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Menú del día: una buena cantidad de desperdicios de frutas y verduras, migajas
de pasteles y pan, y una ración de estiércol de gallina o conejo, mezclada con hojas,
césped recién cortado y restos de café. Miles de lombrices rojas “californianas” se
arrastran dentro de cajones de verdura en el patio de la Fundación Biosfera, cerca del
Hospital de Niños. Esperan deseosas el manjar que el ecólogo platense Horacio P. de
Beláustegui preparó para alimentarlas. El banquete lleva ya un mes de maduración y
quedó convertido en una composta que está lista para ser consumida. Las voraces
lombrices, que llegan a ingerir por día hasta una cantidad de comida equivalente a
su propio peso, lo devolverán a la tierra convertido en un poderoso abono natural, al
que se conoce como “humus de lombriz” o “vermicompost”.
Son muchas más las personas que año tras año toman cursos y se involucran en una
labor que ofrece un variado abanico de otras aplicaciones: se cultivan lombrices para
venderlas como carnada de pesca, para alimentar a otros animales (por su alto valor
proteico), para fabricar harinas y, en algunas casos, para el tratamiento de grandes
concentraciones de desechos orgánicos, como las basuras procedentes de las
ciudades.
¿Qué hace falta para empezar? No mucho. Lo primero, claro, es capacitarse. Luego
quedan unos pocos pasos. Conseguir las lombrices no representa un esfuerzo
mayúsculo: pueden comprarse en puestos especializados o a través de Internet,
donde unas 2000 lombrices californianas (su nombre científico es Eisenia foetida)
se venden a 130 pesos. También comercializan kits ya preparados, que incluyen la
caja lombricera, bolsas con humus en elaboración y muestras de vermicomst listo
para utilizar, a modo de prueba. Todo eso por un valor que no supera los 200 pesos.
Hay que elegir bien el recipiente para el lumbricario. Se puede armar en un cantero,
en una caja o en un cajón. Especialistas explican que un error habitual que suelen
cometer quienes se inician en la lumbricultura sin demasiados conocimientos,
consiste en utilizar recipientes no aireados, que se degradan, no permiten extraer los
jugos que genera el proceso, tienen olor y atraen insectos. Una opción es utilizar
cajones de verduras, a los que se debe revestir con media sombra y luego cubrir con
una capa de paja.
“Una vez que está terminado el proceso, las lombrices se van solas. Migran a los otros
cajones porque van detrás del alimento y espacio. Tienen hábitos nocturnos; cuando
llueve migran”, cuenta de Beláustegui.
Ya bien entrado el siglo XXI, en una época en que la desertificación avanza sobre el
planeta y en la que el manejo de los desechos orgánicos se ha convertido en un
problema urgente, las lombrices reivindican su papel y recuperan el rol que ya les
habían asignado los antiguos griegos hace miles de años: el de ser «los intestinos de
la tierra»