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MES DE JULIO

LEMA: “Eucaristía : principio y proyecto de misión”

Dijo Jesús: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he encomendado a
ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.”
( Mt. 28, 19 – 20 )
Jesús reunió un grupo de discípulos que convivían con Él y los envió
a evangelizar el mundo. El maestro conocía a sus discípulos y éstos a su
vez conocían a su maestro compartiendo con Él la vida diaria. Esto vale hoy
todavía, porque la evangelización supone un compartir; evangelizar es
ayudar a una persona a profundizar sus experiencias pasadas hasta el
momento en que interiorice el misterio de Cristo, compartiendo su cruz y su
resurrección como la verdad que ilumina y guía su propia vida.
La Iglesia es fruto de la misión que Jesús ha confiado a los Apóstoles
y recibe constantemente el mandato misionero. Recibe la fuerza espiritual
necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio
de la cruz y comulgando el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La Eucaristía es la
fuente y cumbre de toda la evangelización.
El Padre ha enviado a su Hijo a la tierra, y el Hijo forma y envía a los
misioneros. El Padre también envía su Espíritu para que toque el corazón y
el espíritu de los que escuchan. El Espíritu guía a los misioneros, les da
fuerza y carismas, da el conocimiento de Dios, capacidades nuevas para
obrar, sanar y servir a un mundo entorpecido, sobre todo nos da de mil
maneras esa certeza íntima de que Jesús ha resucitado y está en medio de
nosotros.
Cristo es el que escoge a sus apóstoles o misioneros y los envía en
su nombre ( Jn. 15, 16 ), Él busca personas que se entreguen totalmente a
su obra, personas que acepten hacer algo más que los servicios materiales
que se puedan prestar en la Iglesia, personas que se sientan responsables
de los otros: ser pescador de hombres. En la Iglesia todos somos llamados
a hacer un trabajo apostólico, pero nadie puede llegar a ser Apóstol, es decir
testigo oficial de Cristo , si no es llamado.
El rito con el que concluye la celebración eucarística no es
simplemente la comunicación del final de la acción litúrgica: la bendición; la
despedida al finalizar la misa es una consigna que impulsa al cristiano a
comprometerse en la propagación del evangelio, a mostrar cómo actúan con
fuerza en los distintos acontecimientos de nuestras vidas el Evangelio y el
Espíritu de Dios. A escuchar a los que se visita y conocer sus inquietudes y
dar una respuesta buena: “El Reino de Dios ha llegado a ustedes”, o sea
aunque tengan mil problemas crean que Dios se ha acercado hoy. Es llevar
a Cristo, de manera creíble a los distintos ambientes de la vida y en todo
momento.
La Eucaristía es la fuerza que impulsa a la evangelización y al
testimonio misionero, entonces: ¿Cómo no nutrirnos de este alimento?
¿Cómo anunciar a Cristo sin alimentarse de la fuente de la comunión
eucarística con Él? ¿Cómo participar en la misión de la Iglesia sin cultivar el
vínculo eucarístico que nos une con cada hermano de fe, incluso con cada
hombre?
La Eucaristía es el Pan de la Misión, nos fortalece para continuar el
camino que Dios nos señaló y al cual nos llamó.

MES DE AGOSTO

LEMA : “Cristo Eucaristía, corazón del domingo.”

El domingo es el día de Cristo Resucitado, es la “fiesta primordial”, el


fundamento y núcleo de todo el año litúrgico, es el día de la celebración de
la presencia viva de Jesús Resucitado en medio de los suyos, por lo tanto
es muy importante que nos reunamos, no sólo para recordarlo, sino también
para vivirlo.
Todos en la familia tenemos obligaciones que debemos cumplir dentro
y fuera del hogar, pero necesitamos un momento determinado para
reunirnos en torno a la mesa y compartir los alimentos, las experiencias
vividas y expresarnos el amor fraterno. Así también, el Padre, en medio de
nuestras ocupaciones diarias nos invita, como gran familia a compartir su
banquete, a comer y a beber el Cuerpo y la Sangre de Cristo. A participar
cada domingo del mismo. De este alimento eucarístico que sostiene la
gracia de los diversos tipos de vocaciones y estados de vida ( ministros
ordenados, esposos y padres, hijos ...) e ilumina las diferentes situaciones
de nuestra existencia ( alegrías y dolores, problemas y proyectos,
enfermedades y pruebas ).
Cristo Resucitado es el que dirige, el Espíritu de Dios es el que va
transformando y resucitando a los hombres. Nuestro encuentro en la misa
ha de recordarnos que Dios nos llama a preparar en la vida diaria el
banquete que reserva a toda la humanidad. El fin de la Eucaristía no es
hacer a Jesús más presente, sino renovar y fortalecer la comunión entre Él y
los participantes en la mesa del Señor.
El nexo entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía está
especialmente puesto en evidencia en la narración de los discípulos de
Emaus ( Lc. 24, 13 – 35 ), guiados por Cristo mismo para entrar íntimamente
en su misterio a través de la escucha de la Palabra y la comunión del “Pan
partido”.
En la misa, nuestra fe nos lleva a recibir como Cuerpo y Sangre de
Cristo algo que todavía no parece ser más que pan y vino. Pero con Cristo
Resucitado se hace para nosotros alimento de vida. Mediante un gesto
visible participamos de una realidad que no vemos: entramos en comunión
de vida con Cristo.
El carácter propio de la misa dominical y la importancia que ésta
reviste para la vida cristiana, exige que se prepare con especial cuidado y se
distinga como celebración alegre y melodiosa, activa y participada. Por ello
hay que tener en cuenta los lugares de la celebración; el sentido y
modalidad de participación interior y exterior: en particular el respeto de los
“momentos” de silencio; las diferentes funciones de cada miembro,
ministerios y servicios; la dinámica de la celebración. Es aprender a “estar
en la Iglesia”, en una fiesta que es el centro de toda la vida Cristiana, es la
expresión más fuerte de nuestra unión con Dios en Cristo. Es Él quien nos
transforma, quien nos hace cosa suya: “Quien me come tendrá de mí la
Vida”. Amén.
MES DE SEPTIEMBRE

