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a r g e n t i n a
M ú s i c a

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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx por Cecilia Szperling. - 1a ed. -


Buxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxos del Rojas, 2007.
240 p. ; 23x19 cm. (Ensayos)

ISBNxxxxxxxxxxxxxxxxx8

1. Ensaxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxerling, Cecilia, comp.


CDD A864

Fecha de catalogación: 1xxxxxxxxxx07

UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES


Centro Cultural Rector Ricardo Rojas

Rector
Dr. Rubén Hallú

Secretario de Extensión
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co, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u
otros medios sin el permiso previo del editor.
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Octubre rojo
La Revolución rusa
noventa años después

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Nota del editor

En octubre de 2007, la Revolución rusa cumplió noventa años. Hito


histórico ineludible, su deriva y su legado merece ser revisitado a la luz
de una mirada actual, que contemple la preguntas sobre la viabilidad
de los modelos socialistas en el mundo de hoy.

Desde las experiencias de libertad y de vida en común que la pro-


movieron, pasando por los niveles hasta entonces desconocidos de
opresión a los que se llegó, hasta la caída del modelo soviético a fines
del siglo XX, todo parece estar cifrado en aquella agitación inicial. La
manera de establecerse en el poder, y cómo ese poder —que parecía
haber vuelto al pueblo— termina pasando de la aristocracia rusa a los
altos cuadros del partido bolchevique, fue el proceso que direccionó
el futuro de la revolución en forma definitiva.

Pero la Revolución rusa fue un movimiento mucho más que políti-


co: las artes plásticas, el cine, el diseño, la literatura y otras ramas del
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arte acompañaron y participaron de este proceso de manera que lo


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reflejaron y a la vez fueron parte de aquello que revelaban.

Estos aspectos, sumados a la proyección internacional de la


Revolución y en especial sus ecos locales, fueron los ejes sobre los que

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giraron las actividades del ciclo Octubre Rojo Rojas, que se llevó a cabo
en el marco del 90º aniversario de la Revolución. Las jornadas incluye-
ron una muestra de obras gráficas, un ciclo de cine, la puesta de una
obra de teatro de Boris Pasternak sobre la poesía de Maiakovky y una
mesa sobre los avances científico-tecnológicos de la Unión Soviética.

La serie de ensayos publicados en este libro fue expuesta en el marco


de este ciclo, y estuvo a cargo de la cátedra de la Historia de Rusia, de
la Facultad de Filosofía y Letras. De esa manera, la Universidad de
Buenos Aires, a través del Centro Cultural Rojas y la Carrera de Historia,
produce este volumen confiando en que nuevas miradas sobre el pasa-
do puedan aportar a la comprensión de nuestro presente y abrir renova-
dos campos de reflexión y acción para el futuro.

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Primera parte

Conferencias
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Mitos y realidades de la Revolución rusa

Ezequiel Adamovsky*
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* Ezequiel Adamovsky es Dr. en Historia (School of Slavonic and East European


Studies, UCL / Universidad de Londres) y se desempeña como Profesor Adjunto a
cargo de la cátedra de Historia de Rusia de la FFyL de la UBA e Investigador del
CONICET. Es autor, entre otros, de los libros Octubre hoy: conversaciones sobre
la idea comunista a 80 años de la Revolución rusa y 150 del Manifiesto
(Buenos Aires, 1998) y Euro-Orientalism: The Image of Russia in France, c.
1740–1880 (Oxford, 2006).

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Les propongo situarnos mentalmente en la Rusia de 1917. Estamos


en 1917, es el 24 de octubre (según el antiguo calendario juliano).
Desde distintas regiones del Imperio ruso vienen llegado a Petrogrado
los delegados elegidos por cada soviet local. Van al Segundo Congreso
de los Soviets de Toda Rusia, que se reunirá al día siguiente. Son más
de seiscientos. Vienen en representación de los soviets de soldados y
de obreros de todo el país. Son en su mayoría pobres, visten ropas
obreras y capotes de soldados raídos.
Los soviets habían comenzado a aparecer inmediatamente después
de la Revolución de febrero. Se trataba de asambleas de delegados —
o “diputados”, como los llamaban— elegidos por los trabajadores en
las fábricas, por los campesinos en las aldeas y por los soldados en los
batallones. En 1917 llegó a haber 1.429 soviets en toda la extensión
del Imperio, algunos sólo de obreros o de soldados, algunos sólo de
campesinos, algunos “mixtos” con representantes de dos o más de
estos orígenes. El de Petrogrado, que era el más importante, llegó a
tener más de 3.000 diputados obreros y soldados (se elegía uno por
cada mil obreros, aunque las fábricas chicas podían mandar también
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un representante). Desde el primer día de la Revolución de febrero,


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este soviet capitalino, sin buscarlo, por presión de las bases, había
entrado en una situación de “doble poder” respecto del Gobierno
Provisional formado entonces. Mientras que éste estaba formalmente
al frente del Estado, el soviet ejercía en los hechos algunas funciones

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estatales que, con el curso de la Revolución, fueron siendo cada vez


más. Los soviets de todo el país, cada uno independiente del otro,
habían desarrollado sin embargo una vinculación a nivel nacional. Así,
el 3 de junio habían celebrado el Primer Congreso de Toda Rusia, que
a su vez había dejado constituido un Comité Ejecutivo encargado de
tomar las decisiones entre las reuniones de los Congresos generales.
Este Comité Ejecutivo era el órgano máximo de legitimidad soberana
y dirección del proceso revolucionario. Cuando se reunió el Segundo
Congreso de los Soviets de Toda Rusia (en verdad, de los de obreros y
soldados, pues los de campesinos todavía no estaban unificados con
éstos), el 25 de octubre, se votó la formación de un nuevo gobierno
totalmente socialista y el fin del Gobierno Provisional. Esto es lo que
habitualmente se llama la “Revolución de Octubre”.
Las veinticuatro horas que pasaron entre la noche del 24 de octu-
bre y la del 25 fueron una de las encrucijadas más importantes de la
historia de la humanidad. Una revolución es un momento en el que el
curso “normal” y predecible de los acontecimientos se quiebra. Un
momento en el que se abre un umbral de posibilidades inauditas. Una
revolución destrona un viejo orden y deja abierto un tiempo de crea-
ción radical, en el que nada está dicho ni establecido de antemano.
Una revolución es, en síntesis, un instante de tiempo emancipado de
la tradición, un instante que rompe la continuidad de la línea del tiem-
po y abre la posibilidad de otras líneas que apunten en direcciones
diferentes. Esas veinticuatro horas contenían la posibilidad de un futu-
ro bastante diferente del presente que hoy tenemos. Los delegados
que iban camino al soviet se proponían fundar un orden político y
social inéditos. Apuntaban a construir una forma novedosa de gestión
política de la vida social, en la que las decisiones fundamentales se
tomarían en los soviets, espacios abiertos de deliberación entre igua-
les, sin políticos profesionales. Apuntaban a consolidar una nueva
forma de vida social que los propios trabajadores, campesinos y solda-
dos ya venían experimentando: un mundo de iguales, de cooperación
solidaria, sin propiedad privada, sin explotación. Era el mundo que ya
se prefiguraba en los comités de fábricas, en la autogestión obrera, en
las comunas campesinas; era el mundo que anticipaba esa democracia
militar que se había instaurado en varias partes del frente de batalla
con los alemanes, donde los soldados votaban a sus propios oficiales.

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Querían declarar el fin de las guerras y la opresión entre naciones y


fundar una nueva hermandad universal.
Sin embargo, a pocos meses del 25 de octubre de 1917 los soviets
habían dejado de ser verdaderos organismos de toma de decisiones
para transformarse en un cascarón vacío. El poder real había pasado a
manos de los líderes máximos de un partido político. La autogestión
en las fábricas fue suprimida, lo mismo que la democracia en el ejérci-
to. Pronto una verdadera burocracia estatal se transformó en una
nueva clase dominante separada del pueblo, que controlaba los prin-
cipales recursos económicos y la totalidad de los resortes políticos.
Para comienzos de la década de 1930, la Unión Soviética se había
transformado ya en una de las dictaduras totalitarias más terribles de
que se tenga memoria en la historia de la humanidad.
Para nosotros hoy sigue siendo crucial entender esa encrucijada:
porque fue una encrucijada que se presentó no sólo a los rusos sino a
la humanidad toda en 1917. Porque las disyuntivas con las que se
enfrentaron esos delegados que marchaban hacia Petrogrado el 24 de
octubre de 1917 siguen siendo en buena medida las que marcan nues-
tro presente. Y esto por dos motivos. En primer lugar, porque las for-
mas de la opresión contra las que se rebelaron los rusos siguen estan-
do entre nosotros. El dominio del mercado y del Estado sobre la vida
social —o el capitalismo, para decirlo de otro modo— sigue siendo
hoy una realidad que nos oprime y envilece, además de destruir los
vínculos entre las personas y el medio ambiente. La pregunta por las
causas del fracaso de los anhelos de libertad e igualdad de 1917 es la
pregunta por la posibilidad de seguir levantándolos como bandera
política hoy. Sin duda, se trata de una pregunta crucial: nuestro futu-
ro depende de su respuesta. Las disyuntivas con las que se enfrenta-
ron esos delegados soviéticos que iban camino a Petrogrado en octu-
bre de 1917 se relacionan con nuestras propias disyuntivas y dilemas
políticos por una segunda razón. Porque fueron algunas de sus propias
decisiones, fue en parte la propia cultura política que muchos de ellos
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tenían, la que dio lugar al régimen dictatorial posterior. No fue un ejér-


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cito extranjero, no fue un dictador venido desde afuera el que impuso


su ley, sino que fue el propio proceso revolucionario el que dio naci-
miento al régimen que fue su negación. Por supuesto, no es que esa
deriva estuviera decidida de antemano: no fue inevitable el destino trá-

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gico que tuvo la Revolución. Pero es indudable que al menos algunas


de las razones para tal destino estuvieron en las propias concepciones
políticas que orientaron las acciones de esos hombres y mujeres que
hicieron la Revolución. Y la pregunta que todo esto proyecta sobre
nuestro presente es si estaremos hoy libres de esos elementos que
inclinaron la balanza en el peor sentido. Puestos a repensar la política
actual y a buscar nuestro propio camino a la emancipación, ¿tropeza-
remos con las mismas piedras? ¿Habrá algo allí, en 1917, que pueda
ayudarnos a evitarlo y a encontrar un sendero que nos aleje del nau-
fragio en el que se sumergieron nuestros antecesores?
Hoy me gustaría pensar la Revolución rusa con ustedes de esta
forma: volver sobre ese pasado desde nuestras preguntas del presen-
te. Tratar de visualizar las disyuntivas de esos nuestros ancestros para
intentar iluminar las nuestras. El título que elegí para mi charla es el de
“Mitos y realidades de la Revolución rusa”. Porque la Revolución rusa
es uno de los acontecimientos más conocidos de la historia: todo el
mundo sabe al menos algo, tiene alguna referencia respecto de ella.
Pero es, probablemente, uno de los acontecimientos peor conocidos.
Quiero decir con esto que lo que se sabe de la Revolución rusa es muy
parcial y sesgado. Aquello que recordamos ha sido fuertemente influi-
do por intereses políticos. Tanto liberales como comunistas han difun-
dido durante décadas sus propias interpretaciones de la Revolución,
motivadas por intereses ideológicos. Los liberales necesitaban conde-
nar cualquier intento de establecer un sistema no capitalista, por lo
cual tendieron a presentar historias de la Revolución centradas en la
figura de Lenin y el Partido Bolchevique, para tratar de establecer una
vinculación clara entre ellos y el estalinismo. De esta manera, toda la
experiencia revolucionaria aparecía reducida y simplificada, además
de aparecer condenada por ser el antecedente directo de los horrores
de Stalin. Para los liberales, la Revolución no es más que la antesala del
totalitarismo. La conclusión política a la que ellos así invitan es que
cualquier intento de cambio revolucionario del orden social termina
inevitablemente en el terror y en el despotismo.
Aunque su mirada sobre la Revolución era por supuesto positiva,
los fundadores del Estado soviético y del movimiento comunista inter-
nacional también contribuyeron a empobrecer y a hacer unidimensio-
nal el acontecimiento de la Revolución. También a ellos les convenía

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que todo el proceso histórico quedara reducido al accionar de Lenin y


los bolcheviques. Al convertirlos en protagonistas casi únicos de la
Revolución, los gobernantes de la URSS se legitimaban a ellos mismos
como sus herederos. Por su parte, los comunistas de otras partes del
mundo podían dar autoridad a sus argumentos y a su línea estratégica
presentando a la Revolución rusa como un ejemplo exitoso. Así, en los
relatos de la historia oficial comunista, entonces, la Revolución apare-
cía como la epopeya de la clase obrera conducida por su partido de
vanguardia en su camino al socialismo. El movimiento comunista
internacional, incluyendo a su rama trotskista, difundió esta imagen
durante décadas y aún sigue haciéndolo.
Pero la Revolución rusa fue mucho más que lo que los liberales y
la historia oficial leninista, comunista o trotskista dicen que fue.
Muchos aspectos centrales de la Revolución han quedado sepultados
y ocultos bajo el peso de las visiones míticas o condenatorias. Muchos
de esos aspectos poco conocidos quizás puedan ayudarnos todavía
hoy a pensar una política emancipatoria o a analizar los complejos vín-
culos entre los movimientos sociales radicales y el plano de la política
y sus organizaciones. Me gustaría discutir algunos mitos y tergiversa-
ciones que frecuentemente se encuentran en los textos que hablan
sobre la Revolución y en el saber general que existe sobre ese aconte-
cimiento. Existen cuatro grandes mitos a los que quisiera referirme. El
primero es el “mito de la revolución obrera”.

El mito de la revolución obrera

Este mito es el que afirma que la Revolución rusa fue una revolu-
ción fundamentalmente obrera, es decir, que el sujeto de la
Revolución fue la “clase obrera”. Este mito se relaciona con las premi-
sas teóricas del grupo político que ocupó el poder luego de Octubre.
El marxismo tradicionalmente consideraba que los obreros industria-
les eran el sujeto privilegiado de la emancipación. Era la acción deci-
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siva de los obreros la que produciría una revolución social capaz de


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acabar con el capitalismo. Por el lugar central que ocupaban en las


relaciones de producción fundamentales del capitalismo como clase
explotada, se suponía que los obreros serían los “sepultureros” del
capitalismo. Eran ellos los que estaban en condiciones de desarrollar

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una conciencia verdaderamente revolucionaria y comunista, y llevar el


proceso de cambio social hasta las últimas consecuencias. Por eso, y
aunque sus fundadores y líderes no eran obreros, tanto los bolchevi-
ques como los mencheviques se llamaban a sí mismos partidos “obre-
ros”. Incluso antes de que la Revolución rusa sucediera, estas agrupa-
ciones pronosticaban que la revolución sería “obrera”. Y por supues-
to, luego de sucedida “confirmaron” su diagnóstico interpretando los
sucesos como una revolución obrera.
Sin embargo, cuando uno analiza los eventos de 1917 y trata de
identificar cuál fue el sujeto de esos eventos, el panorama no concuer-
da con esos esquemas teóricos. La Revolución rusa fue, naturalmente,
una revolución en la que los obreros industriales tuvieron un papel de
enorme importancia. Pero también lo tuvieron muchos otros tipos y
clases de personas. Una enorme multiplicidad de sujetos participaron
de la Revolución, cada uno con motivaciones particulares. Fueron
obreros, pero también campesinos, soldados, empleados de cuello
blanco, minorías nacionales, estudiantes, artistas, intelectuales y femi-
nistas. Cada grupo contribuyó en diferentes medidas y de diferentes
maneras a derribar al antiguo régimen y a presentar alternativas para
una vida social de nuevo tipo. Para ejemplificar, hagamos un breve
recorrido de los modos de participación de cada sector. Empecemos
por los obreros: su acción fue decisiva desde el comienzo. Sus huelgas
generales y manifestaciones callejeras fueron las que crearon el clima
para la Revolución de febrero. Fue una marcha multitudinaria de tra-
bajadoras en el Día Internacional de la Mujer lo que encendió la mecha
de la Revolución. De allí en más, los trabajadores y trabajadoras tuvie-
ron un papel central en varios aspectos: fueron ellos los que inmedia-
tamente eligieron delegados para los soviets (aunque los intelectuales
de partido se anticiparon en convocar al de Petrogrado); fueron ellos
los que enfrentaron a la patronal con demandas crecientes en los
meses siguientes y los que garantizaron el funcionamiento de las
empresas en las que la patronal declaraba el lock-out, demandando el
“control obrero” de la producción (primero como supervisión, luego
ya la gestión); fue la radicalización creciente de los obreros lo que
impulsó a los soviets a adoptar posturas cada vez más izquierdistas;
fueron obreros los que crearon instituciones decisivas que pronto
adquirieron protagonismo político, como los “comités de fábricas”

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(encargados del control obrero, del vínculo con los soviets y con otras
fábricas, etc.) y las “guardias rojas” (brigadas de obreros armados para
la autodefensa, que desempeñaron un papel decisivo disuadiendo los
intentos de contrarrevolucionarios); fueron los guardias rojos los que
formaron el núcleo militar que llevó adelante las operaciones de toma
del poder en Octubre y los que defendieron en varias ocasiones la
revolución y también tuvieron un papel decisivo en la formación del
Ejército Rojo, que defendió al gobierno bolchevique durante la guerra
civil.
Pero hablemos ahora de los soldados: fueron los amotinamientos
de soldados en Petrogrado los que, junto con las manifestaciones obre-
ras, desataron la Revolución de febrero; fue la incapacidad de contro-
lar su fuerza militar lo que determinó la caída del gobierno zarista,
cuando se hizo claro que no tenían armas para reprimir el creciente
malestar social; fueron los soldados amotinados los que exigieron al
soviet de Petrogrado la famosa Orden número uno, que ponía en
manos del soviet la potestad de aprobar o desaprobar las medidas mili-
tares del Gobierno Provisional (la exigieron para librarse de los casti-
gos que los esperaban); al hacerlo, fueron ellos los que de hecho ins-
talaron la situación de “doble poder” que el soviet en verdad no había
buscado. Además, las guarniciones de soldados y de marineros de
Petrogrado y Kronstadt aportaron el contingente militar decisivo en
varios momentos de la Revolución, para defenderla contra los intentos
de la contrarrevolución. La desobediencia de los soldados en el ejérci-
to minó profundamente el poder estatal y su capacidad represiva: cre-
aron “comités de soldados” que supervisaban las decisiones tácticas o
incluso elegían a los oficiales democráticamente (hubo frecuentes ase-
sinatos de oficiales recalcitrantes). Fue este malestar de los soldados lo
que puso a la paz en la agenda ineludible de la alta política. Fue esto,
entre otras cosas, lo que selló la suerte del Gobierno Provisional, cuyo
compromiso con la guerra no lo habilitaba a dar respuesta a este recla-
mo. Los soldados además participaron enviando sus propios delegados
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a los soviets. Y la participación de los soldados continúa: fueron solda-


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dos desertores los que en buena medida proveyeron de armas a la


Revolución y de algún conocimiento militar. Y también, siendo la
mayoría de origen rural, llevaron el mensaje de la Revolución al campo
y fueron “mediadores” entre los espacios rural y urbano de la

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Revolución. En fin, la Revolución de 1917 es impensable sin la partici-


pación de los soldados y marineros, la mayoría de los cuales eran de
origen campesino.
¿Y qué decir del resto de los campesinos, que eran la gran mayoría
de la población? Aunque comenzaron a participar algo después que
los habitantes de las ciudades, pronto se lanzaron en gran escala a ocu-
par tierras de los nobles, de los terratenientes y de la Iglesia. Su expro-
piación de la tierra aceleró los tiempos políticos, ya que las medidas
del Gobierno Provisional a favor del campesinado quedaban siempre
por detrás de los hechos. Por otra parte, la cultura y costumbres ances-
trales de los campesinos rusos aportaron muchísimo a la formación
del clima mental de la Revolución. El campesinado ruso se organizaba
tradicionalmente en comunas campesinas que en muchas zonas des-
conocían la propiedad privada y redistribuían periódicamente la tierra
entre las familias según criterios igualitarios. Se organizaban en
Asambleas comunales y por ello estaban bastante habituados a los pro-
cesos deliberativos. Aunque hay debates entre los historiadores al res-
pecto, es muy probable que la misma institución de los soviets surgie-
ra en alguna medida como una adaptación urbana de las asambleas
campesinas (muchas de las palabras usadas en los soviets de 1905 esta-
ban tomadas de las costumbres campesinas). También la cultura cam-
pesina era tradicionalmente hostil a la riqueza: para los campesinos
había siempre algo de santidad en la pobreza y la riqueza era un signo
de corrupción. Para su cosmovisión, los ricos y poderosos vivían a
costa del “pueblo trabajador” del que se sentían parte. Sin dudas, esta
cultura tradicional de los campesinos preparó el terreno para la revo-
lución. Además, los campesinos se lanzaron también a organizar sus
propios soviets locales y regionales. Algunos soviets eran mixtos
(obreros, soldados y campesinos), pero la mayoría estaban divididos
en obreros y soldados por un lado, y campesinos por el otro. Es algo
que se recuerda muy poco, pero los soviets campesinos no estaban
representados ni en el Primero ni en el Segundo Congresos de Soviets
de toda Rusia. Los soviets de campesinos tenían su propio Congreso
de los Soviets Campesinos de Toda Rusia. Recién en noviembre de
1917, su Segundo Congreso votó unificarse con el de obreros y solda-
dos (de modo que la mayoría campesina no tuvo parte en las decisio-
nes fundamentales de la Revolución de Octubre). Por último, el papel

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de los campesinos fue crucial en la defensa de la Revolución durante


la Guerra Civil. Fueron ellos los que se muchas veces se resistieron a
servir a los ejércitos blancos (a costa de sus propias vidas); fueron gue-
rrillas campesinas las que le hicieron la vida imposible a los ejércitos
blancos en la retaguardia; finalmente, hubo verdaderos ejércitos cam-
pesinos “verdes” en Ucrania, en el Volga y en otras zonas que comba-
tieron y derrotaron a los blancos por sí mismos sin intervención del
Ejército Rojo. En suma, sin la revolución campesina no habría existido
una revolución rusa.
Pero hablemos también de las minorías nacionales. En algunas
regiones del multiétnico Imperio Ruso, los reclamos de autodetermi-
nación nacional se combinaron con reclamos sociales, especialmente
en aquellos lugares donde los rusos, además de ser la nación opreso-
ra, eran los que tenían en sus manos las tierras o los que predomina-
ban en las ciudades (es decir, cuando se superponían diferencias
nacionales y de clase). Los reclamos nacionales se combinaron de
forma compleja con la Revolución, pero no hay dudas de que en algu-
nos casos la potenciaron.
Otro sujeto social más difuso que participó de la Revolución fueron
los trabajadores de cuello blanco, estudiantes e intelectuales, y en
general lo que podríamos llamar la clase media baja. En efecto, hubo
una presencia ubicua de intelectuales en todos los partidos de izquier-
da (especialmente en las direcciones), se hicieron elegir como repre-
sentantes en los soviets e incluso crearon sus propios soviets, como el
Soviet de la Intelligentsia Trabajadora que funcionó en Moscú. Los
empleados de cuello blanco, por su parte, tuvieron una participación
importante a través de sus sindicatos, en alianza con el movimiento
obrero en general. El socialismo era atractivo para muchos de ellos
porque la promesa de un nuevo mundo reorganizado de acuerdo a la
razón y con un mayor papel planificador del Estado traía la promesa
de una promoción para ellos y para sus saberes. Y también muchos
artistas de vanguardia se sintieron atraídos por la Revolución y partici-
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paron activamente. Para ellos la Revolución traía la promesa de una


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reconstrucción experimental del mundo similar a la que muchos de


ellos exploraban en sus obras. Para los Futuristas, el fuego revolucio-
nario destructor del pasado no podía sino ser un augurio del futuro
nuevo que esperaban con ansias. Para otros, un simbolista como, por

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ejemplo, el poeta Aleksandr Blok, el fuego revolucionario traía la pro-


mesa de terminar con esa civilización racionalista e individualista y sin
alma que tanto detestaba.
Y también hubo una dimensión generacional y de género en el
acercamiento de muchos a la Revolución. En general el movimiento
revolucionario ruso tenía en 1917 más porcentaje de mujeres que nin-
gún otro. En las primeras décadas del siglo, entre 10 y 15% de los
miembros de los principales partidos socialistas eran mujeres (una
cifra bastante mayor a la de cualquier otro país europeo). La liberación
respecto del patriarcado era una consigna central de toda la tradición
socialista rusa desde el siglo XIX. De hecho, algunas de las primeras
medidas del gobierno soviético fueron en el sentido de garantizar no
sólo los derechos políticos para las mujeres, sino también el derecho
al divorcio (y más tarde el aborto legal) y a una vida familiar menos
opresiva. El 57% de las mujeres que se afiliaron al partido bolchevique
luego de 1917 y hasta 1921 eran mujeres de clase media o alta, lo que
muestra que no sólo el interés de clase de las mujeres trabajadoras
hacía del comunismo un ideal atractivo. Las ideas respecto del amor
libre y las prácticas sexuales liberadas estuvieron presentes entre los
motivos que decidieron a personas como la famosa feminista bolche-
vique Alexandra Kollontai a unirse al movimiento revolucionario. Y en
general hubo entre los jóvenes una explosión de libertad sexual que
acompañó al proceso revolucionario. La cuestión generacional tam-
bién fue importante en el mundo rural, donde muchos jóvenes de
ambos sexos sufrían la opresión de sus mayores, a los que solía aso-
ciarse con el atraso y la tradición. La Revolución, para ellos, ofrecía un
mundo nuevo más “moderno” en donde no tuvieran que soportar el
peso estricto de los mayores.
En fin, la Revolución rusa tuvo un sujeto múltiple: fue mucho más
que una revolución obrera. En sus filas confluyeron personas de clases
y de mundos totalmente diferentes, desde un campesino de religión
ortodoxa y analfabeto hasta un atildado intelectual judío y ateo como
Trotsky; desde una mujer trabajadora hasta una joven feminista aristó-
crata; desde un obrero que pasó su vida dentro de una fábrica, hasta
políticos profesionales, como la mayoría de los líderes de los partidos
(incluyendo a Lenin), que habían vivido casi toda la vida en el exilio y
no habían desempeñado ningún otro trabajo en particular. Este sujeto

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múltiple no fue sólo una agregación de grupos singulares, ni tampoco


es cierto, como sostienen algunos, que la clase obrera hubiera “hege-
monizado” a todos los demás (algo de lo que no hay evidencias empí-
ricas, al menos en lo que refiere a la mayoría campesina). Lo interesan-
te del proceso revolucionario es el modo en que fue erosionando las
fronteras que separaban a esos mundos diversos, el modo en que habi-
litó contactos y solidaridades inéditas entre personas que en tiempos
normales ni siquiera tenían la ocasión de verse cara a cara. En los
meses que van de febrero de 1917 al año 1921, hubo en Rusia un
intenso “rumor revolucionario”, un murmullo popular, unas ansias
visibles por todas partes de comunicarse directamente con los demás,
de compartir experiencias, ideas, formas de lucha. El modelo organi-
zativo de los soviets circuló de obreros a campesinos, de campesinos
a soldados, de soldados a estudiantes, de estudiantes a empleados. Las
nuevas palabras, las imágenes de un mundo nuevo, circulaban de
mente en mente incendiando la imaginación de todos.
La Revolución, por decirlo de alguna manera, consistió precisa-
mente en ese proceso de “desclasificación”, de desborde y superación
de las diferencias de clase entre las clases populares y la construcción,
aunque incipiente, de un terreno subjetivo compartido, de una sub-
jetividad y un lenguaje revolucionario en común. Esto se hacía visible
incluso entre los obreros. Los obreros de Petrogrado, ese bastión del
socialismo, alternaban entre identificarse como una “clase obrera” y
como parte del “pueblo trabajador” o de “la democracia”, como se
decía en esa época, dándole a esa expresión un sentido de clase, social
(es decir, la democracia como lo opuesto a “la burguesía” o los privi-
legiados). Se trataba de un sentido de pertenencia e identificación más
amplio que el sentido más restringido a una identidad particular como
la de “obreros”. Incluso el gobierno bolchevique, cuya ideología era
más exclusivamente obrerista, se dirigió al “pueblo” como tal en algu-
nas de sus primeras apelaciones y llamados a la población en busca de
apoyo político.
r o j o

Lo interesante de pensar la Revolución rusa como una revolución


O c t u b r e

múltiple, y no sólo obrera, es que puede ayudarnos a explorar los


modos en que la política emancipatoria consiguió entonces articular
todas esas singularidades en un proceso que no por múltiple dejó de
ser unitario. Quizás hoy nos sirva volver sobre nuestros recuerdos de

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1917, para visualizar los modos en que esa multiplicidad, lejos de ser
un obstáculo, puede ser una fortaleza si se trata de construir una
nueva política emancipatoria.
El segundo mito del que quería hablarles es el “mito de las dos revo-
luciones”.

El mito de las dos revoluciones

Este mito afirma que en 1917 hubo dos revoluciones diferentes,


con un contenido de clase opuesto. Por un lado, según se dice, habría
habido una “Revolución de febrero” cuyo carácter fue “democrático-
burgués”, es decir, que su sujeto principal fue la burguesía y su hori-
zonte político era el del reemplazo de la autocracia zarista por alguna
forma de gobierno representativo. Por otro lado, habría habido una
“Revolución de Octubre”, cuyo carácter era obrero y su horizonte
político era claramente el de la instauración de una dictadura del pro-
letariado. Esta visión proviene del pensamiento marxista y de una idea
lineal del cambio histórico, según la cual en un país atrasado primero
tiene que “completarse” la fase de desarrollo “burgués” que experi-
mentó Europa occidental y sólo luego puede encararse una revolución
proletaria. En cierta medida, esta visión es también compartida por los
liberales, que buscaron reconocer una fase “democrática” y positiva
en la Revolución de febrero, luego malograda por una fase comunista
negativa que se habría abierto en Octubre.
En realidad, el proceso revolucionario fue uno sólo: se abrió en
febrero de 1917 con la caída del antiguo régimen y se cerró en 1921
con la consolidación de uno nuevo. Durante ese proceso las deman-
das sociales sin duda se fueron radicalizando y con ellas se fueron
expandiendo los horizontes políticos de la Revolución. Y sin lugar a
dudas las jornadas de Octubre fueron un momento crucial de gran
importancia. Pero no hay nada que justifique el considerar la
Revolución de febrero como una revolución “democrático-burguesa”.
Y esto por varios motivos. En primer lugar, está el tema del sujeto de
esa revolución. ¿Fue la burguesía realmente la protagonista de las jor-
nadas de febrero? Cuando uno acerca la lupa al proceso, la burguesía
no aparece en absoluto o, mejor dicho, no aparece desempeñando
ningún papel revolucionario. El impulso revolucionario viene entera-

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mente del lado del bajo pueblo. Fue la huelga general de los trabajado-
res, sus manifestaciones callejeras, y el amotinamiento de los soldados
enviados a reprimir, lo que causó la Revolución. Y además, se trató de
un impulso en gran medida espontáneo: los militantes de partidos
socialistas tuvieron un papel bastante modesto en los días inmediata-
mente previos a la Revolución de febrero. La burguesía y sus partidos
representativos o bien apoyaron al antiguo régimen, o bien se limita-
ron a pretender algún cambio moderado, un gobierno que rinda cuen-
tas ante algún órgano electivo, que ni siquiera suponía acabar con la
monarquía. Pavel Miliukov, el líder máximo del Partido Constitucional
Democrático —que representa a la pequeña burguesía y al empresa-
riado— estuvo a favor de la conservación del zarismo hasta ya avanza-
do el proceso de febrero, cuando finalmente se resignó a que no había
forma de sostenerlo. La formación de un Gobierno Provisional fue una
acción completamente defensiva: su sentido fue el de contrarrestar la
posible toma del poder por parte del Soviet antes que el de derrocar a
la monarquía. Su surgimiento, entonces, responde a un impulso que
no podría llamarse revolucionario, sino más bien conservador.
Durante todos los meses que participaron en el gobierno, los liberales
de ese partido no se situaron en ningún caso por delante del proceso,
concediendo reformas o mejoras sociales. Su papel fue siempre el de
bloquear cualquier cambio. Hacia mediados del año incluso negocia-
ron secretamente con los grupos de ultraderecha para propiciar una
contrarrevolución. No hay nada en el comportamiento de la burguesía
antes o después de febrero que permita considerarla “revolucionaria”.
Respecto del horizonte político de la revolución, como suele ser el
caso, este se fue radicalizando con el correr de los meses. Pero el recla-
mo para que los soviets tomaran todo el poder estaba presente desde
el primer día. El primer día de sesiones del soviet de Petrogrado hubo
grupos obreros, como el de los representantes de Vyborg, que recla-
maron que el soviet tomara todo el poder. El ala izquierda de los inte-
lectuales de partido en la ejecutiva del soviet (tres bolcheviques, dos
r o j o

socialistas revolucionarios y uno del grupo “interbarrios”) propusie-


O c t u b r e

ron lo mismo. Pero fueron precisamente los líderes del soviet de ese
momento —que eran intelectuales de partidos, especialmente
Socialistas Revolucionarios y Mencheviques— los que corrieron pedir
a la Duma que forme un Gobierno Provisional para prevenir que las

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bases le exigieran al Soviet una toma del poder en ese momento. En


este momento inicial se nota una distancia entre la radicalidad de este
tipo de demandas de los obreros y la línea más moderada de los parti-
dos socialistas que en este momento actúa como freno de una posible
radicalización mayor. Y su peso en ese momento era desproporciona-
do dentro del soviet. Aunque los trabajadores ya estaban en los días
previos organizando elecciones espontáneamente en previsión de la
reunión de un futuro soviet, fueron los intelectuales de partido los que
se anticiparon a la convocatoria. De ese modo, en la primera reunión
del soviet de Petrogrado, prácticamente no hubo obreros entre los 50
delegados. Al día siguiente ya había muchos delegados obreros, pero
ni un solo delegado de fábrica fue elegido para el Comité Ejecutivo del
Soviet, que quedó en manos de intelectuales de los principales parti-
dos socialistas, incluyendo los bolcheviques. Esto marcaba una gran
diferencia con 1905, cuando apenas se permitió participar a un peque-
ño número de intelectuales de partido. Los partidos no se sentían pre-
parados, sus líderes estaban todavía todos en el exilio y tenían temor
de ser barridos por los acontecimientos. La Revolución los había toma-
do enteramente por sorpresa. Lenin mismo había dicho en enero que
probablemente un viejo como él no llegaría a ver la revolución, pero
que sí lo harían sus hijos. Un día antes de la Revolución de febrero,
Shliápnikov, el principal bolchevique de Petrogrado, aseguró que “no
habría ninguna revolución”.
Desde ese primer día en adelante se produjo un proceso continuo
de radicalización de las masas, que llevó finalmente a la situación de
octubre, donde ya las masas reunieron la fuerza suficiente como para
sobrepasar las resistencias de muchos de los dirigentes partidarios y
proclamar un gobierno puramente de los soviets. Para entonces, ya
varios grupos partidarios también se habían convencido de la necesi-
dad de abandonar la cautela inicial y avanzar a un gobierno puramen-
te socialista. Por supuesto, lo habían hecho los bolcheviques de a
poco, impulsados por Lenin, que desde sus “Tesis de Abril” lo recla-
maba (las Tesis tomaron por sorpresa a los bolcheviques). Pero tam-
bién las facciones de izquierda de los partidos Menchevique y
Socialista Revolucionario ya se habían proclamado en octubre a favor
de ese camino. La decisión de la toma del poder por parte de los
soviets fue así el fruto de un proceso de maduración de la propia

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Revolución de febrero, un proceso continuo, sin quiebres, que ocupó


los meses previos a Octubre. En los meses siguientes a febrero, las
masas habían avanzado en su proceso de autoorganización. Habían
conseguido fundar soviets por todas partes. Habían logrado establecer
instituciones de coordinación a nivel nacional. Habían ganado confian-
za en sí mismas. Ya el 3 y 4 de julio había habido una rebelión popu-
lar espontánea en Petrogrado, multitudinaria, que en las calles exigió
la toma del poder por los soviets (en ese momento todos los partidos,
incluyendo a los bolcheviques, se negaron a ponerse al frente de ese
reclamo; los había tomado nuevamente por sorpresa). Los delegados
al Segundo Congreso de los Soviets de Toda Rusia marchaban el 24 de
octubre con un mandato mayoritario de quitarse de encima al debili-
tado Gobierno Provisional y asumir el poder. El contenido “obrero” y
“socialista” de la Revolución de Octubre estuvo presente durante todo
el proceso: sencillamente estaba tomando su tiempo para madurar en
una estrategia política concreta. Para decirlo más claramente, no exis-
tió ninguna “Revolución democrático-burguesa”: ya la Revolución de
febrero tenía un contenido “proletario” tanto en las demandas que
estaban presentes, como desde el punto de vista de los sujetos socia-
les que la protagonizaron. En 1917 hubo una sola revolución que
comenzó en febrero y tuvo varios momentos de radicalización, uno de
los cuales naturalmente fue el de Octubre.
Y eso nos lleva al tercer mito: el “mito de la Revolución de
Octubre”.

El mito de la Revolución de Octubre

Este mito es el que presenta a los sucesos del 24 y 25 de octubre


como el evento más importante de 1917: una toma del poder que ase-
guró el curso popular y socialista de la Revolución y que garantizó la
formación de un gobierno con capacidad para defenderla y llevar ade-
lante sus medidas de cambio más radicales. Sin la Revolución de
r o j o

Octubre, sostiene el mito, no se habría pasado a la fase verdaderamen-


O c t u b r e

te obrera y socialista de la revolución.


Todo esto constituye un mito por varios motivos. Primero, por lo
que venimos diciendo: la Revolución tuvo un curso socialista y popu-
lar desde el comienzo. En segundo lugar, se trata de un mito porque,

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como evento, la de Octubre fue una revolución bastante modesta.


