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Octubre Rojo Libro Completo Version Final PDF
Octubre Rojo Libro Completo Version Final PDF
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Rector
Dr. Rubén Hallú
Secretario de Extensión
Lic. Oscar García
Oficina de publicaciones
Coordinadora: Andrea Cochetti
Equipo: Natalia Calzon Flores, Raquel Naón, Matías Puzio.
Oficina de diseño
Coordinadora: Virginia Parodi
Equipo: Daniel Sosa, Darío D´Elia, Gisela Di Lello,
Marcela D'Antonio, Mariana Antoniow y Pablo Bolaños
Impreso en la Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en sistema informáti-
co, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u
otros medios sin el permiso previo del editor.
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Octubre rojo
La Revolución rusa
noventa años después
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giraron las actividades del ciclo Octubre Rojo Rojas, que se llevó a cabo
en el marco del 90º aniversario de la Revolución. Las jornadas incluye-
ron una muestra de obras gráficas, un ciclo de cine, la puesta de una
obra de teatro de Boris Pasternak sobre la poesía de Maiakovky y una
mesa sobre los avances científico-tecnológicos de la Unión Soviética.
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Primera parte
Conferencias
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Ezequiel Adamovsky*
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este soviet capitalino, sin buscarlo, por presión de las bases, había
entrado en una situación de “doble poder” respecto del Gobierno
Provisional formado entonces. Mientras que éste estaba formalmente
al frente del Estado, el soviet ejercía en los hechos algunas funciones
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Este mito es el que afirma que la Revolución rusa fue una revolu-
ción fundamentalmente obrera, es decir, que el sujeto de la
Revolución fue la “clase obrera”. Este mito se relaciona con las premi-
sas teóricas del grupo político que ocupó el poder luego de Octubre.
El marxismo tradicionalmente consideraba que los obreros industria-
les eran el sujeto privilegiado de la emancipación. Era la acción deci-
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(encargados del control obrero, del vínculo con los soviets y con otras
fábricas, etc.) y las “guardias rojas” (brigadas de obreros armados para
la autodefensa, que desempeñaron un papel decisivo disuadiendo los
intentos de contrarrevolucionarios); fueron los guardias rojos los que
formaron el núcleo militar que llevó adelante las operaciones de toma
del poder en Octubre y los que defendieron en varias ocasiones la
revolución y también tuvieron un papel decisivo en la formación del
Ejército Rojo, que defendió al gobierno bolchevique durante la guerra
civil.
Pero hablemos ahora de los soldados: fueron los amotinamientos
de soldados en Petrogrado los que, junto con las manifestaciones obre-
ras, desataron la Revolución de febrero; fue la incapacidad de contro-
lar su fuerza militar lo que determinó la caída del gobierno zarista,
cuando se hizo claro que no tenían armas para reprimir el creciente
malestar social; fueron los soldados amotinados los que exigieron al
soviet de Petrogrado la famosa Orden número uno, que ponía en
manos del soviet la potestad de aprobar o desaprobar las medidas mili-
tares del Gobierno Provisional (la exigieron para librarse de los casti-
gos que los esperaban); al hacerlo, fueron ellos los que de hecho ins-
talaron la situación de “doble poder” que el soviet en verdad no había
buscado. Además, las guarniciones de soldados y de marineros de
Petrogrado y Kronstadt aportaron el contingente militar decisivo en
varios momentos de la Revolución, para defenderla contra los intentos
de la contrarrevolución. La desobediencia de los soldados en el ejérci-
to minó profundamente el poder estatal y su capacidad represiva: cre-
aron “comités de soldados” que supervisaban las decisiones tácticas o
incluso elegían a los oficiales democráticamente (hubo frecuentes ase-
sinatos de oficiales recalcitrantes). Fue este malestar de los soldados lo
que puso a la paz en la agenda ineludible de la alta política. Fue esto,
entre otras cosas, lo que selló la suerte del Gobierno Provisional, cuyo
compromiso con la guerra no lo habilitaba a dar respuesta a este recla-
mo. Los soldados además participaron enviando sus propios delegados
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1917, para visualizar los modos en que esa multiplicidad, lejos de ser
un obstáculo, puede ser una fortaleza si se trata de construir una
nueva política emancipatoria.
El segundo mito del que quería hablarles es el “mito de las dos revo-
luciones”.
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mente del lado del bajo pueblo. Fue la huelga general de los trabajado-
res, sus manifestaciones callejeras, y el amotinamiento de los soldados
enviados a reprimir, lo que causó la Revolución. Y además, se trató de
un impulso en gran medida espontáneo: los militantes de partidos
socialistas tuvieron un papel bastante modesto en los días inmediata-
mente previos a la Revolución de febrero. La burguesía y sus partidos
representativos o bien apoyaron al antiguo régimen, o bien se limita-
ron a pretender algún cambio moderado, un gobierno que rinda cuen-
tas ante algún órgano electivo, que ni siquiera suponía acabar con la
monarquía. Pavel Miliukov, el líder máximo del Partido Constitucional
Democrático —que representa a la pequeña burguesía y al empresa-
riado— estuvo a favor de la conservación del zarismo hasta ya avanza-
do el proceso de febrero, cuando finalmente se resignó a que no había
forma de sostenerlo. La formación de un Gobierno Provisional fue una
acción completamente defensiva: su sentido fue el de contrarrestar la
posible toma del poder por parte del Soviet antes que el de derrocar a
la monarquía. Su surgimiento, entonces, responde a un impulso que
no podría llamarse revolucionario, sino más bien conservador.
Durante todos los meses que participaron en el gobierno, los liberales
de ese partido no se situaron en ningún caso por delante del proceso,
concediendo reformas o mejoras sociales. Su papel fue siempre el de
bloquear cualquier cambio. Hacia mediados del año incluso negocia-
ron secretamente con los grupos de ultraderecha para propiciar una
contrarrevolución. No hay nada en el comportamiento de la burguesía
antes o después de febrero que permita considerarla “revolucionaria”.
Respecto del horizonte político de la revolución, como suele ser el
caso, este se fue radicalizando con el correr de los meses. Pero el recla-
mo para que los soviets tomaran todo el poder estaba presente desde
el primer día. El primer día de sesiones del soviet de Petrogrado hubo
grupos obreros, como el de los representantes de Vyborg, que recla-
maron que el soviet tomara todo el poder. El ala izquierda de los inte-
lectuales de partido en la ejecutiva del soviet (tres bolcheviques, dos
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ron lo mismo. Pero fueron precisamente los líderes del soviet de ese
momento —que eran intelectuales de partidos, especialmente
Socialistas Revolucionarios y Mencheviques— los que corrieron pedir
a la Duma que forme un Gobierno Provisional para prevenir que las
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lugar hasta el fin de la URSS en 1991. Sin embargo, sabemos que exis-
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tía una institucionalidad política paralela a la del Estado, que era la del
Partido, que era en realidad la que detentaba el poder real. Los soviets
eran cascarones vacíos: la política se definía en el Partido. ¿Cómo se
sitúa el Primer gobierno soviético (el de Lenin) en esta deriva que
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Néstor Makhnó, que había luchado codo a codo con el ejército rojo
para derrotar a los blancos en Ucrania.
Frente a esta situación, en 1919, 1920 y 1921 hubo numerosas
muestras de descontento, incluyendo entre los obreros, que realizaron
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Conclusión
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De la Revolución al stalinismo:
el leninismo y el problema del poder
Horacio Tarcus*
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Texto y contexto
Más allá del juicio que a cada cual le merezca la teoría leninista de
la política o las vicisitudes de la experiencia soviética, difícilmente
pueda ponerse en cuestión que El Estado y la Revolución, de Lenin,
constituye un clásico del pensamiento político del siglo XX. Es que
Vladimir Illich Ulianov (1870-1924), más conocido por su seudónimo
de Lenin, no sólo ha sido uno de los teóricos más influyentes de la polí-
tica contemporánea, sino también un hombre de acción que marcó a
fuego la historia del siglo. Lenin fue inicialmente uno de los líderes de
la socialdemocracia rusa y luego el principal inspirador del Partido
Bolchevique; en 1917 fue el gran estratega de la Revolución de
Octubre y enseguida el gran estadista bajo cuya dirección se edificó la
URSS; finalmente, en 1919 fue el principal inspirador de la
Internacional Comunista, que expandió la doctrina leninista a casi
todos los rincones del planeta.
