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protagonista de Criptonomicón,
estuvo con el genio británico Alan
Turing y conoció a su opositor
germano Rudy von Hacklheber, su
antepasado Daniel Waterhouse no
ha de ser menos. Con el curioso y
sorprendente enlance que
proporciona el misterioso Enoch
Root, Neal Stephenson nos lleva
ahora a la segunda mitad del siglo
XVII, justo cuando John Wilkins
acaba de crear la Royal Society
británica que se esfuerza por
racionalizar y profundizar el nuevo
empirismo, enfrentarse a la alquimia
y, en definitiva, inventar la nueva
ciencia moderna. Como su
descendiente Lawrence, el
Waterhoust de Azogue, Daniel, es a
la vez amigo del británico Newton y
del germano Leibniz. Sus aventuras
en esa segunda mitad del siglo XVII
van siguiendo el nacimiento de la
ciencia moderna con la intervención
estelar de figuras históricas de
indiscutible importancia como
Newton, Leibniz, Hooke, Boyle,
Huygens, Pepys, Penn, Wilkins y
tantos otros. Tras el indiscutible tour
de force que representó
Criptonomicón, Stephenson se
atreve a novelar cómo pudo ser el
nacimiento del mundo moderno, la
creación de la ciencia y el paso de
la alquimia al empirismo y el
racionalismo. Y lo hace con la
misma facilidad y amenidad que
sorprendieron a todos en
Criptonomicón, con es mezcla
inseparable de historia, aventura,
ciencia, hechos verdaderos e
invenciones, y enfrentando la locura
al racionalismo, la alquimia al
empirismo y sin olvidar, por si
alguien pudiera echarlos de menos,
conceder un papel a los mismísimos
piratas. Azogue es el primer
volumen de las tres trilogías que han
de formar el llamado Ciclo Barroco.
La diversión y la reflexión están
servidas. Y no ha hecho más que
empezar...
Neal Stephenson
Azogue
Ciclo Barroco 1
ePUB v1.0
Aldog 03.12.11
Título Original: Quicksilver
Traductor: Pedro Jorge de Romero
Autor: Neal Stephenson
©2003, Ediciones B
Colección: Nova Ciencia Ficción, 164,
171, 173
ISBN: 9788466611367 /
9788466614726 / 9788466615778
Para la mujer, de arriba
Libro Uno - Azogue
Presentación
Es fácil reconocer que
CRIPTONOMICÓN ha sido el gran
éxito de la ciencia ficción en España en
los últimos años: Las múltiples
ediciones que hemos tenido que hacer de
esa novela en muy corto espacio de
tiempo demuestran el impacto que ha
tenido entre los lectores y, en definitiva,
el interés de una obra que supera, con
mucho, el ámbito habitualmente
reducido de la ciencia ficción.
Escribir la continuación de esa
novela, verdadero hito de la narrativa de
principios del siglo XXI, era un
verdadero problema. Y debo decir que
se me hacía francamente difícil
vislumbrar por dónde podía continuar
Stephenson ese asunto de los
Waterhouse, los Shaftoe, el misterioso
Enoch Root e, incluso, esa isla Qwghlm
en la que se habla sin vocales…
La respuesta de Stephenson sido
sorprendente: no una continuación hacia
el futuro, sino una inesperada
continuación que transcurre en el
pasado, pero que mantiene un evidente
nexo de unión con la historia y los
personajes de CRIPTONOMICÓN.
En CRIPTONOMICÓN, Enoch Root
moría aparentemente durante la Segunda
Guerra Mundial, para reaparecer más
tarde enviando mensajes de e-mail a los
protagonistas de lo que ocurría después.
Por eso no ha de extrañar que en
AZOGUE le veamos de nuevo, esta vez
tres siglos antes de lo narrado en
CRIPTONOMICÓN.
Con el curioso y sorprendente enlace
que proporciona este misterioso Enoch
Root, Neal Stephenson nos lleva en
AZOGUE a la segunda mitad del siglo
XVII, justo cuando John Wilkins acaba
de crear la Royal Society británica que
se esfuerza por racionalizar y
profundizar el nuevo empirismo,
enfrentarse a la alquimia y, en definitiva,
inventar la nueva ciencia moderna. Si
Lawrence Pritchard Waterhouse,
protagonista de CRIPTONOMICÓN,
estuvo con el genio británico Alan
Turing y conoció a su opositor germano
Rudy von Hacklheber, su antepasado
Daniel Waterhouse no ha de ser menos.
Como su descendiente Lawrence, el
Waterhouse de AZOGUE, Daniel, es a la
vez amigo del británico Newton y del
germano Leibniz. Sus aventuras en esa
segunda mitad del siglo XVII
acompañan el nacimiento de la ciencia
moderna con la intervención estelar de
figuras históricas de indiscutible
importancia como Newton, Leibniz,
Hooke, Boyle, Huygens, Pepys, Penn,
Wilkins y tantos otros.
Y AZOGUE es tan sólo el primer
libro del primer volumen de los tres que
han de formar el CICLO BARROCO.
En esta curiosa continuación del
CRIPTONOMICÓN, Stephenson ha
optado por escribir tres macro-
volúmenes de más de mil páginas cada
uno. El conjunto compone el llamado
CICLO BARROCO. Los títulos
previstos para esos tres macro-
volúmenes son: AZOGUE (2003), LA
CONFUSIÓN (del que se prevé su
aparición en inglés en 2004) y EL
SISTEMA DEL MUNDO (previsto
también en 2004).
Por el momento, para la edición
española de AZOGUE, el volumen uno
del CICLO BARROCO, se ha optado
por hacerlo en tres libros, respondiendo
a la estructura explícita del original y
respetando sus títulos internos:
Miquel Barceló
Invocación
Manifiesta tus intenciones, Musa. Sé
que estás ahí.
Queridos bardos que sufrieron por tu
culpa han dicho que eres luminosa como
una llama, pero voluble como el aire.
Mi pluma y yo, sumergidos en sombra
líquida, podemos extender mucha
oscuridad, a lo largo de días y resmas
pero sin ti, no puede haber luz.
¿Por qué ocultarte en las sombras,
cuando estás envuelta en fuego?
Aguijonea la noche con azotes de luz.
Arráncate tu turbio sudario. Concédeme
lo que requiero.
Pero no te encuentras en la
oscuridad. Creo que nado, como los
calamares, en nubes de mi propia
autoría para ti, ofensivas. Para nosotros
dos, opacas.
Lo que así queda constituido, sólo
una pluma puede atravesarlo. Aquí tengo
una; empecemos.
Aquellos que asumen
las hipótesis como
primeros principios de
sus elucubraciones puede
que efectivamente formen
un ingenioso relato, pero
un relato seguirá siendo.
Roger Cotes,
prefacio a Principia
Mathematica de sir Isaac
Newton, segunda edición,
1713
Asentamiento de
Boston
12 de octubre de 1713,
10:33:52 A.M.
Enoch en Boston
Hobbes, Leviatán
Enoch en Inglaterra, 1655
Entonces vi en mi
sueño que el hombre
echaba a correr.
Cuando no se había
alejado demasiado de
su propia puerta, su
mujer e hijos se
dieron cuenta y
empezaron a gritarle
que regresase: pero
el hombre se metió
los dedos en las
orejas y siguió
corriendo mientras
gritaba: «Vida, vida,
vida eterna.» Así que
no miró a su espalda,
sino que corrió hacia
el centro de la
llanura.
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
La Minerva ya ha levado anclas,
empleando la marea alta para ampliar la
distancia entre la quilla y ciertas
obstrucciones en la entrada de la bahía.
A Daniel lo llevarán en un bote a unirse
a ella. Godfrey, medio dormido, besa
debidamente a su viejo padre y
presencia su partida como si fuese un
sueño —eso es bueno, porque
posteriormente podrá ajustar sus
recuerdos a medida que sea necesario—
como un juego de ropas modificado
cada seis meses para ajustarse a un
cuerpo que crece. Wait Still permanece
junto a Faith, y Daniel no puede evitar
pensar que forman una pareja
encantadora. Enoch, el rompehogares,
permanece al final del embarcadero,
culpablemente apartado, con el pelo
plateado flameando como un fuego
blanco bajo la luz de la luna llena.
Una docena de esclavos maneja con
energía los remos, obligando a Daniel a
sentarse, no vaya a ser que el bote le dé
un golpe y lo deje flotando en el puerto.
En realidad no es que se siente sino más
bien se echa y tiene suerte. Desde la
orilla probablemente haya parecido una
caída, pero sabe que ese momento de
torpeza será eliminado de La Historia
que algún día vivirá en los recuerdos de
los Waterhouse americanos. La Historia
está en excelentes manos. La señora
Goose ha venido para mirar y
memorizar, y posee un aterrador talento
para esas cosas, y Enoch también se
queda, en parte para cuidar del residuo
físico del Instituto de Artes
Tecnológicas de la Bahía Colonial de
Massachusetts, pero también en parte
para cuidar de La Historia y asegurarse
de que adquiere una forma y se transmite
ventajosamente para Daniel.
Daniel llora.
Los sonidos de lloriqueos y jadeos
ahogan casi todo lo demás, pero es
consciente de una música extraña y baja:
los esclavos han empezado a cantar.
¿Una canción de remeros? No, tendría
un ritmo pesado tun-ton-ton, y ésta es
mucho más complicada, con el ritmo en
los lugares incorrectos. Debe de ser una
tonada africana, porque han jugado con
algunas de las notas, haciéndolas más
planas de lo que deberían ser. Pero al
mismo tiempo es extrañamente
irlandesa. En las Indias orientales no
faltan esclavos irlandeses, donde estos
hombres cayeron por primera vez bajo
el látigo, lo que podría explicarlo. Es
(dejando de lado las elucubraciones
musicológicas) una canción totalmente
triste, y Daniel sabe por qué: al subir al
bote y ponerse a llorar le ha recordado a
cada uno de esos africanos el día en que
fueron atrapados, encadenados,
enviados a la costa de Guinea y
cargados en un alto barco.
En unos minutos han perdido de
vista los embarcaderos de Boston, pero
siguen rodeados de tierra: los muchos
islotes, rocas y tentáculos de piedra que
forman el puerto de Boston. Sus
progresos los observan hombres muertos
colgando de patíbulos oxidados. Cuando
se ejecuta a los piratas, es porque han
estado en alta mar violando la ley del
almirantazgo, cuya jurisdicción sólo' se
extiende hasta la marca de la marea alta.
La lógica implacable de la ley dicta que
los cadalsos de piratas deben, por tanto,
erigirse en la zona de oscilación de la
marea, y que los cadáveres de los
piratas deben bañarse tres veces en la
marea antes de ser retirados. Por
supuesto; la simple muerte es demasiado
buena para los piratas, y por tanto la
sentencia exige que sus cadáveres se
ahorquen en jaulas de hierro cerradas de
forma que jamás puedan recuperarse y
recibir un entierro cristiano.
Nueva Inglaterra parece tener tantos
piratas como marineros honrados. Pero
aquí, como en tantas otras cosas, la
Providencia ha sonreído a
Massachusetts, porque el puerto de
Boston está repleto de islas pequeñas
que se cubren durante la marea alta,
ofreciendo vastos recursos para la
ejecución de piratas y terrenos para el
cuelgue. Casi todo ese espacio está
ocupado. Durante el día, los cadalsos
quedan oscurecidos por nubes de
pájaros hambrientos. Pero en medio de
la noche, las aves están en Boston y
Charleston, dormitando en sus nidos de
pelo de pirata. La marea es alta, los
arrecifes están sumergidos, los apoyos
se elevan directamente de entre las olas.
Y por tanto a medida que los esclavos
que cantan llevan remando a Daniel a lo
que asume será su último viaje,
veintenas de piratas disecados y
convertidos en esqueletos, suspendidos
en el aire sobre el mar iluminado por la
luna, le observan pasar, como si fuese
una guardia de honor ceremonial.
Lleva más de una hora alcanzar la
Minerva, justo después de haber dejado
atrás las zonas poco profundas de la isla
Spectacle. Su casco tiene forma de
barril y se curva sobre ellos. Se lanza
una escala. El ascenso no es fácil. La
gravitación universal no es su único
oponente. Olas altas, saltando del
Atlántico norte, lo alejan del casco. Con
exasperación, la subida le recuerda todo
tipo de dogmas puritanos que ha
intentado olvidar; la escala se convierte
en la de Jacob, el bote de sudorosos
esclavos negros en la Tierra, el barco en
el Cielo, los marineros situados en los
aparejos iluminados por la luna en
ángeles, el capitán es Drake en persona,
que ascendió hace muchos años, y que le
exhorta a subir más rápido.
Daniel abandona América,
convirtiéndose en parte del conjunto de
recuerdos del país, el abono de estiércol
del que crecen tallos verdes. El Viejo
Mundo alarga su mano para atraparle: un
par de marineros hindúes, sus cuerpos y
aliento llenos de azafrán, asafétida, y
cardamomo, se apoyan sobre la baranda,
agarran sus frías manos blanquecinas
entre sus cálidas manos oscuras, y tiran
de él como si fuese un pescado. Una ola
pasa bajo el casco en ese preciso
instante y caen sobre cubierta en una
confusión orgiástica. Los arriadores se
ponen en pie y se ocupan de recoger su
equipaje por medio de cuerdas.
Comparado con el pequeño bote, con el
gemido y chapoteo de los remos y el
gruñido de los esclavos, la Minerva se
mueve con el silencio de una nave bien
ajustada, lo que significa (eso espera) su
armonía con las fuerzas y campos de la
naturaleza. Esas olas atlánticas hacen
que la cubierta a sus pies se acelere
suavemente arriba y abajo, moviendo su
cuerpo sin esfuerzo; es como
encontrarse en el vientre de la madre
cuando ella respira. Así que Daniel se
queda tendido durante un rato, mirando a
las estrellas, puntos geométricos blancos
sobre una pizarra, cuadriculada por
sombras de aparejos, una red
explicatoria de curvas catenarias y
secciones euclidianas, como una de esas
pruebas geométricas en los Principia
Mathematica de Newton.
Colegio de la
Santísima e Indivisa
Trinidad, Cambridge
1663
A un idiota se le
puede enseñar por
costumbre a escribir
y leer, pero a ningún
hombre se le puede
enseñar el genio.
Memorias del
ilustre villano John
Hall, 1708
Daniel e Isaac en Trinity,
1663
Hobbes, Leviatán
Daniel a bordo de la
Minerva
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
Feria de Stourbridge
John Donne,
Elegía por M.
Boulstred
Año de la plaga: Drake y
Daniel en casa
Drake Waterhouse
Londres
—¿Qué es este documento, Padre?
—Un vale de orfebre. La gente
empezó a usarlos más o menos cuando
partiste para Cambridge.
—¿Por qué dice «el portador»? ¿Por
qué no «Daniel Waterhouse»?
—Bien, exactamente eso es lo
bueno. Podrías, si quisieses, emplearlo
para pagar una deuda de una libra:
simplemente se lo entregas a tu acreedor
y él podría ir hasta Ham y obtener una
libra en monedas del reino. O podría
emplearlo para pagar sus propias
deudas.
—Comprendo. Pero en este caso
simplemente significa que tengo que ir a
la ciudad y entregárselo al tío Thomas, o
a uno de los otros Ham…
—Harán lo que indica el papel.
Era, por tanto, un ejemplo normal
del fanatismo innato de Drake. Daniel
podía irse sin problemas a Epsom, la
sede de John Comstock, el ultra-
anglicano, y estudiar Filosofía Natural
hasta, literalmente, el Fin del Mundo.
Pero para obtener los medios, deberá
demostrar su fe atravesando Londres en
plena plaga. Una prueba.
A la mañana siguiente: con un abrigo
y un par de botas de montar bajas,
aunque era un cálido día de verano. Un
pañuelo para respirar a través.10 Un
suministro mínimo dé camisas limpias y
calzoncillos (si se sentía bien al llegar a
Epsom mandaría que le enviasen más).
Un número pequeño de libros, diminutos
volúmenes en octavo de estudiante
escritos por los habituales sabios del
continente, con sus márgenes y espacios
entre líneas ahora llenos de sus notas.
Una carta que había recibido de Wilkins,
con un añadido de Robert Hooke,
durante un raro torrente de correo la
semana pasada, todo acabó en una bolsa,
la bolsa al extremo de un cayado, y el
cayado sobre el hombro; le daba un
ligero aspecto de vagabundo, pero
muchas personas de la ciudad se habían
pasado al robo, ya que las fuentes
habituales de empleo habían
desaparecido, y había buenas razones
para parecer pobre y llevar un buen
palo.
Drake, a la partida de Daniel:
—Le dirás al viejo Wilkins que no
le tengo en menor consideración por
haberse convertido en anglicano, y que
tengo la confianza más serena de que lo
ha hecho con el interés de reformar la
Iglesia, que como sabes ha sido el fin
último de los que somos despreciados
por otros puritanos.
Y para Daniel:
—Deseo que tengas cuidado de que
no te infeste la plaga… no la peste
negra, sino la plaga del escepticismo tan
de moda entre el grupo de Wilkins. En
cierto modo, tu alma podría estar más
segura en un burdel que entre ciertos
miembros de la Royal Society.
—No es escepticismo por sí mismo,
padre. Simplemente comprender que
estamos sujetos al error y que es difícil
observar nada con imparcialidad.
—Eso está bien cuando hablas de
cometas.
—En ese caso, no discutiré de
religión. Adiós, padre.
—Que Dios sea contigo, Daniel.
Año de la plaga: Daniel en
Londres
Hobbes, Leviatán
Año de la plaga: Epsom,
verano
PENAS CAPITALES
PENAS NO CAPITALES
Limitación
en
un lugar: APRISIONAMIENTO,
encarcelación, arresto, custodia,
reclusión, encierro, internamiento,
confinamiento, aherrojamiento,
enjaulamiento, aislamiento, apartamiento
por un instrumento: ATADURAS,
cadenas, grilletes, esposas, hierros.
Fuera de un lugar o país, ya sea
con permiso para cualquier otro:
EXILIO, expulsión
confinamiento a otro:
RELEGACIÓN
REPUTACIÓN, YA SEA
BIENES; YA SEA
DIGNIDAD Y PODER;
RETIRÁNDOLE A UNO
su grado: DEGRADACIÓN,
destitución, retirada
su capacidad para ocupar cargos:
INCAPACITACIÓN, baja, disminución,
rechazar, inhabilitación
su capacidad para ocupar cargos:
INCAPACITACIÓN, baja, disminución,
rechazar, inhabilitación.
Ned Ward, El
club de los sabios
Año de la plaga: Epsom,
otoño
Comúnmente los
reyes, aunque fuertes
en legiones, no son
sino débiles de
argumentos; al estar
acostumbrados desde
la cuna a emplear su
voluntad
exclusivamente como
la diestra, la razón
siempre como la
siniestra. Por tanto,
inesperadamente
limitados a ese tipo
de combate,
demuestran ser
adversarios débiles y
risibles.
Milton, prefacio a
Eikonoklastes
Año de la plaga: Epsom,
invierno
Daniel 2:22
Daniel e Isaac en
Woolsthorpe
Pero creía, y
todavía creo, que el
final de nuestra
Ciudad será por
medio del fuego y el
azufré del cielo, y
por tanto he
escapado.
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
Incendio
Historia de la
Royal Society de
Londres para la
mejora del
conocimiento
natural,18 de enero
1664/166516
Daniel en Charing Cross,
1670
Ned Ward, El
club de los sabios
Reunión de la Royal Society
Un quinto grupo
sería el conjunto de
los matemáticos,
quienes permanecían
sentados largo rato
riñendo sobre la
cuadratura del
círculo, hasta que,
hartos de beber y
meter ruido, estaban
listos para dejar caer
una nauseabunda
perpendicularidad
desde sus bocas a la
escupidera. Otro
grupito se ocuparía
de eruditas
discusiones sobre la
transmutación de los
metales, y sus
miembros afirmarían
ser capaces de tornar
el plomo en oro,
hasta que el bar
hubiese logrado
hacerse con toda la
plata de sus
bolsillos…
Ned Ward, El
club de los sabios
El Perro
Y como la plata y
el oro obtienen su
valor de la materia en
sí; son los primeros
en tener ese
privilegio, que su
valor no pueda ser
alterado por los
poderes de uno, ni
tampoco de algunas
mancomunidades; el
ser una medida
común de todos los
artículos de todos los
lugares. Pero el
dinero común puede
con facilidad ser
apreciado, o
depreciado.
Hobbes, Leviatán
La casa de Ham
Señor Newton:
Que este volumen le resulte un
tesoro tan valioso como lo es para mí el
recuerdo de nuestro encuentro fortuito.
Upnor
A bordo de la
«Minerva», bahía de
Cabo Cod,
Massachusetts
Noviembre, 1713
Preparativos para la batalla
contra los piratas, 1713
Robert Hooke
Gresham's College
Hobbes, Leviatán
Una vez más en los calzones
UNA COMEDIA
PERSONAJES
HOMBRES:
SEÑOR VAN UNDERDEVATER, un
holandés, fundador de un gran imperio
comercial en orejas de cerdo y ojos de
patata.
NZINGA, un caníbal negro,
antiguamente rey del Congo, ahora
esclavo doméstico del señor van
Underdevater.
JEHOSHAPHAT STOPCOCK, el
conde de Brimstone, un entusiasta.
TOM RUNAGATE, un soldado
licenciado convertido en vagabundo.
EL REVERENDO YAHWEH
PUCKER, un teólogo disidente.
EUGENE STOPCOCK, hijo de lord
Brimstone, un capitán de infantería.
FRANCIS BUGGERMY, conde de
Suckmire, un petimetre.
DODGE Y BOLT, dos de los
cómplices de Tom Runagate.
MUJERES:
SEÑORITA LYDIA VAN
UNDERDEVATER, hija y única
heredera del señor Van Underdevater,
que recientemente ha regresado de una
escuela para señoritas en Venecia.
LADY BRIMSTONE, la esposa de
Jehoshaphat Stopcock.
SEÑORITA STRADDLE,
compañera de Tom Runagate.
ESCENA:
SUCKMIRE, hacienda rural en Kent.
ACTO I. ESCENA I.
ESCENA: Camarote en un barco en
el mar. Se oyen truenos, se ven destellos
de rayos.
Más truenos.
Canta27
VAN UND: He oído suficiente…
¡contramaestre!
Milton, El
paraíso perdido
Lanza la cuerda.
Leibniz, Ensayos
filosóficos
(Trad. de Arlew y
Garber)
El encuentro de Daniel y
Leibniz
Milton, El
paraíso perdido
Cañones de la Minerva,
1713
Coloqué las
riendas sobre el
cuello de mi lujuria.
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
Daniel y Hooke en Bedlam
Daniel,
Más tarde haremos más salchichas.
Tengo que irme a actuar. Sí, puede que
hayas olvidado que soy actriz.
Ayer trabajé interpretando el papel
de amante. Es un papel difícil, porque es
aburrido. Pero ahora se ha convertido en
un hecho, no una farsa, y por tanto ya no
tendré que actuar más; es mucho más
fácil. Como ya no estoy
profesionalmente ocupada, fingiendo ser
tu amante, ya no recibiré mi estipendio
de tu amigo Roger. Como ahora soy tu
amante de hecho, sería apropiado algún
regalo. Perdona mi atrevimiento. Los
caballeros saben esas cosas, a los
puritanos hay que enseñarles.
Tess
P.D.: Quieres aprender a actuar. Te
ayudaré.
Miquel Barceló
Se requiere, sin duda,
tanta habilidad para
representar un estercolero
como para describir el
más hermoso palacio, ya
que la excelencia de las
cosas se encuentra en la
ejecución; y el arte al
igual que la naturaleza
debe poseer alguna forma
o cualidad extraordinaria
si desea ocupar un puesto
en la imaginación
humana, especialmente
para agradar en esta
época voluble e incierta.
Memorias del ilustre
villano, John Hall, 1708
El fango bajo Londres
1665
La infancia de Jack
Mammón los
comandó,
Mammón, el
menos respetado de
los que cayeron
Del Cielo, porque
incluso en los cielos
su aspecto y
pensamientos
Se inclinaban
hacia abajo,
admirando más
Las riquezas del
pavimento del suelo,
el oro que pisaba,
Que de nada más
divino o sagrado
disfrutaba
En beatífica
visión; por él también
los
Primeros
hombres, y por sus
sugerencias
aprendieron,
A saquear el
Centro, y con manos
impías,
Hurgar en las
entrañas de su madre
Tierra
En busca de los
tesoros allí ocultos.
MILTON, El
paraíso perdido
Milton, El
paraíso perdido
Noche de Walpurgis
Hobbes, Leviatán
Amsterdam
Oh, Jaaaack…
No puedo decir que te culpe por
sentirte como una mierda.
Oh, Jaaaack…
Nunca he visto a nadie pisarla
Como Jaaaack…
El castigo corporal no sería
suficiente,
El poootro…
No sería suficiente para ti,
Sería simplemente
Demasiado blaaaando…
Incluso si te arrancasen toda la piel
De la espaaaalda…
No sólo malvado,
Sino además estúpido,
Ni carismático
Y ni siquiera mono,
El cerebro del que Dios te dotó
Ahora está claro
Que se ha ido por el desagüe
Y no te importa un carajo,
¡Apestas!
No es por echártelo a la cara,
Es cierto, Jack, acéptalo,
¡Apestas!
Daniel Defoe, Un
plan para el
comercio inglés
Eliza y Monmouth en
Amsterdam
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
Los establos de Arcachon
John Donne,
Inicio del día
Jack y Eliza se reúnen en
Amsterdam
John Donne,
Elegie XX: Loves
Warre
Las llagas de Dios
Havah nagilah…
Uru achim b'lev sa me ach!
Uru achim b'lev sa me ach!
Uru achim b'lev sa me ach!
Uru achim b'lev sa me ach!
Miquel Barceló
Continuamente, los
reyes y las personas de
autoridad soberana,
debido a su
independencia, se
encuentran en estado
continuo de envidia, y en
el estado y postura de
gladiadores; apuntándose
los unos a los otros con
armas y ojos; es decir,
sus fuertes, guarniciones
y cañones en las fronteras
de sus reinos; y espían
continuamente a sus
vecinos; que es la postura
de la guerra.