Desde el punto de vista de la intensidad de un fenómeno puntual, la de
Octubre fue incomparablemente más pequeña que la de febrero. En
febrero hubo una escalada de huelgas previas que concluyó en una
huelga general, que incluso se prolongó varios días después del día de
la Revolución propiamente dicha. Hubo manifestaciones callejeras y
enfrentamientos con la policía de grandes proporciones. Hubo amoti-
namientos militares en las guarniciones. En febrero, Petrogrado quedó
totalmente paralizada: no funcionaron los comercios, ni los teatros, ni
el transporte público. La ciudad entera participó de algún modo en el
evento. En octubre no sucedió nada de esto. La “toma del poder” con-
sistió en una operación militar relativamente pequeña, planificada y
puntual. Participaron sólo los voluntarios reclutados por el Comité
Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, que controlaban los
bolcheviques. Hubo poca participación popular espontánea. Las accio-
nes en concreto fueron el arresto de los ministros del Gobierno
Provisional que estaban en el Palacio de Invierno, que se demoró por-
que había algunas tropas dentro del Palacio que ofrecieron alguna resis-
tencia. En la toma del Palacio no se registraron muertos y hubo pocos
heridos. Se dice que hubo más heridos durante la reconstrucción del
suceso para la película que Eisenstein filmó diez años después, que
durante la toma del Palacio (de hecho, muchas de las imágenes que
ilustran libros y documentales en realidad son de la película y no del
evento real). El aspecto del suceso (independientemente de su impor-
tancia para el curso futuro de los acontecimientos) fue más parecido a
un arresto de rutina que a una revolución. El Gobierno Provisional esta-
ba tan desprestigiado que nadie salió a defenderlo y Kerensky (que se
escapó tranquilamente del edificio mientras se llevaba a cabo la opera-
ción militar) no consiguió reclutar a ninguna brigada militar que lo res-
paldara. Mientras sucedía la toma del Palacio de Invierno, a pocas cua-
dras la vida de la ciudad seguía en total normalidad. Funcionaban los
restaurants, los tranvías y los teatros. Ese día no hubo amotinamientos
en las guarniciones, ni huelgas, ni ningún movimiento visible en los
barrios obreros, que estaban notoriamente tranquilos.
Otro elemento de este Mito de Octubre es el que afirma que la
acción militar de la toma del poder fue fundamental para asegurar el
carácter soviético y socialista de la Revolución. En realidad, hoy sabe-

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mos que una importante mayoría de los delegados que iban al


Segundo Congreso de los Soviets de Toda Rusia llevaban el mandato
de las bases de que los soviets asumieran el poder. Es decir, había un
mandato de las bases de acabar con el Gobierno Provisional. El
Gobierno Provisional estaba tan desprestigiado y contaba con un
apoyo tan escaso, que el sólo decreto del Congreso seguramente
habría alcanzado para acabar con él. Y en el improbable caso de que
alguien se alzara en su defensa, un llamamiento de los soviets alcanza-
ba y sobraba para movilizar enormes apoyos tanto civiles como milita-
res. En síntesis, no había ninguna necesidad de las acciones militares
que se conocen como “Revolución de Octubre” para asegurar el fin
del Gobierno Provisional y el curso socialista, algo que la propia diná-
mica del proceso revolucionario había producido de hecho.
¿Por qué Lenin insistió para que los bolcheviques realizaran esa
acción militar pocas horas antes de la reunión de un Congreso que de
cualquier modo iba a hacerlo? Sencillamente para posicionar mejor a su
partido de cara a la formación del nuevo gobierno, que se esperaba sería
decidido por el Congreso de los Soviets. La acción decisiva y enérgica
de la noche, esperaban, iba a situar al bolchevismo en una situación de
mayor preponderancia entre los demás partidos socialistas que tenían
influencia en los soviets. En efecto, en la reunión de los delegados del
día 25, los delegados que declararon simpatías bolcheviques no llegaban
a sumar una mayoría propia, lo que significaba que tendrían que formar
gobierno con otros partidos (y quizás resignar la figura de Lenin, que no
era particularmente querido por los militantes de los demás partidos).
Durante el día 25, los demás partidos socialistas, en una decisión que
habrían de lamentar, abandonaron la reunión, en protesta por lo que
consideraron una provocación inaudita de los bolcheviques. En ese con-
texto, estando solos los bolcheviques y unos pocos aliados, es que se
votó un gobierno de solo partido, encabezado por Lenin.
En la decisión de tomar el poder horas antes de que el órgano con
legitimidad para hacerlo se reuniera, pesó el papel personal de Lenin
r o j o

de una manera fundamental. La misma noche de los sucesos Lenin


O c t u b r e

tuvo que intervenir enérgicamente para que el Comité Militar


Revolucionario, que estaba formado por partidarios suyos, se decidie-
ra a adelantarse con esa acción. La toma del poder por parte de un par-
tido, sin participación del resto de los partidos socialistas, era algo

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impensable, incluso para muchos de los dirigentes bolcheviques y


militantes bolcheviques de base. Todavía durante el día 24, la mayoría
de los líderes del partido, incluyendo a Trotsky, no esperaban que el
alzamiento armado se produjera antes de la reunión del Segundo
Congreso. Los delegados bolcheviques en el Segundo Congreso que
votaron el gobierno de Lenin lo hicieron bajo la promesa de que se tra-
taba de un gobierno transitorio, que caducaría una vez reunida la
Asamblea Constituyente, que estaba prevista para reunirse muy pron-
to. De hecho, luego de la toma del poder, una huelga del sindicato
ferroviario (apoyada por centenares de cartas que llegaron de fábricas,
guarniciones y soviets) forzó a Lenin a aceptar negociaciones para for-
mar un gobierno de unidad con otros socialistas. Esas negociaciones
fueron vistas con esperanza por muchos bolcheviques, incluyendo a
varios de los dirigentes más importantes. Sin embargo, Lenin y Trotsky
se aseguraron de que se dilataran y no llegaran a nada.
Por todo esto, los sucesos que pasaron a la historia con el nombre
de Revolución de Octubre deberían analizarse desde una perspectiva
que se aleje del mito bolchevique y también de las visiones liberales.
No es cierto, como dicen los liberales, que el derrocamiento del
Gobierno Provisional fuera obra de un puñado de fanáticos bolchevi-
ques que aprovecharon un vacío de poder. El fin del Gobierno
Provisional y la instauración de un gobierno soviético y socialista era
para entonces una aspiración de la gran mayoría de las masas revolu-
cionarias. Pero tampoco es cierta la mitología oficial del leninismo y
del trotskismo, según la cuál fue la acción militar de los bolcheviques
la que aseguró ese curso de acción. Había un enorme consenso social
para el derrocamiento del Gobierno Provisional. Pero la acción de
hacerlo por fuera del Congreso de los Soviets, de tomarlo en manos
de un solo partido y de instaurar a posteriori un gobierno de partido
único no gozó de ninguna legitimidad popular (y es dudoso incluso
que las bases bolcheviques hubieran aceptado embarcarse en ella si
hubieran sabido que era parte de un designio de fundar un régimen de
partido único). El gobierno de Lenin sólo logró sostenerse en las sema-
nas siguientes porque consiguió presentarse como el gobierno elegi-
do por los soviets en ese momento, y en un marco de democracia
soviética que, de todas maneras —según pensaba la mayoría— permi-
tiría en el futuro seguir articulando una cooperación entre los diferen-

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tes grupos y corrientes políticas. Pero por el contrario, la acción uni-


lateral de los bolcheviques en Octubre fue el inicio de un proceso, que
fue ininterrumpido y muy veloz a partir de entonces, de asegurar el
dominio total de un partido único. En los meses siguientes se prohibi-
rían uno por uno a todos los demás partidos, para finalmente en 1921
prohibirse incluso las facciones internas dentro del propio Partido
Bolchevique (ahora Comunista), por propuesta del propio Lenin. Y
esto no puede explicarse por las condiciones de emergencia que
suponía la Guerra Civil, porque, por ejemplo, la decisión de la prohi-
bición de facciones internas dentro del Partido Comunista se tomó
cuando la guerra ya había concluido y, por lo demás, nunca se revirtió
en los largos años de paz que siguieron a 1921. Desde la preocupación
fundamental de fortalecer la capacidad de defensa de la Revolución
durante la guerra civil no puede comprenderse una decisión que, en
los hechos, dividió profundamente el frente socialista, haciendo a la
Revolución más vulnerable frente a sus enemigos.
Y esto nos lleva al último mito del que quería hablar: el “mito de la
‘dictadura del proletariado’ y del primer gobierno ‘soviético’”.

El mito de la “dictadura del proletariado” y del primer gobierno


“soviético”

Este mito afirma que la Revolución de Octubre y el primer gobier-


no de Comisarios del Pueblo encabezados por Lenin, constituyeron
una “dictadura del proletariado” que sentó las bases para la construc-
ción de un nuevo orden político, que era el orden “soviético”, es decir,
cuya fuente de poder y legitimidad estaba en las organizaciones de los
soviets que habían protagonizado la revolución durante todo 1917.
Efectivamente, la primera Constitución de la República soviética
rusa de 1918 y luego la de la URSS de 1924, ponían a los soviets, como
órganos electivos y deliberativos, como la piedra fundamental del
nuevo orden estatal. Y los soviets, como tales, siguieron ocupando ese
r o j o

lugar hasta el fin de la URSS en 1991. Sin embargo, sabemos que exis-
O c t u b r e

tía una institucionalidad política paralela a la del Estado, que era la del
Partido, que era en realidad la que detentaba el poder real. Los soviets
eran cascarones vacíos: la política se definía en el Partido. ¿Cómo se
sitúa el Primer gobierno soviético (el de Lenin) en esta deriva que

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vació a los soviets de contenido? En otras palabras: ¿La acción militar


durante la noche de la Revolución de Octubre y las primeras medidas
del nuevo gobierno consolidaron el poder de los soviets (en cuyo caso
habría que concluir que su vaciamiento fue posterior, debido a otros
factores)? ¿O por el contrario habría que concluir que más bien fueron
el comienzo del vaciamiento de los soviets, en cuyo nombre y con
cuya legitimidad, sin embargo, construyeron un nuevo Estado que en
sustancia era de un tipo no soviético?
Responder esta pregunta no es algo sencillo. En varias ocasiones,
antes de Octubre, Lenin había proclamado la necesidad de que los
soviets tomaran el poder. “Todo el poder a los soviets” fue una consig-
na que él mismo ayudó a consolidar. Y es también cierto que el cargo
que él mismo ocupó como jefe del Consejo de Comisarios del Pueblo
era un cargo de la estructura soviética (a diferencia de líderes poste-
riores, cuyo cargo fundamental era el de Secretario General del PCUS).
Luego de Octubre, Lenin dejó los cargos partidarios fundamentales en
manos de otros bolcheviques y él se concentró en sus cargos propia-
mente estatales.
Sin embargo, no pueden dejar de notarse en sus decisiones funda-
mentales una preferencia por el Partido como órgano de gestión polí-
tica. La consigna “Todo el poder a los soviets” fue más bien táctica, uti-
lizada para, digamos, “correr por izquierda” a los partidos socialistas
que colaboraban con el Gobierno Provisional y especialmente en el
momento en que los bolcheviques empezaron a ganar la mayoría en
los soviets, en la segunda mitad del 1917. El accionar ya desde el
gobierno tuvo tres momentos claramente identificables, que son bien
indicativos del lugar más que nada instrumental que Lenin otorgaba a
los soviets. Antes de Octubre, la prédica de los bolcheviques fue bási-
camente “anarquizante”: llamaban a las masas a desobedecer de todas
y cada una de las formas posibles la autoridad estatal y las leyes vigen-
tes. En numerosas ocasiones reivindicaron el derecho de los trabajado-
res y de los movimientos sociales de tomar todas las decisiones en sus
propias manos. Impulsaron a los “comités de fábrica” a avanzar en la
autogestión, a los campesinos a expropiar tierras, a los soldados a
desertar, etc. Reivindicaban al mismo tiempo la autoridad soviética,
pero de una manera que suponía que no podía haber motivo de desa-
cuerdo entre las decisiones a nivel micro de cada movimiento social o

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colectivo de trabajadores, y las decisiones más globales que debería


tomar un Soviet si se hacía cargo del poder.
Un segundo momento se abrió con la Revolución de Octubre. De
un modo que sorprendió a muchos observadores, los bolcheviques se
asumieron muy rápidamente como los garantes y depositarios de la
“razón de estado”. En otras palabras, comenzaron muy pronto a exigir
que las decisiones del movimiento social se adaptaran a una racionali-
dad más global, estatal, que era la que el gobierno debía garantizar. En
los primeros tiempos, sin embargo, hubo una diferencia de niveles en
la aplicación de este principio. Al tomar el poder en Octubre, en rea-
lidad, no habían hecho más que desplazar al Gobierno Provisional y
asegurarse el control de la capital y de algún otro recurso estatal. Pero
no contaban con casi ninguna autoridad sobre el resto del país, ni
modo de decretar el fin de las instituciones locales que el Gobierno
Provisional había creado (y que, sobre todo en los distritos menos
industriales, seguían en gran medida en manos de las clases altas). En
este segundo momento, la estrategia de afirmación del poder tuvo dos
ribetes contrapuestos. Por un lado, los bolcheviques hicieron movi-
mientos enérgicos para controlar el poder en el máximo nivel. Se ase-
guraron el control de los ministerios, vencieron a punta de pistola la
resistencia de los empleados (que estaban en huelga) y se aseguraron
el control de las arcas públicas. Al mismo tiempo, iniciaron un proce-
so por el que paulatinamente fueron excluyendo a todos los demás
partidos del soviet de Petrogrado y de los Congresos de los Soviets de
Toda Rusia, de modo que en ellos sólo quedaron delegados bolchevi-
ques y algunos independientes que, sin partidos autorizados a funcio-
nar, no podían articular sus fuerzas. Mientras controlaban los resortes
fundamentales del poder de Estado en la capital, dieron rienda suelta
a los soviets locales para que cada uno tomara el poder en sus propias
localidades, desplazando lo que quedaba de las Dumas locales o de las
instituciones del Gobierno Provisional. Los meses de noviembre y
diciembre de 1917 y los primeros de 1918 fueron de enorme autono-
r o j o

mía local (algunos soviets incluso se declararon territorios indepen-


O c t u b r e

dientes durante un breve período). Pero en una tercera fase, que


puede fecharse con el inicio y recrudecimiento de la Guerra Civil a
mediados del año 1918, desde el gobierno central comenzaron a rea-
lizarse cada vez mayores esfuerzos por volver a controlar las realida-

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des locales. Cada vez más funciones se fueron poniendo en manos de


enviados del gobierno a cada región, que invariablemente eran del
Partido Bolchevique, y que se aseguraban de que cada soviet local
tomara las decisiones adecuadas desde el punto de vista del gobierno.
Para mediados de 1918 ya la vida política de los soviets en general
—y de los más importantes en particular— había declinado visible-
mente. Ya no eran las arenas fundamentales en las que se deliberaba y
se llegaba a decisiones más importantes. Siguieron desempeñando
algunas funciones, pero claramente la política ya no pasaba por allí.
Los soviets, como ya dije, no fueron eliminados (en la ideología oficial
del régimen soviético siguieron siendo centrales), sino vaciados de
contenido. Este proceso fue muy rápido y básicamente se dio de la
siguiente manera. Por un lado, el entusiasmo por la participación deca-
yó al quedar claro que las decisiones las tomaba el Partido Comunista.
Pero además hubo políticas deliberadas para limitar la capacidad de
los no bolcheviques de participar en las reuniones. Esto se vio clara-
mente en el caso de los demás partidos socialistas. A los desacredita-
dos Mencheviques y Socialistas Revolucionarios (PSR), que de todos
modos tenían pocos delegados, se los expulsó por decreto de los
soviets. Pero el caso más revelador y menos conocido fue el del
Partido Socialista Revolucionario de Izquierda, que quedó fundado en
noviembre de 1917, tras una escisión del PSR.
El PSR de Izquierda era un partido que estaba tanto o más a la
izquierda que los bolcheviques. De hecho, acompañaron en los prime-
ros tiempos al gobierno de Lenin, del que llegaron a formar parte. Lo
lideraba una mujer joven, María Spiridonova, socialista legendaria que
había pasado muchos años en las cárceles del zarismo. Los desacuerdos
por lo que el PSRI consideraba políticas que iban en contra del manda-
to de las bases y de la democracia, surgieron muy pronto. Mientras los
bolcheviques iban volviéndose cada vez más impopulares a ojos de
muchos, el PSRI empezó a ganar cada vez más popularidad. Los histo-
riadores no coinciden en este punto, pero algunos afirman que en el
Tercer Congreso de los Soviets de Toda Rusia, de comienzos de enero
de 1918, el PSRI ya tenía una mayoría como para formar gobierno pro-
pio. Pero no la utilizaron porque querían estar mejor preparados.
Donde sí hay acuerdo es que el PSRI habría tenido una mayoría en el
Quinto Congreso, celebrado a comienzos de julio de 1918. Las negocia-

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ciones del tratado de Brest Litovsk (firmado en marzo de 1918) que


encaraba por entonces el gobierno eran enormemente impopulares
entre el pueblo revolucionario. Las negociaciones entregaban a
Alemania, a cambio de la paz, enormes extensiones de territorio en
Finlandia, el Báltico y en Ucrania. Y junto con los territorios entregaba
el destino de la revolución en esas regiones. Muchos sentían que se trai-
cionaba a los revolucionarios de esas zonas y a las perspectivas de la
revolución mundial, para asegurar el gobierno instalado en Petrogrado.
En vistas de ello el PSRI, a contramano de lo que sus líderes habían
recomendado, había abandonado el gobierno, dejándolo completa-
mente en manos de los Bolcheviques. Esperaban de ese modo “despe-
garse” de lo de Brest Litovsk para luego poder formar gobierno con
mayor apoyo popular. Pero los bolcheviques manipularon los manda-
tos de los delegados al Quinto Congreso para arrebatarles la mayoría.
En ese escenario el PSRI tomó una medida drástica y bastante torpe:
asesinaron al embajador alemán (Mirbach) y promovieron un levanta-
miento mal organizado en la capital. El gobierno presentó los hechos
como un intento de golpe de Estado contra los soviets, y lanzó a la temi-
ble Cheka —la recientemente creada policía política— contra los mili-
tantes del PSRI. Muchos fueron fusilados y otros encarcelados. Eso
acabó con el único partido que tenía prestigio como para disputar el
poder a los bolcheviques en los soviets. De allí en más se acabó toda
vida política propiamente dicha en los soviets. La Cheka controlaba la
elección de delegados en cada lugar de trabajo, que se hacía a mano
alzada (¿cómo lo sabemos? Por relatos de testigos, pero además hay
lugares que tradicionalmente votaban por fuerzas no bolcheviques en
los que de pronto unánimemente se vota a los bolcheviques).
Desde el gobierno, los bolcheviques también liquidaron otras for-
mas de autonomía del movimiento social. Por ejemplo, reimplantaron
la administración unipersonal en las fábricas, desplazando la autoges-
tión obrera por gerentes nombrados a dedo. También acabaron mili-
tarmente con los ejércitos campesinos. Aniquilaron por ejemplo al
r o j o

poderoso ejército que había organizado el campesino anarquista


O c t u b r e

Néstor Makhnó, que había luchado codo a codo con el ejército rojo
para derrotar a los blancos en Ucrania.
Frente a esta situación, en 1919, 1920 y 1921 hubo numerosas
muestras de descontento, incluyendo entre los obreros, que realizaron

[ 33 ]
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huelgas y formaron “Asambleas extraordinarias” para defender la


democracia en los soviets. También hubo varias rebeliones campesi-
nas. Todas estas expresiones fueron violentamente reprimidas por la
Cheka. La última gran rebelión de estas características fue la que pro-
tagonizaron los marineros de la base naval de Kronstadt en 1921. Esa
base había sido en 1917 uno de los baluartes más importantes de la
Revolución. Sus bravos marineros habían asegurado militarmente a los
soviets en varias oportunidades; el propio Trotsky los había llamado
entonces “el orgullo y gloria de la Revolución rusa”. Pero el descon-
tento era tal que en 1920 la mitad de los que eran afiliados el Partido
Bolchevique rompieron sus carnets como protesta. En 1921, el soviet
de Kronstadt (en el que todavía había delegados de varios partidos) se
declaró en rebeldía, en apoyo de los obreros en huelga en la ciudad y
por la restauración de las libertades en los soviets. En la ciudad había
una huelga de proporciones que casi llegaban a una huelga general.
Llamaban a una “tercera revolución” que asegurara los anhelos de las
dos primeras contra el autoritarismo de los bolcheviques. Sin aceptar
ninguna negociación, el gobierno de Lenin les envió un ultimátum en
el que exigía la rendición incondicional. Como los marineros no acep-
taron, el gobierno envió fuerzas militares al mando de Trotsky, que
atacaron por sorpresa y sin provocación previa; tras una feroz batalla
la guarnición fue derrotada. Más de 2.500 marineros tomados prisione-
ros fueron fusilados en los días posteriores a la derrota y otros tantos
quedaron encarcelados. Este ejercicio de violenta represión no tuvo
nada que ver con alguna situación “extraordinaria” causada por la
Guerra Civil, como pretenden todavía hoy algunos apologetas del leni-
nismo: los blancos habían sido derrotados meses antes, en noviembre
de 1920. Por el mismo tiempo de lo de Kronstadt, a propuesta de
Lenin, se prohibió la organización de facciones internas dentro del
Partido Bolchevique (que ahora ya se había redenominado Partido
Comunista). Eso terminó incluso con la vida política libre al interior
del partido único que detentaba el poder.
Podría señalarse que el episodio de Kronstadt fue el que marcó el
fin de la Revolución rusa. A partir de entonces se consolidó un nuevo
orden que en varios sentidos se apartaba de los principios soviéticos
y abiertos que animaron la política revolucionaria. Se consolidó enton-
ces un nuevo régimen dictatorial que fue alejándose paulatinamente

[ 34 ]
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de las bases que le dieron origen. No se trató entonces de una “dicta-


dura del proletariado” en el sentido que Marx le dio a ese término —
el predominio de los intereses de la clase proletaria por sobre las
demás— sino más bien una dictadura de un partido que impuso sus
intereses incluso por sobre los del proletariado como clase.

Conclusión

Quisiera terminar con unas palabras en referencia al presente y lo


que las vidas de nuestros antecesores de 1917 todavía tienen para
decirnos. Todavía tenemos mucho para aprender de la Revolución
rusa si conseguimos quitarnos de encima los mitos de la propaganda
oficial del régimen comunista. El itinerario de los distintos movimien-
tos sociales que la protagonizaron, sus increíbles creaciones, sus expe-
rimentos, sus pruebas y errores todavía tienen la capacidad de ilumi-
nar caminos hacia la emancipación en el presente. El modo en que se
articularon en un caldo revolucionario en común, a pesar de sus dife-
rencias, puede ayudarnos a pensar el modo de articulaciones similares
hoy, cuando las diferencias entre nosotros son aun mayores.
Pero también hay mucho que aprender de los riesgos y peligros
que finalmente hundieron esa experiencia, porque son riesgos y peli-
gros que no podemos estar seguros de que no acechan todavía hoy en
nuestras propias prácticas y en nuestra cultura. Sin lugar a dudas,
mucho del imaginario autoritario y de los modelos políticos que lleva-
ron a la Revolución a una callejón sin salida todavía se encuentran en
la cultura de izquierda actual. Quizás visualizar las del pasado nos
ayude a purgar las del presente.
Ojalá podamos volver a escuchar a esos ancestros ya muertos de
1917, y ojalá podamos articular hoy prácticas políticas emancipatorias
y emancipadas que los salven del olvido y los rediman.
Muchas gracias.
r o j o
O c t u b r e

[ 35 ]
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De la Revolución al stalinismo:
el leninismo y el problema del poder

Horacio Tarcus*
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* Horacio Tarcus es doctor en Historia por Universidad Nacional de La Plata y


docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires. Es uno de los fundado-
res del CeDInCI, así como de la Cátedra de Historia de Rusia (Facultad de Filosofía
y Letras, UBA), de la que fue profesor adjunto. Es autor de El Marxismo olvidado
en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña (1996), Mariátegui en la
Argentina (2002), Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los
anarquistas a la “nueva izquierda” (2007) y Marx en la Argentina. Sus prime-
ros lectores obreros, intelectuales y científicos (2007).

[ 38 ]
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A noventa años de aquel Octubre Rojo, el mejor homenaje que


podemos hacer a esa increíble gesta histórica que fue la Revolución
rusa de 1917, y el intento de edificación de un Estado de nuevo tipo
que nació de ella, es un análisis crítico de las ideas, los programas, las
prácticas sociales y las formas organizativas que la nutrieron. Y, sobre
todo, un análisis crítico de las concepciones acerca del poder, de las
relaciones entre ética y política, entre sujetos sociales y política, que
subyacieron en aquellas ideas, programas y prácticas.
No es posible olvidar a Lenin, como invitaron a hacerlo los “nuevos
filósofos” en las décadas de 1970 y 1980, ni tampoco cultivar la ima-
gen broncínea que se empeñan en mantener congelada los sobrevi-
vientes del naufragio (comunistas, trotskistas, maoístas). En verdad,
los homenajes rituales no suelen ser sino un modo de disciplinamien-
to y auto-convencimiento para los pocos fieles así como una forma del
olvido para la opinión pública.
Pero las concepciones de Lenin acerca de la política, los sujetos y el
poder han sido tan importantes para la historia del siglo XX y para la
reconfiguración de las izquierdas, que necesitan ser reconsideradas con
r o j o

seriedad y en profundidad, por fuera de las imágenes maquiavélicas de


O c t u b r e

la derecha que lo presentan como un dictador con sed de poder, así


como de las imágenes angélicas de aquellas izquierdas que lo ven como
el militante desinteresado y sacrificado a la causa del proletariado uni-
versal. Ni ángel, pues, ni demonio, sino hombre político, hombre de

[ 39 ]
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partido, hombre profundamente comprometido con los conflictos que


desgarraron su tiempo, que nos dejó sus tesis sobre el poder así como
un ensayo histórico de organización del poder de nuevo tipo.
Noventa años después, el mejor homenaje, la mejor forma de
recordarlo, es evaluar críticamente sus tesis y la experiencia histórica
que fue capaz de animar. La reiteración de los viejos relatos, como las
letanías, no sirve más que para adormecer; sólo la crítica mantiene
viva la atención y puede alimentar la llama de la memoria

Texto y contexto

Más allá del juicio que a cada cual le merezca la teoría leninista de
la política o las vicisitudes de la experiencia soviética, difícilmente
pueda ponerse en cuestión que El Estado y la Revolución, de Lenin,
constituye un clásico del pensamiento político del siglo XX. Es que
Vladimir Illich Ulianov (1870-1924), más conocido por su seudónimo
de Lenin, no sólo ha sido uno de los teóricos más influyentes de la polí-
tica contemporánea, sino también un hombre de acción que marcó a
fuego la historia del siglo. Lenin fue inicialmente uno de los líderes de
la socialdemocracia rusa y luego el principal inspirador del Partido
Bolchevique; en 1917 fue el gran estratega de la Revolución de
Octubre y enseguida el gran estadista bajo cuya dirección se edificó la
URSS; finalmente, en 1919 fue el principal inspirador de la
Internacional Comunista, que expandió la doctrina leninista a casi
todos los rincones del planeta.
Tan indisociables son la teoría y la práctica en Lenin que sus libros,
aun los que tratan aparentemente los temas más teóricos o abstractos
como la filosofía moderna o la teoría del Estado, son siempre interven-
ciones políticas nacidas al calor del debate en coyunturas históricas
precisas. El Estado y la Revolución no es la excepción. No es difícil
descubrir que lleva indeleble la marca de la época. Escrita entre agos-
to y septiembre de 1917, en vísperas de la Revolución de Octubre, sus
decisivas intervenciones políticas durante ese mes y los siguientes
impiden a Lenin concentrarse para concluir su obra, de modo que en
noviembre se decide a entregarla a los lectores tal como había la deja-
do en septiembre, sin el último capítulo que debía estar consagrado a
la experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917.

[ 40 ]
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El subtítulo, además, despliega la idea que se vislumbra desde el


título: “La doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en
la revolución”. En otros términos: en el marco de la crisis revoluciona-
ria mundial que se ha abierto con el estallido de la guerra en 1914,
Lenin entiende que restablecer la teoría marxista del Estado se ha con-
vertido en una tarea primordial. Se trata, señala en el prólogo, de
“explicar a las masas lo que deberán hacer” para liberarse “del yugo
del capital”, no ya en un hipotético futuro revolucionario sino “en un
porvenir inmediato”.
Lenin consideraba que el colapso de la socialdemocracia interna-
cional en 1914, producto del apoyo de cada uno de los partidos socia-
listas a sus respectivos Estados en el estallido de la guerra, hundía sus
raíces en la propia teoría socialdemócrata. En efecto, entre 1870 y
1914 se había desarrollado en Europa un período de intensa expan-
sión económica, de relativa paz entre los Estados y de progresivo cre-
cimiento del peso de los partidos obreros socialistas en la vida parla-
mentaria y política en general. Estos decenios de “desarrollo relativa-
mente pacífico” —señala Lenin en el prólogo de esta obra— habían
permitido incubar en el seno de la socialdemocracia “elementos de
oportunismo” que terminaron por manifestarse abiertamente en el
año 1914. Lenin sospecha que el giro oportunista y nacionalista de la
socialdemocracia en 1914 debía tener raíces en la teoría de sus gran-
des líderes, incluso en años previos. Es así que comienza, a partir de
entonces, una relectura crítica de la obra los líderes de la socialdemo-
cracia, sobre todo de Karl Kautsky, que hasta entonces había sido uno
de sus principales referentes teóricos.
En 1916, con su tesis sobre el imperialismo, Lenin había intentado
advertir al movimiento obrero internacional que el capitalismo había
ingresado, a fines del siglo XIX, en una nueva y última fase histórica, en
la cual durante algún tiempo la violencia pudo ser “exportada” fuera
del ámbito europeo, hacia los países colonizados. Pero señalaba que la
propia lógica de la concentración capitalista, que se manifestaba en los
r o j o

modernos monopolios, obligaba a una creciente exportación de capi-


O c t u b r e

tales desde el centro hacia la periferia. Este proceso no adoptaba, sos-


tenía Lenin, la forma de una expansión pacífica del desarrollo, sino de
una agresiva puja entre los Estados capitalistas centrales por el control
de la periferia capitalista. Esa puja no sólo significaba violencia y expo-

[ 41 ]
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liación sobre los Estados coloniales y semicoloniales, sino que necesa-


riamente desembocaría en guerras inter-imperialistas como la de 1914.
En ese sentido, el escrito de Lenin El imperialismo, fase superior del
capitalismo puede considerarse como el preludio de El Estado y la
Revolución, así como éste su complemento necesario. Porque Lenin
concluía que la guerra imperialista era el preámbulo de la revolución
proletaria mundial, en la medida en que el imperialismo representaba ya
un capitalismo decadente y parasitario, y los Estados imperialistas adop-
taban cada vez más abiertamente el carácter de maquinarias de opresión
violenta sobre las masas trabajadoras. “Los inauditos horrores y calami-
dades de esta larguísima guerra hacen insoportable la situación de las
masas, aumentando su indignación. Se gesta, a todas luces, la revolución
proletaria internacional”, anuncia Lenin en el prólogo a este libro. Y es
con vistas a la toma del poder por el proletariado que Lenin entiende
que la cuestión del Estado reviste tanta importancia teórica y práctica.

Las tesis leninistas sobre la política, el poder y el Estado

De modo que entre enero y febrero de 1917, al final de su exilio en


Zürich, Lenin tomó una serie de notas sobre textos de Marx, Engels y
Kautsky acerca del Estado. Su objetivo era mostrar cómo las de
Kautsky y otras versiones “oportunistas” (el marxista ruso Plejánov,
por ejemplo) habían distorsionado gravemente la doctrina de Marx y
Engels. Las notas de comienzos de 1917 anuncian el plan de un libro
cuyo objetivo era restituir el genuino carácter revolucionario a la teo-
ría marxista del Estado.1
Los jefes de la socialdemocracia habían sacrificado el internaciona-
lismo proletario al subordinar sus respectivos partidos socialistas, afir-
ma Lenin en el prólogo, “no sólo a los intereses de su burguesía nacio-
nal sino, precisamente, a los de su Estado”. Lenin tratará de encontrar
y desenmascarar los fundamentos teóricos de esta capitulación prácti-
ca, tratando de demostrar que aspectos centrales de la teoría de Marx
y Engels acerca del Estado y la revolución habían sido “olvidados o ter-
giversados de modo oportunista”.
Las tesis leninistas de El Estado y la Revolución podrían resumirse
del siguiente modo:

[ 42 ]
1 Las notas de Lenin fueron publicadas póstumamente en la URSS, en 1930. Una edición cas-
tellana accesible es: El marxismo y el Estado. Materiales preparatorios para el libro El
Estado y la Revolución, Madrid, Júcar, 1978.
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-El Estado no es una institución “natural” sino histórica, pasible por


lo tanto de desaparecer cuando hayan desaparecido las condiciones
históricas que lo generaron. El Estado es un producto del carácter
inconciliable de las contradicciones de clase y está condenado a desa-
parecer tras el fin de la última sociedad de clases: el capitalismo.

-El Estado no es una institución “neutra”, “técnica” ni “universal”,


sino que tiene siempre una naturaleza de clase. Si bien nace histórica-
mente para amortiguar las contradicciones de clase, no es cierto que
sea un “órgano de conciliación de clases”, puesto que las clases anta-
gónicas, como la burguesía y el proletariado, tienen intereses históri-
cos inconciliables. Si bien “aparece” como situado por encima de las
clases, el Estado es siempre una maquinaria de opresión de una clase
social sobre otras clases sociales.

-El Estado es una “fuerza especial”, un conjunto de “destacamentos


especiales de hombres armados” (policía y ejército permanente) que
dispone la clase dominante para asegurar el dominio sobre las clases
oprimidas. Aun en las modernas repúblicas democráticas, regidas por
el sufragio universal, el Estado burgués ejerce su dominación de clase,
si se quiere de modo más perfecto y seguro.

-El Estado burgués, así como sus instituciones características, la


burocracia y el ejército permanente, tiene un carácter parasitario:
“son un parásito adherido al cuerpo de la sociedad burguesa”. La ten-
dencia histórica en la época del imperialismo es a reforzar su carácter
parasitario, la “máquina estatal” crece hasta alcanzar un “desarrollo
inaudito de su aparato burocrático y militar”.

-El Estado burgués nunca se “extinguirá” como resultado de su


hipotética transformación de un “Estado de clase” en un “Estado de
todo el pueblo”. Sólo una revolución proletaria violenta puede acabar
r o j o

con el Estado burgués.


O c t u b r e

-En su acción revolucionaria, el proletariado no se puede limitar a


“tomar”, a “apropiarse”, del poder estatal, sino que debe destruir, ani-
quilar el Estado burgués y sus instituciones.

[ 43 ]
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-El Estado obrero es el proletariado organizado como clase domi-


nante. La forma política de la auto-organización proletaria es la que
adoptaron los obreros de la Comuna de París en 1871, así como los
obreros, los soldados y los campesinos rusos en las revoluciones de
1905 y de 1917 que deliberaban al mismo tiempo que ejecutaban sus
decisiones por medio de los soviets.

-En toda crisis revolucionaria se plantea una situación: el doble


poder; por un lado, el poder del Estado burgués. Por otro, el poder
emergente de las comunas o los soviets de obreros, campesinos y sol-
dados. Es una situación inestable que debe resolverse en un sentido u
otro: revolución o contrarrevolución. La revolución proletaria implica
no sólo la destrucción del Estado burgués sino la instauración del
poder de los soviets. El poder soviético es, no sólo por su composi-
ción de clase sino por su propia forma, un Estado de nuevo tipo.

-Al destruir el Estado burgués, forma que adopta bajo el capitalismo


la dictadura de la burguesía, el proletariado revolucionario necesitará
ejercer durante un período de transición una dictadura revolucionaria,
esto es: ejercer el poder del Estado para aplastar la resistencia de los
antiguos explotadores, quienes por algún tiempo detentarán propie-
dades y la dirección efectiva de parte del aparato de producción.

-En ese sentido, el nuevo Estado adoptará un carácter dual: por un


lado, será democrático para los proletarios y desposeídos en general y
al mismo tiempo será dictatorial (contra la burguesía).

-En el tránsito del socialismo al comunismo, el Estado de transición


desaparecerá, se extinguirá con la paulatina desaparición de la socie-
dad de clases, al tornarse una maquinaria innecesaria. Paralelamente,
en la medida en que las funciones de control y administración de la
producción se van simplificando bajo el socialismo, cada vez más
amplios sectores del pueblo intervienen en la ejecución de las funcio-
nes del poder estatal y tanto menor es la necesidad de una burocracia
de Estado separada de la sociedad.

[ 44 ]
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El Estado soviético: la brecha entre las intenciones y los resultados

El Estado y la Revolución apareció en la naciente República


Soviética en noviembre de 1917, tan sólo un mes después de la
Revolución de Octubre. El impacto fue extraordinario y en pocos años
se tradujo a todas las lenguas del mundo. Es que pocas veces en la his-
toria humana acontecimientos de la magnitud de una revolución
social y la edificación de un Estado de nuevo tipo parecían estar anti-
cipados con tanta clarividencia en la teoría. Los acontecimientos his-
tóricos parecían venir a confirmar la justeza de las tesis leninistas acer-
ca de la política, el poder y el Estado. La teoría parecía haber supera-
do, y con creces, la “prueba de la realidad”. Las tesis de El Estado y la
Revolución parecieron inmediatamente refrendadas por la
Revolución de Octubre y el nuevo Estado Soviético.
Ahora bien, esta estrecha relación entre la teoría y la práctica nos
lleva asimismo a repensar la validez de las tesis leninistas a la luz de la
experiencia soviética posterior a la Revolución de Octubre. Nos lleva
a preguntarnos en qué medida el modelo de poder soviético que pres-
cribe Lenin en El Estado y la Revolución tuvo efectivamente correla-
to con la realidad soviética posterior a Octubre. Isaac Deutscher pre-
sentó la distancia entre la norma y la realidad en estos términos:

La maquinaria administrativa que creó tenía poco en común con el


modelo ideal que había soñado en El Estado y la Revolución.
Nacieron un ejército poderoso y una policía política que estaba en
todas partes. La nueva administración reabsorbió gran parte de la
antigua burocracia zarista. Lejos de mezclarse con un “pueblo en
armas”, el nuevo Estado, como el antiguo, estaba “separado del
pueblo y elevado por encima de él”. A la cabeza del Estado se halla-
ba la vieja guardia del partido, los santos bolcheviques de Lenin. Lo
que tenía que haber sido un simple para-Estado fue de hecho un
súper-Estado.2
r o j o
O c t u b r e

Las duras condiciones históricas en que se había llevado a cabo la


revolución y en que se desenvolvió en los años siguientes —el carácter
atrasado de Rusia, el débil peso del proletariado urbano en el marco de
una sociedad campesina, el aislamiento respecto de una revolución

[ 45 ]
2 Isaac Deutscher, “Los dilemas morales de Lenin” (1959), en Ironías de la historia,
Barcelona, Península, 1969, pp. 192-193.
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que se demoraba en extenderse a Europa, el cerco imperialista, la con-


trarrevolución armada, la guerra civil— impusieron otro curso.

