suéltalo, puta! Me lo


quieres arrebatar; pero Lucero es mío. Hace años que nos acostamos. Dile,
Lucero.

LUCERO: (Angustiado) ¡Déjenme en paz!

Eloisa llega a la sala, alertada por los gritos. Sus hijos no la ven,
abstraídos en la discusión, el único que la ve es Azul, que se queda petrificado.

LIBERTAD: (a Fortaleza) ¡Lucero me quiere a mí! Contigo se acuesta por


lástima. ¡Porque eres una ramera gorda y sifilítica!

Fortaleza le da una cachetada a Libertad. Libertad se queda atónita.


Voltea hacia Lucero, como implorando que la defienda; pero este se queda
inmóvil.

LIBERTAD: (Rompiendo en llanto) Prefieres a esta mosca muerta. Pero yo


tampoco te voy a querer. Tengo a otro que si me quiere.

Libertad sale corriendo.

AZUL: Mama...

Lucero y Fortaleza notan la presencia de Eloisa, que se encuentra en un


rincón con un gesto desencajado, la mano en la boca para contener un grito de
36

dolor. Lucero escapa despavorido hacia el jardín de la calle por su hueco en la


barda.

Fortaleza y Azul la miran con extraña curiosidad.

FORTALEZA: (Sonriendo y adelantándose) ¿Qué le pasa mama? Estábamos


jugando a Romeo y Julieta…, o será que a usted le enoja que mi padre le haya
mordido ayer las piernas a mi hermana.

Eloisa sale al patio, se desploma en el suelo y deja salir un grito de


dolor. Fortaleza con mucha calma toma de la mano a Azul y lo lleva arriba.
En la recamara de Guolfe, entra Libertad aun llorando. Guolfe, que no se
a percatado de lo ocurrido, se levanta de la cama y la abraza para consolarla.
Tras una breve pausa levanta la cara de Libertad y cariñosamente la besa en
los labios.

OSCURO

SEGUNDO CUADRO

AL DÍA SIGUIENTE POR LA MAÑANA

En el patio: Lucero desgrana en un cesto mazorcas de maíz. Junto a él


está Libertad que sostiene en la mano izquierda una sombrilla color naranja-sin
desplegar-, y en la otra mano un pocillo humeante que contiene atole. En un
banco próximo se ve un plato con una rebanada de pastel, restos de la cena
anterior y de la frustrada fiesta.

LIBERTAD: (Hablando con estudiada monotonía) Hermano Lucero, yo


nací en Flandes; pero soy una muchachita rubia y hastiada de la vida.

LUCERO: (aparentemente absorto en su labor) Vete, no voy a comer nada.

LIBERTAD: No me importa haber nacido en Flandes. Me siento vieja. (Saca de


su seno un librito y lee) Las mujeres viejas que ya no presumen de jóvenes, se
quedan como paraguas cerrados.

LUCERO: No tengo hambre. Llévate el desayuno.

LIBERTAD: (Leyendo) Cuando no nos interesa nada, no queda nada. (Cierra el


librito) Ya lo sabes, yo soy una vieja sola con un paraguas amarillo.
Desayúnate…
37

Lucero mira hacia el portón cerrado.

La luz de la recámara de Guolfe sube lentamente en intensidad. Eloísa,


vestida aún con el traje de la noche anterior se halla sentada en un sillón
proximo al lecho. En la actitud de Eloísa se adivina que mira intensamente a su
esposo dormido. El sueño de Guolfe es inquieto. Se revuelve en el lecho. Su
respiraión es dificultosa.

En la sala: Fortaleza sale del comedor a la sala. toma un plumero,


vuelve al comedor.

En el patio: Lucero ha dejado de desgranar maíz y mira fijamente a


Libertad, que habla.

