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Impuesto Tobin y la utopía reformista

Al calor de la crisis capitalista ha tomado nuevo vigor la campaña –impulsada por


ATTAC (Association pour une taxation des transactions financières pour l'aide aux
citoyens)– para que se instale el llamado impuesto Tobin. Se trataría de un pequeño
impuesto a las transacciones cambiarias. Esta propuesta es presentada como un
importante paso hacia la solución de muchos males de la sociedad capitalista
globalizada. No solo la izquierda progresista defiende el impuesto Tobin, porque
también son partidarios del impuesto autores neoclásicos como Eichengreen y Wyplosz.
En el campo de la izquierda, François Chesnais sintetizó (en su libro Tobin or not
Tobin?, Paris, 1998) los objetivos que se buscan con el impuesto. Serían:

a) Dar un primer paso para desmantelar el poder de las finanzas; pasos futuros serían
medidas tales como la anulación de toda la deuda pública.
b) Aumentar la estabilidad financiera internacional, poniendo obstáculos a las salidas
bruscas de capitales que sufren los países.
c) Generar un mecanismo de solidaridad internacional. Se pone una tasa del 0,25% a las
transacciones cambiarias para financiar los programas vitales de ayuda internacional.
Dados los montos que se transaccionan (un valor por 3,2 billones –esto es, millones de
millones– de dólares diarios; dato para 2007, IMF), un pequeño impuesto daría una cifra
colosal.
d) Pero la importancia primordial de una campaña por el impuesto Tobin sería su
aspecto educativo. “Esta campaña es la vida de entrada que los fundadores de ATTAC
nos han propuesto para plantear a los asalariados, a los desocupados, a los jóvenes, el
debate político acerca de las finanzas, y por lo tanto sobre el capitalismo
contemporáneo” (Chesnais, citado, p. 14).

Los puntos (a) y (d) están conectados. Derivan de la tesis llamada de la financiarización,
que sostiene que los males actuales del capitalismo se deben, en lo esencial, al poder de
las finanzas por sobre el capital productivo. Las finanzas habrían dado un golpe de
Estado entre 1979 y principios de la década de 1980, y son las culpables de las crisis, la
desocupación y de una tendencia de largo plazo al estancamiento de las fuerzas
productivas. Esto porque, según los teóricos de la financiarización, el sector financiero
quita plusvalía al capitalismo productivo. En segundo término, porque prevalece la
lógica del accionista sobre los directorios de las empresas, y los accionistas están
interesados en la pura ganancia, en tanto los directorios de las empresas en la
producción. Por último, porque al especular el sector financiero obtiene grandes
ganancias, pero genera devastación y crisis.
He criticado la tesis de la financiarización con cierta extensión en un trabajo que está en
mi página web, a la cual remito a quien esté interesado. Aquí solo diré que las crisis se
deben a problemas vinculados con la acumulación, y con la caída de la rentabilidad del
capital de conjunto. Las crisis no se originan porque haya un mal reparto de la plusvalía
entre las fracciones del capital; o por la especulación. Estos factores pueden alterar
alguna dinámica de superficie, pero no hacen a la esencia del asunto. En este respecto,
las soluciones de ATTAC llevan a callejones sin salida, y son mistificadoras. Como
alguna vez le manifesté a un defensor de la tesis de la financiarización, han reemplazado
la contradicción entre el capital y el trabajo por la contradicción finanzas/capital
productivo; o accionistas/management de las empresas.

¿Quién y cómo se aplica este impuesto?