LEMA : “JESÚS MAESTRO, NOS ENSEÑA A VIVIR”

Jesús podría haber empezado su predicación con un título de


maestro y encontrar sus ayudantes entre los maestros de la Ley sinceros o
entre sacerdotes y fariseos de recto corazón. Pero no, prefirió formarse por
medio del trabajo manual, sin otra preparación religiosa que las reuniones
bíblicas de la sinagoga, sin más libro que la experiencia de la vida diaria. Y
hallaría a sus apóstoles entre la gente común, hombres sencillos pero
responsables. Jesús comparte la vida del pueblo y enseña con sus palabras
y actos; manifiesta una fuerza que impresiona a todos los presentes, habla
con autoridad.
Cristo era Dios, lo sabía todo. Jesús desde que nació tuvo que
experimentar y descubrir todo, sólo que desde el principio fue consciente de
ser el Hijo, aunque todavía no tuviera palabras para expresarlo. Recibió
educación humana de María, de José y de los hombres de Nazaret. Pero
también el Padre le comunicaba su Espíritu para que experimentara la
verdad de Dios en todas las cosas (Mc.6, 2–5). Lo importante tanto para Él
como para nosotros no era leer mucho y acumular experiencias sino ser
capaz de valorar todo lo que ocurría, de asumir un cambio interior (la obra
del Espíritu Santo en nosotros). Su sabiduría salía de Él mismo y en lo más
profundo de su ser se volvía evidencia y certeza para nombrar y juzgar tanto
el actuar de Dios como las acciones de los hombres.
Instruía a sus primeros discípulos y les comunicaba las enseñanzas
que transmitirían a los demás en la iglesia; a hombres jóvenes sin duda, que
estaban disponibles, en un tiempo y en una cultura en la que se era menos
esclavos de lo que somos nosotros de las obligaciones del trabajo.
Hoy Jesús, el maestro paciente y humilde, nos hace descubrir en toda
la vida y en nuestra misma cruz la misericordia de Dios, nos enseña a ser
fuertes frente a las tentaciones diarias sirviéndonos, igual que Él, de la
Palabra de Dios. Pero también nos llama la atención: “Ustedes pierden el
tiempo si tan solo escuchan y no dejan que lo que han escuchado de
mí dé sus frutos. Si empiezan a poner en práctica lo que han
escuchado recibirán de Dios nuevas fuerzas y conocimientos, de lo
contrario de nada les servirá esa fe que les he enseñado”.
Jesús penetra en nuestras conciencias y muestra a cada uno su
verdadero problema, nos levanta el ánimo mostrándonos signos de
esperanza. En cualquier situación hay algo que podemos hacer para
levantarnos. Y, antes de que empecemos, ya dispuso Dios algunos signos
de que no nos abandona y que debemos confiar totalmente en Él. Todo
depende de abrirnos a sus enseñanzas, a sus palabras; nos invita a
olvidarnos de la propia sabiduría y la amargura de las experiencias pasadas,
y ser capaz de recibir agradecido los dones de Dios y sus palabras siempre
nuevas.
El Maestro viene a nosotros de mil maneras: en nuestra comunidad
cristiana, en la oración común, en la Eucaristía, en la catequesis, en este o
aquel hermano que se abre a la fe, viene a nosotros dándonos fuerza y
sabiduría , viene en la oración personal dándonos la certeza íntima de su
presencia. Pero también viene en cada acontecimiento de la vida diaria, a
veces con su resurrección a través de hechos felices que traen vida y
alegría, y otras veces viene con su pasión y su muerte. Y es cuando más
debemos aferrarnos a Él , pues es el único que nos dará consuelo, paz,
resignación y aceptación con la fuerza de su Espíritu.
Jesús nos dice: “Enséñenles a cumplir todo lo que les he
encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el
fin de la historia” (Mt. 28,20). Nosotros estamos llamados a hacer la
voluntad del Padre tal como Jesús nos la reveló.
MES DE OCTUBRE

LEMA : “MARÍA, MADRE DE JESÚS EUCARISTÍA”

Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une


Iglesia y Eucaristía no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la
Iglesia. El encuentro con el “Dios con nosotros y por nosotros” incluye a la
Virgen María.
Cristo nos dio a María como madre y quiere que siempre la llevemos con
nosotros, que nos guíe a Jesucristo y nos introduzca en su Divino Corazón.
Refiriéndose a Juan, nos dejó a nosotros: ”Ahí os dejo cuanto de más
preciado tengo sobre la tierra”(Jn. 19,27). No nos quiere dejar huérfanos.
Una madre es indispensable. Y María es insustituible en nuestra vida de
cristianos. María es la Madre de los creyentes.
El creyente es miembro de una familia espiritual, y como para crecer
normalmente el niño necesita de un padre y de una madre, así el creyente
precisa de María y del Padre Celestial.
El creyente que recibe a María en su casa, al igual que Juan, no será un
fanático, ni un hombre razonador en su fe. Hay una forma de humildad, de
paz interior y de devoción sana y sencilla, propia de los que viven en la
Iglesia católica y que han sabido abrir sus puertas a María, sin que eso
implique echar fuera a Cristo.
María, Madre del Hijo de Dios. En su seno Dios se instaló, creció se hizo
bebé. En sus brazos se acunó, en sus ojos se miró, sobre su pecho se
durmió. De su mano comenzó a dar los primeros pasos por el mundo. Con
sus besos María lo ungió de cariño y ternura, con su corazón lo amó, como
sólo una madre puede amar.
María llevaba dentro de sí a Aquel por el cual existimos; alimentaba a
Aquel que es nuestro pan. ¡Qué gran debilidad y admirable humildad, en la
cual se esconde la divinidad! Él sostenía con su poder a la madre de la que
Él mismo dependía en cuanto niño; alimentaba con su verdad a aquella que
le alimentaba en su seno.
Para los cristianos María no es el agua, pero sí el caño que nos da el
Agua de la Vida; María no es el pan, pero sí el horno donde la harina se
dora y se convierte en Pan de Vida. María no es el “Cordero de Dios”;ella es
la dulce Pastora que lo cuida, defiende y alimenta. María no es la Luz del
mundo, sólo la lámpara que sostiene en sus brazos el cirio luminoso de su
Hijo. Para estar muy cerca de Jesús hemos de estar muy cerca de María.
Ella sabe muy bien cuál es su misión: acercar Cristo a los hombres, acercar
los hombres a Cristo. Muy cerquita de María tenemos garantizada la
cercanía de Jesús.
María es modelo de virtudes para todos los cristianos; es Madre de la
Iglesia, es esposa del Espíritu ; es espejo radiante de gracia y santidad; es
pastora solícita del rebaño de Cristo; es abogada y protectora de los
pecadores. Estas relaciones de María con la Iglesia y con sus hijos son
relaciones vivas, ardientes, profundamente enclavadas en el alma cristiana,
como se puede ver acudiendo a los santuarios de devoción mariana. Y
como lo haremos en el mes de octubre cuando peregrinemos a Río Blanco
para tener un encuentro profundo con Cristo, a través de Nuestra Madre, la
Virgen del Rosario.
María está presente en la Iglesia, y como madre de la Iglesia, en todas
nuestras celebraciones eucarísticas.
Tú , Madre de Dios,
eres la primera madre,
porque has engendrado al Salvador del mundo,
encarnado en tu seno.
Por esto, todos te proclamamos bienaventurada.
Oh María llena de gracia.
¡Oh Virgen y Madre!
Intercede por nosotros
ante Aquel que ha formado su cuerpo de ti,
para que nos libre de tentaciones y peligros.
Amén.
MES DE NOVIEMBRE