LIBERTAD: Tengo un arcón de plomo donde guardo joyas. Son rojas; pero
oscuras y brillan siniestramente como la sangre de los decapitados. Tengo
también un relicario con un corazón vivo, que gotea húmedo, y tiembla en la
oscuridad como un ratón sin padre.

LUCERO: (Irguiéndose) ¡Estúpida!

LIBERTAD: (Alargándole la taza de atole) Tengo una piedra de azufre que, si la


quemas estando en apuros, se retuerce con llamas azules y purifica el aire de
los endemoniados.

De un puñetazo Lucero arroja al suelo el pocillo de atole.

LIBERTAD: (Sin intención de marcharse) Adiós Lucero, acabas de cometer una


acción bellaca.

Llega Fortaleza. Queda observándolos. Libertad la fulmina con los ojos,


retadora, Lucero desvía la mirada y sigue con su labor.

FORTALEZA: Cuanto tarda el tío Pedro.

LUCERO: La calle es complicada. Hay mucha gente estorbándolo todo. No le


será fácil llegar.

LIBERTAD: ¿Y si de todos modos no llegara?

Lucero se dirige al portón y mira ávidamente a través de las rendijas.

En la recámara.

GUOLFE: (Parpadeando) Todavía no es hora.

ELOÍSA: (Desde su lugar) Ya es hora.

En el Patio:
38

FORTALEZA: (mirando por una rendija) ¿Cuál de todas esas personas será el
tío Pedro?

LUCERO: Tiene que llegar.

En la recámara:

GUOLFE: (Se incorpora, reparando en el especto de Eloisa) Mujer, ¡ni siquiera


te acostaste!

ELOISA: No. (Se adelanta y descorre la cortina de la ventana. La luz del día
inunda la habitación) Estoy esperando

GUOLFE: (En lo suyo) Mmm… Tengo mal sabor de boca. (Sirviéndose un vaso
de agua) Me duelen los músculos. Será el hígado. (A Eloísa con tono
indiferente) ¿Esperando…? ¿A quién?

Abismada en sus reflexiones, Eloísa empieza a quitarse las joyas.

En el patio:

FORTALEZA: ¿A qué hora llegará?

LIBERTAD: (A Lucero) Mira en tu reloj.

Lucero saca el reloj. Los tres hermanos quedan mirando la carátula.

En la recámara:

GUOLFE: (A Eloísa) ¡Qué necedad no haberte acostado! (se enfunda los


zapatos) Estarás muerta.

Eloísa va guardando sus joyas en una cajita de madera que abandona


en una silla. Guolfe empieza a anudarse las agujetas del calzado.

FORTALEZA: (Del reloj) Es natural. Era del abuelo y debe estar detenido hace
mucho. Quizá tiene el mecanismo roto.

En la recámara:

GUOLFE: (Tirando al suelo un pedazo de agujeta) ¡Claro, se ha roto!; Agujeta


corriente la de hoy. Antiguamente todo era mejor.

En el patio:

LIBERTAD: (a sus hermanos) Mejor será que no llegue. Martín no lo quiere.

Fortaleza se pone a sacudir el portón. Libertad manipula su sombrilla.


Lucero cabizbajo.
39

En la recámara:

GUOLFE: ¿Que hiciste toda la noche en vela?

ELOISA: Ya te dije: esperar.

GUOLFE: (Con sarcasmo) ¿A quién?

En el patio:

LUCERO: (Volviendo al cesto de mazorcas) No sé para que esperar. Tal vez no


venga.

En la recámara:

ELOISA: (A Guolfe, que la mira fijamente) Te esperaba a ti, a que despertaras


para… (Queda pensando la frase)

En el patio:

FORTALEZA: (A Lucero) Decídete. No le tengas miedo. Vamos a fugarnos.


(pausa) ¿Qué dices?

En la recámara:

GUOLFE: Dilo, pues.

ELOISA: Muy bien. Dame la llave de la casa.

Guolfe la mira sorprendido.