La Rusia revolucionaria no podía sobrevivir sin un Estado fuerte y


centralizado. Un “pueblo en armas” no podía defenderla contra los
Ejércitos Blancos y contra la intervención extranjera: para ello era
necesario un ejército centralizado y altamente disciplinado. La
Cheka, la nueva policía política —sostenía (Lenin)— era indispen-
sable para la eliminación de la contrarrevolución. Era imposible
superar la devastación, el caos y la desintegración social subsi-
guientes a la guerra civil con los métodos de una democracia de los
trabajadores. La propia clase obrera estaba dispersada, agotada,
apática y desmoralizada. La nación no podía regenerarse por sí
misma, desde abajo, y Lenin creía que era necesaria una mano fuer-
te para guiarla desde arriba, a lo largo de una penosa transición
cuya duración era imposible predecir.3

Los comités de empresa, los consejos obreros (soviets), el control


obrero, creaciones espontáneas y auténticas de la clase trabajadora
rusa, plenamente legitimados por el Lenin de El Estado y la
Revolución, se revelaban ahora a sus ojos como fuente de desórdenes
y de una ineficacia susceptible de paralizar el aparato productivo del
país en una situación de extrema gravedad.4 Con el apoyo de Lenin y
del Partido Bolchevique, los administradores industriales comienzan a
afirmar su poder en desmedro de los organismos obreros. Los sindica-
tos son progresivamente estatizados. Los soviets son, en teoría, la
fuente de la soberanía del nuevo Estado, pero en realidad éste es el
que gobierna en su nombre. Tal como llegó a reconocerlo el propio
Lenin en un discurso de marzo de 1919:

los soviets, que eran por naturaleza unos órganos de gobierno por
los trabajadores, no son en realidad más que órganos de gobierno
para los trabajadores, gobierno ejercido por el estrato más avanza-
do del proletariado, pero no por las masas obreras”.5

3 Deutscher, op. cit., p. 193.


4 Moshé Lewin, El último combate de Lenin, Barcelona, Lumen, 1970, p. 25. Asimismo
[ 46 ]
Oskar Anweiler, Les Soviets en Russie. 1905-1921, Paris, Gallimard, 1972 y Maurice
Brinton, Los bolcheviques y el control obrero, Paris, Ruedo Ibérico, 1972.
5 Moshé Lewin, op. cit., pp. 23-24.
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La dictadura del proletariado devino pronto en una dictadura de


una minoría del proletariado y luego en una dictadura de partido.
Lenin, que despreciaba las utopías, había soñado sin embargo un
Estado de nuevo tipo. En 1917 respondía a aquellos oponentes que lo
trataban de iluso que sabía muy bien que “cualquier peón y cualquier
cocinera” no eran inmediatamente capaces de dirigir el Estado, pero
ponía como condición para erigir el nuevo Estado soviético que se
comenzara inmediatamente a hacer participar en el manejo de los
asuntos públicos a todos los trabajadores y a toda la población pobre.6
Menos de un año después, una naciente oposición en el seno del pro-
pio Partido Bolchevique, los “comunistas de izquierda”, le recrimina-
ba haber olvidado las tesis de El Estado y la Revolución. Bujarin llegó
a decirle irónicamente en una reunión del comité central bolchevique:
“Estaba muy bien escribir como Lenin que cualquier cocinera debía
aprender a dirigir el Estado. ¿Pero qué ocurre si cada cocinera tiene un
comisario que la vigila constantemente?”.7 Daniel y Gabriel Cohn-
Bendit repiten la idea medio siglo después: “Sería fácil oponer a Lenin
lo que él mismo escribía en 1917 en El Estado y la Revolución. Cada
frase de ese libro es una denuncia de la práctica bolchevique de los
años 1918-1921”.8
Para algunos autores como Glucksmann, el terror stalinista no fue
otra cosa que la continuación del terror bolchevique en una escala
mayor. Y el totalitarismo soviético hundiría sus raíces en los textos de
Lenin.9 Para otros autores, como Isaac Deutscher, cuyas tesis fueron
desarrolladas luego por Moshé Lewin, Lenin habría advertido hacia el
final de su vida que el Estado dictatorial mostraba una tendencia irre-
versible a cristalizar en un organismo con sus leyes e intereses propios
y corría el riesgo de sufrir graves distorsiones en relación con los obje-
tivos iniciales, escapando a las manos de sus fundadores y contrarian-
do las esperanzas de las masas. El instrumento se estaba convirtiendo
en un fin en sí mismo. Lenin habría alcanzado a vislumbrar que un sis-
tema coercitivo instituido para promover la libertad puede, en lugar de
r o j o

asegurar a las fuerzas sociales exteriores al aparato estatal una crecien-


O c t u b r e

6 Lenin, “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?” (1917), en Acerca del Estado,
México, Grijalbo, 1970, p. 108.
7 Cit. por Brinton, op. cit., p. 83. V. también Stephen F. Cohen, Bujarin y la revolución
bolchevique, Madrid, Siglo XXI, 1976, p. 111.
8 Daniel y Gabriel Cohn-Bendit, El izquierdismo: remedio a la enfermedad senil del comu-
[ 47 ]
nismo, Montevideo / Buenos Aires, Acción Directa, 1971, p. 354.
9 André Gluscksmann, La cocinera y el devorador de hombres. Ensayo sobre el Estado, el
marxismo y los campos de concentración, Barcelona, Mandrágora, 1977.
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te participación en el poder, convertirse en una nueva máquina de


opresión.10 Estos autores se esfuerzan en presentarnos un Lenin trági-
co en sus últimos años de vida, crecientemente impotente para llenar
la brecha insalvable entre la teoría y la práctica, entre las intenciones y
los resultados, pero al mismo tiempo desesperado por sobreponerse a
su enfermedad y buscar alianzas políticas capaces de hacer frente a
una burocracia que no duda en llamar por su propio nombre.11

Para una crítica de la teoría leninista del poder

La teoría leninista no ha cesado de estar presente en los debates


políticos a lo largo de los noventa años que nos separan de la aparición
de El Estado y la Revolución. Como todo texto polémico, ha conoci-
do apologistas y detractores. Si bien escapa a los límites de esta confe-
rencia trazar un cuadro completo de su recepción, entiendo que será
de utilidad presentar algunos temas profundamente debatidos de la
teoría leninista de la política, el poder y el Estado: su concepción ins-
trumental del poder; su tendencia a concebir el Estado sólo bajo la faz
de su dimensión represiva; su concepción acerca de la “simplificación
social” y del fin de la política bajo el orden poscapitalista; sus nocio-
nes acerca de la neutralidad de la técnica; y, finalmente, la falta de arti-
culación entre su teoría del Estado y su teoría del partido.
En primer lugar, la teoría leninista expresa una de las formas más
francas de concepción instrumental del poder y, por lo tanto, del
Estado. Para Lenin, como vimos, el poder es, ante todo, el poder del
Estado. Y éste es un instrumento en manos de una clase, en un modo
de producción dado, para imponer la dominación sobre otras clases.
Gilles Deleuze contrapuso ciertos postulados de la teoría del poder de
Michel Foucault a los postulados de la teoría leninista. Frente a lo que
llamó el “postulado de la propiedad”, según el cual el poder sería algo
que posee la clase dominante, un instrumento, una maquinaria,
Foucault postuló que el poder no se posee, se ejerce. No es una pro-
piedad, es una estrategia, algo que está en juego. Ante el “postulado
de la localización”, según el cual el poder sería ante todo y sobre todo
poder de Estado, Foucault se esforzó por descentrar el poder respec-
to del Estado para llamar la atención sobre la red de micropoderes
sobre los que, en todo caso, se asienta el poder estatal. Frente al “pos-

[ 48 ]
10 Moshé Lewin, op. cit., pp. 17-18 y ss.
11 Como testimonio de estos esfuerzos dramáticos, v. Vladimir I. Lenin, Contra la burocra-
cia. Diario de las secretarias de Lenin, Buenos Aires, Pasado y Presente, 1971.
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tulado de la subordinación”, según el cual el poder del aparato de


Estado estaría fundado en un modo de producción, el autor de Vigilar
y castigar sostuvo que el poder no es un efecto superestructural de la
economía sino un ejercicio inmanente a la misma. Ante el “postulado
del modo de acción”, según el cual el poder actuaría por medio de
mecanismos de represión, Foucault mostró la modalidad positiva del
ejercicio del poder: los mecanismos a través de los cuales el poder
produce, esto es, induce placer, forma saber, produce discursos,
impone el dominio de lo “normal” (produciendo “normalización”).12
En segundo lugar, y como lógica consecuencia del punto anterior,
Lenin tiende a enfatizar la dimensión represiva del Estado en desme-
dro de su dimensión hegemónica. El punto de partida de esta dificul-
tad radica en que no vislumbraba la relevancia teórica y estratégica de
distinguir una autocracia feudal como la rusa, de los Estados capitalis-
tas modernos como los de Estados Unidos y Europa Occidental. Habrá
que esperar a los desarrollos de Antonio Gramsci para pensar la dife-
rencia entre el “Oriente”, donde “el Estado es todo y la sociedad civil
nada” y el “Occidente”, donde el poder del Estado se asienta sobre una
sociedad civil desarrollada. Los Estados de Europa Occidental habían
sido más eficaces que el Estado Ruso en vencer la insurrección obrera
pues su hegemonía se asentaba en cierto grado de consenso obtenido
de las masas populares que dominaba. Si bien los aparatos represivos
del Estado continúan funcionando de modo disuasivo así como garan-
tes últimos de la dominación, la clase dominante gobernaba sobre la
base de un consenso obtenido en un conjunto de instituciones de la
sociedad civil, como las asociaciones civiles, los partidos políticos, las
escuelas, la prensa, etc.
Como ha señalado Perry Anderson respecto de Lenin:

Es notable el hecho de que en El Estado y la Revolución, quizá su


obra más importante, se mantenga en un plano de total generalidad
r o j o

su examen del Estado burgués, pues por la forma en que lo consi-


dera podría referirse a cualquier país del mundo. De hecho, el
O c t u b r e

Estado ruso, que acababa de ser eliminado por la Revolución de


febrero, era absolutamente distinto de los Estados alemán, francés,
inglés o norteamericano, a los que se referían las citas de Marx y

12 Gilles Deleuze, Foucault, Buenos Aires, Paidos, 1987, p. 49 y ss. Sobre las relaciones
[ 49 ]
entre el marxismo y las teorías de Foucault, v. Mark Poster, Foucault, el marxismo y la his-
toria, Buenos Aires, Paidos, 1987 y Horacio Tarcus (comp.), Disparen sobre Foucault,
Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1992.
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Engels en las que se basó Lenin. Al no delimitar inequívocamente


una autocracia feudal de la democracia burguesa, Lenin originó
involuntariamente una constante confusión entre los marxistas
posteriores, confusión que iba a impedirles elaborar una estrategia
revolucionaria eficaz en Occidente.

La Internacional Comunista pagó con sucesivos fracasos la incom-


prensión de que estas sociedades necesitaban otro tipo de partido,
otro tipo de estrategia y otro tipo de política.13
En tercer lugar, debe señalarse como problemática la concepción
leninista acerca de la creciente simplificación social y la progresiva
desaparición de la política bajo el socialismo. Lenin es tributario aquí
de la visión saintsimoniana, plasmada en la famosa frase que cita aquí
indirectamente en medio de una trascripción de Engels: “El gobierno
sobre las personas será sustituido por la administración de las
cosas”.14 Como hemos visto, Lenin entiende que el propio capitalismo
moderno ha llevado a cabo tal proceso de racionalización de la pro-
ducción que las funciones del poder estatal se han simplificado a un
grado tal que “pueden reducirse a operaciones tan sencillas de regis-
tro, contabilidad y control”, pudiendo ser asumidas, en forma rotativa,
por cualesquiera obreros que simplemente sepan leer y escribir.15
Sobreentiende que, superado el fetichismo propio de la sociedad capi-
talista, las relaciones entre productores libremente asociados serán
relativamente simples y transparentes, cuando en verdad, una socie-
dad socialista debería implicar una diversidad y una complejidad
mucho mayores. Por ejemplo, al quedar alterada en una sociedad pos-
capitalista la autorregulación espontánea propia de las relaciones mer-
cantiles a través del mecanismo de la oferta y la demanda, la toma
colectiva de decisiones en torno a costos, producción, distribución y
consumo de miles de productos entre millones de habitantes se tor-
nan mucho más complejas.16 Lenin y los bolcheviques, como vimos,
no tardaron en descubrirlo. En suma, a pesar de su insistencia antiutó-
pica, El Estado y la Revolución paga su tributo a las utopías clásicas
al disolver en su sociedad socialista cualquier opacidad entre lo que

13 Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid, Siglo XXI,


1979, pp. 141-142.
14 Lenin, El Estado y la Revolución, en Obras Completas, Buenos Aires, Cartago, 1958, t.
XXV p. 383.
15 Ibid., p. 414 y ss.
[ 50 ]
16 Para una crítica sistemática de la sancta simplicitas en Lenin, extensiva a todo el pensa-
miento marxista, v. la obra clásica de Alec Nove, La economía del socialismo factible,
Madrid, Fundación Pablo Iglesias / Siglo XXI, 1987, p. 50 y ss.
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los hombres hacen y lo que creen que hacen; entre lo que los hom-
bres necesitan y manifiestan que necesitan; entre lo que los hombres
producen y declaran que producen. Al creer que con la desaparición
de la explotación de unos hombres por otros y de unas clases por
otras deben desaparecer también tanto la “distorsión” ideológica res-
pecto de la “realidad” como las pujas políticas entre sectores, porque
las necesidades y los recursos se tornarán evidentes y transparentes, y
todo podrá resolverse mediante un adecuado cálculo económico...
En cuarto lugar, el problema de la dimensión técnica del Estado. En
el artículo citado anteriormente (“¿Se sostendrán los bolcheviques en
el poder?”, de 1917) Lenin distinguía con mayor claridad entre dos
“aparatos” que se entrelazan al interior del Estado capitalista: uno, de
clase, opresivo; otro “técnico” y por lo tanto neutral.

Además del aparato de “opresión” por excelencia, que forman el


ejército permanente, la policía y los funcionarios, el Estado moder-
no posee un aparato enlazado con los bancos y los consorcios, un
aparato que efectúa, si vale expresarse así, un vasto trabajo de cál-
culo y registro. Este aparato no puede ni debe ser destruido.17

Para Lenin se trata de arrancar estos aparatos, como por ejemplo el


sistema bancario, al control de los capitalistas y ponerlo al servicio del
Estado obrero. “Sin los grandes bancos —aclara Lenin y el énfasis de
la frase es suyo—, el socialismo sería irrealizable”. De aquí que con-
cluya taxativamente:

De este “aparato de Estado” [...] podemos “apoderarnos” y “poner-


lo en marcha” de un solo golpe, con un solo decreto, pues el traba-
jo efectivo de contabilidad, de control, de registro, de estadística y
de cálculo corre aquí a cargo de empleados, la mayoría de los cua-
les son por sus condiciones de vida proletarios o semiproletarios.18
r o j o

Pero la distinción misma entre un aparato político, de clase y por


O c t u b r e

lo tanto opresivo, a destruir, por una parte, y una aparato técnico, por
lo tanto neutro y no opresivo, a recuperar, es de por sí problemática.
Juan Carlos Portantiero ha señalado agudamente cómo Max Weber
había operado,

[ 51 ]
17 Lenin, op. cit., p. 100.
18 Ibid., pp. 100-101.
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desde la crítica al marxismo, una paradojal reconstrucción de los


lazos entre relaciones sociales y relaciones técnicas (ambas como rela-
ciones de dominación) mucho más correcta. Precisamente será por
medio de ese “saber especializado” que la dominación comenzará a
ejercerse una vez que el capitalismo ha ingresado en su etapa de
mayor desarrollo. El papel de la ciencia y de la técnica se fusionaría
entonces, en una única instancia, como la forma moderna del poder.
La distinción entre dominación y saber ya no podía ser trazada por-
que la dinámica del funcionamiento burocrático no está ligada a las
características de la relación de dominación. Desde el propio reino de
la “racionalidad formal” y no desde la voluntad de “los fines” se deter-
minaban las condiciones de la reproducción del sistema. Ya no basta-
ba con apoderarse de ciertos puntos del Estado cuyo control era estra-
tégico para poder utilizar, al servicio de otros fines, la neutralidad de
la técnica: la esencia de la razón instrumental es la dominación; fuer-
zas productivas y relaciones sociales forman un único tejido.19

Desconociendo esta dimensión opresiva de la técnica, no es extra-


ño, entonces, que Lenin preconizara para la Rusia de los soviets la apli-
cación de los métodos tayloristas de organización del trabajo nacidos
en el seno del capitalismo: “Hay que organizar en Rusia —afirmó tajan-
temente— el estudio y la enseñanza del sistema Taylor, su experimen-
tación y adaptación sistemáticas”.20
En quinto lugar, el problema de las relaciones entre el poder sovié-
tico y el poder del partido, sobre el que quisiera extenderme especial-
mente. Está fuera de toda discusión la centralidad que el líder bolche-
vique otorgaba al partido como forma privilegiada de la acción políti-
ca. Para el Lenin de obras clásicas como ¿Qué hacer? o Un paso ade-
lante, dos pasos atrás, así como en infinidad de artículos políticos, el
partido es la vanguardia organizada de la clase, el portador de la con-
ciencia de clase, el organizador colectivo, el promotor de la acción
revolucionaria y el estado mayor de la revolución. Como se ha señala-
do repetidamente durante un siglo, la teoría marxiana del proletariado
como sujeto de la historia se transforma en Lenin en una teoría del par-
tido del proletariado proyectado como sujeto de la historia.21 Sin

19 Juan Carlos Portantiero, Los usos de Gramsci, México, Folios, 1981, p. 33. Para una
comparación de las concepciones de Weber y de Lenin acerca del Estado, v. también Erik
[ 52 ] Olin Wright, “Burocracia y Estado”, en Clase, crisis y Estado, Madrid, Siglo XXI, 1983.
20 Lenin, “Las tareas inmediatas del poder soviético” (1918), en Acerca del Estado, op. cit., p. 139.
21 V. Antonio Carlo, “La concepción del partido revolucionario en Lenin”, en Pasado y
Presente nº 2/3, julio/septiembre 1973.
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embargo, en el contexto de la Revolución de febrero de 1917 y de


emergencia del movimiento de los soviets, esto es, en el “momento
consejista” de Lenin, el partido no tiene lugar: es el gran ausente de El
Estado y la Revolución.
No obstante, en el proceso de conformación del Estado soviético,
la pérdida de poder político de los soviets es simultánea al crecimien-
to del poder del Partido Bolchevique. Lenin analizó brillantemente la
situación de “doble poder” que se había establecido con la Revolución
de febrero de 1917 entre la potestad estatal del Gobierno provisional
y la potestad espontánea de los soviets. Pero con la Revolución de
Octubre se plantea una nueva situación de “doble poder” que escapa
al análisis de Lenin, ahora entre la potestad del Partido, proyectada
sobre el nuevo Estado presidido por el Consejo de Comisarios del
Pueblo, y la potestad de los consejos mismos, cuya expresión sobera-
na sería el Congreso Panruso de los Soviets.
La propia insurrección de octubre de 1917 está desgarrada por este
“doble poder”, cuando se discute en el seno de los soviets y en el seno
del Partido Bolchevique quién debe decidirla y quién ejecutarla. Las
Actas del Comité Central del Partido Bolchevique son, en ese senti-
do, un documento que revela este problema en todo su dramatismo.22
Recordemos brevemente que la insurrección del 25 de octubre lanza-
da por el Comité Militar Revolucionario, electo en el seno del Soviet
de Petrogrado pero controlado por el Partido Bolchevique, fue inme-
diatamente anterior (apenas un día) a la primera sesión del Congreso
Panruso de los Soviets, del día 26. Las distintas perspectivas insurrec-
cionales no expresaban meras diferencias tácticas, de carácter técni-
co, sino diferentes concepciones del poder. No era lo mismo preconi-
zar la toma del poder por el partido mismo, como sostenía Lenin; que
sostener que la decisión debía ser discutida, aprobada y asumida por
el Congreso Panruso de los Soviets. Tampoco estas dos posturas son
asimilables a la posición intermedia que sostuvo (y llevó a cabo con
éxito) el entonces presidente del Soviet de Petrogrado. En efecto,
r o j o

León Trotsky entendió que debía posponerse la insurrección para


O c t u b r e

acercarla lo más posible al Congreso soviético (que, por su parte, la


vieja dirección menchevique posponía una y otra vez). La estrategia
de Trotsky consistió en presionar a la dirección menchevique, en sal-
tar incluso por encima de ella, para convocar urgentemente el congre-

[ 53 ]
22 Los bolcheviques y la Revolución de Octubre. Actas del Comité Central del Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso (bolchevique). Agosto de 1917 a febrero de 1918,
Córdoba, Pasado y Presente, 1972, introd. de Giuseppe Boffa.
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so, por una parte; y por otra, en tranquilizar a Lenin, que le reclamaba
a él y a todo el partido abandonar pruritos “democráticos” o “forma-
les” para reconocer la oportunidad de poner en práctica el “arte de la
revolución”. Trotsky consideraba imprudente lanzar la insurrección
desde el partido mismo, y decidió hacerlo desde el Comité Militar
Revolucionario, que era, como dijimos, un organismo del Soviet de
Petrogrado al mismo tiempo que una instancia controlada totalmente
por el partido. Para ello, acercó lo más que pudo los dos acontecimien-
tos, casi al punto de hacerlos coincidir, pero se cuidó de que cuando
comenzara a sesionar el Congreso Panruso, en aquel histórico Octubre
de 1917, la insurrección apareciera frente a las otras corrientes políti-
cas como un “hecho consumado”.23
La estrategia preconizada por Lenin del partido como sujeto de la
insurrección y llevada a cabo, a su modo, por Trotsky, estaba en las
antípodas del poder soviético, tal como había sido definido en El
Estado y la Revolución. Pero, como dijimos, la ausencia del partido
en este libro era sintomática de la dificultad de Lenin de pensar de
modo articulado el poder del partido y el poder soviético. El punto
ciego del leninismo es, pues, la democracia, esto es, un sistema que se
funda en el libre ejercicio político de las diversas tendencias a través
de las cuales siempre se expresa el pueblo trabajador (concebido
como un sujeto complejo).

La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sentenciaba Rosa


Luxemburg, sólo para los miembros de un partido (por numeroso
que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y
exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. 24

No sólo los diversos leninismos del siglo XX han heredado este pro-
blema, sino que incluso en tiempos recientes algunas figuras intelec-
tuales lo han actualizado. Así, Toni Negri desdeñaba hasta no hace
mucho tiempo la crítica de los consejistas y de los comunistas de
izquierda como Rosa Luxemburg a Lenin y justificaba la estrategia leni-
nista, señalando que en la Rusia de 1918-1921 era efectivamente el

23 “Desde el punto de vista político, se consideraba indispensable que en el momento de


inaugurarse el Congreso de los Soviets, toda la capital se encontrara en manos del Comité
militar revolucionario: así se simplificaba la lucha contra la oposición en el Congreso, al
[ 54 ]
colocársela ante el hecho consumado”. León Trotsky, Historia de la revolución rusa,
Buenos Aires, Tilcara, 1963, vol. II, p. 653.
24 Rosa Luxemburg, "La revolución rusa", en Obras escogidas, Buenos Aires, Pluma, 1976,
t. II p. 196.
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partido y no el soviet el garante y la potencia que expresaba el “poder


constituyente” de la revolución en curso:

La identificación del partido con la clase, la inversión de la relación


partido-soviet, hay que conquistarla —escribía Negri. Hasta que el
partido no logre eso, necesita del Estado; [...] sólo un alto nivel de
unificación obrera, de recomposición de clase, podrá por tanto
permitir su superación y restituir al Soviet su función y poner en
movimiento el proceso de extinción comunista del Estado.25

Sin embargo, Negri no explica cómo sería posible restituir plena-


mente la función del Soviet con un solo partido en su seno.
Asimismo, el filósofo esloveno Slavoj Zizek revalorizaba reciente-
mente al Lenin que en soledad absoluta buscaba convencer de la nece-
sidad de la revolución a su propio partido, al Lenin que habría enten-
dido el acontecimiento único de Octubre y lanzaba a los bolcheviques
a la toma del poder con la conciencia de que la revolución sólo se
autorizaba a sí misma.26 Sin embargo, sigue planteada la pregunta por
el sujeto que habla en nombre de la Revolución. En otros términos,
cabe preguntarse si es “la Revolución que se autoriza a sí misma” o si
es el Partido el que se autoriza a través de la Revolución. Y si es cier-
to, como cree Zizek, que la Revolución crea su propia legitimidad y su
propia legalidad, no es menos cierto que el poder del partido termina
violentando día tras día la propia legalidad soviética. Podríamos decir,
siguiendo al Deutscher de la norma y la realidad, que el leninismo
expresa esta tensión entre la norma y la realidad, mientras que el sta-
linismo será la realidad devenida norma.
Es que la insurrección consumada por los bolcheviques en nombre
de los soviets, marcó inmediatamente de modo decisivo la configura-
ción del gobierno soviético. En el proceso de conformación del Consejo
de Comisarios del Pueblo, los bolcheviques, dueños de la situación, no
aceptaron negociaciones con los otros partidos obreros que animaban
r o j o

la vida de los soviets, y constituyeron gobierno propio, con la breve par-


O c t u b r e

ticipación de algunos socialistas revolucionarios de izquierda.


La misma concepción de privilegiar el poder partidario sobre el
poder soviético se puso de manifiesto cuando el gobierno bolchevi-

25 Antonio Negri, El Poder Constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad,


[ 55 ]
Madrid, Libertarias / Prodhufi, 1994, p. 355.
26 Slavoj Zizek, A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío,
Buenos Aires, Atuel / Parusía, 2004, p. 14 y ss.
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que disolvió, en enero de 1918, la Asamblea Constituyente que acaba-


ba se ser elegida con el voto de todos los rusos, y en la cual el Partido
Socialista Revolucionario había obtenido la mayoría. Cuando Lenin,
apenas cuatro meses antes, le reclamaba a su partido que asumiera por
sí mismo la insurrección, lo presentaba como el garante de la
Asamblea Constituyente.

No podemos “aguardar” a que se reúna la Asamblea Constituyente,


pues entregando Petrogrado, Kerensky y Cía. siempre podrán
hacerla fracasar. Sólo nuestro partido, con el poder en sus manos,
podrá garantizar la convocatoria a la Asamblea Constituyente y,
con el poder en sus manos, acusar a los demás partidos por la
demora, y probar la justicia de sus acusaciones.27

Pero, ¿por qué el partido, “con el poder en sus manos”, iba a correr
el riesgo de delegarlo en una Asamblea Constituyente que se lo iba a
quitar también “de las manos”, o que en el mejor de los casos le iba a
obligar a constituir un gobierno de coalición con los otros partidos
obreros y campesinos?
En suma, mientras las otras corrientes que animaban la vida de los
soviets —Partido Socialista Revolucionario, Partido Menchevique,
Partido Trudovique, Bund, anarquistas, etc.— son crecientemente
perseguidas o directamente prohibidas entre los años 1918 y 1921, se
afirma el Partido Bolchevique como partido único y se inicia el proce-
so de fusión Partido-Estado. El nuevo Estado queda conformado por
una burocracia resultado de la fusión entre los cuadros bolcheviques
y parte del viejo funcionariado estatal. La marxista polaca Rosa
Luxemburg señaló este problema a Lenin, a Trotsky y a los bolchevi-
ques en el poder con su notable clarividencia en el mismo año 1918:

Con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida


de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones
generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una
libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública,
se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la buro-
cracia como elemento activo.28

[ 56 ]
27 Lenin, "Los bolcheviques deben tomar el poder" (12-14 de septiembre de 1917), inclui-
do en Los bolcheviques y la Revolución de Octubre, op. cit., p. 58.
28 Rosa Luxemburgo, op. cit, p. 198.
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Las vanguardias estéticas y


el arte en la Revolución rusa

Hugo Petruschansky*
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* Hugo Petruschansky es Licenciado en Historia de las Artes (UBA) y realiza su doc-


torado en la Universidad Complutense de Madrid. Es Profesor Titular de Historia
de las Artes Plásticas VI en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y Profesor
Adjunto de Historia de las Artes Visuales VI y VII en el IUNA. Se desempeña como
docente dictando cursos y seminarios en Universidades del país y fue invitado por
diversas Universidades extranjeras. Además ha dictado cursos sobre su especiali-
dad en el Museo de Arte Moderno y el Malba en Argentina, en el Guggenheim de
New York y en el Museo Picasso de Paris, entre otros. Se desempeña también
como crítico y curador independiente colaborando en diversos medios gráficos
del país. Ha escrito numerosos artículos, prólogos a catálogos y libros monográfi-
cos sobre diversos artistas.

[ 58 ]
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Existen varias posibilidades para enfrentar el proceso creativo de


las vanguardias rusas. Pueden entenderse como un proceso histórico,
inscribiéndolas en el contexto de la revolución estética que se produ-
ce a principios del siglo XX en el contexto internacional. En este sen-
tido, quedarían como un momento más del desarrollo de las vanguar-
dias que tienen su devenir no solamente en Europa sino también en
los Estados Unidos. Desde este espíritu de estilo, de tradición artística,
se emparentan con aquellas vanguardias que abarcan hasta los años
treinta. Así, se podría ver su génesis, los desarrollos históricos, las rela-
ciones con otros artistas y las influencias que reciben. Sin embargo, las
vanguardias rusas tienen la posibilidad de ser entendidas como un pro-
yecto, como un proceso vinculado con otra historia, que es la historia
política de la Revolución de Octubre. La historia rusa es una historia
particular y concreta que no puede ser comparada con el desarrollo
del resto de Europa. Esa Europa que vio nacer casualmente, alrededor
de 1907, de la mano de Picasso a Las señoritas de Avignon, a un cor-
pus de importantes obras del Fauvismo, a la revolución del Futurismo
italiano en Milán, la Secesión Vienesa y su coletazo en las vanguardias
r o j o

alemanas —especialmente el movimiento El Puente capitaneado por


O c t u b r e

Ernst Kirchner, Karl Schmidt-Rottluff y Erich Heckel—, y luego su con-


tinuidad en El Jinete Azul, en el que un artista ruso como Vasily
Kandisky será el gestor del movimiento. Ese trayecto entre Rusia y las
ciudades más importantes del centro de Europa era un tránsito bastan-

[ 59 ]
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te frecuente y común y conforma el gran panorama de las vanguardias


históricas. Sin embargo, la situación rusa es diferente y lo que quiero
mostrarles es su desarrollo particular haciendo referencia a algunos
acontecimientos políticos puntuales.
¿Cómo nacen y se desarrollan las vanguardias en la Rusia previa a
la Revolución de 1917? La inclusión de estos movimientos fue bastan-
te débil por la estructura misma de la sociedad rusa a finales del siglo
XIX. Una sociedad zarista, provinciana, con una visión tibia respecto
al centro de Europa y con una mirada melancólica a la escuela de París.
En ese sentido, se produce una especie de miserabilismo, un deambu-
lar en estas corrientes con una actitud romántica, de añoranza sobre
cómo podría haber sido ese arte que no tuvieron. Las vanguardias
rusas van a dar una vuelta de página a esta situación. Surgen de mane-
ra furiosa, intempestiva, violenta, con la necesidad de ser modernos,
de reescribir su historia artística considerando sus tradiciones, estilos,
su sentido plástico. Una mirada sin nostalgias y con orgullo. Se revisi-
tan las pinturas parietales, los iconos, las fiestas populares, pero tam-
bién lo novedoso como las jornadas de música y las kermeses. Eso
empieza a ser recuperado desde el deseo —no sólo de Rusia sino de
todo el continente—, de volverse ingenuo, salvaje y reescribir la histo-
ria del arte desde cero. Esa escritura cero del arte no solamente coin-
cide con las artes plásticas, sino también coincide con la literatura y la
música de Igor Stravinsky, Arnold Schönberg, y Paul Hindemith, que
formaron parte no solamente de la cultura rusa sino centroeuropea.
En música, este proceso también tuvo una importancia bastante fuer-
te que va a ser coronada por gente como Alexander Scriabin, funda-
mental en otras concepciones en el marco de la Revolución. Todo el
proceso revolucionario, desde 1905, impulsó esta búsqueda de trans-
formarse en sujetos modernos, con una visión novedosa que no aludie-
ra al estilo zarista. En la Exposición Universal de 1900, cuando Nicolás
II regala a París el famoso puente de Alejandro III, la juventud burgue-
sa perteneciente a las escuelas de bellas artes tomó el suceso violenta-
mente. Estas escuelas comienzan a estar disconformes con la tradición
académica hasta culminar con la escisión de ésta. A nivel internacio-
nal surgen distintas organizaciones, que serán conocidas con los nom-
bres de esos operadores culturales como el Vkhutemas y el Inchuk.
Lugares donde se concentran las estrategias artísticas que dan pie un

[ 60 ]
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poco más adelante a la creación de la Bauhaus, que entre 1919 y 1933


coincide casualmente con ese proceso creativo tan particular.
Para comenzar con este panorama de las vanguardias artísticas
rusas quisiera considerar bajo qué organización social, política y cultu-
ral se articulan estos jóvenes artistas que no tenían un lugar de conten-
ción. Los primeros espacios son agrupaciones, clubes, organizaciones,
así como en París estaban los cafés, las cuevas que formaban parte de
lo que luego se conoce como el underground, desde una postura soli-
taria y apartada, pero que serían el sustento de la sociedad. Las prime-
ras vanguardias van a estar orientadas a un cambio sustancial de la
mirada zarista, del elemento de Status Symbol, del prestigio de la ima-
gen francesa, que estaba arañando y que estaba desparramada por
toda la sociedad moscovita y también por San Petersburgo, la gran
capital, y por algunas ciudades como Kiev, Vítebsk, lugares con cierto
tipo de prestigio artístico.
El primer gran movimiento que irrumpe fuertemente es el
Rayonismo, que estaba dirigido por un matrimonio —que ocupó un
lugar fundamental en esta historia—, formado por Natalia Goncharova
y Mijaíl Larionov. Ambos se asociaron también a Sota de Diamantes,
agrupación que nucleaba a jóvenes con impulso expresivo. Ésta fue
como el Instituto Torcuato Di Tella, porque nucleaba a artistas plásti-
cos y también a escritores, músicos, arquitectos, políticos, que discu-
tían el proceso del devenir del arte. En principio la revolución trajo
aire fresco que lentamente se fue solidificando, y luego enrareciendo
en las polémicas de cómo tenía que desarrollarse y vincularse el arte
con la revolución. ¿El arte tenía que estar ligado al hambre, a la mise-
ria, o a un nuevo cambio en la mentalidad del hombre? Un Hombre
Nuevo, como también se llama uno de las pequeñas corrientes. Estos
movimientos eran a veces muy breves, duraban cuatro, cinco años, y
organizaban distintas exposiciones como Cero Diez, El Tranvía, El
Blanco, muestras que marcaron un punto importante de concreción
del cambio de visión. En este marco, el arte tenía que construir una
r o j o

nueva y gloriosa Nación, pero además un lenguaje que diera cuenta de


O c t u b r e

la revolución, y también tenía que ser contemporáneo. Esa contempo-


raneidad evidenciaba la diferencia de proyecto: el hombre estaba en
un nuevo camino. Esos temas estaban también impulsados por la lite-
ratura, no solo de Vladimir Maiakovsky sino, un poco más adelante, de

[ 61 ]
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Boris Arvatov. Todas estas disputas se fueron dilucidando y discutien-


do de una forma enérgica pero también urgente y provisoria dentro de
los pequeños grupos que se iban formando en los clubes, en Moscú y
en San Petersburgo.
La idea es mostrar un corpus de obras de distintos movimientos
que fueron los artífices de este cambio revolucionario, que hoy en día
se transforman en los héroes, en los protagonistas indiscutibles del
cambio que se operó en la Rusia de finales del siglo XIX y principios
del siglo XX. Son quienes coronaron e ilustraron a lo largo de veinte o
veinticinco años el proceso revolucionario. Por otro lado, debe consi-
derarse la perspectiva de las utopías. Su realización era también uno
de los preceptos que los artistas de la vanguardia rusa tuvieron como
objetivo. Recién en los últimos diez años se está abriendo un mundo
bibliográfico sobre este tema, investigaciones bastante concisas y pro-
fundas, monografías, en Rusia y en el campo universitario internacio-
nal. También se está trabajando en el papel de los artistas y se está
indagando sobre las obras; incluso numerosas obras que han estado
desaparecidas son descubiertas gracias al relevamiento de documen-
tos fotográficos. El ejemplo más claro es el de Vladimir Tatlin, quien
ha hecho una cantidad enorme de obras de las que conocemos el
setenta por ciento por reconstrucciones a partir de fotografías que dis-
ponemos y que son posibles de ser estudiadas y trabajadas.
El Rayonismo es, de las vanguardias, la más sutil y tiene una vincu-
lación estrecha con la vanguardia francesa. La relación entre París y
Moscú es extremadamente fuerte. La influencia del cubismo fue fun-
damental y se debe en parte a dos grandes coleccionistas como Sergei
Shchukin e Iván Morozov, hombres burgueses, profesionales, de tradi-
ción artística, que abrían las puertas de sus casas no solamente para
que los estudiantes y los artistas vieran la colección sino también para
que el público no especializado pudiera ver las obras. Éstas eran visi-
tadas con mucho interés pero también para burlarse. Existía un pro-
blema de legibilidad de las vanguardias, el público general no sabía
muy bien qué eran el Cubismo o el Futurismo italiano. Los grandes via-
jes del futurista italiano Filippo Tomaso Marinetti a Rusia fueron muy
fructíferos. El Cubofuturismo fue uno de los momentos más importan-
tes de las vanguardias rusas, las que lo adoptaron como padre de su
propio lenguaje. Volverse salvaje, volverse ingenuos trajo como con-

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secuencia un primitivismo que vino de la mano de la revalorización


del icono ruso. Sin embargo, la primera mirada fue una mirada tibia al
postimpresionismo francés, lo que algunos rusos llamaron cezannistas
porque miraban a Paul Cézanne con gran orgullo. Picasso era más
complejo y brutal; Paul Matisse era más amable y decorativo y los futu-
ristas italianos fueron más revolucionarios. Marinetti lanza el primer
manifiesto para justificar el futurismo italiano en el norte de Italia, y es
publicado primeramente en Le Fígaro de París en 1908 y 1909. Esta
carta de intención fue imitada por los artistas rusos.
Una de las primeras obras de Natalia Goncharova es un autorretra-
to en el que propone una mirada frontal, como ella lo dirá posterior-
mente. Goncharova vivirá muchos años, y con la llegada del estalinis-
mo, tanto ella como su marido se van de Rusia y se instalan en Suiza y
París. Allí trabaja con el mundo de la música y hace ilustraciones, deco-
rados, escenografías y vestuarios de obras que abarcan desde Manuel
de Falla las más contemporáneas y muy importantes de los años cin-
cuenta. Se trata de una mujer burguesa, que comienza a trabajar desde
una perspectiva cezanniana, que se observa en la pincelada construc-
tiva pero a la vez con un gran decorativismo y un exceso en el uso del
ornamento. Este ornamento se vincula con la tradición rusa, con efec-
tos pictóricos y plásticos que Natalia Goncharova adopta del elemen-
to primitivo. Este primitivismo, este salvajismo se nota en la estructu-
ra tosca de su figura, una máscara que ya el cubismo también plantea.
Por otro lado, faceta las estructuras y gesta una especie de caleidosco-
pio utilizando un cromatismo agudo, fuerte, contrastante, chocante y
muy activo que se correspondía con la tradición del icono ruso. Los
iconos eran objetos devocionales, uno de los pocos bienes del pueblo.
Se colgaban en las casas y también salían a la calle. El tema de relación
entre el interior y el exterior va a ser muy importante para todo el
desarrollo de las vanguardias, y al principio se va a ligar a lo que puede
llamarse el arte del trabajo. Ilustraciones de la vida urbana, de la voca-
ción del trabajo. Esto deja de lado el arte característico del siglo XIX
r o j o

que llegó hasta el simbolismo de principios de siglo. Un arte de ilus-


O c t u b r e

tración de conceptos de la vida, más abstracto. La obra del trabajo, el


sudor, representado en un lenguaje contemporáneo para el que el eje
París-Moscú era fundamental. El cambio radical de Natalia Goncharova
al adoptar el cubismo y el futurismo se evidencia en la obra de la entra-

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da al túnel del subterráneo de Moscú. Especialmente es visible en el


techo con el riel por donde pasa la electricidad, en los personajes que
caminan por el túnel, en la publicidad, en la bifrontalidad —frente y
perfil de un personaje— y en el uso del letrismo. Este era el cable a tie-
rra de la realidad que el cubismo había sostenido, la idea de escaparse
del mundo de la narrativa tradicional, casi fotográfica. La fotografía
había venido a suplantar un problema del arte, que era el tema de la
representación, de la realidad figurativa. La artista adopta un nuevo
sentido de la velocidad, del ritmo, del vértigo de la ciudad. En la obra
El ciclista, descompone el movimiento en la espalda del personaje, en
el empedrado y aparecen nuevamente las letras. Goncharova va a
tener una mirada directa a ese Cubofuturismo tan importante que va
a abrir las puertas a la vanguardia. Natalia Goncharova es un paradig-
ma de esta época, aunque este es un lenguaje compartido por una can-
tidad muy grande de artistas. Con Larionov, su marido, inicia una
nueva estructura que parte de los elementos de la realidad tecnológi-
ca, la luz eléctrica, la forma en que esta golpea sobre el objeto produ-
ciendo efectos de rayos. Crean una estrategia plástica que se conoce
como Rayonismo, en ruso Luchizmo. Los rayos de luz que pegan
sobre los objetos, sobre los metales, la luz de una lámpara pega sobre
un vaso, un vidrio. Estos rayos van a hacer diferenciarlos del resto de
las vanguardias. En esta obra, Composición, de 1911, todo es rayos,
como si fuera un caleidoscopio de cristales y vidrio en donde, nada
más y nada menos, aparecen unos gatos muy sintetizados. Todo el
resto son rayos lumínicos que, como si estuviéramos viéndolos con un
juego de espejos, van a transformar el objeto de la realidad en un ele-
mento verdaderamente plástico.
En este punto, la política estaba evidenciada en la idea novedad y
revolución plástica. Es una pintura fácil de ver, sin prestigio, sin esta-
tus simbólico, una pintura que pudiera entender cómo el hombre se
transforma en personaje contemporáneo. En ese sentido, Mijaíl
Larionov, como casi todos los pintores de la vanguardia rusa, toma
como punto de partida el tema de la exaltación y dignidad del trabajo.
Por lo general es trabajo urbano: el afilador de cuchillos, el pedicuro,
el panadero, los lustradores, el carpintero. En cuanto a lo formal, parte
de la máscara primitiva con bifrontalidad que da cuenta del interés por
el cubismo, presenta una exaltación brutal del color, al tiempo que

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retoma a Gauguin, Van Gogh, Cézanne. La idea de traslado directo y


efectivo entre Rusia y Alemania fue muy eficiente. El tren que venía de
Moscú, Viena, Múnich, era un tren cargado de telas, cargado de pince-
les por los artistas. No hay que olvidarse de Morozov y Shchukin tení-
an más de cincuenta obras de Matisse y otras tantas de Picasso. La
Danza, de Matisse, una de las obras más importantes de la vanguardia
histórica francesa desde 1890 hasta 1915, estaba en Moscú: numero-
sas obras que le encargaban a los artistas franceses estaban en Moscú.
El mismo artista fue a fiscalizar obras que se encargaban para algunos
lugares y estaban después mal medidas, lo que lo obligaba a hacer
algunas rectificaciones. En el caso de La Danza, hizo dos versiones
porque la primera no cupo en el lugar que había sido designado. Es así
como la vanguardia europea estaba presente en el inicio de las van-
guardias rusas, presentando luego un viraje muy fuerte y totalmente
inesperado cuando la Revolución de Octubre se hace efectiva. Sin
embargo, este es el caldo de cultivo de todo este proceso.
La fantástica obra de Larionov es un ejemplo del elemento formal
que el Rayonismo ejerce. Puede parecer difícil verla, pero sin embar-
go esconde elementos transparentes donde el sol y la luz refractan. La
luz llega a una copa, vasos, una botella cuyo pico se tuerce, otra bote-
lla verde y una ventana con el vidrio. Los reflejos, haces de luces, tec-
nología, luz eléctrica, la bombita es la modernidad que ha dominado y
que ha exaltado el espíritu de la obra. El Rayonismo va llegando lenta-
mente casi a un sentido de abstracción. En algunas obras, comienza a
aparecer comida para representar el hambre y la pobreza. Se represen-
tan papas, tomates, salchichón, panes. El tema de la comida va a llevar
a Kasimir Malevich a la famosa frase “los problemas del estómago tie-
nen que ver con el problema del espíritu”, un poco para diferenciarse
de los constructivistas rusos que tenían una preocupación diferente.
En este caso, los rayos se transforman en un emblema en sí, en una
estructura en sí, casi abstracta, y estas obras de Mijaíl Larionov de los
años 1917 hasta el año 1920, en plena revolución, van a materializar
r o j o

el sentido del rayo.