LEMA : “CRISTO REINA EN UN CORAZÓN QUE AMA”

...”Entonces, ¿Tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo has dicho: YO soy Rey.
Yo doy testimonio de la verdad, para esto he nacido y he venido al mundo.
Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz”. (Jn. 18,37)
Jesús se define a sí mismo como rey; no de un lugar específico sino de
todo el mundo, y su realeza no procede de ese mundo, pues su autoridad la
debe solamente al Padre que lo envió (Jn. 18,36) a dar testimonio de Dios.
Cristo se presenta como testigo y testimonio de un Reino de otro mundo.
El que cree en Dios y reconoce su autoridad en todos los ámbitos de la vida,
pertenece a ese reino y se convierte en su fiel servidor. El Reino de Dios ya
ha llegado a todo lugar donde los hombres han conocido a Dios por la
Palabra de Jesús.
El que ama verdaderamente, el que tiene a Jesús como Rey de su
corazón ama a todos los hombres sin ponerles rótulo o etiqueta; y como
ciudadanos de ese Reino debemos adoptar las actitudes para “ser de la
Verdad”: la lealtad, la obediencia y el amor al Rey que nonos abandona, que
nos da fuerzas para continuar y nos acompaña en nuestro caminar con su
Palabra y su presencia.
Hay una promesa de Jesús que siempre debemos tener presente: “Yo
estaré con ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20). Si creemos en
esa promesa debemos empeñarnos en “percibir” con todos nuestros
sentidos cómo está presente Jesús resucitado en nosotros y en medio de la
realidad cotidiana. Y nos da algunas pistas para que podamos descubrir esa
manera de estar entre nosotros: estar unidos a Él por la fe y el amor. Jesús
y su Padre se manifiestan a aquellos que lo aman y viven con intensidad su
Palabra. El Señor nos invita a creer y sentir su presencia en lo profundo de
nuestro corazón: “El que me ama será fiel a mi Palabra y mi Padre lo amará,
iremos a Él y habitaremos en Él”. ( Jn. 14,23)
El Reino de Dios no es esclavitud, ni opresión. No se trata de egoísmo
sino de comunión. Se trata de la capacidad de dar, de compartir, de
entregarse. Si Jesús reina en nuestro corazón y en nuestra vida,
trabajaremos para que su Reino llegue a todos los hombres, a todos los
pueblos, a los que tienen hambre, a los que no tienen trabajo, a los que
necesitan afecto, comprensión, a los que pertenecen a otra clase social o
nacionalidad; no por un deber para cumplir sino por amor al Rey, que es
Cristo.
Aceptar a Jesús como Rey implica abrir el corazón, comprender, perdonar,
convivir sin resentimientos...Indudablemente no es una tarea fácil. El Padre
sabe que tenemos defectos, pero en nosotros ha depositado su confianza.
Si aceptamos su presencia, Él nos hablará silenciosa y respetuosamente al
corazón despertando, nuestra conciencia, cambiando nuestro estado de
ánimo y nuestra historia personal, nos traerá paz verdadera, nos sentiremos
más seguros y fuertes, más generosos, más pacientes y serviciales, más
alegres, más libres, porque “donde está el Espíritu del Señor allí hay
libertad”. (1 Co 3,17 )
En la medida en que nos despojemos de nuestros egoísmos nuestra vida
empezará a llenarse de Dios. En la medida que lo dejemos Reinar en
nuestra vida podremos reflejar la suya en nuestros actos, en nuestras
palabras, en nosotros mismos. ¿Dónde? En cualquier lugar: el hogar, el
trabajo, el barrio, con las amistades, la familia...Cualquier momento y
situación son buenas para hacer algo en nombre de Jesús.
¿Hay espacio para el Rey de Reyes en nuestro corazón? ¿Lo dejamos
entrar? No cerremos nuestros corazones , dejemos que Dios reine en ellos.
El Reino de Dios está donde Dios reina y Dios está reinando ahí donde
puede actuar como Padre y donde sus hijos reconocen los proyectos que
tiene sobre ellos. Nos corresponde trabajar y sufrir para que llegue el Reino
de Justicia y Verdad, pero no está sujeto a nuestra buena o mala voluntad, a
nuestra flojera o indiferencia. El Reino de Dios vendrá con o sin nosotros,
porque en realidad, ya está.
MES DE DICIEMBRE

LEMA : “QUÉDATE CON NOSOTROS , SEÑOR”