Hobbes, Leviatán
Palacio de Whitehall
Febrero, 1685
Daniel en los Privy Stairs
Los miembros de
la fe romana ahora
revolotean por la
corte con una
confianza que no se
veía desde la
Reforma.
Diario de John
Evelyn
Daniel Defoe,
Moll Flanders
Los primeros meses de Eliza
en Versalles
Monseigneur,
Como puede ver, ha cifrado esta
carta siguiendo sus instrucciones,
aunque sólo usted sabe si es para
protegerla de los ojos de los espías
holandeses o de sus rivales en la corte.
Sí, he descubierto que tiene rivales.
Durante mi viaje, fui atacada por
sorpresa por unos típicos holandeses
vulgares y estúpidos. Aunque nunca lo
hubiese supuesto por su aspecto y ropas,
tenían algo en común con el hermano del
rey de Francia: es decir, una fascinación
por la ropa interior femenina. Porque
registraron cuidadosamente mi equipaje,
y lo dejaron un par de libras más ligero.
¡Debería avergonzarse,
monseigneur, por colocar esas cartas
entre mis cosas! Durante un momento
temí que me arrojasen a una de esas
horribles casas de trabajo holandesas, y
que pasaría el resto de mi vida lavando
aceras y tejiendo medias. Pero por las
preguntas que me hicieron, pronto quedó
claro que esa cifra francesa suya los
tenía totalmente desconcertados. Para
comprobarlo, respondí que podía leer
esas cartas tan bien como ellos; y las
expresiones hoscas en las caras de mis
interrogadores me demostraron que su
incompetencia había quedado al
descubierto, y mi inocencia demostrada,
al mismo tiempo.
Le perdonaré, monseigneur, el que
me hiciese pasar por esos momentos de
ansiedad si usted me perdona a mí por
creerle, hasta hace muy poco,
completamente loco por enviarme a
Versalles. Porque ¿cómo podría una
muchacha como yo encontrar su sitio en
el palacio más noble y glorioso del
mundo?
Pero ahora sé cosas y comprendo.
Por aquí corre una historia, que debe
de haber oído. La heroína es una
muchacha, apenas mejor que una
esclava, la hija de un pequeño noble
arruinado y reducido a la condición de
vagabundo. Desesperada, esa niña
abandonada se casó con un escritor
raquítico y tullido de París. Pero el
escritor tenía un salón que atraía a
ciertas Personas de Alcurnia que se
aburrían del discurso insípido de la
corte. Esa joven esposa conoció a
algunos de esos nobles visitantes.
Después de la muerte del marido, que
dejó a la niña convertida en una viuda
sin dinero, cierta duquesa se apiadó de
ella, la trajo a Versalles y la convirtió en
institutriz de algunos de sus hijos
ilegítimos. Esa duquesa no era otra sino
la maîtresse déclarée del rey en
persona, y sus hijos eran bastardos
reales. La historia afirma que el rey Luis
XIV, al contrario de la larga tradición de
la realeza de la Cristiandad, considera a
sus bastardos sólo un pequeño escalón
por debajo del Delfín y los otros Enfants
de France. El protocolo dicta que la
institutriz de los Enfants de France debe
ser una duquesa; en consecuencia, el rey
convirtió a la institutriz de sus bastardos
en marquesa. En los años pasados desde
entonces, la maîtresse déclarée del rey
ha caído gradualmente en desgracia, y se
ha vuelto gorda e histriónica, y hace
tiempo se da el caso de que cuando el
rey va a llamar a su puerta cada día a la
una de la tarde, justo después de la
Misa, se limita a atravesar sus
habitaciones sin detenerse, y va a visitar
a esa viuda, la marquesa de Maintenon,
como se la conoce ahora. Finalmente,
monseigneur, he descubierto que es de
dominio público en Versalles que
recientemente el rey se ha casado en
secreto con la marquesa de Maintenon y
que ahora ella es a todos los efectos
reina de Francia, menos por el título.
Es evidente que Luis ata corto a los
poderosos de Francia, y que éstos no
tienen nada más que hacer que jugar a
las cartas cuando el rey se ausenta e
imitar sus palabras y actos cuando está
presente. En consecuencia, todo duque,
conde y marques de Versalles ronda por
guarderías y escuelas primarias,
perturbando el desarrollo de niños
nobles, en busca de institutrices núbiles.
Sin duda usted ya lo sabía cuando
dispuso que trabajase como institutriz de
M. el conde de Béziers. ¡Me estremezco
al pensar qué deuda terrible debía tener
ese pobre viudo con usted para que
consintiese semejante acuerdo! Bien
podría haberme arrojado a un burdel,
monseigneur, por todos los jóvenes
galanes que ahora rondan la entrada del
apartamento del conde y me persiguen
por los jardines mientras intento ejecutar
mis labores nominales, y no debido a un
atractivo innato que yo pueda poseer
sino porque fue lo que hizo el rey.
Por fortuna, el rey todavía no ha
considerado adecuado honrarme con un
título nobiliario o no estaría nunca sola
para escribirle cartas. He recordado a
algunos de esos merodeadores que
madame de Maintenon es una mujer
famosa por su devoción religiosa y que
el rey (quien podría tener a cualquier
mujer del mundo, y que yace con
damiselas prescindibles dos o tres veces
por semana) se enamoró de ella por su
inteligencia. Eso mantiene alejada a la
mayoría.
Espero que mi historia le haya
ofrecido algunos momentos de diversión
durante sus tediosas labores en La Haya,
y que por tanto me perdonará por no
decir nada sustancioso.
Su obediente sirvienta,
ELIZA
Mis palabras
oscuras y turbias se
limitan a contener
la verdad, de la
misma forma que los
armarios guardan el
oro.
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
Monseigneur,
Tengo tantos visitantes como
siempre (para desesperación de M. el
conde Béziers), pero como yo tengo un
bronceado profundo y me he decidido a
vestir arpillera y a citar la Biblia, no
están interesados en el romance. Ahora
vienen a preguntarme por mi tío español.
«Lamento que su tío español tuviese que
trasladarse a Amsterdam, mademoiselle
—dicen—, pero se rumorea que las
precariedades lo han convertido en un
hombre sabio.» La primera vez que el
hijo de un marqués vino contándome
semejantes tonterías le dije que debía
haberme confundido con alguna otra
desgraciada, ¡y lo mandé a paseo! Pero
el siguiente dejó caer su nombre y supe
que en cierto sentido lo había enviado
usted; o, para ser más precisa, que su
llegada a mí bajo la impresión de que yo
tengo un tío español muy sabio es
consecuencia o ramificación de una
cadena de sucesos que usted había
puesto en marcha. Con esa hipótesis, le
seguí la corriente, con bastante cautela,
porque no sabía qué estaba pasando. Por
la forma de hablar del tipo pronto
comprendí que me creía una especie de
criptojudía, el vástago bastardo de un
cohanim español de tez morena y una
holandesa de pelo color mantequilla, lo
que en realidad podría ser plausible
porque el sol me había aclarado el pelo
y oscurecido la piel.
Esas conversaciones son todas
iguales, y los detalles particulares son
demasiado tediosos para contarlos aquí.
Es evidente que ha estado propalando
historias sobre mí, monseigneur, y la
mitad de los pequeños nobles de
Versalles cree ahora que yo (o, al
menos, mi tío ficticio) puedo ayudarles a
pagar sus deudas de juego, financiar la
remodelación de sus châteaux o
comprar carruajes nuevos y espléndidos.
Yo no puedo más que poner los ojos en
blanco ante su avaricia. Pero si debo
creer las historias, sus padres y abuelos
emplearon el dinero que tenían para
reunir ejércitos privados y fortificar sus
ciudades contra el padre o el abuelo del
rey actual. Supongo que es mejor que el
dinero vaya a costureras, escultores,
pintores y chef de cuisine que a
mercenarios y fabricantes de mosquetes.
Claro está, es cierto que su oro
obtendría una tasa de beneficios más
alta invertido en Amsterdam en lugar de
permanecer en cajas fuertes bajo la
cama. La única dificultad se encuentra
en el hecho de que no puedo administrar
semejantes inversiones desde un armario
en Versalles mientras simultáneamente
enseño a dos niños sin madre a leer y
escribir. Mi tío español es una ficción
de usted, presumiblemente inventada
porque temía que estos nobles franceses
jamás confiarían sus recursos a una
mujer. Eso significa que debo hacer el
trabajo personalmente, y eso es
imposible a menos que tenga la libertad
de viajar a Amsterdam varias veces al
año…
Doctor,
La estación ha cambiado y ha traído
un apreciable oscurecimiento de la luz.63
Dentro de dos días el sol se hundirá aún
más bajo el horizonte sur en mi viaje
con madame la marquesa d'Ozoir a
Dunkerque en el extremo norte de los
dominios del rey de ahí si Dios quiere a
Holanda. He oído que el sol ha estado
brillando con fuerza al sur, en el país de
Saboya más sobre esto más adelante.
El rey está en guerra, no sólo con los
herejes protestantes que infestan sus
dominios, sino con sus propios médicos.
Hace unas semanas tuvieron que sacarle
un diente. Cualquier sacadientes
escogido al azar en el Pont-Neuf hubiese
ejecutado perfectamente la operación,
pero d'Aquin, el médico del rey, lo hizo
mal, y la herida resultante se inflamó. La
solución de d'Aquin a ese problema fue
extraer hasta el último de los dientes
superiores del rey. Pero mientras lo
hacía, de alguna forma se las arregló
para rasgar el paladar del rey, creando
una herida horrenda que a continuación
tuvo que cerrar aplicando hierros al rojo
vivo. Sin embargo, también se inflamó y
hubo que cauterizarla varias veces más.
También hay otra historia, relativa a la
salud del rey, que tendré que contarle en
otro momento.
Es casi incomprensible que un rey
deba sufrir de semejante forma, y si esos
hechos fuesen de dominio público entre
los campesinos sin duda se los
consideraría presagios de males
divinos. En los pasillos de Versalles,
donde la mayoría ¡pero no todos! de los
padecimientos de Su Majestad son de
dominio público, hay algunos bobos
estúpidos que opinan tal cosa; pero por
suerte este château ha sido agraciado
durante las últimas semanas con la
presencia del padre Édouard de Gex, un
joven jesuita vigoroso y de buena
familia cuando Luis se apropió del
Franco Condado en 1667 su familia
traicionó a sus vecinos españoles y
abrió las puertas a su ejército; Luis los
recompensó con títulos y gran favorito
de madame de Maintenon, que lo
considera una especie de guía espiritual.
Donde la mayoría de nuestros
.aduladores sacerdotes cortesanos
preferirían evitar los problemas
teológicos causados por los
padecimientos del rey, el padre Édouard
tomó hace poco el toro por los cuernos,
y planteó y respondió a esas cuestiones
de la forma más directa y pública. Ha
ofrecido largas homilías en misa, y
madame de Maintenon ha dispuesto que
se impriman sus palabras y se
distribuyan por Versalles y París.
Intentaré enviarle un ejemplar de ese
opúsculo. La idea general es que el rey
es Francia y que sus padecimientos y
sufrimientos reflejan la condición del
reino. Si varias zonas de su cuerpo se
han inflamado, se trata de una especie de
metáfora carnal de la existencia continua
de herejías dentro de las fronteras de
Francia, refiriéndose, como sabe todo el
mundo, a la R.P.R., la religion
prétendue réformée, o hugonotes como
los llaman algunos. Las similitudes entre
las comunidades R.P.R. y los abscesos
supurantes son muchas, a saber…
Disculpe esta interminable homilía,
pero tengo mucho que contarle y me
cansa escribir interminables
descripciones de trajes y joyas para
cubrir mis pasos. Esa familia del padre
de Gex, madame la duquesa d'Oyonnax y
madame la marquesa d’Ozoir, ha vivido
desde hace mucho en las montañas de
Jura entre Borgoña y el punto sur del
Franco Condado. Es un territorio donde
confluyen muchas cosas y en
consecuencia es una especie de
cornucopia de enemigos. Durante
generaciones observaron envidiosos
cómo el vecino duque de Saboya
recogía una cosecha de riquezas y poder
en virtud de estar situado entre la ruta
que une Génova y Lyon, la aorta
financiera de la Cristiandad. Y desde el
châteaux en Jura al sur literalmente
pueden mirar las aguas frías del lago
Ginebra, la fuente del protestantismo, a
donde huyeron los puritanos ingleses
durante el reino de María la Sanguinaria
y donde los hugonotes franceses han
disfrutado de un refugio de las
represiones de sus reyes. Recientemente
he visto mucho al padre Édouard porque
visita con frecuencia los apartamentos
de sus primas, y he observado en sus
ojos oscuros un odio a los protestantes
que le erizaría la piel si lo viese.
La oportunidad de esa familia se dio
finalmente cuando Luis conquistó el
Franco Condado, como ya he dicho, y no
dejaron de aprovecharse del todo. El
año pasado les trajo más suerte aún: el
duque de Saboya se vio obligado a
tomar como esposa a Ana María, la hija
de Monsieur con su primera esposa,
Minette de Inglaterra, y por tanto la
sobrina del rey Luis XIV. Así que el
duque —hasta ahora independiente— se
convirtió en parte de la familia Borbón,
y por tanto sujeto de los antojos del
patriarca.
Ahora bien, Saboya también tiene
frontera con ese lago problemático y
desde hace tiempo los predicadores
calvinistas van al valle a predicar a los
campesinos, que han seguido el ejemplo
de su duque en lo que a independencia
mental y son muy receptivos al credo
rebelde.
Ahora usted casi puede terminar la
historia por sí mismo, doctor. El padre
Édouard le ha estado contando a su
discípula, madame de Maintenon, que
los protestantes campan a sus anchas por
Saboya, extendiendo la infección a sus
hermanos R.P.R. en Francia. De
Maintenon se lo repite todo al rey
doliente, quien incluso en las mejores
condiciones jamás ha vacilado en ser
cruel con sus súbditos, o incluso con su
propia familia, por el bien de su reino.
Pero éstos no son los mejores momentos
para el rey; se ha estado produciendo un
oscurecimiento palpable de la luz, razón
por la que escogí este hexagrama como
clave de cifrado. El rey le ha dicho al
duque de Saboya que los «rebeldes»,
como los llama, no deben ser sólo
reprimidos, hay que exterminarlos. El
duque se ha hecho el remolón,
esperando que el humor del rey mejore a
medida que se curen sus males. Ha
presentado una excusa tras otra. Pero
hace muy poco el duque cometió el error
de afirmar que no puede cumplir las
órdenes del rey porque no dispone de
dinero suficiente para montar una
campaña militar. Sin vacilación, el rey
generosamente se ofreció a pagar la
operación de su propio bolsillo.
Mientras escribo esta carta, el padre
Édouard se prepara para partir al sur
como capellán de un ejército francés al
mando del mariscal de Catinat. Entrarán
en Saboya le guste al duque o no, y en el
valle de los protestantes matarán a todos
los que vean. ¿Conoce alguna forma de
enviar un aviso a esa parte del mundo?
El rey y todos los que conocen sus
recientes padecimientos se confortan en
la comprensión que el padre Édouard
nos ha traído: es decir, que las medidas
tomadas contra los R.P.R., por crueles
que puedan parecer, son más dolorosas
para el rey que para nadie; pero es un
dolor que debe soportar para evitar que
perezca todo el cuerpo.
Debo partir, tengo responsabilidades
abajo. Mi próxima carta, si Dios quiere,
será desde Dunkerque.
Su más afectuosa estudiante y
servidora,
ELIZA
Londres
Primavera, 1685
La filosofía está
escrita en un libro
inmenso que
permanece siempre
abierto frente a
nuestros ojos (hablo
del Universo), pero
no es posible leerlo a
menos que uno
aprenda primero la
lengua y reconozca
los caracteres en que
está escrito. Está
escrito en una lengua
matemática, y los
caracteres son
triángulos, círculos y
otras figuras
geométricas, sin las
cuales es
humanamente
imposible
comprender una
palabra; sin ellas, la
filosofía es una
errancia confusa por
un laberinto oscuro.
Galileo Galilei,
Il Saggiatore (El
ensayador) en
Opere, v. 6, p. 197,
(Trad. de Julian
Barbour)
No puedo sino
condenar a esas
personas que
considerándose
demasiado
embelesadas por el
lustre de las nobles
acciones de los
antiguos, dedican sus
estudios a elevarlos a
los cielos; sin
percibir que las eras
recientes nos han
ofrecido otras más
heroicas y
maravillosas.
Gemelli Careri
Isaac trabajando
Anónimo,
atribuido a Bernard
Mandeville, 1714
Bob habla de la rebelión de
Monmouth
John Bunyan, El
progreso del
peregrino
Una escena en el Exchange
PERSONAJES
DANIEL WATERHOUSE, un
puritano.
SIR RICHARD APTHORP, un
antiguo orfebre, propietario del banco
Apthorp.
UN HOLANDÉS.
UN JUDÍO.
ROGER COMSTOCK, marqués de
Ravenscar, un cortesano.
JACK KETCH, ejecutor principal
de Inglaterra.
UN HERALDO.
UN ALGUACIL.
EDMUND PALLING, un anciano.
COMERCIANTES.
ADLÁTERES DE APTHORP.
PARÁSITOS Y PEDIGÜEÑOS DE
APTHORP.
LOS AYUDANTES DE JACK
KETCH.
SOLDADOS.
MÚSICOS.
Entra el holandés.
Sale.
WATERHOUSE: Países diferentes
honran a los mismos dioses bajo
nombres distintos. Los griegos tienen a
Cronos, los romanos a Saturno. Los
holandeses tienen a Huygens y nosotros
tenemos a Hooke.
APTHORP: Si no es usted Saturno,
¿entonces quién es para aguardar su
momento sentado, lóbrego y pensativo,
en medio del Exchange?
WATERHOUSE: Soy el que nació
para ser el participante designado por su
familia en el Apocalipsis; que recibió su
nombre del libro más extraño de la
Biblia; que salió de Londres con la
Plaga y penetró con el Fuego. Escolté a
Drake Waterhouse y al rey Carlos de
este mundo, y con estas dos manos
devolví la cabeza de Cromwell a su
tumba.
APTHORP: ¡Asombroso! ¡Señor!
WATERHOUSE: Últimamente me
han visto merodeando por Whitehall,
todo vestido de negro, aterrorizando a
los cortesanos.
APTHORP: ¿Qué trae al señor
Plutón al templo de Mercurio?
Entra el Judío.
Se aleja.
Escribe.
Se va el adlátere.
Silencio.
APTHORP: Adelante, sigan
leyendo. No me importa que pasen de
mí. Entonces, ¿esos documentos son
terriblemente fascinantes?
Silencio.
Entra el adlátere.
Se inclina.
Sale.
Entra Ravenscar portando los
Principia Mathematica
Monseigneur,
Al fin, un verdadero día de
primavera; se me han descongelado los
dedos y puedo volver a escribir. Me
gustaría salir a disfrutar de las flores,
pero en su lugar envío cartas a la tierra
de los tulipanes.
Le agradará saber que desde la
semana pasada no hay mendigos en
Francia. El rey ha declarado ilegal la
mendicidad. Los nobles que viven en
Versalles se dividen en dos opiniones.
Por supuesto, todos están de acuerdo en
que es magnífico. Pero muchos de ellos
se encuentran apenas sobre el nivel de
mendigos, y ahora se preguntan si la ley
también se les aplica.
Por suerte —al menos para los que
tienen hijas— madame de Maintenon ha
abierto su escuela de chicas en St.-Cyr,
a sólo unos minutos a caballo del
palacio de Versalles. Lo que me ha
complicado ligeramente la situación.
La niña de la que supuestamente soy
tutora —la hija del marquesa d'Ozoir—
asiste ahora a la escuela, lo que
convierte en redundante mi posición.
Hasta ahora, nadie ha dicho nada de
dejarme marchar. He dado buen uso al
tiempo libre, realizando dos viajes a
Lyon para aprender cómo funciona el
comercio en ese lugar. Pero
aparentemente Édouard de Gex ha
estado propagando relatos sobre mis
grandes habilidades como tutora en los
oídos de Maintenon, quien ha empezado
a comentar la posibilidad de llevarme a
St.-Cyr como profesora.
¿He mencionado que las profesoras
son todas monjas?
De Maintenon y de Gex son tan
externamente piadosos que no puedo
discernir sus motivos. Es casi
concebible que crean, sinceramente, que
soy una buena candidata para el
convento; en otras palabras, que estén
tan alejados de los asuntos terrenales
como para no comprender mi verdadera
función aquí. O quizá saben muy bien
que administro los recursos de veintiún
nobles franceses diferentes, y desean
neutralizarme, o ponerme bajo su control
amenazándome con neutralizarme.
Los negocios: las ganancias del
primer trimestre de 1687 han sido
satisfactorias, como ya sabe por ser
diente. Reuní todo el dinero en un fondo
y lo invertí en su mayoría a través de
otros administradores en Amsterdam,
que se especializan en artículos
particulares o especies de derivados de
la V.O.C. Todavía ganan dinero con tela
de la India, gracias al rey Luis que lo
convirtió en contrabando y por tanto
incrementó el precio. Pero las acciones
de la V.O.C. cayeron después de que
Guillermo de Orange proclamase la Liga
de Augsburgo. Puede que Guillermo se
muestre muy confiado sobre cómo la
alianza protestante va a refrenar el
poder de Francia, ¡pero su propio
mercado de valores parece tener una
visión muy pesimista del proyecto!
Como la corte aquí; a tout le monde le
resulta especialmente divertido que
Guillermo, Sofía de Hannover y una
colección de luteranos congelados crean
que se pueden enfrentar a La France. Se
oyen muchas bravuconadas al respecto
de que el padre de Gex y el mariscal de
Catinat, que aplastaron a los protestantes
de Saboya con tanta fuerza, deberían
ahora dirigirse al norte y dispensar el
mismo tratamiento a holandeses y
alemanes.
Por ahora mi papel consiste en dejar
de lado cualquier opinión personal que
pueda albergar con respecto a la política
y pensar sólo en cómo podría afectar al
mercado. Aquí sigo teniendo una
posición inestable, soy como una yegua
galopando por una playa lodosa, que
teme vacilar, por temor a estar pisando
arenas movedizas. Con los mercados de
Amsterdam fluctuando de hora en hora,
realmente no puedo administrar nada
desde Versalles, las compras y ventas
diarias las ejecutan mis socios del norte.
Pero los nobles franceses no se
pueden dejar ver negociando con herejes
holandeses o judíos españoles. Así que
yo soy una especie de figura decorativa,
como la hermosa sirena en la proa de un
barco cargado con los tesoros de otras
personas y controlado por corsarios de
tez morena. Lo único bueno que tiene ser
una figura decorativa es que la posición
me ofrece una excelente visión de lo que
se avecina, y me ofrece tiempo de sobra
para pensar. Ayúdeme, monseigneur, a
tener la visión más clara posible de los
mares en los que estamos a punto de
navegar. No puedo evitar pensar que en
un año o dos me veré obligaba a apostar
todos los recursos de mis clientes al
resultado de un gran evento. Invertir
alrededor de la rebelión de Monmouth
no fue complicado porque conocía a
Monmouth, y sabía lo que sucedería.
Pero también conozco a Guillermo, no
tan bien, pero sí lo suficiente para saber
que no puedo apostar con seguridad
contra él. Monmouth era un caballito de
juguete y Guillermo es un garañón. La
experiencia ganada cabalgando al
primero no puede sino engañarme sobre
cómo sería cabalgar al segundo.
Por tanto, infórmeme, monseigneur.
Cuénteme cosas. Ya sabe que su
inteligencia estará segura en el tránsito,
por la excelencia de su cifra, y sabe que
estará segura conmigo, porque aquí no
tengo amigos a los que susurrársela.
Louis XIV
Monseigneur,
Cuando me quejaba de que el padre
de Gex y madame de Maintenon
intentaban convertirme en monja, ¡nunca
imaginé que usted respondería
convirtiéndome en una puta! Madame la
duquesa d'Oyonnax prácticamente ha
tenido que situar a la guardia suiza en la
entrada de sus apartamentos para
mantener alejados de mí a los jóvenes
galanes. ¿Qué rumores ha estado
propalando? ¿Que soy ninfómana? ¿Que
se entregarán mil luises de oro al primer
francés que se acueste conmigo?
En cualquier caso, ahora tengo
alguna idea sobre quién pertenece al
cabinet noir. Un día, de pronto, el padre
de Gex se mostró muy frío conmigo, y
Étienne d'Arcachon, el hijo manco del
duque, me llamó para decirme que no
creía ninguno de los rumores que se
contaban de mí. Creo que se suponía que
yo debía quedarme pasmada ante su
nobleza, con él es difícil siempre saber
cómo debes reaccionar. Por un lado, es
tan excesivamente cortés que algunos
afirman que no está del todo cuerdo, y
por otro (¡aunque sólo tiene una mano!),
me vio en la ópera con Monmouth y
conoce parte de mi historia. En caso
contrario, ¿por qué el hijo de un duque
iba a dar siquiera la hora a una
sirvienta?
La única circunstancia bajo la cual
podría verse conversar a un hombre de
su posición ya una mujer de la mía sería
en un baile de disfraces, donde la
posición no importa y las reglas
normales de precedencia quedan en
suspenso durante unas horas. La otra
noche, Étienne d'Arcachon me escoltó a
uno en Dampierre, el château del duque
de Chevreuse. Él iba vestido de Pan y
yo de ninfa. En este punto, cualquier
dama verdadera de la corte dedicaría
varias páginas a describir los trajes, y
las intrigas y maquinaciones que
intervinieron en la elaboración de cada
uno, pero como yo no soy una verdadera
dama de la corte y usted es un hombre
ocupado, lo dejaré así, deteniéndome
sólo para mencionar que Étienne tenía
una mano protésica especial tallada en
madera de boj y atada al muñón. La
mano sostenía una flauta de Pan de plata,
rodeada de hiedra (hojas de esmeralda,
por supuesto, y bayas de rubí), y de vez
en cuando se la llevaba a los labios y
tocaba una corta melodía que había
hecho que Lully compusiese para él.