Tan indisociables son la teoría y la práctica en Lenin que sus libros,
aun los que tratan aparentemente los temas más teóricos o abstractos
como la filosofía moderna o la teoría del Estado, son siempre interven-
ciones políticas nacidas al calor del debate en coyunturas históricas
precisas. El Estado y la Revolución no es la excepción. No es difícil
descubrir que lleva indeleble la marca de la época. Escrita entre agos-
to y septiembre de 1917, en vísperas de la Revolución de Octubre, sus
decisivas intervenciones políticas durante ese mes y los siguientes
impiden a Lenin concentrarse para concluir su obra, de modo que en
noviembre se decide a entregarla a los lectores tal como había la deja-
do en septiembre, sin el último capítulo que debía estar consagrado a
la experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917.
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1 Las notas de Lenin fueron publicadas póstumamente en la URSS, en 1930. Una edición cas-
tellana accesible es: El marxismo y el Estado. Materiales preparatorios para el libro El
Estado y la Revolución, Madrid, Júcar, 1978.
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2 Isaac Deutscher, “Los dilemas morales de Lenin” (1959), en Ironías de la historia,
Barcelona, Península, 1969, pp. 192-193.
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los soviets, que eran por naturaleza unos órganos de gobierno por
los trabajadores, no son en realidad más que órganos de gobierno
para los trabajadores, gobierno ejercido por el estrato más avanza-
do del proletariado, pero no por las masas obreras”.5
6 Lenin, “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?” (1917), en Acerca del Estado,
México, Grijalbo, 1970, p. 108.
7 Cit. por Brinton, op. cit., p. 83. V. también Stephen F. Cohen, Bujarin y la revolución
bolchevique, Madrid, Siglo XXI, 1976, p. 111.
8 Daniel y Gabriel Cohn-Bendit, El izquierdismo: remedio a la enfermedad senil del comu-
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nismo, Montevideo / Buenos Aires, Acción Directa, 1971, p. 354.
9 André Gluscksmann, La cocinera y el devorador de hombres. Ensayo sobre el Estado, el
marxismo y los campos de concentración, Barcelona, Mandrágora, 1977.
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10 Moshé Lewin, op. cit., pp. 17-18 y ss.
11 Como testimonio de estos esfuerzos dramáticos, v. Vladimir I. Lenin, Contra la burocra-
cia. Diario de las secretarias de Lenin, Buenos Aires, Pasado y Presente, 1971.
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12 Gilles Deleuze, Foucault, Buenos Aires, Paidos, 1987, p. 49 y ss. Sobre las relaciones
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entre el marxismo y las teorías de Foucault, v. Mark Poster, Foucault, el marxismo y la his-
toria, Buenos Aires, Paidos, 1987 y Horacio Tarcus (comp.), Disparen sobre Foucault,
Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1992.
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los hombres hacen y lo que creen que hacen; entre lo que los hom-
bres necesitan y manifiestan que necesitan; entre lo que los hombres
producen y declaran que producen. Al creer que con la desaparición
de la explotación de unos hombres por otros y de unas clases por
otras deben desaparecer también tanto la “distorsión” ideológica res-
pecto de la “realidad” como las pujas políticas entre sectores, porque
las necesidades y los recursos se tornarán evidentes y transparentes, y
todo podrá resolverse mediante un adecuado cálculo económico...
En cuarto lugar, el problema de la dimensión técnica del Estado. En
el artículo citado anteriormente (“¿Se sostendrán los bolcheviques en
el poder?”, de 1917) Lenin distinguía con mayor claridad entre dos
“aparatos” que se entrelazan al interior del Estado capitalista: uno, de
clase, opresivo; otro “técnico” y por lo tanto neutral.
lo tanto opresivo, a destruir, por una parte, y una aparato técnico, por
lo tanto neutro y no opresivo, a recuperar, es de por sí problemática.
Juan Carlos Portantiero ha señalado agudamente cómo Max Weber
había operado,
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17 Lenin, op. cit., p. 100.
18 Ibid., pp. 100-101.
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19 Juan Carlos Portantiero, Los usos de Gramsci, México, Folios, 1981, p. 33. Para una
comparación de las concepciones de Weber y de Lenin acerca del Estado, v. también Erik
[ 52 ] Olin Wright, “Burocracia y Estado”, en Clase, crisis y Estado, Madrid, Siglo XXI, 1983.
20 Lenin, “Las tareas inmediatas del poder soviético” (1918), en Acerca del Estado, op. cit., p. 139.
21 V. Antonio Carlo, “La concepción del partido revolucionario en Lenin”, en Pasado y
Presente nº 2/3, julio/septiembre 1973.
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22 Los bolcheviques y la Revolución de Octubre. Actas del Comité Central del Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso (bolchevique). Agosto de 1917 a febrero de 1918,
Córdoba, Pasado y Presente, 1972, introd. de Giuseppe Boffa.
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so, por una parte; y por otra, en tranquilizar a Lenin, que le reclamaba
a él y a todo el partido abandonar pruritos “democráticos” o “forma-
les” para reconocer la oportunidad de poner en práctica el “arte de la
revolución”. Trotsky consideraba imprudente lanzar la insurrección
desde el partido mismo, y decidió hacerlo desde el Comité Militar
Revolucionario, que era, como dijimos, un organismo del Soviet de
Petrogrado al mismo tiempo que una instancia controlada totalmente
por el partido. Para ello, acercó lo más que pudo los dos acontecimien-
tos, casi al punto de hacerlos coincidir, pero se cuidó de que cuando
comenzara a sesionar el Congreso Panruso, en aquel histórico Octubre
de 1917, la insurrección apareciera frente a las otras corrientes políti-
cas como un “hecho consumado”.23
La estrategia preconizada por Lenin del partido como sujeto de la
insurrección y llevada a cabo, a su modo, por Trotsky, estaba en las
antípodas del poder soviético, tal como había sido definido en El
Estado y la Revolución. Pero, como dijimos, la ausencia del partido
en este libro era sintomática de la dificultad de Lenin de pensar de
modo articulado el poder del partido y el poder soviético. El punto
ciego del leninismo es, pues, la democracia, esto es, un sistema que se
funda en el libre ejercicio político de las diversas tendencias a través
de las cuales siempre se expresa el pueblo trabajador (concebido
como un sujeto complejo).
No sólo los diversos leninismos del siglo XX han heredado este pro-
blema, sino que incluso en tiempos recientes algunas figuras intelec-
tuales lo han actualizado. Así, Toni Negri desdeñaba hasta no hace
mucho tiempo la crítica de los consejistas y de los comunistas de
izquierda como Rosa Luxemburg a Lenin y justificaba la estrategia leni-
nista, señalando que en la Rusia de 1918-1921 era efectivamente el
Pero, ¿por qué el partido, “con el poder en sus manos”, iba a correr
el riesgo de delegarlo en una Asamblea Constituyente que se lo iba a
quitar también “de las manos”, o que en el mejor de los casos le iba a
obligar a constituir un gobierno de coalición con los otros partidos
obreros y campesinos?
En suma, mientras las otras corrientes que animaban la vida de los
soviets —Partido Socialista Revolucionario, Partido Menchevique,
Partido Trudovique, Bund, anarquistas, etc.— son crecientemente
perseguidas o directamente prohibidas entre los años 1918 y 1921, se
afirma el Partido Bolchevique como partido único y se inicia el proce-
so de fusión Partido-Estado. El nuevo Estado queda conformado por
una burocracia resultado de la fusión entre los cuadros bolcheviques
y parte del viejo funcionariado estatal. La marxista polaca Rosa
Luxemburg señaló este problema a Lenin, a Trotsky y a los bolchevi-
ques en el poder con su notable clarividencia en el mismo año 1918:
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27 Lenin, "Los bolcheviques deben tomar el poder" (12-14 de septiembre de 1917), inclui-
do en Los bolcheviques y la Revolución de Octubre, op. cit., p. 58.