“...pero le insistieron diciendo: Quédate con nosotros , ya está cayendo la


tarde y se termina el día. Entró, pues, para quedarse con ellos”. ( Lc. 24,29 )
Queremos Señor descubrirte y confirmarte cada día como el Maestro, el
Mesías, el Hijo de Dios, el Dueño de nuestras vidas. Reconocerte con los
ojos de la fe, abriendo el corazón a la acción poderosa y salvadora del
Espíritu Santo.
Si le permitimos Jesús caminará delante de la humanidad peregrina, junto
con nuestros más grandes desalientos y cumpliendo con su promesa: “Pues
donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo, en medio de
ellos”. ( Mt. 18,20 ) Jesús es el puente que nos une con Dios; a través de Él,
Dios está en relación con nosotros.
La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre
Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros. ( Mt. 1,23 ) Jesús nace de
María, es el propio Hijo Único del Padre, nacido de Dios desde la eternidad.
Es el niño que nos regala bendiciones, y se hace presente entre nosotros
trayendo gracia y paz. Es el Salvador de todos los hombres y no solamente
de los que se ubican en la Iglesia.
¡Cómo nos ama Dios; dejémonos contagiar por su infinito amor! Dios
envía a su Hijo para guiarnos a la Verdad, suyos son quienes buscan la
Verdad, y más aún suyos son quienes viven en la Verdad. La Verdad
consiste en vivir conforme a nuestra vocación de hijos de Dios.
Necesitamos como Nicodemo: “Nacer de nuevo”, reconocer nuestra
impotencia para vencer los obstáculos que nos separan de una vida más
auténtica. Por más que se haya acumulado experiencia y sabiduría, no es
suficiente para vivir según el plan de Dios. El hombre piensa, hace
proyectos y goza de la vida, pero es sólo vida según la carne, vida del
hombre que no ha despertado todavía.
La otra vida viene del Espíritu, es más misteriosa porque actúa en lo más
profundo de nuestro de ser. Y no se ve lo que Dios está obrando en él. Pero
el que abre su vida al Señor sabe que sus proyectos y ambiciones ya no son
los mismos de antes. Se siente a gusto con Dios, siente la libertad, no hay
temor, siente que el timón de la barca no la maneja él, sino el Señor.
Debemos renacer del agua y del Espíritu. Si bien recibimos el agua el día
del bautismo, no por ello uno empieza a vivir según el Espíritu. Estamos
llamados a confirmar ese bautismo cada día, a aceptar la Palabra de Dios y
a desprendernos de nosotros mismos para ser guiados por su Espíritu.
¿Quién es Jesús? ¿Cómo descubrirlo? Debemos descubrirlo por nosotros
mismos, quién es. Y en la medida en que lo vayamos descubriendo, iremos
también progresando en el camino de nuestra salvación. Llegados a ese
punto, reconocemos que Él es el Salvador y también tenemos la salvación
porque, al reconocer este camino, hemos adquirido la capacidad de ver las
cosas a la luz de Dios. Se necesita tiempo, experiencia y sufrimiento para
modificar nuestra manera de ver y descubrir el mundo y a los hombres tal
como Dios los ve.
Jesús es el Enviado de Dios a todos los hombres, se presenta como
Salvador del pueblo y viene precisamente cuando necesitamos su salvación,
porque las cosas no andan bien. Dios sabe hablar a todos los hombres por
medio de los acontecimientos y los encuentra allí mismo donde ellos
buscan.¿Y qué buscar primero? El Amor de Dios (Mc. 12,30 ): desvivirnos
por Él, olvidarnos de nosotros mismos para buscar todo lo que a Él le gusta,
comprender cómo ha guiado nuestros caminos. Para ello pedirle su ayuda
perseverando en la oración y la lectura bíblica.
En segundo lugar el amor al prójimo como así mismo (Mc.12,31 ), porque
no es posible entenderlo bien y menos aún cumplirlo si no existe ya el Amor
a Dios. El Amor a Dios y el amor al prójimo no se pueden separar. Pero Dios
nos pide mucho más que la solidaridad con el prójimo, mucho más que la
ayuda al que sufre. Nos pide esforzarnos por ver al hermano tal como el
Padre lo ve, procurarle lo que el Padre desea para él. Entre muchas obras
buenas que podemos hacer por el prójimo debemos elegir la que nos inspira
el Espíritu Santo. Y todo esto requiere que conozcamos a Dios primero y
que lo amemos.
Mientras vamos profundizando el misterio del Amor Divino que se nos
manifiesta en Jesús, nuestro amor se va identificando con el mismo Amor
eterno de Dios que, al fin actuará libremente a través de nosotros.
“En ese momento se le abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él
desapareció”. (Lc. 24,31). Que esta Navidad no sea una más, donde lo
importante gira alrededor de la comida o la vestimenta de esa noche; sino
procuremos reconocer en el Niño al Salvador de nuestras vidas, y que la
comida central sea la Cena del Señor y procuremos que la vestimenta no
sea la exterior sino la acción del espíritu en nuestro interior.
MES DE MAYO

LEMA : “EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA”