Mientras íbamos en el carruaje a
Dampierre, Étienne me comentó:
—¿Sabe?, nuestro anfitrión el duque
de Chevreuse es el yerno de un hombre
plebeyo: Colbert, el difunto controlador
general, que construyó Versalles entre
otros muchos logros.
Como sabe, no es el primer
comentario velado que me dirige un
francés de alta posición. La primera vez
que me sucedió me emocioné mucho
pensando que me convertiría en noble en
cualquier momento.
Luego, durante una temporada
adopté un punto de vista cínico,
suponiendo que era como un trozo de
carne que cuelgan frente a un perro para
obligarle a hacer trucos. Pero esa noche,
viajando al espléndido château de
Dampierre del brazo de un futuro duque,
con la carga de mi baja posición
retirada durante unas horas por efecto de
una máscara y un disfraz, acaricié la
fantasía de que el comentario de Étienne
significa algo de verdad, y que si
pudiese usar mis habilidades para
conseguir un gran logro, yo también
recibiría la recompensa de Colbert.
Pretenda ahora que he descrito
cuidadosamente todos los trajes, las
mesas, la comida y el entretenimiento
que el duque de Chevreuse había
reunido en Dampierre. Eso ahorrará
páginas suficientes para un libro
pequeño. Al principio el estado del
lugar era algo triste, porque Mansart—el
arquitecto del rey— estaba allí, y
acababa de recibir la noticia de que el
Partenón de Atenas había volado por los
aires. Aparentemente los turcos lo
habían estado usando como almacén de
pólvora y los venecianos, que intentaban
recuperar la ciudad para la Cristiandad,
lo bombardearon con mortero y
provocaron una gran explosión. Mansart
—que había abrigado la ambición de
peregrinar a Atenas para ver el edificio
con sus propios ojos— se mostraba
inconsolable. Étienne fanfarroneó
diciendo que él personalmente dirigiría
un escuadrón de la flota del
Mediterráneo de su padre para
recuperar Atenas para la Cristiandad.
Fue una especie de faux pas, porque
Atenas no da al mar. Lo que por tanto
provocó unos momentos de incómodo
silencio.
Decidí atacar. Nadie sabía quién era
yo, e incluso si lo descubrían, mi
posición y mi reputación (¡gracias a
usted!) apenas podían descender más.
—Tan tristes estamos por esta
noticia de fuera —exclamé—, y sin
embargo, ¿qué son las noticias si no
palabras, y qué son las palabras si no
aire?
Bien, eso no produjo más que unas
risitas disimuladas porque todos
asumieron que yo no era más que otra
duquesa con la cabeza vacía que había
leído demasiado a Pascal. Pero ahora
había ganado su atención (si hubiese
visto mi traje, monseigneur, sabría que
todos me atendían; mi rostro estaba
oculto, a todo lo demás le daba el
viento).
Seguí:
—¿Por qué no evocamos algunas
noticias que nos agraden más, y
lanzamos a nuestros enemigos los
holandeses a la tristeza, para que
nosotros quedemos llenos de alegría y
diversión?
Ahora la mayoría estaba perpleja,
pero algunos se mostraron interesados,
incluyendo a un tipo vestido como Orión
después de que Enopión lo cegase, por
lo que su máscara mostraba sangre que
fluía de una cuenca vacía. Orión me
pidió que dijese más, cosa que hice:
—Aquí somos susceptibles a las
emociones porque somos personas
llenas de grandes pasiones y
sentimientos, y por tanto nos entristece
la destrucción del Partenón, porque
valoramos la belleza. En Amsterdam,
tienen inversiones en lugar de
emociones, y lo único que valoran son
sus preciosas acciones de la V.O.C.
Podríamos destruir todos los tesoros del
mundo clásico y a ellos no les
importaría; pero si reciben malas
noticias que afectan a la V.O.C., se
hunden en la desesperación… o más
bien caen los precios de las acciones, lo
que al final viene a ser lo mismo.
—Ya que parece saber algo del
tema, díganos cuál sería la peor noticia
que podrían oír —dijo el ciego Orión.
—Fácil, la caída de Batavia…
porque ésa es la pieza clave de su
imperio de ultramar.
En ese punto Orión ya estaba frente a
mí y nos encontrábamos en medio de un
anillo de nobles disfrazados que se
inclinaban para oír. Porque era evidente
para todos que el hombre vestido como
Orión no era otro sino el rey en persona.
Dijo:
—Los asuntos de los queseros nos
parecen líos vulgares… intentar
comprenderlos es como observar a los
campesinos ingleses embarrados en una
de sus competiciones de darse patadas
en las canillas. Si tan fácil es provocar
un hundimiento en el mercado de
Amsterdam, ¿por qué no sucede más a
menudo? Porque cualquiera podría
extender tal rumor.
—Y muchos lo hacen; es muy común
que algunos inversores se alíen para
formar una camarilla, que es una especie
de sociedad secreta para ganar
manipulando el mercado. Las
maquinaciones de esas camarillas se han
vuelto tremendamente complejas, con
tantos movimientos y variaciones como
los pasos de baile. Pero en algún
momento todas dependen de la
propagación de noticias falsas para los
oídos de inversores crédulos. Bien, esas
camarillas se forman y reúnen, se
separaban y se desvanecen como nubes
en un cielo de verano, y por tanto el
mercado se ha vuelto resistente a las
noticias, especialmente a las malas
noticias; porque la mayoría de los
inversores asumen ahora que cualquier
mala noticia de fuera es información
falsa propagada por una camarilla.
—Entonces, ¿qué esperanza
podríamos tener de convencer a esos
herejes escépticos de la caída de
Batavia?—preguntó Orión.
—Mi respuesta a esa pregunta se
complica un poco por el hecho de que
aquí todos llevan disfraz —dije—, pero
no sería irracional suponer que el gran
almirante de la armada francesa (el
duque d'Arcachon) y el contrôleur de la
Compañía Francesa de las Indias
Orientales (el marqués d'Ozoir) están
presentes, y pueden oír mis palabras.
Para hombres de tal eminencia no sería
difícil hacer que se creyese y
comprendiese, desde lo más alto a lo
más bajo de la armada y la flota
mercante francesas, y en todos los
puertos desde España hasta Flandes, que
una fuerza expedicionaria francesa ha
doblado el cabo de Buena Esperanza, ha
caído de súbito sobre Batavia y se la ha
arrebatado a la V.O.C. La noticia se
dirigiría al norte por la costa como la
llama sobre una línea de pólvora, y
cuando llegase a la Damplatz…
—La Damplatz es el barril de
pólvora —concluyó Orión—. El plan es
bello, ya que requeriría poco riesgo y
gasto por nuestra parte, y sin embargo le
causaría más daño a Guillermo de
Orange que una invasión de cincuenta
mil de nuestros dragones.
—Mientras simultáneamente
produciría beneficios para cualquiera
que lo supiese por adelantado, y que
ocupase las posiciones adecuadas en el
mercado —añadí.
Bien, monseigneur, sé de hecho que
a la mañana siguiente Luis XIV fue de
viaje a su refugio en Marly, y que invitó
al marqués d'Ozoir y al duque
d'Arcachon a que se uniesen.
Por mi parte, he invertido todo el
tiempo desde entonces hablando con
nobles franceses que desean saber con
desesperación cuál es «la posición
adecuada». He perdido la cuenta de en
cuántas ocasiones he tenido que explicar
la idea de vender en descubierto, y que
cuando caen las acciones de la V.O.C.
tiende a producirse un incremento en el
precio de los artículos de consumo al
trasladarse el capital de unos a los
otros. Sobre todo, tuve que dejar claro
que si muchos franceses, recién llegados
al mercado, de pronto vendiesen en
descubierto acciones de la V.O.C.
mientras invertían en futuros de
artículos, para los holandeses sería
evidente que se ha formado una
camarilla en la corte del rey sol. Que
(en otras palabras) los preparativos
deben realizarse con sumo cuidado y
gran sutileza, lo que a todos los efectos
significa que yo debo ocuparme de
ellos.
En cualquier caso, en la próxima
semana un montón de oro francés se
dirigirá al norte. Le enviaré los detalles
en otra carta.
La «Caída de Batavia»
El diligente
holandés, al ver lo
fácil que era
manipular y tratar la
baya, y que esa parte
no tenía dependencia,
ni de la tierra, el aire,
el agua o cualquier
otra cosa aquí o en
cualquier otro lugar,
comprendió la idea y
plantó el árbol del
café en la isla de
Java, cerca de su
ciudad de Batavia,
donde crece y se da
tan bien como en
Mocha; y ahora
comienzan a
abandonar el mar
Rojo y traer 20 o 30
toneladas de café, de
cada viaje, desde
Batavia, en la latitud
de 5 grados sur.
Daniel Defoe,
Una exposición del
comercio inglés
Para Leibniz, agosto de 1687
Doctor,
Incremento es la palabra mágica por
aquí;64 los jardines, huertos y viñedos
quedan enterrados en su propia
producción y los caminos están
atestados de carros que los llevan al
mercado. Francia está en paz, sus
soldados en casa, reparando y
construyendo y preñando a las jóvenes
sin previa boda para garantizar la
siguiente generación de soldados. Por
todo Versalles hay nuevas
construcciones, y muchos por aquí han
adquirido una modesta riqueza o al
menos han pagado parte de sus deudas
de juego tras la caída del mercado en
Amsterdam.
Lamento llevar tantas semanas sin
escribir. Esta cifra consume mucho
tiempo y he estado demasiado ocupada
con todas las maquinaciones relativas a
la «caída de Batavia».
Madame la duquesa d'Oyonnax
celebró la pasada noche una fiesta de
jardín; el plato fuerte fue una recreación
de la Caída de Batavia —que, como ya
saben todos, no sucedió en realidad—
ejecutada en el Canal. Una flota de
«fragatas» francesas, no mayores que
botes de remos, y arregladas y
decoradas con gran imaginación,
asediaron un modelo de «Batavia»
construido en el borde del canal. Los
holandeses de la población bebían
cerveza y contaban oro hasta quedarse
dormidos. En ese momento, la flota
onírica realizó su ataque. Al principio
los holandeses se mostraron alarmados,
hasta despertar y comprender que no
había sido más que un sueño… ¡pero
cuando regresaron a sus mesas de
contar, descubrieron que el oro había
desaparecido! La desaparición del oro
se logró por medio de un truco de
ilusionismo por lo que tomó por
sorpresa a todos los asistentes a la
fiesta. A continuación la flota de los
sueños navegó canal arriba y abajo
durante una hora, y todos se colocaron
en los bordes para admirarla. Cada nave
representaba una virtud de la France por
ejemplo, Fertilidad, Capacidad Marcial,
Piedad, etcétera, etcétera, y el capitán
de cada una era un duque o un príncipe,
vestidos con los trajes adecuados.
Mientras se deslizaban arriba y abajo
por el canal, arrojaban las monedas
capturadas en una lluvia de oro sobre
las filas de asistentes.
El Delfín llevaba un vestido dorado
bordado con… Ya he visto a Upnor.
Disfruta de muy buena posición en la
corte de Jacobo II y tiene muchos
amigos en Francia, porque pasó su niñez
aquí durante la época de Cromwell.
Todos quieren oír lo de su esclava
protestante y no vacila en hablar de ella.
Está demasiado bien educado para
regodearse abiertamente, pero es
evidente que poseerla le da gran placer.
Aquí, el esclavizar a los rebeldes en
Inglaterra se compara con la práctica
francesa de enviar a los hugonotes a
galeras, y se considera más humana que
limitarse a matarlos como se hizo en
Saboya. No estaba segura si debía dar
crédito al relato de Bob Shaftoe y por
tanto me sorprendí mucho al ver a Upnor
en carne y hueso, y oírle hablar del
asunto. A mime parece vergonzoso, un
escándalo que el culpable querría
ocultar al mundo. Pero para ellos no es
nada. Aunque compadezco a la pobre
Abigail Frome, me alegro de que haya
sucedido. Si los esclavistas hubiesen
exhibido más discreción y hubiesen
seguido tomando a sus víctimas del
África negra, nadie se percataría y a
nadie importaría, vamos, yo soy tan
culpable como cualquiera de poner
azúcar en el café sin considerar a los
negros lejanos que lo produjeron para
mí. Para Jacobo y los de su calaña hacer
esclavos en Irlanda es más arriesgado,
aunque sean criminales. Pero tomar a
muchachas de pueblos agrícolas de
Inglaterra es repugnante para casi todos
(exceptuando a la población de
Versalles) y una invitación a la rebelión.
Después de escuchar a Upnor estoy más
segura que nunca de que Inglaterra
pronto se alzará en armas, y Jacobo
aparentemente está de acuerdo conmigo,
porque los rumores dicen que ha
construido grandes campamentos
militares en los límites de Londres y que
ha regado con dinero sus regimientos
más preciados. Sólo, temo que, en el
caos y la emoción de la rebelión, la
gente de ese país se olvide de las
escolares de Taunton y de lo que
significan sobre la esclavitud en
general… cuyo timón estaba cubierto de
vides reales.
Perdóneme esta interminable
descripción de los diversos duques y sus
botes oníricos. Repaso las páginas
precedentes y comprendo que me he
dejado llevar.
Doctor,
Familia, familia, familia65 es lo
único de lo que todo el mundo quiere
hablar. ¿Quién habla conmigo, podría
preguntarme, dado que soy una plebeya?
La respuesta es que en ciertos recovecos
de este inmenso palacio hay grandes
salones que están dedicados por
completo al juego, que es lo único que
estos nobles pueden hacer para darle
interés a sus vidas. En esos lugares la
etiqueta habitual queda en suspenso y
todos hablan con todos. Evidentemente,
el truco consiste en ganarse la admisión
a uno de esos salones, pero después de
mi éxito con la «Caída de Batavia» se
me abrieron algunas de esas puertas (en
todo caso, puertas traseras, debo entrar
por las puertas de servicio) y por tanto
ya no es raro que intercambie palabras
con duquesas e incluso princesas. Pero
no voy a esos lugares tan a menudo
como podría pensar, porque cuando
estás allí no te queda más opción que
apostar, y yo no lo disfruto. Lo odio y
sería más acertado decir que odio a la
gente que lo hace. Pero algunos de los
hombres que leerán esta carta son
grandes jugadores y seré discreta.
Cada vez con mayor frecuencia la
gente me pregunta por mi familia.
¡Alguien ha estado propagando rumores
de que tengo sangre azul en las venas!
Espero que durante su investigación
genealógica pueda encontrar alguna
prueba… convertirme a mí en condesa
sería fácil comparado con convertir a
Sofía en electora. Hay tanta gente aquí
que ahora depende de mí que mi
situación de plebeya empieza a ser
incómoda e inconveniente. Necesitan un
pretexto para darme un título de forma
que puedan mantener conversaciones
rutinarias conmigo sin tener que montar
charadas elaboradas, como bailes de
disfraces, para saltarse la etiqueta.
Justo el otro día jugaba al basset con
M. el duque de Berwick, bastardo de
Jacobo II con Arabella Churchill,
hermana de John. Eso le sitúa en
excelente compañías porque, como sabe,
eso significa que su abuela paterna era
Enriqueta María de Francia, la hermana
de Luis XIII… una vez más, perdóneme
por la cháchara genealógica. Por favor,
¿podría ordenar todo lo relacionado con
hechiceros, alquimistas, templarios y
adoradores de Satanás? Sé que
consiguió su punto de partida en la vida
engatusando a alquimistas ricos
haciéndoles creer que creía en sus
tonterías. Y sin embargo parece ser
usted amigo sincero de un hombre
llamado Enoch el Rojo, que
aparentemente es un famoso alquimista.
De vez en cuando, su nombre surge
alrededor de una mesa de juego. La
mayoría se muestra perpleja, pero
ciertos hombres arquean una ceja o
tosen en una mano, intercambian miradas
de tremenda complicidad, etcétera,
evidentemente intentando no ser
evidentes. He observado el mismo
comportamiento en relación con temas
de naturaleza esotérica u oculta. Todos
saben que Versalles estaba infestada de
adoradores de Satanás, envenenadores,
abortistas, etcétera, a finales de los años
10, que la mayoría de ellos desapareció,
pero no todos; pero eso sólo hace que
ahora parezca más tenebroso y más
provocador. El padre del conde de
Upnor —el duque de Gunfleet— murió
de pronto en esa época, después de
beber un vaso de agua en una fiesta de
jardín organizada por madame la
duquesa d'Oyonnax, cuyo propio marido
murió de forma similar una quincena
más tarde, dejándole todos sus títulos y
posesiones. Aquí no hay mujer u hombre
que no sospeche envenenamiento en esos
y otros casos. "Probablemente se
prestaría más atención a Upnor y
Oyonnax si no hubiese otros muchos
envenenamientos para distraer la
atención de la gente. En cualquier caso,
Upnor es evidentemente uno de esos
caballeros que se interesa por lo oculto,
y continuamente hace referencias a sus
contactos en el Trinity College en
Cambridge. Siento la tentación de
atribuirlo todo a un hobby ligeramente
patético para pijos nobles muertos de
aburrimiento por el tedio ingenioso y la
inconsecuencia humillante de Versalles.
Pero ya que he tomado a Upnor como
enemigo, me gustaría saber si significa
algo… ¿Puede lanzarme conjuros?
¿Tiene una hermandad secreta en todas
las ciudades? ¿Qué es Enoch Root?
Pasaré gran parte del invierno en
Holanda y le escribiré desde allí.
ELIZA
Orilla de Het Kanaal,
entre Scheveningen y
La Haya
Diciembre, 1687
Ningún hombre
llega tan alto como
aquel que no sabe
adónde va.
Cromwell
Daniel y Penn
M. Descartes ha
encontrado la forma
de que sus conjeturas
y ficciones se tomen
como ciertas. Y a
aquellos que leen sus
Principios de
Filosofía les sucede
algo como lo que les
sucede a aquellos que
leen novelas que
agradan y provocan
la misma impresión
que las historias
reales. La novedad
de las imágenes de
sus pequeños
vórtices y partículas
es muy agradable.
Cuando leí el libro…
la primera vez, me
pareció que todo se
sucedía con
perfección; y cuando
daba con alguna
dificultad, creía que
se trataba de mi culpa
por no comprender
del todo sus ideas…
Pero desde entonces,
habiendo descubierto
en él, de vez en
cuando, cosas que
son evidentemente
falsas y otras que son
muy improbables, me
he liberado por
completo de la
impresión que me
había formado, y
ahora no encuentro
apenas nada en toda
su física que pueda
aceptar como
cierto…
Huygens, p. 186
de The Concept of
Force in Newton's
Physics: The Science
of Dynamics in the
Seventeenth Century
de Westfall [1971]
Doctor,
Madame se ha ofrecido amablemente
a enviar esta carta a Hannover junto con
otras que su amiga lleva personalmente
a Sofía, y por tanto prescindiré de la
cifra.
Podría preguntarse por qué Madame
me ofrece ahora tales cortesías, cuando
en el pasado siempre me ha visto como
una cagada de ratón en la pimienta.
Parece ser que mientras el rey se
levantaba, un día reciente, comentó a los
nobles que asistían a su ceremonia de
levantarse de la cama que había oído
que «la mujer de Qwghlm» tiene en
secreto sangre noble. Era un secreto
incluso para mí hasta una hora más
tarde, cuando oí a alguien llamarme
«mademoiselle la condesa de la Zeur»
que (como comprendí lentamente) es su
forma de intentar pronunciar Sghr. Como
puede que sepa, mi isla es un riesgo
para la navegación bien conocido,
evidente, usado para aterrorizar a los
marineros, por sus tres torres de roca, a
la que damos ese nombre.
Evidentemente, algún cortesano tan
imprudente como para haber navegado
hasta Qwghlm en algún momento
recordaba ese detalle y se inventó un
título para mí. Para las damas de la
corte, especialmente para las de familias
antiguas, tiene cierto sonido salvaje. Por
suerte, aquí hay muchos príncipes
extranjeros que no tienen estándares tan
estrictos, y que ya han enviado adláteres
para invitarme a fiestas.
Por supuesto, los reyes pueden
convertir en noble a los plebeyos
cuando les da la gana, y por tanto no me
queda claro por qué alguien se ha
molestado en convertirme en noble
hereditaria. Pero he aquí una pista: el
padre Édouard de Gex me ha hecho
preguntas sobre la iglesia qwghlmiana,
que no es técnicamente protestante, ya
que se fundó antes del establecimiento
de la Iglesia Católica Romana (o al
menos, antes de que nadie se lo
notificase a los qwghlmianos). El padre
habla de ir a visitar Qwghlm para
buscar pruebas de que nuestra fe no es
en realidad diferente a la suya y que las
dos deberían unirse.
Mientras tanto, recibo continuamente
comentarios de simpatía por parte de
varios nobles franceses, que cloquean
sus lenguas sobre la bárbara ocupación
de mi patria por parte de Inglaterra. De
hecho, hasta el último qwghlmiano
estaría encantado si los ingleses
viniesen a ocupar nuestra isla, porque
presumiblemente traerían comida y
ropas calientes. Sospecho que Luis sabe
que pronto podría ver a un enemigo
jurado sentado en el trono de Inglaterra,
y se prepara para flanquear a ese
enemigo apuntalando relaciones con
lugares como Irlanda, Escocia y la
cagada de mosca en la que nací. Han
pasado siglos desde que Qwghlm tuvo
nobles hereditarios (hace novecientos
años los escoceses los pillaron a todos y
los encerraron en una cueva con algunos
osos), pero ahora han decidido que yo
soy una noble. ¡Madre hubiese estado
muy orgullosa!
Según la fecha en lo alto de su
última carta, la escribió mientras
visitaba a la hija de Sofía en la corte de
Brandenburgo cerca de Navidad. ¡Por
favor, cuénteme cómo es Berlín! Sé que
muchos hugonotes han acabado allí. Es
extraño pensar que hace sólo unos años
Sofía y Ernesto Augusto ofrecían la
mano de su hija en matrimonio a Luis
XIV. Sin embargo ahora Sofía Carlota es
electora de Brandenburgo, y (si hay que
creer a los rumores) preside en Berlín
un salón de disidentes religiosos y
librepensadores. Si el matrimonio
hubiese seguido otro sendero, tendría
parte de responsabilidad en condenar a
muerte o a la esclavitud a esos mismos
hombres. No puedo evitar suponer que
se siente más feliz donde está ahora.
Cuentan que Sofía Carlota participa
con aplomo y confianza en las
discusiones de esos sabios. No puedo
evitar suponer que eso se debe a que
creció a su alrededor, Doctor, y prestaba
atención a las conversaciones que usted
mantenía con su madre. Ahora que se me
considera condesa, y se me estima
adecuada para charlar, con Madame, le
he rogado que me cuente de qué
hablaban usted y Sofía en Hannover.
Pero se limita a poner los ojos en blanco
y afirmar que la charla erudita no tiene
ningún sentido para ella. Creo que ha
pasado demasiado tiempo entre
supuestos alquimistas, y sospecha que
esas conversaciones son tonterías.
La Star Chamber,
palacio Westminster
Abril, 1688
Porque acusar
requiere menos
elocuencia, tal es la
naturaleza del
hombre, que excusar;
y porque la
condenación se
asemeja más a la
justicia que la
absolución.
Hobbes, Leviatán
Daniel y Jeffreys en la Star
Chamber
La carta empezaba:
¿El clima de Londres sigue siendo
tan malo? Desde la estratégica posición
de Versalles, le puedo asegurar que la
primavera se acerca a Londres. Pronto,
yo también me acercaré.
Daniel (que la leía en el vestíbulo)
se quedó allí parado, se metió la carta
en el cinturón y entró en los recovecos
internos de la Pila. Ni siquiera sir
Thomas Gresham en persona podría
ahora orientarse por allí, si pudiese
regresar en forma de fantasma. La R.S.
llevaba tres décadas haciendo lo que le
daba la gana con el edificio y estaba
casi totalmente consumido. Daniel se
mofaba de todas las propuestas de
construir una nueva estructura diseñada
por Wren y trasladar allí la sociedad. La
Royal Society no se podía reducir a un
inventarío de objetos extraños, y no
podía trasladarse moviendo el
inventarío a ese nuevo edificio, de la
misma forma que un hombre no podía
viajar a Francia cortándose los órganos
internos, metiéndolos en un barril y
enviándolos al otro lado del Canal. De
la misma forma que una demostración
geométrica contenía, en sus términos y
referencias, toda la historia de la
geometría, los montones de cosas de la
gran Pila que era el Gresham's College
codificaban el desarrollo de la Filosofía
Natural desde las primeras reuniones de
Boyle, Wren, Hooke y Wilkins hasta hoy.
Su disposición, el orden de
estratificación, reflejaba lo que pasaba
por las mentes de los miembros
(especialmente Hooke) en una época
dada, y mover, u ordenar, todo eso sería
como quemar una biblioteca. Cualquiera
que no pudiese encontrar allí lo que
buscaba no merecía que se le
concediese acceso. Daniel sentía por el
edificio lo mismo que un francés por la
lengua francesa, es decir, que todo tenía
pleno sentido una vez que lo
comprendías, y si no lo comprendías,
entonces podías irte a la mierda.
Encontró un ejemplar del I Ching
como en un minuto, en la oscuridad, y lo
llevo a donde un amanecer de dedos
sonrosados trepaba desesperadamente
por una ventana sucia, encontró el
hexagrama 19, Lin, Aproximación. El
libro dedicaba mucho espacio a discutir
la infinita importancia de ese símbolo,
pero el único significado que importaba
a Daniel era 000011, que es como se
traducía el patrón de líneas sólidas y
rotas a notación binaria. En notación
decimal era 3.
Hubiese sido perfectamente
razonable que Daniel hubiese trepado a
su buhardilla en lo alto para dormir,
pero creía que haber quedado aletargado
por el opio durante una noche y un día
debería ser suficiente para recuperar el
sueño, y los acontecimientos de la Star
Chamber y luego Hogs-den le habían
dejado bastante tenso. Cualquiera de
estas tres cosas era suficiente para
impedirle el sueño: las heridas abiertas
en el cuello, la conmoción de la ciudad
que despertaba y la lujuria bestial e
incontrolable que sentía por Eliza. Subió
a una sala que con optimismo llamaban
Biblioteca, no porque contuviese libros
(los había en todas las estancias) sino
porque tenía ventanas. Extendió la carta
de Eliza, toda tiznada y surcada por
manchas inquietantes, sobre la mesa. A
su lado situó un rectángulo de papel (en
realidad una prueba de grabado en
madera para el volumen m de las
Principia Mathematica de Newton).