O c t u b r e

Natalia Goncharova y Mijaíl Larionov fueron los promotores de


Sota de Diamantes, movimiento que reunió a los artistas, y que tam-
bién tuvo influencias en las muestras mencionadas. En la exposición
llamada Cola de asno, o Rabo de asno, ella aparece como protagonis-

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ta a partir de la obra que fue pintada con la cola de un burro. Los rusos
han parafraseado este tema en el arte contemporáneo, por ejemplo
cuando Vitaly Komar y Alexander Melamid pintaron y presentaron en
la Bienal de Venecia hace cuatro años obras pintadas con la trompa de
un elefante. En este sentido, lo que hacían era una evocación a la obra
de Goncharova. A principios de siglo, esto funcionaba como un ele-
mento de cuestionamiento, la crítica aludía a sus obras como verdade-
ros puñetazos a la vista, se referían a que eran ejercicios dramáticos en
el mundo del arte. Con la aparición del Rabo de asno en las muestras
Cero Diez, El tranvía cinco y El blanco, aparece un personaje bastan-
te importante dentro de la estrategia de la vanguardia que se llama
Kasimir Malevich y que es, tal vez, el personaje más radical del mundo
de la vanguardia rusa y su obra es paradigmática. El movimiento que
originó se denominó Suprematismo aludiendo a la supremacía de la
sensibilidad sobre la razón, a la sensibilidad plástica pura. Malevich
aludía a que, si se llevo a un grupo de especialistas, artistas y críticos
a ver las obras veneradas de la historia del arte, un Rembrandt, un
Rubens, y les resto, metafóricamente, los elementos que hacen que
esto sea una obra de arte, no se darían cuenta, porque lo que no tie-
nen los críticos es la posibilidad de ver la sensibilidad plástica del artis-
ta. Esta sensibilidad que es espiritual era a lo que él trataba de llegar.
Una especie de nihilismo muy afín a los rusos, que va a llevar a desa-
rrollar a lo largo de su carrera en forma contundente.
Malevich se inicia con un arte mecanicista y protocubista, cercano
a Fernand Léger, un artista querido en Rusia y cuya obra agraria se cen-
tra en los trabajos del campo. Rápidamente Malevich va a cambiar
hacia un cubismo cromático a la manera de ese juego entre Picasso y
Robert Delaunay, que era un cubismo más amable, órfico y romántico.
Esto se observa en las obras donde los personajes en la nieve llevan
arenques, donde llevan la comida. Aquí la utilización de los colores
primarios es muy importante. El artista lentamente continúa hacia el
Cubofuturismo. En El afilador de cuchillos, la mano del afilador apa-
rece en movimiento, así como la vaina del cuchillo, la rueda y el pie
que mueve los engranajes de la rueda. La aparición de la tecnología y
el movimiento a través del facetado transforma esta profesión en una
exaltación y gran epopeya del trabajo y de la técnica artística. En El
aviador, una interpretación política, reúne textos y los superpone

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como un collage visual que refiere al mundo de la literatura. Para el


artista, el hombre tiene que develar este proceso. Este sistema de pro-
ducción no es el final de su búsqueda y debe llegar a lo más profundo
de su ser, caer en lo más oscuro para poder resurgir en la plenitud de
las formas artísticas y sensibles. Es ahí cuando surge el Suprematismo.
Con este fin llega a la oscuridad total a través de su pintura emblemá-
tica Cuadrado negro sobre fondo blanco. A través del cual llega a la
nada, un cuadrado es la forma más afirmativa, más serena, contrasta
con el dinamismo de un círculo. Llegar a esa nada le permite ir lenta-
mente descubriendo el rojo, descubriendo las diagonales, algunas cur-
vas, y lograr la pureza de la luz a través de su otra obra fundamental
que es Cuadrado blanco sobre fondo blanco. En este sentido, el
Cuadrado negro… se transforma en el icono más importante de la
supremacía de la sensibilidad. En la muestra Cero Diez, de 1917, el
artista coloca el cuadrado en el ángulo, en el mismo lugar donde las
familias colgaban los íconos (de este modo, se genera un espacio y no
quedaban adheridos a la pared). Así la vida giraba alrededor del icono.
Éstos tenían elementos abstractos en los ornamentos. Poco después
incorpora los rojos y luego el blanco convirtiendo la supremacía de la
sensibilidad en uno de los emblemas más importante de la vanguardia
rusa. Hacia abril de 1932 llega la resolución del Consejo de volver al
realismo y las obras abstractas son prohibidas por el estalinismo, cues-
tionadas por ser demasiado burguesas, poco legibles. El artista vuelve
a la figuración pero con pequeños guiños. En su Autorretrato realiza
una abstracción a la cual le agrega su propia cara. Abre un juego, una
mirada tangencial hacia el mundo de la representación abstracta y la
sensibilidad suprematista.
Contemporáneamente un grupo de artistas serán los artífices de la
construcción de un nuevo proyecto para hombre nuevo. El
Constructivismo junto al Productivismo y el Realismo de los hermanos
Naum Gabo y Antoine Pevsner, acompaña el proceso de la Revolución
de octubre de una manera muy eficiente, política y combativa. Junto
r o j o

con El Lissitzky, Alexander Rodchenko, y otros artistas hombres y


O c t u b r e

mujeres, Vladimir Tatlin otorga una fuerza central al sentido del cons-
tructor. El artista no es un artista, es como un ingeniero artífice de una
sociedad nueva. Pasan a denominarse maestro artesano, maestro cons-
tructor y todos ellos van a trabajar en agrupaciones como Vkhutemas

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e Inchuk. Deviene impresionante la cantidad de agrupaciones que


emergen entre los años 1905 y 1930, un verdadero glosario de siglas:
Ars Nova, Kuznova, LEF, Izo. En una ciudad como Moscú, se han
registrado alrededor de 65 agrupaciones de artistas plásticos, músicos,
donde cada uno tenía su escisión y su núcleo de trabajo.
En este contexto, Tatlin comenzará a trabajar el relieve y la forma
tridimensional como si fuesen un puente, una estructura funcional
con materiales fáciles de entender, pero no tradicionales. En ese sen-
tido incorpora chapa galvanizada, tornillos, elementos que recuerden
y aludan directamente a la construcción del hombre ingeniero. Una de
las obras más importantes del artista es el relieve de esquina, una serie
de obras que son reconstrucciones. Éstos se han perdido pero hay
fotos que se conservan y que hablan de esta obra estelar. En una de
ellas, reconstruida con el permiso de Tatlin, el ángulo del muro va de
una pared a otra como si fuera el icono, por eso se llamaban relieves
de esquina. Tal vez la obra más importante y conocida es el monumen-
to a la Tercera Internacional. Un proyecto que no se construyó y que
iba a ser, con sus 400 metros de alto, el más alto del mundo. La torre
poseía una gran plataforma diagonal como si fuera una tribuna para
oradores (aquí devienen relevantes los dibujos de Tatlin con Lenin
hablando al pueblo). El monumento también tendría cuatro estructu-
ras para el poder legislativo, el poder judicial, el ministerio de comu-
nicación, convirtiéndose en emblema de la propaganda política. Estas
estructuras girarían alrededor de un mes, un día, un año sin que su
movimiento fuese percibido. Nuevamente aparece la concepción de
movimiento y dinamismo. La obra es verdaderamente utópica, irreali-
zable pero una representación del espíritu glorioso de una nueva cons-
trucción, de un episodio en la historia universal. Hay fotografías que
muestran a Tatlin con una maqueta provisoria del monumento. Esta
maqueta fue realizada varias veces, la original se perdió aunque antes
fue exhibida en las calles como característica del arte ruso, que ocupó
un lugar relevante en las manifestaciones populares, las manifestacio-
nes callejeras, las fiestas populares. Mucho se desarrollaba en las
calles: se divertía, se jugaba, se protestaba, la calle fue un espacio muy
importante. Los constructivistas no solamente pintaron, esculpieron,
hicieron monumentos, hicieron obras de arquitectura, sino también
diseñaron casas, indumentaria nueva, vajilla, manteles, todos los arte-

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factos de uso doméstico con una gran modernidad en los años veinte.
Iván Pougny, otro artista cercano a Tatlin, utiliza los elementos cons-
tructivos como arandelas y chapas, y representa fuertemente la idea
de construcción. En Composición, de 1912, no sólo se asemeja a una
obra plástica, que por cierto es muy bella y tiene el espíritu de un artis-
ta, sino también da la sensación de ser una maqueta bastante fuerte y
curiosa. Las publicidades de su propia obra aparecen también en la
manifestación de Iván Punin en la calle. Él va sacando sus personajes
y jugando con las formas, con el cubismo, con el constructivismo, y va
interesando a la gente. Por eso la Revolución rusa se va a asemejar un
poco a la Revolución Francesa. Cuando se conmemoraron los doscien-
tos años de la Revolución Francesa en París hubo un desfile muy
importante, lleno de presidentes y con muchísimas actividades. Entre
éstas, la más importante, en el desfile central en París, fue cuando se
evocaron los acontecimientos populares de la Revolución rusa. Es
interesante ver desfilar también a la Revolución rusa como una revo-
lución paradigmática de la sociedad.
Otro importante artista del constructivismo fue El Lissitzky, quien
crea una estructura llamada Proun. Éstas eran unidades productivas
formales en donde se ve al hombre como un ingeniero. Con una gran
influencia del dadaísmo, esa imagen concilia lo inconciliable del surre-
alismo con lo que empieza a ser importante en la permeabilidad de
esas vanguardias. El Lissitzky planea los Proun como si fueran verda-
deras construcciones en el espacio. El hombre camina en este movi-
miento, en esta idea de plano, de profundidad, como un proyecto
arquitectónico. El Lissitzky había hecho, como Tatlin, esta columna en
donde se arengaba al pueblo. La diagonal será un elemento importan-
te, Tatlin la utilizó en el monumento ya mencionado. Esa dirección
representa la idea de funcionamiento del pueblo, de su caminar. Una
línea ascendente diagonal hasta el infinito, que representa el movi-
miento de la tierra. Arquitectos como Konstantín Mélnikov e Ilya
Golosov tenían tribunas similares a las que se presentaron en el con-
r o j o

curso para el diario Pravda. Allí todos realizaron diagonales en donde


O c t u b r e

se exhibía al líder hablando y comunicando al pueblo.


Uno de los artistas más importantes de la revolución constructivis-
ta fue Alexander Rodchenko. No sólo fue un líder en el arte, también
un gran promotor de ideas. Un hombre activo y gran militante de la

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vanguardia. Sus primeras obras pictóricas están asociadas al dadaísmo.


Juntan objetos elementos de desperdicio que recuerdan al Ready-
Made de Marcel Duchamp. Rodchenko empieza a trabajar en el
Inchuk y en el Vkhutemas. Se estudiaban los materiales, la resistencia
y maleabilidad de los objetos. Allí, trabaja la organización de elemen-
tos en el espacio, un plano de madera que se corta progresivamente y
surge la idea de universo. En el Museo del artista de Rusia están estos
objetos que él fue trabajando y organizando en estas instituciones. Fue
además un gran diseñador. En el diseño del año 1920 de un papel para
empapelar, se muestran elementos dinámicos como hélices de avio-
nes, incluso la utiliza elementos fotográficos. Este medio adquiere una
fuerza muy grande. En una de sus fotos muestra dos floreros de vidrio
que dan la sensación de un engranaje, de elementos mecánicos. El
artista también se destaca en el diseño de la tipografía, de los afiches.
En estos últimos se impulsa el grito por la instrucción, los libros, el
cine, la inversión, la salud. El diseño es completamente contemporá-
neo: el rectángulo, el triángulo, la organización de las tipografías nove-
dosas. Esto fue producto de este espíritu del Inchuk y del Vkhutemas.
En el cine aparece el ojo como el gran estimulante del mundo del arte.
También existió un grupo de amazonas del arte. Las mujeres fueron
fundamentales en este episodio. Liubov Popova, Varvara Stepanova,
Alexandra Stern y Olga Rozanova fueron algunas de estas artistas.
Popova, la mujer de Rodchenko, se inicia con una temática similar a
las vistas en el Cubofuturismo y luego se mezclan el Rayonismo, con
el Cubismo en una abstracción extremadamente lírica. Las mujeres
tuvieron un accionar muy importante en el teatro, la escenografía, el
vestuario y lo cotidiano. Entre las obras de Popova también existen
bocetos para obras de teatro. En éstas se ilustra la vida cotidiana de la
revolución. Un ejemplo es la producción de Alexandra Stern, una
mujer tan importante dentro del mundo de la escenografía contempo-
ránea, que sus obras siguen siendo estudiadas hoy en día. A comien-
zos de los años veinte realiza la escenografía de Salomé de Oscar
Wilde, donde pueden observarse rojos, azules, amarillos, grandes
espacios funcionales, una abstracción total. La modernidad de este
vestuario fue compartido en ese mismo momento por Picasso quien
estaba haciendo la Parade de Cocteau, aunque éste era mucho más
figurativo y menos audaz que el de Alexandra Stern. En un proyecto

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de escenografía un disco muy dinámico es tomado directamente de la


obra de Robert Delaunay. En la pintura, Stern trabaja la estructura de
la bidimensionalidad del plano. Por otra parte, Stepanova, que se vin-
cula a la obra de Rodchenko, diseña personajes que están en relación
con la estructura primaria y primitiva, como los afiches que también
propuso en toda su producción artística.
Finalmente, también hubo un desarrollo del Realismo, que no se
liga a la realidad. Entre los artistas más importantes cabe mencionar a
los escultores independientes Naum Gabo y Antoine Pevsner. En la
Cabeza de Mujer de Gabo se observa la influencia cubista y sus mate-
riales son totalmente novedosos. Por ejemplo, en las obras de los años
veinte incluye baquelitas, vidrios y elementos dinámicos como monu-
mento a la tecnología. En este sentido, el arte ruso de este momento
de la revolución fue curioso, vehemente y brutalista. Con la emergen-
cia de Stalin, estas producciones se ven empañadas. Se impulsa una
pintura completamente diferente que se conoce como el Realismo
Socialista. En éste, las obras exaltan las bondades del régimen. El esta-
linismo las vio como heroicidad. En el marco de la historia del arte,
esta producción se liga a los regímenes totalitarios por su carácter y
exaltación de la heroicidad, pureza, juventud, trabajo y de las virtudes
de la guerra. Una felicidad perdida que no se volvió a repetir y que
forma parte de la utopía de la vanguardia rusa. Esa utopía que todavía
está caminando y dando vueltas por el espíritu. Este fenómeno no se
dará sólo en Rusia. En Alemania la Bauhaus tampoco puede reeditar-
se desde que el nacionalsocialismo empujó su cierre. Así como no
tampoco pudo volverse al maravilloso momento de los años 1920-
1925 de Ramón Casas que el franquismo deterioró, ni a la metafísica
que Mussolini censuró, algo similar sucedió en Rusia. La Revolución va
a quedar en las vanguardias como un momento fundamental de la his-
toria del arte, pero también como un episodio muy original y singular
de la historia de la humanidad.
r o j o
O c t u b r e

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Natalia Goncharova: La pequena estación, 1911, óleo sobre tela 66 X 74 cm.


Coleccion Privada.

Kasimir Malevich: El Aviador, 1913, óleo sobre tela 124 X 64 cm.


Museo Ruso de San Petersburgo

[ 72 ]
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Kasimir Malevich: El Afilador, 1912/1913, óleo sobre tela 79,5 X 79,5 cm.
Coleccion Yale University Museum, New Haven.

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Vladimir Tatlin: Monumento a la tercera Internacional, 1919. Fotografía de


época.

[ 73 ]
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Kasimir Malevich: Cuadrado negro sobre fondo blanco, 1929, óleo sobre tela
53,5 X 53,4 cm. Museo Hermitage, San Petersburgo

Naum Gabo: Cabeza constructiva 2, 1916, Acero, 45 X 40,5 X 40,5 cm.


Colección privada

[ 74 ]
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Natalia Goncharova: Mujer con bestia, 1911, óleo sobre tela, 167 X 128.5 cm.
Museo Unificado de Rusia, legado Kostroma.

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Alexander Rodchenko: Diseno textil, 1924, aguada sobre papel, 30 X 45 cm.

[ 75 ]
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Alexandra Exter : Set para la obra Salomé, de Oscar Wilde, 1917, lápiz y tintas
sobre papel, 26,6 X 35,2 cm - Colección Privada.

Ivan Puni: Relieve Suprematista, 1915, reconstrucción de 1920, 50,8 X 39,3 X


7,6 cm materiales varios. MoMA - New York

[ 76 ]
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Mijail Larionov: Boulevard Venus, óleo sobre tela, 1913, 116 X 86 cm. Centro
O c t u b r e

Georges Pompidou, Paris.

[ 77 ]
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Intelectuales argentinos
en la Unión Soviética

Sylvia Saítta*
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* Sylvia Saítta es Doctora en Letras, Investigadora del Conicet y Profesora de lite-


ratura argentina del siglo XX en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Publicó
los libros Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920 (1998); El
escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt (2000), por los
que recibió premios de la Fundación El Libro y de la Fundación Konex respecti-
vamente. Dirigió El oficio se afirma, noveno tomo de la Historia crítica de la lite-
ratura argentina (2004); realizó compilaciones de gran parte de la obra inédita
de Roberto Arlt; y de dos publicaciones: Revista Multicolor de los Sábados, suple-
mento cultural del diario Crítica, dirigido por Jorge Luis Borges y Ulyses Petit de
Murat (1999); y Contra. La revista de los franco-tiradores, dirigida por Raúl
González Tuñón (2005).

[ 80 ]
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Las líneas centrales de esta exposición retoman la investigación


que realicé en la preparación de Hacia la revolución. Viajeros
argentinos de izquierda, una compilación de relatos de viajeros a la
Unión Soviética, China y Cuba, recientemente publicada por Fondo
de Cultura Económica. La hipótesis central sostiene que en ciertos
períodos de la historia del siglo XX, la revolución, además de ser un
hecho político, social o cultural, se convierte en un lugar determi-
nado en el mapa. A partir de la Revolución rusa de 1917, la noción
misma de revolución se espacializa, porque desde entonces delimi-
ta un territorio y funda un escenario que convocó a viajeros de todo
el mundo; desde entonces, las representaciones de la sociedad ideal
abandonaron un imaginario tiempo futuro para convertirse en puro
presente: bastaba con atravesar el océano o cruzar una frontera para
presenciar ese futuro devenido presente y tocar con las manos un
sueño realizado.
Para los argentinos en particular, y los latinoamericanos en general,
el camino abierto por Rusia parecía demostrar —como sostiene
Ricardo Falcón— que la revolución también era posible en un país de
r o j o

capitalismo periférico, gobernado por una aristocracia secular y con la


O c t u b r e

presencia dominante de campesinos pobres.1 En esos comienzos, la


Revolución rusa representó un principio de transformación radical
cuyo atractivo residía en sus proporciones épicas, en la juventud de sus
dirigentes, y en el nacimiento de un nuevo orden que anunciaba el tras-

[ 81 ]
1 Ricardo Falcón, “Militantes, intelectuales e ideas políticas”, en Ricardo Falcón (director),
Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), tomo VI de Nueva
Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
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trocamiento de los lugares sociales. En los años treinta, para países no


desarrollados como la Argentina, la sociedad soviética continuaba
resultando atractiva tanto por su racionalidad, planificación, industria-
lización, aplicación de la ciencia y la tecnología como también como
modelo de sociedad, posibilidades de felicidad e igualdad social.2
Ser testigo de esa sociedad nueva se convirtió, como en el resto del
mundo, en el anhelo de muchos intelectuales argentinos: “He venido a
ver, nada más (…) ver con los ojos la realización del socialismo y tocar-
lo después con las dos manos”, dice el escritor Elías Castelnuovo cuan-
do llega a Leningrado en 1931.3 Ver y tocar: la experiencia revolucio-
naria se materializa ante la mirada de Castelnuovo porque pisar el suelo
soviético es experimentar la realización de un modelo de justicia social
en sus aspectos más tangibles y materiales, y sentirse parte de una
comunidad reconciliada, regida por la armonía entre valores diferentes,
entre el individuo y la sociedad, entre la cultura y la naturaleza, entre
los intereses públicos y los privados, entre los deseos y la realidad.
A su vez, desde octubre de 1917, el relato de viajes adquiere una
nueva función: la de contar la verdad sobre la Revolución rusa y dife-
renciarse así tanto de los relatos apologéticos de los militantes comu-
nistas como de las adversas —y por momentos, terroríficas— versio-
nes promovidas por las agencias de noticias internacionales. Leídos
por miles de lectores, los libros de los viajeros a Rusia se convirtieron
en mediadores entre los grandes tratados de ciencia política y el públi-
co lego por ser, precisamente, los relatos de una experiencia. En este
sentido, el uso del género para dar cuenta de una experiencia política
otorga a la narración el plus de credibilidad del que carecen los textos
de teoría política porque el narrador es un testigo directo que narra lo
que ha visto con sus propios ojos.
Las primeras versiones sobre la Revolución rusa que llegan a la
Argentina se publican en diarios y revistas y son confusas o contradic-
torias. En este marco, una de las fuentes de información más importan-
te de la década del veinte y comienzos del treinta la constituyen los
libros de los viajeros a la tierra de los soviets. Desde la Argentina par-
ten algunos viajeros que escriben sus propias experiencias de viaje,
pero también se publican y se traducen permanentemente relatos de
viajeros de todo el mundo.

2 Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina, Buenos Aires,


[ 82 ]
Alianza, 1999.
3 Elías Castelnuovo, Yo vi...! en Rusia (Impresiones de un viaje a través de la tierra de
los trabajadores), Buenos Aires, Actualidad, 1932.
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La publicación y venta de estos libros eran sumamente exitosas, y


las ediciones se agotaban rápidamente. Por lo tanto, en muchos casos,
eran los mismos editores quienes promovían su publicación. Para dar
sólo un ejemplo, se puede mencionar el caso de Moscú. Diario de un
viaje a la Rusia Soviética de Alfonso Goldschmidt, editado en
Argentina por Manuel Gleizer, en 1923, y como folletín en el diario
Crítica al año siguiente. Estos dos datos señalan, por sí solos, la impor-
tancia que adquirió el relato de viajes de Goldschmidt que fue traduci-
do al español a pedido de un editor y que se publicó en un diario que
solía ser leído por miles de lectores. El prólogo del traductor Julio
Fingerit y el anuncio publicitario de Crítica señalan el lugar que el edi-
tor Manuel Gleizer y Natalio Botana desde el diario están pensando
para el libro: se trata de un relato que viene a cubrir un vacío de infor-
mación, de manera independiente, objetiva y veraz. Mientras que
Crítica sostiene que Alfonso Goldschmidt relata “la verdad del enig-
ma”, pues Moscú es “el único libro en que, como en un espejo, se
refleja la realidad” del ex-imperio de los zares,4 Fingerit aclara que aun-
que “detesta” todo lo bolchevique, se avino a traducir el libro de
Goldsmichdt a pedido del editor Gleizer porque considera que se trata
de un libro objetivo, que se diferencia de las versiones ya existentes:

Los libros que acerca de la Rusia bolshevique yo he leído son los


más absolutamente dudosos en punto de la fe que se merezcan. Los
han escrito o bolscheviques o anti-bolsheviques; escritores paga-
dos por los enemigos de los soviets, o a sueldo de alguna empresa
capitalista, más o menos periodística; o han sido los autores secta-
rios de uno u otro bando, y en el mejor de los casos parciales del
socialismo. En cambio, Goldschmidt no es parcial de política algu-
na, porque su orgullo se encarama tan alto, que en verdad sólo es
del partido de sí mismo. Por más de Goldschmidt se declare incli-
nado al sovietismo, lo más cierto es que sólo se inclina a mirar por
r o j o

sí, con la sola preocupación de sí propio y con el solo cuidado de


sus propios sentimientos.5
O c t u b r e

Algo parecido sucede con la publicación del libro Un notario espa-


ñol en Rusia, de Diego Hidalgo, en Madrid de 1929. El relato del viaje
a Rusia de Hidalgo está formado por las cartas privadas que fuera

[ 83 ]
4 Crítica, 2 de setiembre de 1924.
5 Julio Fingerit, “Prólogo de traductor”, en Alfonso Goldschmidt, Moscú. Diario de un viaje
a la Rusia Soviética, Buenos Aires, Gleizer editor, 1923.
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enviando a un amigo desde Rusia. Conocidas estas cartas por los edi-
tores, solicitan a Hidalgo el permiso para su publicación. El libro se
abre entonces con la trascripción de las cartas que los editores envia-
ron a Hidalgo pidiendo su autorización, en las cuales se subraya esta
demanda del público: “Lo que el público necesita es precisamente
conocer la opinión de hombres tan imparciales como usted sobre
cuanto allí ocurre y la manera como allí se vive”.6 Y efectivamente, Un
notario español en Rusia se publica en 1929, se agota rápidamente y
en 1931 se publica su cuarta edición. Además, se tradujo al portugués
y al francés; la edición francesa apareció en 1931 con un prólogo de
Henri Barbusse.
Es a partir de 1921, y durante la primera mitad de la década del trein-
ta, cuando “se ponen de moda” los viajes a la Unión Soviética, realiza-
dos por escritores, intelectuales, periodistas o, como sucede durante la
primera etapa de la Revolución rusa, por militantes socialistas y anar-
quistas. Los motivos de los viajes son numerosos: en algunos casos, se
viaja por curiosidad intelectual y política sobre lo que está pasando en
Rusia; en otros, invitados por la Unión Soviética; algunos viajan para
participar de algún congreso; otros, para realizar alguna misión política.
Durante la primera etapa de la revolución —hasta la muerte de Lenin,
en enero de 1924—, muchos de los viajeros que arriban a la Unión
Soviética, sobre todo en 1920, son socialistas y anarquistas que viajan
para participar del Segundo Congreso de la Internacional Socialista
(desarrollado entre el 19 de julio y el 7 de agosto de 1920) y para ver
de cerca qué sucedía en la Unión Soviética antes de aceptar las veintiún
condiciones que exigía la Tercera Internacional Comunista para ser
incorporados. También viajan los periodistas enviados por algún diario,
o profesionales interesados en las nuevas prácticas de la Rusia Soviética
(médicos como el rosarino Lelio Zeno que viaja con Castelnuovo en
1931, abogados como el español Diego Hidalgo que lo hace en 1929).
Estos viajes de intelectuales, escritores o periodistas difieren de los
que realizan los militantes y los dirigentes comunistas cumpliendo
misiones del Partido. Y difieren por varios motivos: en primer lugar,
porque muchas veces los dirigentes comunistas viajan clandestina-
mente; en segundo lugar, porque son viajes que rara vez se traducen
en relatos públicos.7 Por ejemplo, son pocos los relatos escritos por
dirigentes comunistas argentinos —Rodolfo Ghioldi y José Penelón

[ 84 ]
6 Diego Hidalgo, Un notario español en Rusia, Madrid, Alianza, 1985.
7 Fernando Claudín, “Prólogo” a Diego Hidalgo, Un notario español en Rusia, Madrid,
Alianza, 1985.
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son las excepciones— si se tiene en cuenta que los comunistas argen-


tinos viajaban periódicamente a la Unión Soviética, sobre todo a partir
de 1924 cuando, después de la muerte de Lenin y más precisamente a
partir del V Congreso de la Internacional Comunista, en junio de 1924,
se produce el proceso de bolchevización de los partidos comunistas
de todo el mundo. Tanto fue así que, después de la expulsión de José
Penelón del Partido Comunista Argentino, los penelonistas denuncia-
ban que los partidarios de Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi habí-
an convertido el local de Estados Unidos 1525 —donde funcionaba el
Comité Central del Partido Comunista— “en una agencia para el envío
de delegados a Moscú”, y sostenían que la adhesión de los militantes
tenía una sola causa: “El gran gancho: los viajes a Moscú”.8
La discreción de los dirigentes contrasta con la de los intelectuales
y escritores argentinos que viajaron a la Unión Soviética, quienes, no
sólo conocieron y vivieron la experiencia revolucionaria, sino que
también dejaron el testimonio de esa experiencia en un relato del
viaje. Porque los que viajaron y pusieron su relato por escrito fueron
principalmente los “compañeros de viaje” o “compañeros de ruta”,
como se denominó, durante varias décadas, a los simpatizantes de la
Unión Soviética que no tenían un vínculo formal con el Partido
Comunista. Salvo en contados casos, fueron precisamente esos “com-
pañeros de viaje” quienes pusieron en palabras el relato del viaje. No
obstante, no todos los intelectuales de izquierda que viajan lo hacen
con la misma disposición; Paul Hollander describe, en este sentido,
dos figuras: la del peregrino político que, como el término lo indica,
“se consagra de una manera fervorosa y consciente a los valores polí-
ticos que supone encarnados en el país que visita”, y la del turista polí-
tico, que se caracterizaría por adherir a los principios ideológicos del
sistema del país al que arriba, pero que está menos politizado y no
siempre es un intelectual.9
La mayoría de los viajeros argentinos de izquierda viajaron como
cronistas, y esto fue así, entre otros motivos, porque ya no se trataba
r o j o

—en términos de David Viñas— del viaje estético y consumidor de los


O c t u b r e

escritores de la elite para quienes el viaje a Europa funcionaba como


señal de prominencia social dentro del estatus literario,10 sino de inte-

8 Adelante!, 6 de setiembre de 1928 (citado en Otto Vargas, El marxismo y la revolución


argentina, tomo II, Buenos Aires, Agora, 1999)
9 Paul Hollander, Los Peregrinos de La Habana, Madrid, Playor, 1987 [traducción de [ 85 ]
Ramón Solá].
10 David Viñas, Literatura argentina y política; De Lugones a Walsh, Buenos Aires,
Sudamericana, 1996.
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lectuales y escritores que accedieron al viaje en su calidad de periodis-


tas: “Leer y viajar —cuenta Raúl González Tuñón— fueron las dos
grandes escuelas de mi vida. Viajar se lo debo, en gran parte, al perio-
dismo. Y así fue que conocí el mundo”.
El viaje a la Unión Soviética inaugura, en primer lugar, una nueva
forma de viajar porque a través del viaje se “realiza un modelo”: como
caracteriza Mario Laserna, desde la revolución rusa, el intelectual, el
cronista, el político de izquierda viajan para conocer una realidad con-
creta que es importante no sólo por lo que constituye en sí misma,
sino porque representa la materialización de una teoría general que se
piensa transmisible y trasladable a otros espacios, a otras naciones, a
otras culturas. De este modo, el viaje a la revolución convierte al via-
jero en espectador de un experimento que se ha cumplido y que, por
lo tanto, convierte a esa sociedad en objeto de un conocimiento racio-
nal, un conocimiento “que permite no sólo entenderla o conocerla en
sí misma, sino también planearla, controlarla, predecir su comporta-
miento, explicar las condiciones de su origen, su estado actual y su
desarrollo pasado y futuro”.11
Para los escritores, periodistas, intelectuales que viajaron a Rusia,
el modelo tenía un atractivo especial: se trataba de una sociedad
donde los escritores, poetas, ensayistas ocupaban posiciones de
poder; más que críticos o soñadores, los intelectuales eran los que
estaban haciendo la historia. Por lo tanto, con la revolución desapare-
ce el abismo que suele separar a los intelectuales del pueblo: para
Alfredo Varela —que viaja a finales de 1928 y publica Un periodista
argentino en la Unión Soviética, en 1950— con la destrucción del
capitalismo, el arte está al servicio de los trabajadores: “Como los inte-
reses de esta sociedad son los mismos que los del artista y los objeti-
vos del socialismo coinciden con sus sueños más audaces, ahora es
realmente independiente. Aun más: por primera vez en la historia ha
conquistado la libertad”.12 En este sentido, Aníbal Ponce, después de
asistir a una representación de Las almas muertas, de Nicolás Gogol,
en la que descubre que “jamás un escritor o un artista, en ningún país
de la tierra, ha tenido a su lado un público más alerta y comprensivo”,
considera que el lugar que la sociedad rusa le otorga a la cultura resuel-
ve los conflictos entre las armas y las letras, el mundo del trabajo y el
mundo de la cultura:

[ 86 ]
11 Mario Laserna, “Formas de viajar a la URSS”, en Razón y Fábula, Bogotá, n° 4, noviem-
bre-diciembre de 1967.
12 Alfredo Varela, Un periodista argentino en la Unión Soviética, Buenos Aires, Viento, 1950.
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El mismo obrero que trabaja por la mañana en la granja o las usinas,


asiste por la tarde al club o los museos, frecuenta por la noche el
teatro o los conciertos. Ediciones fabulosas de los mejores libros
publicados dentro y fuera del país se agotan en pocos días, y mien-
tras en el resto del mundo se acumulan los obstáculos para impe-
dir a las masas el ingreso a las escuelas, la Nueva Rusia desparrama
a manos llenas el tesoro de la cultura, alienta la más mínima inquie-
tud renovadora.13

La armonía que existe entre intelectuales y pueblo se reproduce en


todos los niveles de la organización social y cultural. Recién llegado a
la Unión Soviética, en 1957, y apenas desciende del avión, Bernardo
Kordon interpreta el “contraste de poderío técnico y sencillez huma-
na” del aeropuerto de Moscú como símbolo de “el poderío soviético y
la sencillez rusa”.14 Alfredo Varela la descubre después de visitar una
fábrica rusa en 1949, donde asiste a las clases de las escuelas técnicas
y los centros de enseñanza; en ese entonces, sostiene que en la Unión
Soviética “va desapareciendo la frontera entre el trabajo intelectual y el
manual”, así como se disipan las diferencias culturales entre el campo
y la ciudad: “los muchachos y las muchachas conocen desde chicos los
tractores, camiones y máquinas combinadas. A veces los engrasan, los
arreglan y también los manejan. Poco a poco, las fronteras entre la ciu-
dad y el campo se van borrando. Y por lo tanto, también se diluyen las
diferencias entre la juventud urbana y la campesina”. La organización
soviética del trabajo conduce al bienestar individual y al de la comuni-
dad porque “el egoísmo ya no tiene razón de ser, porque el interés per-
sonal no choca, sino que se confunde, con el colectivo”.
A su vez, el viaje a Rusia inaugura también un nuevo modo de
narrar la experiencia del viaje. Si bien se inscribe en las propias tradi-
ciones culturales nacionales, el relato del viaje de izquierda se interna-
cionaliza. En este sentido, se convierte en un texto siempre tensiona-
do entre una estructura narrativa que se reitera de viajero en viajero,
r o j o

sea cual sea el país del que provenga, y las modulaciones propias de la
lengua en la cual se enuncia; entre el escenario internacionalizado que
O c t u b r e

se describe y las diferentes realidades nacionales de las que se provie-


ne. Por su misma internacionalización, los relatos de los argentinos no
difieren demasiado de los textos de los viajeros de izquierda proceden-

[ 87 ]
13 Aníbal Ponce, “Visita al hombre futuro”, en Obras Completas, Buenos Aires, Cartago,
1974; tomo 4.
14 Bernardo Kordon, 600 millones y uno, (1958) Buenos Aires, Leviatán, 1940.
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tes de otros países y culturas, con quienes comparten los mismos tópi-
cos, parecidas experiencias, similares representaciones.
En primer lugar, la narración del cruce de la frontera constituye el
capítulo fundacional del relato del viaje. Los viajeros expresan sus
temores antes de enfrentarse a la aduana; dan cuenta de las habladurí-
as que escuchan antes de cruzar la frontera: “se le llena la cabeza de
tantas tonterías al viajero por el camino —dice Castelnuovo—, que al
penetrar en territorio soviético, se pone uno a temblar como una rata.
Se prepara materialmente para entrar en la morgue”; enumeran la can-
tidad de papeles que tuvieron que conseguir para estar en regla: “no
cualquiera puede visitar la Unión Soviética —explica Alfredo Varela—
, las puertas no están abiertas al turismo. Los diplomáticos y periodis-
tas extranjeros no pueden moverse a su arbitrio dentro del país”.
Para el periodista de Crítica, León Rudnitzky, las cosas no fueron
fáciles a finales de 1927: apenas el tren en el que viajaba pisa suelo
ruso, “súbitamente se apagan las luces y quedamos envueltos en espe-
sas tinieblas”; ya en la aduana, donde “la inquisición sobrepasa todo lo
imaginado”, le revisan el equipaje, le abren las cartas de recomenda-
ción, es interrogado por el jefe y finalmente, pierde el tren, debiéndo-
se quedar en la desierta estación hasta la mañana siguiente.15 Para
Castelnuovo, las cosas no fueron tan difíciles; después de la revisación
de su equipaje y de un breve interrogatorio, el ingreso se complica
cuando descubren en su valija el mate, la bombilla y la yerba, por los
que fue sometido a un “tribunal de guerra atrás del mostrador”.
En este sentido, Mary Louise Pratt sostiene que las escenas de arri-
bo son una convención en toda la literatura de viajes porque enmar-
can las relaciones de contacto y fijan los términos de su representa-
ción.16 En la Unión Soviética, el cruce de la frontera es literalmente un
rito de pasaje entre dos mundos y dos tiempos; cruzar la frontera es
enfrentarse con lo radicalmente diferente: “la gente del otro mundo
—dice Castelnuovo en su primer encuentro con los rusos—, aunque
rara, barbuda, melenuda, bigotuda, tocada con gorras de astracán o
embutida adentro de un capote largo y talar, ceñido por una correa y
acogotado de rulitos, parece, no obstante, extremadamente cordial y
mansa”. Para el dirigente comunista Rodolfo Ghioldi, en cambio, la
diferencia es ideológica: a bordo de una nave, y aun antes de pisar

15 León Rudnitzky, “Rusia: la verdad de la situación actual del Soviet”, en Crítica, 19 de


[ 88 ]
mayo de 1928.
16 Mary Louise Pratt, Ojos imperiales. Literatura de viaje y transculturación, Bernal,
Universidad de Quilmes, 1997 [traducción de Ofelia Castillo].
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suelo soviético, exclama: “el pequeño vapor rompía —¡era hora!—


con el pesado y maloliente ambiente de las grandes ciudades, donde
leer públicamente un diario comunista es delito y donde, para poder
entrevistarse con algún camarada, es necesario rodearse de todas las
precauciones a fin de evitar el espionaje o la celada policial. El último
trozo de viaje por mar nos permitía de nuevo respirar con relativa
seguridad. ¡Hasta cantamos La Internacional!”.17
No obstante, la pregunta que pareciera rondar la escritura del rela-
to de viajes es la de cómo transmitirle al lector una experiencia inédi-
ta. El recurso que prevalece es el de comparar aquello que el narrador
ya sabía sobre Rusia por haberlo leído en novelas, en otros libros de
viajeros o en crónicas periodísticas, con su propia experiencia. En la
constatación o la discusión con lo ya leído, los argentinos asumen lo
que Edward Said denomina una “actitud textual”,18 noción que hace
referencia a uno de los comportamientos que experimenta el viajero
cuando entra en contacto con algo relativamente desconocido: para
codificarlo y transmitirlo el viajero recurre tanto a las experiencias que
ya ha tenido y que pueden aproximarse a lo nuevo, como a lo que ya
ha leído sobre el tema:

De rato en rato, ahora, llueve. El cielo yace encapotado. Una garúa


menuda y fría se desprende constantemente sobre la tierra enchar-
cada. Las cúpulas de los palacios y las torres de las iglesias emergen
entre las brumas de la mañana como en los días más tristes y taci-
turnos que desfilan, sin cesar, a través de las páginas sombrías de
las novelas de Antón Chejov o de Saltikov Chedrín. Parece un día
de Los endemoniados.19

¿Quién no ha oído hablar de la Perspectiva Nevski, quién no la cono-


ce por los relatos de Tolstoi, Chejov, Gorki o los actuales escritores
soviéticos? El movimiento de la muchedumbre, que no cesa en la
r o j o

ciudad, parece hacerse más inquieto en esta hermosa avenida, jalo-


nada de antiguos palacios y nuevos edificios monumentales, de
O c t u b r e

grandes comercios del Estado, teatros y restaurantes.20

17 Rodolfo Ghioldi, “El Viaje – Carta desde Moscú”, en La Internacional, 15 de agosto de 1921.
18 Edward W. Said, Orientalismo, Madrid, Libertarias, 1990 [traducción de María Luisa
[ 89 ]
Fuentes].
19 Elías Castelnuovo, Yo vi...! en Rusia, op. cit.
20 Alfredo Varela, Un periodista argentino en la Unión Soviética, op. cit.
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No obstante compartir muchos de los rasgos que caracterizan a los


relatos de escritores, periodistas e intelectuales de todo el mundo, en
los relatos de los argentinos que viajan a Rusia ingresa como tema
recurrente el idioma, y lo hace de dos maneras. En primer lugar, como
el gran problema con el que se enfrentan a la hora de interactuar con
las sociedades que visitan. Los viajeros dependen de los intérpretes
para leer un diario, asistir a una obra teatral o, simplemente, comuni-
carse; de allí, que todos los discursos que se incorporan sean discur-
sos traducidos, aun cuando algunos viajeros intenten comprenderlos
ya sea por los gestos, o por el poco ruso que aprendieron antes de via-
jar, como es el de Castelnuovo: “Antes de partir, naturalmente, tomé
algunas providencias. La primera de ellas, consistió en aprender el
ruso. Me compré una gramática comparada y durante varios meses me
entregué a una acelerada gimnasia lingüística, llenando cuadernos y
más cuadernos de ejercicios de sintaxis y ortografía, sin descuidar
entretanto la prosodia que era el escollo más serio del adiestramien-
to”. Asumiendo una clásica posición de autodidacta, Castelnuovo
exhibe un saber recién adquirido que, si bien le facilita el contacto
con el pueblo ruso, al mismo tiempo se revela como una constante
fuente de malentendidos:

El ruso que yo hablo o que chapurreo me va resultando de lo más


contraproducente. O por lo menos, produce en Rusia, los más
raros efectos. El idioma posee unos matices tan complejos que a
menudo sí significa no y viceversa. (...) Salgo al corredor y comien-
zo a conversar con la gente. Vale decir: me decido a tomar parte en
la susodicha asamblea general. No lo hice antes por temor a que en
vez de hablar ruso, el ruso que aprendí gramaticalmente en la
Argentina, sin el auxilio de nadie, me saliera chichimeco o mataco
o un idioma cocoliche que no comprendiese nadie. Entender, lo
entiendo relativamente bien. Pero, se ve que al hablar lo asesino
magistralmente, pues con cada uno que entablo conversación, me
pregunta indefectiblemente si yo vengo de Oceanía.