Muchas veces debemos reconocer nuestra impotencia como seres


humanos, para echar abajo las barreras que nos separan de una vida más
auténtica. A veces no necesitamos recibir tantas enseñanzas, sino un
cambio profundo en nosotros. De nada sirve acumular experiencias y
sabiduría si no abrimos el corazón a la acción del Espíritu Santo, porque de
Él recibimos la vida de los hijos de Dios. Pues Él actúa en lo más secreto de
nuestro ser.
El Espíritu es Persona Divina y no es otro que “Dios-que-se-comunica”.
Para entrar en la vida del Espíritu necesitamos conocer el plan de Dios
respecto de nosotros. Vemos al hombre desde afuera, las apariencias y los
actos exteriores, llaman la atención pero no vemos lo que Dios está obrando
en él. El creyente dócil a la actuación del Espíritu descubre poco a poco que
sus razones y ambiciones ya no son las mismas de antes; que su vida no la
orienta tanto él mismo como otro que viven él, aunque no se pueda explicar
bien lo que vive pero se siente a gusto con Dios y sin temor. Jesús compara
la actuación del Espíritu con el paso del viento, al que sentimos pero no
vemos ni tocamos (Jn. 3,8).
El hombre busca por todas partes algo para calmar la sed, pero casi
siempre encuentra aguas dormidas o quietas, pero Jesús trae ríos de agua
viva (Jn. 4,13), que es el don de Dios y que significa el Espíritu Santo. El
que bebe de esa fuente nota un cambio en sus decisiones, pues son más
libres, los pensamientos mejores, más ordenados.
La presencia de Dios en nosotros se debe a otra persona que es el
Espíritu Santo. Ni el Padre solo, al que nadie ha visto; ni el Hijo que se ha
manifestado, pueden hacerse uno con nosotros, pero sí lo pueden por el
Espíritu, al que deberíamos llamar “Dios-que-se-comunica”. Por eso
llamamos vida espiritual a nuestras relaciones con Dios.
El Espíritu guía a los creyentes e inspira su oración para que sea
escuchada. Oración que es el gemido del Espíritu Santo en nosotros y Dios
está esperando ese gemido, que es el único que lo puede conmover porque
ha salido de su propio corazón. Para orar hay que tomarse el tiempo para
escuchar, para acallar nuestros deseos y poner nuestra atención en Dios y
unirnos a su voluntad. Instruidos por el Espíritu pedimos con toda confianza
aquellas cosas que Cristo mismo desea de nosotros y al final hacemos las
mismas cosas que Él hizo: llevar a cabo las cosas que el Padre le pedía.
A veces, el hombre se cansa de la oración, pero si persevera y no se
desanima conseguirá mucho más de lo que hubiera podido desear.
Del Espíritu sacamos la fuerza para ser, en medio del mundo, testigos de
Jesús, de una nueva realidad inaugurada por Él; un reino de amor, de
justicia y de paz. Y no hay que buscar ese reino entre las nubes, está en
medio de nosotros y crece cada vez que nos dejamos guiar por el Espíritu
de Dios.
El Espíritu de Jesús nos viene por su Palabra, que nos ayuda a ver cómo
Dios continúa hablando en los acontecimientos actuales; ya sea en nuestra
propia vida , en nuestra comunidad o en el mundo. Y también por la
Eucaristía, Dios está cerca, haciéndose dueño de nuestras reacciones
íntimas.
El que vive según el Espíritu vive a la luz, y es consciente de ello. El
Espíritu nos da un conocimiento y una alegría de las cosas de Dios. Cada
día el Espíritu nos guía y nos inspira la manera de agradar a Dios. Si
nosotros le abrimos las puertas del corazón, nos vendrá una fuerza que no
viene precisamente del hombre sino de Dios; que quiere iluminarlo,
fortalecerlo, infundirle nueva vida y tomar posesión de él para siempre.
El Espíritu Santo sopla, a nosotros nos toca abrirnos totalmente a su
energía para que tengamos el avance que Dios quiere. Por Él se derrama el
amor de Dios en nuestros corazones. Él quiere transformarnos, compenetrar
nuestra oración y acción, capacitarnos para la entrega y moldear toda
nuestra vida personal y comunitaria.
Es el Espíritu Santo supremo principio de vida en Dios, quien nos lleva a
glorificar al Padre y al Hijo, y mediante nuestra cooperación quiere conducir
a los hombres a participar de esa comunión de vida.
Dejemos actuar al Espíritu de Dios en nuestra vida, no limitemos su
accionar y daremos los frutos que el Señor espera de nosotros.
MES DE JUNIO

LEMA : “YO SOY EL PAN DE VIDA”

Jesús contestó: “...Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. El
pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo. Yo Soy
el Pan de Vida. El que viene a mi nunca tendrá hambre y el que cree en mi
nunca tendrá sed” (Jn. 6, 32 – 35). El pan que baja del cielo no es una cosa,
sino Alguien, que nos comunica la vida eterna; pero para recibirlo se
necesita dar un paso, es decir, creer en Cristo. Dios se hace presente en
Jesús; Él es el que nos entrega todas las riquezas del Padre.
En cada misa renovamos la Cena del Señor, el Sacrificio de la Cruz y la
Resurrección, la expresión más fuerte de nuestra unión con Dios en Cristo.
Sobre el altar: pan y vino; los más elementales símbolos de la alimentación.
Ambos evocan la bondad de la vida en una mesa compartida. Pan y Vino
que Jesús convierte en “Eucaristía”, en alimento espiritual, muy especial: el
que coma de este pan vivirá eternamente.
Los cristianos creemos en la presencia real de Jesús en el pan y en el
vino consagrados. Presencia que invita a todos a comer y beber, que
significan el compartir; más aún, en la comunión no se concibe comer y
beber “a solas”. El gesto de comer y beber consistió en la unión entre Cristo
y nosotros; carne de Cristo resucitado y transformado por el Espíritu y por
eso da vida (Jn. 6,63). No una unión cualquiera, sino una unión similar a la
que une a Cristo con el Padre(Jn. 6,57). Esta unión es real y maravillosa.
La Eucaristía, alimento espiritual nos compromete a compartir el alimento
material. Es un contrasentido la “Eucaristía” sin solidaridad. Recibir el pan
eucarístico nos exige compartir también el amor fraterno, la unidad, la
generosidad con nuestros hermanos. Cada eucaristía debe desembocar en
un “nuevo comienzo” de nuestra vida cristiana ofrecida a los demás: la
familia, los amigos, los pobres, los necesitados, los enfermos, los excluidos,
las personas solas... Llevarlo de manera consciente y responsable al lugar
donde vivimos, trabajamos, estudiamos, transitamos, etc. ¿Qué significa
vivir el sacramento del pan partido y compartido, si soy incapaz de partir mi
pan con alguien? La Eucaristía es el Sacramento del servicio a Dios y a los
hermanos.
Compartir con nuestros hermanos nos identifica con Cristo y de esa
forma, la Eucaristía se hace vida para todos los hombres.
Los sacramentos hacen madurar la vida de Dios en nosotros y, en
particular, la Eucaristía, sacramento de la comunión, es el gran alimento en
el que Cristo se ofrece gratuitamente para nuestro consuelo y alegría.
Debemos ir a Él como a nuestro pan verdadero y recibir por medio de su
persona la vida eterna que nos hace falta. Tener “vida eterna” es tener una
vida semejante a la de Dios y permanecer en Él, vivir unidos a Él. Nos
transforma y nos hace más parecidos a Jesús.
En todo tiempo la mayor parte de la humanidad ha trabajado por su
alimento y su primera preocupación es asegurarlo para el mañana, porque si
no come dejará de vivir. Lo mismo debemos hacer con Jesús, trabajar por Él
y asegurarlo porque no tendremos vida sin Él. Si estamos unidos a Jesús
daremos frutos a través de nuestra vida y en relación con nuestros
hermanos. Si no producimos buenos frutos es porque realmente no
formamos parte del cuerpo de Jesús.
Jesús desea ardientemente entregarse a nosotros en la comunión, y se
humilló hasta hacerse un pedacito de pan, indefenso, que a veces se queda
olvidado en algún apartado o sagrario. Es Él quien nos amó hasta dar la
vida por nosotros clavado a una cruz. Por eso además del respeto y
adoración también se merece todo nuestro amor. Con el sacrificio de Jesús,
debemos aceptar que Dios nos dé la vida, que nos haga semejantes a Él y
nos prepare para reflejar su propia gloria.
Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús cuando partió el pan, no
antes. Sus corazones ardieron y lo distinguieron como el Salvador
Resucitado. Nosotros también debemos sentir arder nuestros corazones
cada vez que Jesús se ofrece en la misa. Y sin embargo cuantas eucaristías
carentes del verdadero sentido, sólo por costumbre, sin verdadero
encuentro, estar por estar, sin conciencia del valor de su presencia. Sólo Él
puede eliminar todo obstáculo porque pone todos los medios para ser
reconocido.
Concédenos Señor que Tu presencia en la Eucaristía nos haga crecer
más y más nuestro amor hacia ti y nos aumente la generosidad para que te
reconozcamos en el hermano necesitado. Amén.
MES DE JULIO