Voy a los puntos (b) y (c), que serían los de efectos más prácticos.
Sobre (b), es un error y una ilusión, como lo ha demostrado Paul Davidson (en un
artículo publicado en Economic Journal, mayo 1977), pensar que una pequeña tasa va a
frenar una salida precipitada de capitales de un país (una crisis sudden stop, como se
conocen en la literatura). Cuando los capitales líquidos (inversiones de cartera) salían
de México en 1994, de Tailandia en 1997, de Argentina en 2001 y 2002, asumían
que debían pagar costos por salir. En primer lugar, ya tenían costos de transacción,
debidos a las comisiones por las operaciones cambiarias y por las ventas de títulos en el
país en que estaban colocados. Y también sufrían pérdidas, ya que a medida que salían,
las monedas se devaluaban, así como caían los precios de los títulos nominados en esas
monedas locales. En ese marco, un 0,25% de mayor costo de salida no frena ninguna
corrida. Por eso Davidson señala que la medida está muy lejos de la radicalidad de
Keynes, quien se inclinaba por anular los movimientos de los capitales especulativos.
Keynes lo demandaba en tiempos (finales de la Segunda Guerra Mundial) en que los
movimientos de capitales líquidos eran muy reducidos. Pero hoy esos capitales están en
el centro de la internacionalización del capital.
Por otra parte, la tasa debería ser establecida en todos los países. Es que si la aplican
unos pocos, solo representaría una pequeña devaluación de las monedas de los países
que aplican la tasa. Sin embargo, si debe ser aplicada por todos los países, aparecen
importantes problemas de coordinación. Y se plantea cuál es la autoridad de control de
aplicación del impuesto. De hecho, solo grandes y poderosos organismos
internacionales podrían hacerlo, como el FMI, el Banco Mundial y similares. Para lo
cual habría que dotarlos de poderes para que fiscalicen y recauden este impuesto. ¿En
qué pueden favorecer estos mayores poderes del FMI o del Banco Mundial a la clase
trabajadora?
Algunos han querido pasar por alto esta cuestión hablando del control obrero
internacional sobre el impuesto. Pero es ridículo solicitar el control obrero sobre del
FMI, el Banco Mundial; o sobre los Estados capitalistas más poderosos.
Además, si la propuesta es gravar con un impuesto las operaciones cambiarias
especulativas, ¿cómo se va a distinguir cuáles son las operaciones cambiarias
especulativas, de las que se hacen por motivos “reales” (transacciones comerciales,
inversiones productivas)? No veo que esto esté discutido en algún lado. En cualquier
caso, también debería otorgarse extraordinarios poderes a los organismos
internacionales de control, para que realicen esta discriminación. Todo conduce de
nuevo al tema de quién tendrá tal poder.