Examinó uno a uno los caracteres en la
carta de Eliza, asignándole a cada uno el
alfabeto 0 o el alfabeto 1 y escribió el
dígito correspondiente en el trozo de
papel, disponiéndolos en grupos de
cinco. Por tanto
IAMC
4 16 6 18 16 12 17 10
9 1 13 3 15 13 9 14 7…
que decía
I AM COMING…
(Llegaré)
El descifrado total le llevó un rato,
porque Eliza le ofrecía detalles
relativos a sus planes de viaje, y
escribió todo lo que quería hacer
mientras se encontraba en Londres.
Cuando hubo terminado de escribir todo
el mensaje, Daniel fue consciente de que
llevaba mucho tiempo sentado, y que
había consumido mucho café, y que
necesitaba orinar enseguida. No podía
recordar la última vez que lo había
hecho. Así que se dirigió a una especie
de meadero en una esquina de un
diminuto patio en la parte posterior del
salón.
No pasó nada, por lo que después de
medio minuto se inclinó como si
saludase y apoyó la frente contra la
pared de piedra. Había aprendido que
eso ayudaba a relajar algunos de los
músculos del bajo vientre y hacía que la
orina fluyese con mayor libertad. La
estratagema, combinada con hábiles
movimientos de cadera y una
respiración profunda, provocaron
algunos chorros de orina color óxido.
Cuando dejó de tener efecto, se volvió,
se recogió las prendas alrededor de la
cintura y se puso en cuclillas al estilo
árabe. Desplazando de tal forma su
centro de gravedad, pudo iniciar una
especie de filtración tibia y gradual que
le ofrecería alivio si conseguía
mantenerla durante un rato.
La espera le ofreció mucho tiempo
para pensar en Eliza, si el enhebrar
fantasías se podía llamar pensar. Por la
carta quedaba claro que esperaba visitar
el palacio de Whitehall. Lo que no
significaba mucho, ya que cualquier
persona que fuese vestida y no llevase
una granada encendida podía vagar por
el lugar. Pero como Eliza era una
condesa que vivía en Versalles, y Daniel
(a pesar de Jeffreys) una especie de
cortesano, cuando decía que deseaba
visitar Whitehall quería decir que
esperaba pasear por allí y reunirse con
Personas de Alcurnia. Lo que podía
arreglarse con facilidad, ya que los
francófilos católicos que conformaban la
mayor parte de la corte del rey
chocarían unos con otros para agasajar a
Eliza, aunque sólo fuese para dar un
vistazo a la moda de primavera.
Pero concertarlo requeriría
planificación, una vez más, si soñar
sueños fatuos se podía considerar
planificación. Como un astrónomo
preparando sus tablas de mareas, Daniel
debía proyectar el lento revoloteo de las
estaciones, el calendario litúrgico, las
sesiones del parlamento y el progreso de
las obligaciones de varías personas
importantes, enfermedades terminales y
embarazos hasta la época del año en la
que se esperaba la visita de Eliza.
Su primera idea había sido que Eliza
vendría justo en el momento adecuado:
porque en dos semanas el rey emitiría
una nueva Declaración de Indulgencia
que convertiría a Daniel en héroe, al
menos entre los inconformistas. Pero
mientras estaba agachado empezó a
contar semanas, tic, tic, tic, como las
gotas de orina que se soltaban de la
punta de su depósito, y fue consciente de
que pasaría mucho más tiempo antes de
la llegada de Eliza, no llegaría antes de
mediados de mayo. Para entonces los
sacerdotes de la Alta Iglesia tendrían
varios domingos para denunciar desde
sus púlpitos la indulgencia; dirían que
no era en absoluto un acto de tolerancia
cristiana, sino un pretexto para el
papado, y Daniel Waterhouse un idiota
en el mejor de los casos y un traidor en
el peor. Por esa época Daniel quizá
tuviese que vivir en Whitehall, para
estar seguro.
Fue mientras imaginaba esa parte —
vivir como un rehén en una cámara
sombría de Whitehall, protegido por los
guardias de John Churchill— que Daniel
recordó otro dato de su efemérides
mental, uno que detuvo por completo la
meada.
La reina estaba embarazada. Hasta
ahora no había producido ningún hijo. El
embarazo parecía haberse desarrollado
con mayor rapidez de lo habitual en los
embarazos humanos. Quizá no se habían
dado prisa en anunciarlo porque habían
esperado que terminase en otro aborto.
Pero parecía progresar, y el tamaño de
su abdomen era ahora motivo de
controversias alrededor de Whitehall.
Se esperaba que diese a luz a finales de
mayo o principios de junio, justo cuando
Eliza estaría de visita.
Eliza usaba a Daniel para entrar en
el palacio de forma que ella pudiese
saber lo antes posible si el rey Jacobo II
tenía un heredero legítimo, y ajustar sus
inversiones según esa información. Lo
que debería haber sido tan evidente
como que Daniel tenía una enorme
piedra en la vejiga, pero de alguna
forma Daniel se las arregló para
terminar lo que hacía y regresar al salón
de café sin ser consciente de ninguno de
esos dos detalles.
La única persona que parecía
entender las cosas era Robert Hooke,
que se encontraba en el mismo salón de
café. Le hablaba, como era habitual, a
sir Christopher Wren. Pero durante todo
el proceso había estado observando a
Daniel a través de una ventana abierta.
En su rostro tenía la expresión de un
hombre dispuesto a hablar claramente de
algunos hechos desagradables, y Daniel
se las arregló para evitarle.
Versalles
Julio, 1688
Eliza y Liselotte
Para d'Avanx
Monsieur,
Como me pidió, he cambiado a la
nueva cifra. ¡A mí me resulta ridículo
pensar que los holandeses hayan roto la
antigua y leído todas sus cartas! Pero,
como siempre, es usted la encarnación
de la discreción, y seguiré cualquier
precaución que me exija.
Estuvo bien que me escribiese esa
carta encantadora, aunque levemente
sarcástica, de felicitación por la
concesión de mi título al que tengo
derecho por herencia (como ahora
ocupamos la misma posición —a pesar
de las dudas que usted albergue sobre la
legitimidad de mi título— espero que no
le ofenda que ahora me dirija a usted
como monsieur en lugar de
monseigneur). Hasta la llegada de su
carta, no había sabido de usted desde
hacía meses. Al principio, pensé que la
reacción exagerada y vulgar del príncipe
de Orange al llamado intento de
secuestro le había dejado aislado en La
Haya, e incapaz de enviar cartas. Con el
paso de los meses, empecé a
preocuparme de que su afecto por su
más humilde y obediente servidora se
hubiese enfriado. Ahora puedo
comprobar que no fue más que una
fantasía ociosa, una de esas
preocupaciones sin sentido a las que mi
sexo es tan dado. Usted y yo estamos tan
cerca como siempre. Así que intentaré
escribir una buena carta y tentarle para
que me responda.
Los negocios primero: no he
cuadrado los números para el segundo
trimestre de 1688, y por tanto, por favor,
no comunique lo que viene a
continuación a los otros inversores, pero
confío en que nos ha ido mejor de lo que
cualquiera espera. Cierto, las acciones
de la V.O.C. han ido muy mal, y sin
embargo el mercado ha sido demasiado
volátil para convertir en una propuesta
ganadora el vender en descubierto y
jugar con derivados. Sin embargo, un
par de operaciones —curiosamente,
todas en Londres— han salvado a
nuestras inversiones del desastre. Una es
operar con materias primas,
especialmente la plata. La moneda
inglesa está cada día más desvalorizada,
los falsificadores son una plaga en ese
país, y, para no aburrirle con los
detalles, eso implica un flujo de oro y
plata entrando y saliendo de la isla del
que podemos beneficiarnos si apostamos
adecuadamente.
Puede que se pregunte cómo es
posible que sepa cómo apostar, viviendo
en Versalles. Deje que calme su
preocupación explicándole que he
visitado Londres en dos ocasiones desde
la última vez que le vi, una en febrero y
la otra en mayo, alrededor de las fechas
del nacimiento del hijo del rey Jacobo.
La segunda visita era obligatoria, claro,
porque todo el mundo sabía que la reina
de Inglaterra estaba embarazada, y que
el futuro de su nación y de Europa
dependía de que produjese un heredero
legítimo. Los mercados de Amsterdam
responderían intensamente a las noticias
de Whitehall, así que debía estar allí.
He seducido a un inglés cercano al rey,
tan cercano que pudo introducirme en
Whitehall cuando la reina se puso de
parto. Como esto es un informe
financiero, monsieur, no diré más; pero
déjeme mencionar que hay ciertas
peculiaridades alrededor del nacimiento
de ese niño con las que le entretendré en
alguna otra ocasión.
El inglés es una figura de cierta
importancia en la Royal Society. Tiene
un medio hermano mayor que gana
dinero por más métodos de los que
puedo enumerar. Su familia tiene
antiguas conexiones con los talleres de
orfebres que solían encontrarse en
Cornhill y Threadneedle, y nuevas
conexiones con la banca establecida por
sir Richard Apthorp después de que
Carlos II arruinase a muchos de los
orfebres. Si no está familiarizado con
una banca, el término se refiere a algo
similar a orfebres, excepto que han
abandonado cualquier pretensión de
orfebrería per se; son financieros que
trabajan con metal y papel. Por extraño
que pueda sonar, es un negocio que tiene
realmente sentido, al menos en el
contexto de Londres, y a Apthorp le va
muy bien. Fue por medio de esa
conexión como fui consciente de las
tendencias de plata y oro mencionadas
antes y, digamos, pude realizar las
apuestas adecuadas.
Como carecen del refinamiento de
los franceses, los ingleses no tienen un
equivalente a Versalles, así que los
elevados y poderosos, los partidarios de
diversas religiones, commerçants y
vagabundos viven todos juntos en
Londres. Usted ha pasado tiempo en
Amsterdam, lo que puede darle alguna
idea de cómo es Londres, excepto que
Londres no está ni de lejos tan bien
organizada. Gran parte de la mezcla se
produce en los salones de café.
Rodeando la Bolsa había diversos
salones de café y chocolate que, con el
tiempo, han acabado sirviendo a una
cuéntela específica. Las aves del mismo
plumaje acaban volando juntas y los que
comercian con acciones de la Compañía
de las Indias Orientales van a un sitio y
así con los demás. Ahora que el
comercio de ultramar de Inglaterra ha
crecido, el negocio de asegurar barcos y
otras empresas arriesgadas se ha
convertido en un comercio de cierta
importancia. Los que van buscando
seguros recientemente han empezado a ir
al salón de café Lloyd's, que por alguna
razón se ha convertido en el lugar
favorito de los aseguradores. La
disposición conviene tanto a
compradores como a vendedores: los
compradores pueden pedir ofertas a los
distintos aseguradores simplemente
cambiando de una mesa a otra, los
vendedores pueden distribuir el riesgo
formando asociaciones espontáneas.
Espero no estar aburriéndole
mortalmente, monsieur, pero es un
proceso fascinante, y usted mismo ya ha
ganado algo de dinero con ese negocio,
que puede emplear para comprar una
novela picaresca si mi discurso le
resulta demasiado tedioso. Tout le
monde en Versalles está de acuerdo en
que L’Emmerdeur en Barbarie es buena
lectura, y sé de muy buena tinta que un
ejemplar acabó en el dormitorio del rey.
Basta de negocios; ahora los
rumores.
Madame se digna a reconocerme
ahora que se sabe que soy condesa.
Durante mucho tiempo me consideró un
parásito, una mala hierba, y por tanto
esperaba que fuese la última mujer de la
corte en aceptarme como noble. Pero me
sorprendió con una bienvenida cortés y
casi cálida, y me dedicó unos momentos
de charla cortés cuando me encontré con
ella en los jardines el otro día. Creo que
su anterior frialdad hacia mí tenía dos
razones. Una es que como todos los
otros miembros de la realeza extranjera,
la Palatine (como en ocasiones se llama
aquí a Liselotte) se siente insegura de su
rango y tiende a exaltarse a sí misma
menospreciando esas otras líneas
sanguíneas como incluso más
cuestionables que la suya. ¡No es un
rasgo muy atractivo, pero es muy
humano! La segunda razón es que su
principal rival en la corte es Maintenon,
que llegó desde un estado desdichado
para convertirse en la reina no oficial de
Francia. Y por tanto, cuando Madame ve
en la corte a una mujer con aspiraciones,
le recuerda a esa a la que odia.
Muchos nobles de familias antiguas
se burlan de mí porque trato con dinero.
Sin embargo, no Liselotte. Al contrario,
creo que explica por qué me ha
aceptado.
Ahora que he pasado dos años en la
casa de madame la duquesa d'Oyonnax,
rodeada por el mismo tipo de jóvenes
ambiciosas que Madame desprecia
tanto, comprendo por qué se preocupa
tanto de evitarlas. Esas muchachas
disponen de muy pocos activos: sus
apellidos, sus cuerpos y (si tienen la
suerte de haber nacido así) sus ingenios.
El primero de ellos —sus apellidos y
los pedigríes que vienen con ellos—
bastan para atravesar la puerta. Son
como una invitación a un baile. Pero la
mayoría de esas familias tienen más
pasivos que activos. Una vez que una de
esas chicas ha encontrado una posición
en alguna casa de Versalles, no dispone
más que de unos años para arreglar el
resto de su vida. Es como una rosa
cortada en un jarrón. Cada día al
amanecer mira por la ventana para ver a
un jardinero empujar un carro cargado
con flores marchitadas que se llevan al
campo para usarlas como abono, y la
similitud con su propio futuro está clara.
En unos años quedará eclipsada, en
todas las fiestas, por chicas más
jóvenes. Sus hermanos heredarán
cualquier activo que pueda tener la
familia. Si puede casarse bien, como
Sofía, puede que tenga una vida a la que
aspirar; si no, la enviarán a algún
convento, como pasó con dos hermosas
e inteligentes hermanas de Sofía.
Cuando la desesperación se combina
con la naturaleza despreocupada e
irresponsable de los jóvenes, por lo
general la crueldad se vuelve banal.
Es totalmente razonable que
Madame quiera evitar a las jóvenes de
ese tipo. Siempre asumió que yo era una
de ellas, porque no tenía forma de
distinguirme de las otras. Pero más
tarde, como he mencionado, fue
consciente de que administro
inversiones. Eso me hacía destacar, le
indica que tengo intereses y activos
fuera de las intrigas de la corte y por
tanto no soy tan peligrosa como las
otras. En efecto, me trata como si me
acabase de casar con un duque rico y
guapo y hubiese arreglado todos mis
asuntos. En lugar de ser una rosa cortada
en un jarrón, soy un rosal con raíces en
el suelo.
¡O quizás esté sobreinterpretando
una breve conversación!
Me preguntó si la caza era buena en
Qwghlm. Sabiendo lo mucho que le
encanta la caza, le dije que era
malísima, a menos que se considerase
caza el lanzar piedras a las ratas, y le
pregunté cómo es la caza en Versalles.
Evidentemente, me refería a los grandes
parques de caza que el rey ha construido
alrededor del château, pero Liselotte
me respondió:
—¿Interior o exterior?
—He visto cacerías de interior —
admití—, pero sólo por medio de
trampas y venenos, que son vicios
habituales de los campesinos.
—¿Los qwghlmianos están más
acostumbrados a la vida al aire libre?
—Sólo porque nuestras moradas se
derrumban continuamente, madame.
—¿Sabe montar, mademoiselle? —
me preguntó.
—En cierta forma… porque aprendí
a hacerlo a pelo —respondí.
—¿No hay sillas allí de donde
viene?
—Las había antaño, porque las
colgábamos de noche de las ramas de
los árboles, para evitar que se las
comiesen las pequeñas criaturas
nocturnas. Pero después los ingleses
cortaron los árboles, y ahora la
costumbre es montar a pelo.
—Me gustaría verlo —respondió—,
pero no es muy decoroso.
—Somos invitadas en la casa del rey
y debemos seguir sus estándares de
decoro —dije respetuosa.
—Si puede montar bien a caballo
aquí, la invitaré a St. Cloud… es mi
hacienda, y allí podrá seguir mis reglas.
—¿Monsieur no se opondrá?
—Mi esposo se opone a todo lo que
hago —dijo—, y por tanto no se opone a
nada.
En mi siguiente carta le haré saber si
pasé la prueba de equitación y obtuve mi
invitación a St. Cloud.
¡Y también le enviaré las cifras
trimestrales!
Eliza de la Zeur
Torre de Londres
Verano y otoño, 1688
Por tanto, sucedía
habitualmente que
aquellos que se
valoraban por la
magnitud de sus
fortunas, al
aventurarse en el
crimen, corrompían
la justicia pública, u
obtenían perdón a
cambio de dinero o
alguna otra
recompensa, con la
esperanza de escapar
al castigo.
Hobbes, Leviatán
Daniel en la Torre
Estimado Daniel,
No tengo ni la más remota idea de
dónde te encuentras, así que enviaré esta
carta al viejo Grubendol y rezaré para
que te halle en buena salud.
Pronto partiré a un largo viaje a
Italia, donde espero reunir pruebas que
barrerán cualquiera telaraña de duda
que pueda quedar sobre el árbol
genealógico de Sofía. Debes
considerarme un tonto por dedicar tanto
esfuerzo a la genealogía, pero sé
paciente y comprobarás que hay buenas
razones. Por el camino pasaré por
Viena, y, si Dios quiere, obtendré
audiencia con el emperador y le contaré
mis planes de una Biblioteca Universal
(ha fracaso el proyecto de minería de
plata en el Harz —no porque hubiese
nada de malo con mis inventos, sino
porque los mineros temían que perderían
el trabajo, y se me resistieron de todas
las formas imaginables— y por tanto la
financiación de la Biblioteca no vendrá
de las minas de plata, sino de las arcas
de algún gran príncipe).
Es un viaje peligroso, y por tanto he
querido poner por escrito algunas cosas
y enviártelas antes de abandonar
Hannover. Son ideas recientes,
manzanas verdes que darían dolor de
estómago a cualquier estudioso que las
consumiese. Durante el viaje dispondré
de muchas horas para refundirlas en
frases más piadosas (para aplacar a los
jesuitas), pomposas (para impresionar a
los académicos) o simples (para halagar
a los salones), pero confío en que me
perdonarás haberlas redactado con
informalidad y franqueza. Si me sucede
alguna desgracia por el camino, quizás
algún miembro futuro de la Royal
Society retome el hilo donde lo dejo yo.
Mirando a nuestro alrededor es fácil
percibir Verdades diferentes, por
ejemplo, que el cielo es azul, la Luna
redonda, que los humanos caminan sobre
dos piernas y los perros sobre cuatro
patas, y demás. Algunas de esas
verdades son de naturaleza bruta y
geométrica, no hay forma imaginable de
evitarlas, por ejemplo, que la distancia
más corta entre dos puntos es una línea
recta. Hasta Descartes, todo el mundo
suponía que tales verdades eran unas
pocas, y que Euclides y los otros
antiguos habían hallado la mayoría de
ellas. Pero cuando Descartes dio
comienzo a su proyecto, todos
adoptamos el hábito de situar cosas en
un espacio que podía describirse por
medio de números. Ahora cruzamos dos
de las líneas con números de Descartes
en ángulo recto para definir un plano de
coordenadas, al que hemos dado el
nombre de coordenadas cartesianas, y el
concepto parece estar ganando adeptos,
porque es difícil entrar en un aula de
cualquier sitio sin ver al profesor
dibujando un enorme signo + en la
pizarra. En cualquier caso, cuando nos
acostumbramos a describir el tamaño, la
posición y la velocidad de todo en el
mundo empleando números, líneas,
curvas y otras construcciones familiares
a los estudiosos desde Euclides,
entonces, digo, se convierte en una
especie de moda el intentar explicar
todas las verdades del universo por
medio de la geometría. Yo mismo puedo
recordar el momento en que me sedujo
esa forma de pensar: tenía catorce años,
y vagaba alrededor del Rosenthal en las
afueras de Leipzig, supuestamente para
oler los capullos pero en realidad para
proseguir con un debate interno de mi
propia mente, entre los viejos métodos
escolásticos y la filosofía mecánica de
Descartes. ¡Como sabes, me decidí por
éste último! Y desde entonces no he
dejado de estudiar matemática.
El propio Descartes estudió cómo se
mueven y chocan las bolas, cómo ganan
velocidad al descender por rampas,
etcétera, e intentó explicar todos sus
datos en términos de una teoría que era
de naturaleza puramente geométrica. El
resultado de sus elucubraciones era
típicamente francés en que no se
ajustaba con la realidad pero era muy
hermoso y lógicamente coherente. Desde
entonces nuestros amigos Huygens y
Wren han invertido más esfuerzo hacia
el mismo fin. Pero no hace falta que te
diga que es Newton, muy por delante de
los otros, quien ha expandido
enormemente el conocimiento de las
verdades de naturaleza geométrica.
Realmente pienso que si Euclides y
Eratóstenes pudiesen volver a la vida se
postrarían a sus pies y (ya que eran
paganos) le adorarían como a un dios.
Porque la geometría que ellos
practicaban trataba en general de formas
simples y abstractas, líneas sobre la
arena, mientras que la de Newton
describe las leyes que gobiernan los
planetas.
He leído el ejemplar de los
Principia Mathematica que tan
amablemente me enviaste, y soy
perfectamente consciente de que no
encontraré ningún fallo en las
demostraciones del autor, o que pueda
extender su trabajo a un territorio que él
no haya conquistado ya. Da toda la
impresión de algo terminado y completo.
Es como una bóveda, si no estuviese
completa no se sostendría, y como está
completa, y se sostiene, no tiene sentido
añadirle nada más.
Y sin embargo su misma completud
indica que queda más trabajo por hacer.
Creo que el gran edificio de los
Principia Mathematica contiene casi
todas las verdades geométricas que se
pueden expresar sobre el mundo. Pero
toda bóveda, por grande que sea, tiene
un interior y un exterior, y aunque la
bóveda de Newton contiene todas las
verdades geométricas, excluye las de
otro tipo: verdades que tiene sus mentes
en la idoneidad y en causas finales.
Cuando Newton encuentra tales
verdades —como la ley del cuadrado
inverso de la gravedad— ni siquiera
considera el comprenderlas, sino que se
limita a decir que el mundo simplemente
es así, porque así lo hizo Dios. Para su
forma de pensar, las verdades de esa
naturaleza se encuentran fuera del
territorio de la Filosofía Natural y
pertenecen por tanto al territorio que él
considera es mejor explorar por medio
de la alquimia.
Déjame explicarte por qué Newton
se equivoca.
He intentado salvar algo de valor de
la teoría geométrica de la colisión de
Descartes y la he encontrado por
completo carente de utilidad.
Descartes sostiene que cuando dos
cuerpos chocan deberían tener la misma
cantidad de movimiento después de la
colisión, como antes. ¿Por qué lo cree?
¿Por observaciones empíricas? No,
porque aparentemente no realizó
ninguna. O si las hizo, no vio más que lo
que quería ver. Él cree que se debe a
que por adelantado se convenció de que
su teoría debía ser geométrica, y la
geometría es una disciplina austera, a un
geómetra sólo se le permite medir
ciertas cantidades para introducir en sus
ecuaciones. La principal de ellas es la
extensión, un término pomposo para
«cualquier cosa que se pueda medir con
una regla». Descartes y la mayoría de
los demás también permiten el tiempo,
porque puedes medir el tiempo con un
péndulo y él péndulo con una regla. La
distancia que recorre un cuerpo (que se
puede medir con una regla) dividida por
el tiempo requerido para recorrerlas
(que se puede medir con un péndulo, que
se puede medir con una regla) ofrece la
velocidad. La velocidad aparece en el
cálculo de Descartes de la cantidad de
movimiento, a mayor velocidad, mayor
movimiento.
Hasta ahora bien, pero luego se
equivocó por completo tratando la
cantidad de movimiento como si fuese
un escalar, un simple número sin
dirección, cuando en realidad es un
vector. Pero es un error menor. Hay
espacio suficiente para vectores en un
sistema con dos ejes ortogonales,
simplemente los dibujamos como
flechas sobre lo que llamo el plano
cartesiano, y, maravilla, tenemos
constructos geométricos que obedecen a
reglas geométricas. Podemos sumar sus
componentes geométricamente, calcular
sus magnitudes con el teorema de
Pitágoras, etcétera.
Pero esa aproximación adolece de
dos problemas. Uno es la relatividad.
Las reglas se mueven. No hay un marco
de referencia fija para medir
extensiones. Un geómetra sobre un bote
móvil que intenta medir la velocidad de
un pájaro en vuelo obtendrá un número
diferente a un geómetra en la orilla; ¡y el
geómetra que viaja subido al pájaro no
medirá ninguna velocidad!
Segundo: la cantidad de movimiento
cartesiana, la masa multiplicada por la
velocidad (mv), no se conserva en el
caso de cuerpos que caen. Y sin
embargo realizando, o incluso
imaginando, un experimento muy simple,
puedes demostrar que la masa
multiplicada por el cuadrado de la
velocidad (mv2) sí se conserva en
dichos cuerpos.
Esa cantidad mv2 tiene ciertas
propiedades interesantes. Por ejemplo,
mide la cantidad de trabajo que un
cuerpo en movimiento puede realizar. El
trabajo es algo que tiene un sentido
absoluto, está libre de los problemas de
relatividad que mencioné hace un
momento, un problema que es imposible
evitar en el caso de todas las teorías
cimentadas en el uso de reglas. En la
expresión mv2 la velocidad aparece al
cuadrado, lo que significa que ha
perdido su dirección, y ya no tiene
sentido geométrico. Aunque se puede
representar mv sobre el plano cartesiano
y se puede someter a todos los trucos y
técnicas de Euclides, puede que con mv2
no se pueda, porque al encontrarse al
cuadrado la velocidad v ha perdido toda
dirección y, si puedo ponerme algo
metafísico, transciende el plaño
geométrico y pasa a una nueva región, el
reino del álgebra. En la naturaleza se
conserva escrupulosamente la cantidad
mv2, y su conservación, de hecho,
podría considerarse una ley del
universo, pero queda mera de la
geometría, y está excluida de la bóveda
construida por Newton, es otra verdad
contingente no geométrica, una de las
muchas que han descubierto, y
descubrirán, los filósofos naturales.