LEMA: “SERVIDORES DE LA VIDA”

El servidor es aquel que sirve a los demás. El primer servidor, el servidor


por excelencia es Jesús, servidor de su Padre e Hijo de su sirvienta; que
lavó los pies a sus discípulos (Jn 13) y quiso ser aquella noche el sirviente
de todos. Hizo un gesto destinado a enseñarnos, mejor que cualquier otro,
cómo es nuestro Señor y Dios.
Jesús, el servidor, muestra comprensión por los que están quebrados; es
fuerte y comprensivo con los débiles. Es el siervo obediente que fue
humillado, sometido al sufrimiento y a sus limitaciones para luego morir en
una cruz. Pero Dios lo glorificó, lo engrandeció y le dio el Nombre que está
sobre todo Nombre...( Fil. 2, 9 – 11). Siendo rico se hizo pobre, siendo el
primero se hizo el último, siendo Señor se hizo servidor; quiso identificarse
con los más humildes, los más afligidos, los más menospreciados.
Jesús, el “siervo” que escogió Dios para salvar al mundo es el maestro
humilde de corazón que nos descarga de nuestro peso. La humildad de
Jesús nos revela la de Dios mismo que nunca busca intimidarnos o
rebajarnos, por el contrario, quiere llevarnos hacia Él. Con esta humildad
podrá exigírnoslo todo porque no nos fuerza desde afuera, sino que su
influencia alcanza a lo más profundo del corazón.
Esta actitud de Jesús también debe ser nuestra actitud, si queremos
servir de verdad a Dios: identificarnos con los más humildes y compartir con
ellos como lo hizo el Señor. Debemos insistir en esta “humildad”, que es lo
que caracteriza al verdadero “servidor” del Reino de Dios. Muchas veces
nos comportamos como “dueños” de los servicios o de los compromisos que
asumimos tanto en la iglesia como en el mundo. No aceptamos que otros
puedan tener responsabilidades tan importantes o más que las nuestras
porque nos atribuimos con gran facilidad los méritos, las capacidades o los
conocimientos. Y no nos damos cuenta que sólo somos instrumentos y la
obra es de Dios.
Lo más grande del hombre no es su capacidad de razonar , sino el que
pueda decir a Dios: “Tu eres mi Padre y sentir que Dios nos responde tu
eres mi hijo o mi hija”.
El servidor podrá transmitir la Palabra de Dios y animar al que está caído
si él mismo la escucha cada mañana y tiene el oído abierto. Para sostener al
que está cansado, hay que ser enseñado por Dios, ser hombres y mujeres
de oración y dóciles al Espíritu del Señor. “Nadie conoce los secretos de
Dios sino su Espíritu y nosotros hemos recibido este Espíritu para conocer lo
que viene de Dios.” (1 Co. 2,11).
A menudo hablamos de dar , pero el Señor no nos pide primero dar sino
amar y amar primero a Dios, interiorizar el sentir de Cristo para ser sus
amigos y tenerlo como persona que nos ama y que actúa en nosotros. Lo
importante es que cada uno de nosotros esté vinculado con Él por la fe, la
oración y el culto a su Palabra. Y luego produciremos el fruto auténtico del
amor que debe brotar de su Espíritu y llevar su sello propio.
Luego amaremos al prójimo y le anunciaremos el llamado que Dios le
hace y lo ayudaremos a crecer como persona, superando debilidades y
temores. Debemos recordar que Jesús es el que nos escoge y nos envía al
mundo a dar frutos. Somos escogidos por Dios, bautizados y ungidos en el
Espíritu Santo y enviados para entregar nuestras vidas, amar a los
enemigos, reunir a todos y llevar la Palabra de Vida.
En la vida del hogar hay muchas cosas que parecen necesarias y
primordiales como limpiar, preparar la comida, cuidar a los hijos, etc. pero si
con todo esto ya no nos queda tiempo para dedicar a los demás, ¿de qué
vale esa vida?
Jesús nos pide a cada uno el desprendimiento de “nuestras cosas” y
mirar al prójimo que me necesita: cuántos niños en hospitales, ancianos en
hogares o enfermos esperan la respuesta de Dios. Una palabra, un beso o
un abrazo que los anime y que los haga sentir y recordar que están vivos.
El Señor nos invita a mirar más allá de nuestras comunidades, hacia los que
todavía no han recibido el anuncio del Reino de Dios. Compartir nuestras
experiencias con los demás.
MES DE AGOSTO

LEMA : “JESÚS SALVADOR, CAMINO, VERDAD Y VIDA”

Alguna vez nos preguntamos ¿Quién es Jesús?, ¿Lo sabemos?...