Una cifra irreal

Acerca de (c), la izquierda siempre puede exigir programas de ayuda social, sin meterse
en qué tipo de impuestos la clase dominante ha de financiarlos. Sin embargo, gente que
quiere aparecer “razonable” y con la lógica de “estadistas”, piensa que hace un gran
aporte mostrando algo que parecería “evidente”: que con un pequeñísimo impuesto se
podrían arreglar gran parte de los problemas del mundo (si se distribuyera ese dinero de
manera humanitaria). En otras palabras, ni siquiera habría que afectar en demasía a la
plusvalía de todo el capital. ¿Qué es el 0,25% cuando estamos ante un monto de por lo
menos 3,2 billones de dólares diarios? Los defensores del impuesto consideran que la
mayor parte de ese monto es puramente especulativo. Se basan en un dato cierto, ya que
el comercio internacional en bienes y servicios representa solo el 5%, en promedio, de
esa cifra. Estaríamos entonces ante una fuente prácticamente inagotable de recursos para
los gastos sociales.
Sin embargo, estos cálculos tienen problemas. El principal es que no se encuentra
correlación entre los movimientos especulativos, o en general financieros, y el monto
consignado de transacciones diarias. Esto incluso representó un problema para la
economía neoclásica. Por ejemplo, para los enfoques de cartera sobre tipo de cambio,
que sostienen que las transacciones cambiarias son casi exclusivamente por motivos
especulativos. Los defensores de esta tesis no pueden encontrar correlación entre los
volúmenes de transacciones, y los movimientos financieros especulativos realmente
efectuados. La compra y venta transfronteras de bonos, acciones, y otros títulos, no
puede explicar 3,2 billones en valores diarios de transacciones cambiarias. No hay
mercado de bonos, acciones, etc., que ni de lejos se acerque a ese volumen. Aclaremos
que los montos en derivados que se cotizan son nocionales; el dinero que efectivamente
se mueve es muchas veces inferior. Esto sin embargo da lugar a que haya gente que diga
bastantes disparates también sobre este tema.
Pues bien, los estudios de lo que se llaman los "enfoques de microestructura"
(neoclásicos), sobre mercados cambiarios, han demostrado que buena parte del volumen
que figura como transacciones cambiarias, no corresponden a transacciones
especulativas efectivas. Se deben simplemente a la manera en que operan los mercados
cambiarios.
Explicamos brevemente. El mercado cambiario opera principalmente a través de
dealers, que toman posiciones. La mayoría son departamentos de bancos (según Wall
Street Journal Europe, en febrero de 2006 el 73% del volumen operado en los
mercados de cambios estaba en 10 bancos). Los dealers sirven de contrapartes a la
transacción que hizo el cliente (ganan con la diferencia entre compra y venta), y por eso
también asumen riesgos de mercado. Un dealer tiene una posición “abierta” cuando, por
ejemplo, compró 100.000 dólares y no vendió los euros correspondientes. Recién
cuando vende los “cierra” su posición; o cuando algún otro dealer le compra (operando
para otro cliente) los 100.000 dólares. A fin de día los dealers buscan tener cerradas sus
posiciones; es lo que llaman tener “equilibrio de inventario”. Por eso cuando un dealer
recibe una orden, busca rápidamente restablecer su equilibrio de inventario, recurriendo
a otros dealers. Busca una contraparte, y se inicia algo semejante a “pasarse una papa
caliente”. Esto es, hay un pasaje, repetido muchas veces entre los operadores, de un
desbalance de inventario, hasta que llega un dealer cuya discrepancia de balance se ve
neutralizada. Esto se debe a que los spreads en este comercio interbancario son
extremadamente bajos, y por eso son comunes las descargas de posiciones de un
operador o otro (o sea, de un banco a otro). De manera que, contra lo que piensa el
enfoque neoclásico de carteras, o Chesnais y sus amigos, buena parte del comercio en el
mercado cambiario entre bancos no es especulativo, sino refleja coberturas (control de
inventarios), por parte de los operadores. Esto ayuda a entender por qué hay tal volumen
en los mercados cambiarios. Es una expresión de desbalances temporarios de
inventarios. No hay aquí ninguna receta mágica para hacerse rápidamente de grandes
sumas, con un pequeño impuesto.
Además de que en las divergencias con los defensores del impuesto Tobin se expresan
diferencias ideológicas, pienso que subyace también un problema de método. Muchas
veces existe un gran desconocimiento de cómo en concreto operan los mecanismos e
instituciones financieras. Es lo opuesto de lo que buscaba hacer Marx. Marx estudiaba
cómo operaban en su tiempo los mercados monetarios, o los bancos. Su crítica partía de
estudios concretos, particularizados. Cuando las discusiones se hacen específicas, se
pueden desnudar algunos de los muchos problemas que se encierran en el fetichismo
financiero.

¿Conciliar lo público y lo privado?

Aunque son importantes las objeciones de tipo “técnico”, sin embargo el eje de mi
discrepancia con Chesnais y sus seguidores pasa por el enfoque utópico que funda su
puesta. Es que Chesnais piensa que con este impuesto se apuntaría a “conciliar lo
público y lo privado”, y a hacer prevalecer “el interés general sobre el particular”.
Plantear las cosas de esta manera en una sociedad dividida en clases sociales, en
explotados y explotadores, equivale a andar por las nubes. Por supuesto, la burguesía
muchas veces se ha visto obligada a “conciliar” sus intereses generales (esto es, el
interés del capital “en general”) con los intereses de los capitales en particular. Y en
otras muchas ocasiones hizo prevalecer el interés general del capital por sobre los
particulares, en aras de mantener o fortalecer el modo de producción capitalista. Por lo
tanto lo “público” no es neutro; tiene un carácter de clase determinado. Ésta es la
conciliación entre lo público y privado que opera efectivamente. Lo cual es muy distinto
a creer que sea posible conciliar “lo público”, entendido como interés de las masas
trabajadoras, con “lo privado”, que es el interés de la propiedad privada del capital. Lo
máximo que pueden lograr los trabajadores en la sociedad actual es pelear por mejoras
sociales –tales como educación y medicina gratuita, condiciones ambientales, etc– que
significan, en esencia, una mejora de las condiciones de reproducción de la fuerza de
trabajo. Naturalmente, esto no implica que sea posible conciliar los “intereses públicos”
con los intereses del capital. Las conquistas de los explotados se arrancan al capital. Y
por lo tanto tampoco dependen de la técnica impositiva con que el capital las costee. Es
ilusorio pensar que con un impuesto sea posible superar las contradicciones sociales.

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