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Otra tentación recurrente es la de la falsa per-fección. El enemigo puede poner en acto este jue-go: tentar con
tentaciones que las personas están en grado de superar, de vencer, hasta llegar a hacerles creer que son buenos
luchadores, que saben vencer las seducciones, que saben superar las dificultades. Se cae así en la trampa más peli-
grosa, aquella de la soberbia espiritual. No son los hombres quienes logran vencer al príncipe de las tinieblas, es sólo
Dios el que vence, es el Espíritu Santo quien nos comunica la fuerza del Señor de la luz para ahuyentar las tinieblas y
vencer los enga-ños del tentador.
A quien soporta bien la lucha espiritual y puede vivir con mucha alegría, fuertes sabores, celo, en-tusiasmo y tanta
gracia incluso sensible en la rela-ción con Cristo, el enemigo puede hacerle creer que este estado rico del alma sea
por un mérito propio, fruto del propio arte y del propio esfuerzo, en pocas palabras, de la propia rectitud y
habilidad. Se trata de un paso sutil: el enemigo al inicio se deja vencer en algunas tentaciones, de modo que la
persona inicie a sentirse fuerte, hábil, capaz. Después, según un paso psíquico bastante previsi-ble, induce a pensar
que, como se es hábil, capaz, sabe hacer, se esfuerza,… por eso el Señor le da esta alegría, este entusiasmo, este
celo. El paso sucesivo es igualmente previsible: es obvio que me siento así porque yo soy así, lo merezco. Yo doy, por
tanto también recibo… Vence así una lógica mercantilista, una lógica de la satisfacción, que es fundamentalmente
una autosatisfacción. La perso-na empieza a sentir que prácticamente ha llegado a la sabiduría espiritual,
merecedora de disfrutar de los frutos de la vida espiritual. Empieza a consi-derarse perfecta, es decir, que es como
debería ser y que por eso experimenta los gozos espirituales propios de aquel estado.
De todos modos esta persona es disturbada por los otros y, en modo indirecto, por la propia me-moria. Puede
suceder que de repente se acuerde de alguien que tiene un problema con ella, o de una relación no armónica, e
inmediatamente em-pieza a estar mal, a repensar en lo que impide la relación, evidentemente recalcando aún el
fastidio y el malestar por los otros. Pero ella no puede ser puesta en tela de juicio, en consideración, pues se
considera justa. Entonces empieza la lucha con este pensamiento, el maquinar cómo poner en su lugar a aquella
persona, cómo regañarla, corregirla y cosas por el estilo.