Debemos descubrir por nosotros mismos quién es Él.
Pues Él nos ofrece nada menos que compartir la vida de Dios, y en la
medida que lo vayamos descubriendo iremos progresando en el camino de
nuestra salvación, la liberación total del hombre. Se necesita tiempo,
experiencia, abandono, perseverancia y sufrimiento para conocerlo y
cambiar nuestra manera de ver a los hombres y al mundo tal como Él los
describe.
Cuando lleguemos a ese punto reconoceremos que Jesús es el
Salvador y también tendremos la salvación porque al recorrer ese camino
habremos alcanzado la capacidad de ver las cosas a la luz de Dios.
Jesús revela el plan de Dios, nos descubre lo que no podemos saber por
nosotros mismos. Somos cristianos si creemos en el testimonio de Jesús
respecto de Dios y de su plan de salvación . Y en este plan había que
aceptar que “El Hijo del Hombre debía morir en la cruz y resucitar”. Se
nos presenta al Salvador de los hombres por el sufrimiento y más todavía
por el sacrificio voluntario del que acepta llevar sobre sí el pecado del
mundo. Dios hecho hombre que se rebajó a sí mismo hasta la muerte en la
cruz. (1 Pe. 2,24).
En este plan se juntan la actuación de Dios y la cooperación del hombre.
Cristo no cumplirá solo su obra de salvación, la cual ha de realizarse a lo
largo de la historia. Jesús quiso y quiere formar un cuerpo con la minoría
que cree, que sufre y persevera preparando la salvación del mundo: realizar
la alianza definitiva de Dios y de los hombres en el amor y la fidelidad.
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
Mí”(Jn. 14,6). Jesús es la puerta para llegar al Padre y el camino, la cruz. La
verdad está en su Palabra y la Vida es Él.
Jesús se hizo hombre precisamente para que viéramos en Él al Padre.
Siguió su camino, tan desconcertante para nosotros, para que, al meditar
sus actos, fuéramos progresando hacia la verdad. Pues al comenzar este
recorrido no entendemos bien sus propósitos pero con el tiempo
descubrimos al Señor y comprendemos que su camino es el nuestro.
Pasando por la cruz y la muerte, conquistaremos nuestra propia verdad y
llegaremos a la vida .
Jesús nos dice que seguirlo a Él es seguir el mismo camino que lo llevó a
la cruz. Para llegar a nuestra madurez debemos renunciar a nuestra vida;
cargando libremente con obediencia y los sacrificios que el Padre nos
propone diariamente. Y encontraremos también algo mucho más grandioso
que lo que sacrificamos: la libertad interior y la felicidad verdadera (Mc.
10,30).
Cuantas veces morimos por nuestras faltas, y al igual que Lázaro
necesitamos resucitar por medio del llamado de Cristo: “Yo soy la
resurrección y la vida. El que cree en mi, aunque muera, vivirá”
(Jn.11,25).
¿Creemos esto? Si contestamos como Marta : “Sí Señor, yo creo que
Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”
(Jn.11,27), entonces recibiremos el perdón y volveremos a vivir.
Cristo nos hace entrar en la familia divina que comparten todo y son un
único Dios. Cristo está en el Padre y el Padre en Él y ponen su morada en
nosotros a través del Espíritu Santo. Estamos tan cerca de Dios como
Jesús, si creemos y actuamos como Jesús lo hace.
Señor, Tu que ves en nuestros corazones, que tu Espíritu entre en
nosotros y nos haga estar a tu lado y defender tu Palabra que es Verdad,
Camino y Vida para todos los pueblos.
MES DE SEPTIEMBRE

LEMA:“EN CRISTO ENCONTRARÁS EL VERDADERO


SENTIDO DE TU VIDA”