Entonces, ¿debemos decir como Newton
que todas esas verdades las crea Dios
arbitrariamente? ¿Debemos buscar tales
verdades en el ocultismo? Porque si
Dios ha establecido estas reglas
arbitrariamente, son de naturaleza
ocultista.
A mí esa idea me resulta ofensiva;
parece asignar a Dios el papel de un
déspota caprichoso que desea ocultarnos
la verdad. En algunos casos, como el
teorema de Pitágoras, puede que Dios no
tuviese otra opción cuando creó el
mundo. En otros, como el caso de la ley
del inverso del cuadrado en la gravedad,
debió tener opciones; pero en esos
casos, me gusta pensar que escogía con
sabiduría y de acuerdo a un plan
coherente que nuestras mentes —en la
medida es que están hechas a la imagen
de Dios— pueden comprender.
Al contrario que los alquimistas, que
ven ángeles, demonios, milagros y
esencias divinas por todas partes, yo no
encuentro en el mundo más que cuerpos
y mentes. Y nada en los cuerpos excepto
ciertas cantidades observables como la
magnitud, figuración, posición y los
cambios de las mismas, todo lo demás
simplemente se dice, pero no se
comprende; es sonido sin sentido. Nada
en el mundo puede comprenderse con
claridad a menos que se reduzca a esas
propiedades. A menos que las cosas
físicas se puedan explicar por medio de
leyes mecánicas, Dios no puede, incluso
si lo decide, revelarse y explicarnos la
naturaleza.
Es probable que invierta el resto de
mi vida en explicar estas ideas a los que
quieran escucharme, y defendiéndome
de aquellos que no quieran escucharme,
y por tanto cualquier cosa que oigas de
mí a partir de este momento deberías
apreciarlo bajo esa luz, Daniel. Si la
Royal Society se siente inclinada a
quemarme en efigie, por favor, intenta
explicarles que intento extender el
trabajo de Newton, no derribarlo.
Leibniz
—Doctor Waterhouse.
—Sargento Shaftoe.
—Han llegado sus visitantes: el
señor Bob Carver y el señor Dick
Gripp.
Daniel se levantó de la cama; nunca
se había despertado tan rápido.
—Por favor, se lo ruego, sargento,
no… —empezó a decir, pero se detuvo,
porque se le había ocurrido que quizás
el sargento Shaftoe ya hubiese tomado la
decisión, y el hecho estuviese a todos
los efectos consumado, y que Daniel no
hacía más que humillarse. Se puso en
pie y recorrió el suelo de madera hacia
el rostro y la vela de Bob Shaftoe, que
colgaban en la oscuridad como un par de
estrellas binarias no muy bien definidas:
la cara una mancha roja indefinida, la
llama un ardiente punto blanco. La
sangre escapó de la cabeza de Daniel y
se tambaleó, pero no vaciló. No fue más
que una voz gimoteando en la oscuridad
hasta entrar en el globo de luz
equilibrado sobre esa llama; si Bob
Shaftoe pensaba permitir la entrada de
los asesinos en su estancia, que primero
viese el rostro de Daniel. El brillo de la
luz estaba gobernado por una ley del
inverso del cuadrado, como la gravedad.
Finalmente el rostro de Shaftoe se
enfocó. Parecía un poco mareado.
—No soy un bastardo de negro
corazón como para permitir el paso a un
par de asesinos a sueldo para acuchillar
a un profesor indefenso. Sólo hay un
hombre vivo al que odio tanto como
para desearle semejante final.
—Gracias —dijo Daniel,
acercándose lo suficiente para sentir en
la cara el ligero calor de la vela.
Shaftoe notó algo, apartó la vela y se
aclaró la garganta. No era la
interjección pretenciosa y delicada de
clase alta sino un intento honrado y
legítimo de soltar una bola de flema que
se le había quedado atorada en la
garganta.
—Se ha dado cuenta de que me he
meado encima, ¿no es así? —dijo
Daniel—. Imagina que es culpa suya…
que hace un momento me ha asustado
tanto que no he podido contenerme.
Bien, me pilló, la verdad, pero no es por
eso que me corre orina por la pierna.
Tengo la piedra, sargento, y no puedo
elegir cuando hacer aguas, pero más
bien goteo y filtro como un barrilete
falto de calafateo.
Bob Shaftoe asintió y pareció
sentirse algo aliviado del peso de la
culpa.
—Entonces, ¿cuánto tiempo le
queda?
Planteó la pregunta con tanta
naturalidad que a Daniel le llevó unos
minutos comprenderla.
—Oh, ¿se refiere de vida? —El
sargento asintió—. Perdóneme, sargento
Shaftoe, olvido que su profesión le ha
acercado tanto a la muerte que habla de
ella como los capitanes marinos del
viento. ¿Cuánto me queda? Quizás un
año.
—Podría cortarla.
—He visto a hombres operados de
la piedra, sargento, y prefiero la muerte,
muchas gracias. Apostaría a que es peor
que cualquier cosa que haya visto en el
campo de batalla. No, seguiré el
ejemplo de mi mentor, John Wilkins.
—Se ha operado a hombres de la
piedra y han vivido, ¿no?
—El señor Pepys se operó hace
treinta años y sigue con vida.
—¿Camina? ¿Habla? ¿Orina?
—Ciertamente, sargento Shaftoe.
—Entonces, con su permiso, doctor
Waterhouse, ser operado de la piedra no
es peor que cualquier cosa que yo haya
visto en los campos de batalla.
—¿Sabe cómo se realiza la
operación, sargento? La incisión se
realiza a través del perineo, que es la
zona sensible entre el escroto y el ano…
—Si la cuestión es compartir
historias sangrientas, doctor Waterhouse,
estaríamos aquí hasta que se hubiese
consumido la vela, y sin ningún sentido;
y si realmente tiene la intención de morir
de la piedra, no debería estar
malgastando tanto tiempo.
—No hay nada que hacer aquí, sino
perder el tiempo.
—Ahí es donde se equivoca, doctor
Waterhouse, pero tengo una propuesta
interesante que hacerle. Usted y yo
vamos a ayudarnos mutuamente.
—¿Quiere dinero a cambio de
mantener a los asesinos de Jeffreys lejos
de mi cámara?
—Eso es lo que querría si yo fuese
un sapo vil y cobarde —dijo Bob
Shaftoe—. Y si sigue confundiéndome
con ese tipo de hombres, bien, quizá
debería permitir el acceso de Bob y
Dick.
—Por favor, perdóneme, sargento,
llene todo el derecho a enfadarse
conmigo. Simplemente es que no quiero
imaginar qué transacción…
—¿"Vio al tipo azotado antes de la
puesta de sol? Debería haber sido
visible desde en el foso seco, a través
de esas troneras de ahí.
Daniel lo recordaba muy bien.
Habían salido tres soldados, portando
sus picas, las ataron juntas por las
puntas y las abrieron para formar un
trípode. Habían sacado a un hombre sin
camisa, con las manos atadas delante, y
habían lanzado la cuerda sobre la unión
de las picas, bien tensa para que los
brazos le quedaran inmóviles sobre la
cabeza. Finalmente le habían apartado
los tobillos y los habían atado a las
picas a cada lado, dejándole
perfectamente inmóvil, y después había
salido un hombre enorme con un látigo,
que procedió a utilizar. En general, se
trataba de un rito común en los
campamentos militares, y ayudaba a
explicar por qué las personas de
posibles intentaban vivir lo más lejos
posible de los barracones.
—No presté mucha atención —dijo
Daniel—. Conozco el procedimiento
general.
—Hubiese prestado más atención de
haber sabido que el hombre azotado se
hace llamar Dick Gripp.
Daniel se quedó sin palabras.
—Vinieron por usted anoche —dijo
Bob Shaftoe—. Los hice encerrar en
celdas separadas mientras decidía qué
hacer con ellos, y la verdad es que se
dirigieron a mí bastante acaloradamente.
Bien. A algunos hombres se les permite
hablar de esa forma, los han
ennoblecido, en cierto sentido, los actos
y las cosas que han vivido. No creo que
Bob Carver y Dick Gripp fuesen
hombres de ese tipo. A otros se les
podría permitir hablar así porque nos
entretienen. Una vez tuve un hermano
así. Pero no Bob y Dick. Por desgracia,
no soy magistrado y no tengo el poder de
meter a los hombres en la cárcel,
obligarles a responder preguntas,
etcétera. Por otra parte, soy un sargento,
y tengo el poder de reclutar a hombres al
servicio del rey. Como Bob y Dick eran
claramente hombres ociosos, allí mismo
los recluté en la guardia personal del rey
Torrente Negro. Al instante siguiente,
comprendí que había cometido un error,
porque los dos eran un verdadero
problema disciplinario, y precisaban de
castigo. Usando el truco más viejo del
libro, hice que azotasen a Dick, quien
me pareció el mejor de los dos,
directamente frente a la celda de Bob
Carver. Bien, Dick es un tipo fuerte,
sigue con la cabeza erguida, y puede qué
lo conserve en el regimiento. Pero Bob
considera su castigo, programado para
el amanecer, de la misma forma que
usted piensa sobre la operación de
piedra. Así que hace una hora despertó a
sus guardias, y ellos me despertaron a
mí, y fui a mantener una charla con el
señor Carver.
—Sargento, es usted tan industrioso
que apenas puedo seguir lo que
pretende.
—Me contó que Jeffreys les ordenó
personalmente, a él y al señor Gripp,
que le cortasen la garganta. Se suponía
que debían hacerlo muy despacio, y
debían explicarle mientras lo hacían que
había sido cosa de Jeffreys.
—Es lo que esperaba —dijo Daniel
—, y sin embargo me marea oírlo en
palabras tan claras.
—Entonces debo esperar a que
recupere el sentido. Aún más, debo
esperar a que se enfurezca. Perdóneme
por presumir instruir a un hombre de su
erudición, pero en momentos como éstos
se supone que debería enfadarse.
—Es un detalle muy extraño con
respecto a Jeffreys: puede tratar a la
gente de forma abominable y no hacerla
enfadar. Influye extrañamente en la
mente de sus víctimas, como una barra
de vidrió desviando una corriente de
agua, de forma que sentimos que lo
merecemos.
—Le conoce desde hace tiempo.
—Así es.
—Matémoslo
—¿Perdone?
—Matémoslo, asesinémoslo. Que
sufra la muerte, para que no nos resulte
una plaga nunca más.
Daniel estaba escandalizado.
—Es una idea extremadamente
estrafalaria…
—En absoluto. Y hay algo en su tono
de voz que me indica que le gusta.
—¿Por qué dice «nosotros»? Usted
no tiene parte en mis problemas.
—Usted ocupa una alta posición en
la Royal Society.
—Sí.
—Debe conocer a muchos
alquimistas.
—Me gustaría poder negarlo.
—Conoce a mi señor Upnor.
—Sí. Le conozco desde hace tanto
tiempo como a Jeffreys.
—Upnor es el dueño de mi amada.
—Perdóneme… ¿ha dicho que es su
dueño?
—Sí… Jeffreys se la vendió durante
los Juicios Sangrientos.
—Taunton… ¡su amada es una de las
colegialas de Taunton!
—Exacto.
Daniel estaba fascinado.
—Propone un pacto.
—Usted y yo liberaremos al mundo
de Jeffreys y Upnor. Y) tendré a mi
Abigail y usted vivirá su último año, o
el tiempo que Dios le conceda, en paz.
—No pretendo acobardarle y
preocuparle, sargento…
—¡Adelante! Mis hombres lo hacen
continuamente.
—… pero ¿puedo recordarle que
Jeffreys es lord canciller del reino?
—No por mucho tiempo —
respondió Shaftoe.
—¿Cómo lo sabe?
—Básicamente lo ha admitido, ¡por
sus actos! ¿Por qué lo encerraron en la
Torre?
—Por actuar como intermediario
para Guillermo de Orange.
—Vaya, eso es traición… ¡deberían
haberle colgado, destripado y
despedazado por eso! Pero lo
mantuvieron con vida. ¿Por qué?
—Porque soy testigo del nacimiento
del príncipe, y como tal puedo ser útil
para testificar de su legitimidad como
próximo rey.
—Si Jeffreys ha decidido matarle
ahora, ¿qué significa?
—Que abandona al rey, Dios mío, a
toda la dinastía, y se prepara para huir.
Sí, ahora comprendo su razonamiento,
gracias por ser tan paciente conmigo.
—Comprenda, no le pido que use
armas o haga algo que no se le dé bien.
—Algunos se ofenderían por ese
comentario, sargento, pero…
—Aunque mi principal queja es con
Upnor, Jeffreys fue la primera causa, y
no vacilaría en utilizar mi espadón si me
mostrase el cuello.
—Resérvelo para Upnor —dijo
Daniel, después de una breve pausa para
decidir. En realidad, hacía rato que se
había decidido; pero quería dar la
impresión de que lo pensaba, para que
Bob Shaftoe no lo considerase un
hombre que se tomaba esas cosas a la
ligera.
—Entonces, está conmigo.
—No tanto que yo esté con usted
como que nosotros estamos con la
mayoría de Inglaterra, e Inglaterra con
nosotros. Usted habla de matar a
Jeffreys con la fuerza de su brazo
derecho. Pero le digo que si
dependemos exclusivamente de su
brazo, por fuerte que sea, fracasaremos.
Pero si, como creo, Inglaterra está con
nosotros, bien, entonces no precisamos
más que encontrarle y decir con voz
clara: «Este tipo de aquí es mi señor
Jeffreys», y su muerte seguirá como una
ley natural, como una bola corriendo
rampa abajo. A eso me refiero cuando
hablo de revolución.
—¿Es una forma francesa de decir
«rebelión»?
—No, rebelión es lo que hizo el
duque de Monmouth, y es una alteración
minúscula, una aberración, destinada a
fallar. La revolución es como el giro de
las estrellas alrededor del polo. Está
impulsada por poderes invisibles, es
inexorable, lo mueve todo
simultáneamente, y los hombres de
discernimiento pueden comprenderla,
predecirla, aprovecharse de ella.
—Entonces será mejor que me
busque a un hombre de discernimiento
—murmuró Bob Shaftoe— y deje de
perder la noche con un desgraciado.
—Simplemente hasta ahora no había
comprendido como podría beneficiarme
yo de una revolución. Lo he hecho todo
por Inglaterra, nada por mí, y he
carecido de un principio organizador
para dar forma a mis planes. ¡Nunca me
hubiese podido imaginar que podría
derribar a Jeffreys!
—Como alondra del lodo, soldado
vagabundo, siempre estoy a su servicio
para ser portador de ideas viles y
asesinas —dijo Bob Shaftoe.
Daniel retrocedió hasta los bordes
de la luz y cogió una vela de una botella
sobre el escritorio. Regresó y la
encendió con la de Bob.
Bob comentó.
—He visto a lores morir en los
campos de batalla, no tan a menudo
como me gustaría, pero los suficientes
para saber que no es como en los
cuadros.
—¿Los cuadros?
—Ya sabe, donde la "Victoria
desciende sobre un rayo de sol con las
tetas colgando fuera del vestido,
agitando un laurel para la frente de
dicho lord moribundo, y la virgen María
desciende por otro para…
—Oh, sí. Esas pinturas. Sí, creo lo
que dice. —Daniel había estado
recorriendo la pared curva de la Torre,
sosteniendo la vela cerca de la piedra,
de forma que la luz inclinada destacara
las marcas dejadas durante siglos por
los prisioneros. Se detuvo frente a uno
nuevo, uno complejo a medio acabar de
arcos y rayos que atravesaba un graffiti
más antiguo.
—Creo que no terminaré esta
demostración —anunció, después de
mirarla unos momentos.
—No nos iremos esta noche.
Probablemente le queda una semana…
quizá más. Así que no hay razón para
dejar de trabajar en lo que eso sea.
—Es una antigüedad que antes tenía
sentido, pero ahora ha sido vuelta
cabeza abajo, y sólo parece una
acumulación extraña y caótica de ideas.
Que yazca aquí junto con las otras —
dijo Daniel.
Château Juvisy
Noviembre, 1688
La carta de Rossignol a Luis
XIV
De monsieur Bonaventure
Rossignol, château Juvisy
Para Su Majestad Luis XIV,
Versalles
21 de noviembre de 1688
Sire,
Fue un honor para mi padre servir a
su majestad y al padre de su majestad
como criptoanalista de la corte. Del arte
del desciframiento intentó enseñarme
todo lo que sabía. Movido por el amor
de un hijo hacia su padre tanto como por
el deseo ardiente de un súbdito por ser
de servicio a su rey, intenté aprender
todo lo que mis reducidas facultades me
permitiesen; y si, hasta el momento de su
muerte, hace seis años, mi padre me
impartió sólo una décima parte de lo que
sabía, entonces es suficiente para
hacerme más capacitado para servir
como criptoanalista de su majestad que
cualquier hombre de la Cristiandad; una
medida, no de mi eminencia (porque no
puedo afirmar poseerla), sino de la de
mi padre, y de la condición degradada
de la criptografía en las naciones
vulgares que rodean a Francia como en
su día los bárbaros rodearon a Roma.
Junto con parte de sus
conocimientos, he heredado el salario
que su benevolente majestad le
concedió, y el château que Le Nôtre le
construyó en Juvisy, que su majestad
conoce bien, porque en más de una
ocasión le ha hecho el honor de su
presencia, y lo ha agraciado con su
ingenio, en sus viajes de ida y vuelta a
Fontainebleau. En el petit salon y los
jardines se han discutido muchos asuntos
de estado; porque su padre de querido
recuerdo, y el cardenal Richelieu,
también ennoblecían esa pobre casa con
sus presencias durante los días en que
mi padre, descifrando las
comunicaciones que entraban y salían de
las fortificaciones de los hugonotes,
ayudaba a aplastar las rebeliones de
esos herejes.
Ningún monarca ha sido más
consciente de la importancia de la
criptografía que su majestad. Es sólo a
esa amplia visión por parte de su
majestad, y no a cualquier mérito
intrínseco propio, a la que atribuyo los
honores y riquezas que me han
favorecido. Y es sólo por el interés a
menudo demostrado por su majestad por
estos asuntos que presumo en tomar la
pluma y escribir un relato de
criptoanálisis que no carece de ciertas
características extraordinarias.
Como sabe su majestad, el
incomparable palacio de Versalles está
adornado por varías damas que escriben
cartas de manera infatigable,
notablemente mi amiga madame de
Sévigné, la Palatina y Eliza, la condesa
de Zeur. También hay otras muchas; pero
los que tenemos el honor de servir en el
cabinet noir de su majestad pasamos
tanto tiempo leyendo la correspondencia
de esas tres como el de todas las otras
damas de Versalles combinadas.
Mi narración concierne sobre todo a
la condesa de la Zeur. Le escribe con
frecuencia a M. el conde d'Avaux en La
Haya, empleando la cifra oficial para
ocultar su correspondencia a mis
colegas holandeses. Igualmente,
mantiene un flujo continuo de
correspondencia con ciertos judíos de
Amsterdam, consistente
predominantemente en números y jerga
financiera que, leída, no se puede
descifrar, y descifrada, no se puede
comprender, a menos que uno esté
familiarizado con el funcionamiento de
los mercados de la ciudad, tan vulgares
como complejos. Esas cartas son
excepcionalmente concisas, y sin interés
para nadie excepto judíos, holandeses y
otras personas motivadas por el dinero.
Sus cartas más voluminosas, con
diferencia, se dirigen al sabio de
Hannover Leibniz, cuyo nombre conoce
su majestad: hace unos años fabricó una
máquina calculadora para Colbert, y
ahora trabaja como consejero para el
duque y la duquesa de Hannover, cuyos
esfuerzos en pro de un protestantismo
unificado han causado tanto desagrado a
su majestad. Aparentemente, las cartas
de la condesa de la Zeur a este Leibniz
consisten en interminables descripciones
de las maravillas de Versalles y sus
habitantes. El volumen total y la
consistencia de esa correspondencia me
han hecho preguntarme si no sería un
canal para comunicaciones cifradas;
pero mis pobres esfuerzos por encontrar
patrones ocultos en esas palabras
floridas han sido totalmente vanos.
Ciertamente, mi sospecha de esa mujer
se sustenta no en un fallo de su cifra—
que, asumiendo que exista, es muy buena
— sino en la poca comprensión que
puedo afirmar tener de la naturaleza
humana. Porque durante mis visitas
ocasionales a Versalles he buscado a esa
mujer, y he charlado con ella,
encontrándola muy inteligente, y
conocedora de los últimos trabajos de
los matemáticos y filósofos naturales,
tanto nacionales como extranjeros. Y
ciertamente, todos reconocen la
inteligencia y erudición de Leibniz. Me
resulta difícil creer que una mujer así
pudiese dedicar tanto tiempo a escribir,
y que semejante hombre tenga tanto
tiempo para leer, sobre el cabello.
Hará unos dos años, M. el conde
d'Avaux, durante una de sus visitas a la
corte de su majestad, me buscó, y,
conociendo mi puesto en el cabinet
noir, me hizo muchas preguntas
incisivas sobre los hábitos epistolares
de la condesa. De ahí me quedó muy
claro que comparte algunas de mis
sospechas. Más tarde me dijo que había
presenciado con sus propios ojos un
incidente que dejaba claro que esa mujer
era un agente del príncipe de Orange.
D'Avaux también mencionó a un
caballero suizo llamado Fatio de
Duilliers, y dio a entender que él y la
condesa de la Zeur estaban de alguna
forma relacionados.
D'Avaux parecía confiado en tener
suficiente para aplastar a esa mujer. En
lugar de hacerlo directamente, había
decidido que podría servir mejor a su
majestad siguiendo una estrategia más
compleja y, con permiso de su majestad,
más arriesgada. Como es bien sabido, la
condesa de la Zeur gana dinero para
muchos de los vasallos de su majestad,
incluyendo a d'Avaux, administrando sus
inversiones. El precio de liquidarla de
inmediato sería muy alto; no una
consideración que jamás pudiese
confundir el juicio de su majestad, pero
importante entre los hombres de mentes
débiles y monederos ligeros. Más aún,
d'Avaux compartía mi sospecha de que
se comunicaba por medio de algún canal
cifrado con Sofía y, por medio de Sofía,
con Guillermo, y esperaba que si
lograse romper criptográficamente ese
canal el cabinet noir podría leer sus
informes sin que ella fuese consciente;
lo que, en general, sería más beneficioso
para Francia y agradable para su
majestad que encerrar a la mujer en un
convento y mantenerla incomunicada
hasta el fin de sus días, como se merece.
Durante la primera parte de este año
se ha producido un flirteo entre la
condesa de la Zeur y la Palatina, que
pareció culminar en agosto, cuando la
condesa aceptó la invitación de Madame
de unirse a ella (y el hermano de su
majestad) en St. Cloud. Todos los que
conocían la situación asumían que se
trataba de un asunto amoroso corriente,
aunque sáfico: una interpretación tan
evidente que por su propia naturaleza
debería haber producido más
escepticismo entre aquellos que se
enorgullecen de su sofisticación. Pero
era verano, el clima cálido, y nadie
prestaba atención. No mucho después de
su llegada a St. Cloud, la condesa envió
una carta a d'Avaux en La Haya, que en
consecuencia llegó hasta mi escritorio.
Aquí está.
St. Cloud
Agosto, 1688
Eliza en St. Cloud
Monsieur,
El verano ha llegado aquí a su
pináculo y para aquellos, como
Madame, a los que les gusta cazar
animales salvajes, los mejores meses se
encuentran en el futuro. Pero para
aquellos, como Monsieur, que prefieren
cazar (o ser cazados por) humanos muy
cultivados, es la mejor época del año.
Así que Madame soporta el calor, y se
sienta con sus perritos falderos y escribe
cartas, mientras Monsieur sólo se queja
de que el clima tórrido le corre el
maquillaje. St. Cloud está infestado de
jóvenes, aficionados a la esgrima, que
darían lo que fuese por clavar sus hojas
en su vaina. A juzgar por el ruido que
emana de su dormitorio, su principal es
el caballero de Lorraine. Pero cuando el
caballero queda agotado, el marques
d'Effiat no anda lejos; y tras él
(digamos) hay toda una fila de hermosos
caballeros. En otras palabras, aquí como
en Versalles, hay una jerarquía estricta
de picoteo (aunque ya puede imaginarse
que la jerarquía se fundamenta en
picotear otras cosas), y por tanto la
mayoría de esos jóvenes galanes no
pueden aspirar a nada más que ser
adornos. Sin embargo, como cualquier
otro hombre, sienten lujuria continua.
Como no pueden satisfacerse con
Monsieur dentro del château, practican
unos con otros en los jardines. Uno no
puede salir de paseo o a montar sin
acabar topándose con encuentros
amorosos. Y cuando esos jóvenes se ven
interrumpidos, no se alejan
acobardados, sino que (envalentonados
por el favor que les demuestra
Monsieur) te reprenden de la forma más
abusiva imaginable. Allá donde voy, mi
nariz detecta el humor de la lujuria
flotando en el aire, porque se derrama
por todas partes como el vino en una
taberna.
Liselotte lleva aguantándolo
diecisiete años, desde aquel día en que
atravesó el Rin para no volver. Y por
tanto no es de extrañar que muy rara vez
se aventure en sociedad, y prefiera la
compañía de sus perros y su tintero. Se
sabe que Madame se encariña mucho
con los miembros de su personal, solía
tener una dama de compañía llamada
Théobon que le ofrecía un gran confort.
Pero los amantes de Monsieur —a quien
él mantiene y no tienen nada que hacer
en todo el día sino tramar— comenzaron
a susurrar rumores viles al oído de
Monsieur, y consiguieron que
despidiese a Théobon. Madame se puso
tan furiosa que se quejó ante el rey en
persona. El rey reprendió a los amantes
de Monsieur pero evitó intervenir en los
asuntos de la casa de su propio hermano
y, por tanto, presumiblemente Théobon
habrá terminado en algún convento, y
nunca volverá.