28 Rosa Luxemburgo, op. cit, p. 198.
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ta a partir de la obra que fue pintada con la cola de un burro. Los rusos
han parafraseado este tema en el arte contemporáneo, por ejemplo
cuando Vitaly Komar y Alexander Melamid pintaron y presentaron en
la Bienal de Venecia hace cuatro años obras pintadas con la trompa de
un elefante. En este sentido, lo que hacían era una evocación a la obra
de Goncharova. A principios de siglo, esto funcionaba como un ele-
mento de cuestionamiento, la crítica aludía a sus obras como verdade-
ros puñetazos a la vista, se referían a que eran ejercicios dramáticos en
el mundo del arte. Con la aparición del Rabo de asno en las muestras
Cero Diez, El tranvía cinco y El blanco, aparece un personaje bastan-
te importante dentro de la estrategia de la vanguardia que se llama
Kasimir Malevich y que es, tal vez, el personaje más radical del mundo
de la vanguardia rusa y su obra es paradigmática. El movimiento que
originó se denominó Suprematismo aludiendo a la supremacía de la
sensibilidad sobre la razón, a la sensibilidad plástica pura. Malevich
aludía a que, si se llevo a un grupo de especialistas, artistas y críticos
a ver las obras veneradas de la historia del arte, un Rembrandt, un
Rubens, y les resto, metafóricamente, los elementos que hacen que
esto sea una obra de arte, no se darían cuenta, porque lo que no tie-
nen los críticos es la posibilidad de ver la sensibilidad plástica del artis-
ta. Esta sensibilidad que es espiritual era a lo que él trataba de llegar.
Una especie de nihilismo muy afín a los rusos, que va a llevar a desa-
rrollar a lo largo de su carrera en forma contundente.
Malevich se inicia con un arte mecanicista y protocubista, cercano
a Fernand Léger, un artista querido en Rusia y cuya obra agraria se cen-
tra en los trabajos del campo. Rápidamente Malevich va a cambiar
hacia un cubismo cromático a la manera de ese juego entre Picasso y
Robert Delaunay, que era un cubismo más amable, órfico y romántico.
Esto se observa en las obras donde los personajes en la nieve llevan
arenques, donde llevan la comida. Aquí la utilización de los colores
primarios es muy importante. El artista lentamente continúa hacia el
Cubofuturismo. En El afilador de cuchillos, la mano del afilador apa-
rece en movimiento, así como la vaina del cuchillo, la rueda y el pie
que mueve los engranajes de la rueda. La aparición de la tecnología y
el movimiento a través del facetado transforma esta profesión en una
exaltación y gran epopeya del trabajo y de la técnica artística. En El
aviador, una interpretación política, reúne textos y los superpone
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mujeres, Vladimir Tatlin otorga una fuerza central al sentido del cons-
tructor. El artista no es un artista, es como un ingeniero artífice de una
sociedad nueva. Pasan a denominarse maestro artesano, maestro cons-
tructor y todos ellos van a trabajar en agrupaciones como Vkhutemas
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factos de uso doméstico con una gran modernidad en los años veinte.
Iván Pougny, otro artista cercano a Tatlin, utiliza los elementos cons-
tructivos como arandelas y chapas, y representa fuertemente la idea
de construcción. En Composición, de 1912, no sólo se asemeja a una
obra plástica, que por cierto es muy bella y tiene el espíritu de un artis-
ta, sino también da la sensación de ser una maqueta bastante fuerte y
curiosa. Las publicidades de su propia obra aparecen también en la
manifestación de Iván Punin en la calle. Él va sacando sus personajes
y jugando con las formas, con el cubismo, con el constructivismo, y va
interesando a la gente. Por eso la Revolución rusa se va a asemejar un
poco a la Revolución Francesa. Cuando se conmemoraron los doscien-
tos años de la Revolución Francesa en París hubo un desfile muy
importante, lleno de presidentes y con muchísimas actividades. Entre
éstas, la más importante, en el desfile central en París, fue cuando se
evocaron los acontecimientos populares de la Revolución rusa. Es
interesante ver desfilar también a la Revolución rusa como una revo-
lución paradigmática de la sociedad.
Otro importante artista del constructivismo fue El Lissitzky, quien
crea una estructura llamada Proun. Éstas eran unidades productivas
formales en donde se ve al hombre como un ingeniero. Con una gran
influencia del dadaísmo, esa imagen concilia lo inconciliable del surre-
alismo con lo que empieza a ser importante en la permeabilidad de
esas vanguardias. El Lissitzky planea los Proun como si fueran verda-
deras construcciones en el espacio. El hombre camina en este movi-
miento, en esta idea de plano, de profundidad, como un proyecto
arquitectónico. El Lissitzky había hecho, como Tatlin, esta columna en
donde se arengaba al pueblo. La diagonal será un elemento importan-
te, Tatlin la utilizó en el monumento ya mencionado. Esa dirección
representa la idea de funcionamiento del pueblo, de su caminar. Una
línea ascendente diagonal hasta el infinito, que representa el movi-
miento de la tierra. Arquitectos como Konstantín Mélnikov e Ilya
Golosov tenían tribunas similares a las que se presentaron en el con-
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Kasimir Malevich: El Afilador, 1912/1913, óleo sobre tela 79,5 X 79,5 cm.
Coleccion Yale University Museum, New Haven.
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[ 73 ]
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Kasimir Malevich: Cuadrado negro sobre fondo blanco, 1929, óleo sobre tela
53,5 X 53,4 cm. Museo Hermitage, San Petersburgo
[ 74 ]
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Natalia Goncharova: Mujer con bestia, 1911, óleo sobre tela, 167 X 128.5 cm.
Museo Unificado de Rusia, legado Kostroma.
r o j o
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Alexandra Exter : Set para la obra Salomé, de Oscar Wilde, 1917, lápiz y tintas
sobre papel, 26,6 X 35,2 cm - Colección Privada.
[ 76 ]
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r o j o
Mijail Larionov: Boulevard Venus, óleo sobre tela, 1913, 116 X 86 cm. Centro
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Intelectuales argentinos
en la Unión Soviética
Sylvia Saítta*
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[ 80 ]
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[ 81 ]
1 Ricardo Falcón, “Militantes, intelectuales e ideas políticas”, en Ricardo Falcón (director),
Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), tomo VI de Nueva
Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
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[ 83 ]
4 Crítica, 2 de setiembre de 1924.
5 Julio Fingerit, “Prólogo de traductor”, en Alfonso Goldschmidt, Moscú. Diario de un viaje
a la Rusia Soviética, Buenos Aires, Gleizer editor, 1923.
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enviando a un amigo desde Rusia. Conocidas estas cartas por los edi-
tores, solicitan a Hidalgo el permiso para su publicación. El libro se
abre entonces con la trascripción de las cartas que los editores envia-
ron a Hidalgo pidiendo su autorización, en las cuales se subraya esta
demanda del público: “Lo que el público necesita es precisamente
conocer la opinión de hombres tan imparciales como usted sobre
cuanto allí ocurre y la manera como allí se vive”.6 Y efectivamente, Un
notario español en Rusia se publica en 1929, se agota rápidamente y
en 1931 se publica su cuarta edición. Además, se tradujo al portugués
y al francés; la edición francesa apareció en 1931 con un prólogo de
Henri Barbusse.
Es a partir de 1921, y durante la primera mitad de la década del trein-
ta, cuando “se ponen de moda” los viajes a la Unión Soviética, realiza-
dos por escritores, intelectuales, periodistas o, como sucede durante la
primera etapa de la Revolución rusa, por militantes socialistas y anar-
quistas. Los motivos de los viajes son numerosos: en algunos casos, se
viaja por curiosidad intelectual y política sobre lo que está pasando en
Rusia; en otros, invitados por la Unión Soviética; algunos viajan para
participar de algún congreso; otros, para realizar alguna misión política.