Hay momentos en la vida en que uno entra en crisis, está desganado,


no le gusta nada, se siente mal. Crisis físicas, morales, familiares,
espirituales...la lista puede ser interminable. La sociedad está sobrecargada
de exigencias en todos los niveles, son un cúmulo de agobios difíciles de
aguantar y soportar.
Nuestra vida está llena de momentos de duda y de no saber qué
camino tomar. Porque existen caminos en la vida de las personas que nos
llevan necesariamente a un fin. Caminos fáciles o difíciles y se tiene la
costumbre de “probar un poco de todo”.
¿Cómo salir de una crisis? Ante toda situación , algo hay que hacer, no
debemos quedar estancados en ella, lamentándonos o enfureciéndonos.
Pueden ayudarnos quienes nos rodean pero la mayor parte debe ponerla
cada uno.
Estar en crisis es como haber caído en un pozo, y es más profundo
cuanto más honda es la crisis. Sólo vemos las paredes negras y el fondo,
pero no se nos ocurre mirar hacia arriba, donde está la luz y el cielo azul.
Y en esa luz y en ese cielo azul está Dios. Dios que es Padre, Dios que
es amigo, Dios que tiene siempre una mano disponible para tenderla al que
está en la mala. Cristo es único camino en la vida y da sentido a tú vida. L a
vida se llena de sentido cuando asumimos responsabilidades y trabajamos
con alegría, procurando hora a hora construir un mundo más humano,
según el proyecto de Dios. Todo tiene sentido cuando vivimos el día de hoy
con tal entusiasmo, confiando que la jornada de mañana será espléndida.
Dios quiere que nos realicemos; nos ha creado para el éxito, no para el
fracaso. Si le permitimos el caminará con nosotros y todo será más fácil.
Qué importantes somos a los ojos de Dios, si nos dejamos llevar y dirigir
como niños por su mano, Él nos guiará y cuidará siempre, en todo
momento.
A veces nos cuesta ver al Señor en medio de nosotros y sobre todo en
los momentos en que el dolor y la cruz oscurecen nuestra mirada y nos
invaden la angustia y el miedo. Pero Él llega para ayudarnos, para hacernos
descubrir en toda la vida y en nuestras cruces la misericordia de Dios, sin
desanimarnos y manteniéndonos firmes a pesar de los obstáculos. El
proyecto de Dios para cada uno de nosotros sigue en pie en medio de los
problemas y las crisis, sólo debemos confiar y continuar caminando.
Día a día constatamos que el tiempo no está en nuestras manos, que
no somos dueños de nuestra vida, somos administradores de Dios, quien
depositó en nosotros, con gran confianza, este gran tesoro que es la vida. Y
si verdaderamente nos inunda el gozo de haberlo descubierto, no dudemos
en vivirlo y en mostrarlo al mundo, en cada uno de nuestros gestos.
Los jóvenes son los principales protagonistas de este nuevo milenio,
pero también las principales víctimas y cuántos de ellos no encuentran
sentido en su vida. Muchos adultos criticamos su accionar; hoy como nunca
debemos acompañar y reflexionar junto con ellos en su búsqueda de
construir el propio proyecto de vida.
Tienen muchos valores para ofrecer al mundo de hoy: la
espontaneidad que les permite expresarse cómo son y cómo se sienten; la
amistad los hace querer y dejarse querer por los demás; el espíritu de
lucha los ayuda a comprometerse con sus deseos; la audacia los hace
capaces de asumir tareas sin temor a las dificultades y al desánimo frente a
lo que aparece como imposible de cambiar. Pero no todos viven esos
valores, sólo es cuestión que se les haga conocer para que los sepan ver.
Y esa tarea nos toca muy de cerca a nosotros y a la Iglesia misma, de
motivar e involucrar a los jóvenes y hacerles conocer a Jesús vivo que
responde a todas sus inquietudes para que sus vidas tengan sentido y
esperanza.
Encontrarse con el Señor no es difícil. Buscarlo es una manera de
empezar a encontrarlo. Los jóvenes son sal y luz de la tierra, el fermento de
la masa, el futuro de la sociedad. ¡Felices los jóvenes que encontraron en
Jesús el sentido de su vida! Pues esto les ayudará a superar las
dificultades exteriores y los sufrimientos interiores.
“No hay amor más grande que ofrecer la vida por los que se ama”. (Jn
15, 13) Y Dios nos AMA, ¿Lo crees?
MES DE OCTUBRE

LEMA : “MARIA, NOS ENTREGA AL SEÑOR DE LA VIDA”

“Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal como has dicho”
(Lc.1,38). Como perfecta hija del Padre, María se entrega
incondicionalmente a su voluntad y la hace propia.
El consentimiento de María es un profundo acto de fe y sabe que no se
entrega a la voluntad fría e impersonal de un Dios que a la distancia le dicta
órdenes. Se adhiere a las disposiciones del Dios que la ama personalmente.
Su aceptación le cambió el rumbo al mundo entero, ese SI fue la
respuesta de la vida, para que el autor de la Vida se haga carne y ponga su
morada en nosotros.
María es la elegida por Dios para recibir a su propio Hijo en un acto de
fe perfecta. Recibió sin reservas a la Palabra única y eterna del Padre.
El Salvador ha sido deseado y acogido por una madre, por una
jovencita que acepta libre y conscientemente ser la servidora del Señor, y
llega a ser la Madre de Dios. Ella daría a Jesús su sangre, sus rasgos
hereditarios, su carácter, su primera educación y tenía que crecer a la
sombra del Todopoderoso.
Dios no necesitaba una servidora para dar a su Hijo un cuerpo humano,
sino que le buscaba una madre y, para que María lo fuera de verdad, era
necesario que Dios la hubiera mirado con amor antes que a cualquier otra
criatura. Por eso le dijo: “Lena de Gracia”.
Jesús, al nacer del Padre y de María es la Alianza entre Dios y la familia
humana, y en eso se arraiga la fe de la Iglesia: “Jesús es verdadero Dios y
verdadero Hombre”.
María ocupa un lugar único en la obra de nuestra salvación. Es la
maravilla única que Dios quiso realizar en los comienzos de una humanidad
reformada a su semejanza.
María es aquella que dio lugar a la Palabra de Dios en su vida, que la
dejó resonar dentro de sí desde la primera palabra del ángel en la
Anunciación, hasta las últimas palabras de Jesús en lo alto de la cruz.
Demostró su adhesión a Dios y dejó que se manifestase en ella el Reino de
Dios.
El SI de María no significó ausencia de sufrimientos; por el contrario, no
se le ahorró el dolor, lo mismo que a su Hijo. El dolor propio de los que viven
en el mundo. Y en ella también aprendemos a vivir la aceptación en los
momentos de la vida, sobre todo en los más difíciles. Ella se ha convertido
en la Madre del dolor. Dolor de una mujer que confía en las promesas, dolor
que se convierte en “esperanza cristiana”. Un dolor que es necesario para la
alegría de la salvación. Posiblemente es ahí donde María comprendió el por
qué de todas las cosas que su amado Hijo pasó, para salvarnos y
redimirnos con el Padre y , sintió alivio; pero también dio gracias por la
nueva vida que los cristianos estaban por comenzar.
María no es figura del pasado, su SI en la Anunciación, ratificado en el
Calvario, nos engendró a la nueva vida de Cristo. Ella intercede ante el
Padre para que Cristo crezca en nosotros y su Reino se consolide en la
tierra. Su súplica es poderosa porque Dios no desatiende a la Madre de su
Verbo Encarnado. María es la “omnipotencia suplicante”.
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Pero la misión
Maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni
disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su
eficacia.
María manifiesta el designio de amor que marca toda su existencia.
Dios la amó por sí mismo, la amó por nosotros, se la dio a sí mismo y nos la
dio a nosotros (Jn 19,27).
Para nosotros, los jujeños, María es la Madre que peregrina junto a su
pueblo, es la mediadora, mujer de la contemplación y la oración, que quiso
quedarse en nuestros corazones.
Dios creó a la mujer con un valor único e inmenso, el de ser MADRE,
con todos sus carismas: ternura, sacrificio, dolor, entrega...
¡ Qué Dios bendiga a todas las Madres!

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