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En los cambios vertiginosos que estamos viviendo en estos años nos acechan dos grandes peligros:
una gran recesión económica mundial y la crisis que desataría y que incluso podría zanjarse en una
guerra mundial, y el resurgimiento de la extrema derecha en sus versiones más rupestres en cada
país.
El rechazo de las clases medias a la corrupción de la que fueron cómplices los jerarcas del Partido
de los Trabajadores se vio reflejado en las urnas. Un partido que es identificado como parte de un
sistema que no combatió sino que incluso solapó con sus alianzas electorales, en este momento
carece de la base social movilizada que hace quince años le dio el primer triunfo electoral a Luiz
Inacio Lula da Silva. A pesar de la enorme popularidad de la que aún goza Lula, el candidato
emergente del PT, Fernando Haddad, no tuvo el tiempo suficiente para crear una opción atractiva
para ciudadanos cada vez más descontentos con el funcionamiento de la política local y que han
sido blanco de campañas mediáticas propias de los manuales de operaciones de propaganda
militar.
El ajuste de cuentas de una ciudadanía descontenta con la clase política se expresa en el apoyo a
personajes que se asumen como antisistema. Y no se trata sólo de Brasil ni de Polonia, Hungría,
Filipinas, Turquía y Estados Unidos sino de un movimiento global que sin mucha coherencia
ideológica está asumiendo el combate a las expresiones culturales del neoliberalismo mientras
mantiene o radicaliza sus políticas económicas y de seguridad interior. Steve Banon tiene el pulso
del momento de la derecha mundial y por eso se asume como el ideólogo creador del eje
articulador de esta internacional de la extrema derecha.
Sebastián Piñera, presidente de Chile, dio un respaldo ambiguo a Bolsonaro al expresar que tiene
“propuestas económicas interesantes”. Más o menos de la misma manera ambigua con la que el
economista Milton Fridman apoyó a la dictadura militar chilena de Augusto Pinochet.