Como el mismo Castelnuovo evoca en sus Memorias, el encarniza-


do esfuerzo que implicó el aprendizaje del ruso estuvo muy por deba-
jo del resulto previsto dado que Castelnuovo había aprendido el idio-

[ 90 ]
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ma con una gramática, sin conocer ni la pronunciación ni, sobre todo,


los niveles de lengua: “En vez de salirme un ruso culto como el que
había estudiado con la gramática comparada, me salía un ruso bastar-
do, de marinero que, afortunadamente, por ser de marinero, no podía
resultar del todo mal visto en el país del proletariado”. 21
De los intentos por comprender nacen muchas situaciones cómi-
cas o equívocas. En lo que dice comprender, el viajero expone, en
realidad, todo aquello que el viajero quiere creer, como sucede
cuando Ghioldi interpreta el discurso que un trabajador de los ferro-
carriles les dirige a los pasajeros cuando el tren en el que viajaba
llega a Rusia: “la mayoría de los que escuchábamos no entendíamos
sus palabras, pero la entonación de su voz era tan elocuente, que
comprendimos bien que en su cordial saludo de bienvenida nos pin-
taba los titánicos esfuerzos del proletariado ruso que, a pesar de
todos sus dolores y sufrimientos, continuaba con heroica serenidad
y firmeza su obra redentora”.
En segundo lugar, para quienes no provienen de la elite, como
Castelnuovo, Varela o el mismo Ghioldi, la reflexión sobre el idioma,
particularmente el ruso, anula las distancias culturales que los sepa-
raban de quienes podían leer en francés o en inglés, por haber sido
educados por institutrices extranjeras o en colegios europeos. Para
Castelnuovo, el ruso es decididamente “el idioma del porvenir”;
para Varela, reformula la noción misma de capital simbólico: “antes,
para estar al día con los adelantos científicos o artísticos, era nece-
sario conocer francés, inglés, alemán. Ahora —y cada día más— se
hace indispensable para todo hombre verdaderamente culto el
conocer el idioma ruso”.
Para terminar. Muchos historiadores se han preguntado cómo fue
posible que intelectuales, inteligentes y críticos, hayan encontrado a
estas sociedades tan perfectas y hayan ignorado, no sólo sus defectos
sino, y sobre todo, sus políticas represivas o escenas de opresión que,
excepcionalmente, fueron percibidas por el André Gide decepciona-
r o j o

do que publicó la narración de su viaje en 1936.22 Obviamente yo no


O c t u b r e

podría dar una respuesta, aunque podría enunciar dos hipótesis.


La primera es, en realidad, una pregunta: quienes viajaron a la
Unión Soviética, ¿no vieron o no pudieron contar lo que vieron? Si se
toma el caso de Elías Castelnuovo, pareciera que, al menos en el caso

[ 91 ]
21 Elías Castelnuovo, Memorias, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1974.
22 André Gide, Regreso de la URSS, Buenos Aires, Sur, 1936 [traducción de Rubén Darío
(hijo)].
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argentino, las presiones del partido sobre qué se escribe y cómo, eran
muy grandes.23 Porque Castelnuovo, aun siendo el director de la revis-
ta comunista Actualidad, es fuertemente criticado por su libro Yo
vi…! en Rusia (Impresiones de un viaje a través de la tierra de los
trabajadores), publicado por la editorial de la revista en 1932; la
recepción del libro, constituye un punto de quiebre en la relación de
Castelnuovo con sus compañeros de ruta de la redacción de la revista;
este quiebre produce el alejamiento de Castelnuovo de la revista que
él mismo había ayudado a fundar y su posterior autocrítica.
No obstante, Castelnuovo se reincorpora a la redacción de
Actualidad a mediados de 1934 y escribe una segunda parte de su
relato del viaje, publicado bajo el título Rusia soviética (apuntes de
un viajero), en 1933, que se limita a ser un elogio, por momentos des-
mesurado, del plan quinquenal soviético. Se trata de una escritura
“normalizada” que ha sido disciplinada por las lecturas recibidas; una
escritura en la que la pluma del escritor claudica frente a la misión de
publicitar las maravillas del sistema soviético.
Si esta es una hipótesis sobre por qué los viajeros escribieron lo
que escribieron, la segunda, en cambio, sostiene que, en el caso de
otros intelectuales argentinos, no se trató de viajar para conocer sino
que, por el contrario, el viaje hacia la revolución contribuyó a ratificar
un imaginario que era previo, a constatar el funcionamiento de un
modelo de sociedad que el mismo viaje delineó más entusiastamente
porque se convirtió en la comprobación experimental de su existen-
cia. Llegar a la Unión Soviética —como más tarde también lo fue lle-
gar a China o a Cuba— implicó vivir —y ser parte— de la utopía revo-
lucionaria. Y en las utopías, lo sabemos, no hay lugar para los conflic-
tos sino, como sostiene Isaiah Berlin (“Dos conceptos de libertad”), la
convicción de que todos los valores positivos en los que han creído
los hombres son compatibles y se implican unos a otros.24
Aníbal Ponce, por ejemplo, que arriba a Moscú en febrero de 1935,
viaja para constatar aquello que ya sabe: que Rusia es la concreción de
una utopía, que Rusia es la tierra del hombre futuro. Ponce no mira la
realidad soviética sino que constata la puesta en funcionamiento de
un modelo teórico. Como señala Héctor P. Agosti, el viaje a Rusia “le

23 Desarrollé este tema en “Son cuentos chinos. La recepción del relato del viaje de Elías
Castelnuovo al país de los soviets”, en Gloria Chicote y Miguel Dalmaroni (editores), El ven-
[ 92 ] daval de lo nuevo. Literatura y cultura en la Argentina moderna entre España y
América Latina, 1880-1930, Rosario, Beatriz Viterbo, 2008.
24 Isaiah Berlin, “Dos conceptos de libertad”, en Cuatro ensayos sobre la libertad, Madrid,
Alianza, 1998 [traducción de Belén Urrutia; Julio Rayón; Natalia Rodríguez Salmones].
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completó esa visión teórica. Fue para él como una comprobación


experimental”.25 Se trata de arribar a la tierra deseada para encontrar
aquello que se estaba buscando. Al igual que Castelnuovo, después de
cruzar la frontera que separa Rusia de Polonia, es atravesado por “la
impresión de vivir en otro mundo, de respirar en otro ambiente, de
pisar sobre otra tierra”; pero a diferencia de Castelnuovo, que descri-
be su primer encuentro con los rusos como el encuentro con “lo
otro”, para Ponce, el ingreso a Rusia es “aproximarse al futuro”, por-
que allí viven hombres y mujeres que ya están viviendo en una tempo-
ralidad diferente de la suya: son los hombres y las mujeres del futuro.
La Revolución rusa confirma, para Ponce, la realización de la uto-
pía porque el hombre soviético “introduce su voluntad en lo que pare-
cía inaccesible; cambia el curso de los ríos, renueva el alma de las vie-
jas tribus, transforma a su antojo la flora y la fauna”, y todo ello “de
acuerdo a un plan minuciosamente elaborado” por sabios ante cuyo
empuje creador han cedido ya las viejas nociones de la biología, la
etnografía o la geografía física. El encuentro con la utopía realizada es
predominante en el relato de Ponce, porque Ponce no mira la reali-
dad soviética sino que constata la puesta en funcionamiento de un
modelo teórico: como señala Oscar Terán, el viaje a Rusia contribuyó
a delinear más entusiastamente su visión teórica porque fue la com-
probación experimental de sus principios.26 La certeza es tal que
Ponce no necesita recorrer Moscú para afirmar, como lo hace cuando
atraviesa el arco de Negoroloiev, donde figuran las palabras que invi-
tan a la unión de los obreros de todo el mundo, que “la utopía enor-
me, que parecía destinada a flotar entre las nubes, tiene ya en los
hechos su confirmación terminante”.
r o j o
O c t u b r e

[ 93 ]
25 Héctor P. Agosti, Aníbal Ponce. Memoria y presencia, Buenos Aires, Cartago, 1974.
26 Oscar Terán, Aníbal Ponce: ¿el marxismo sin nación?, México, Cuadernos de Pasado y
Presente, 1983.
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La Revolución rusa:
algunas recepciones en la Argentina

Roberto Pittaluga*
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* Roberto Pittaluga es Profesor de Historia por la Facultad de Filosofía y Letras


(UBA) y se desempeña como docente en la misma casa de estudios. Es coautor del
libro Memorias en montaje: escrituras de la militancia y pensamientos sobre
la historia (2007). Actualmente escribe su tesis doctoral sobre el impacto de la
Revolución rusa en Argentina.

[ 96 ]
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La Revolución rusa tuvo una considerable influencia en la sociedad


argentina, no sólo entre las formaciones militantes de la izquierda y el
movimiento obrero sino también en un variado arco de la intelectuali-
dad y la política de nuestro país. En esa particular coyuntura de la pri-
mera posguerra, su influjo se manifestó hondamente en la inspiración
de nuevos problemas y orientaciones, en la promoción de diversos y
ácidos debates. Objeto de atención de numerosas miradas, sus diferen-
tes apreciaciones eran de todos modos coincidentes en un punto: su
significación mayor para el nuevo rumbo histórico que, se creía, con
ella se había abierto.
Esa influencia de la Revolución rusa se desplegó y en cierta medi-
da fue potenciada por un contexto político y socioeconómico en el
que convergieron diferentes pero entrelazados procesos que multipli-
caron las viejas tensiones y crearon otras nuevas en el conjunto social.
Entre estas tensiones cabe señalar los signos de agotamiento —para el
largo plazo— del modelo de crecimiento económico, la democratiza-
ción de la política, una conflictividad social en ascenso y diversas
manifestaciones de malestar cultural, expresiones de la emergencia de
r o j o

un nuevo clima de ideas y anhelos colectivos. Mientras este nuevo


O c t u b r e

marco se constituía como el campo desde el cual se elaboraban las


interpretaciones, juicios, adhesiones y rechazos de la experiencia
soviética, a la inversa, la propia revolución actuaba sobre las percep-
ciones del mismo contexto argentino. Todo el proceso revolucionario

[ 97 ]
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debe ponerse en diálogo con el contexto, que podríamos llamar el


contexto de reconocimiento. Es decir, desde qué lugares, desde qué
tradiciones políticas, intelectuales y simbólicas, pero también desde
qué situación política, económica y social se leen los acontecimientos.
Entre los sectores obreros y populares, especialmente en sus for-
maciones políticas, sociales y culturales, se producen tensiones y alte-
raciones en las representaciones que se habían construido sobre el
cambio social, sobre sus características y posibilidades efectivas, sobre
las relaciones entre presente y futuro, etc. La experiencia soviética,
leída preponderantemente en relación con la perspectiva que abrie-
ron los bolcheviques, se constituyó en un desafío para el movimiento
obrero, para los grupos y partidos de izquierda y para no pocos inte-
lectuales identificados con la transformación social.
Podría decirse que la Revolución rusa instaló una cuestión decisi-
va: le otorgó un lugar a la revolución. Y lo hace al menos en dos sen-
tidos. Por un lado, implicó un corte del tiempo histórico: la revolución
ya no era un lugar futuro sino uno presente, contemporáneo. El corte
podía ser también, aunque no necesariamente, una ruptura de la tem-
poralidad lineal, porque a partir de ella existían un antes y un después
en cierta forma inconmensurables, exigiendo el inicio de un nuevo
calendario, la consagración de un nuevo origen. El futuro tantas veces
convocado se había constituido en un acontecimiento presente; ya no
importaba si se lo creía más o menos cercano, o incluso como algo
más o menos inevitable, porque lo que aparecía era el corte con el
pasado y la contemporaneidad de la era revolucionaria, un nuevo ini-
cio. En este sentido, la Revolución, en su momento de triunfo, aun
cuando éste quede circunscrito a Rusia, dejó de ser una potencialidad
subyacente al conflicto social, para convertirse en una realidad dotada
de autonomía; como dijo Toni Negri, su irrupción abierta fue el auto-
rreconocimiento de la clase obrera como elemento independiente; el
nuevo poder soviético devino punto de referencia y el socialismo pasó
de la utopía a la realidad. Paralelamente, esa ruptura temporal y este
otorgamiento de un lugar implicaban el recorte de un espacio políti-
co. Pero esto imponía inmediatamente otra pregunta, que cobraría
vigor a medida que pasaran los años: Si la utopía finalmente había
tomado lugar: ¿Hasta dónde la Rusia de los soviets resultaba eu-topía?
¿Hasta dónde era el mejor lugar?

[ 98 ]
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Lecturas anarquistas

En 1924 en el suplemento semanal de La Protesta, Diego Abad de


Santillán, una de las figuras más prominentes del anarquismo en el Río
de la Plata escribía:

Hubo momentos en el agitado periodo de 1918 a 1921 en que real-


mente la revolución llamaba a nuestras puertas y nos hacía sentir el
júbilo de la hora suprema de todas las reivindicaciones. Una ola
internacional de entusiasmo solidario conmovió a los esclavos
modernos y les llamó a la conquista del porvenir. Se vivieron en
esos años horas inolvidables y el despertar de los pueblos brindó
un espectáculo grandioso y conmovedor. Por fin se descubría a
nuestras miradas ansiosas la tierra prometida. Surgió una Rusia pre-
miada de promesas de libertad de entre los escombros del zarismo,
y por todas partes caían en ruinas los viejos sistemas carcomidos
por la ola de fuego de la revolución. Sólo fue un despertar pasivo
de las masas de esclavos, una ráfaga extraña. Aparecieron los rayos
de una aurora nueva y Prometeo levantó la frente pero no supo
romper sus ligaduras.

Este contraste en la intervención de Santillán da cuenta tanto del


entusiasmo inicial como de la decepción final, por lo menos en la opi-
nión de este pensador del anarquismo local.1 El acontecimiento revo-
lucionario conmovió los imaginarios y las formulaciones previas: inter-
pretar la Revolución rusa era también interrogarse sobre los mismos
presupuestos teóricos y políticos de las prácticas locales, sobre su
plasmación en representaciones e imágenes y aun sobre la conforma-
ción de determinadas identidades. La Revolución rusa se constituyó
entonces como un desafío a la vez teórico y político que obligó a refor-
mulaciones, a nuevas afirmaciones o, al menos, a nuevos fundamentos
para viejas conductas e identidades.
r o j o
O c t u b r e

[ 99 ]
1 Para un tratamiento más extenso de las lecturas anarquistas, cfr. Roberto Pittaluga, “La
recepción de la revolución rusa en el anarquismo argentino”, tesis de licenciatura, FFyL -
UBA, 2000.
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Las primeras recepciones

Se puede detectar un primer movimiento en el anarquismo local, en


el periodo que va de 1917 a 1919. En este primer movimiento un com-
ponente romántico, utópico y restaurador a la vez, propio del anarquis-
mo, al decir de Michael Löwy, imprimió su sesgo en las primeras recep-
ciones de la Revolución rusa entre las filas libertarias, que tendieron a
destacar lo que pensaban eran esos atributos de la gesta rusa.
Ubicarla como momento culminante de un multisecular proceso
de lucha por la emancipación, que entre sus jalones previos podía
contar a la Revolución Francesa como a la comuna parisina, era un
procedimiento destinado tanto a contar con un acervo conceptual e
histórico para la interpretación del que ahora tenía lugar como, al
mismo tiempo, instituir una genealogía de un movimiento de emanci-
pación universal: en ese movimiento, la Revolución rusa era el inicio
del (re)encuentro con una naturaleza humana perdida cuyos rasgos
más eminentes eran la libertad y la igualdad.2
Este carácter redentor la convertía en un nudo de la Historia, e
imponía una reconsideración del pasado y del futuro. Para quienes,
como el grupo editor de La Protesta, explicaban que la Revolución
rusa era “...el aplastamiento total del régimen estatal por el gobierno de
sí mismo”, y que el final del largo camino estaba ya al alcance de los
pueblos, no había duda que el presente se constituía en bisagra clave
de la propia historia, fijando un antes y un después.3 De tal forma, leían
en la Revolución rusa una ruptura epocal: “Este mundo que nace será
edificado sobre los escombros del viejo mundo sin valerse de ningún
material usado para que su solidez sea bien cimentada”.4
La “tormenta revolucionaria”, el “incendio social” que recorría el
mundo, eran las figuras apocalípticas utilizadas; la revolución era una
irrupción en la historia, era “el Ideal en marcha”, una entidad autóno-
ma e independiente de los sujetos que la promovían, reproduciendo
ese acento trascendental propio del sentido moderno de revolución.5
Esta caracterización posibilitaba también puntos de fuga perspecti-
vistas hacia el pasado y hacia el futuro, habilitando una interpretación

2 Véanse varios artículos en este sentido en los números de La Protesta del 11/11/1917;
13/11/1917; 14/11/1917; 4/12/1917; 17/2/1918.
3 “La Revolución rusa y su influencia moral”, La Protesta, 17/2/1918, p. 2.
4 Santiago Locascio, Maximalismo y anarquismo, Buenos Aires, Atilio Moro, 1919, p. 46.
5 “El Ideal en marcha”, La Protesta, 17/2/1918, p. 2; véase también Tribuna Proletaria, nº
[ 100 ]
30, 31/8/1919, p. 1. La dimensión trascendental del concepto de revolución en la moderni-
dad es señalada por Reinhart Koselleck en Futuro Pasado. Para una semántica de los
tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.
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de los acontecimientos locales, tales como el aumento de la conflicti-


vidad social y la presencia de la clase obrera como sujeto de enverga-
dura en esta coyuntura, a través de la lente de la revolución mundial
ya iniciada. De tal forma, durante este primer momento (1917-1919),
a medias obnubilados por sus deseos y a medias por encontrar res-
puestas a desafíos de orden local, los principales voceros del anarquis-
mo se embarcaron en la exaltación de la Revolución rusa, incluso
tomando de ella aspectos difícilmente compatibles con el ideario ácra-
ta y con las imaginaciones libertarias preexistentes de la revolución, al
menos en sus formulaciones decimonónicas. La Revolución rusa actua-
ba como una nueva referencia histórica, y esta referencialidad corría el
riesgo de erigir el particular derrotero ruso en el modelo que los revo-
lucionarios de otras tierras debían emprender si querían triunfar.
El entusiasmo derivaba también de una visión que asignaba un des-
mesurado peso a la elite de los revolucionarios. Lecturas del “maxima-
lismo” (término con el que generalmente se designaba a los bolchevi-
ques) en clave vanguardista comenzaban a perfilar un modelo de revo-
lución en el cual la confianza en las virtualidades de la elite dirigente
opacaban todo rol autoemancipador de las masas, a la par que el pro-
ceso revolucionario era concebido según los criterios de una estrate-
gia de toma del poder, de encumbramiento de dichas elites para,
desde la cima, destruir lo viejo y construir el nuevo orden.6
En igual sentido, no resulta extraño que nociones que no formaban
parte del imaginario utópico y redentor preexistente del anarquismo,
como la “dictadura del proletariado”, fueran también rápidamente
incorporadas a la prédica ácrata como parte del legado de la
Revolución rusa:

[...]La dictadura del proletariado, primera consecuencia de la revo-


lución social, instrumento de progreso que emplean los pueblos
para destruir todos los anacronismos sociales y que servirá de base
r o j o

a una organización basada en el principio humano de la produc-


ción libre y el libre consumo.7
O c t u b r e

6 “La Revolución rusa y su influencia moral”, La Protesta, 17/2/1918, p. 2. Que las elites
más que las masas eran el sujeto de la revolución, puede verse en la obra utópica de Pierre
Quiroule, La ciudad anarquista americana. Obra de construcción revolucionaria con el
plan de la ciudad libertaria, en Gómez Tovar, Luís; Gutiérrez, Ramón y Vázquez, Silvia, [ 101 ]
Utopías Libertarias Americanas, vol. I, Madrid, Fundación Salvador Seguí / Ediciones
Tuero, 1991.
7 “De la Revolución. La Dictadura del Proletariado”, La Protesta, 5/3/1919, pp. 1 y 2.
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Este régimen era concebido en términos transicionales y su princi-


pal objetivo era la destrucción de la vieja sociedad.8 Pero además, no
era un producto exclusivo del itinerario revolucionario ruso, sino una
etapa necesaria e inevitable para toda revolución. Como razonaba
Emilio López Arango, dirigente asturiano afincado en Buenos Aires y
que era una de las principales voces del anarquismo local: “la dictadu-
ra constituye la esencia, el fundamento de todo gobierno y en el perí-
odo revolucionario, la dictadura es necesaria, ineludible para destruir
las fuerzas de la oposición y matar el espíritu conservador acomodati-
cio de la clase productora”.9 Nótese esta doble necesidad de la dicta-
dura: instrumento para enfrentar a la burguesía pero también a la apa-
tía de los mismos trabajadores.
Al ser el aniquilamiento de la sociedad prerrevolucionaria el elemen-
to distintivo de la dictadura obrera, López Arango podía despojar de
todo “sentido político” al gobierno soviético, presentándolo como una
estructura piramidal de gremios. Aducía que dicho sistema, al que deno-
mina “Estado-sindicato”, era la representación de “voluntades e intere-
ses concordantes” justamente por ser “una federación de sindicatos”
que representaba “a todos los trabajadores en su diversidad de ofi-
cios”.10 Que este reputado dirigente asturiano pudiera aglutinar en la
figura del “Estado-sindicato”, las ideas de la federación de asociaciones
libres con el Estado surgido de la revolución, que no atendiera a las dife-
rencias entre soviets y sindicatos, refleja con bastante nitidez la profun-
didad del atractivo que la insurrección rusa causó en las filas libertarias.
A su vez, pareciera que el objetivo de la intervención de López
Arango se despliega en dos vertientes: por un lado, debatir con la fran-
ja anarquista que a esa altura ya era crítica de la Revolución
Bolchevique, y sus dardos se dirigen, entonces, a los “antorchistas”, a
los que confronta invocando la realidad como campo de prueba y de
eventual rectificación de las ideas. Por otro lado, pretende evitar una
identificación entre la Revolución rusa y el recién formado Partido
Socialista Internacional (que luego cambiaría su denominación a
Partido Comunista, Sección Argentina de la III Internacional).
Estas primeras recepciones —que presento aquí muy resumidas—
distaban de construir una interpretación que sobrepasara aquellas

8 Emilio López Arango, “Características esenciales de la revolución rusa. Las teorías frente
a la realidad de los hechos”, en Nuevos Caminos, Publicación quincenal del Centro Cultural
y Artístico “Nuevos Caminos”, Avellaneda, nº 5, 20/9/1920, p. 7.
9 “El Sentido Histórico de la Revolución”, La Protesta, 9/12/1919, p. 1. Véase también el
[ 102 ]
citado artículo de La Protesta del 5/3/1919.
10 Emilio López Arango, “Características esenciales de la revolución rusa. Las teorías frente
a la realidad de los hechos”, op.cit., p. 8.
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nociones e imágenes de por sí imprecisas que caracterizaron las con-


cepciones e imaginaciones previas de la revolución social en el anar-
quismo local. Tampoco parecían preocuparse en demasía por cons-
truir un análisis coherente en sí mismo y con los principios anarquis-
tas, sino que el esfuerzo principal consistía en un ejercicio de cons-
trucción de sentido para los nuevos elementos que la realidad revolu-
cionaria aportaba al proceso histórico, de forma de integrarlos en lo ya
sabido sobre la revolución, como una ratificación en la historia de lo
dicho y hecho por el anarquismo. Pero si bien los enfoques vanguar-
distas y aún la aceptación en clave destructora de la dictadura del pro-
letariado podían conjugarse, no sin dificultades, con buena parte del
ideario ácrata, al mismo tiempo implicaba una puesta en entredicho a
sus imaginarios sobre la revolución.
En primer lugar, no era fácil componer una explicación de todos
aquellos aspectos cuya notoria continuidad desdibujaban el imaginario
mesiánico y apocalíptico de la revolución propio del anarquismo. Pues
si la revolución era conceptuada como un corte absoluto con el pasado,
sin elementos antiguos que pudieran subsistir en la sociedad revolucio-
naria (tal la idea anarquista de revolución), la dificultad estribaba en
explicar, entre otras cuestiones, la permanencia del Estado y de la polí-
tica, sin mencionar los antagonismos de clase, nacionalidad o género.
Junto con esas perduraciones emergían elementos tanto o más per-
turbadores: los problemas de la organización política, de la relación
entre vanguardia y movimiento de masas, del sujeto de la revolución
y aún del momento de la transición, todas cuestiones que el anarquis-
mo había sistemáticamente eludido, y que obligaban a una revisión del
propio credo.
Además, la Revolución rusa parecía constituir una intervención
que reconstruía la vieja dicotomía reforma / revolución a partir de la
adhesión incondicional o el rechazo frontal de la experiencia y el pro-
yecto bolchevique (situación que se profundiza con los famosos 21
puntos de la III Internacional), a la par que forzaba a una indagación
r o j o

de lo que se entendía por revolución social que superara las impreci-


O c t u b r e

siones políticas y teóricas tanto como remodelara las imaginaciones


sobre su acaecer y sobre el tránsito hacia la sociedad emancipada.
Estos desafíos que la revolución en Rusia imponía al pensamiento y
la práctica libertarios se expresarán en los ácidos debates y conflictos

[ 103 ]
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en las filas de la militancia anarquista a partir de 1919. Primero los


“antorchistas”, que editarán a partir de 1921 el periódico La Antorcha,
pero que en 1919 están publicando un periódico que se llama Tribuna
Proletaria; luego los “protestistas”, editores de La Protesta, virarán en
sus apreciaciones sobre la Revolución rusa, pasando de la bienvenida a
la demonización. De otro lado, un grupo anarquista estigmatizado por
sus adversarios como los “anarco-bolcheviques” seguirá referenciando
la experiencia soviética, aunque desde 1921 la mayor parte de sus inte-
grantes termine por abandonar sus filas.

Discusiones: bolchevizados y refractarios


a. Anarquistas bolchevizados

En primer lugar, me detendré brevemente en algunos aspectos de


las elaboraciones que hicieran los anarco-bolcheviques sobre la
Revolución rusa, quienes pretendieron “capitalizar” su impacto en dos
sentidos: extraer de ella lecciones para la práctica revolucionaria en la
Argentina, y al mismo tiempo reformular los principios y las prácticas
anarquistas. Sus escritos se caracterizaron por un marcado optimismo
y por una permanente invitación a la acción, a la par que declaraban
imperiosamente la necesidad de abocarse a un estudio más minucioso
de la realidad social y económica argentina. Voy a presentarles tan
sólo dos temas tal como los trataron los anarco-bolcheviques.
Este grupo de anarquistas no pretendía renegar de sus ideales para
abrazar el marxismo, sino que creía hallar en la Revolución rusa ele-
mentos capaces de enriquecer su propia tradición revolucionaria, los
cuales incluso venían a confirmar perspectivas que ellos habían
comenzado a proponer y desarrollar antes de 1917. Su apoyo a la
Revolución rusa nunca dejó de marcar cierta distancia: “...sin perder
de vista nuestro ideal [...] estamos en el deber de apoyar decididamen-
te, valientemente, sin peros y sin controversias, la acción revoluciona-
ria más intensa, más heroica y más sincera que hayan presenciado los
siglos, a cuyo calor se incuba la realización de nuestros ensueños de
igualdad económica y de libertad social”.11 No resignar los ideales del
anarquismo ante la realidad de la revolución sino saber de las discre-
pancias entre las aspiraciones y su hechura material; el problema era

[ 104 ]
11 Bandera Roja, nº 21, 21/4/1919, p. 1.
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sobre la actitud a adoptar ante un evento cuya densidad revoluciona-


ria no podía negarse pero que de todas formas no era la plena cristali-
zación de los sueños libertarios:

¿Cabe, entonces, ni siquiera plantear el problema de la diferencia


que pueda existir entre la tendencia que tiene la revolución inicia-
da en Rusia y nuestro ideal? No. Porque un libertario, por muy
poco que comprenda el ideal que sustenta, sabe perfectamente
que el comunismo que se está implantando en medio de dificulta-
des enormes, no está sino en su punto inicial, no ha dado en su evo-
lución más que unos cuantos pasos. Los “sabios” que insisten en la
manía de señalar diferencias que todo el mundo conoce, pierden
lastimosamente el tiempo y lo hacen perder a buenos compañeros,
que distraídos por discusiones académicas, no pueden dar a su
acción toda la energía que reclama el momento.12

La actitud del anarquismo, según los militantes de esta corriente,


debía ser el apoyo y la orientación del movimiento revolucionario, por-
que si el mismo no era plenamente libertario, podía llegar a serlo; para
que esto ocurriera, los militantes anarquistas debían estar con la revolu-
ción.13 Por otro lado, los anarco-bolcheviques acusaban a quienes
desentendiéndose de la suerte de Rusia, implícitamente facilitaban las
tareas represivas de la burguesía.14 Aún cuando la Revolución rusa no
fuera lo que los anarquistas soñaron, aún cuando en ella encontrara el
pensamiento libertario más de una cuestión que le decepcionara y hasta
le repugnara, la actitud de los revolucionarios ante ese formidable even-
to era atender a todos los condicionantes que no permitían su realiza-
ción plena como revolución anárquica —desde la particular situación
rusa hasta la guerra civil desencadenada por la reacción blanca, pasan-
do por el hecho de ser la primera experiencia revolucionaria triunfante
con una dirección revolucionaria que no era anarquista—; teniendo
todo esto presente, y justamente por ello, el apoyo no podía ser nega-
r o j o

do.15 La realidad de Rusia marcaba los límites de una revolución que no


O c t u b r e

12 Ibídem.
13 Bandera Roja, nº 29, 29/4/1919, p. 2.
14 Ibídem.
15 Debatiendo con los antorchistas, el principal dirigente de los anarco-bolcheviques, Enrique
García Thomas expresaba: “...Lo enunciamos así: ¿los anarquistas de la región argentina debe-
mos solidarizarnos con el primer ensayo de revolución social verdadera, o, por el contrario, [ 105 ]
lo hemos de repudiar por no ajustarse con toda estrictez a los cánones del doctrinarismo anar-
quista?”, en Tribuna Proletaria, nº 42, 14/9/1919: “La Dictadura del Proletariado. La actitud
anarquista ¿nos solidarizamos con los fines de la revolución rusa o los repudiamos?”, p. 2.
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era más que paso inicial, pero también señalaba, en tanto revolución
triunfante, las limitaciones y las necesidades de la propia tradición teó-
rica anarquista. Los anarco-bolcheviques pretendían conjugar su propia
herencia teórica con los nuevos elementos proporcionados por la
Revolución rusa. De la revolución triunfante era preciso extraer ense-
ñanzas. Pero, según estos militantes, ello suponía la elaboración de una
justificación del bolchevismo y de la dictadura del proletariado.
La explicación teórica y práctica del “maximalismo” y su relación
con el ideario anarquista era ensayada por los anarco-bolcheviques en
función de responder a las críticas que comenzaban a esbozarse respec-
to de los métodos bolcheviques y del itinerario de la Revolución rusa,
pero también porque el corpus teórico-práctico del anarquismo debía
ser renovado a la luz de la experiencia histórica. Implícitamente era ade-
más una operación que significaba una reformulación de la identidad
ácrata. Ya lo percibía así uno de sus principales voceros, Santiago
Locascio, cuando argumentaba, respecto de las contradicciones entre
“maximalismo” y anarquismo, que “...[e]ste choque aparente con las
teorías nuestras producirá seguramente trastornos entre los adeptos: Las
mentes sofísticas y teóricas, sin nociones de la realidad, nos gritarán que
somos los adaptados, los nuevos verdugos, quizás también los que abju-
ran del ideal”.16 La integración del bolchevismo y la apropiación de la
experiencia soviética pretendían ser logradas tanto por esa apelación a
la realidad verificada, como a la postulación de esa experiencia como
momento de un proceso de más largo alcance. Desde las páginas de
Bandera Roja afirmaban que al “...apoyar y propiciar la revolución rusa
no apoyamos y propiciamos el maximalismo. ¡No! El maximalismo es
circunstancial; la modalidad característica de un momento; el período
de transición...”.17 Esta limitada temporalidad del maximalismo (“el
maximalismo es transición”, afirma Locascio) intenta responder a las dis-
crepancias entre lo que sucedía en Rusia y los ideales anárquicos, dife-
rencias que el avance del proceso revolucionario en Europa parecía disi-
par, porque según estos anarquistas “...la revolución que en Rusia empe-
zó maximalista, en Alemania es espartaquista y en Hungría ya es la nues-
tra”.18 Ubicado como imperfecto momento inicial de una revolución
que avanzaba hacia su perfección libertaria, el maximalismo pretendía
así ser integrado a un corpus anarquista por ello mismo reformulado. La
revolución avanzaba por etapas hacia el anarquismo.

[ 106 ]
16 Locascio, op.cit., p. 39.
17 Bandera Roja, nº 29, 29/4/1919, p. 2.
18 Bandera Roja, nº 29, 29/4/1919, p. 2.
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Esta integración teórico-política del bolchevismo conllevaba una


decisión práctica; frente a una revolución que no era plenamente anár-
quica, la actitud de los libertarios debía ser la de darle orientación,
conducirla hacia la sociedad emancipada. Frente a los maximalistas,
“...lo inmediato es estar con ellos [...] luego, procurar que se
oriente[n] hacia un norte más bello; más humano y más justo”.19 Este
énfasis en la acción tendiente a orientar el proceso, construida como
oposición a la crítica doctrinaria que se desentiende de la marcha de
esa historia, guardaba estrecha relación con las conceptualizaciones
que elaboraron los anarco-bolcheviques como intento de síntesis
entre el legado y las proyecciones emancipatorias del anarquismo y las
“lecciones” prácticas de una realidad revolucionaria y revolucionada.
Sin embargo, a esta altura y frente a las críticas cada vez más fre-
cuentes que sostenían los antorchistas, la cuestión realmente a expli-
car era la paradójica situación de un grupo anarquista que, desde prin-
cipios antipolíticos y antiestatalistas, sostenía la pertinencia de la dic-
tadura del proletariado, es decir, la existencia de un Estado en la socie-
dad posrevolucionaria. Sobre este último punto se centraron los deba-
tes en el anarquismo entre mediados de 1919 y fines de 1921. En un
primer momento, la cuestión de la dictadura del proletariado fue
tomada acríticamente por el conjunto de los anarquistas, suscitando
además expectativas en torno a un régimen que, aparentemente, era
una alternativa a la democracia parlamentaria. Pero entre 1919 y 1921,
años cruciales para esta corriente anarco-bolchevique, sus principales
referentes siguieron justificando el régimen soviético ante las críticas
de la corriente antorchista, aunque sus posiciones fueron variando
paulatinamente frente a la realidad del gobierno soviético sin evitar,
de todos modos, que las crecientes disparidades en su seno finalizaran
en la fractura del grupo anarco-bolchevique luego de 1922-1923.
En los análisis de estos pensadores, la justificación histórica, políti-
ca y teórica de la “dictadura del proletariado” se desprendía de la nece-
sidad de derrotar la contrarrevolución y de sentar las bases para la
r o j o

sociedad futura, que no era otra cosa que abolir las distinciones socia-
O c t u b r e

les basadas en la propiedad privada. En un artículo publicado en


Tribuna Proletaria, en momentos en que el periódico anarco-bolche-
vique Bandera Roja estaba ya prohibido, García Thomas se defendía
de los ataques de los editores antorchistas a la revolución rusa, apelan-

[ 107 ]
19 Ibídem. En un sentido similar razonaba Luigi Fabbri en “La crisis del anarquismo”, op.cit.
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do primero al apoyo que le brindaban al régimen de los soviets los


anarquistas rusos,20 en particular Kropotkine, y en segundo lugar
argumentando la transitoriedad del régimen gubernamental ruso:

[La] dictadura del proletariado ...[es] un modo de lucha puramente


circunstancial, destinado a salvar el momento difícil para el desarro-
llo de la revolución”. [...] considerada como medida defensiva y tran-
sitoria, la dictadura proletaria nos parece una medida que en nada
afecta el doctrinarismo anarquista [...] el momento es el menos pro-
picio para buscarle defectos a ese gran ensayo comunista [...] Porque
nos resistimos a creer que [...] es preferible vegetar en la miseria pau-
pérrima del régimen capitalista [...] Llegaremos a la perfección anar-
quista mediante una serie de tanteos y fracasos. La revolución rusa es
el primer experimento en vastas proporciones [...] El canon doctri-
nario anarquista no corre riesgo alguno en la actual prueba revolu-
cionaria. Si tal riesgo se presentara, creemos que la capacidad de los
anarquistas rusos sería suficiente para sortearlo... 21

Esta era una opinión ya muy diferente de la que el mismo García


Thomas sostuviera sobre la Revolución rusa en las páginas de La
Rebelión, en 1918, cuando la caracterizaba como “una total revolución
de carácter anarquista”.22 Aún cuando el desplazamiento del carácter de
la revolución era evidente, siguió calificándola de “revolución social”,
porque continuaba en la creencia de la preeminencia del anarquismo y
el socialismo revolucionario en la dirección del proceso.23 Si los anarco-
bolcheviques, y también los protestistas, siguieron sosteniendo en este
segundo momento (1919-1921) la necesidad histórica de la dictadura del
proletariado en tanto fase transitoria e ineludible de todo proceso revo-

20 En realidad García Thomas se basa, curiosamente, en la falta de noticias respecto de la


posición de los anarquistas rusos: “...que si no hemos recibido noticia de la oposición del
vigoroso movimiento ruso [se refiere al movimiento libertario; RP] a la revolución es por-
que tal oposición no existe...”, “La Dictadura del Proletariado...”, Tribuna Proletaria, nº 42,
14/9/1919, p. 2.
21 “La Dictadura del Proletariado (segunda parte)”, Tribuna Proletaria, nº 43, 16/9/1919,
p. 2.
22 La Rebelión, nº 44, 22/2/1918, p. 2. Este decenario se editaba, para esta fecha, en
Campana, y era producto de la fusión entre el grupo rosarino que publicaba un periódico
del mismo nombre y el periódico Voces Proletarias, que en Campana editaba la agrupación
“Mijaíl Bakunin”. Ver Andreas Doeswijk, “Camaleones y cristalizados: los anarco-bolchevi-
ques rioplatenses, 1917-1930”, Tesis de Doctorado, Universidad de Campinas, 1998.
23 Decía García Thomas: “Es público y notorio que Pedro Kropotkine —una de las colum-
[ 108 ]
nas más fuertes del anarquismo— trabaja en perfecto acuerdo con los soviets”; y agregaba
que otros anarquistas ocupaban importantes funciones encomendadas por los soviets. “La
Dictadura del Proletariado...”, Tribuna Proletaria, nº 42, 14/9/1919, p. 2.
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lucionario, su permanencia requería de nuevos soportes teórico-políti-


cos. Aun así hay un cambio en la caracterización del gobierno ruso y los
anarco-bolcheviques toman mayor distancia respecto del mismo, sin
dejar por ello de mostrar sus simpatías con la revolución.
Frente a las críticas, reclamaban realismo. Contraponer la realidad
revolucionaria a las ideas que previamente se formaron de cómo esa
revolución debía ser, constituía, según los anarco-bolcheviques, un
camino inconducente, que sólo llevaba a la inacción. Pero si esa reali-
dad mostraba el proceso revolucionario tal cual era, entonces resulta-
ba vital explicar el momento de la dictadura de clase ya no como una
peculiaridad rusa sino como una resultante necesaria de todo proceso
de transformación social, destinado a vencer enormes obstáculos y
por ello precisado de dotarse de los instrumentos adecuados. Uno de
los argumentos justificaba la dictadura proletaria en tanto defensa
frente a la contrarrevolución armada de los ejércitos blancos financia-
dos por las potencias occidentales y frente a una burguesía resistente.
Pero paralelamente también se argumentaba que era la enorme mayo-
ría de la población, de los explotados y oprimidos, la que se expresa-
ba en la dictadura proletaria:

...la clase afectada [dominada y explotada], debe imponer su domi-


nio sobre el dominio ficticio de los actuales dominadores y reducir-
los a la impotencia para después volverlos miembros iguales de los
otros miembros de la sociedad. Esta imposición se llama
Maximalismo, estado transitorio entre el mundo viejo y el mundo
nuevo, imposición que nace de la fuerza real de la sociedad, pues
es la imposición de la mayoría efectiva...24

La necesidad de este momento de la ley, de la violencia, provenía


del hecho de que el cambio social “desgraciadamente... no se produ-
cirá ni uniforme ni pacífico. Hay muchas resistencias. Se imponen eta-
pas fatigosas, sensibles desgarramientos”.25 Al mismo tiempo su tran-
r o j o

sitoriedad residiría en la misma definición teórico-práctica que hace


O c t u b r e

de esa situación una dictadura revolucionaria: al ser sus objetivos la


abolición del privilegio basado en las inequidades sociales y la extin-
ción de la minoría explotadora y dominante, como también la configu-

24 Santiago Locascio, op. cit., p. 33.


25 Ibídem, p. 51. Unas páginas antes afirmaba que “...es una ley dictada por necesidad
[ 109 ]
colectiva, es una ley impuesta por los más que son los productores contra los menos que
han sido los amos [...] Lo que el amor y la persuasión aún no han podido alcanzar, lo hará
la ley que es violencia, que es disciplina, que es dureza” (p. 46-47).
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ración de nuevas y fraternas formas de relación entre las personas,


cuando “esos menos hayan desaparecido como peligro social, cuando
los más se hayan solidarizado intensivamente, entonces desaparecerá
la ley, con ella la violencia y la dictadura”.26
Sin embargo, los argumentos parecen no haber sido suficientes, por
lo que los anarco-bolcheviques procuraron establecer con más preci-
sión el carácter del Estado revolucionario soviético. Santiago Locascio
ya había entrevisto esta necesidad, al postular al maximalismo y a la dic-
tadura del proletariado como las formas históricas en que se tornaron
concretas las ideas del comunismo y la anarquía: “El anarquismo era la
aspiración indefinida de libertad y el comunismo la aspiración indefini-
da de igualdad; faltaba empero la amalgama que la hiciera realidad, esa
amalgama se ha producido con una sanción práctica, esta sanción es el
grito de los más, es la militarización de la mayoría efectiva de la socie-
dad, es la imposición de los que trabajan”.27 Así planteada la relación
entre dictadura del proletariado y sociedad emancipada, la primera era
un momento previo28 necesario, pero cuyas tareas históricas estarían
precisadas. Era la revolución de la igualdad económico-social, el
momento del comunismo; posteriormente habría un nuevo momento
en el proceso revolucionario, el de la libertad, y por tanto, el de la anar-
quía. Esta visión etapista de la revolución chocaba fuertemente con el
imaginario revolucionario ácrata. Era la aceptación de la escisión teóri-
ca y práctica del comunismo —entendido como igualdad económica—
y el anarquismo —esfera de la libertad individual y social—, y ese eta-
pismo era uno de los puntos centrales del ataque de los antorchistas.
Por otro lado, esta interpretación y fundamentación del régimen bol-
chevique era incapaz de responder a la creciente centralización y auto-
nomía del Estado revolucionario tanto como a la evidencia de que a
medida que se sucedían los acontecimientos en Rusia la dictadura no
era la de la “mayoría efectiva”.
Esto que les presenté es un fragmento de las argumentaciones de
quienes, desde el lado del anarquismo, querían asimilar el ideario anar-
quista con las nuevas tareas de la hora.