De vez en cuando se reciben
invitados, y entonces, como ya sabe, el
protocolo dicta que todo el mundo se
vista con el traje conocido como en
manteau, que es todavía más rígido y
menos cómodo (si puede imaginarlo)
que vestirse en gran habit como se hace
en Versalles. Como embajador, usted ve
continuamente a mujeres vestidas de esa
forma, pero como hombre no ha
presenciado las maquinaciones que se
producen en las cámara privadas de una
dama, con horas por delante, para hacer
que tenga ese aspecto. Vestirse en
manteau es un proyecto de ingeniería al
menos tan complicado como colocar
todos los aparejos de un barco. Ninguno
de los dos puede completarse sin
disponer de una tripulación grande y
bien entrenada. Pero la casa de Madame
ha quedado reducida a lo mínimo gradas
a las continuas intrigas de los amantes
de Monsieur. Y en cualquier caso, ella
no tiene paciencia para las vanidades
femeninas. Es lo suficientemente mayor,
y lo suficientemente extranjera, y lo
suficientemente inteligente, para
comprender que la Moda (que mujeres
inferiores consideran en pie de igualdad
con la Gravedad) no es más que una
invención, un dispositivo. La inventó
Colbert como medio para neutralizar a
esos franceses y francesas que, debido a
su riqueza e independencia,
representaban la mayor amenaza para el
rey. Pero Liselotte, que podría haber
sido formidable, ya había quedado
neutralizada casándose con Monsieur y
uniéndose a la familia real. Lo único que
impide que su país sea anexionado por
Francia es la disputa de si ella u otro
descendiente de la reina de invierno
debe suceder a su difunto hermano.
En cualquier caso, Liselotte se niega
a jugar al juego inventado por Colbert,
llene un armario, claro, e incluye varios
trajes merecedores del nombre de grand
habit y manteau. Pero hizo que se los
confeccionasen de forma única. En el
armario de Madame, todas las capas de
lencería, corsetería, enaguas y prendas
externas que normalmente se colocan de
una en una están cosidas formando un
único objeto, tan pesado y rígido que se
sostiene por sí mismo, y se cierra por la
espalda. Cuando Monsieur da una gran
fiesta, Liselotte se mete desnuda en su
armario, penetra en uno de esos trajes, y
espera unos momentos mientras una
dama de compañía lo cierra por la
espalda con varios botones, ganchos y
lazos. De ahí va directamente al baile,
sin molestarse en dar un vistazo al
espejo.
Completaré este pequeño retrato de
la vida en St. Cloud con una historia
sobre perros. Como he mencionado, la
Palatina, como Artemisa, nunca está muy
lejos de sus perros. Evidentemente, no
son rápidos perros de presa, sino
pequeños perros falderos que en
invierno se acurrucan a sus pies para
mantenerle los dedos calientes. Les ha
dado nombres de personas y lugares que
recuerda de su infancia en el Palatinado.
Corretean por su apartamento todo el
día, metiéndose en peleas y
controversias absurdas como si fuesen
cortesanos. En ocasiones los saca en
manada al jardín y corre por ahí bajo la
luz del sol interrumpiendo los amours
de los parásitos de Monsieur, y
entonces la paz de esos exquisitos
jardines queda rota por los gritos de
furia de esos amantes y los chillidos de
los perros; los caballeros, con los
calzones por los tobillos, los echan de
sus lugares de encuentro y Monsieur
sale al balcón en bata, los condena a
todos al infierno, y se pregunta en voz
alta por qué Dios le condenó a casarse
con Liselotte.
El rey tiene un par de perros de caza
llamados Fobos y Deimos, nombres muy
adecuados, porque se han alimentado de
las sobras de la propia mesa del rey y
han crecido hasta un tamaño enorme. El
rey los ha consentido enormemente y les
falta disciplina, por lo que creen tener
derecho a atacar lo que deseen.
Sabiendo lo mucho que Liselotte ama la
caza y los perros, y sabiendo lo solitaria
y aislada que se siente, el rey ha
intentado interesarla en esas bestias,
quiere que Liselotte considere que
Fobos y Deimos son también sus
animales y los trate con afecto, como
hace el rey, de forma que puedan ir de
caza mayor al este cuando llegue la
temporada. Por ahora no es más que una
propuesta. Madame se muestra más que
un poco ambivalente. Fobos y Deimos
son demasiado grandes e
indisciplinados para seguir
manteniéndolos en Versalles, y por tanto
el rey se impuso sobre su hermano para
enviarlos a St. Cloud, en un prado
cerrado donde pueden correr Ubres.
Desde entonces las bestias han matado y
comido a todos los conejos que solían
vivir en ese terreno, y ahora dedican
todos sus esfuerzos a localizar los
puntos débiles en la valla donde podrían
cavar o saltar por encima y así ir de
excursión a los territorios vecinos. Hace
poco lo lograron a través de la esquina
sudeste, penetrando en la zona contigua
y matando a todos los pollos. Se ha
reparado el agujero. Mientras escribo
esto puedo ver a Fobos patrullando la
parte norte de la valla, buscando una
forma de saltar a la propiedad
colindante, que es propiedad de otro
noble que jamás ha mantenido buenas
relaciones con mis anfitriones. Mientras
tanto, Deimos trabaja en una excavación
bajo la pared oriental, con la esperanza
de cavar un túnel y volverse loco en el
jardín donde Madame ejercita a sus
perritos falderos. No tengo ni idea de
cual de los dos será el primero en tener
éxito.
Ahora debo dejar la pluma, porque
hace unos meses le prometí a Madame
que algún día le haría una demostración
de montar a pelo, al estilo de Qwghlm, y
finalmente ha llegado la hora. Espero
que mi pequeña descripción de la vida
en St. Cloud no le haya resultado
abiertamente vulgar; ya que usted, como
cualquier hombre sofisticado, es un
estudioso de la condición humana,
consideré que podría resultarle
fascinante saber qué sonidos rurales, y
qué rencores prevalecen tras las fachada
de elegancia suprema de St. Cloud.
Monsieur Rossignol,
Usted y yo hemos tenido ocasión de
hablar sobre la condesa de la Zeur. Sé
desde hace un tiempo que su verdadera
alianza se encuentra con el príncipe de
Orange. Hasta hoy se ha preocupado de
mantenerlo oculto. Ahora ha izado sus
verdaderos colores en el mástil, todos la
creen en un convento cerca de St. Cloud
teniendo un hijo. Pero hoy, bajo las
almenas del Binnenhof, desembarcó de
un bote del canal que acababa de llegar
de Nimega. La mayoría de los herejes
que salieron de él provenían de lugares
mucho más lejanos corriente arriba,
porque son personas del Palatinado que,
conociendo la inminencia de una
invasión, han huido recientemente de ese
lugar como se dice que huyen las ratas
de una casa momentos antes de un
terremoto. Para darle una idea de su
alcurnia, entre ellos había al menos dos
princesas (Eleanor de Saxe-Eisenach y
su hija Guillermina Carolina de
Brandenburgo-Ansbach) así como otras
personas nobles; aunque tal hecho nunca
podría haberse supuesto al ver sus
apariencias degradadas y desaliñada. En
consecuencia, la condesa de la Zeur —
que estaba todavía más desaliñada que
la mayoría— atrajo menos atención de
la que merece. Pero sabía que estaba
allí, porque mis fuentes en el Binnenhof
me informaron que el príncipe de
Orange había ordenado que se pusiese
una suite a su disposición, para una
estancia de duración indefinida.
Anteriormente se había mostrado
reservada en sus tratos con dicho
príncipe; hoy vive en su casa.
Luego tendré más que decir, pero
por ahora me gustaría plantear la
pregunta retórica de ¿cómo esta mujer
pudo llegar de St. Cloud a La Haya, vía
el Rin, en un mes, durante los
preparativos para una guerra, sin que
nadie notase nada? Que estuviese
trabajando como espía del príncipe de
Orange es demasiado evidente para
mencionarlo; pero ¿adonde fue y qué le
está contando ahora a Guillermo en el
Binnenhof?
Suyo en la prisa.
D'Avaux
Rossignol a Luis XIV,
continuación
Noviembre, 1688
Su majestad ya habrá comprendido
lo fascinado que me sentí por esas
noticias de d'Avaux. La carta me había
llegado tras un considerable retraso, ya
que, debido a la guerra, d'Avaux se vio
obligado a exhibir mucho ingenio para
hacérmela llegar a Juvisy. Sabía que no
podía esperar recibir ninguna más, y
cualquier intento por responder hubiese
sido una pérdida de papel. Por tanto,
decidí viajar en persona, y de incógnito,
a La Haya. Porque ser de ayuda a su
majestad es mi último pensamiento
cuando voy a cama por la noche y el
primero al levantarme por la mañana; y
estaba claro que en ese asunto yo era
inútil mientras permaneciese en casa.
De mi viaje a La Haya se podría
escribir mucho en una vena vulgar y
sensacionalista, si creyese que podría
servir mejor a su majestad ofreciéndole
dicho entretenimiento. Pero todo eso no
importa en este informe. Y como
hombres mejores que yo han sacrificado
sus vidas a su servicio sin esperar fama
o recompensa más allá de compartir una
parte de la gloria, de la France, no creo
que sea adecuado narrar mi historia
aquí; después de todo, lo que un inglés
(por ejemplo) podría considerar una
emocionante y gloriosa aventura es, para
un caballero de Francia, por completo
rutinario y normal.
Llegué a La Haya el 18 de octubre y
me presenté en la embajada francesa,
donde M. el conde d'Avaux se aseguró
de que lo que quedaba de mi ropa
ardiese en la calle, que al cuerpo de mi
sirviente se le diese un entierro
cristiano, que mi caballo fuese destruido
para no infestar a los otros y que mis
heridas de horca y quemaduras de
antorcha recibiesen las atenciones de un
barbero-cirujano francés que vive en
dicha ciudad. Al día siguiente di
comienzo a mis investigaciones, que
naturalmente se construían sobre los
sólidos cimientos dispuestos por
d'Avaux en las semanas posteriores a la
recepción de su carta. Pues resulta que
fue ese mismo día —el 19 de octubre,
anno domini 1688— que un
desafortunado cambio del viento hizo
posible que el príncipe de Orange
partiese hacia Inglaterra al mando de
quinientos barcos holandeses. Por
angustioso que ese acontecimiento fuese
para la pequeña colonia francesa de La
Haya, a nosotros nos convenía porque
los herejes que nos rodeaban estaban
locos de alegría (para ellos, invadir
otros países es algo nuevo, y una
aventura tremenda), por lo que me
prestaron poca atención mientras me
dedicaba a mi trabajo.
Mi primera tarea, como he sugerido,
consistió en familiarizarme con lo que
d'Avaux había descubierto durante las
semanas anteriores. El Hofgebied, o
barrio diplomático de La Haya, puede
que no contenga tantos sirvientes y
cortesanos como su equivalente en
Francia, pero hay más que suficientes;
d'Avaux ha comprado a los venales, y a
los venéreos los ha comprometido de
una forma u otra, de forma que conoce
prácticamente lo que quiere sobre lo que
sucede en el vecindario, sólo con la
diligencia requerida para interrogar a
sus fuentes y el ingenio para combinar
sus relatos fragmentarios en un todo
coherente. Su majestad no se
sorprenderá de ninguna forma de que
eso ya se había hecho a mi llegada.
D'Avaux me informó de lo siguiente.
Primero, que la condesa de la Zeur,
al contrario que los otros refugiados del
bote del canal, no había venido desde
Heidelberg. En su lugar, había
embarcado en Nimega, sucia y agotada,
y acompañada de dos jóvenes
caballeros, también muy cansados,
cuyos acentos los señalaban como
hombres de la zona del Rin.
Por sí mismo eso ya me indicó
mucho. Ya había quedado claro que, en
aquel día de agosto en St. Cloud,
Madame había dispuesto los detalles
para subir a la condesa a un bote en el
Sena. Subiendo corriente arriba hacia
París, tal nave podría girar a la
izquierda en Charenton y subir hasta el
Marne en las profundidades de las
regiones noreste de los dominios de su
majestad, a unos pocos días de viaje por
tierra hasta la zona natal de Madame. El
propósito de esta carta no es proyectar
dudas sobre la lealtad de su cuñada;
sospecho que la condesa de la Zeur, tan
famosa por su inteligencia, se había
aprovechado de la preocupación natural
y humana de Madame por sus súbditos
más allá del Rin, y de alguna forma le
hizo creer que sería beneficioso enviar a
la condesa en una expedición de
reconocimiento a esa parte del mundo.
Evidentemente, eso llevaría a la condesa
a las zonas de Francia donde, para una
espía extranjera, serían más evidentes
los preparativos bélicos.
Su majestad durante sus
innumerables campañas gloriosas ha
dedicado muchas horas al estudio de
mapas, y a reflexionar sobre todas las
cuestiones logísticas, desde la estrategia
general hasta los detalles más pequeños,
y recordará que no hay conexión directa
por agua desde el Marne hasta cualquier
río que fluya en los Países Bajos.
El bosque Argonne, sin embargo,
contiene la cabecera fluvial, no sólo del
Marne, sino también del Meuse, que
efectivamente pasaba a unas pocas
millas de Nimega. Y por tanto, como
d'Avaux ya había hecho antes que yo,
adopté la hipótesis de trabajo de que,
después de subir al bote en St. Cloud
para llegar al Marne, la condesa había
desembarcado en las proximidades de
Argonne —que como bien sabe su
majestad era durante esas semanas un
lugar muy activo militarmente— y
realizó algún trayecto por tierra que
finalmente la llevó hasta el Meuse, y vía
el Meuse hasta Nimega, donde tenemos
las primeras noticias de ella por medio
de los informadores de d'Avaux.
Segundo, todos los que la vieron en
la ruta Nimega-La Haya están de
acuerdo en que no llevaba prácticamente
nada consigo. No tenía equipaje. Sus
efectos personales, los pocos, iban en
una alforja cargada por uno de sus
acompañantes alemanes, todo estaba
mojado, porque en los días anteriores a
su aparición en Nimega el tiempo había
sido muy lluvioso. Durante el viaje en el
barco del canal, ella y los dos alemanes
vaciaron las alforjas y esparcieron el
contenido sobre cubierta para que se
secase. En ningún momento se vieron
libros, papeles o documentos de ningún
tipo, y tampoco plumas o tinta. En las
manos llevaba un bolso pequeño y un
aro de bordado con una tela montada.
No había nada más. Todo eso lo
confirmaron los informadores de
d'Avaux en el Binnenhof. Los sirvientes
que prepararon allí la suite de la
condesa insisten en que del bote no salió
nada excepto:
Si tuviese que
leer novelas durante
largos periodos de
tiempo, las
encontraría
agotadoras; pero sólo
leo tres o cuatro
páginas por las
mañanas y las noches
cuando me siento
(con su permiso) en
mi excusado;
entonces no me
resulta ni cansado ni
aburrido.
Liselotte en una
carta a Sofía,
1 de mayo de
1704
Partida de St. Cloud
Estimado lector,
No tengo forma de saber si este
trozo de lino será, a propósito o por
alguna calamidad, destruido; o se
convertirá en un cojín; o por algún giro
de los acontecimientos caerá bajo el
escrutinio de alguna persona inteligente
y será descifrado, dentro de años o
siglos. Aunque la tela es nueva, está
limpia y seca cuando coso estas
palabras, no puedo sino esperar que
cuando alguien las lea estará manchado
por la lluvia o las lágrimas, moteado y
enmohecido por el tiempo y la humedad,
quizá manchado de humo o sangre. En
cualquier caso, mis felicitaciones, seas
quien seas y en la época en que vivas,
por haber tenido la inteligencia
requerida para descifrarlo.
Algunos dirían que una espía no
debería mantener un registro escrito de
sus acciones, no fuese a caer en malas
manos. Yo respondería que mi deber
consiste en encontrar información
detallada y transmitirla a mi señor, y si
no puedo descubrir más de lo que puedo
recitar de memoria es que no he sido
muy buena trabajadora.
El 16 de agosto de 1688, me
encontré con Liselotte von der Pfalz,
Isabel Carlota, duquesa d'Orleáns, a la
que se conoce en la corte francesa como
Madame o La Palatina, y entre sus
queridos súbitos en Alemania como el
Caballero de las Hojas Crujientes. Fue
en la puerta de un establo en su hacienda
de St. Cloud junto al Sena, corriente
abajo desde París. Ordenó que sacasen y
ensillasen su caballo de caza favorito,
mientras yo iba de compartimiento en
compartimiento y escogía una montura
adecuada para montar a pelo, siendo ése
el propósito manifiesto de la
expedición. Juntas cabalgamos a los
bosques que siguen la orilla del Sena
durante algunas millas en las vecindades
del château. Nos acompañaban dos
jóvenes de Hannover. Liselotte mantiene
estrechas relaciones con su familia en
esa parte del mundo, y de vez en cuando
algún sobrino o primo viene a unirse a
su casa durante un tiempo, y es
«terminado» en la sociedad de
Versalles. Las historias personales de
esos jóvenes no carecen de interés,
pero, lector, no influyen directamente en
la narración, así que sólo te contaré que
eran protestantes, heterosexuales y
alemanes, lo que significa que podía
confiarse en ellos en el ambiente de St.
Cloud, aunque sólo fuese porque estaban
completamente aislados.
En un remanso apartado del Sena,
protegido por los árboles colgantes,
aguardaba un bote pequeño y de fondo
plano. Subí a bordo y me oculté bajo un
montón de redes de pesca. El remero se
apartó de la orilla y lo llevó hasta la
corriente principal del río, donde pronto
nos encontramos con un buque mayor
que iba corriente arriba. Desde entonces
he estado en él. Ya hemos atravesado la
mitad de París, manteniéndonos al lado
norte de la Île de la Cité. Justo mera de
la ciudad, en la confluencia de los ríos
Sena y Marne, tomamos a la izquierda, y
comenzamos a remontar éste último.
Chaland
—B.R.
El frente: Étienne
Recuperando el aliento y
masajeando nuestras llagas de las sillas
junto a la orilla del río mientras Hans
busca un vado. Intentaré explicarlo
mientras seguimos.
Cuando finalmente llegamos al
Meuse, hace tres días [¡tuve que contar
con los dedos, porque parecen más bien
tres semanas!], vimos inmediatamente
pruebas de lo que buscábamos. Miles de
árboles antiguos cortados, el valle lleno
de humo, zonas de desembarco
improvisadas en la orilla del río. Las
vanguardias de los regimientos del
frente holandés, que habían llegado de
río arriba, se habían encontrado con los
oficiales enviados desde Versalles y
habían iniciado los preparativos para
recibir a los regimientos en sí.
Durante muchas horas el doctor von
Pfung no dijo ni palabra. Cuando habló,
de su boca sólo salieron sonidos sin
sentido y comprendí que había sufrido
una apoplejía.
Le pregunté si quería dar la vuelta y
con la cabeza me indicó que no, me
señaló a mí y luego señaló al norte.
Todo se había desmoronado. Hasta
ese momento asumía que operábamos
siguiendo algún plan coherente del
doctor von Pfung, pero ahora mirando
atrás comprendía que nos habíamos
limitado a penetrar en el peligro sin
preocuparnos, como un hombre al que un
caballo desbocado arrastra al campo de
batalla. No pude pensar durante un rato.
Me avergüenza informar de que, debido
a ese fallo, penetramos sin querer en el
campamento de un regimiento de
caballería. Un capitán llamó a la puerta
del carruaje y exigió que nos
explicásemos.
Para ellos ya era evidente que la
mayor parte del grupo hablaba alemán, y
no les llevaría mucho tiempo
comprender que el doctor von Pfung y
los otros venían del Palatinado; eso nos
señalaría como espías enemigos y nos
llevaría a las peores consecuencia
imaginables.
Durante mi largo viaje Marne arriba
en la chaland tuve tiempo de sobra para
imaginar resultados nefastos, y había
preparado y practicado varias historias
que contar a mis captores en el caso de
que me pillasen espiando. Pero mirando
el rostro del capitán, no me fue más fácil
contar historias que al doctor von Pfung.
El problema se encontraba en que la
operación era de una escala mucho
mayor de lo que Liselotte o yo
hubiésemos imaginado, y había muchas
más gente de la corte implicada; por lo
que sabía, podría andar cerca algún
conde o marqués con el que hubiese
cenado o bailado en Versalles y que me
reconocería en cuando bajase del
carruaje. Adoptar un nombre inventado y
contar un cuento elaborado sería
equivalente a confesar ser una espía.
Así que dije la verdad.
—No espere que este hombre haga
las presentaciones, porque ha sufrido
una apoplejía, y ha perdido la capacidad
del habla —le dije al asombrado capitán
—. Soy Eliza, condesa de la Zeur, y
estoy aquí al servicio de Isabel Carlota,
la duquesa d'Orleáns y heredera legítima
del Palatinado. En su nombre está usted
a punto de invadir esa tierra. A ella
sirven mis escoltas, porque son oficiales
de la corte de Heidelberg. Y es ella
quien me ha enviado aquí, como
representante personal, para observar
las operaciones y comprobar que se
hace lo correcto.
Esa tontería «que se haga lo
correcto» era una lista de palabras
muertas que había insertado al final de
la frase porque no sabía qué decir y
estaba perdiendo los nervios. Porque
incluso cuando me encontraba bajo el
palacio del emperador en Viena,
aguardando a sentir la hoja de la
cimitarra de un jenízaro mordiéndome el
cuello, no me sentía tan insegura como
entonces. Pero creo que la vaguedad de
mis palabras tuvo un gran efecto sobre
el capitán, quien se apartó de la
ventanilla y se inclinó, y proclamó que
sin demora enviaría noticias de mi
llegada a sus superiores.
Hans ha regresado diciendo que ha
encontrado un lugar por el que podemos
inventar vadear el río, así que me
limitaré a narrar que en su momento las
noticias de nuestra llegada recorrieron
la cadena de mando y llegaron hasta un
hombre cuya posición en la corte era lo
suficientemente alta para recibirme sin
violar ninguna regla de precedencia. El
hombre resultó ser Étienne d'Arcachon.
Eliza y Étienne
Me encuentro en un camarote de un
barco del canal que se dirige al oeste
atravesando la República Holandesa.
Estoy rodeada de princesas
dormidas.
Los alemanes sienten cierta
predilección por los cuentos de hadas, o
Märchen como los llaman, que es
extrañamente disonante con su
disposición tan ordenada. Fluyendo en
paralelo con su ordenado mundo
cristiano está el Märchenwelt, una
región plagada de romances, aventuras y
seres mágicos. Para mí siempre ha sido
un misterio por qué creen en el
Märchenwelt; pero hoy estoy más cerca
de comprenderlo que ayer. Porque ayer
llegamos a Nimega. Fuimos
directamente a la ribera del Rin y yo
inicié la búsqueda de un barco de canal
con dirección a Rotterdam y La Haya.
Mientras tanto, Hans y Joachim
intentaron conseguir información de los
viajeros que desembarcaban de los
barcos que venían de corriente arriba.
Apenas me había instalado en un
cómodo camarote de un barco con
dirección a La Haya cuando Joachim me
encontró; y traía a cuestas un par de
personajes directamente sacados del
Märchenwelt. No eran gnomos, o
enanos, o brujas, sino princesas: una de
tamaño natural [creo que todavía no ha
cumplido los treinta] y la otra diminuta
[en tres ocasiones diferentes me ha
dicho que tiene cinco años]. Para
completar el cuadro, la pequeña lleva
una muñeca que, insiste, es también
princesa.
No tienen aspecto de princesas. La
madre, que se llama Eleanor, tiene cierto
porte regio. Pero al principio no me fue
evidente, porque cuando se unió a mí, y
Eleanor vio que había una cama limpia
[la mía] y vio que Carolina —porque
ése es el nombre de la hija— estaba a
mi cargo, se dejó caer de inmediato [en
mi cama] y se echó a dormir, sin
despertar hasta unas horas después,
momento en el que el barco ya estaba de
camino. Pasé la mayor parte de ese
tiempo charlando con Carolina, que se
preocupaba mucho de hacerme saber
que era princesa; pero como decía lo
mismo del montón de trapos sucios que
llevaba bajo el brazo, no le presté
mucha atención.
Pero Joachim insistió en que la
mujer desaliñada que dormía bajo mis
mantas pertenecía a la realeza. Estaba a
punto de reprenderle por haberse dejado
engañar por timadoras cuando comencé
a recordar las historias que me habían
contado sobre la reina de invierno, que
después de que las legiones del Papa la
expulsasen de Bohemia, había vagado
por Europa como una vagabunda antes
de encontrar refugio en La Haya. Y mi
tiempo en Versalles me había enseñado
más de lo que deseaba saber sobre los
desesperados problemas financieros con
los que muchos nobles y miembros de la
realeza vivían sus vidas. ¿Era realmente
impensable que esas tres princesas —
madre, hija y muñeca— estuviesen
vagabundeando perdidas y hambrientas
por el puerto de Nimega? Porque la
guerra ha llegado a esta parte del
mundo, y la guerra desgarra el velo que
separa el mundo de todos los días del
Märchenwelt.
Para cuando Eleanor despertó, yo ya
había reparado la muñeca, y llevaba
tanto tiempo cuidando a la pobre
Carolina que me sentía responsable de
ella, y hubiese estado más que gustosa
de arrebatársela a Eleanor si ésta, al
despertar, hubiese resultado ser una loca
[ésa no es ni de lejos mi respuesta
habitual a los niños pequeños, porque en
Versalles, interpretando mi papel de
institutriz, me habían dejado al cargo de
muchos mocosos cuyos nombres hace
tiempo que he olvidado. Pero Carolina
era inteligente, tenía una conversación
interesante y era un alivio agradable con
respecto al tipo de gente con la que me
había estado relacionando las últimas
semanas].
Una vez que Eleanor se hubo
levantado, aseado y comido algunas de
mis provisiones, relató una historia
descabellada pero, por los estándares
modernos, plausible. Afirma ser la hija
del duque de Saxe-Eisenach. Se casó
con el margrave de Brandenburgo-
Ansbach. El nombre apropiado de la
hija es princesa Guillermina Carolina de
Ansbach. Pero ese margrave murió de
viruela hace unos años y su título pasó a
un hijo de una esposa anterior, quien
siempre había considerado a Eleanor
una especie de madrastra malvada
[después de todo, esto es un Märchen] y,
por lo tanto, la expulsó a ella y a la
pequeña Carolina del Schloß.