Durante la primera etapa de la revolución —hasta la muerte de Lenin,
en enero de 1924—, muchos de los viajeros que arriban a la Unión
Soviética, sobre todo en 1920, son socialistas y anarquistas que viajan
para participar del Segundo Congreso de la Internacional Socialista
(desarrollado entre el 19 de julio y el 7 de agosto de 1920) y para ver
de cerca qué sucedía en la Unión Soviética antes de aceptar las veintiún
condiciones que exigía la Tercera Internacional Comunista para ser
incorporados. También viajan los periodistas enviados por algún diario,
o profesionales interesados en las nuevas prácticas de la Rusia Soviética
(médicos como el rosarino Lelio Zeno que viaja con Castelnuovo en
1931, abogados como el español Diego Hidalgo que lo hace en 1929).
Estos viajes de intelectuales, escritores o periodistas difieren de los
que realizan los militantes y los dirigentes comunistas cumpliendo
misiones del Partido. Y difieren por varios motivos: en primer lugar,
porque muchas veces los dirigentes comunistas viajan clandestina-
mente; en segundo lugar, porque son viajes que rara vez se traducen
en relatos públicos.7 Por ejemplo, son pocos los relatos escritos por
dirigentes comunistas argentinos —Rodolfo Ghioldi y José Penelón
[ 84 ]
6 Diego Hidalgo, Un notario español en Rusia, Madrid, Alianza, 1985.
7 Fernando Claudín, “Prólogo” a Diego Hidalgo, Un notario español en Rusia, Madrid,
Alianza, 1985.
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[ 86 ]
11 Mario Laserna, “Formas de viajar a la URSS”, en Razón y Fábula, Bogotá, n° 4, noviem-
bre-diciembre de 1967.
12 Alfredo Varela, Un periodista argentino en la Unión Soviética, Buenos Aires, Viento, 1950.
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sea cual sea el país del que provenga, y las modulaciones propias de la
lengua en la cual se enuncia; entre el escenario internacionalizado que
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[ 87 ]
13 Aníbal Ponce, “Visita al hombre futuro”, en Obras Completas, Buenos Aires, Cartago,
1974; tomo 4.
14 Bernardo Kordon, 600 millones y uno, (1958) Buenos Aires, Leviatán, 1940.
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tes de otros países y culturas, con quienes comparten los mismos tópi-
cos, parecidas experiencias, similares representaciones.
En primer lugar, la narración del cruce de la frontera constituye el
capítulo fundacional del relato del viaje. Los viajeros expresan sus
temores antes de enfrentarse a la aduana; dan cuenta de las habladurí-
as que escuchan antes de cruzar la frontera: “se le llena la cabeza de
tantas tonterías al viajero por el camino —dice Castelnuovo—, que al
penetrar en territorio soviético, se pone uno a temblar como una rata.
Se prepara materialmente para entrar en la morgue”; enumeran la can-
tidad de papeles que tuvieron que conseguir para estar en regla: “no
cualquiera puede visitar la Unión Soviética —explica Alfredo Varela—
, las puertas no están abiertas al turismo. Los diplomáticos y periodis-
tas extranjeros no pueden moverse a su arbitrio dentro del país”.
Para el periodista de Crítica, León Rudnitzky, las cosas no fueron
fáciles a finales de 1927: apenas el tren en el que viajaba pisa suelo
ruso, “súbitamente se apagan las luces y quedamos envueltos en espe-
sas tinieblas”; ya en la aduana, donde “la inquisición sobrepasa todo lo
imaginado”, le revisan el equipaje, le abren las cartas de recomenda-
ción, es interrogado por el jefe y finalmente, pierde el tren, debiéndo-
se quedar en la desierta estación hasta la mañana siguiente.15 Para
Castelnuovo, las cosas no fueron tan difíciles; después de la revisación
de su equipaje y de un breve interrogatorio, el ingreso se complica
cuando descubren en su valija el mate, la bombilla y la yerba, por los
que fue sometido a un “tribunal de guerra atrás del mostrador”.
En este sentido, Mary Louise Pratt sostiene que las escenas de arri-
bo son una convención en toda la literatura de viajes porque enmar-
can las relaciones de contacto y fijan los términos de su representa-
ción.16 En la Unión Soviética, el cruce de la frontera es literalmente un
rito de pasaje entre dos mundos y dos tiempos; cruzar la frontera es
enfrentarse con lo radicalmente diferente: “la gente del otro mundo
—dice Castelnuovo en su primer encuentro con los rusos—, aunque
rara, barbuda, melenuda, bigotuda, tocada con gorras de astracán o
embutida adentro de un capote largo y talar, ceñido por una correa y
acogotado de rulitos, parece, no obstante, extremadamente cordial y
mansa”. Para el dirigente comunista Rodolfo Ghioldi, en cambio, la
diferencia es ideológica: a bordo de una nave, y aun antes de pisar
17 Rodolfo Ghioldi, “El Viaje – Carta desde Moscú”, en La Internacional, 15 de agosto de 1921.
18 Edward W. Said, Orientalismo, Madrid, Libertarias, 1990 [traducción de María Luisa
[ 89 ]
Fuentes].
19 Elías Castelnuovo, Yo vi...! en Rusia, op. cit.
20 Alfredo Varela, Un periodista argentino en la Unión Soviética, op. cit.
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[ 90 ]
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[ 91 ]
21 Elías Castelnuovo, Memorias, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1974.
22 André Gide, Regreso de la URSS, Buenos Aires, Sur, 1936 [traducción de Rubén Darío
(hijo)].
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argentino, las presiones del partido sobre qué se escribe y cómo, eran
muy grandes.23 Porque Castelnuovo, aun siendo el director de la revis-
ta comunista Actualidad, es fuertemente criticado por su libro Yo
vi…! en Rusia (Impresiones de un viaje a través de la tierra de los
trabajadores), publicado por la editorial de la revista en 1932; la
recepción del libro, constituye un punto de quiebre en la relación de
Castelnuovo con sus compañeros de ruta de la redacción de la revista;
este quiebre produce el alejamiento de Castelnuovo de la revista que
él mismo había ayudado a fundar y su posterior autocrítica.
No obstante, Castelnuovo se reincorpora a la redacción de
Actualidad a mediados de 1934 y escribe una segunda parte de su
relato del viaje, publicado bajo el título Rusia soviética (apuntes de
un viajero), en 1933, que se limita a ser un elogio, por momentos des-
mesurado, del plan quinquenal soviético. Se trata de una escritura
“normalizada” que ha sido disciplinada por las lecturas recibidas; una
escritura en la que la pluma del escritor claudica frente a la misión de
publicitar las maravillas del sistema soviético.
Si esta es una hipótesis sobre por qué los viajeros escribieron lo
que escribieron, la segunda, en cambio, sostiene que, en el caso de
otros intelectuales argentinos, no se trató de viajar para conocer sino
que, por el contrario, el viaje hacia la revolución contribuyó a ratificar
un imaginario que era previo, a constatar el funcionamiento de un
modelo de sociedad que el mismo viaje delineó más entusiastamente
porque se convirtió en la comprobación experimental de su existen-
cia. Llegar a la Unión Soviética —como más tarde también lo fue lle-
gar a China o a Cuba— implicó vivir —y ser parte— de la utopía revo-
lucionaria. Y en las utopías, lo sabemos, no hay lugar para los conflic-
tos sino, como sostiene Isaiah Berlin (“Dos conceptos de libertad”), la
convicción de que todos los valores positivos en los que han creído
los hombres son compatibles y se implican unos a otros.24
Aníbal Ponce, por ejemplo, que arriba a Moscú en febrero de 1935,
viaja para constatar aquello que ya sabe: que Rusia es la concreción de
una utopía, que Rusia es la tierra del hombre futuro. Ponce no mira la
realidad soviética sino que constata la puesta en funcionamiento de
un modelo teórico. Como señala Héctor P. Agosti, el viaje a Rusia “le
23 Desarrollé este tema en “Son cuentos chinos. La recepción del relato del viaje de Elías
Castelnuovo al país de los soviets”, en Gloria Chicote y Miguel Dalmaroni (editores), El ven-
[ 92 ] daval de lo nuevo. Literatura y cultura en la Argentina moderna entre España y
América Latina, 1880-1930, Rosario, Beatriz Viterbo, 2008.