26 Ibídem, p. 47.
[ 110 ]
27 Ibídem, p. 46.
28 “El maximalismo es la Revolución. El Anarquismo es la realización integral del derecho
real del hombre”; Locascio, op.cit., p. 40.
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b. La crítica del “ejemplo ruso” y el retorno del


imaginario utópico-rredentor

Ya en 1919, quienes luego de 1921 serían conocidos como los


“antorchistas”, alertaban, en el diario Tribuna Proletaria, sobre las
potencialidades burocratizantes de la experiencia soviética, en tanto se
trataba de un poder político.29 Si el bolchevismo parecía ser una vía
más rápida a la revolución, era a costa de colaborar con la burguesía a
través de la participación política, lo cual no podía tener otro resultado
que provocar una escisión entre medios y fines, que conduciría a per-
der de vista los objetivos libertarios e igualitarios: su irremediable resul-
tado sería, quizás, otra sociedad, pero no aquella soñada tierra del
Ideal.30 Desde este punto de vista, la impugnación a la Revolución rusa
descansaba en la distancia que la separaba de lo que debería haber sido
una revolución anarquista. No se habían conformado allí las federacio-
nes de asociaciones libres, y la continuidad del Estado, más allá de las
justificaciones, venía a marcar la permanencia de la dominación políti-
ca.31 Por otro lado, esas justificaciones del nuevo régimen en tanto
sacrificio necesario y transitorio para la defensa de la revolución triun-
fante eran recusadas desde un razonamiento que volvía a fusionar
medios y fines: salvaguardar la revolución no podía llevarse a cabo a tra-
vés de la implantación de otro Estado, por más que fuera éste un Estado
proletario.32 Por lo tanto, la alegada transitoriedad del régimen soviéti-
co, su autodisolución futura, era una ficción, y el paso hacia una socie-
dad emancipada habría de requerir de otra revolución.33
Pero al evaluar estos magros resultados para una revolución que no
por ello perdía ese nombre, estos escritores debían indagar las causas
que llevaron a ese final. A su juicio, éstas radicaban en el marxismo de
los bolcheviques, pues justamente en dicho corpus teórico como en su
práctica política, el comunismo, que era en definitiva el objetivo de la
revolución, era sinónimo de dictadura del proletariado al estilo jacobi-
no, y la creación de los soviets no era más que “una perfecta forma de
r o j o

democracia proletaria”, difícilmente distinguible de las formas parla-


mentarias y los sistemas electorales que regían en el capitalismo.34 Lo
O c t u b r e

29 Tribuna Proletaria, nº 14, 13/8/1919, p. 1.


30 Tribuna Proletaria, nº 27, 28/8/1919, p. 1.
31 Ibidem, p. 1.
32 Tribuna Proletaria, nº 46, 19/9/1919, p. 2. Artículo firmado por Fernando del Intento, que
fue director de Ideas (La Plata), y que junto a Tribuna Proletaria (y luego La Antorcha), y a [ 111 ]
Pampa Libre (La Pampa), conformaban las principales publicaciones del “antorchismo”.
33 Teodoro Antillí, Comunismo y Anarquía, Buenos Aires, Grupo Editor Acracia, 1919, p. 13.
34 Ibidem, pp. 21 y 22.
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que antes, en 1917, era visto como una necesidad para la superviven-
cia de la revolución pasó a ser estigmatizado como la razón de su sepul-
tura. No se trataba, entonces, de un momento excepcional debido a las
urgencias defensivas de una transformación incompleta acosada por
fuerzas internas y externas que pugnaban por volver al pasado; por el
contrario, la dictadura del proletariado era la nueva forma que asumían
las fuerzas que pretendían aplastar lo genuinamente revolucionario de
la gesta rusa, y particularmente la manifestación más elocuente de “la
nueva casta surgida del partido comunista”.35 La práctica bolchevique,
orientada hacia “la conquista del poder”, no podía más que desembo-
car en la formación de un nuevo tipo de dominación, pues a diferencia
de la “revolución social” que propugnaba el anarquismo, la “revolución
política” no tenía connotaciones de transformación del orden social
sino tan sólo la apropiación del poder por esa “nueva casta”.36 Esta
característica “política” del marxismo, además de sus concepciones de
un “estrecho clasismo”, constituían una “valla infranqueable” que lo
separaba del anarquismo, a pesar del reconocimiento de un origen
común de ambas corrientes.37 De tal forma, lo que emergía con el
“sovietismo” era otra forma de poder político, en rigor una de las for-
mas de la democracia, soviética allá, parlamentaria aquí. Octubre de
1917, anteriormente nominado como el inicio de una revolución desti-
nada a ser la aurora de una nueva época, pasó a ser designado como el
“golpe de Estado” que permitió a los bolcheviques encaramarse en el
poder, y como el punto de corte entre dos momentos de la Revolución
rusa, el momento libertario y el autoritario.
La crítica de la experiencia soviética encontraba una de sus razones
en la necesidad de resituar las conexiones entre esa revolución y las
ideas anarquistas, y su impacto en el ámbito local. Para estos anarquis-
tas lo que estaba en juego era la permanencia del anarquismo como
corriente ideológica y como movimiento autónomo, y es por ello que,
tanto antorchistas como los protestistas, atacaron el emprendimiento
de fusión de las federaciones obreras que promovían sindicalistas y
anarco-bolcheviques, planteando que ese intento de fusión era la con-
secuencia de una concepción de la revolución derivada de la expe-
riencia rusa, que limitaba la acción obrera a los estrechos objetivos de
“establecer la dictadura del proletariado y reemplazar al capitalismo

35 , “Estado y burocracia”, La Protesta. Suplemento Semanal, nº 2, 16/1/1922, p. 5.


[ 112 ]
36 La Protesta. Suplemento Semanal, nº 1, 16/1/1922, p. 1. El mismo razonamiento se
esgrime en numerosos artículos posteriores.
37 La Protesta. Suplemento Semanal, nº 2, op.cit., p. 5.
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en sus funciones económicas”, un programa claramente “economicis-


ta” por cuanto la revolución comprendía sólo la subversión de las rela-
ciones de explotación económica.38 Detener la tentativa de fusión de
las dos FORA implicaba también despejar “estos momentos de confu-
sión” en que se hallaba la militancia libertaria, confusión que provenía
de las tendencias bolchevizantes y de la fascinación sentimental que
había causado la Revolución rusa.39 Detener la fusión de las dos fede-
raciones obreras era clave para evitar la extinción del punto de refe-
rencia identitario del anarquismo.
Estas nuevas lecturas de la Revolución rusa, que a lo sumo rescata-
ban su dimensión subversiva en el plano de la explotación económica,
fueron también finalmente abandonadas, pues razonaban que los traba-
jadores en Rusia seguían siendo asalariados, sólo que bajo el Estado-
patrón era un partido político el que se había transformado en el único
burgués. Por ello, si la Revolución Bolchevique significaba la continua-
ción del capitalismo, era posible extraer de ello una lección: los bolche-
viques habrían demostrado cómo no había que hacer una revolución.40
Hacia fines de 1924 poco queda, en el anarquismo, que se identifi-
que con la Revolución rusa. No es necesario remarcar que fue la sen-
sibilidad de los escritores anarquistas ante las tendencias autoritarias
presentes en la Revolución rusa uno de los factores determinantes a la
hora de replantear sus posiciones respecto de la misma. Aun así,
muchas de sus intervenciones tienen además otras motivaciones. Más
que a desentrañar los derroteros del proceso ruso, parecen haber esta-
do dirigidas a reconstituir el imaginario revolucionario anarquista tras
el profundo impacto a que lo sometiera la Revolución rusa, un imagi-
nario que aunque vagamente elaborado tenía de todas formas una pro-
funda inscripción en su configuración identitaria. En tanto las imagina-
ciones anarquistas de la revolución social reposaban sobre todo en sus
dimensiones morales e ideológicas, eran útiles herramientas con las
que confrontar la trayectoria que tomaba la Revolución rusa. Desde el
atrincheramiento principista, que suturaba la distancia entre lo que
r o j o

sucedía y lo que se anhelaba que sucediera, los anarquistas rioplaten-


O c t u b r e

ses se propusieron recuperar las representaciones utópicas y redento-


ras de la revolución y afirmar la ética libertaria, que no era más que
reafirmar su distintiva identidad. Así, desde 1924 se publicó una pro-

38 Consejo Federal de la FORA Comunista, “El Problema de la unidad obrera”, Buenos Aires,
edición de La Protesta y Consejo Federal de la FORA Comunista, enero de 1922, p. 2. [ 113 ]
39 Ibidem, p. 14.
40 La Protesta. Suplemento Semanal, nº 15, 17/4/1922, “La lección de la Revolución rusa”,
p. 2, tomado de Arb Freind, nº 5, 18/2/1922 y firmado por Sacha Pietro.
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fusa cantidad de artículos que intentaban precisar las ideas anarquistas


en torno a la revolución imaginada. Las corrientes anarquistas se pro-
pusieron entonces recuperar los rasgos del imaginario ácrata como
parte de la recomposición de su perfil militante y revolucionario. Las
claves milenaristas y apocalípticas nutrieron nuevamente las ideas que
sobre la revolución propiciada tenían los pequeños cenáculos liberta-
rios. Sin embargo, tanto el universo de la izquierda militante, como las
imágenes de la revolución habían sido drásticamente tocados por la
Revolución rusa.

José Ingenieros: La Revolución rusa en clave moral

El prestigio que poseía José Ingenieros entre la intelectualidad, la


juventud y una importante porción de la militancia de la izquierda, y la
peculiar lectura que realizara de la Revolución rusa, obligan a un breve
examen de sus elaboraciones. Voy a presentarles sólo algunos aspectos
de la recepción que hizo Ingenieros de la Revolución rusa, en tanto fue
una de las lecturas más repetidas e influyentes en el mundo de las
izquierdas, la juventud contestataria y el movimiento obrero.
Los textos de Ingenieros publicados en 1921, en Madrid, en el libro
Los tiempos nuevos son conferencias y artículos que vieron la luz
entre 1914 y 1920. Como no podía ser de otra manera, entre el prime-
ro de los textos, El suicidio de los bárbaros, de 1914, en referencia a
la Gran Guerra recién iniciada, y los últimos textos de 1920, fueron
modificados ciertos aspectos de la evaluación del proceso histórico y
del lugar de la Revolución rusa. Estas variaciones obedecieron a diver-
sos motivos; por ejemplo, que se hiciera insostenible una visión del
wilsonismo como uno de los elementos progresivos de la hora, trans-
formándose en una decepción que incluía a la Liga de las Naciones.
Del mismo modo, una mayor información sobre la Rusia de los soviets
le permitía una intervención más en profundidad. La mayoría de la
información la obtiene de los cables llegados a La Nación, además de
otros periódicos nacionales y revistas de izquierda, como la del recién
formado Partido Socialista Internacional.
Sin embargo, estos desplazamientos en la lectura de los aconteci-
mientos no impiden a Ingenieros iniciar su conferencia de mayo de
1918 retomando su caracterización de la guerra, realizada en 1914 y

[ 114 ]
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publicada en la revista Caras y Caretas. Y esto es importante porque


es un marco, un encuadre del devenir histórico que oficia como
estructura desde la cual se interpreta la Revolución rusa. En el encua-
dre ingenieriano, a diferencia de lo que señalábamos para los anarquis-
tas, no es la revolución sino la guerra mundial la que anuncia un nuevo
tiempo, significando una ruptura en el devenir histórico.
Ingenieros planteaba que en dicha conflagración se enfrentaban las
fuerzas de la reacción y las del progreso, que libraban una lucha más
o menos sorda desde el Renacimiento. A la vuelta de su autoexilio, en
1914, en “El suicidio de los bárbaros”, una serie de categorías axiomá-
ticamente negativas del repertorio de Ingenieros (belicismo, feudalis-
mo, barbarie) son aplicadas a la misma Europa, algo novedoso en él, a
pesar de conservar inalterados los valores de su ético-cultural.41 Si tras
la guerra adivina el más que secular conflicto entre la sociedad feudal
y una modernidad afirmada en el conocimiento y motorizada por las
minorías pensantes e innovadoras, las “fuerzas malsanas” que sostuvie-
ron el feudalismo sobre la base de oprimir a las “fuerzas morales” de
la ilustración, han decidido “morir como todos los desesperados: por
el suicidio”. Tras ese “tañido secular de campanas funerarias” que
marca las “agónicas convulsiones” de “un pasado, pletórico de violen-
cia y superstición”, se adivina la aparición de dos fuerzas como núcleo
de la futura civilización con las que se forjarán las nuevas naciones: la
cultura y el trabajo.42 Esto es importante porque es esta mirada de la
guerra sobre la que se va a sostener su mirada a la Revolución rusa.
Hacia fines de la guerra, en su texto “Ideales viejos e ideales nue-
vos”, Ingenieros modifica su perspectiva: ya no es una sino que son
dos las guerras que definen el momento histórico, aún cuando coexis-
tan y se superpongan. Una de ellas es la contienda política y militar
cuyo resultado no modificará sustancialmente el futuro, aunque
Ingenieros destaca que sus simpatías están “con Francia, con Bélgica,
con Italia, con Estados Unidos, [...] con la revolución rusa, ayer con la
de Kerensky, hoy con la de Lenin y de Trotsky...”.43 La otra, a la que
r o j o

no duda en calificar de “guerra redentora de los pueblos”, es una gue-


O c t u b r e

rra de valores, un conflicto entre los viejos y los nuevos ideales. El

41 Oscar Terán, “José Ingenieros o la voluntad de saber”, En busca de la ideología argen-


tina, Buenos Aires, Catálogos, 1986, p. 54.
42 José Ingenieros, “El suicidio de los bárbaros” (1914), Los tiempos nuevos, Buenos Aires,
Elmer, 1957, pp. 11-12. La primera edición de las serie de conferencias y escritos, reunidos [ 115 ]
por el propio Ingenieros, con el título Los Tiempos Nuevos, es de 1921, y fue publicada en
Madrid por Editorial América.
43 José Ingenieros, “Ideales viejos e ideales nuevos”, en J. Ingenieros, op.cit., p. 22.
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mundo construido sobre la base de la servidumbre, la rutinización y la


superstición cedía frente a la renovada emergencia de los espíritus.
Esta nueva conciencia brotaba como continuación de “la más grandio-
sa Revolución de la historia humana”, el Renacimiento. Con este
nuevo espíritu expandiéndose en el mundo por obra de las “minorías
activas” e ilustradas, alzando los ideales de libertad personal, justicia
social y autodeterminación de los pueblos, esta guerra, la de los valo-
res, era la realmente decisiva: “esta guerra me interesa y apasiona: gue-
rra de ideales nuevos contra ideales viejos, guerra de la humanidad
joven contra la humanidad senil, guerra de los pueblos sacrificados
contra los gobiernos sacrificadores”.44
En estos textos de Ingenieros queda claro que es la guerra mundial
la causa y el síntoma del clivaje histórico, pues en ella se expresa el
conflicto entre viejas y nuevas fuerzas morales. En esa contraposición
mayor, la Revolución rusa es un fragmento, una modalidad particular
de la emergencia de la nueva conciencia, pero de ninguna manera una
intervención que modifique sustancialmente el cuadro.
Dicho en otros términos, la Revolución rusa aparece en una serie
junto a otras expresiones de la nueva moral, como la Reforma
Universitaria, el movimiento intelectual mundial que se refleja parcial-
mente en el grupo Clarté!, y que Ingenieros sin dudar denomina como
“internacional del pensamiento”, las reformas políticas en la mayoría
de los países de Occidente, etc. Cada una de esas variantes es parte de
un mismo proceso regenerador, universal, que inaugura los “tiempos
nuevos”, y que el pensador argentino designa en su concepto de “fuer-
zas morales”.
El lugar de la Revolución Bolchevique se presenta, entonces, como
parte de una más vasta empresa de regeneración moral (que para
Ingenieros es societal), pero no significa que las transformaciones que
propician los revolucionarios soviéticos sean reproducibles en otros
lugares, ni que la misma empresa bolchevique sea modelo de otras por
venir. Para Ingenieros el maximalismo era “la aspiración a realizar el
maximum de reformas posibles dentro de cada sociedad, teniendo en
cuenta sus condiciones particulares”, lo que es perfectamente compa-
tible con una política de reformas.45
Lo que sí fascinaba a Ingenieros era que la revolución contaba con
una elite dirigente, pues para el autor de El hombre mediocre, eran “las

[ 116 ]
44 Ibidem, p. 23.
45 José Ingenieros, “Significación histórica del movimiento maximalista”, op.cit., p. 40.
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minorías ilustradas… la fuerza de las revoluciones”.46 Desde noviem-


bre de 1917, “la minoría ilustrada del pueblo ruso, con una clarividen-
cia sólo igualada por su energía, arrancó el mecanismo del Estado a las
clases parásitas y lo puso al servicio de las clases trabajadoras”.47
Pueden notarse aquí tres elementos de relevancia en la visión inge-
nieriana. En primer lugar una idea de la revolución en tanto movimien-
to orientado por las elites educadas, que por poseer el saber son los
sujetos que se corresponden con los ideales nuevos del Renacimiento
y la Ilustración, del progreso y la modernidad. En segundo lugar se
nota una concepción de la misma como toma del poder del Estado.
Por último este poder del Estado debía ser “puesto al servicio” de las
clases trabajadoras, lo cual mantiene la distancia entre Estado y clase
obrera, una distancia que se funda en la convicción ingenieriana de
que sólo los capaces pueden estar al frente del proceso de renovación
de los ideales. La presencia de una elite afirmada en el saber es clave
para su comprensión del fenómeno ruso, articulada con otra matriz de
las intervenciones ingenierianas que se conserva más allá de los vira-
jes más o menos pronunciados según las épocas de Ingenieros, y que
es su evolucionismo.
Quisiera detenerme ahora, brevemente, en torno a dos dimensio-
nes del proceso ruso que Ingenieros destaca, las dimensiones política
y económica.
Respecto del primer problema, para Ingenieros el sistema de
Consejos o Soviets “representa una nueva filosofía política” que con-
duce a “un perfeccionamiento del sistema representativo federal”.48
Desde un antiparlamentarismo que nunca abandonó, critica la “repre-
sentación parlamentaria” pues el “criterio topográfico y cuantitativo”
que divide la sociedad “en zonas o distritos electorales” sin función
específica, desvirtúa y “falsea la soberanía popular”; los representan-
tes así electos, no lo son de ninguna función social en particular sino
de todas y por ende, de ninguna. Esta técnica (“la más ilógica y primi-
r o j o

tiva de todas las posibles dentro del sufragio universal”) en rigor des-
naturaliza la representación y burla la universalidad del sufragio,
O c t u b r e

pues la soberanía popular pasa a ser usurpada por una camarilla de


políticos profesionales. En el mismo texto “La Democracia funcional
en Rusia”, Ingenieros opone al sistema parlamentario la representa-
ción funcional que encarnaría el sistema soviético. A través de una

[ 117 ]
46 José Ingenieros, “Ideales nuevos e ideales viejos”, op.cit., p. 17.
47 José Ingenieros, “Las fuerzas morales de la revolución rusa”, op.cit., p. 140.
48 José Ingenieros, “La Democracia Funcional en Rusia”, op.cit., p. 51 [subrayado en el original].
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detallada descripción, plantea que tanto los organismos deliberativos


como las instancias ejecutivas que existen en el país de los soviets no
representan jurisdicciones políticas ni partidos políticos, sino “partes
interesadas de las funciones sociales”.49 La Rusia soviética, a través de
lo que califica como el primer ensayo del sistema representativo fun-
cional, estaría colocando las primeras piedras del ordenamiento políti-
co futuro, en el cual la artificialidad de las divisiones electorales sería
suplantada por la “natural” representación de las diversas funciones
sociales. Una mirada que, a la vez que permite ser conjugada con una
visión organicista de la sociedad, coloca en entredicho a los partidos
políticos como vehículos aptos y deseables para la representación
política. Resulta además interesante el hecho de que su fundamenta-
ción del sistema político consejista recurre, entre otros ejemplos, a la
autonomía y al gobierno universitario constituido por representantes
por claustro que promoviera la Reforma Universitaria.
Esta lectura del sovietismo como expresión de una democracia fun-
cional justamente naturaliza los lugares que cada cual ocupa en la socie-
dad, y se corresponde con el énfasis moral de la renovación que pro-
pone Ingenieros (justamente una moral como factor cohesivo de la
sociedad que se seculariza bajo el imparable influjo de la modernidad y
la Ilustración). Podría decirse que lo que plantea Ingenieros sería exac-
tamente lo contrario de la constitución subjetiva de los revolucionarios
rusos, que si efectivamente llevaron adelante una política democrática
con la creación de los soviets fue porque la política democrática supo-
ne una libertad aún inexistente, una libertad que implica actuar al mar-
gen de los roles e identidades asignados a los actantes. Mientras la
representación funcional fija naturalizando a los sujetos a la división
social asignada (los obreros como obreros, los técnicos como técnicos,
los intelectuales como tales, etc.), la experiencia de los soviets, al
menos mientras fueron órganos de autogestión y autodeterminación,
fue la de producir un corrimiento de esos sujetos de los roles preasig-
nados, cuestionando en ese desplazamiento las relaciones sociales (el
orden social) que fija el lugar de cada uno. Por el contrario, Ingenieros
prefiere ver en el sistema soviético la adecuada relación entre distribu-
ción de la autoridad y funciones específicas, atendiendo a las jerarquí-
as “naturales” de la “capacidad desigual” de los individuos.

49 Ibídem, p. 62. Las detalladas y extensas descripciones del entramado institucional del
[ 118 ]
sistema de los consejos, el autor las basa en los informes de Raymond Robins (jefe de la
misión de la Cruz Roja norteamericana enviada a Rusia) y de W. R. Humphries, secretario
de la Asociación Cristiana de Jóvenes en Rusia.
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El segundo aspecto de la lectura ingenieriana que quisiera mencio-


nar es en relación a las medidas, digamos, “económicas” de la revolu-
ción. En “Las enseñanzas económicas de la revolución rusa”, un artí-
culo de septiembre de 1920, sitúa Ingenieros uno de los significados
de aquella revolución. La trascendente medida de socializar los medios
de producción indica lo que vendría en el futuro: “la transformación
del régimen de producción capitalista en el régimen de producción
social; es decir, el socialismo”.50 Pero el modo en que encaran la tarea
los bolcheviques hablaría también de la necesaria prudencia para efec-
tuar esos cambios. La fase en la que se encuentra dicha socialización
es la que denomina “colectivista” (propiedad colectiva de los medios
de producción y libre disposición del producto del trabajo personal):
“El ilustre estadista Lenin, con sumo tacto, ha expresado que la revo-
lución debe ser colectivista por ahora, sin excluir que en fases ulterio-
res de la experiencia social pueda resultar posible el advenimiento de
un régimen comunista. Dado el presente desarrollo técnico y mental
de la humanidad, sólo podemos concebir como viable una organiza-
ción colectivista; con los hombres de hoy no puede imaginarse una
Arcadia en que cada uno sea árbitro de producir según sus fuerzas y
de consumir según sus necesidades”.51
Los cambios introducidos en Rusia permitirían, a su juicio, inferir
“algunas nociones sobre las formas que revestirá en otros países la
transformación del régimen económico capitalista en un régimen
socialista”. La socialización industrial tanto como la agraria es en rigor
una nacionalización de la gran industria, del comercio y de la propie-
dad latifundista; sólo que, agrega Ingenieros, la nacionalización en un
Estado socialista difiere de la que pudiera emprender un Estado capi-
talista: en el primero “nacionalización y socialización resultan prácti-
camente sinónimas”.52
Además observa positivamente la intervención del Estado en la
organización del trabajo, subordinando a las organizaciones obreras de
fábrica, pues “otra enseñanza experimental de la Revolución rusa”
r o j o

consistió en “disipar el prejuicio, tanto obrero como capitalista, de


O c t u b r e

que la socialización puede efectuarse entregando los medios de pro-


ducción a los incapaces e incompetentes”.53 A pesar de plantear que
en “la presente renovación del mundo las clases trabajadoras son la

50 José Ingenieros, “Enseñanzas económicas de la revolución rusa”, op.cit., p. 107.


[ 119 ]
51 Ibídem, p. 130.
52 Ibídem, p. 124.
53 Ibídem, p. 125.
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más robusta esperanza para la regeneración moral de la humanidad”,


el sesgo elitista que recorrió casi permanentemente sus escritos no
puede menos que brotar en este rol asignado al saber detentado por
minorías educadas.
El reemplazo del capitalismo por el socialismo encuentra su justifi-
cativo en “las fallas intrínsecas del primero”, que ha creado “una clase
parásita, cada vez más numerosa y voraz”, expresión de su degenera-
ción moral.54 Por eso, la crisis de posguerra, incluida la Revolución
rusa, no era un mero accidente histórico. Por uno u otro camino, el
cambio de régimen era indetenible.
Para Ingenieros, los sujetos de la nueva conciencia emergente son
las clases trabajadoras y las minorías ilustradas, y sus objetivos son la
socialización para erradicar definitivamente esa degeneración parasita-
ria, “la administración representativa de las funciones sociales” contra
“la inmoralidad del parlamentarismo”, y la educación integral frente a la
“ignorancia supersticiosa”, que para Ingenieros es siempre un atributo
de las masas, con lo cual vuelve a colocarlas en un lugar subordinado.
A pesar de las variaciones de su lectura de la Revolución rusa, el
énfasis de Ingenieros en la dimensión moral de la revolución en curso
(que también llama regeneración o renovación de ideales; o directa-
mente emergencia de las nuevas fuerzas morales), está detrás de su
dictado intransigente respecto de la actitud a asumir frente a la Rusia
soviética: “Rusia es Galilea; los bolcheviques son los apóstoles” reafir-
ma Ingenieros.55

El futuro de un mundo moralmente regenerado se asienta, enton-


ces, en la creencia de que es posible transformar la sociedad actual,
y desde esa creencia en los más altos valores e ideales de la humani-
dad construir la fuerza (compuesta de una elite dirigente y unas
masas activas) capaz de protagonizar el cambio. Se cree o no se cree
en la Revolución rusa; adherir a ella es un acto de fe en el porvenir,
en la justicia, en el progreso moral de la humanidad. La actitud crí-
tica, durante la lucha, demuestra falta de fe y es obra de enemigos;
los distingos y las reservas equivalen a negaciones, son más nocivos
que la traición franca y desembozada. Llegado el momento de la
experiencia colectiva, en cualquier terreno, es absurdo que cada
militante se cruce de brazos ante el enemigo común para discutir

[ 120 ]
54 Ibídem, pp. 131-132.
55 José Ingenieros, “Las fuerzas morales”, op.cit., p. 142.
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detalles de doctrinas o de táctica. Se marcha o no se marcha; se cree


en el pasado o en el porvenir; se tiene fe en la reacción o en la revo-
lución. Todo el que discute la reacción obra como revolucionario;
todo el que discute la revolución obra como reaccionario.56

La actitud moralizante para respaldar la revolución deja de lado una


importante tradición del marxismo: la crítica. Como puede apreciarse
en esta cita, la construcción dicotómica busca imponer a las distintas
expresiones de las prácticas emancipatorias un alineamiento, compri-
miendo las posibilidades de aquellos ejercicios empáticos con la
Revolución rusa que a la vez expusieran una palabra crítica. Una dico-
tomía que tendrá, como ciertas imágenes de la Revolución rusa, una
larga vida en las filas de las izquierdas argentinas.

Del Valle Iberlucea, el “nuevo parlamentarismo” y el consejo


económico del trabajo.

Del Valle Iberlucea, senador por el Partido Socialista fue el primer


senador socialista de América y fue profundamente conmovido por la
Revolución rusa. Desde sus primeras intervenciones esta problemáti-
ca aparece inscripta en una mirada más general del avance civilizato-
rio, a tal punto que uno de sus argumentos en torno a las modificacio-
nes de la práctica partidaria se afirma en la contraposición entre parti-
dos avanzados y atrasados. Ya en marzo de 1917, con las noticias de la
Revolución de febrero, Del Valle Iberlucea se aventura a pronosticar
que, en tanto avance civilizatorio, no sería extraño “que la revolución
rusa iniciase un nuevo período histórico, el cual habría de caracterizar-
se —agrega— por la emancipación social del trabajo. En Rusia —
dice—, podría originarse la revolución socialista”.57 Una apreciación
que instala una valoración sobre cuál debería ser ese avance civilizato-
rio, aquél que produzca el acceso a la igualdad económica (que com-
r o j o

pletaría los derechos civiles y las libertades políticas conquistados en


revoluciones anteriores, como la francesa). Esta lectura que anhela
O c t u b r e

para la revolución en curso su orientación hacia postulados socialistas


se asienta en otra reflexión por demás interesante, sobre todo porque
Del Valle Iberlucea la formula en marzo de 1917. Contrariamente a esa

[ 121 ]
56 Ibídem, p. 142.
57 Enrique del Valle Iberlucea, “La Revolución de Rusia” [1917], La Revolución rusa,
Buenos Aires, Claridad, s/f. [1934], p. 28.
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imagen que de Rusia esperaba la barbarie, por lo cual todo avance civi-
lizatorio debía efectuarse contra la historia rusa, Iberlucea postula que
lo que de allí venía “era el socialismo afirmado por la realidad de la his-
toria”. Son los nombres de los “apóstoles” y “profetas” del colectivis-
mo, del socialismo, nombres como los de Herzen, Bakunin,
Kropotkin, los que llevan al primer senador socialista a lanzar esta pro-
yección esperanzadora. Desde esta perspectiva, Rusia tiene una tradi-
ción civilizatoria propia y radical para aportar al tiempo nuevo que
Iberlucea desea que anuncie.
Y es esta primera lectura la que gravita en su adhesión a la Revolución
Bolchevique, y la que lo lleva a convertirse en el máximo exponente par-
tidario de los terceristas, o sea la fracción del PSA que propone que el
partido adhiera a la Tercera Internacional. Pero más que detenerme en
los debates en torno a si adherir o rechazar ese alineamiento, quisiera
señalar aquí dos elementos que pueden servir para seguir pintando el
diverso y complejo panorama de la recepción de la Revolución rusa.
Del Valle Iberlucea no duda en afirmar que la revolución en Rusia
es síntoma de la época revolucionaria que signa el momento. No se
trata de un episodio destinado a quedar aislado, sino que como revo-
luciones anteriores —y el claro ejemplo para él fueron las revolucio-
nes francesas de 1789 y de 1848— se trata de un movimiento expan-
sivo que alcanzará, más temprano o más tarde, a todo el globo. Lo cual
introducía una pregunta nueva en la agenda de los socialistas argenti-
nos: ¿cuál era la práctica adecuada a un espíritu socialista y revolucio-
nario en una época de revolución social? ¿Y cuál era esa práctica en
un lugar que, como la Argentina, no iba a tener a la revolución en el
orden del día, al menos inmediatamente? Pues para Iberlucea, América
recibirá la revolución por influjo, como había sucedido antes con la
Francesa. Y aun ¿cuáles son los contenidos y las formas de la “revolu-
ción social” que hasta entonces había sido sólo un proyecto?
En este marco de simpatías por la Revolución rusa y de nuevas pre-
guntas sobre lo que deben hacer los socialistas sudamericanos se desa-
rrolla el debate al interior del PSA, un debate sobre el cual retorna la
contraposición entre reforma y revolución como modo de dividir
aguas y diferenciar posiciones.
Como principal referente de los “terceristas”, del Valle Iberlucea
justifica la “dictadura del proletariado” en tanto etapa absolutamente

[ 122 ]
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necesaria —y común a todo proceso revolucionario que se precie


como tal— de afirmación del poder obrero frente a la resistencia bur-
guesa. Si la democracia burguesa en rigor cree imposible conjugar ver-
daderamente ambos términos ha sido una farsa que ocultaba mal la
dictadura de los capitalistas, el nuevo régimen bolchevique expresa
“la necesidad de apoderarse del Estado para destruir la dominación
económica y política de la burguesía” y “para impedir o sofocar la con-
trarrevolución”.58 Sin embargo, su carácter necesario desde el punto
de vista histórico-revolucionario no indica que su forma vaya a ser la
misma en cada lugar. En el IV Congreso Extraordinario del PS realiza-
do en Bahía Blanca, en el que se discutió la vinculación del Partido a
la II o a la III Internacional (y en el cual los terceristas perdieron la
votación por 3650 votos contra 5013, aunque una mayoría aplastante
decidió desvincularse de la II Internacional), del Valle Iberlucea argu-
menta que si bien “la dictadura del proletariado es esencial para la
emancipación de la clase obrera”, la misma “puede asumir varias for-
mas de acuerdo con las modalidades de cada país”.59 Si bien el Estado
proletario surgido de la revolución es transitorio porque la transforma-
ción de la sociedad en una sociedad comunista eliminará la conflicti-
vidad clasista y con ello la necesidad de cualquier Estado, no por ello
tendrá una vida breve:

…la extinción gradual del Estado proletario no ocurrirá sino des-


pués de un largo proceso histórico. Mientras se lleve a cabo la obra
de la profunda y radical transformación de la sociedad, será impres-
cindible la dominación proletaria, porque la revolución está ame-
nazada por los enemigos de dentro y fuera. Es lo que ha sucedido,
lo que está sucediendo todavía en Rusia.60

Ese Estado proletario tiene una característica que en la operación


política y discursiva de del Valle Iberlucea se revela clave: se trata de
un Estado representativo pero no parlamentario. Afirma que “el sovie-
r o j o

tismo es la negación del parlamentarismo” pues “el gobierno de los


O c t u b r e

Consejos reposa en la masa entera de la población trabajadora”, mien-


tras el Parlamento burgués “está basado sobre la ficticia representa-
ción del pueblo”.61 El importante rol histórico que le adjudica al par-

58 Enrique del Valle Iberlucea, “La doctrina socialista y los consejos obreros”, op.cit., p. 58.
[ 123 ]
59 Enrique del Valle Iberlucea, “El Congreso de Bahía Blanca”, op.cit., p. 149.
60 Enrique del Valle Iberlucea, “La doctrina socialista y los consejos obreros”, op.cit., p. 59.
61 Ibídem, p. 61.
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lamentarismo en épocas ya pasadas, no le impide afirmar la venalidad


que lo caracterizó desde sus orígenes, y es esa corrupción la que lo
debilita como organismo representativo del pueblo, en tanto puede
ser cooptado por el poder económico y financiero de la burguesía,
que lo ha transformado en un “órgano propio” para mantener “sus
intereses de clase”. Esta impugnación del parlamentarismo (que gol-
pea en el plexo de las prácticas electoralistas del Partido Socialista) no
está basada, sin embargo, en una crítica de la representación como
principio político vertebrador de una fuerza revolucionaria y como
modo de presentación de la clase proletaria. No es la representación
lo que del Valle le cuestiona al Parlamento sino su degeneración como
expresión representativa de todo el pueblo. Por el contrario, le pare-
ce que el sistema de los consejos soviéticos, anulando el parlamenta-
rismo instituye una nueva forma de representación que fortalece la
cercanía entre electores y elegidos.
¿Significa esta crítica del parlamentarismo, y con ello de la táctica
socialista, el abandono total de las prácticas electorales del Partido
Socialista y la renuncia a los cargos parlamentarios para afirmar una
nueva práctica política acorde con el bolchevismo? Nada más lejos de
la opinión de del Valle Iberlucea, quien incluso se defenderá de su
desafuero por su discurso en el citado congreso partidario de Bahía
Blanca, desafuero finalmente efectuado con la complicidad radical. Lo
que sí se impone para el líder tercerista es una nueva dimensión de la
práctica parlamentaria, en tanto este ámbito no debe ser sólo objeto
de iniciativas destinadas a cumplir con el “programa mínimo” de los
socialistas, sino que debe ser también lugar de resonancia de las
“máximas aspiraciones del proletariado revolucionario”. Al igual que
Ingenieros, asoma aquí también esa “traducción” del bolchevismo
como maximalismo y de éste como programa máximo. Si bien esto
sólo implicaría una retórica más encendida en un ámbito que ya le
había ganado más de un enemigo, tenía también como contrapunto
larvado el reconocimiento de una dimensión meramente propagandís-
tica para el Parlamento y la imposibilidad de llevar a través de esa ins-
tancia una transformación verdaderamente radical del orden social, lo
que incluía cualquier estrategia de acumulación de reformas. Con este
convencimiento, del Valle Iberlucea presenta en el Senado su proyec-
to para la creación del “Consejo Económico del Trabajo”, una suerte

[ 124 ]
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de “control obrero y técnico” de espacios estratégicos de la actividad


económica y social como “la gran industria y la administración de las
empresas nacionales de servicios públicos”.62 El proyecto se funda-
menta, dice su autor, en “preparar las condiciones para la socializa-
ción”, que no es otra cosa que reconocer el surgimiento de un movi-
miento societal irrefrenable, que está más allá de la voluntad de los
hombres y mujeres: es aquí donde aflora esa formación determinista,
fatalista, de del Valle Iberlucea, que lee los acontecimientos de la hora
bajo el signo del carácter “de las fuerzas productivas que se [estaban]
manifestando, no solamente en el país sino en las naciones más civili-
zadas y con un grado de desarrollo industrial y económico mayor que
el de nuestro país”.63 Como puede apreciarse, la vara interpretativa
del progreso, del proceso civilizatorio, de lo avanzado y atrasado, sirve
para medir y descifrar los acontecimientos históricos y definir las polí-
ticas socialistas.
Este tipo de proyectos expresaban el “maximalismo” del “nuevo
parlamentarismo” que del Valle Iberlucea le proponía a sus camaradas
de partido, un programa de máxima que él creía ya existía, desde siem-
pre, en el PSA, pues ese programa no era otra cosa que la promoción
del socialismo. A la vez, producían una vuelta interpretativa de lo más
curiosa en relación a la Revolución rusa. Del Valle decía públicamente
que la inspiración de su proyecto de Consejo Económico del Trabajo
provenía de la política económica de la Rusia revolucionaria: “La
Revolución rusa —sostenía— no había creado solamente los órganos
políticos de la democracia genuina, los soviets, los consejos de obreros
y campesinos, [había] creado también los órganos destinados a desem-
peñar las grandes funciones económicas de la sociedad comunista. Son
los consejos económicos, establecidos en toda la vasta extensión de la
República rusa, a cuya cabeza está el Consejo Superior de la Economía
Nacional”.64 Se trata de instancias estratégicas: a su cargo no sólo esta-
ban la organización industrial y el desarrollo de la actividad económica,
sino que para del Valle Iberlucea su rol será más importante cuando la
r o j o

sociedad sea efectivamente comunista. A diferencia de los soviets que,


O c t u b r e

según el primer senador socialista, desaparecerán en la sociedad comu-


nista porque son los órganos políticos de la dictadura del proletariado,
los consejos económicos, compenetrados en absoluto con los sindica-

62 Ibídem, p. 69.
63 Enrique del Valle Iberlucea, “Fundamentación del Proyecto de creación del Consejo
[ 125 ]
Económico del Trabajo”, op.cit., p. 98.
64 Enrique del Valle Iberlucea, “La doctrina socialista y los consejos obreros”, op.cit., pp.
69-70.
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tos de los trabajadores, serán las instancias a las que les corresponderá
“la administración de las cosas” en el comunismo maduro.65 Un desci-
framiento de la Revolución rusa que, a mi entender, es deudor de un
pensamiento de lo político estrechamente asociado a su vínculo con lo
estatal. Del Valle parece no poder pensar una política que no sea inme-
diatamente estatal. Podríamos retomar la apreciación de la política
democrática como aquello que cuestiona los lugares de interlocución
de los actores que mencionábamos para el caso de José Ingenieros:
desde este ángulo, pareciera que la lectura que del Valle Iberlucea rea-
liza de la Revolución rusa sacrifica, en la figura de la dictadura del pro-
letariado, en su carácter transicional, y en la idea de los consejos eco-
nómicos como camino estratégico de emancipación del trabajo aliena-
do que daría lugar a verdaderos aparatos con capacidad técnica, la posi-
bilidad de un nuevo pensamiento de lo político que refundara las prác-
ticas emancipatorias en Argentina. Quizás también por ello, del Valle
limitaba su adhesión a la nueva Internacional en términos de difusión
activa de las aspiraciones del socialismo, y en una búsqueda de un par-
lamentarismo más denuncialista y propagandístico, pues lo que cree es
que una revolución no es posible de ser gestada con las voluntades de
los militantes; al fin de cuentas, para del Valle Iberlucea, una revolución
“es un resultado natural, operado lentamente, progresivamente, de las
transformaciones de las fuerzas productivas en oposición a las fuerzas
viejas: la crisis que entre ellas se produce es la revolución que toma
cuerpo y estalla”.66
No puedo finalizar sin decir que esta presentación es apenas una
muy sintética aproximación a ciertos aspectos de las recepciones de
la Revolución rusa por parte de Enrique del Valle Iberlucea, José
Ingenieros y los escritores y activistas libertarios.