Regresaron a Eisenach, el lugar de
nacimiento de Eleanor. Se trata de un
lugar en el borde de la selva de
Turingia, como a unas doscientas millas
de nuestra posición actual. Su situación
en el mundo en esa época, hace unos
años, era la inversa de la mía: poseía un
título elevado pero ninguna propiedad.
Mientras que yo no tenía más título que
el de esclava y vagabunda, pero sí tenía
algo de dinero. En cualquier caso, a ella
y a Carolina se les consintió residir en
lo que suena como un refugio de caza
familiar en la selva de Turingia. Pero
parece que no la recibieron mucho
mejor en Eisenach que en Ansbach tras
la muerte de su esposo. Y así, mientras
pasaba parte del año en Eisenach, su
costumbre ha sido dar vuelta y realizar
largas visitas a parientes lejanos por
todo el norte de Europa, trasladándose
de vez en cuando para no agotar la
hospitalidad de un lugar determinado.
Recientemente visitó brevemente
Ansbach en un esfuerzo por arreglar las
cosas con su hijastro hostil. Ansbach se
encuentra a tiro de piedra de Mannheim
en el Rin, y ella y Carolina se fueron allí
a visitar a unos primos que ya habían
demostrado caridad en el pasado.
Llegaron, claro está, en el peor momento
posible, hace unos días, justo cuando los
regimientos franceses recorrían el Rin
en las gabarras construidas en
Haguenau, y bombardeaban las defensas.
Alguien de allí tuvo la presencia de
ánimo de llenar todo un bote de
refugiados de buena cuna, lanzándolo río
abajo. Así que pronto abandonaron la
zona de peligro, aunque siguieron
oyendo cañonazos durante un día o más,
resonando en el valle del Rin. Llegaron
a Nimega sin incidentes, aunque el bote
estaba tan repleto de refugiados —
algunos con heridas supurantes— que no
pudo más que echar una cabezada
ocasional. Cuando desembarcaron,
Joachim —que es Persona de Alcurnia
en el Palatinado— las reconoció al
bajar por la pasarela, y las trajo hasta
mí.
Ahora la corriente del Rin nos
empuja, y a otro montón de desechos de
la guerra, corriente abajo hacia el mar.
A menudo he oído a franceses y
alemanes hablar igualmente mal de
Holanda, comparando al país con un
desagüe que recoge todas los restos y
heces de la Cristiandad, pero carente del
vigor para lanzarlos al mar, por lo que
se van acumulando alrededor de
Rotterdam. Es una forma cruel y absurda
de hablar de un pequeño país valiente y
noble. Sin embargo, observando mi
condición, y la de las princesas, y
repasando nuestros viajes recientes
[recorriendo lugares oscuros y
peligrosos hasta dar con agua corriente,
y luego deslizándonos corriente abajo],
debo reconocer cierta verdad cruel en la
calumnia.
Sin embargo, no permitiremos que
nos arrojen al mar. En Rotterdam nos
desviaremos del curso natural del río y
seguiremos un canal hasta La Haya.
Donde las princesas podrán encontrar
refugio, como lo encontró la reina de
invierno al final de su vagabundeo. Y
allí intentaré entregar un informe
coherente al príncipe de Orange. Este
fragmento de bordado quedó destrozado
antes de terminarse, pero contiene la
información que Guillermo espera.
Cuando termine con mi informe puede
que lo convierta en un cojín, todo el que
lo vea se asombrará de mi estupidez, al
conservar en casa una tela tan sucia,
manchada y gastada. Pero lo conservaré
a pesar de ello. Ahora se ha vuelto
importante para mí. Cuando lo empecé,
sólo tenía la intención de registrar
detalles sobre los movimientos de las
tropas francesas y similares. Pero al
pasar las semanas y encontrarme
frecuentemente con tiempo suficiente
para dedicarme al bordado, comencé a
registrar algunas de las impresiones y
sensaciones que me producía lo que
sucedía a mi alrededor. Quizá lo hice
por aburrimiento; pero quizá también fue
para que una parte siguiese viva, si me
mataban o me arrestaban por el camino.
Puede que suene como un acto tonto,
pero una mujer que no tiene familia, y
pocos amigos, bordea siempre el límite
de una profunda desesperación, que
deriva del temor a que podría
desvanecerse del mundo y no dejar
rastro de que hubiese existido; que las
cosas que ha hecho no importarán y que
las percepciones que se haya formado
[como del doctor von Pfung, por
ejemplo] se apagarán como un grito en
un bosque oscuro. Redactar una
confesión y revelación completa de mis
acciones, como he hecho aquí, no carece
de peligro; pero si no lo hubiese hecho
me ahogaría tanto en la melancolía que
no haría nada en absoluto, en cuyo casi
mi vida sería efectivamente inútil. Al
menos de esta forma soy parte de una
historia, como las que me solía contar
mami en el banyolar de Argel, y como
las que contaba Scheherazade, quien
prolongó su propia vida mil y una
noches contando cuentos.
Pero dada la naturaleza de la cifra
que estoy empleando, lo más probable
es que tú lector jamás existas, y por
tanto no veo por qué debería seguir
pasando la aguja a través de este trapo
viejo y sucio cuando estoy tan cansada y
el balanceo del barco me invita a cerrar
los ojos.
Rossignol a Luis XVI,
continuación
Noviembre, 1688
Su majestad se sentirá consternado
por este relato de traición y perfidia. Si
fuese de dominio público me temo que
causaría grave daño a la reputación de
la cuñada de su majestad, la duquesa
d'Orleans. Se dice que está postrada de
pena, e ingratitud, por todo lo que las
legiones de su majestad han hecho para
asegurar sus derechos sobre el
Palatinado. Por el respeto de un
caballero hacia su rango, y por humana
compasión hacia sus sentimientos, he
sido todo lo discreto que me ha sido
posible con esta inteligencia que sólo
podría causarle mayores sufrimientos si
se divulgase. Sólo he compartido el
anterior relato con su majestad. D'Avaux
me ha importunado pidiéndome una
copia, pero he desviado sus múltiples
peticiones y así seguiré haciéndolo a
menos que su majestad me ordene
enviarle el documento.
Durante las semanas que he pasado
descifrando este documento, Fobos y
Deimos se han desatado en la ribera este
del Rin. El plomo que la condesa tan
diligentemente siguió hasta las orillas
del Meuse ha llegado por completo al
Palatinado, y ha concluido su largo viaje
moviéndose a velocidades
inconcebibles a través de los cuerpos y
edificios de los herejes. La mitad de los
jóvenes galanes de la corte han
abandonado Versalles para ir de caza a
Alemania, y muchos de ellos escriben
cartas, que es mi obligación leer. Me
cuentan que el castillo de Heidelberg
ardió magníficamente durante días, y que
todos están ansiosos por repetir el
experimento en Mannheim. Está previsto
que Philippsburg, Mainz, Speier,
Tréveris, Worms y Oppenheim caigan a
finales del año. Al acercarse el
invierno, su majestad se inquietará al
conocer todas las brutalidades. Retirará
sus fuerzas, y dará a Louvois una firme
reprimenda por haber actuado tan
excesivamente. Los historiadores
registrarán que no puede hacerse
responsable al Rey Sol de todos esos
hechos desagradables.
Por medio de las muchas y
excelentes fuentes de su majestad en
Inglaterra, su majestad sabrá que el
príncipe de Orange se encuentra ahora
allí, comandando un ejército formado no
sólo por holandeses, sino por
regimientos escoceses e ingleses
estacionados en suelo holandés por un
tratado, escoria hugonote que llegó
desde Francia, mercenarios y
filibusteros de Escandinavia y prusianos
prestados a la causa por Sofía Carlota,
la hija de esa maldita zorra
hanhoveríana Sofía.
Todo lo cual no parece sino
demostrar que Europa es un tablero de
ajedrez. Incluso su majestad no puede
ganar (digamos) el Rin sin sacrificar
(digamos) Inglaterra. Igualmente, al final
Sofía y Guillermo tendrán que pagar por
lo que obtengan por medio de sus
incesantes maquinaciones. Y en cuanto a
la condesa de la Zeur, bien, el nuevo rey
de Inglaterra podría convertirla en
duquesa de Qwghlm, pero a cambio sin
duda su majestad se encargará de que
los sacrificios de esa mujer estén en
consonancia con ello.
M. el conde d'Avaux ha redoblado la
vigilancia de la condesa en La Haya. Ha
recibido certeza, de la lavandera que
trabaja en casa de Huygens, de que, en
los casi dos meses que lleva en la casa,
no ha sangrado ni una gota de
menstruación. Está preñada de un
bastardo de Arcachon. Por tanto, ahora
ella es parte de la familia de Francia, de
la que su majestad es el patriarca. Como
se ha convertido en un asunto familiar,
me abstendré de entrometerme más a
menos que su majestad me ordene lo
contrario.
Bonaventure Rossignol
Sheerness, Inglaterra
11 de diciembre, 1688
Entonces el rostro
del rey se transformó,
y sus pensamientos le
inquietaron, de forma
que las ceñiduras de
sus piernas se
soltaron y sus
rodillas chocaron la
una con la otra.
Daniel 5:6
Daniel encuentra a un rey
en Sheerness
Daniel Defoe,
Una exposición del
comercio inglés
La carta de Leibniz desde
Venecia
Eliza,
Sus recelos con respecto al servicio
de correo veneciano han resultado una
vez más no ser fundados: su carta me
llegó con rapidez y sin ningún rastro
evidente de manipulación. En realidad,
creo que ha estado pasando demasiado
tiempo en La Haya, porque se está
volviendo tan remilgada y mojigata
como una holandesa. Debe venir aquí a
visitarme. Así verá que incluso la gente
más pervertida del mundo no tiene
problemas para entregar el correo a
tiempo y hacer, además, otras muchas
posas difíciles.
Mientras escribo estas palabras
estoy sentado cerca de una ventana que
mira a un canal, y dos gondoleros, que
hace un minuto casi chocan, se lanzan
amenazas de muerte el uno al otro. Aquí
esas cosas pasan continuamente. Los
venecianos incluso le han dado un
nombre: «Furia del canal.» Algunos
dicen que se trata de un fenómeno
totalmente nuevo, insisten en que antes
los gondoleros no se gritaban de esa
forma. Para ellos es un síntoma del
ritmo excesivo de cambio del mundo
moderno, y lo comparan con el
envenenamiento por azogue, que ha
convertido a tantos alquimistas en
lunáticos inestables e irritables.
La vista desde la ventana ha
cambiado muy poco en cien años (Dios
sabe que a mi habitación podría venirle
bien algo de mantenimiento), pero las
cartas dispersas sobre mi mesa (todas
entregadas puntualmente por los
venecianos) hablan de cambios como el
mundo no ha visto desde la caída de
Roma y el emperador vagabundo
trasladó la corte a esta ciudad. No sólo
Guillermo y María han sido coronados
en Westminster (como usted y otros
muchos tuvieron la amabilidad de
informarme), pero en el mismo correo
recibí noticias de Sofía Carlota en
Berlín relativas a un nuevo zar en Rusia,
llamado Pedro, tan alto como Goliat, tan
fuerte como Sansón y tan inteligente
como Salomón. Los rusos han firmado
un tratado con el emperador de China,
fijando la frontera común siguiendo
cierto río que ni siquiera aparece en los
mapas, pero por lo que parece Rusia se
extiende ahora hasta el Pacífico, o
(dependiendo del conjunto de mapas a
los que se dé crédito) hasta América.
¡Quizá ese Pedro podría caminar hasta
Massachusetts sin mojarse los pies!
Pero Sofía Carlota dice que el nuevo
zar tiene la vista fija en occidente. Ella y
su incomparable madre ya están
maquinando para invitarle a Berlín y
Hannover para poder flirtear con él en
persona. No me lo perdería por nada;
pero Pedro tiene muchos rivales a los
que aplastar y muchos turcos a los que
matar antes de poder considerar
semejante viaje, así que tengo tiempo de
sobra para regresar de Venecia.
Mientras tanto, esta ciudad mira a
oriente: los venecianos y los otros
ejércitos cristianos aliados con ellos
siguen haciendo retroceder a los turcos,
y aquí nadie habla de otra cosa que no
sean las últimas noticias llegadas en el
correo, o cuándo se espera que llegue el
próximo correo. ¡Para aquellos que nos
sentimos más interesados por la
filosofía, las cenas son tediosas! La liga
cristiana ha tomado Lipova, que, como
debe saber, es la puerta de entrada a
Transilvania, y hay esperanzas de que
pronto podrán hacer que los turcos se
retiren hasta el mar Negro. Y en un mes
podré escribirle otra carta con las
mismas frases pero con un conjunto
diferente de nombres incomprensibles.
Pena de Balcanes.
Perdóneme si me muestro frívolo.
Venecia parece causarme ese efecto.
Financia sus guerras a la antigua,
imponiendo tasas al comercio, y eso
naturalmente limita su amplitud. En
contraste, las noticias que me llegan de
Inglaterra y Francia son muy
inquietantes. Primero me dice usted que
(según sus fuentes en Versalles) Luis
XIV está fundiendo el mobiliario de
plata de los Grands Appartements para
financiar un ejército aún mayor (o quizá
le apetecía cambiar la decoración).
Luego, Huygens me escribe desde
Londres que el gobierno de allí ha
tenido la idea de financiar el ejército y
la armada creando una deuda nacional,
empleando a toda Inglaterra como
garantía, e imponiendo un nuevo
impuesto reservado para pagarla.
¡Apenas puedo imaginar la conmoción
que esas innovaciones deben haber
creado en Amsterdam! Huygens también
mencionaba que el barco que tomó para
atravesar el mar del Norte estaba
atestado de judíos de Amsterdam que
parecían llevar todas sus posesiones y
haciendas a Londres. Sin duda, parte de
la plata que solía formar parte de la silla
favorita de Luis ha llegado por esa ruta,
a través del gueto de Amsterdam, hasta
la Torre de Londres, donde ha servido
para acuñar nuevas monedas con los
perfiles de Guillermo y María, y luego
la enviaron a Chatham a pagar nuevos
barcos de guerra.
Hasta ahora, por aquí, la declaración
de guerra de Luis contra Inglaterra
parece haber tenido muy poco efecto. La
armada del duque d'Arcachon domina el
Mediterráneo, y se rumorea que ha
abordado a muchos mercantes
holandeses e ingleses en Esmirna y
Alejandría, pero hasta ahora no se ha
producido ninguna batalla naval que yo
sepa. Igualmente, se dice que Jacobo II
ha desembarcado en Irlanda, desde
donde piensa lanzar ataques sobre
Inglaterra, pero no tengo más noticias.
Mi preocupación principal se refiere
a usted, Eliza. Huygens me ofreció una
buena descripción. Le emocionó mucho
que usted y esas princesas de las que se
ha hecho amiga —Eleanor y la pequeña
Carolina— se tomasen la molestia de ir
a despedirle en su viaje a Londres,
especialmente considerando que usted
estaba enormemente embarazada en esas
fechas. Hizo uso de varías metáforas
astronómicas para transmitirme su
redondez, su enormidad, su esplendor y
su belleza. El afecto que siente por usted
es evidente, y creo que se siente algo
triste de no ser el padre (por cierto,
¿quién es? Recuerde, estoy en Venecia y
puede contarme lo que sea que no me va
a sorprender).
En cualquier caso, sabiendo lo
mucho que le atraen los mercados
financieros, temo que los trastornos
recientes le hayan arrastrado al furor de
la Damplatz, que no sería lugar para
alguien en una situación tan delicada.
Pero tiene poco sentido que me
preocupe ahora, porque a éstas alturas
habrá entrado en su confinamiento, y
usted y el bebé habrán salido vivos o
muertos, y habrán ido al cuarto de los
niños o a la tumba; rezo por que los dos
estén en el cuarto de los niños; cuando
veo una Madona con el niño (lo que en
Venecia me sucede como tres veces por
minuto) fantaseo con que es un hermoso
retrato de usted y el bebé.
De la misma forma, envío mis
plegarias y mejores deseos a las
princesas. Su historia ya era triste antes
de que la guerra las convirtiese en
refugiadas. Es bueno saber que en La
Haya han encontrado un puerto seguro, y
una amiga como usted para hacerles
compañía. Pero las noticias del frente
del Rin —el cambio de manos de Bonn
y Mainz y demás— sugieren que no
podrán regresar pronto a ese lugar en el
que vivían su exilio.
Me plantea muchas preguntas sobre
la princesa Eleanor, y su curiosidad ha
despertado la mía; usted me recuerda a
un mercader que está considerando una
transacción importante con alguien a
quien no conoce muy bien, y que
comprueba sus referencias.
No conozco en persona a la princesa
Eleanor, sólo he oído descripciones
extrañamente reservadas sobre su
belleza (por ejemplo, «es la princesa
alemana más hermosa»). Conocí a su
difunto esposo, el margrave Juan
Federico de Brandenburgo-Ansbach. De
hecho, pensaba en él el otro día, porque
al nuevo zar de Rusia se le describe a
menudo en los mismos términos que en
su momento se empleaban con el difunto
esposo de Eleanor: adelantado, de mente
moderna, obsesionado con asegurar la
posición de su país en el nuevo orden
económico.
El padre de Carolina hizo lo posible
por recibir a los hugonotes o a
cualquiera que tuviese habilidades
inusuales, e intentó convertir Ansbach en
un centro de lo que su amigo y mío,
Daniel Waterhouse, gusta en llamar
Artes Tecnológicas. Pero también
escribió novelas, como el fallecido Juan
Federico, y ya conoce mi vergonzosa
debilidad por las mismas. Adoraba la
música y el teatro. Es una pena que la
viruela se lo llevase, y un crimen que su
propio hijo hiciese que Eleanor se
sintiese allí tan mal recibida como para
abandonar la ciudad con la pequeña
Carolina.
Aparte de esos hechos, que todo el
mundo conoce, todo lo que puedo
ofrecerle relativo a las dos princesas
son rumores. Sin embargo, mis rumores
son copiosos y de excelente calidad.
Porque Eleanor aparece en las
maquinaciones de Sofía y Sofía Carlota,
así que su nombre se menciona de vez en
cuando en las cartas que vuelan entre
Berlín y Hannover. Creo que Sofía y
Sofía Carlota intentan organizar una
especie de superestado en el norte de
Alemania. Algo así no podría existir sin
príncipes; hay pocos príncipes y
princesas alemanes y protestantes, y el
número sigue disminuyendo mientras la
guerra se alarga; las princesas hermosas
carentes de marido son, por tanto,
excepcionalmente apreciadas.
Si la hermosa Eleanor fuese rica
podría controlar, o al menos influir en,
su propio destino. Pero como las
desavenencias con el hijastro la han
dejado sin un penique, su único recurso
es su cuerpo y su hija. Como su cuerpo
ha demostrado la capacidad de fabricar
pequeños príncipes, ha sido enajenado
por poderes superiores. Me
sorprendería mucho si en unos años su
amiga la princesa Eleanor no está
viviendo en Hannover o Brandenburgo,
casada con un miembro de la realeza
alemana más o menos horroroso. Le
aconsejaría que se buscase uno de esos
ligeramente excéntricos, que al menos le
daría una vida más interesante.
Espero que no parecer insensible,
pero ésos son los hechos del asunto. No
es tan malo como suena. Está en La
Haya. Allí estarán seguras, lejos de las
atrocidades que el ejército de Louvois
comete contra los alemanes. Hay
ciudades más deslumbrantes, pero La
Haya es perfectamente adecuada, y una
gran mejora sobre las madrigueras de
conejo de la selva de Turingia donde,
según los rumores, Eleanor y Carolina
han estado viviendo los últimos años.
Lo mejor de todo es que, mientras sigan
en La Haya, la princesa Carolina se
expone a usted, Eliza, y aprende a ser
una gran mujer. Independientemente del
destino de Eleanor a manos de esas dos
temibles casamenteras, Sofía y Sofía
Carlota, Carolina, creo yo, aprenderá de
usted y de ellas cómo administrar sus
asuntos de tal forma que, cuando llegue
a la edad de casarse, podrá elegir el
mejor príncipe y el mejor reino para
ella. Y eso ofrecerá consuelo a Eleanor
en su madurez.
En cuanto a Sofía, nunca quedará
satisfecha sólo con Alemania, su tío fue
rey de Inglaterra y ella sería su reina.
¿Sabe que habla un inglés perfecto? Así
que aquí me encuentro, muy lejos de
casa, intentando encontrar hasta el
último de los antepasados de su esposo
entre güelfos y gibelinos. ¡Ah, Venecia!
Todos los días me postro de rodillas y
doy gracias a Dios de que Sofía y
Ernesto Augusto no desciendan de
personas que vivieron en lugares como
Lipova.
En cualquier caso, espero que usted,
Eleanor, Carolina y, Dios lo quiera, su
bebé estén todos bien, y que cuiden de
ustedes diligentes amas holandesas.
Escriba tan pronto como le apetezca.
Leibniz
Estimado Doctor,
«Dinámica» me hace pensar no sólo
en fuerza, sino en las dinastías que usan
las fuerzas, frecuentemente ocultas, para
mantenerse, de la misma forma que el
Sol usa fuerzas de naturaleza misteriosa
para hacer que los planetas formen una
corte a su alrededor. Así que opino que
el nombre suena bien, sobre todo ahora
que se está convirtiendo en todo un
experto en dinastías antiguas y nuevas, y
está tan acostumbrado a equilibrar
grandes fuerzas unas contra otras. Y en
la medida en que las palabras son
nombres para cosas y asignar nombre
ofrece cierto poder al nominador,
entonces es muy inteligente por su parte
hacer que sus objeciones a la obra de
Newton formen parte del nombre de la
disciplina. Sólo le advierto que la
frontera entre «ser ingenioso» (que se
considera una buena cualidad) y «ser un
listo» (que se mira con recelo) está tan
mal definida como todas las fronteras de
la Cristiandad hoy en día. A los ingleses
les inquieta mucho lo de pasarse de
listo, lo que es extraño, porque son tan
listos como para trazar la frontera de
forma que encierre todas las obras de
Newton (o cualquier otro inglés) en el
país llamado «ingenioso» dejándole a
usted exiliado en el otro. Y hay que
prestar atención a los ingleses, porque
parecen estar dibujando todos los
mapas. Huygens está en la Royal Society
porque le parecía que era el único lugar
del mundo (exceptuando cualquier
habitación en la que resulte estar usted)
donde podría mantener una conversación
que no le matase de aburrimiento. Y, a
pesar del mal trato continuo por parte de
Hooke, no se quiere ir. He tardado en
escribir sobre mí misma. En parte
porque la misma existencia de esta carta
demuestra bastante bien que estoy con
vida. Pero también se debe a que me
cuesta mucho obligarme a escribir sobre
el bebé, Dios tenga piedad de su almita.
Porque ya se encuentra con los ángeles
en el cielo.
Después de vanos arranques en
falso, el parto comenzó la noche del 27
de junio, lo que me parece muy tarde:
¡ciertamente me parecía que llevaba dos
años preñada! A principios de la
mañana siguiente se rompió mi bolsa de
agua y el líquido cayó sobre el suelo
como un escape de una presa
fracturada.66 Las cosas se pusieron muy
ajetreadas en el Binnenhof al activarse
toda la situación de parto y nacimiento.
Llegaron doctores, enfermeras,
comadronas y el clérigo, y todos los
rumores en un radio de cinco millas
pasaron al máximo estado de alerta.
Como puede haber supuesto, las
increíblemente tediosas descripciones
del parto que siguen no son más que un
vehículo para enviar este mensaje
cifrado. Aun así debería leerlas porque
me llevó varios borradores y un galón
de tinta el poner en palabras una
centésima parte de la agonía, los
interminables retorcimientos de las
vísceras mientras mi cuerpo intentaba
abrirse. Imagínese tragándose una
semilla de melón, sentirla crecer en el
vientre y luego intentar vomitarla a
través del mismo pequeño orificio.
Gracias a Dios el bebé ya está fuera. Y
le pido a Dios que me ayude porque lo
adoro.
Sí, he dicho «adoro», no «adoraba».
Al contrario de lo escrito en el texto no
cifrado, el bebé está con vida. Pero me
adelanto.
Por razones que pronto serán
evidentes, debe destruir esta carta.
Si no la destruyo yo primero
disolviendo sus palabras con mis
lágrimas. Lamento los feos borrones.
Para los holandeses e ingleses soy la
duquesa de Qwghlm. Para los franceses,
soy la condesa de la Zeur. Pero ni una
duquesa protestante ni una condesa
francesa pueden criar a un niño fuera del
matrimonio.
Mi embarazo pude ocultarlo ante
todos excepto unos poco, porque una vez
que comenzó a manifestarse sólo me
aventuraba muy raramente en público.
En general me limitaba a los pisos
superiores de la casa de Huygens. Así
que han sido un verano y una primavera
tediosos. Las princesas de Ansbach,
Eleanor y Carolina, han permanecido
como invitadas de honor del príncipe de
Orange en el Binnenhof, que, como sabe,
está sólo separado de la casa de
Huygens por una distancia corta. Casi
todos los dios atravesaban la plaza para
visitarme. Para ser precisos, Eleanor
caminaba mientras Carolina corría por
delante. Permitir que una criatura de seis
años vague libre por semejante lugar,
atestado con los relojes, péndulos,
lentes, prismas y otros aparatos de
Huygens, es una alegría para la pequeña
y una prueba casi mortal para los
adultos al alcance de su voz. Porque
puede hacer cien preguntas sobre
incluso la reliquia menos interesante que
encuentre en una esquina. Eleanor, que
no sabe prácticamente nada sobre
Filosofía Natural, rápidamente se cansó
de repetir una y otra vez «no lo sé» y se
volvió renuente a visitar la casa. Pero
yo no tenía nada mejor que hacer con mi
tiempo mientras crecía el bebé, y
ansiaba la compañía, así que seguía de
cerca a Carolina e intentaba lo mejor
posible responder a sus preguntas. Al
darse cuenta, Eleanor adoptó la
costumbre de retirarse a una esquina
soleada a bordar o escribir cartas. En
ocasiones dejaba a Carolina conmigo y
se iba a montar o a una soirée. Así que
la disposición nos convenía a las tres.