En el patio:

LIBERTAD: (A Fortaleza) ¿Estás loca? No podemos irnos.

FORTALEZA: (a Lucero) Claro que sí. Solo necesitamos la llave.

En la recámara:

ELOISA: ¡Dámela, te digo!

GUOLFE Y LIBERTAD: (Al unísono desde su lugar) ¡No la tendrás nunca,


estúpida!

Guolfe saca los enseres para rasurarse.

En el patio:

LUCERO: No necesitamos la llave. Yo sé por donde fugarme!


40

En la recàmara:

GUOLFE: (Aplicándose la crema de afeitar) Se supone que soy yo quien le


abra la puerta de mi casa a Pedro, cuando llegue.

ELOISA: (dando unos pasos en torno a Guolfe) No se trata de Pedro, ni de mi.


Si yo quisiera salirme, sabría hacerlo.

GUOLFE: ¿De quién se trata entonces?

En el patio:

LIBERTAD: (A Lucero) Aunque te puedas ir, no te irás. Todos estamos


prisioneros.

FORTALEZA: (A Lucero) Hay que tener fuerza.

En la recámara:

GUOLFE: ¿De quién?

ELOISA: Ya lo sabes, de mis hijos.

GUOLFE: ¿Les pasa algo? (exagerando) ¡Seguro quieren ver la calle! Pues
que se trepen a la barda y desde allí la vean: ¡de lejos!

Guolfe arroja la toalla. Toma el vaso del buró y se enjuaga la boca.

ELOÌSA: Cálmate, Guolfe.

En el patio: Los tres hermanos han vuelto junto al portón. Libertad en


medio de los otros dos con su sombrilla desplegada.

En el cuarto de arriba: Azul sigue acostado.

En la recámara:

GUOLFE: Es el resultado de hacerte concesiones, como la de anoche.

ELOISA: (Cerrando los ojos) Anoche...

GUOLFE: (Auto-exaltándose como defensa al asunto de la llave) ¡No veo por


qué hemos de discutir lo mismo todos los días! (Interrumpiendo a Eloisa)
Prometo recibir a tu hermano Pedro cuando venga; pero a cambio de recibirlo,
quedamos tú y yo en cuidar la salud de nuestros hijos hasta que puedan
valerse por ellos mismos. ¿Está claro?

ELOISA: (Con dureza) Que idiota eres.


41

GUOLFE: (Extrañado) ¿Qué te pasa, Eloisa?

ELOISA: Dame la llave. No quiero que Pedro encuentre cerradas las puertas
de mi casa.

GUOLFE: (Mostrando la llave sin entregarla) ¿Y luego?

ELOISA: Se van a quedar abiertas.

GUOLFE: Fin de la discusión. La casa se queda cerrada, y tu hermano no


entra.

ELOISA: (Reaccionando a la amenaza) Claro que lo dejaremos entrar.

GUOLFE: ¡Por eso no te acostaste anoche! Estuviste esperándolo ¿Qué tienes


con tu hermano? ¿Qué esperas de él... o qué vas a decirle?

ELOISA: Que nos ayude.

GUOLFE: No quiero ayuda. ¡Mira como te ha puesto a ti, y todavía no entra!


Que se largue.

ELOISA: ¡Martín, vas a oírme!

GUOLFE: (Con dolor y con ira) ¡No, quieres envenenarme! Estoy seguro de
que fuiste tú la que enveneno a mis hijos en mi contra.

ELOISA: ¡Basta! Dame la llave de la casa. Vamos a dejar la puerta abierta.

GUOLFE: (Explotando y amenazándola con el látigo) ¡Cállate, Eloisa!

ELOISA: ¡Suelta ese látigo! Dame la llave.

Forcejean, Guolfe la lanza al suelo.

ELOISA: Ten cuidado, Guolfe. Empiezo a gruñirte como una perrra que
desconoce al amo.