[ 126 ]
65 Ibídem, p. 70.
66 Enrique del Valle Iberlucea, "Una entrevista", op.cit., p. 147.
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Segunda parte

La muestra y el ciclo de cine


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La Revolución rusa: imágenes en montaje

Martín Baña*
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* Martín Baña es Profesor de Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la


UBA. Actualmente se desempeña como docente de la Facultad de Ciencias
Sociales de la misma casa de estudios y como Adscripto de la Cátedra de Historia
de Rusia, mientras escribe su Tesis de Licenciatura sobre temas de historia de la
cultura rusa.

El autor desea agradecer aquí la ayuda que Gabriela Carnevale y Eduardo Minutella
le han brindado para la realización de este trabajo.

[ 130 ]
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Un nuevo aniversario de la Revolución rusa nos sorprende en un


contexto en el que la experiencia que ella inauguró ya no existe y
muchos de los móviles que la animaron parecen estar en franca retira-
da. Sin embargo, hemos decidido —con la colaboración de la Cátedra
de Historia de Rusia de la Universidad de Buenos Aires— evocarla con
una muestra de imágenes montada en las galerías del Centro Cultural
Ricardo Rojas durante el mes de octubre de 2007. Las páginas que
siguen son, por un lado, una recreación y un intento de reflexión
sobre esa experiencia y, por el otro, un aporte de algunos elementos
de análisis que sirvan para pensar el problema de la narración de his-
torias en espacios que están por fuera de la academia.
Cuando pensamos la muestra, no quisimos que fuese el simple
recuerdo de efemérides, mártires y bronces revolucionarios ni el
lamento autocomplaciente por un pasado perdido que se supone
ideal. En este momento, en que los esfuerzos por imaginar formas de
vida social emancipadas parecen languidecer, nos interesó evocar el
espíritu de aquellos que en 1917 desafiaron abiertamente al poder y al
orden constituido y exploraron caminos hacia una realidad nueva. Al
r o j o

querer contar una historia de la Revolución rusa a través de las imáge-


O c t u b r e

nes nos resultó de vital importancia rescatar a quienes fueron los ver-
daderos sujetos de aquellos días, los hombres y mujeres que no sólo
se enfrentaron al capitalismo y la opresión sino que también, en sus
propias prácticas, intentaron reorganizar la sociedad de un modo dife-

[ 131 ]
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rente. Buscamos hacer visibles sus anhelos de libertad, de igualdad y


de vida en común, y la distancia que los separaba del régimen que más
tarde se erigiría en su nombre y usurpando su memoria. Buscamos vol-
ver sobre sus experiencias de lucha y sus subjetividades emancipadas
con la esperanza de que iluminen las de nuestro presente. Por eso evo-
camos hoy la Revolución rusa.
La muestra intentó recuperar la experiencia revolucionaria en toda
su complejidad y hacer presentes todas sus potencialidades. Buscó ale-
jarse así de las narraciones conservadoras o vanguardistas de la
Revolución que coincidieron en situar en el centro de la escena a los
líderes políticos del momento. Revolución rusa, Revolución obrera,
Revolución bolchevique: he aquí los términos que encabezan los rela-
tos más famosos. A ellos sólo les interesan determinados sujetos y
prácticas: la toma del poder político, la “clase revolucionaria”, el par-
tido de vanguardia. Pero la Revolución fue mucho más que rusa, obre-
ra y bolchevique y consistió en mucho más que la toma del poder de
Estado. Las prácticas y sujetos que le dieron vida fueron múltiples,
como lo fueron las motivaciones de los cientos de miles de personas
que experimentaron por entonces formas de vida emancipada. Hubo
obreros y bolcheviques, por supuesto, pero también campesinos,
artistas, estudiantes, mujeres, nacionalidades. Hubo, ciertamente, una
toma del poder. Pero en muchos otros casos lo que primó fue la recu-
peración de las tierras, la transformación del arte, el rechazo de los
valores patriarcales o la independencia de todo poder centralizado.
Noventa años después, lo que evocamos de ese pasado es la volun-
tad de transformación radical de aquellos que nos precedieron y el
carácter múltiple y abierto de sus luchas. Pretendimos recrear en esta
muestra algo de esa multiplicidad y radicalidad, a través de un concep-
to que circuló entre los artistas en esos años: el de montaje. La inter-
vención en un espacio público, el manejo de un material como las imá-
genes y la utilización del concepto de montaje suponen una serie de
problemáticas que son las que intentamos desarrollar a continuación.

I.

La preparación de una muestra que narre una historia de la


Revolución rusa a partir de la utilización de imágenes —y en menor

[ 132 ]
octubre rojo.qxp 21/11/2008 18:40 PÆgina 133

medida de palabras— nos enfrentó a diversos y estimulantes proble-


mas. En primer lugar, al de los motivos de la intervención. ¿Por qué
queremos salir del territorio académico para intervenir en espacios
públicos y compartidos por otros sujetos que no se reconocen como
historiadores? ¿Desde qué lugar nos situamos para relatar los aconteci-
mientos? En segundo lugar, al de los insumos que utilizamos para
organizar la intervención ¿Por qué utilizar imágenes para contar una
historia? ¿Hay algo que las imágenes puedan decir y las palabras no?
Finalmente, al de los modos de la intervención. ¿De qué manera
vamos a mirar las imágenes? ¿Cómo podemos construir un relato a par-
tir de su exposición?
Las exploraciones que buscan dar cuenta de las complejas relacio-
nes entre la academia y la sociedad no son pocas ni son nuevas. En
varios lugares del mundo una gran cantidad de historiadores han exa-
minado los modos en los cuales la historia podía convertirse en algo
significativo para las personas a partir de su intervención en la socie-
dad.1 Y muchos de ellos han notado que la sola salida de la academia
genera unas problemáticas que no todos los historiadores saben o
quieren resolver. Un ejemplo muy común suelen ser los museos de
Historia, donde muchas veces los historiadores deben hacerse cargo
de la puesta y el desarrollo de una muestra. Allí, como bien observa
Bárbara Franco, la típica división que tanto gusta hacer a muchos his-
toriadores entre un nosotros - museo - especialistas y un ellos - públi-
co - lego deja de tener validez dado el carácter abierto del museo y el
creciente desafío que la gente lanza hacia la autoridad del historiador
como experto en cuestiones del pasado.2 Quien mecánicamente pre-
tenda hacer de una muestra de un museo —o de cualquier otro espa-
cio público—, un aula de una universidad, tiene garantizado de ante-
mano el fracaso, pues existe una espesa distancia entre los valores y
los intereses que preocupan a la academia y los planteados por el
público asistente. Cada vez que una persona visita un museo de
Historia pone en juego otros valores que no son sólo intelectuales sino
r o j o

que además están relacionados con lo moral, lo ético o el sentido de


O c t u b r e

la vida. La experiencia, para quien accede a la Historia en un espacio

1 Por sólo tomar algunos de los casos más relevantes, podemos citar al trabajo desarrollado
alrededor de la History Workshop Journal en Inglaterra y la revista The Public Historian
en los Estados Unidos. Véase Editorial Collective, “History Workshop Journal”, History
Workshop Journal, nº 1, 1976 y Debra DeRuyver: “The History of Public History”, disp. en
http://www.publichistory.org/what_is/history_of.html, 2000. [ 133 ]
2 Barbara Franco, “Doing History in Public: Balancing Historical Fact with Public Meaning”
en Perspectives, American Historical Association Newsletter, May/June, 1995. Disponible
en http://www.historians.org/perspectives/issues/1995/9505/9505vie.cfm
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público, es tanto intelectual como social. El aprendizaje que allí se rea-


liza no es sólo verbal sino también kinético, visual, emocional.
Es esta demanda social de valores, de sentidos, de respuestas signi-
ficativas para la vida individual y colectiva la que nos ha motivado a
pensar en una intervención en espacios públicos. Y creemos que los
historiadores que intervienen en los espacios ajenos a la academia
deben canalizar el discurso público en exploraciones productivas que
desafíen a la academia a plantear y resolver preguntas que sean signi-
ficativas para la sociedad. Los conflictos que recientemente han apare-
cido en los museos —para seguir con el ejemplo citado— no son tanto
una consecuencia de las respuestas allí esbozadas sino más bien de la
autoridad que decide cuáles son las preguntas básicas que habrán de
responderse. Lo mismo puede aplicarse para otros espacios abiertos.
En este sentido, debe establecerse una mutua confianza entre el histo-
riador y el público, donde el primero desarrolle la capacidad de com-
partir con este la autoridad para modelar las preguntas históricas.
Proponemos situarnos desde un determinado lugar que de ningún
modo queremos ocultar. Se trata de contar historias que puedan iluminar
algunos aspectos del presente, particularmente aquellos que apunten a
la construcción de formas de vida emancipadas. Como Jesse Lemisch,
destacamos la importancia de hacer historia para la construcción de una
izquierda democrática y autocrítica y aceptamos el desafío de hacerlo
cualquiera sea el lugar donde estemos.3 Se trata, retomando una expre-
sión de Sergio Bologna, de recuperar el valor del historiador militante.
Haciendo referencia a la crisis que ha sufrido últimamente esta figu-
ra, este autor nos llama la atención sobre la caducidad de las formas
académicas tradicionales para comunicarnos con la sociedad: “El ensa-
yo, el artículo, el libro están encontrado un eco cada vez más distante
dentro de la sociedad. Vale la pena preguntarnos si no deberíamos qui-
zás cambiar radicalmente nuestros medios de expresión y si no tendría
más sentido trabajar colectivamente en un filme o en una canción”.4
Esta reflexión nos acerca a nuestro segundo problema que es el de los
insumos utilizados para organizar la intervención: las imágenes de la
Revolución rusa. Partimos de la idea de que la imagen ha tenido histó-
ricamente —y hoy tal vez más que nunca— un importante lugar en la
sociedad. ¿Cómo pensar entonces la utilización de las imágenes en el
marco del relato de una historia?

[ 134 ]
3 Jesse Lemisch, “Cheers for Bridging the Gap between Activism and the Academy; Or Stay
and Fight”, en Radical History Review, Issue 85, invierno de 2003, pp. 239-248.
4 Sergio Bologna, “Otto tesi per la storia militante”, en Primo Maggio, Nº 11, 1977.
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Sin tener la pretensión de ser exhaustivos y sin entrar en un deba-


te que demandaría más páginas de las que disponemos, nuestro enfo-
que se distancia de aquellas visiones elitistas y apocalípticas que pro-
ponían los miembros de la Escuela de Frankfurt al analizar las indus-
trias culturales. También, del refuerzo de esta visión realizada por
Giovanni Sartori al analizar los efectos de la televisión sobre la socie-
dad. Estas interpretaciones, que sobreestiman el carácter manipulador
de las imágenes, ubican a quienes las observan en un papel pasivo y
sin ninguna posibilidad de resistencia.5 Creemos, por el contrario, que
el sujeto que recibe las imágenes no lo hace de forma pasiva; es más
bien un sujeto que decodifica y recodifica las imágenes permanente-
mente. Y si bien esta idea es deudora de las desarrolladas por la escue-
la de los Estudios Culturales, en el sentido de que las imágenes pueden
leerse, proponemos dar un paso más para reconocer que la imagen es
algo más que un texto, pues posee un elemento distintivo, que es el
de la inmediatez sensual.6 Esto supone reconocer que las imágenes
ostentan, además del significado lingüístico, otras dimensiones que la
palabra no puede reproducir.
¿Qué son las imágenes, entonces? ¿Qué sentido vamos a otorgarles?
Siguiendo a Laura Malosetti Costa, consideramos que las imágenes son

estímulos para la sensibilidad y la inteligencia […] vectores visibles de


ideas, emociones y relaciones ente los hombres […] Las imágenes
visuales son estímulos poderosos para la mente humana. Sus poderes
han sido ampliamente reconocidos y utilizados como instrumentos
de persuasión y dispositivos de poder desde mucho antes de la inter-
vención de los medios mecánicos de reproducción audiovisual.7

Si bien esta definición está pensada para todo tipo de imágenes


visuales, nosotros nos limitaremos a ver el sentido que puede adquirir
con aquellas imágenes carentes de movimiento, que son las utilizadas
en la muestra. Y si bien reconocemos la multiplicidad de aspectos
r o j o

desde los cuales puede abordarse una imagen, sólo tendremos en


O c t u b r e

cuenta aquellos que consideramos significativos para nuestra propues-

5 Véase Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del iluminismo. Buenos Aires,
Sudamericana, 1987 y Giovanni Sartori, Homo Videns. La sociedad teledirigida, Madrid,
Taurus, 2004.
6 Véase N. Mizroeff, Una introducción a la cultura visual, Barcelona, Paidós, 2003. [ 135 ]
7Laura Malosetti Costa, “¿Una imagen vale más que mil palabras?: Una introducción a la ‘lec-
tura’ de imágenes”, en curso de posgrado virtual Identidades y pedagogía. Aportes de la
imagen para trabajar la diversidad en la educación, Buenos Aires, FLACSO, 2005.
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ta. En este sentido, lo interesante de la idea de Malosetti es el recono-


cimiento de la imagen como un elemento de intervención. La posibi-
lidad de actuar a partir del doble estímulo de la mente y los sentidos
hacen de la imagen un poderoso recurso a la hora de narrar historias
y crear significados. Dado su carácter sensual, la imagen puede gene-
rar un fuerte poder de atracción y persuasión sobre las personas que
es vital para toda práctica divulgadora.8 Dado su carácter polisémico,
la imagen evita caer en un mensaje lineal y transparente y alienta la
experimentación de múltiples sentidos, lo que otorga a los sujetos
visuales un lugar mucho más activo que el del mero observador.
Quien observa una imagen no sólo atraviesa el hipnótico goce de una
experiencia estética, sino que además potencia ese gesto con la elabo-
ración de sentidos y significados. Que las personas observen imágenes
tiene “consecuencias políticas […] muy relevantes —aun cuando no
automáticamente progresistas—. El significado, en efecto, no está
adherido a la imagen. Dependerá de su situación, no de su fuente”.9
De esta manera, las imágenes poseen por sí mismas una gran capaci-
dad de autonomía a la hora de querer narrar historias. Sin embargo, esta
condición puede muchas veces potenciarse con la utilización de la pala-
bra, aunque no siempre, ya que la relación entre palabras e imágenes es
compleja. La imagen, hemos dicho, no es un mero texto que pueda leer-
se. Más aun, la imagen “es irreductible a la palabra. La excede, la desbor-
da. Hay algo en la imagen (ese efecto de presencia, de estar ahí, de mirar-
nos, de manifestarse) que no alcanza a ser traducible en palabras”.10 Sin
embargo, no hay modo de pensar la imagen sin palabras ya que “toda
interpretación es, en última instancia, una traducción a otro código. Esas
palabras e interpretaciones iluminan aspectos de la representación
visual, producen nuevas aproximaciones que, sin embargo, no agotan
sus posibilidades”.11 De este modo, toda la potencia visual y generadora
de sentidos de la imagen puede reforzarse y potenciarse con el uso de la
palabra sin por eso limitarla ni cercarla con un significado unívoco.
Teniendo en cuenta nuestra voluntad divulgadora y militante y las
estimulantes posibilidades que para esta tarea pueden brindar las imá-
genes, debemos ahora dirigirnos a explicitar el criterio con el cual bus-
camos organizar la muestra basado en la idea del montaje.

8 Aunque no descartamos también su potencialidad para el campo académico.


9Susan Buck-Morss, “Estudios visuales e imaginación global”, en José Luis Brea (ed.),
[ 136 ] Estudios Visuales. La epistemología de la visualidad en la era de la globalización,
Madrid, Akal, pp. 158-159.
10 Malosetti Costa, p. 9.
11 Ibídem.
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II.

Desarrollado dentro del campo del cine, el concepto de montaje ha


tenido una larga tradición de teorización y puesta en práctica.
Básicamente, la técnica del montaje puede entenderse como la “forma
en la que puede producirse una ilusión óptica según la cual dos por-
ciones de espacio filmadas en lugares distintos pueden erigirse como
componentes de una escena unitaria y continua”.12 Esta técnica fue
fundamental para un arte que —a diferencia de la fotografía— podía
captar y reproducir el movimiento aunque al mismo tiempo carecía de
la posibilidad de reproducir sonido. El montaje podía suplir con nota-
ble eficiencia esa carencia en un arte donde lo expresivo era indispen-
sable. Tanto es así que Karel Reisz sostiene que el desarrollo en la
expresividad del medio cinematográfico mudo fue consecuencia de
un desarrollo paralelo en la técnica del montaje.13
Si bien fueron los cineastas rusos de la década de 1920 quienes
más han teorizado sobre el tema, la idea de montaje ya estaba pre-
sente en los primeros realizadores del cine mudo. Mientras los her-
manos Lumière sólo se habían limitado a capturar el movimiento de
una serie de sucesos triviales, el director francés Georges Méliès
introdujo la concepción de una sucesión de episodios, aunque toda-
vía en la clave de la presentación teatral, es decir, donde los perso-
najes circulan permanentemente hacia dentro y afuera de la escena,
frente a una cámara que permanece predominantemente fija. Será el
norteamericano Edwin Porter, quien con su filme La vida de un
bombero americano (1902), introduzca la idea de que el significa-
do de un plano no tiene un contenido concreto sino que éste varía
según cuál fuera su situación respecto de los otros. Porter establecía
así los cimientos del montaje al sostener que el plano aislado era la
unidad sobre la cual se construía el filme.14 Una reformulación de la
idea de montaje fue adicionada por David Griffith, quien en su pelí-
cula El nacimiento de una nación (1915) complejizaba el procedi-
r o j o

miento de Porter al considerar que el punto de vista dentro de una


O c t u b r e

película no debía variar por razones físicas —como ocurría con


Porter—, sino dramáticas. A partir de la utilización del montaje
Griffith se proponía profundizar el sentido de la escena recurriendo
a la acumulación de detalles. Al verse obligado a escoger todos los

[ 137 ]
12 Antonio Costa, Saber ver el cine, Barcelona, Paidós, 2005, p. 258.
13 Karel Reisz, Técnica del montaje cinematográfico, Buenos Aires, Taurus, 1989, p.15.
14 Reisz, p. 19.
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detalles y a elegir el momento en que debía mostrarlos, el director


adquiría así una importancia suprema.
Quienes se lanzaron a reflexionar sistemáticamente sobre la idea de
montaje fueron los directores rusos de la década de 1920, particular-
mente Vsevolod Pudovkin y Sergei Eisenstein. En plena efervescencia
revolucionaria y sin poder desconectarse del clima político de ese
entonces los dos directores vieron al cine no sólo como un artefacto
estético y de entretenimiento sino más bien como una poderosa arma
que pudiera sostener el avance del nuevo proyecto social. Motivados
en parte por esa preocupación, ambos dejaron sendas obras donde
intentaron, con algunas diferencias, una teoría del montaje. Para el pri-
mero, el montaje debía ser de tipo constructivo, es decir, debía usar-
se de modo tal que el resultado final estimulara el intelecto. En su libro
Técnica cinematográfica, Pudovkin sostenía la idea de usar al cine
como un medio para la expresión de ideas, valiéndose de la ayuda del
montaje como la técnica que le permitiría aumentar la intensidad de
las escenas a partir de la consecución de detalles significativos. De este
modo, la forma en que Pudovkin pensaba el montaje permitía, respec-
to del argumento, que uno pudiera dedicar “una gran proporción del
tiempo total del filme a analizar su significación y sus derivaciones”.15
El director terminaba de asumir aquí por completo su papel protagó-
nico pues “el arte del cine empieza cuando el director se pone a unir
los diversos fragmentos de película”.16
Opuesto parcialmente a Pudovkin, Eisenstein utilizaba el argumen-
to como un andamiaje para construir un sistema de ideas que permi-
tieran obtener conclusiones y abstracciones de los hechos que ocurrí-
an.17 Su concepto de montaje era intelectual; allí importaba más la
idea y la forma en que ésta se exponía que la construcción dramática.
Así reflexionaba Eisenstein: “el cine formalista se dirige solamente a la
emoción mientras que el montaje intelectual da paso al proceso de
pensamiento”.18 Para este director, la continuidad cinematográfica
estaba dada por una serie de choques que, si bien resentirían la cali-
dad dramática de la película, se encargarían de hilar las imágenes a tra-
vés de las significaciones políticas e ideológicas que se desprendían de
esos choques. De esta manera, la continuidad cinematográfica estaba
asegurada por los cambios de planos que daban lugar a nuevos cho-

15 Reisz, p. 31.
[ 138 ]
16 Vsevolod Pudovkin, Film Technique, Londres, Newnes, 1929, p. 139.
17 Reisz, p. 36.
18 Sergei Eisenstein, citado en Reisz, p. 36.
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ques. La función del director aquí es la de desarrollar series de planos-


conflictos que expresen sus ideas mediante las nuevas significaciones
así producidas.
Si bien estos supuestos desarrollados aquí de manera sucinta serían
luego varias veces discutidos y superados, lo que nos interesa rescatar
de estos aportes a la técnica del montaje es su aspecto general de “cre-
ación de un sentido que las imágenes no contienen objetivamente y
que procede únicamente de sus mutuas relaciones […] La significa-
ción final de la escena reside más en la organización de los elementos
que en su contenido objetivo”.19 De esta manera, el sentido no está
dado en la imagen tomada solitariamente sino más bien en lo que haga
el transformador estético. Y nos interesa rescatar el sentido en que
los directores rusos —a pesar de sus diferencias— utilizaban el mon-
taje en sus películas: el de estimular no sólo los sentidos sino también
la reflexión de aquellos que las observan.
Las imágenes como insumos y el montaje como técnica: esta es la
base que hemos utilizado para nuestro proyecto de relatar una histo-
ria de la Revolución rusa noventa años después. El relato que se des-
prende de las imágenes presentadas aquí sin movimiento y sin sonido
adquirirá sentido y significación únicamente a partir de sus múltiples
entrecruzamientos propiciados por el montaje. Lejos de proponer una
mirada lineal y unívoca, lo que intentó nuestro montaje de imágenes
fue reconocer la multiplicidad de sujetos y prácticas que existieron
durante el suceso llamado Revolución rusa. Quien mire las imágenes
debe hacerlo de modo tal que cada una de ellas adquiera sentido a par-
tir de las demás y con las demás.
En el siguiente apartado agregamos algunos párrafos que proponen
una breve narración de lo acontecido durante los días de la
Revolución en función de las imágenes que se encuentran al final del
trabajo y que formaron parte de la muestra.

III.
r o j o
O c t u b r e

Los párrafos que siguen no suponen el soporte textual del recorri-


do visual de la Revolución. Exponen, muy sucintamente, una visión de
los acontecimientos que de ninguna manera intenta ser la definitiva.
Más bien, pretende ser el punto de partida para que el lector decida

[ 139 ]
19 André Bazin, ¿Qué es el cine?, Madrid, Rialp, 1990, p. 83.
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cuáles son los sentidos que se desprenden de esta historia narrada con
imágenes y de qué modo operará el montaje.20
El comienzo de la Revolución fue también el punto de partida para
que cientos de miles de artistas se lanzasen a explorar formas de arte
y de cultura emancipadas. Si bien las vanguardias artísticas en Rusia
habían surgido antes de 1917, la Revolución reforzó notablemente la
experimentación en el arte. Futuristas y constructivistas, por nombrar
sólo dos de las más destacadas corrientes, tuvieron en ella un suelo
propicio para desarrollar sus intuiciones sobre una nueva cultura. La
Proletkult, una organización cultural-educativa nacida poco antes de
la toma del poder en octubre que estableció miles de talleres en los
que obreros trabajaban conjuntamente con artistas, intentó romper
con los patrones estéticos e interpretativos establecidos. Organizó,
por ejemplo, conciertos sin directores y obras de teatro callejero en
las que las masas eran protagonistas y no quedaba claro dónde comen-
zaba y dónde terminaba el escenario, periódicos vivientes que conta-
ban las noticias del día a partir de pequeñas representaciones escéni-
cas, pinturas que anunciaban con colores y formas el fin del capitalis-
mo, músicas que imitaban los sonidos de las máquinas productoras,
poemas que hacían un llamado a la creación revolucionaria, artefactos
que eran funcionales y estéticos a la vez. Estas son sólo algunas de las
otras formas en las que el arte y la cultura intentaron liberarse de la
realidad heredada y crear un mundo emancipado. Esta revolución de
las prácticas se vio reforzada por la de los propios sujetos: la frontera
que separaba a los artistas profesionales de los amateurs, o de los
obreros y campesinos, se hizo difusa. Se aspiraba a que todos fueran,
entre sus otras actividades y aunque sólo por un momento, artistas cre-
adores de una nueva cultura.
Febrero de 1917 encuentra a Petrogrado, capital de Rusia, convul-
sionada por una creciente serie de manifestaciones y huelgas que son
el resultado del malestar causado por las malas condiciones de vida, el
hambre y la prolongación de la guerra. Acorralado por la situación, el
zar Nicolás II abdica a comienzos de marzo de 1917 y un Gobierno
Provisional, instalado en el Palacio de Invierno, se hace cargo del
poder. Paralelamente, resurge el Soviet de Petrogrado, una asamblea

20 Lo que sigue está basado en Orlando Figes, La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia
de un pueblo, Barcelona, Edhasa, 2006; Sheila Fitzpatrick, La Revolución rusa, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2005; José Hesse, Breve historia del teatro ruso, Madrid, Alianza, 1971; Producción
[ 140 ] Colectiva, Tiempo de insurgencia. Experiencias comunistas en la Revolución Rusa, Buenos
Aires, edición de los autores, 2006; Marc Slonim, El teatro ruso. Del Imperio a los Soviets,
Buenos Aires, Eudeba, 1965; Vladimir Tolstoy y otros, Street Art of the Revolution. Festivals
and Celebrations in Russia, 1918-33. Londres, Thames and Hudson, 1990.
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conformada por representantes de los soldados y los obreros. Los


alcances de sus resoluciones lo sitúan en una relación de “doble
poder” respecto del Gobierno Provisional, primero encabezado por
sectores liberales y luego por el socialista moderado Alexander
Kerensky. A medida que la revolución se va radicalizando, comités de
obreros dentro de muchas fábricas declaran el control de la produc-
ción, desplazando en muchos casos a los antiguos propietarios. Las
manifestaciones no sólo de trabajadores, sino también de estudiantes,
soldados, intelectuales y empleados, entre otros, se multiplican por
doquier. El movimiento soviético se va extendiendo por todo el país;
los soviets que se fundan en cada rincón del antiguo Imperio Ruso se
agrupan, a su vez, en congresos generales que se convocan en la capi-
tal. El 25 de octubre de 1917 —que corresponde al 7 de noviembre en
el calendario actual— el Segundo Congreso Panruso de los Soviets
depone al Gobierno Provisional y asume la conducción única de la
Revolución. Para entonces, uno de los partidos que venía fogoneando
el proceso, los bolcheviques, ya había puesto en marcha una estrate-
gia que pronto excluyó de los soviets a las demás fuerzas socialistas.
Lenin encabezó el primer gobierno puramente soviético y desde allí
profundizó el curso de acción que él mismo había propuesto a su par-
tido. Desde mediados de 1918 los soviets perdieron rápidamente su
carácter de órganos abiertos y deliberativos, instalándose una dictadu-
ra de partido único. Las demás organizaciones revolucionarias —los
mencheviques, mencheviques internacionalistas, socialistas revolucio-
narios, socialistas revolucionarios de izquierda y anarquistas— fueron
prohibidas. Desde entonces hubo varios intentos de restaurar la demo-
cracia y el poder de los soviets, el más conocido de los cuales fue la
rebelión de Kronstadt de 1921, reprimida por el nuevo Estado a san-
gre y fuego.
El campo no fue ajeno a lo que sucedía en la ciudad. Los campesi-
nos buscaron poner fin a una situación de explotación que sufrían
desde hacía décadas. Algunos se limitaron a recuperar las tierras usur-
r o j o

padas por los terratenientes, volviendo a incluirlas en los ejidos comu-


O c t u b r e

nales. Otros fueron más lejos y exploraron extensas formas de autogo-


bierno y autodefensa. Por ejemplo, en Ucrania se organizaron para
defenderse de la situación creada por la cesión de esa zona a los ale-
manes tras la firma de la paz de Brest-Litovsk por parte del gobierno

[ 141 ]
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bolchevique. Los campesinos ucranianos tomaron las armas para


defender sus recientes conquistas y establecieron guerrillas. Estas gue-
rrillas eran de carácter democrático y voluntario: en ellas la designa-
ción de los grados era electiva y la aceptación de la disciplina, libre. La
estrategia era apuntalar una región liberada para extender la resisten-
cia y a la vez concretar la revolución sobre bases libertarias. Se organi-
zaban en soviets libres totalmente independientes de cualquier parti-
do político y las decisiones eran tomadas en asambleas. Los soviets,
también llamados comunas agrarias libres, estaban federados en distri-
tos y estos en regiones. Fue en el sur de Ucrania, en un territorio que
formaba una especie de círculo de unos 250 por 280 km y cuyo cen-
tro era Goulai-Polié, donde comenzaron a ponerse en práctica estas
ideas. Allí el campesino Néstor Majnó y otros anarquistas habían fun-
dado, en marzo de 1917, la Unión de Campesinos. En un principio se
trató de un Comité con el fin de abolir la propiedad privada, de mane-
ra que la tierra fuera de uso de cada campesino que la trabajara pero
perteneciera colectivamente a todos los campesinos, representados
por la Unión de Campesinos. Organizados más tarde en una verdade-
ra comuna, mantuvieron extensos ejércitos propios con los que com-
batieron contra los blancos, asegurando así el triunfo de la revolución.
Poco después, sin embargo, fueron atacados y derrotados por el
Ejército Rojo, que finalmente logró quitarles el control autónomo de
la región.
Pero la revolución fue un suceso que desbordó las fronteras de
Rusia. Apenas desatados los acontecimientos de Petrogrado de febre-
ro de 1917, se fue extendiendo un movimiento de desobediencia y
resistencia en varias de las minorías nacionales que poblaban el mul-
tiétnico Imperio Ruso. La participación de las nacionalidades y sus
demandas de autonomía, durante 1917 y después, fueron fundamenta-
les para erosionar el poder central y, en algunos casos, para afianzar
los logros de la revolución. En la zona de Finlandia, por ejemplo, los
movimientos locales adelantaron en radicalidad al proceso revolucio-
nario de Petrogrado. Algunos destacamentos militares de base nacio-
nal no rusa fueron protagonistas centrales de muchas de las jornadas
más importantes de 1917. Las demandas de autogobierno local se
combinaron con las identidades nacionales de maneras imprevistas, a
veces potenciando la Revolución, y otras limitando sus avances o

[ 142 ]
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incluso combatiéndola. Por otra parte, la onda expansiva de la


Revolución llegó a afectar a territorios distantes del antiguo Imperio.
Algunos destacamentos y brigadas del Ejército ruso que casualmente
se encontraban fuera de su país al inicio de los eventos de 1917 —
como los apostados en La Courtine en Francia— se sumaron a la deso-
bediencia. Pero las esperanzas de emancipación fueron incluso más
lejos. Siguiendo el ejemplo ruso, Europa se vio convulsionada por una
ola revolucionaria. Incluso en Rosario, Argentina, se proclamó un
“soviet” en 1921.
Este trabajo ha querido dar cuenta de algunos de los problemas que
supone la narración de historias en intervenciones que exceden a los
muros de la academia a través del uso de las imágenes. En este senti-
do, rescatamos el poder de la imagen “en relación con su función
específica, con su lugar preciso en un entramado cultural”, recono-
ciendo que “en cada nueva coyuntura la imagen irá perdiendo unos
significados y adquiriendo otros” y que “será atravesada por diferentes
discursos” devolviendo a cada espectador miradas nuevas.21 Luego, al
proponer un cierto ordenamiento de las imágenes, invitamos al lector
a experimentar las sensaciones y sentidos que se desprendían de la
composición del montaje de las imágenes de aquellos que intentaron
hace noventa años en Rusia crear nuevas formas de vida emancipada.
La esperanza —apenas velada— que atravesó todo este esfuerzo fue
que el ejercicio ayude a iluminar también las dificultades de una simi-
lar articulación en el presente.
r o j o
O c t u b r e

[ 143 ]
21 Malosetti Costa, p. 10.
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Fotografía de la recreación del diseño realizado para la puesta de la pieza de


Vladimir Maiakovski Misterio Bufo, de 1918. El dramaturgo la escribió a modo de
espectáculo popular semicómico; parodió a la Biblia e imaginó un nuevo diluvio y
una nueva arca donde los “impuros” eran los trabajadores de diversos oficios y los
“puros” incluían a los explotadores de toda clase. Después del fracasado intento de
los explotadores de imponer su mando sobre los “impuros”, estos arrojan a los
“dirigentes” por la borda y encuentran su camino hacia la tierra de promisión. El
director proletkultista Vsevolod Meyerhold fue quien puso en escena este “cuadro
heroico, épico y satírico de nuestra época”, según el subtítulo. El pintor Kazimir
Malevich ubicó un enorme hemisferio azul que representaba el globo terrestre y
algunas formas cúbicas sugerentes del arca. Los actores recitaron en monótona sal-
modia pero lograron hacer llegar al público las frases de impacto. Famosa fue, por
ejemplo, la definición de república democrática hecha por un capitalista a un pro-
letario: “Es como una rosquilla: para mi la rosquilla, para ti el agujero”.

[ 144 ]
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Reproducción hecha por el pintor y diseñador Natan Altman, en 1969, del panel
de su autoría ubicado en el centro de la fachada del Palacio de Invierno en 1918.
El texto dice: “Quien no era nada lo será todo”.
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[ 145 ]
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Una de las escenas de la representación teatral La toma del Palacio de invierno,


Petrogrado, 1920. Dirigida por Nicolai Evreinov, fue subtitulada como una “acción
de las masas”. La representación fue realizada en las escaleras y la plaza adyacen-
te del antiguo palacio zarista y necesitó de una vasta cantidad de participantes.
Ocho mil personas formaron parte del espectáculo; una orquesta de quinientos
músicos ejecutaba canciones revolucionarias y una andanada real del buque
Aurora, anclado en el río Neva, reforzaba la acción colectiva en la que los intér-
pretes y el público se mezclaban libremente. Dijo su director: “Para esta puesta en
escena histórica —en el doble sentido de la palabra— había dispuesto de cada
lado del arco central del Palacio dos plataformas inmensas a las que servían de
fondo unos decorados gigantescos que representaban, en la primera, un grupo de
fábricas con sus chimeneas humeantes, que querían simbolizar el porvenir, y en
la otra, una serie de motivos en tonos grises que simbolizaban la miseria del pasa-
do. Las dos plataformas estaban unidas por un enorme arco, en cuyo centro había
situado a una orquesta de ciento cincuenta músicos…”.

[ 146 ]
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Monumento a la Tercera Internacional, 1920. En 1919 y 1920, el pintor y escul-


tor Vladimir Tatlin produjo bocetos y un modelo para lo que fue el proyecto del
Monumento a la Tercera Internacional. Este diseño, en teoría, debía ser más alto
que el gran símbolo de la modernidad de ese entonces, la Torre Eiffel. Su estruc-
tura en espiral, sin embargo, iba a darle el dinamismo estructural del que carecía
el diseño simétrico de la torre ubicada en París. Inicialmente, el Monumento iba a
albergar una oficina de telégrafos pero Tatlin, que no era arquitecto, no resolvió
los problemas de ingeniería que requería tal idea. La torre nunca pasó de las eta-
pas de diseño. El modelo fue exhibido y fotografiado en Petrogrado en noviembre
r o j o

de 1920, el mismo momento en el que se representaba La toma del Palacio de


invierno.
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[ 147 ]
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Camareros de ambos sexos de Petrogrado en huelga. La pancarta principal dice:


“Insistimos en que se respete a los camareros como seres humanos”. Las otras pan-
cartas piden que se termine con la degradante práctica de dar propinas.

[ 148 ]
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Reunión del Soviet en el Salón Catalina del Palacio Táuride, 1917.

[ 149 ]
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Manifestación de obreros y soldados en Petrogrado, 1917. En el cartel puede leerse


“Abajo con el viejo mundo”.

[ 150 ]
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Afiche que anunciaba la caída del Gobierno Provisional. El texto dice: “Del Comité
de Guerra Revolucionario del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de
Petrogrado. A los ciudadanos de Rusia: El Gobierno Provisional fue depuesto. El
poder del Estado pasó a manos del órgano del Soviet de Diputados Obreros y
Soldados de Petrogrado, el Comité Militar Revolucionario, quien es la cabeza del
r o j o

proletariado de Petrogrado y su guarnición. Los objetivos por los cuales el pueblo


luchaba —la propuesta de paz inmediata, la abolición de la propiedad en el
O c t u b r e

campo, el control obrero de la producción, la creación de un gobierno de


Soviets— han sido alcanzados. ¡LARGA VIDA A LA REVOLUCIÓN DE OBREROS,
SOLDADOS Y CAMPESINOS! Comité Militar Revolucionario del Soviet de diputa-
dos obreros y soldados de Petrogrado. 7 de noviembre de 1917.

[ 151 ]
octubre rojo.qxp 21/11/2008 18:41 PÆgina 152

Las dos hijas de un campesino lo ayudan a trillar el trigo.

[ 152 ]
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Mujeres campesinas tiran de una sirga en el río Sura bajo la vigilancia de un con-
tratista.
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O c t u b r e

[ 153 ]
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Néstor Majnó, en 1919.

[ 154 ]
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Tropas del ejército rojo asaltan la base naval de Kronstadt en marzo de 1921.

r o j o
O c t u b r e

[ 155 ]
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Campesinos majnovitas atacan un tren de trigo requisado en febrero de 1921.

[ 156 ]
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El ejército rojo llega a Bujara —Uzbekistán— y explica el significado del poder


soviético a los antiguos súbditos del emir, septiembre de 1920.
r o j o
O c t u b r e

[ 157 ]
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Huelga general en Helsinski, Finlandia, 1917.