24 Isaiah Berlin, “Dos conceptos de libertad”, en Cuatro ensayos sobre la libertad, Madrid,
Alianza, 1998 [traducción de Belén Urrutia; Julio Rayón; Natalia Rodríguez Salmones].
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[ 93 ]
25 Héctor P. Agosti, Aníbal Ponce. Memoria y presencia, Buenos Aires, Cartago, 1974.
26 Oscar Terán, Aníbal Ponce: ¿el marxismo sin nación?, México, Cuadernos de Pasado y
Presente, 1983.
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La Revolución rusa:
algunas recepciones en la Argentina
Roberto Pittaluga*
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[ 96 ]
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[ 97 ]
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[ 98 ]
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Lecturas anarquistas
[ 99 ]
1 Para un tratamiento más extenso de las lecturas anarquistas, cfr. Roberto Pittaluga, “La
recepción de la revolución rusa en el anarquismo argentino”, tesis de licenciatura, FFyL -
UBA, 2000.
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2 Véanse varios artículos en este sentido en los números de La Protesta del 11/11/1917;
13/11/1917; 14/11/1917; 4/12/1917; 17/2/1918.
3 “La Revolución rusa y su influencia moral”, La Protesta, 17/2/1918, p. 2.
4 Santiago Locascio, Maximalismo y anarquismo, Buenos Aires, Atilio Moro, 1919, p. 46.
5 “El Ideal en marcha”, La Protesta, 17/2/1918, p. 2; véase también Tribuna Proletaria, nº
[ 100 ]
30, 31/8/1919, p. 1. La dimensión trascendental del concepto de revolución en la moderni-
dad es señalada por Reinhart Koselleck en Futuro Pasado. Para una semántica de los
tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.
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6 “La Revolución rusa y su influencia moral”, La Protesta, 17/2/1918, p. 2. Que las elites
más que las masas eran el sujeto de la revolución, puede verse en la obra utópica de Pierre
Quiroule, La ciudad anarquista americana. Obra de construcción revolucionaria con el
plan de la ciudad libertaria, en Gómez Tovar, Luís; Gutiérrez, Ramón y Vázquez, Silvia, [ 101 ]
Utopías Libertarias Americanas, vol. I, Madrid, Fundación Salvador Seguí / Ediciones
Tuero, 1991.
7 “De la Revolución. La Dictadura del Proletariado”, La Protesta, 5/3/1919, pp. 1 y 2.
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8 Emilio López Arango, “Características esenciales de la revolución rusa. Las teorías frente
a la realidad de los hechos”, en Nuevos Caminos, Publicación quincenal del Centro Cultural
y Artístico “Nuevos Caminos”, Avellaneda, nº 5, 20/9/1920, p. 7.
9 “El Sentido Histórico de la Revolución”, La Protesta, 9/12/1919, p. 1. Véase también el
[ 102 ]
citado artículo de La Protesta del 5/3/1919.
10 Emilio López Arango, “Características esenciales de la revolución rusa. Las teorías frente
a la realidad de los hechos”, op.cit., p. 8.
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[ 103 ]
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[ 104 ]
11 Bandera Roja, nº 21, 21/4/1919, p. 1.
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12 Ibídem.
13 Bandera Roja, nº 29, 29/4/1919, p. 2.
14 Ibídem.
15 Debatiendo con los antorchistas, el principal dirigente de los anarco-bolcheviques, Enrique
García Thomas expresaba: “...Lo enunciamos así: ¿los anarquistas de la región argentina debe-
mos solidarizarnos con el primer ensayo de revolución social verdadera, o, por el contrario, [ 105 ]
lo hemos de repudiar por no ajustarse con toda estrictez a los cánones del doctrinarismo anar-
quista?”, en Tribuna Proletaria, nº 42, 14/9/1919: “La Dictadura del Proletariado. La actitud
anarquista ¿nos solidarizamos con los fines de la revolución rusa o los repudiamos?”, p. 2.
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era más que paso inicial, pero también señalaba, en tanto revolución
triunfante, las limitaciones y las necesidades de la propia tradición teó-
rica anarquista. Los anarco-bolcheviques pretendían conjugar su propia
herencia teórica con los nuevos elementos proporcionados por la
Revolución rusa. De la revolución triunfante era preciso extraer ense-
ñanzas. Pero, según estos militantes, ello suponía la elaboración de una
justificación del bolchevismo y de la dictadura del proletariado.
La explicación teórica y práctica del “maximalismo” y su relación
con el ideario anarquista era ensayada por los anarco-bolcheviques en
función de responder a las críticas que comenzaban a esbozarse respec-
to de los métodos bolcheviques y del itinerario de la Revolución rusa,
pero también porque el corpus teórico-práctico del anarquismo debía
ser renovado a la luz de la experiencia histórica. Implícitamente era ade-
más una operación que significaba una reformulación de la identidad
ácrata. Ya lo percibía así uno de sus principales voceros, Santiago
Locascio, cuando argumentaba, respecto de las contradicciones entre
“maximalismo” y anarquismo, que “...[e]ste choque aparente con las
teorías nuestras producirá seguramente trastornos entre los adeptos: Las
mentes sofísticas y teóricas, sin nociones de la realidad, nos gritarán que
somos los adaptados, los nuevos verdugos, quizás también los que abju-
ran del ideal”.16 La integración del bolchevismo y la apropiación de la
experiencia soviética pretendían ser logradas tanto por esa apelación a
la realidad verificada, como a la postulación de esa experiencia como
momento de un proceso de más largo alcance. Desde las páginas de
Bandera Roja afirmaban que al “...apoyar y propiciar la revolución rusa
no apoyamos y propiciamos el maximalismo. ¡No! El maximalismo es
circunstancial; la modalidad característica de un momento; el período
de transición...”.17 Esta limitada temporalidad del maximalismo (“el
maximalismo es transición”, afirma Locascio) intenta responder a las dis-
crepancias entre lo que sucedía en Rusia y los ideales anárquicos, dife-
rencias que el avance del proceso revolucionario en Europa parecía disi-
par, porque según estos anarquistas “...la revolución que en Rusia empe-
zó maximalista, en Alemania es espartaquista y en Hungría ya es la nues-
tra”.18 Ubicado como imperfecto momento inicial de una revolución
que avanzaba hacia su perfección libertaria, el maximalismo pretendía
así ser integrado a un corpus anarquista por ello mismo reformulado. La
revolución avanzaba por etapas hacia el anarquismo.
[ 106 ]
16 Locascio, op.cit., p. 39.
17 Bandera Roja, nº 29, 29/4/1919, p. 2.
18 Bandera Roja, nº 29, 29/4/1919, p. 2.
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sociedad futura, que no era otra cosa que abolir las distinciones socia-
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[ 107 ]
19 Ibídem. En un sentido similar razonaba Luigi Fabbri en “La crisis del anarquismo”, op.cit.
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26 Ibídem, p. 47.
[ 110 ]
27 Ibídem, p. 46.
28 “El maximalismo es la Revolución. El Anarquismo es la realización integral del derecho
real del hombre”; Locascio, op.cit., p. 40.