Tocan al portón, Eloísa y Guolfe siguen mirándose sin moverse.

En el patio: Al oír el toquido, Fortaleza pega el oído al portón, Lucero


mete los ojos por una rendija. Libertad observa.

FORTALEZA: ¿Eres tú, tío Pedro?

En la recámara:

ELOISA: (Después de una pausa) Gánate el amor de ellos. Ve y abre. (Guolfe


no se mueve)
42

En el patio:

LUCERO: (En su rendija, desesperadamente) ¡No puedo ver quién es!

FORTALEZA: (Hacia la puerta con risueña esperanza) ¡Ya viene la llave!

En la recàmara: Al ver la inmovilidad de Guolfe. Eloísa va hacia la puerta


de la recámara y la abre.

ELOÍSA: (Llamando) ¡Lucero!

En el patio: Lucero acude al llamado de Eloisa. Libertad se


precipita al portón. Fortaleza corre a la sala a mirarse en el vidrio del librero.

LIBERTAD: (Con rudeza a quien está atrás del portón) No te queremos aquí.
Vete. ¿Me oyes?

En la recámara: Lucero se detiene en la puerta. Eloísa vuelca el


contenido del alhajero en una mesita y escoge algo.

ELOISA: (Yendo hacia Lucero) Toma esta llave, hijo, y abre la puerta.

GUOLFE: (Con rudeza) Dame esa llave, hijo.

Guolfe trata de detener a su hijo. Eloísa lo golpea con el alhajero. Lucero


se escapa con la llave rumbo a la puerta de la calle. Al pasar por la sala, ve a
Fortaleza retocándose ante el vidrio.

LUCERO: (A Fortaleza, mostrándole la llave y sin detenerse )¡Las torrejas!

Lucero llega junto al portón de la calle seguido por Fortaleza. Introduce


la llave en la cerradura. Libertad cierra su sombrilla.

En la recámara:

GUOLFE: (Levantándose y aferrando a Eloísa por las muñecas) ¿Desde


cuándo tenías esa llave?

ELOISA: Me lastimas, Guolfe.

GUOLFE: Más me lastimas tú. ¿Desde cuando?

ELOISA: Desde que nació Azul.

GUOLFE: ¡Lo sabía, lo presentí entonces! Cuando nació Azul y dejé la puerta
abierta, saliste tú a la calle para hacerte una llave. ¡Trece años, Eloísa! ¡Desde
hace trece años me traicionas!

ELOISA: Pero no me fui, Martín.


43

GUOLFE: ¿Por qué no escapaste?

ELOISA: ¿No entiendes por qué?

GUOLFE: (Desesperado) No entiendo nada.

En el patio:

LUCERO: (Forcejeando en la cerradura) La llave no gira. Está enmohecida.

FORTALEZA: (Sonriendo, al portón) Espere, tío. La paciencia es una virtud.


Después tomaremos una copa.

Libertad va al cuarto de arriba.

En la recamara:

ELOISA: (A Guolfe cabizbajo) Recibe a Pedro. Este puede ser el mejor de


nuestros días. Todavía estamos a tiempo.

En el cuarto de arriba: Entra Libertad, Azul se incorpora.

LIBERTAD: (Al niño) Duérmete.

AZUL: ¿Ya llegó el tío Pedro?

LIBERTAD: Te voy a contar un cuento: Este era un rey que tenía una hija
ramera... Y la ramera tenía un hermano que se llamaba Pedro...

En el patio: Lucero hace girar la llave en la cerradura.

LUCERO: (Jubiloso) ¡Ya está, ya está!

En la recámara: Guolfe y Eloísa en actitud de espera.

ELOÍSA: (Con esperanza) ¿Entonces?

Guolfe no contesta. Eloisa sale lentamente del cuarto..

En el patio: Lucero abre el portón, se medio asoma afuera, Fortaleza se


yergue.

LUCERO: (Como quien no puede creerlo) ¡No hay nadie!