[ 158 ]
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Buscando los límites de la


representación cinematográfica
de Octubre en su décimo aniversario

Pablo Fontana*
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* Pablo Fontana es Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de


la UBA. Actualmente se desempeña como Ayudante de la Cátedra de Historia de
Rusia y escribe su Tesis de Licenciatura sobre historia del cine soviético.

[ 160 ]
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La Revolución de Octubre dio comienzo a un proceso revolucionario


en el cine soviético, impulsando a los artistas en la búsqueda de nuevos
métodos que escaparan al arte prerrevolucionario, concebido como bur-
gués. Este periodo de experimentación, posible gracias a la libertad inte-
lectual permitida por el gobierno durante los años de la NEP, fue fructí-
fero en cuanto a la diversidad de lenguajes expresivos que lograron desa-
rrollarse. Sin embargo, este paréntesis de diversidad artística encontraría
su fin con el ascenso de Stalin al poder y la “Revolución Cultural”(1928-
1932), imponiéndose progresivamente el realismo socialista.
En el décimo aniversario de la Revolución de Octubre los directo-
res soviéticos aún buscaban los límites permitidos para la representa-
ción del nuevo mundo que se abría frente a sus ojos. La innovación
tenía lugar no sólo en cuanto al lenguaje expresivo, sino también en
cuanto a las interpretaciones de la nueva realidad. Octubre y Cama y
Sofá marcan los límites de esta búsqueda alcanzados por la revolución
en el cine soviético. En el caso de Octubre se llegó al punto de máxi-
mo desarrollo de un lenguaje cinematográfico innovador, mientras
que Cama y Sofá fue el extremo en cuanto a una interpretación de la
r o j o

realidad que rompía con los valores tradicionales sobre género y


O c t u b r e

sexualidad. Ambas películas serían atacadas al ser consideradas peque-


ño burguesas por los críticos del Partido.
Filmada por Abram Room, en 1927, Cama y Sofá es el mejor docu-
mento cinematográfico de la vida privada urbana en la sociedad sovié-

[ 161 ]
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tica posrevolucionaria. El que una producción de este tipo haya sido


posible en los años veinte sólo puede entenderse teniendo en cuenta
los importantes cambios que la Revolución de Octubre operó en la
vida privada, liberando sexualidad, reproducción y género de la opre-
siva legislación zarista. Luego de Octubre el marido ya no puede impo-
ner a la mujer su nombre, ni su domicilio, ni su nacionalidad y la igual-
dad de los cónyuges respecto de los hijos es absoluta. El divorcio fue
liberado en una medida mayor que cualquier otro país, eliminando la
noción de culpabilidad y el juicio, en caso de consentimiento mutuo.
Fue abolido el matrimonio religioso y se uniformizó y simplificó al
máximo el procedimiento para casarse, mientras que todos los hijos,
legítimos o no, obtuvieron los mismos derechos. La independencia
económica le otorgó a la mujer mayor libertad y la insertó en la vida
pública. Los vínculos familiares se redujeron, prohibiéndose la heren-
cia y autorizándose el aborto sin restricción alguna. Con estos cambios
y las rupturas producidas por la guerra civil, la familia se volvió menos
estable y las relaciones sexuales más liberales.
Esta nueva realidad raramente era descripta en términos realistas
por los directores soviéticos. Cama y Sofá constituye una excepción.
Mientras que los otros filmes soviéticos muestran mujeres fuertes,
Room retrata una esposa como víctima simplemente por ser mujer, si
bien al final emerge como una mujer fuerte, superando la opresión.
Hasta fines de los años cincuenta no existieron filmes soviéticos con
un abordaje libre de juzgamiento como la obra de Room. Tampoco se
realizaron películas en las que el sexo fuera tratado de forma tan posi-
tiva, y el acuerdo machista en contra de la mujer, esposa o amante, tan
bien escenificado. Uno de los problemas reales a los que el filme hace
alusión es la escasez de viviendas. Como la asignación de viviendas era
un monopolio del Estado, y las listas de espera se eternizaban, los
divorciados se veían obligados a seguir conviviendo durante largas
temporadas y difícilmente podían rehacer sus vidas.1 En este sentido,
Room retrata fielmente las dificultades de la época, renovando conti-
nuamente el triángulo amoroso con el peso de la cohabitación forza-
da. Los críticos soviéticos atacaron al filme porque el gobierno no bus-
caba mostrar la vida de los ciudadanos desde una visión desprejuicia-
da. Esta fue la falta de Room, que con su talento revela los detalles de
la vida cotidiana, incluso las dificultades posrevolucionarias sin juzgar-

[ 162 ]
1 Françoise Navailh, “El modelo soviético”, en Georges Duby y Michele Perrot (Eds.),
Historia de las mujeres, Madrid, 1993, Tomo IX, p. 269.
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las. A partir de la “Revolución Cultural” se estrecharon los límites en


cuanto a los nuevos problemas sociales que podían ser filmados y a la
interpretación que de ellos se hacía. Debe tenerse en cuenta que el
realismo socialista no pretendía retratar la realidad corriente, sino la
realidad socialista: la visión del mundo interpretada a través del socia-
lismo tal como lo definía el Partido.
Con la “Revolución Cultural” muchas de las innovaciones legales
relacionadas con la vida sexual y familiar fueron revertidas. Se repro-
bó “malgastar” las propias fuerzas en el amor y el sexo, ya que se lo
consideraba robar a la Revolución. Se condenaron la libertad de cos-
tumbres y el devaneo sexual en nombre de la sublimación revolucio-
naria. El Partido aspira a una sociedad normativista y en 1934 crimina-
liza la homosexualidad, se da marcha atrás con el apoyo estatal al abor-
to y las prostitutas pasan a ser consideradas delincuentes. El estalinis-
mo reinstala el modelo familiar en la sociedad, como puede apreciar-
se en el filme Lenin en Octubre (1937). Feministas como Alejandra
Kollontai fueron acusadas de descuidar la lucha de clases y promover
el desorden en la vida sexual. En los colegios se pasó de enseñar edu-
cación sexual a promover la continencia.
En este nuevo clima social que, impulsado por el Partido, comen-
zaba a emerger en el décimo aniversario de la Revolución de Octubre,
la obra de Room provocaba el rechazo de las autoridades. Inicialmente
se muestra la vida del matrimonio como una continuación de la fun-
ción del esposo en su trabajo de supervisor, su emergencia como un
tirano doméstico significa que la política sexual no es necesariamente
un simple reflejo de la identidad de clase, refutando la idea de que los
hombres proletarios son necesariamente más igualitarios que su con-
traparte burguesa. Room escenifica la grieta entre la esfera pública y
privada en la Unión Soviética. Mientras que los dos hombres de la pelí-
cula se mueven entre ambos espacios, Liudmila, la protagonista, per-
manece inmovilizada en el hogar, siendo una ventana su única cone-
xión con la esfera pública, que le permite observar el mundo exterior,
r o j o

pero no interactuar en él. Volodia llegando en el tren representa ese


O c t u b r e

nuevo mundo que irrumpe junto a la Revolución. Entregándole un


periódico, paseándola en avión o haciéndole escuchar la radio, inser-
ta a Liudmila en la nueva vida pública soviética, pero nuevamente cae
en el eterno masculino de seducción y abandono o dominación. El

[ 163 ]
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machismo no queda así reducido a un hombre, a la burguesía o a la


sociedad prerrevolucionaria, sino que es parte del género masculino,
por lo que la mujer debe encontrar su propio lugar a través del traba-
jo y la independencia económica. Este era otro elemento que los críti-
cos difícilmente podían aceptar: no podía mostrarse a quien simboli-
zaba la revolución como un nuevo opresor.
Cama y Sofá fue la mirada más profunda que la sociedad soviética
posrevolucionaria hizo de sí misma, pero fue más allá de lo que el
Partido podía tolerar. En Moscú, luego de ser proyectada una semana,
la película fue retirada de cartel, mientras que en las áreas rurales
nunca fue exhibida, posiblemente por temor a que los campesinos
vean confirmados los rumores que sobre los bolcheviques transitaban
en el campo: la instauración de la comunidad obligatoria de mujeres.
Posteriormente, en 1936, Cama y Sofá fue incluida en la lista de pelí-
culas que se prohibía proyectar.
La mayoría de los filmes en los años veinte trataban sobre el movi-
miento revolucionario.2 La inexistencia de filme documental sobre la
Revolución de Octubre brindaba una excelente oportunidad a los cine-
astas soviéticos, quienes debían cumplir con el imperativo propagandís-
tico de recrear el evento histórico, reelaborándolo, al crear un equiva-
lente fílmico de la historia “real”.3 Entre estos “filmes revolucionarios”
se encuentra la subcategoría de “espectáculos revolucionarios”, en los
que se incluyen El fin de San Petersburgo y Lenin en Octubre, y que
encuentran su máximo exponente en la obra de Serguei Eisenstein,
Octubre (1927). Este joven director, autor de la película mundialmente
famosa El Acorazado Potemkin (1925), merece un lugar privilegiado
en esta subcategoría por ser quien dio comienzo a la misma, pero tam-
bién por ser la figura decisiva en el desarrollo del género.
En su reelaboración barroca, Eisenstein sintetiza diversas visiones de
la Revolución, cuyos orígenes son múltiples. Expresamente es la obra de
John Reed, Los diez días que conmovieron al mundo, el eje articula-
dor del filme, pero el aporte del poema “Vladimir Ilich Lenin”, de
Mayakovsky, no fue menor, inspirando la figura afeminada de Kerensky.
También el documental de montaje La Caída de la Dinastía Romanov,
realizado por Esfir Shub, contribuyó a Octubre, en este caso desde lo
visual, al mostrar los fragmentos de la Estatua destruida de Alejandro III
y los soldados de ambos bandos confraternizando en el frente.4 La obra

[ 164 ]
2 De 514 films, 144 se centraban en el movimiento revolucionario. Considerando sólo los
largometrajes la proporción asciende a un tercio de la producción.
3 Richard Taylor, Film Propaganda: Soviet Russia and Nazi Germany, New York, 1998, p. 64.
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de Shub, que pretende ser una oda a la Revolución de Febrero, subordi-


na la misma, al igual que lo hace Eisenstein, a la Revolución de Octubre,
como preludio burgués de la revolución proletaria. Ambos cineastas
muestran a Febrero saludada por la burguesía y bendecida por la Iglesia.
Estos puntos en común no sólo expresan un intercambio entre los artis-
tas, tienen su origen en la cristalización de una narración sobre la
Revolución por parte de la cultura soviética de los años veinte.5 Ese es
el origen de algunos clichés de Octubre, como los marineros en sus
poses heroicas, Lenin rodeado de pancartas o la imagen de Kerensky
asemejada a la de Napoleón. Los carteles soviéticos eran uno de los
soportes materiales de estos retratos emblemáticos, que cobraron nueva
fuerza con las celebraciones del décimo aniversario, especialmente con
sus espectáculos de masas. De ellos Eisenstein toma prestadas ciertas
abstracciones basadas en el lenguaje.6 Las 10.000 personas que tomaron
parte de la recreación de la toma del Palacio de Invierno en 1920 estan-
darizaron una iconografía que en cierta forma fue responsable de las
exageraciones de Eisenstein al escenificar este evento.7 Octubre se pre-
senta así como una síntesis de diez años de desarrollo de un mito revo-
lucionario. Pero Eisenstein otorga una forma particular a esta síntesis y,
acorde con su tarea propagandística, reordena los elementos alineándo-
los en pares opuestos en los que el conjunto positivo posee un carácter
dinámico, mientras que el negativo se caracteriza por ser estático.8 Los
dos bandos presentan también identidades sexuales claramente defini-
das. El gobierno provisional es dotado de una sexualidad “anormal”,
expresada en la insinuación del lesbianismo del batallón de mujeres o
en su frustración sexual al observar las estatuas de Rodin. También la
encontramos en la feminidad de Kerensky o en la de los mencheviques,
cuyo Estado Mayor en el Smolny se muestra en la habitación donde
puede leerse “Maestras”.9 La Revolución de Febrero también es dotada
de un carácter femenino, al tener lugar el día de la mujer y ser encabe-
r o j o

4 Shub le mostró a Eisenstein toda su colección de películas rodadas durante la guerra y las
revoluciones de 1917.
O c t u b r e

5 David Bordwell, , El cine de Eisenstein, Barcelona, 1999, p. 105.


6 Este es el caso de la escena que muestra a Kerensky ascendiendo por la escalera, junto a
la palabra lesnitsa que da la idea de un ascenso en el poder. Bordwell, p. 116.
7 El rodaje de esta escena causó más daños en el Palacio de Invierno que el evento históri-
co. David Gillespie, Early Soviet Cinema, Londres, 2000, p. 48.
8 Lenin agita a las masas sobre un tanque, mientras Kerensky descansa en el trono del pala-
cio, sus botas de cuero son mostradas sobre un cojín y los campesinos golpean sus toscas
botas apoyando a los bolcheviques en el Congreso de los Soviets. [ 165 ]
9 En este orden se incluye la escena de Kerensky descansando en la habitación de la zari-
na, ya que su nombre, Alexander Fiodorovich, es la forma masculina de Alexandra
Fiodorovna, nombre de la zarina.
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zada por una mujer, pero queda claro que Octubre pertenece a los hom-
bres. La violación simbólica del marinero bolchevique hundiendo su
bayoneta en la cama de la zarina, ante la cual las mujeres del batallón
femenino quedan horrorizadas, y la yuxtaposición de una metralleta con
una estatua masculina y un bolchevique así lo demuestran. Esta polari-
zación masculino / femenino, provocó ciertas tensiones entre la expre-
sión artística del filme y la ideología bolchevique, debido a que el recur-
so artístico lo lleva a satirizar la figura de la mujer en la segunda parte
del filme, lo que no escapó a las críticas de sus contemporáneos.
La polarización se produce también en torno al tiempo, un motivo
central en Octubre. El zarismo y el gobierno provisional se mueven en
un tiempo artificial expresado a través del reloj del pavo real asociado
a la imagen de Kerensky, como también por medio de la imagen del
búho giratorio. Lenin en cambio es identificado con el tiempo real, en
primer lugar con el reloj que se observa detrás de él cuando arriba a
la estación de tren, recurso utilizado también en el momento en que
tiene lugar la toma del Palacio de Invierno y al declararse la
Revolución de Octubre. Los bolcheviques se mueven así en el tiempo
real, al que logran manejar ya que comprenden los “verdaderos” meca-
nismos de la historia, razón por la cual se muestra a Lenin dictaminan-
do la fecha de la insurrección.10
Otro punto conflictivo fue la representación de Octubre como
resultado del impulso de las masas, así como de la dirección del
Partido. Eisenstein utiliza la tipificación para expresar la relación entre
ambos, colocando como protagonistas a representantes estereotipa-
dos de campesinos, obreros y soldados disciplinados que obedecen al
Partido.11 Esa disciplina es la que los abstiene del saqueo al capturar
el Palacio de Invierno. Por otro lado las escenas de la recepción en la
estación de Finlandia y la ovación final en el Congreso de los Soviets
hacen de la figura de Lenin la confianza de esas masas en el Partido.
Octubre no es sólo una síntesis de los mitos que circulaban por la
sociedad soviética, es su reelaboración desde los intereses y la visión del
Partido que se legitima con esta apropiación. La historia que Eisenstein
relata concuerda con la versión oficial que en ese momento imperaba
sobre las revoluciones de 1917. Si bien no es una visión totalmente erra-
da, es en numerosos aspectos selectiva y exagerada. No profundiza en

10 En realidad Trotsky deseaba que la misma coincidiera con el Segundo Congreso de los
[ 166 ]
Soviets. Esta distorsión también se realizó por presión de Stalin.
11 La tipificación o tipaje es un recurso que consiste en utilizar un individuo cuya aparien-
cia se asemeja al carácter que éste interpreta.
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r o j o
O c t u b r e

Octubre: planos en los que se asocia la imagen de los bolcheviques con el mane-
jo del tiempo real y las fuerzas de la historia.

[ 167 ]
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las tensiones al interior del partido bolchevique y expone en forma inco-


herente la posición de los mencheviques y socialrevolucionarios.12 El
reducido grupo que toma el Palacio de Invierno se transforma, en
manos de Eisenstein, en una gigantesca masa revolucionaria que se
muestra disciplinada al momento de detener a quienes intentan saque-
ar la bodega real, cuando en realidad los bolcheviques nunca pudieron
hallar una custodia para la bodega sin que sucumbiese a la tentación dio-
nisíaca. Deformaciones de este tipo levantaron críticas de algunos sec-
tores del Partido, que calificaron a la obra de Eisenstein de ser ya no un
símbolo, ni un cartel, sino una mentira. Sin embargo la nueva cúpula del
Partido no levantó ninguna protesta ante las importantes ausencias de
Octubre, siendo ellas precisamente las que más nos hablan sobre su pre-
sente histórico, especialmente la reducción de Trotsky a una sola esce-
na, la de la reunión del 10 de octubre, en la cual el líder es mostrado en
forma negativa.13 En sus memorias Grigori Aleksandrov, colaborador de
Eisenstein, recuerda como Stalin ordenó reeditar el filme y suprimir
numerosas escenas antes del estreno, específicamente aquellas en las
que aparecía Trotsky, representando este el primer caso de censura
estalinista.14 Debe tenerse en cuenta que 1927 fue un año clave en la
lucha entre ambos líderes, resultando victorioso Stalin. Por otro lado la
escena en que Lenin declara la fecha de la insurrección, con Stalin a su
lado, inaugura una tradición del estalinismo en el cine, la de colocar la
figura de Stalin como sucesor de Lenin, legitimando así su poder. Sobre
el material censurado puede darnos una idea la cita de Eisenstein que
habla de una película de 3.960 metros de fílmico, cuando en el estreno
sólo fueron proyectados 2.773 metros. Son numerosas las ficciones que
el director crea voluntariamente sobre el pasado, y son ellas las que más
iluminan sobre su función propagandística.15 Eisenstein se desempeña

12 Bordwell, p. 103.
13 Posiblemente por cierto rezago de lealtad frente a su memoria, Eisenstein remite a
Trotsky sin recurrir a su figura, colocando en boca de otro bolchevique su famosa frase “¡Ya
pasó el momento de las palabras!”. Un excesivo papel protagónico se le concedió a
Antonov Ovseenko, único trotskista del filme. Posiblemente fue así porque al momento del
rodaje se había alineado junto a Stalin.
14 La filmación de Octubre comenzó en abril de 1927 y no finalizó hasta octubre del mismo
año. Una versión preliminar fue proyectada en el Teatro Bolshoi el 7 de noviembre para el
décimo aniversario de la Revolución. Luego el filme fue reeditado removiéndose algunas
escenas en las que aparecía Trotsky y otras de montaje intelectual. Octubre fue finalmente
estrenada el 14 de marzo de 1928.
15 En la reunión del Comité Central del 10 de octubre Lenin es mostrado votando una fecha
exacta para la insurrección, cuando en realidad nunca lo hizo. También en esa reunión se
[ 168 ] lo muestra con el aspecto con el que fue inmortalizado, pero no afeitado y con peluca,
como en realidad asistió a la reunión. Su discurso en el Congreso de los Soviets es montado
en forma simultanea con la toma del Palacio de Invierno, cuando en realidad tuvo lugar a la
tarde siguiente.
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como un agente de propaganda al fragmentar los discursos mediante el


montaje, transformándolos en eslóganes, y utiliza los intertítulos para
guiar la interpretación de las tomas en la dirección deseada por el Partido.
Estamos frente a un artista, exponente de su generación, que adhie-
re a la revolución en cuanto a sus ideas políticas, y cree que debe
hacerlo obedeciendo las directivas del Partido, pero también intenta
actuar como revolucionario en su ámbito provocando una ruptura
total con el arte del mundo burgués, no sólo en cuanto a su ideología
política, sino en cuanto a la forma de representación. Eisenstein no
otorga una interpretación propia de la Revolución. Las autoridades le
proveyeron de cuanto él necesitaba para su proyecto megalómano y
él retrató la Revolución como los líderes del Partido querían que esta
fuese recordada. Su innovación fue el lenguaje que utilizó (caracteri-
zado por un fuerte simbolismo y el montaje intelectual) y fue allí
donde radicó su falta con el Partido.
El cine era concebido por los líderes soviéticos como un arma de
propaganda, en palabras de Stalin: “el cine es el más importante medio
de agitación. Nuestra tarea es tomarlo en nuestras manos”.16 Y efectiva-
mente esa fue la tarea que el Partido llevó adelante durante la
“Revolución Cultural” colocando toda organización artística bajo su con-
trol. En 1934 el realismo socialista fue adoptado como política cultural
oficial y “método básico” de toda actividad artística, poniendo fin al
periodo de experimentación artística responsable de la edad dorada del
cine soviético.17 Los artistas soviéticos contribuyeron a erigir un sistema
que terminó destruyéndolos como artistas.18 Los cineastas devinieron
en funcionarios estatales con una jerarquía bien definida y con la fun-
ción de realizar filmes que sostuvieran el régimen para el cual trabaja-
ban, siempre dentro de los cánones del realismo socialista. La experien-
cia entre los artistas de las vanguardias soviéticas durante la “Revolución
Cultural” distó de ser agradable, tal como Eisenstein la describió:
r o j o

Tengo miedo, demasiado miedo. Y... los hechos justifican mi miedo.


Ya no somos rebeldes. Estamos deviniendo en perezosos sacerdo-
O c t u b r e

tes. Tengo la impresión de que el enorme aliento de 1917 que dio


nacimiento a nuestro cine se esta desangrando... La gente está
comenzando a observar síntomas de desgarro de los tiempos prerre-

16 Stalin en el XIII Congreso del Partido, en mayo de 1924.


17 Como movimiento, el montaje intelectual soviético llega a su fin en 1933. David
[ 169 ]
Bordwell y Kristin Thompson, Film Art. An Introduction, New York, 1990, p. 388.
18 Peter Kenez “Soviet Cinema in the age of Stalin”, en Richard Taylor y Derek Spring
(Eds.), Stalinism and Soviet Cinema, Londres, 1993, p. 68.
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volucionarios aún entre nuestra vanguardia... Y lo que es peor, esta


es la tendencia de la gente para la cual estamos trabajando.19

El criterio oficial de evaluación para un filme pasó a ser el requeri-


miento de que sea “inteligible para los millones”, condición que se
repetirá interminablemente durante “la Revolución Cultural” y el
periodo estalinista. A pesar de que el objetivo oficial era terminar con
el cine “burgués”, es decir, el cine vanguardista, y “proletarizar” la
industria cinematográfica, la cuestión de fondo no radicaba en el
carácter ideológico de las producciones, que de hecho eran funciona-
les al poder soviético, sino en su ineficacia como instrumento de pro-
paganda masivo al ser comprensible sólo por una parte de la pobla-
ción. El realismo socialista cumplía con esta condición de ser inteligi-
ble, ya que se encontraba despojado de todo elemento narrativo no
convencional. Sus cuatro principios eran klassovost (expresión de los
intereses de clase), ideinost (cuestiones concretas cotidianas), partii-
nost (fidelidad a los puntos de vista del Partido) y narodnost (accesi-
bilidad al publico popular y reflejo de sus preocupaciones).20
Debe tenerse en cuenta que cuando los líderes soviéticos hablaban
de “propaganda” no la interpretaban de una forma negativa como lo
es hoy en día, en el sentido de manipulación ideológica. Generalmente
se referían a la misma como “educación”, porque la consideraban una
tarea educativa ya desde la Revolución de Octubre o incluso antes. Al
entender la ideología marxista como la objetiva interpretación de la
realidad, su difusión en contra de otras ideologías era considerada
como un proceso de “educación”.21
Para los críticos y las autoridades soviéticas, el error fundamental
de Octubre radicó en la forma artística utilizada por Eisenstein. Sin
embargo, su búsqueda de un nuevo nivel de expresividad fílmica no
se reducía a una simple cuestión artística sino que tenía claros fines
propagandísticos. Eisenstein intentaba transmitir mensajes intelectua-
les de contenido revolucionario en imágenes altamente emociona-
les.22 A pesar de su uso propagandístico, el montaje intelectual y sus
escenas conceptuales fueron rechazadas por las autoridades al ser cali-

19 Eisenstein en una carta al crítico francés Léon Moussinac con fecha del 22 de noviembre
de 1928. James Goodwin, Eisenstein, Cinema, and History, Chicago, 2001, p. 81.
20 Toby Clark, Arte y propaganda en el siglo XX, Madrid, 2000, p. 87.
21 Peter Kenez, The Birth of the Propaganda State. Soviet Methods of Mass Mobilization
[ 170 ]
1917-1929, Londres, 1985, p. 18.
22 Elizabeth Henderson, “Majakovskij and Eisenstein Celebrate The Tenth Anniversary”,
Slavic and East European Journal, Vol. 22, Nº 2, 1978. p. 160.
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ficados como incomprensibles por gran parte de la población, espe-


cialmente por los campesinos. Esto fue así especialmente para la
secuencia en la que se sugiere el origen primitivo del concepto de
“dios” al ordenar planos de estatuas de divinidades en un orden “evo-
lutivo” descendente. Se afirmaba que el filme requería una cuidadosa
preparación y clarificación antes de ser proyectado. Esta era la falta de
Octubre, en su tarea de “educar” a las masas. Si se hacía necesario
explicar el filme para comprender sus elementos ideológicos, esto lo
hacía inservible como instrumento efectivo de propaganda. Como
muchos de los experimentos artísticos soviéticos de los años veinte,
Eisenstein fue demasiado lejos y demasiado rápido.23 Si bien ya había
utilizado en sus películas anteriores el montaje intelectual y un fuerte
simbolismo aquí lleva estos recursos al extremo.24 Elementos diegéti-
cos cobran simbolismo al ser filmados en plano detalle, como los obje-
tos que estuvieron presentes en los acontecimientos, pero con estos
planos con fondo neutral son resituados en un espacio simbólico.25
Eisenstein incluye también planos de elementos extradiegéticos des-
plazándose por entero al campo conceptual.26 Esto facilitaba los ata-
ques de quienes lo acusaban de “formalismo”, que sin dudar apelaban
a la figura de Lenin, argumentando que al desaparecido líder le disgus-
taban los futuristas y el “nuevo arte”.27 Se trataba de un proceso com-
partido por la actividad artística en general, siendo los más afectados
los constructivistas.28

23 Anna Lawton, The Red Screen, Politics, Society, Art in Soviet Cinema, Londres, 1992,
r o j o

p. 51.
24 La utilización del montaje fue tal que el filme cuenta con 3225 tomas.
25 Los elementos diegéticos son aquellos que forman parte de lo narrado. Algunos de ellos
O c t u b r e

en el filme son el pavo real mecánico, que alude a la imagen de Kerensky, así como las esta-
tuas, medallas, vajillas y huevos Fabergé del palacio. Bordwell, p. 109.
26 Los elementos extradiegéticos no están incluidos en lo narrado, como el arpa y la bala-
laika cuyas tomas Eisenstein inserta en el filme.
27 T. Rokotov, “Why Is October Difficult?”, publicado en la revista Zhizn Iskusstva, 10 de
abril de 1928, pp. 16-17. Transcripto en Richard Taylor y Ian Christie, The Film Factory.
Russian and Soviet Cinema in Documents 1896-1939, Londres, 1990, pp. 219-20.
28 Octubre tenía claras influencias constructivistas. La escena en que los revolucionarios
[ 171 ]
avanzan con un cañón sobre un terreno con fuerte pendiente, remite a las diagonales pre-
ponderantes en esa vanguardia, las que significaban el camino no lineal por el que creían
que avanzaba la Revolución.
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Octubre: Secuencia de Einsenstein sobre el concepto de “dios”

[ 172 ]
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r o j o
O c t u b r e

Octubre: Secuencia de Einsenstein sobre el concepto de “dios”


[ 173 ]
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Sin embargo, el desarrollo de Eisenstein en Octubre en cuanto a la


cuestión de la arbitrariedad del signo no era algo exclusivo de las van-
guardias. La sociedad soviética avanzaba por el mismo camino desde
la Revolución al cambiar nombres o destruir símbolos imperiales,
demostrando una fina conciencia práctica de la semiótica del poder.29
Eisenstein escenifica esta conciencia cuando muestra a los soldados
intercambiando sus cascos durante la tregua.30
Octubre logró evitar la condena total de la crítica porque en ella
Eisenstein experimentó yuxtaponiendo diferentes estrategias de
representación, lo que también permitió que su herencia sobreviviera
con el estalinismo. Su recreación de la Revolución como una explo-
sión de energía vinculada a protagonistas individualizados da los pri-
meros pasos del realismo socialista. Precisamente su aspecto “realista”
fue el mayor legado de Octubre.31 Se trata de una transición del plura-
lismo artístico revolucionario al realismo socialista preponderante en
el estalinismo, en un contexto de desarrollo de los filmes de propagan-
da, especialmente en torno a la heroización de la realidad.32
En cuanto al lenguaje expresivo utilizado, la obra de Vsevolod
Pudovkin para el décimo aniversario, La Caída de San Petersburgo,
se encontraba más cerca de lo que el Partido exigía de los artistas y
puede ser considerada una de las obras precursoras del realismo socia-
lista. Frente a la utilización del montaje como colisión de ideas que
realiza Eisenstein, Pudovkin se sirve de un montaje fluido y lógico para
dar unidad y consistencia a la narración. No se interesa en el movi-
miento de las fuerzas históricas, sino en la vida de personas singulares
y en la forma en que éstas son afectadas por los acontecimientos.
Busca una identificación del público con los personajes a través de sus
sentimientos. Pero su mayor aporte al realismo socialista es el forma-
to de una Bildungsroman, una novela de aprendizaje en la que se
narra la historia de un personaje que adquiere conciencia de clase.

29 Bordwell, p. 118.
30 Mientras que el zarismo y gobierno provisional quedan atrapados en los símbolos (lico-
rera de Kerensky con la corona como tapa, los iconos, cetros, etc.), los bolcheviques hacen
un uso prácticos de estos, como cuando el bolchevique logra trepar la puerta del palacio,
pisando sobre el símbolo imperial en la reja, el niño pobre durmiendo en el trono imperial,
o cuando los soldados arrojan los cofres con medallas preguntándose “¿Es por esto que
luchábamos?”.
31 La secuencia de la represión en julio fue reproducida con tal exactitud de un original fil-
mado por un periodista, que a menudo se la presenta como un documento histórico. En cuan-
to a la secuencia del saqueo en el Palacio de Invierno, fotogramas de la misma fueron publi-
[ 174 ] cados en el Times como prueba de los “continuos crímenes bolcheviques”. Jay Leyda, Kino.
Historia del cine ruso y soviético, Buenos Aires, p. 285. Esta legitimidad como material docu-
mental que adquirió Octubre es una muestra de su éxito como material de propaganda.
32 Taylor, Film Propaganda, p. 64.
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Como en los posteriores filmes del realismo socialista, no es precisa-


mente por experimentar la explotación que desarrolla su conciencia,
sino por la presencia de un personaje bolchevique que cumple el
papel de agente catalizador. Un elemento muy conveniente para refor-
zar la hegemonía ideológica del Partido.
El nuevo orden instalado con el estalinismo luego de la
“Revolución Cultural” daría origen a su propia visión de la Revolución
de Octubre en su vigésimo aniversario. Esta fue la obra de Mijaíl
Romm Lenin en Octubre, filmada en 1937 por orden y bajo estrecha
supervisión de Stalin, lo que garantizó que el filme se viese libre de crí-
ticas y fuese un éxito en cuanto a la recepción que tuvo por el
Partido.33 Toda técnica vanguardista como el montaje intelectual, o
incluso el simbolismo fueron dejados de lado y se optó por una narra-
tiva lineal convencional. Sin dudas Lenin en Octubre cumplía el requi-
sito de ser “inteligible para los millones”.
En la película de Romm, las masas de Octubre son reemplazadas por
el líder y si Octubre fue criticada por las escasas apariciones de la figu-
ra de Lenin en escena, ahora es el protagonista del filme.34 Claramente
la obra está enmarcada en el culto a la personalidad que se estaba edi-
ficando en torno de la figura de Stalin, siendo la exaltación de Lenin el
paso previo que se debía dar. En los primeros filmes de culto a la per-
sonalidad el héroe es Lenin mientras que Stalin aparece como su confi-
dente, pero en los posteriores Stalin ya se desempeña como héroe cen-
tral.35 Luego de su breve intervención en Octubre, la figura de Stalin no
aparecerá en filmes de ficción hasta el estreno de Lenin en Octubre.36
La Revolución queda aquí reducida a la figura de Lenin, al punto que el
filme comienza con su llegada a Petrogrado, dejando de lado la
Revolución de Febrero. Su carácter infalible y su calidad de excelente
estratega lo transforman en el único artífice de la Revolución. Un filme
de estas características sólo puede tener un fin posible, la figura de
Lenin en típica pose monumental soviética, un contrapicado del líder
con su brazo en alto y la frente alta al momento de declarar la
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Revolución. Los marineros y obreros que gritan a favor de la


O c t u b r e

33 Sus realizadores serían premiados con su participación en nuevos proyectos, pero el


guionista, Aleksei Kapler, no gozó de un destino tan próspero. Por ser de origen judío fue
suprimido en los créditos durante las campañas anticosmopolitas de 1948.
34 Adrian Piotrovsky “October Must Be Re-edited!”, publicado en la revista Zhizn
Iskusstva, 27 de marzo de 1928, p.12. Transcripto en Taylor y Christie, The Film Factory,
pp. 216-217.
35 Richard Taylor “Red Stars, Positive Heroes and Personality Cults”, en Taylor y Spring,
[ 175 ]
Stalinism and Soviet Cinema, p. 88.
36 Sólo en Campesinos (1935) de Friedrich Ermler aparece la figura de Stalin ficcionada,
pero en forma de animación y en el sueño de una campesina.
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Revolución, lo hacen seguidamente por Lenin, o bien en el caso del


héroe del camión antes de morir, gritan sólo vitoreando a Lenin. La
Revolución ya no es un logro de las masas sino de Lenin, con su entra-
da triunfal al Congreso de los Soviets. La única preocupación del
gobierno provisional es detener a Lenin, él solo planea la insurrección
y es quien ordena armar a las masas. Eisenstein había creado un Lenin
que era manifestación de la energía y dirección de las masas, el líder no
controla los eventos, pero aparece en los momentos cruciales cuando
el movimiento revolucionario se intensifica. En cambio el Lenin de
Romm controla los eventos y las masas. La dialéctica marxista presen-
te en la obra de Eisenstein desaparece en la película de Romm, cayen-
do en una concepción más bien voluntarista y personalista de la histo-
ria, acorde con el estalinismo reinante en el momento. El disciplina-
miento social operado por el estalinismo se observa también en la esce-
nificación del filme. Los revolucionarios avanzan del Smolny al Palacio
de Invierno marchando ordenadamente en filas, de la misma forma que
para la época las celebraciones del vigésimo aniversario de la
Revolución se habían transformado prácticamente en los desfiles mili-
tares típicos de los rituales de Estado estalinistas. El espíritu lúdico de
las celebraciones de los primeros años ya se había extinguido.
Como héroe revolucionario y fundador del Estado soviético Lenin
ya había sido mostrado en los filmes de Eisenstein y Vertov, pero su
figura quedó impresa en la pantalla soviética con Lenin en Octubre.
Lenin es mostrado cercano al pueblo, encontrándose la masa y el líder
unidos. Ante la imposibilidad de mostrar a Stalin como un protagonis-
ta activo de la revolución, porque sólo desempeñó un papel secunda-
rio en la misma, se realza su figura colocándola junto a la de Lenin.
Luego de la denuncia de los crímenes del estalinismo en el XX
Congreso del PCUS, se hicieron modificaciones en las copias de la
película para que sea políticamente correcta en los nuevos tiempos.
Así la figura de Stalin fue casi completamente removida y en aquellas
tomas que no podían ser descartadas se optó por esconder su figura
superponiendo la de otra persona.37 A diferencia de Romm, Eisenstein
creaba un Lenin que era la corporización del poder de las masas y de
su deseo colectivo, reforzando este sentido al otorgar el papel a un
obrero desconocido llamado Vassili Nikandrov.38 Si bien Eisenstein,

37 Este recurso se hace en extremo evidente en la escena de la reunión de la cúpula bol-


[ 176 ] chevique, cuando la espalda de una figura masculina excesivamente cerca de la cámara
cubre casi la mitad del plano, mientras Lenin da su discurso. El filme proyectado correspon-
de a la versión revisada, posterior al XX Congreso del PCUS.
38 Esto provocó severas críticas de sus contemporáneos, incluso las de Mayakovsky.
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que provenía de Proletkult, era contrario a la utilización de actores


profesionales, la caracterización impersonal de Lenin en Octubre lo
transforma en un símbolo más de su filme, antes que en un ser huma-
no. Por esto sería duramente criticado. En el extremo opuesto se sitúa
el Lenin de Romm, dotado de actitudes humanas cotidianas, como
puede observase en la escena en que se sensibiliza por las prendas del
futuro bebé, construyéndose una figura de corte paternalista. Evitando
caer en la misma falta que Octubre, esta vez se optó por un actor pro-
fesional, Boris Shchukin, para que interpretase el papel de Lenin. Por
otro lado el papel de las mujeres se encuentra aquí totalmente relega-
do al hogar y a la tarea reproductiva. Esto se debe a que el estalinismo
sustituyó los residuos del primer feminismo bolchevique por valores
familiares conservadores.

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Lenin en Octubre: El hombre de espaldas a la izquierda fue introducido para ocul-


tar la figura de Stalin luego de la denuncia del culto a la personalidad en el XX
Congreso del PCUS.

[ 177 ]
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La llegada del cine sonoro también representó un cambio funda-


mental en las nuevas representaciones de la Revolución. Los “peli-
gros” del cine sonoro ya habían sido alertados por Eisenstein en 1928,
especialmente la “inercia” y tomas largas que éste podía producir si no
se hacía un uso “contrapuntual” del mismo. A los fines propagandísti-
cos el sonido contribuyó con el realismo socialista y facilitó una mayor
identificación de las audiencias con los héroes caracterizados.39
También, afortunadamente para Stalin, podía colocarse en boca de
Lenin un discurso estalinista, el cual resultaba legitimado al ser enun-
ciado por la figura del líder. De esta forma en Lenin en Octubre se jus-
tifica la violencia durante la colectivización cuando Lenin habla del
trato que hay que darle a los campesinos ricos, mientras que la perse-
cución de Trotsky, Kamenev y Zinoviev cobra legitimidad ya que
Lenin los califica como “estúpidos” y “traidores” al Partido y anuncia
que algún día habrá que juzgar sus faltas. Lenin en Octubre es un
documento histórico que en su reinterpretación del pasado encierra la
tragedia que en esos tiempos asolaba la Unión Soviética. Acorde con
las purgas estalinistas, el filme destruye la imagen de los opositores a
Stalin que se habían destacado por su accionar revolucionario.
El periodo comprendido entre el décimo y el vigésimo aniversario
de la Revolución de Octubre significó para los cineastas soviéticos su
total subordinación a las directivas del Partido en cuanto a cuestiones
estéticas, dando fin al periodo de pluralidad y experimentación artísti-
ca de la primera década revolucionaria. La tensión entre revolución
artística y lo que el Partido entendía como deber revolucionario de los
artistas finalmente se resolvió a favor del último. Domesticado por el
poder, luego de nueve años sin poder estrenar una obra, Eisenstein
finalmente pudo acomodarse con el nuevo orden reinante en las artes
soviéticas al realizar Alexander Nevski (1938). Sin embargo su rebel-
día resurgiría con la segunda parte de Iván El Terrible (1946), estre-
nada sólo después de la desestalinización. Esta conflictiva relación
entre el poder soviético y sus cineastas continuaría hasta la perestroi-
ka, siendo paradigmático el caso de Andrei Tarkovsky, quien en
Andrei Rubliev (1966) supo retratar tan problemática relación.40

39 Julian Graffy, “Cinema”, en Catriona Kelly y David Shepperd, Russian Cultural Studies.
[ 178 ]
An introduction (Oxford, 1998), p. 175.
40 El comentario de Pudovkin al ver Octubre puede iluminar en cuanto a la tensión de esta
relación: “Cómo me hubiese gustado cometer un error tan poderoso”.
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Índice

Notas del editor 5

PRIMERA PARTE
Conferencias

Mitos y realidades de la Revolución rusa 9


por Ezequiel Adamovsky

De la Revolución al stalinismo: el leninismo y el problema del poder 37


por Horacio Tarcus

Las vanguardias estéticas y el arte en la Revolución rusa 57


por Hugo Petruschansky

Intelectuales argentinos en la Unión Soviética 79


por Sylvia Saítta

La Revolución rusa: algunas recepciones en la Argentina 95


por Roberto Pittaluga

SEGUNDA PARTE
La muestra y el ciclo de cine

La Revolución rusa: imágenes en montaje 129


por Martín Baña
r o j o

Buscando los límites de la representación cinematográfica de 159


Octubre en su décimo aniversario
O c t u b r e

por Pablo Fontana

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COLOFÓN

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