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que antes, en 1917, era visto como una necesidad para la superviven-
cia de la revolución pasó a ser estigmatizado como la razón de su sepul-
tura. No se trataba, entonces, de un momento excepcional debido a las
urgencias defensivas de una transformación incompleta acosada por
fuerzas internas y externas que pugnaban por volver al pasado; por el
contrario, la dictadura del proletariado era la nueva forma que asumían
las fuerzas que pretendían aplastar lo genuinamente revolucionario de
la gesta rusa, y particularmente la manifestación más elocuente de “la
nueva casta surgida del partido comunista”.35 La práctica bolchevique,
orientada hacia “la conquista del poder”, no podía más que desembo-
car en la formación de un nuevo tipo de dominación, pues a diferencia
de la “revolución social” que propugnaba el anarquismo, la “revolución
política” no tenía connotaciones de transformación del orden social
sino tan sólo la apropiación del poder por esa “nueva casta”.36 Esta
característica “política” del marxismo, además de sus concepciones de
un “estrecho clasismo”, constituían una “valla infranqueable” que lo
separaba del anarquismo, a pesar del reconocimiento de un origen
común de ambas corrientes.37 De tal forma, lo que emergía con el
“sovietismo” era otra forma de poder político, en rigor una de las for-
mas de la democracia, soviética allá, parlamentaria aquí. Octubre de
1917, anteriormente nominado como el inicio de una revolución desti-
nada a ser la aurora de una nueva época, pasó a ser designado como el
“golpe de Estado” que permitió a los bolcheviques encaramarse en el
poder, y como el punto de corte entre dos momentos de la Revolución
rusa, el momento libertario y el autoritario.
La crítica de la experiencia soviética encontraba una de sus razones
en la necesidad de resituar las conexiones entre esa revolución y las
ideas anarquistas, y su impacto en el ámbito local. Para estos anarquis-
tas lo que estaba en juego era la permanencia del anarquismo como
corriente ideológica y como movimiento autónomo, y es por ello que,
tanto antorchistas como los protestistas, atacaron el emprendimiento
de fusión de las federaciones obreras que promovían sindicalistas y
anarco-bolcheviques, planteando que ese intento de fusión era la con-
secuencia de una concepción de la revolución derivada de la expe-
riencia rusa, que limitaba la acción obrera a los estrechos objetivos de
“establecer la dictadura del proletariado y reemplazar al capitalismo
38 Consejo Federal de la FORA Comunista, “El Problema de la unidad obrera”, Buenos Aires,
edición de La Protesta y Consejo Federal de la FORA Comunista, enero de 1922, p. 2. [ 113 ]
39 Ibidem, p. 14.
40 La Protesta. Suplemento Semanal, nº 15, 17/4/1922, “La lección de la Revolución rusa”,
p. 2, tomado de Arb Freind, nº 5, 18/2/1922 y firmado por Sacha Pietro.
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[ 114 ]
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[ 116 ]
44 Ibidem, p. 23.
45 José Ingenieros, “Significación histórica del movimiento maximalista”, op.cit., p. 40.
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tiva de todas las posibles dentro del sufragio universal”) en rigor des-
naturaliza la representación y burla la universalidad del sufragio,
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[ 117 ]
46 José Ingenieros, “Ideales nuevos e ideales viejos”, op.cit., p. 17.
47 José Ingenieros, “Las fuerzas morales de la revolución rusa”, op.cit., p. 140.
48 José Ingenieros, “La Democracia Funcional en Rusia”, op.cit., p. 51 [subrayado en el original].
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49 Ibídem, p. 62. Las detalladas y extensas descripciones del entramado institucional del
[ 118 ]
sistema de los consejos, el autor las basa en los informes de Raymond Robins (jefe de la
misión de la Cruz Roja norteamericana enviada a Rusia) y de W. R. Humphries, secretario
de la Asociación Cristiana de Jóvenes en Rusia.
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[ 120 ]
54 Ibídem, pp. 131-132.
55 José Ingenieros, “Las fuerzas morales”, op.cit., p. 142.
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[ 121 ]
56 Ibídem, p. 142.
57 Enrique del Valle Iberlucea, “La Revolución de Rusia” [1917], La Revolución rusa,
Buenos Aires, Claridad, s/f. [1934], p. 28.
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imagen que de Rusia esperaba la barbarie, por lo cual todo avance civi-
lizatorio debía efectuarse contra la historia rusa, Iberlucea postula que
lo que de allí venía “era el socialismo afirmado por la realidad de la his-
toria”. Son los nombres de los “apóstoles” y “profetas” del colectivis-
mo, del socialismo, nombres como los de Herzen, Bakunin,
Kropotkin, los que llevan al primer senador socialista a lanzar esta pro-
yección esperanzadora. Desde esta perspectiva, Rusia tiene una tradi-
ción civilizatoria propia y radical para aportar al tiempo nuevo que
Iberlucea desea que anuncie.
Y es esta primera lectura la que gravita en su adhesión a la Revolución
Bolchevique, y la que lo lleva a convertirse en el máximo exponente par-
tidario de los terceristas, o sea la fracción del PSA que propone que el
partido adhiera a la Tercera Internacional. Pero más que detenerme en
los debates en torno a si adherir o rechazar ese alineamiento, quisiera
señalar aquí dos elementos que pueden servir para seguir pintando el
diverso y complejo panorama de la recepción de la Revolución rusa.
Del Valle Iberlucea no duda en afirmar que la revolución en Rusia
es síntoma de la época revolucionaria que signa el momento. No se
trata de un episodio destinado a quedar aislado, sino que como revo-
luciones anteriores —y el claro ejemplo para él fueron las revolucio-
nes francesas de 1789 y de 1848— se trata de un movimiento expan-
sivo que alcanzará, más temprano o más tarde, a todo el globo. Lo cual
introducía una pregunta nueva en la agenda de los socialistas argenti-
nos: ¿cuál era la práctica adecuada a un espíritu socialista y revolucio-
nario en una época de revolución social? ¿Y cuál era esa práctica en
un lugar que, como la Argentina, no iba a tener a la revolución en el
orden del día, al menos inmediatamente? Pues para Iberlucea, América
recibirá la revolución por influjo, como había sucedido antes con la
Francesa. Y aun ¿cuáles son los contenidos y las formas de la “revolu-
ción social” que hasta entonces había sido sólo un proyecto?
En este marco de simpatías por la Revolución rusa y de nuevas pre-
guntas sobre lo que deben hacer los socialistas sudamericanos se desa-
rrolla el debate al interior del PSA, un debate sobre el cual retorna la
contraposición entre reforma y revolución como modo de dividir
aguas y diferenciar posiciones.
Como principal referente de los “terceristas”, del Valle Iberlucea
justifica la “dictadura del proletariado” en tanto etapa absolutamente
[ 122 ]
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58 Enrique del Valle Iberlucea, “La doctrina socialista y los consejos obreros”, op.cit., p. 58.
[ 123 ]
59 Enrique del Valle Iberlucea, “El Congreso de Bahía Blanca”, op.cit., p. 149.
60 Enrique del Valle Iberlucea, “La doctrina socialista y los consejos obreros”, op.cit., p. 59.
61 Ibídem, p. 61.
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[ 124 ]
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62 Ibídem, p. 69.
63 Enrique del Valle Iberlucea, “Fundamentación del Proyecto de creación del Consejo
[ 125 ]
Económico del Trabajo”, op.cit., p. 98.
64 Enrique del Valle Iberlucea, “La doctrina socialista y los consejos obreros”, op.cit., pp.
69-70.
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tos de los trabajadores, serán las instancias a las que les corresponderá
“la administración de las cosas” en el comunismo maduro.65 Un desci-
framiento de la Revolución rusa que, a mi entender, es deudor de un
pensamiento de lo político estrechamente asociado a su vínculo con lo
estatal. Del Valle parece no poder pensar una política que no sea inme-
diatamente estatal. Podríamos retomar la apreciación de la política
democrática como aquello que cuestiona los lugares de interlocución
de los actores que mencionábamos para el caso de José Ingenieros:
desde este ángulo, pareciera que la lectura que del Valle Iberlucea rea-
liza de la Revolución rusa sacrifica, en la figura de la dictadura del pro-
letariado, en su carácter transicional, y en la idea de los consejos eco-
nómicos como camino estratégico de emancipación del trabajo aliena-
do que daría lugar a verdaderos aparatos con capacidad técnica, la posi-
bilidad de un nuevo pensamiento de lo político que refundara las prác-
ticas emancipatorias en Argentina. Quizás también por ello, del Valle
limitaba su adhesión a la nueva Internacional en términos de difusión
activa de las aspiraciones del socialismo, y en una búsqueda de un par-
lamentarismo más denuncialista y propagandístico, pues lo que cree es
que una revolución no es posible de ser gestada con las voluntades de
los militantes; al fin de cuentas, para del Valle Iberlucea, una revolución
“es un resultado natural, operado lentamente, progresivamente, de las
transformaciones de las fuerzas productivas en oposición a las fuerzas
viejas: la crisis que entre ellas se produce es la revolución que toma
cuerpo y estalla”.66
No puedo finalizar sin decir que esta presentación es apenas una
muy sintética aproximación a ciertos aspectos de las recepciones de
la Revolución rusa por parte de Enrique del Valle Iberlucea, José
Ingenieros y los escritores y activistas libertarios.