FORTALEZA: Estás loco. Claro que hay. (Elevando la voz) ¡Madre, mi tío ha
llegado!

Eloísa camina hacia la sala.

ELOISA: ¿Dónde está?


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LUCERO: No llegó. (Lucero cierra la puerta)

FORTALEZA: (Gritando con feroz alegría) ¡Mamá, la puerta está abierta!

A su grito, Eloisa acude hasta el portón.

FORTALEZA: Podríamos salir si quisiéramos. (Se queda petrificada en el


marco de la puerta) No me atrevo. ¿Por qué, madre?

ELOISA: No se trata de fugarnos. Primero hay que vencer al lobo, para salvar a
tu padre.

LUCERO: ¿Y si no lo convence usted?

ELOISA: Entonces lo que venga, vendrá.

Un cristal de la ventana salta hecho pedazos. Una piedra rueda por el


piso. Fortaleza y Eloisa se abrazan asustadas.

En la recámara.

LIBERTAD: (Reaccionando a la pedrada, sin saber que pasa) ¡Vete tío, aquí
nadie te quiere!

AZUL: Quiero ver al tío Pedro.

LIBERTAD: Cállate escuincle. Ya te tienes que dormir.

Libertad arropa a Azul hasta envolverlo como una momia.

AZUL: Si ya es de día, ya no tengo sueño.

Azul y Libertad forcejean, Libertad le da un bofetón a Azul, y este se queda


inmóvil, como regañado.

En la sala:

Guolfe baja corriendo y recoge la piedra. Lucero mira a su papa como


esperando algo. Guolfe se precipita al portón y sale a la calle.

ELOISA: No te vayas, Martín.

GUOLFE: (Se detiene. Se vuelve) Cuida a tus hijos, Eloísa.

Guolfe abandona la sala, se aproxima al portón de la calle. Lo abre.

SEÑORA MAUD: (Desde afuera) ¡Allí está!

Gritos de la gente: -¡A lincharlo! -¡Duro con él! -¡Piedras!


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ELOISA: (Con grito agónico) ¡Martín...!

Guolfe sale a la calle. Lo recibe un feroz griterío.

ELOISA: (a Lucero) ¡Ve y ayúdalo! ¡Qué no le hagan daño!

Lucero sale corriendo a la recamara.

ELOISA: ¡Lucero: tenemos que ayudarnos!

En el cuarto de arriba:

LIBERTAD: (Al niño) La ramera estaba enamorada de un militar muy joven. Él


la dejó porque era fea. Entonces ella se montó en un perro y se fugaron juntos.
Al rey le dio mucha rabia y se murió.

AZUL: ¿Cómo es un perro?

LIBERTAD: ¡Que te duermas! (Libertad le pone la almohada en la cara a Azul y


empieza a asfixiarlo) Ella no quería al rey, pero lloró mucho. Y se trepó al árbol
con el perro, hasta que el árbol tuvo manzanas y el perro se convirtió en lobo
para cuidarlas. (Azul deja de luchar)

De la calle se oyen gritos de gente:

- ¡Aquí es! -¡Esconde el arroz!


-¡Sí, aquí! -¡Esconde el maíz!
-¡Es un avaro! -¡Atormenta a sus hijos!
-¡Tiene un saco de dinero! -¡Es un monstruo!

En el patio Eloisa y Fortaleza escuchan aterradas..

En la recámara Lucero busca algo

En el cuarto de arriba.

LIBERTAD: (Con vehemencia, arrullando al niño muerto) ¡Pobre Martín, aquí


nadie te quiere! ¡Yo sí!

Lucero encuentra la pistola de su papá y sale de la recámara. Se dirige


al cuarto de Azul. Inspecciona al niño. Abraza a su hermana. Salen del cuarto y
van a la sala. Desde la escalera escuchan la escena que sigue, sin ser vistos.

