Está en la página 1de 2

Empatía

Los vencedores y los opresores siempre buscan argumentar moralmente su empresa de


sojuzgamiento. Puede ser un argumento religioso: el otro es un infiel y necesita de nuestra acción
salvadora ante dios. Puede ser un argumento ilustrado: el otro nos necesita para poder ser
civilizado.

La acción salvadora entonces presupone una acción de violencia. ¿Si el otro no quiere ser salvado
o civilizado? Entonces no queda más remedio que aplicar la violencia aunque el objeto a ser
salvado perezca junto a sus hijos, su modo de vida, su entorno, su lengua, sus creencias y saberes.

Esa acción salvadora no comenzó ni siquiera con la modernidad. Es una vieja argucia de quienes
detentan el poder que acarrean las armas, la economía, el orden social. Los imperios se erigen
gracias a la acción de la violencia, la constitución de un sistema económico relativamente
unificado a partir de rutas comerciales centralizadas y sistemas de valor compartidos así como por
la capacidad de movilizar recursos materiales y sociales. Las exitosas campañas militares de
Alejandro Magno y Gengis Khan, las empresas romanas para dominar la rivera del Mediterráneo y
el norte de Europa, la unificación de China, la expansión del Islam, la conquista de América, la
colonización de Africa y Asia en los siglos XIX y XX, fueron acciones que tuvieron un respaldo en
ideas religiosas o políticas y cuya “misión” era salvar a aquellos que sojuzgaba.

A fines del siglo XX vimos caer el Apartheid en Sudáfrica, una reminiscencia de esas políticas de
destrucción “civilizadora”. La euforia por un mundo cada vez mejor parecía recorrer el mundo.
Nelson Mandela, alguna vez calificado como un líder terrorista, se convirtió en el símbolo mundial
de la reconciliación racial y una guía moral que ayudó a reconstruir una nación multiétnica.

Pero quedaron muchos pendientes. Muchos pueblos no lograron el reconocimiento internacional


y hasta el día de hoy son objeto de políticas colonialistas por parte de potencias ocupantes. En
nuestro continente Puerto Rico, en África la República Árabe Saharaui, en Medio Oriente los
kurdos y sobre todo los palestinos.

El comportamiento de Israel con el pueblo palestino es atroz. Un pueblo entero tiene prohibido
moverse libremente en el territorio en el que hasta hace setenta años sus antepasados vivían. Los
palestinos de los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania no tienen ciudadanía, su vida cotidiana
se ve afectada por la presencia militar. La Franja de Gaza se ha convertido en un enorme campo de
concentración en el que ir a la escuela o a la tienda es una odisea.

Recientemente estuve en la conferencia que Roger Waters, ex líder de Pink Floyd, dio en la
Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México sobre la campaña internacional de apoyo
a Palestina y de boicot a Israel. Cuando se le pregunto porque participaba en la campaña,
respondió con una frase simple: por empatía.

Viniendo de un país que fue responsable de la colonización de numerosos pueblos, involucrarse en


la lucha contra el sufrimiento de otros es un acto humanitario. Más allá de las justificaciones
divinas o ideológicas, tener empatía por los demás es un acto ético que nos debería guiar para
aliviar el dolor de los otros, más allá de nuestra nacionalidad, religión y orientación política. Pensar
en el otro desde su cotidianidad nos ayudaría a tener un mundo menos sangriento, más
comprensivo, más amoroso. Y eso es una enseñanza de la poesía, incluso la contenida en una
canción de rock.

También podría gustarte