[ 126 ]
65 Ibídem, p. 70.
66 Enrique del Valle Iberlucea, "Una entrevista", op.cit., p. 147.
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Segunda parte
Martín Baña*
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El autor desea agradecer aquí la ayuda que Gabriela Carnevale y Eduardo Minutella
le han brindado para la realización de este trabajo.
[ 130 ]
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nes nos resultó de vital importancia rescatar a quienes fueron los ver-
daderos sujetos de aquellos días, los hombres y mujeres que no sólo
se enfrentaron al capitalismo y la opresión sino que también, en sus
propias prácticas, intentaron reorganizar la sociedad de un modo dife-
[ 131 ]
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I.
[ 132 ]
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1 Por sólo tomar algunos de los casos más relevantes, podemos citar al trabajo desarrollado
alrededor de la History Workshop Journal en Inglaterra y la revista The Public Historian
en los Estados Unidos. Véase Editorial Collective, “History Workshop Journal”, History
Workshop Journal, nº 1, 1976 y Debra DeRuyver: “The History of Public History”, disp. en
http://www.publichistory.org/what_is/history_of.html, 2000. [ 133 ]
2 Barbara Franco, “Doing History in Public: Balancing Historical Fact with Public Meaning”
en Perspectives, American Historical Association Newsletter, May/June, 1995. Disponible
en http://www.historians.org/perspectives/issues/1995/9505/9505vie.cfm
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[ 134 ]
3 Jesse Lemisch, “Cheers for Bridging the Gap between Activism and the Academy; Or Stay
and Fight”, en Radical History Review, Issue 85, invierno de 2003, pp. 239-248.
4 Sergio Bologna, “Otto tesi per la storia militante”, en Primo Maggio, Nº 11, 1977.
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5 Véase Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del iluminismo. Buenos Aires,
Sudamericana, 1987 y Giovanni Sartori, Homo Videns. La sociedad teledirigida, Madrid,
Taurus, 2004.
6 Véase N. Mizroeff, Una introducción a la cultura visual, Barcelona, Paidós, 2003. [ 135 ]
7Laura Malosetti Costa, “¿Una imagen vale más que mil palabras?: Una introducción a la ‘lec-
tura’ de imágenes”, en curso de posgrado virtual Identidades y pedagogía. Aportes de la
imagen para trabajar la diversidad en la educación, Buenos Aires, FLACSO, 2005.
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II.
[ 137 ]
12 Antonio Costa, Saber ver el cine, Barcelona, Paidós, 2005, p. 258.
13 Karel Reisz, Técnica del montaje cinematográfico, Buenos Aires, Taurus, 1989, p.15.
14 Reisz, p. 19.
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15 Reisz, p. 31.
[ 138 ]
16 Vsevolod Pudovkin, Film Technique, Londres, Newnes, 1929, p. 139.
17 Reisz, p. 36.
18 Sergei Eisenstein, citado en Reisz, p. 36.
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III.
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[ 139 ]
19 André Bazin, ¿Qué es el cine?, Madrid, Rialp, 1990, p. 83.
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cuáles son los sentidos que se desprenden de esta historia narrada con
imágenes y de qué modo operará el montaje.20
El comienzo de la Revolución fue también el punto de partida para
que cientos de miles de artistas se lanzasen a explorar formas de arte
y de cultura emancipadas. Si bien las vanguardias artísticas en Rusia
habían surgido antes de 1917, la Revolución reforzó notablemente la
experimentación en el arte. Futuristas y constructivistas, por nombrar
sólo dos de las más destacadas corrientes, tuvieron en ella un suelo
propicio para desarrollar sus intuiciones sobre una nueva cultura. La
Proletkult, una organización cultural-educativa nacida poco antes de
la toma del poder en octubre que estableció miles de talleres en los
que obreros trabajaban conjuntamente con artistas, intentó romper
con los patrones estéticos e interpretativos establecidos. Organizó,
por ejemplo, conciertos sin directores y obras de teatro callejero en
las que las masas eran protagonistas y no quedaba claro dónde comen-
zaba y dónde terminaba el escenario, periódicos vivientes que conta-
ban las noticias del día a partir de pequeñas representaciones escéni-
cas, pinturas que anunciaban con colores y formas el fin del capitalis-
mo, músicas que imitaban los sonidos de las máquinas productoras,
poemas que hacían un llamado a la creación revolucionaria, artefactos
que eran funcionales y estéticos a la vez. Estas son sólo algunas de las
otras formas en las que el arte y la cultura intentaron liberarse de la
realidad heredada y crear un mundo emancipado. Esta revolución de
las prácticas se vio reforzada por la de los propios sujetos: la frontera
que separaba a los artistas profesionales de los amateurs, o de los
obreros y campesinos, se hizo difusa. Se aspiraba a que todos fueran,
entre sus otras actividades y aunque sólo por un momento, artistas cre-
adores de una nueva cultura.
Febrero de 1917 encuentra a Petrogrado, capital de Rusia, convul-
sionada por una creciente serie de manifestaciones y huelgas que son
el resultado del malestar causado por las malas condiciones de vida, el
hambre y la prolongación de la guerra. Acorralado por la situación, el
zar Nicolás II abdica a comienzos de marzo de 1917 y un Gobierno
Provisional, instalado en el Palacio de Invierno, se hace cargo del
poder. Paralelamente, resurge el Soviet de Petrogrado, una asamblea
20 Lo que sigue está basado en Orlando Figes, La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia
de un pueblo, Barcelona, Edhasa, 2006; Sheila Fitzpatrick, La Revolución rusa, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2005; José Hesse, Breve historia del teatro ruso, Madrid, Alianza, 1971; Producción
[ 140 ] Colectiva, Tiempo de insurgencia. Experiencias comunistas en la Revolución Rusa, Buenos
Aires, edición de los autores, 2006; Marc Slonim, El teatro ruso. Del Imperio a los Soviets,
Buenos Aires, Eudeba, 1965; Vladimir Tolstoy y otros, Street Art of the Revolution. Festivals
and Celebrations in Russia, 1918-33. Londres, Thames and Hudson, 1990.
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[ 143 ]
21 Malosetti Costa, p. 10.
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Reproducción hecha por el pintor y diseñador Natan Altman, en 1969, del panel
de su autoría ubicado en el centro de la fachada del Palacio de Invierno en 1918.
El texto dice: “Quien no era nada lo será todo”.
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Afiche que anunciaba la caída del Gobierno Provisional. El texto dice: “Del Comité
de Guerra Revolucionario del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de
Petrogrado. A los ciudadanos de Rusia: El Gobierno Provisional fue depuesto. El
poder del Estado pasó a manos del órgano del Soviet de Diputados Obreros y
Soldados de Petrogrado, el Comité Militar Revolucionario, quien es la cabeza del
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[ 151 ]
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Mujeres campesinas tiran de una sirga en el río Sura bajo la vigilancia de un con-
tratista.
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[ 153 ]
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Tropas del ejército rojo asaltan la base naval de Kronstadt en marzo de 1921.
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Pablo Fontana*
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[ 162 ]
1 Françoise Navailh, “El modelo soviético”, en Georges Duby y Michele Perrot (Eds.),
Historia de las mujeres, Madrid, 1993, Tomo IX, p. 269.
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[ 163 ]
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[ 164 ]
2 De 514 films, 144 se centraban en el movimiento revolucionario. Considerando sólo los
largometrajes la proporción asciende a un tercio de la producción.