Me mencionó, Doctor, que el difunto
margrave Juan Federico, el padre de
Carolina, sentía pasión por la Filosofía
Natural y las Artes Tecnológicas. Puedo
asegurarle que Carolina ha heredado esa
característica; o quizá tenga varios
recuerdos de su padre mostrándole su
colección de fósiles o su último reloj de
péndulo, y por tanto siente algo de
comunicación con su alma perdida
cuando le muestro las maravillas de la
casa de Huygens. Si es así, es una
historia que le resultará familiar, ya que
usted sólo conoció a su padre
explorando su biblioteca.
Eso de Eliza y Carolina. Pero Eliza
y Eleanor también han estado hablando,
muy de noche, cuando Carolina duerme
en su dormitorio en el Binnenhof. Hemos
estado hablando de dinámica. No la
dinámica de las bolas rodando sobre
planos inclinados, sino la dinámica de
las familias reales y nobles. Ella y yo
somos como pequeños ratones que
corremos por un campo de bolos,
intentando que no nos aplasten las bolas
que ruedan y chocan entre sí. Para
sobrevivir debemos saber de dinámica.
Sólo unos meses antes de quedarme
embarazada, visité Londres. Me
encontraba en el palacio Whitehall con
Daniel Waterhouse cuando
supuestamente nació el hijo de Jacobo
II, ahora pretendiente al trono. ¿María
de Módena estaba realmente
embarazada o se colocaba cojines bajo
el vestido? Si estaba embarazada, ¿era
realmente del sifilítico rey Jacobo II o
de un semental sano al que llevaron a
los apartamentos reales para producir un
heredero sano? Suponiendo que
estuviese realmente embarazada, ¿el hijo
sobrevivió al parto? O era realmente el
bebé que sacaron de esa habitación un
huérfano, introducido en Whitehall
oculto en un calentador y mostrado
triunfalmente para que la línea Estuardo
pudiese seguir reinando en Inglaterra?
En un sentido no tiene importancia, ya
que el rey ha sido depuesto y el bebé
crece en París. Pero en otro sentido
tiene mucha importancia, porque las
últimas noticias del otro lado del mar
son que el padre ha tomado Derry y
marcha por otros lugares de Irlanda,
intentando recuperar el reino para su
hijo. Todo por lo que sucedió o no
sucedió en cierta habitación de parto de
Whitehall. Pero insulto a su inteligencia
insistiendo en ello. ¿Ha encontrando
algún niño sustituido o algún, bastardo
en la línea genealógica de Sofía?
Probablemente. ¿Ha dado a conocer ese
hecho? Claro que no. Pero igualmente
queme esta carta, y lance las cenizas al
canal del que siempre está escribiendo,
asegurándose primero de que debajo de
la ventana no hay gondoleros de mal
humor.
Como mujer noble cristiana que no
se ha casado, no podía estar embarazada
y no podía tener un hijo. Eleanor lo
sabía tan bien como yo. Hablamos sobre
eso durante horas y horas mientras mi
vientre se volvía cada vez más grande.
Mi embarazo no era del todo un
secreto —varios sirvientes y mujeres de
la casa lo conocían—, pero más tarde
podía negarlo. Los rumores sabrían que
mentía, pero al final eso no importa. Si,
Dios no quiera, sufría un aborto, o el
bebé moría, sería como si nunca hubiese
sucedido. Pero si él bebé prosperaba, la
cosa se complicaría.
Las complicaciones en realidad no
me intimidaban. Si hay algo que aprendí
en Versalles es que una Persona de
Alcurnia dispone de tantas formas de
mentir sobre sus asuntos, perversiones,
embarazos, abortos, partos y bastardos
como un marinero maneras de hacer un
nudo. A medida que pasaban los meses
de mi embarazo, lenta pero
inexorablemente, como uno de los
péndulos de Huygens, tuve tiempo de
considerar qué mentira contaría cuando
naciese mi bebé.
Al principio, cuando mi vientre sólo
se había hinchado un poco, consideré
entregar al niño. Como sabe, hay
múltiples «orfanatos» bien financiados
donde crecen los hijos ilegítimos de las
Personas de Alcurnia. O si buscaba lo
suficiente podría encontrar un padre y
madre decentes que fuesen estériles, y
estarían más que felices de acoger a un
niño sano en su casa.
Pero el primer día que el bebé
comenzó a dar patadas en mi interior, la
idea de entregarlo se convirtió en una
abstracción, y poco después desapareció
de mi mente.
Cuando llegué al séptimo mes,
Eleanor mandó llamar a una tal frau
Heppner de Eisenach. Frau Heppner
llegó unas semanas después, afirmando
ser la niñera que cuidaría de la princesa
Carolina y le enseñaría la lengua
alemana. Y así lo hace; pero en verdad,
frau Heppner es una comadrona. Asistió
al parto de Eleanor, y desde entonces ha
traído al mundo a muchos niños nobles y
plebeyos. Eleanor dijo que era leal y
que podíamos contar con su discreción.
El Binnenhof, aunque por los
estándares de los palacios franceses está
lejos de ser lujoso, contiene varias
suites de apartamentos, cada una
dispuesta de tal forma que una invitada
real pueda vivir allí junto con sus damas
de compañía, dama de cama, etcétera.
Como comprenderá por mis otras cartas,
la princesa Eleanor no disponía de
servicio suficiente para ocupar
completamente una suite; disponía de un
par de sirvientas venidas de Eisenach y
dos chicas holandesas que el personal
de Guillermo, como acto de caridad, le
había asignado. Y ahora tenía a frau
Heppner. Eso todavía dejaba una
habitación vacía en su suite. Y por tanto,
cuando frau Heppner no daba lecciones
a Carolina, organizaba las sábanas y
otros elementos necesarios del arte de
una comadrona, convirtiendo la
habitación extra en un paritorio.
El plan era que cuando empezase el
parto, me llevarían al otro lado de la
plaza, al Binnenhof, en una silla de
mano, y me portarían directamente a la
suite de Eleanor. Lo ensayamos, si
puede creer tal cosa: contraté a un par
de holandeses fortachones para que
sirviesen de porteadores, y una vez al
día, durante las semanas finales de mi
embarazo, me llevaban desde la casa de
Huygens basta el Binnenhof, sin
detenerse o demorarse hasta haber
dejado la silla de mano en el dormitorio
de Eleanor.
Esos ensayos parecían una. buena
idea en su momento, porque no conocía
la fuerza de mi enemigo, ni el número de
sus espías en el Binnenhof. En
perspectiva, le estaba contando todos
los detalles de mi plan, y le ofrecía todo
lo necesario para una emboscada
perfecta.
Pero una vez más me adelanto. El
plan consistía en que frau Heppner se
encargaría del parto. Si el bebé moría y
yo vivía, no tendría que salir ninguna
noticia de la cámara. Si yo moría y el
niño vivía, se convertiría en protegido
de Eleanor, y heredaría mi fortuna. Si
los dos sobrevivíamos, entonces me
recuperaría durante unas semanas y me
trasladaría a Londres tan pronto como
los síntomas más evidentes de embarazo
hubiesen desaparecido de mi cuerpo.
Me llevaría al niño conmigo, y lo haría
pasar por un sobrino o sobrina huérfano,
el único superviviente de una masacre
en el Palatinado. No faltan masacres a
elegir, y tampoco faltan los ingleses que
estarían ansiosos de dar crédito a
semejante historia por absurda que sea,
especialmente si el cuento viene de boca
de una duquesa que ha realizado grandes
servicios para su nuevo rey.
Sí, todo suena absurda. Jamás
hubiese concebido algo así y no hubiese
ido a Whitehall y visto (en la distancia)
el séquito de personas importantes y
poderosas reunido allí sin más razón que
permanecer de pie en el dormitorio de la
reina y mirar fijamente su vagina durante
todo el día, como campesinos en un
espectáculo de magia, decididos a
pescar el truco del mago.
Supongo que mi propia vagina, tan
humilde y plebeya, jamás atraería un
público tan amplio y selecto. Por lo que
realizando unos simples preparativos
por adelantado, podría ajustarías cosas
a mi conveniencia cuando todo hubiese
pasado.
Ahora puede referirse al texto plano.
Doctor, para conocer todas las
deliciosas sensaciones, que me
preocuparon durante mis primeras horas
de parto (asumo que pasaron varias
horas; al principio había oscuridad en el
exterior, luego luz). Cuando rompí
aguas, y supe que había llegado el
momento, mandé llamar a los
porteadores. Entre contracciones,
bájelas escaleras y subí a la silla de
mano, que esperaba en una habitación
lateral de la casa, al nivel de la calle.
Una vez en el interior de la caja, cerré la
puerta y pasé la cortina sobre las
pequeñas ventanas, de forma que ojos
curiosos no pudiesen verme al atravesar
la plaza. En realidad la oscuridad y el
confinamiento no me inquietaban,
considerando que el bebé que llevaba en
mi vientre había vivido cosas peores
durante muchas semanas, y lo había
sufrido con paciencia, excepto por
algunas patadas.
En su momento oí las voces
familiares de los porteadores en el
exterior, sentí como la silla se elevaba
en el aire y giraba en la calle para
dirigirse al Binnenhof. Eso pasó sin
incidentes. Creo que quizá quedé un
poco transpuesta. Ciertamente, después
de un rato perdí la cuenta de los giros y
virajes, mientras me llevaban por los
largos pasillos del Binnenhof. Pero
pronto sentí que la silla descendía sobre
un suelo de piedra, y oí que los
porteadores se alejaban.
Alargué la mano, abrí el cierre y.
empujé la puerta, esperando ver los
rostros de frau Heppner, Eleanor y
Carolina.
En su lugar miraba al rostro del
doctor Alkmaar, el médico de la corte,
un hombre al que había visto una o dos
veces, pero con el que nunca había
hablado.
No estaba en el apartamento de
Eleanor. Me encontraba en un
dormitorio desconocido, en algún otro
lugar del Binnenhof. Había una cama
lista —¡lista para mí!— y sobre el suelo
descansaba una cuba de agua humeante,
y se había dispuesto un montón de
sábanas desgarradas. Había algunas
mujeres en la habitación, a las que
conocía un poco, y un joven al que no
había visto nunca.
Era una trampa, pero tan terrible que
no supe qué hacer. Me gustaría poder
decir, Doctor, que conservé el ánimo,
que me di cuenta de lo que pasaba y que
salté de la silla y corrí por el pasillo
hacia la libertad. Pero en realidad
estaba por completo desconcertada. En
el momento en que me encontré en esa
habitarían desconocida me atacó una
contracción fuerte que me dejó
indefensa.
Para cuando pasó el dolor estaba
tendida en la cama; el doctor Alkmaar y
los otros me habían sacado de la silla.
Los porteadores se habían ido hacía
rato. Quien hubiese dispuesto la
emboscada —y tenía una buena idea de
quién era— o les había pagado para que
me llevasen a la habitación equivocada
o de alguna forma les habían convencido
de que eso era lo que yo quería. No
tenía forma de enviar un mensaje. Podía
gritar pidiendo ayuda, pero las mujeres
de parto siempre gritan pidiendo ayuda.
Había ayuda de sobra en la habitación.
El doctor Alkmaar estaba lejos de
ser una persona afectuosa, pero tenía
reputación de competente y (casi tan
importante) leal. Si me espiaba (que
sería de esperar), le contaría mis
secretos a Guillermo de Orange, quien
los conocía de todas formas. El doctor
Alkmaar recibía asistencia de uno de sus
alumnos (el joven) y de dos chicas que
en realidad no tendrían por qué estar en
la habitación. Cuando había llegado a La
Haya casi nueve meses atrás, en un bote
del canal con Eleanor y Carolina,
Guillermo había intentado proveerme de
los rudimentos de un servicio, adecuado
a mi rango elevado. El príncipe de
Orange no lo hizo porque fuese mi
deseo, sino por que así se hacían las
cosas, y parecía absurdo tener viviendo
en un palacio real a una duquesa que
carecía de sirvientas y personal. Me
envió a dos jóvenes. Las dos eran hijas
de nobles menores, y servían durante un
tiempo en la corte, esperando maridos, y
deseando estar en Versalles. Ya que ser
espiado por los miembros de tu propia
casa es lo básico en las intrigas
palaciegas, tuve cuidado de mantener
todas mis conversaciones con Eleanor
en lugares donde ninguna de esas niñas
pudiese oírnos. Más tarde, me había
trasladado a la casa de Huygens, las
había despedido de mi servicio y me
había olvidado de ellas. Pero por alguna
definición estrecha del protocolo de la
corte, seguían siendo técnicamente
miembros de mi servicio doméstico, las
quisiese o no. Mi mente nublada,
intentando dar sentido a los
acontecimientos, lo consideró una
explicación.
Una vez más, repase el texto plano
para las diversas agonías e
indignidades. Lo importante, por
supuesto, de esta narración, es que
cuando me llegaban los peores ataques
realmente no estaba consciente. Si lo
duda, Doctor, coma algunas ostras en
mal estado y luego intente jugar con el
cálculo cuando sus entrañas se dan la
vuelta.
A la conclusión de uno de esos
ataques miré a través de ojos medio
cerrados al doctor Alkmaar, quien
estaba de pie entre mis muslos con las
mangas recogidas y el vello de los
brazos pegado a la piel por algún
líquido. De ahí inferí que había estado
en mi interior, explorando un poco.
—Es un niño —anunció, más para
beneficio de los espectadores que mío…
por la forma en que me miraban sabía
que me creían dormida o delirando.
Abrí ligeramente los ojos, pensando
que todo había terminado, esperando ver
a mi bebé. Pero el doctor Alkmaar tenía
las manos vacías y no sonreía.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó
Brigitte… una de las dos chicas que
componían mi casa. Brigitte tenía
aspecto de haber estado mejor en una
granja holandesa fabricando
mantequilla. En un vestido de la corte
parecía enorme y fuera de lugar. Era
inofensiva.
—Intenta salir de culo —dijo
distraído el doctor Alkmaar.
Brigitte contuvo el aliento. A pesar
de las malas noticias, eso me confortó.
Brigitte me había resultado tediosa y
estúpida por su dulzura. Ahora, era la
única persona en la habitación que
sentía compasión por mí. Quería salir de
la cama y abrazarla, pero no parecía
práctico.
Marie —la otra chica— dijo:
—Eso significa que los dos morirán,
¿no?
Bien, Doctor, como yo misma
escribo esta carta no tiene sentido que
intente mantener el suspense,
evidentemente no morí. Lo menciono
como forma de transmitir algo del
carácter de esa chica Marie. En
contraste con Brigitte, que siempre era
afectuosa (aunque pareciese estúpida),
Marie poseía un alma de hielo: si un
ratón entrase corriendo en una
habitación, ella lo aplastaría hasta
matarlo. Era hija de un barón, con un
pedigrí montado a partir de los
goterones de cera y cabos de vela de
diversos ducados y principados
alemanes, y me parecía (con su permiso)
producto de una familia donde el incesto
se practicaba pronto y a menudo.
El doctor Alkmaar la corrigió:
—Eso significa que metemos las
manos y giramos el bebé hasta que tenga
la cabeza hacia abajo. El peligro es que
mientras lo hago el cordón umbilical
chorreará, y se estrangulará más tarde.
La principal dificultad son las
contracciones del útero, que presionan
sobre el niño con más fuerza la que
pueden producir mis brazos, o los de
cualquier hombre. Debo esperar a que el
útero se relaje para intentarlo.
Así que esperamos. Pero incluso en
el intervalo entre contracciones el útero
estaba tan tenso que el doctor Alkmaar
no podía mover al niño.
—Tengo una droga que podría
ayudar —murmuró—, o podría sangrarla
para debilitarla. Pero sería mejor
esperar a que quede agotada. Entonces
las probabilidades serían mejores.
Más retrasos; para ellos era cuestión
de permanecer de pie esperando el paso
del tiempo, para mí era ser la víctima de
un asesinato sangriento para recuperar
luego la vida, una y otra vez; pero una
forma más rebajada de vida en cada
ocasión.
Pero cuando entró el mensajero, yo
no podía más que permanecer tendida
como un saco de patatas y escuchar lo
que se decía.
—¡Doctor Alkmaar! ¡Vengo de la
cama del caballero Montluçon!
—¿Y qué hace el nuevo embajador
en la cama a las cuatro de la tarde?
—¡Ha sufrido un ataque de algún
tipo y necesita urgentemente de su ayuda
para sangrarle!
—Estoy ocupado —dijo el doctor
Alkmaar después de pensarlo. Pero me
resultó inquietante que tuviese que
pensárselo.
—Una comadrona está de camino
para ocuparse de la labor aquí —dijo el
mensajero.
Como si hubiese sido una entrada,
llamaron a la puerta. Mostrando más
vitalidad que en todo el día, Marie
corrió y la abrió, revelando a cierta
vieja bruja, una mujer de reputación
desigual. Mirando a través de mis
pestañas pude ver a Marie lanzando los
brazos alrededor de la vieja con un grito
de alegría simulada, y murmurándole
algo al oído. La partera prestó atención
y le respondió, tres veces antes de
volver sus incoloros ojos grises hacia
mí, y cuando lo hizo, sentí la proximidad
de la muerte.
—¿Cuáles son los síntomas? —dijo
el doctor Alkmaar, empezando a
interesarse por el nuevo caso. Por la
forma en que me miraba, mirando sin
ver, sentía que se alejaba de mí.
Reuní fuerzas para apoyarme sobre
un codo, y alargué la mano para agarrar
la cravat ensangrentada que colgaba del
cuello del doctor Alkmaar.
—Si cree que estoy muerta,
¡explíqueme esto! —dije, dando un
fuerte tirón.
—Pasarán horas hasta que quede lo
suficientemente agotada —dijo—.
Tendré tiempo de ir y sangrar al
caballero de Montluçon…
—¡Que a continuación sufrirá otro
ataque, y luego otro! —respondí—. No
soy una idiota. Sé que si estoy tan
agotada como para que usted pueda girar
el bebé, estaré demasiado débil para
empujar. ¡Hábleme de la droga que
mencionó antes!
—¡Doctor, puede que el embajador
francés agonice! Las reglas de
precedencia dictan… —empezó a decir
Marie, pero el doctor Alkmaar levantó
una mano para detenerla.
A mí me dijo:
—No es más que una muestra.
Relaja ciertos músculos durante un
tiempo, luego se pasa.
—¿Ya ha experimentado con ella?
Sí.
—¿Y?
—Me hizo incapaz de contenerla
orina.
—¿Quién se la dio?
—Un alquimista errante que vino de
visita hace dos semanas.
—¿Un fraude o…?
—Tiene buena reputación. Comentó
que con tantas mujeres embarazadas en
la casa podría hacerme falta.
—¿Era el Rojo?
Los ojos del doctor Alkmaar se
movieron de un lado a otro antes de
responder con un ligero asentimiento.
—Démela.
Se trataba de un algún extracto de
planta, muy amargo, pero como después
de un cuarto de hora me hizo relajar las
articulaciones, y me sentí mareada
aunque no había perdido tanta sangre.
Así que no estaba del todo consciente
cuando el doctor Alkmaar realizó la
torsión, lo cual me venía bien, porque no
era algo de lo que quisiese ser
consciente. Mi pasión por la Filosofía
Natural tiene sus límites.
Le oí decirle a la comadrona:
—Ahora el bebé está cabeza abajo,
como debe estar. Agradezcamos a Dios
que no se saliese el cordón. El bebé
asoma la coronilla, y cuando sépase el
efecto de la droga en unas horas, las
contracciones volverán y, si Dios
quiere, tendrá un parto normal. Sepa que
el parto es tardío; el bebé está bien
formado; como es frecuente en estos
casos, ya ha defecado dentro del útero.
—Lo he visto antes —dijo la partera
sintiéndose algo insultada.
Al doctor Alkmaar no le importó si
se sentía insultada o no:
—El bebé tenía un poco en la boca.
Corre el peligro de aspirarla a los
pulmones cuando respire por primera
vez. Si eso sucede, no durará una
semana. Pude meter los dedos en la boca
del pequeño y limpiar gran parte, pero
debe recordar que ha de sostener su
cabeza hacia abajo cuando salga y
limpiarle la boca antes de inhalar.
—Estoy en deuda con su sabiduría,
doctor —dijo la partera con frialdad.
—¿Palpó su boca? ¿La boca del
bebé? —le preguntó Marie.
—Es lo que acabo de decir —
respondió el doctor Alkmaar.
—¿Era… normal?
—¿A qué se refiere?
—¿El paladar… la mandíbula…?
—Aparte de estar llena de mierda de
bebé —dijo el doctor Alkmaar,
cogiendo la bolsa de lancetas y
pasándosela a su ayudante—, era
normal. Ahora iré a sangrar al
embajador francés.
—Coja unos cuartos de galán para
mí, doctor—le dije. Al oír ese chiste
endeble, Marie se volvió y me dedicó
una mirada indescriptiblemente malvada
al cerrar la puerta tras el doctor.
La vieja ocupó un asiento a mi lado,
empleó la vela de la mesilla de noche
para encender la pipa de arcilla y se
dedicó a sustituir el aire de la habitación
con volutas de humo.
Las palabras de Marie eran un
mensaje cifrado que comprendí tan
pronto como llegaron a mis oídos. He
aquí el mensaje.
Nueve meses atrás había tenido
problemas en la ribera del Meuse. Como
forma de salir de esa situación me
acosté con Étienne d'Arcachon, heredero
de una antigua familia famosa por
transmitir sus defectos como si fuesen
medallas e insignias en su escudo de
armas. Cualquiera que haya estado en
los palacios reales de Versalles; Viena o
Madrid ha visto los labios y paladares
hendidos, las mandíbulas de forma
extraña y los cráneos deformes de esa
gente; el rey Carlos II de España, que es
primo de los Arcachon por tres vías
diferentes, ni siquiera puede tomar
alimentos sólidos. En cuanto nace un
bebé en una de esas familias, lo primero
que todo el mundo comprueba,
prácticamente antes de dejarle respirar,
es la arquitectura de la boca y la
mandíbula.
Estaba encantada de saber que mi
hijo estaría libre de esos defectos. Pero
lo que Marie había preguntado
demostraba que tenía alguna opinión
sobre quien era el padre. ¿Pero cómo
podía ser posible? «Es evidente»,
podría decir usted, «ese Étienne
d'Arcachon debe haber presumido, ante
todo aquel que le escuchase, de su
conquista de la condesa de la Zeur, y
nueve meses fue tiempo más que
suficiente para que el rumor llegase a
oídos de Marie». Pero usted no conoce a
Étienne. Es un ave extraña, cortés hasta
el extremo, y no de los que presumen. Y.
no podía saber que el niño en mi útero
era suyo. Sólo sabía que no había tenido
más que una oportunidad de follarme
(como lo diría Jack). Pero viajé durante
semanas antes y semanas después en
compañía de otros hombres; ¡y
ciertamente no había impresionado a
Étienne por mi castidad!
La única explicación posible era que
Marie —o, mucho más probable, la
persona que la controlaba a ella—
hubiese leído una versión descifrada de
mi diario personal, en el que
manifestaba explícitamente haber
dormido con Étienne y sólo con Étienne.
Estaba claro que Marie y la partera
trabajaban como agentes de algún
francés de alta posición. M. el conde
d'Avaux había sido llamado a Versalles
poco después de la Revolución en
Inglaterra, y ese caballero de Montluçon
había llegado para asumir el puesto.
Pero Montluçon no era nadie, y en mi
mente había pocas dudas de que no era
más que una marioneta de carne de
cuyas cuerdas tiraba d'Avaux, o algún
otro personaje de gran poder en
Versalles.
De pronto sentí compasión por la
reina de Jacobo II, porque allí estaba yo,
tendida de espaldas en un palacio
extranjero con muchas personas extrañas
que miraban fijamente mi vagina.
¿Quién lo había preparado? ¿Qué
órdenes habían dado a Marie?
Marie había dejado claro que una de
sus tareas consistía en descubrir si el
niño estaba sano.
¿A quién le importaría si el hijo
bastardo de Étienne tenía un cráneo bien
formado?
Étienne me había escrito un poema
de amor, si se le puede llamar así:
Eliza
Bishopgate
Octubre, 1689
Eres demasiado
estrecho, desdichado,
para comprenderte
Incluso a ti
mismo: aun así se
inclina sobre ti
mismo
Para conocer tu
cuerpo.
¿No han
declarado todas las
almas,
Desde tiempos
inmemoriales, que
nuestro cuerpo está
forjado
De aire y fuego y
los otros elementos?
Y ahora convocas
ingredientes nuevos,
Y un alma piensa
de una forma, y otra
de otra
Diferente, y para
todos es igual.
¿Pero sabes cómo
entra la piedra en la
Caverna de la
vejiga, sin romper
jamás la piel?
John Donne, El
progreso del alma,
El segundo
aniversario
Una fiesta de despedida
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6. El barón Gottfried Wilhelm von
Leibniz.
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10. El consenso de los mejores
médicos de la Royal Society era que la
plaga no estaba causada por el mal aire,
sino por algo relacionado con tener a
muchas personas juntas, especialmente
extranjeros (las primeras víctimas de la
plaga de Londres habían sido unos
franceses recién bajados del barco, que
habían muerto en una posada como a
quinientas yardas de la casa de Drake),
sin embargo, todo el mundo respiraba a
través de un pañuelo.
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30. Como el rey Luis XIV tenía
guardias vestidos de croatas, Charles
podría tener polacos; cualquier nación
cuya supervivencia dependiese de
enfrentarse con los turcos tenía hoy en
día una reputación feroz.
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32. Es decir, frente a ellos y hacia un
lado desde la dirección en la que sopla
el viento, como a las diez en punto.
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40. Resultaba que, si realizabas las
cuentas de una guerra típica, el coste de
la pólvora era más importante que todo
lo demás; herr Geidel insistía que la
pólvora en el arsenal de Venecia, por
ejemplo, valía más que los ingresos
anuales de toda la ciudad. Eso explicaba
muchos detalles extraños que Jack había
presenciado en distintas campañas y le
obligó a reconsiderar (brevemente) su
opinión de que todos los oficiales
estaban locos.
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53. Guillermo de Orange.
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68. Pero a veces también tenían
formalmente ese cargo y a veces no.
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