Los gritos se hacen mas presentes:

-¡Tiene un cofre de monedas de oro! - ¡Es un monstruo, un chacal!


-¡Sí, aquí! -¡Esconde el maíz!
-¡Es un avaro! -¡Atormenta a sus hijos!
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ELOISA: ¡Atranca esa puerta, hija!

Fortaleza va a obedecer, cuando alguien empuja de afuera y una hoja se


abre. Es la señora Maud.

SRA. MAUD: Soy yo, Eloísa. Déjeme pasar.

ELOISA: Váyase. No la necesitamos. Pronto llegará mi hermano.

SRA. MAUD: ¿El tío Pedro? No llegará. El telegrama lo mandé yo misma.

ELOISA: (Furiosa) ¿Quién le pidió que nos ayudara? Déjenos en paz.

SRA. MAUD: Lo hago por usted y sus hijos; por Lucero. Dentro de un
momento, vendrá la policía.

FORTALEZA: ¿Qué le han hecho a mi padre?

SRA. MAUD: (evasiva) Ustedes no se preocupen. ¿Dónde está Lucero?

ELOISA: (yendo hacia el portón) ¡Martín! ¡¿Dónde está?!

SRA. MAUD: (deteniendo a Eloisa) Usted confíe en mi.

Los gritos de la calle se intensifican.

ELOISA: (Apartando violentamente a la Sra Maud) Fue usted quien movió todo
esto: la prensa... la gente... la policía... ¿Por qué? ¿Qué le importa lo que
hagamos en nuestra casa?

SRA. MAUD: El no tenia derecho de tratarlos así.

ELOISA: ¿Cuál derecho? Esta no es la vía pública, ¡es nuestra casa! ¡nuestra
vida privada!

SRA. MAUD: Ya entiendo. Es usted cómplice de ese desgraciado.

ELOISA: ¡Lárguese!

SRA. MAUD: (a Fortaleza) No te preocupes; volveré por ustedes. (Sale)

Fortaleza se queda inmóvil viendo a su mamá. Eloisa la mira sin saber


que decirle. Libertad entra a la sala como una autómata y pone en el
tocadiscos el disco de los “Beatles”.

GRITOS AFUERA: -¡Abran las puertas! ¡Sí, abran! ¡Todos!

Se abre con estrépito la puerta de la calle. Irrumpe la multitud. Mujeres y


hombres del pueblo se desparraman por toda la casa y empieza el pillaje.
En la casa, abren cajones; se llevan cubiertos, la ropa del vestidor. Dos
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mujeres entran a la recámara de Eloísa y se abalanzan sobre las joyas. En la


sala, tres jóvenes manosean a Libertad, desgarrándole las ropas.

LIBERTAD: (Gritando) ¡Mamá!

FORTALEZA: (Aterrada) ¿Este es el mundo madre?

ELOISA: ¡Sí, hija, este es el mundo! Hay que conocerlo para defendernos de
él. (Recoge el látigo del suelo) No tengas miedo. ¡Si te atacan, mata!

Eloisa golpea a la muchedumbre, tratando de defender a sus hijas. De


pronto se escucha un balazo. Uno de los jóvenes es herido. Todos quedan
quietos. Desde la escalera Lucero le apunta a la gente con la pistola de Guolfe,
aun humeante. Lentamente los invasores van saliendo, llevándose al Joven
sangrante. Fortaleza, Libertad y Eloisa observan, atónitas.

LUCERO: (A Fortaleza) Cierra esa puerta. No saldremos más de esta casa.


(Pausa) No se queden paradas. Hay que preparar el entierro del niño.

En el cuarto de arriba: Azul, tendido en su lecho.

En la sala: Lucero en la escalera, inmóvil. Libertad va hacia su madre,


que se encuentra petrificada; cuidadosamente le toma la mano. Fortaleza
cierra el portón, mientras se hace...

OSCURO.

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