3 Richard Taylor, Film Propaganda: Soviet Russia and Nazi Germany, New York, 1998, p. 64.
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4 Shub le mostró a Eisenstein toda su colección de películas rodadas durante la guerra y las
revoluciones de 1917.
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zada por una mujer, pero queda claro que Octubre pertenece a los hom-
bres. La violación simbólica del marinero bolchevique hundiendo su
bayoneta en la cama de la zarina, ante la cual las mujeres del batallón
femenino quedan horrorizadas, y la yuxtaposición de una metralleta con
una estatua masculina y un bolchevique así lo demuestran. Esta polari-
zación masculino / femenino, provocó ciertas tensiones entre la expre-
sión artística del filme y la ideología bolchevique, debido a que el recur-
so artístico lo lleva a satirizar la figura de la mujer en la segunda parte
del filme, lo que no escapó a las críticas de sus contemporáneos.
La polarización se produce también en torno al tiempo, un motivo
central en Octubre. El zarismo y el gobierno provisional se mueven en
un tiempo artificial expresado a través del reloj del pavo real asociado
a la imagen de Kerensky, como también por medio de la imagen del
búho giratorio. Lenin en cambio es identificado con el tiempo real, en
primer lugar con el reloj que se observa detrás de él cuando arriba a
la estación de tren, recurso utilizado también en el momento en que
tiene lugar la toma del Palacio de Invierno y al declararse la
Revolución de Octubre. Los bolcheviques se mueven así en el tiempo
real, al que logran manejar ya que comprenden los “verdaderos” meca-
nismos de la historia, razón por la cual se muestra a Lenin dictaminan-
do la fecha de la insurrección.10
Otro punto conflictivo fue la representación de Octubre como
resultado del impulso de las masas, así como de la dirección del
Partido. Eisenstein utiliza la tipificación para expresar la relación entre
ambos, colocando como protagonistas a representantes estereotipa-
dos de campesinos, obreros y soldados disciplinados que obedecen al
Partido.11 Esa disciplina es la que los abstiene del saqueo al capturar
el Palacio de Invierno. Por otro lado las escenas de la recepción en la
estación de Finlandia y la ovación final en el Congreso de los Soviets
hacen de la figura de Lenin la confianza de esas masas en el Partido.
Octubre no es sólo una síntesis de los mitos que circulaban por la
sociedad soviética, es su reelaboración desde los intereses y la visión del
Partido que se legitima con esta apropiación. La historia que Eisenstein
relata concuerda con la versión oficial que en ese momento imperaba
sobre las revoluciones de 1917. Si bien no es una visión totalmente erra-
da, es en numerosos aspectos selectiva y exagerada. No profundiza en
10 En realidad Trotsky deseaba que la misma coincidiera con el Segundo Congreso de los
[ 166 ]
Soviets. Esta distorsión también se realizó por presión de Stalin.
11 La tipificación o tipaje es un recurso que consiste en utilizar un individuo cuya aparien-
cia se asemeja al carácter que éste interpreta.
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Octubre: planos en los que se asocia la imagen de los bolcheviques con el mane-
jo del tiempo real y las fuerzas de la historia.
[ 167 ]
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12 Bordwell, p. 103.
13 Posiblemente por cierto rezago de lealtad frente a su memoria, Eisenstein remite a
Trotsky sin recurrir a su figura, colocando en boca de otro bolchevique su famosa frase “¡Ya
pasó el momento de las palabras!”. Un excesivo papel protagónico se le concedió a
Antonov Ovseenko, único trotskista del filme. Posiblemente fue así porque al momento del
rodaje se había alineado junto a Stalin.
14 La filmación de Octubre comenzó en abril de 1927 y no finalizó hasta octubre del mismo
año. Una versión preliminar fue proyectada en el Teatro Bolshoi el 7 de noviembre para el
décimo aniversario de la Revolución. Luego el filme fue reeditado removiéndose algunas
escenas en las que aparecía Trotsky y otras de montaje intelectual. Octubre fue finalmente
estrenada el 14 de marzo de 1928.
15 En la reunión del Comité Central del 10 de octubre Lenin es mostrado votando una fecha
exacta para la insurrección, cuando en realidad nunca lo hizo. También en esa reunión se
[ 168 ] lo muestra con el aspecto con el que fue inmortalizado, pero no afeitado y con peluca,
como en realidad asistió a la reunión. Su discurso en el Congreso de los Soviets es montado
en forma simultanea con la toma del Palacio de Invierno, cuando en realidad tuvo lugar a la
tarde siguiente.
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19 Eisenstein en una carta al crítico francés Léon Moussinac con fecha del 22 de noviembre
de 1928. James Goodwin, Eisenstein, Cinema, and History, Chicago, 2001, p. 81.
20 Toby Clark, Arte y propaganda en el siglo XX, Madrid, 2000, p. 87.
21 Peter Kenez, The Birth of the Propaganda State. Soviet Methods of Mass Mobilization
[ 170 ]
1917-1929, Londres, 1985, p. 18.
22 Elizabeth Henderson, “Majakovskij and Eisenstein Celebrate The Tenth Anniversary”,
Slavic and East European Journal, Vol. 22, Nº 2, 1978. p. 160.
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23 Anna Lawton, The Red Screen, Politics, Society, Art in Soviet Cinema, Londres, 1992,
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p. 51.
24 La utilización del montaje fue tal que el filme cuenta con 3225 tomas.
25 Los elementos diegéticos son aquellos que forman parte de lo narrado. Algunos de ellos
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en el filme son el pavo real mecánico, que alude a la imagen de Kerensky, así como las esta-
tuas, medallas, vajillas y huevos Fabergé del palacio. Bordwell, p. 109.
26 Los elementos extradiegéticos no están incluidos en lo narrado, como el arpa y la bala-
laika cuyas tomas Eisenstein inserta en el filme.
27 T. Rokotov, “Why Is October Difficult?”, publicado en la revista Zhizn Iskusstva, 10 de
abril de 1928, pp. 16-17. Transcripto en Richard Taylor y Ian Christie, The Film Factory.
Russian and Soviet Cinema in Documents 1896-1939, Londres, 1990, pp. 219-20.
28 Octubre tenía claras influencias constructivistas. La escena en que los revolucionarios
[ 171 ]
avanzan con un cañón sobre un terreno con fuerte pendiente, remite a las diagonales pre-
ponderantes en esa vanguardia, las que significaban el camino no lineal por el que creían
que avanzaba la Revolución.
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29 Bordwell, p. 118.
30 Mientras que el zarismo y gobierno provisional quedan atrapados en los símbolos (lico-
rera de Kerensky con la corona como tapa, los iconos, cetros, etc.), los bolcheviques hacen
un uso prácticos de estos, como cuando el bolchevique logra trepar la puerta del palacio,
pisando sobre el símbolo imperial en la reja, el niño pobre durmiendo en el trono imperial,
o cuando los soldados arrojan los cofres con medallas preguntándose “¿Es por esto que
luchábamos?”.
31 La secuencia de la represión en julio fue reproducida con tal exactitud de un original fil-
mado por un periodista, que a menudo se la presenta como un documento histórico. En cuan-
to a la secuencia del saqueo en el Palacio de Invierno, fotogramas de la misma fueron publi-
[ 174 ] cados en el Times como prueba de los “continuos crímenes bolcheviques”. Jay Leyda, Kino.
Historia del cine ruso y soviético, Buenos Aires, p. 285. Esta legitimidad como material docu-
mental que adquirió Octubre es una muestra de su éxito como material de propaganda.
32 Taylor, Film Propaganda, p. 64.
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[ 177 ]
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39 Julian Graffy, “Cinema”, en Catriona Kelly y David Shepperd, Russian Cultural Studies.
[ 178 ]
An introduction (Oxford, 1998), p. 175.
40 El comentario de Pudovkin al ver Octubre puede iluminar en cuanto a la tensión de esta
relación: “Cómo me hubiese gustado cometer un error tan poderoso”.
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Índice
PRIMERA PARTE
Conferencias
SEGUNDA PARTE
La muestra y el ciclo de cine
[ 181 ]
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COLOFÓN